Gas y aviación.

Estrategia y tácticas de combate

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maxtor
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Gas y aviación.

Mensaje por maxtor » Mié Feb 11, 2015 1:16 pm

Saludos cordiales a todos.

Acabo de terminar la lectura del libro del historiador alemán Rolf - Dieter Müller, "La Muerte caída del cielo. Historia de los bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial" y en su Capítulo I. "Ataque. La ofensiva alemana, 1939 - 1940" aborda unas páginas introductorias sobre la creación de la doctrina militar aérea y los debates que hubieron en los círculos militares sobre la conveniencia o no del uso de bombardeos con gas.

La creciente popularidad de la aviación en los años veinte se cimentó en numerosos logros sensacionales e innovaciones técnicas. Los aviones de gran tamañao dieron alas al optimismo sobre el futuro y vinieron a simbolizar la función unificadora de los pueblos asignada a la aviación. En la Rusia soviética se llevó a cabo una intensa propaganda de la aviación con el fin de transmitir una visión de progreso y juventud con participación de organizaciones y asociaciones juveniles como la Liga de la Juventud (Komsomol) que apadrinó la Flota Aérea Roja. La formación de los jóvenes aviadores corría a cargo de una organización paramilitar, la Sociedad para la Promoción de la Defensa, la Aviación y la Química en la URSS (Ossoawiachim). Esta denominación tan beligerante demuestra la función militar que la propaganda ideológica asignaba a la aviación superándose rápidamente ese internacionalismo vanguardista dando paso a un nacionalismo militarista. El vínculo entre aviación y química en el Ossoawiachim soviético se explica porque la URSS, así como otros países, veía en ambos campos el futuro de los medios de guerra revolucionarios.

Fue una concepción no propia de la URSS y en dicha idea se vieron excepcionalmente apoyados por los alemanes, la colaboración secreta entre ambos países es un episodio fabuloso en la historia del s. XX. En suelo soviético los oficiales de la Reichswehr pudieron probar tranquilamente las nuevas armas y modos operativos para su “guerra de liberación” contra la vencedora Francia y sus vasallos polacos. En Lipeck se creó un centro de aviación alemán donde la Reichswehr (defensa del imperio, fue el nombre con el que se conoció a las fuerzas armadas alemanas entre 1919 y 193, cuando el régimen nazi las rebautizó como Wehrmacht) donde la Reichswehr entranaba pilotos que en caso de necesidad atacarían al enemigo con aviones civiles.

En Fili, cerca de Moscú, el pionero de la aviación Hugo Junkers erigió con dinero negro una fábrica de producción. Esta fábrica construía los grandes aviones que en tiempos de paz realizaban vuelos transcontinentales y que en tiempos de guerra formarían escuadrones de bombarderos, contraviniendo así las disposiciones del Tratado de Versalles. Éstas máquinas estaban pensadas para arrojar bombas de gas, en cuyos efectos devasadores soñaban los militares hacía tiempo. Los alemanes ya habían hecho algunos experimentos en este terreno. En 1925 dos oficiales viajaron de incógnito a España para participar en operaciones prácticas en Marruecos. En el protectorado español, las cabilas del Rif capitaneadas por Abd el Krim se habían rebelado y decretado una “república independiente”.

Las potencias coloniales se sentían amenazadas por el despertar político del Islam. Los españoles se habían atrincherado en costosas líneas de bloqueo con el fin de estrangular las cabilas del Rif en el territorio cercado. Para acelerar el sofocamiento de la rebelión, atacaron con aviones algunos pueblos, mercados y escondites situados en las montañas con bombas de gas. El químico alemán Hugo Stoltzenberg construyó en Melilla una fábrica de armamento químico y lo suministraba a las fuerzas aéreas españolas. Los dos oficiales supieron apreciar la eficacia de esta estrategia, que reproducía en pequeño y mejoraba la de los bombarderos ya ensayada en la primera guerra mundial; pero la utilización de pequeñas cantidades de gas tóxico en bombarderos aislados llevados a cabos por aviones pequeños no les convenció.

Ambos oficiales enviados a Marruecos tuvieron luego una prometedora carrera y desempeñaron un papel decisivo en el desarrollo de la guerra aéra alemana. El entonces general Ulrich Grauert fue en 1940-1941 comandante general del I Cuerpo de Aviadores en la costa del Canal, y el teniente Hans Jeschonnek se convirtió en jefe del Estado Mayor de la Luftwaffe en 1939. Tras el regreso de los militares, la comandancia del ejército decidió ampliar las pruebas en la Rusia soviética, no se planteó realizar ensayos prácticos con una flota de bombarderos por lo demás inexistente, en cambio, en 1925 se ensayó conjuntamente con el Ejército Rojo y los especialistas del Ossoawiachim la utilización de aspersores, con los que incluso los aviones pequeños podían afectar a grandes superficies. Stoltzenberg construyó otra fábrica junto al Volga. Fue Hitler, que no quería depender del silencio de Stalin, quien en 1933 ordenó la interrupción de dichos proyectos de formación y fabricación de armamento en la URSS. Mientras Grauert y Jeschonnek no se atrevían a utilizar el gas tóxico en la guerra aérea contra Inglaterra porque, a diferencia de las cabilas del Rif, los británicos podían devolver la jugada.

Tanto en la teoría como en la práctica, en la preparación de una futura guerra aérea los alemanes siguieron la corriente dominante en los años veinte. Pero seguía sin respuesta la pregunta de si las experiencias cosechadas en las guerras coloniales contra un enemigo muy inferior podrían trasladarse al escenario europeo en una guerra entre potencias. ¿Cuán vulnerables eran las sociedades avanzadas en las ofensivas aéreas masivas?, y ¿lograría la defensa antiaérea suficientemente desarrollada, como en la primera guerra mundial, abortar todas las visiones de una rápida solución de la guerra con la acción de los escuadrones de bombarderos?.

Estas preguntas no ofrecían duda para Gulio Douhet, un oficial de las fuerzas aéreas italianas, que en 1917-1918 recogió sus experiencias y expectativas en una teoría militar (“El dominio del aire”, Instituto de Historia y Cultura Aeronáuticas, Madrid, 1987). De acuerdo con la opinión general de su época, creía que la siguiente guerra supondría una movilización de todas las fuerzas de la nación, de donde deducía que el objetivo principal de los ataques no serían las fuerzas de combate enemigas sino todo el territorio. Douhet abogaba por destruir en primer lugar las fuerzas aéreas enemigas y sus bases para asegurarse el dominio aéreo, acto seguido debería llevarse a cabo un bombardeo intenso e ininterrumpido contra los centros vitales y las grandes ciudades a fin de desmoralizar a la población y obligar al enemigo a rendirse. Esta firmemente convencido de que las naciones industrializadas, con grandes masas de población trabajadora y socialmente inestables, no resistirían esas ofensivas, y lo sucedido en 1918 en Alemania corroboró su punto de vista. Si todo un imperio alemán fuertemente burocratizado pudo desmoronarse como un castillo de naipes, ¿qué nación podía estar segura de estabilizar el frente interior bajo tales ofensivas aéreas?. Para evitar cualquier riesgo Douhet era partidario de la utilización de bombas de gas, con las que se multiplicaría infinitamente el efecto mortal de los bombardeos.

Douhet argumentaba que detrás de dichas opiniones estaba el lograr un resultado decisivo para la victoria. Como la segunda guerra mundial demostró Douhet cometió una serie de errores de cálculo. Las potencias europeas no se atrevieron a utilizar gas tóxico, y la “incineración” de algunas ciudades no fue suficiente para minar la moral de la población. Tampoco se demostró cierta su suposición de que el armamento aéreo sería más barato que el rearme de las fuerzas terrestres de combte y de las flotas de guerra. Ningún estado estuvo dispuesto a seguir la propuesta de Douhet y renunciar a cualquier defensa antiaérea para invertirlo todo en construir medios de ataque masivo.

Douhet no encontró respaldo suficiente ni en su propio país. La italia fascista de Mussolini, al igual que la URSS de Stalin, activó una brillante propaganda de la aviación. En la exigencia de disponer de una flota operativa de bombarderos de larga distancia nadie fue tan lejos como Douhet, que llegó a considerar superflua la defensa antiaérea y quería destinar todos los recursos a la flota de bombarderos. “Ataque masivo” desde el aire y simple defensa en tierra y mar: esta idea de una “guerra meramente aérea” era demasiado atrevida y especulativa.

Los británicos apostaron más fuerte que los alemanes y otras naciones por una flota de bombarderos capaz de decidir conflictos locales con la ayuda de fuerzas terrestres de combate. Debido a las huelgas de los años veinte, los británicos ya no estaban tan seguros de la moral de su población. Además, los daños extremadamente sangrientos por su ejército en las batallas del Somme durante la PGM causaron una conmoción en GB que todavía hoy no se ha superado del todo. Una guerra aérea lejana prometía una resolución más rápida, una menor utilización de personal y un mayor efecto intimidatorio. El famoso teórico militar británico Liddell Hart no ocultó su fascinación ante la posibilidad de saltar con los aviones por encima del ejército enemigo y paralizar directamente el centro de mando del adversario. Este ataque quirúrgico era el sueño de los militares y políticos, y lo sigue siendo todavía hoy. Pero entonces, además de estar muy lejos aún de las condiciones técnicas necesarias, se obviaba que las complejas sociedades modernas encierran una flexibilidad intrínseca que las vuelve resistentes a este tipo de ataques.

Liddell Hart no era partidario de librar una guerra de extreminio contra la población enemiga. Al contrario, con el ataque dirigido contra la central de mando enemiga pretendía evitar precisamente la radicalización y propagación de la guerra, como ocurriera entre 1914 – 1918. El interés de la potencia beligerante consiste en lograr la derrota moral del enemigo “con unos daños sobre las vidas humanas y sobre la industria lo más pequeños posible. El enemigo de hoy es el cliente de mañana y el aliado futuro”. Se trataba de un pensamiento muy clarividente y moderno.

El único país que creó una fuerza aérea independiente fue GB con la Royal Air Force – RAF – la cual naturalmente deseó justificar su autonomía. Este hecho confirió una gran importancia a la polémica flota de bombarderos, pues sólo con ellos podía llevarse a cabo una guerra aérea estratégica. En los demás estados las fuerzas aéreas estaban subordinadas a la marina o al ejército de tierra. Para ello el avión multiusos parecía ser el instrumento adecuado. En la República de Weimar el rearme aéreo sólo podía efectuarse en secreto y en dimensiones reducidas. Bajo el camuflaje de la defensa aérea, una sección del Truppenamt (denominación con que se ocultaba el Alto Mando del ejército alemán en el período posterior a Versalles) del ejército se encargada de la aviación militar. Este engarce en el Ejército iba a determinar claramente la perspectiva de la futura cúpula de la Luftwafe alemana.

Tampoco en Alemania encontró eco las teorías de Douhet en los círculos militares. No se consideró plausible apostarlo todo a la carta de un primer golpe aniquilador asestado por una flota de bombarderos, habida cuenta de que la situación militar y geográfica del Reich obligaba a efectuar una guerra en varios frentes. La defensa del Reich a la que tuvieron que ajustarse los planes militares hasta mediados de la década de 1930 exigían, disponer de una tropa de élite móvil cuya combatividad podía aumentarse con la ayuda de aviones de reconocimiento y de combate. Los aviones de caza y las unidades antiaéreas harían frente a los aviones invasores del enemigo, y la defensa antiaérea civil se encargaría del resto. Las visiones apocalípticas de una posible guerra aérea se revelaron de una extraordinaria utilidad para la propagación y el apoyo político de la defensa aérea. En la escena internacional acabaron conduciendo al fracaso de todos los esfuerzos por llegar a unas reglas internacionales para la guerra aérea y la protección de la población civil.

Saludos desde Benidorm.

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Juan M. Parada C.
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Re: Gas y aviación.

Mensaje por Juan M. Parada C. » Vie Feb 13, 2015 4:54 pm

Estamos ante una excelente disertación sobre las potencialidades que el arma aérea podía ofrecer para otro conflicto,como la vaticinaría el general italiano Douhet,que serían analizadas por las partes interesadas durante el período entre guerras desde 1918 hasta 1939.Tal idea emanada por este oficial italiano consistía en cerrar a cal y canto las fronteras terrestres y las costas para lanzar sobre el cielo enemigo una inmensa aviación de bombardeo.Dado que esta premisa partía de una defensa poderosa para dar pie a una ofensiva en el cielo muy potente y para tal fin,como sostenía Douhet,se necesitaban por lo menos 2000 bombardeos diurnos,ya que no creía en los ataques nocturnos,para destruir la aviación enemiga y demás puntos claves estratégicos.Pero tales lineamientos,por las razones que expuso el amigo maxtor,no fueron acogidas por los futuros cuerpos aéreos por su carácter inviable y costoso en extremo.
Sin embargo,este tratadista italiano tiene el mérito de haber subrayado determinadas posibilidades claves de la aviación militar,ya que la describe operando no sólo contra las tropas en línea,sino también en profundidad,contra el territorio enemigo,destruyendo objetivos militares y axfixiando la economía del adversario.Tal como se vería en el transcurso de la segunda guerra,con el surgimiento de una aviación estratégica que acometería la destrucción de los países enemigos de forma sistemática.
Saludos y bendiciones a granel.
"¡Ay,señor! Tú sabes lo ocupado que tendré que estar hoy.Si acaso te olvido por un instante,tu no te olvides de mi". Sir Jacob Astley antes de la batalla de Edge Hill el 23 de octubre del año de nuestro señor de 1642

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