Diario de un piloto aleman

Organización y despliegue de las fuerzas aéreas. Aviones de combate.

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Mensaje por gerkamp » Vie Abr 29, 2011 10:06 pm

13 DE AGOSTO DE 1944

Ya muy tarde, al llegar la noche, recibimos órdenes de movilizarnos hacia el frente. Cuando volamos sobre el maizal que ha sido acondicionado para servirnos de punto de aterrizaje no hay casi nada de luz.

El primer teniente Kirchner se estrella contra un poste de teléfonos y resulta muerto. Es un milagro que los demás aparatos logren aterrizar sin novedad. Cada vez que uno de ellos toca tierra, se levantan enormes nubes de polvo que quitan toda visibilidad.

Durante la noche me llevan en automóvil al sitio donde se encuentra el Tercer Escuadrón del Ala de Vuelo de Combate Núm. I para tornar el mando de mi nueva "pandilla".

Con gran asombro, descubro que voy a substituir al capitán Woitke, mi primer comandante en acción que tuve al comenzar la guerra. Nos estrechamos la mano cuando me presento y parece que repentinamente los años vuelven atrás y que una vez más soy el joven e inexperto piloto que se reporta ante él en la primer comisión de servicio activo, cuando estaba en el Segundo Escuadrón del Ala de Combate Núm. 52.

Woitke ríe ante la cara de sorpresa que pongo. Yo había dado por hecho que este viejo soldado, con toda su prioridad y experiencia sería, por lo menos, teniente coronel.

Hace pocos días fue derribado y resultó herido. La ya gigantesca apariencia de este hombre se hace todavía mayor porque tiene enyesado el pecho y el brazo izquierdo. Parece que los rumores de que continuamente se dedica a beber no han sido tomados con mucha tolerancia por el Alto Mando de la Fuerza Aérea.
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Mensaje por gerkamp » Vie Abr 29, 2011 10:11 pm

14 DE AGOSTO DE 1944

En mi primera misión de vuelo, subo en la mañana temprano acompañado de otro aparato que hace las veces de ala.

Volando sobre Rennes encontramos a seis Thunderbolts. Saliendo de entre las nubes, en un momento oportuno, logro derribar uno de ellos que explota a mitad del aire. Inmediatamente me retiro y oculto nuevamente en el banco de nubes, de donde regreso a la base. Sobre un camino que corre abajo de donde estamos, observo una procesión de ''jeeps'' con remolques pequeños. Descendemos y los ametrallamos. Uno de los "jeeps" se incendia y cae del terraplén envuelto en llamas.

Por la tarde volamos en dos ocasiones más, escoltando a nuestros bombarderos de combate que atacan las posiciones americanas al Norte de Rennes.

15 DE AGOSTO DE 1944

El tiempo se ha hecho insoportablemente cálido y sofocante.

Una vez más volamos escoltando a nuestros bombarderos de combate. En una furiosa pelea hago subir mi récord a veintiocho aparatos al derribar otro Thunderbolt.

En total se efectúan seis misiones de vuelo durante el día.

16 DE AGOSTO DE 1944

A la madrugada llegan Spitfires que atacan nuestro aeródromo y ametrallan la zona de dispersión de la escuadrilla
Núm. 10, pero sin causar muchos daños. A la cabeza de una sección, despego en persecución de ellos y logro derribar uno sobre Etampes.

Durante el día se efectúan dos misiones de vuelo, pero sin éxitos dignos de anotarse. Atacamos y ametrallamos las columnas de transportes aliados.
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Mensaje por gerkamp » Vie Abr 29, 2011 11:49 pm

17 DE AGOSTO DE 1944

A las 10:00 horas aparece un intruso en misión de reconocimiento sobre nuestra pista de aterrizaje; precisamente en los momentos en que algunos de nuestros aparatos descienden sobre ella. ¡Ese maldito nos va a echar encima sus bombarderos!

Y así sucede. Una hora más tarde ocho bombarderos de combate se presentan y ametrallan las zonas de dispersión, destruyendo uno de nuestros aviones. Antes de que se asiente la polvareda, salgo de mi abrigo camuflado y despego en persecución de los incursionistas; pero en lugar de alcanzarlos, me encuentro con un Lightning que vuela solo, aparentemente también en misión de reconocimiento. Sobre la villa de Auxonette logro derribarlo.

Por la tarde, en los momentos en que regresamos de las operaciones efectuadas contra los tanques americanos que van
avanzando y nos disponemos a aterrizar, la pista se convierte en una multitud de géiseres de tierra que hacen erupción. En el cálido cielo que se extiende sobre nosotros pululan un grupo de Marauders; los atacamos a pesar de que casi no nos queda combustible y mis hombres derriban tres aparte de otro más que se acredita a mi cuenta.

Nos vemos obligados a aterrizar en Bretigny debido a los profundos hoyos que hay en nuestra pista.

Por la noche, el escuadrón es transferido a Marolles.
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Mensaje por gerkamp » Vie Abr 29, 2011 11:52 pm

18 DE AGOSTO DE 1944

Sobre Etampes, los americanos presionan en dirección al Sena, al Norte de París.

Se ordena el traslado del Ala a Vailly, que queda al Este de Soissons. Inmediatamente se organiza una cuadrilla de zapadores con tractores rápidos para que reciban la formación de aviones conforme vayan llegando.

Junto con los otros escuadrones que constituyen el Ala y con mis cuarenta aviones, ametrallamos las columnas enemigas de abastecimiento, cerca de Avrenges. Volando sobre Lisieux logro derribar un Mustang y cinco minutos más tarde cae otro bajo el impacto de mis cañones.
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Mensaje por gerkamp » Sab Abr 30, 2011 12:06 am

19 DE AGOSTO DE 1944

Hubo un tiempo en que acostumbraba contar por veranos los años de mi vida.

Ahora es diferente. Este verano se asemeja más a una pesadilla de la que no hay despertar. Estamos en Francia, en el mes de agosto, el calor es agobiante y la muerte levanta su cosecha de sangre. Día a día procuro evadir el golpe de su guadaña y lo peor es la espera; esa espera del momento en que la guadaña siegue mi vida como lo ha hecho con las de los demás; esa espera en que las horas desesperadamente lentas se convierten en días e inexorablemente un día sucede al anterior. No temo a la muerte, porque es rápida; la he podido evadir bastantes veces en el pasado para saber lo que es; pero este horrible esperar y la incertidumbre del momento en que recibiré el golpe...

Entre una y otra misión, me acuesto a descansar fuera de mi tienda de campaña o me deslizo perezosamente en una canoa de hule sobre el Río Aisne, que está solamente a unas cuantas yardas tras la sala de operaciones. El agua es clara como un cristal y con una lanza trato de cazar a los lucios que asoman por sobre las piedras que forman el lecho del río. Los peces de rapiña, glutinosos, se sacuden locamente en su agonía al extremo de la lanza y salpican las aguas manchadas de rojo... Cuando me llegue el turno, todo pasará con mayor rapidez.

Me he vuelto taciturno, nunca hablo a menos que sea absolutamente necesario, y únicamente lo hago con mi ayudante, con el médico o con el administrador. Mi ayudante es un capitán austríaco, lo suficientemente viejo como para ser mi padre; el médico es un tipo lujurioso que no piensa en otra cosa que no sea su propia comodidad y sus mujeres; y el administrador no puede tener la boca cerrada, habla y habla todo el tiempo.

Desde que regresé al frente de operaciones no me ha llegado ninguna carta personal. Da lo mismo. Serían las cartas de Lilo contándome de la casa y las niñas. Es mejor no acordarse de ellas en estos momentos.

Extraño a Jonny Fest. Ese muchacho alto, de pelo rubio, ¿por qué, de entre todos los demás, habría de tocarle a él caer bajo el golpe de la guadaña?

Hace días que el sol abrasa despiadadamente; cada vez que corro el dosel de la cabina, siento como si cerrara la tapa de mi propio ataúd. El sudor me corre por todos los poros y al aterrizar, después de terminar una misión, tengo la camisa pegada a la espalda.

Cada día parece ser toda una eternidad. Nada queda ya, solo las operaciones que son un infierno y la interminable espera; ese constante esperar, que destroza los nervios, porque tarde o temprano llegará, inevitablemente, el golpe mortal. Las noches no sirven de alivio, se sienten cortas, abrumadoras, sofocantes y la tensión nerviosa no llega a desaparecer ni un solo momento.

A las 3:00 horas, todos los días, suena el teléfono que tengo a la cabecera de la cama. Es el llamado de la jefatura; recibo las órdenes de operación para el curso del día: servicios de patrullas, escoltas a los bombarderos de combate, vuelos a bajo nivel para atacar ametrallando éste o aquel blanco en uno u otro sector. Después me entregan el informe de los aparatos en servicio, que rinde el ingeniero. Cada día disminuye más el número de aviones.

Durante el día de hoy el escuadrón deberá atacar blancos enemigos en la zona norte de París. Los americanos han avanzado hasta el Sena, desde el sector de Lisieux- Argentan. Al Sur de París ya cruzaron el río.

Salimos cuatro veces y en ninguna de ellas fue posible realizar nuestros propósitos porque siempre se nos intercepta y excede en mucho el número de aviones de combate enemigos que nos salen al encuentro antes de llegar a la zona que tenemos marcada como meta.

He desarrollado un sentido casi pavoroso de confianza en los combates aéreos. Parece como si tuviera los instintos de un
cazador de nacimiento. Actúo tranquila y deliberadamente, como si una mano invisible me estuviera guiando. En verdad, no hay nada heroico en esta actitud. Cada vez que tengo al enemigo en el centro de la mira, invariablemente comete un error elemental en su táctica; lo veo estrellarse, fría y desapasionadamente, sin la menor sensación de haber logrado un triunfo. De esta manera, el día de hoy, he derribado tres Thunderbolts, solamente por pura suerte.

Pero, ¿de qué sirve? Cinco de nuestros aparatos no regresan y eso es terrible, porque la pérdida de cinco aviones o cinco pilotos, significa tanto como si derribáramos cincuenta naves enemigas.
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Mensaje por gerkamp » Sab Abr 30, 2011 12:56 am

28 DE AGOSTO DE 1944

El enemigo trata de cruzar el Sena sobre puentes hechos con pontones, entre Vernon y Mantes. Incesantes patrullas de aviones de combate forman un palio, junto con un cordón de baterías antiaéreas concentradas que protegen el cruce.

Ayer, durante seis misiones efectuadas por el escuadrón, perdimos doce aparatos. Estamos aniquilados.

Hoy en la mañana, el informe de aviones en servicio se reduce solamente a cuatro capaces de entrar en acción. Hay dos más que tienen el fuselaje en pésimas condiciones y que pueden efectuar vuelos pero no de combate. No voy a mandar a mis hombres a sucumbir inevitablemente.

De manera que a las seis de la mañana se recibe una llamada telefónica de la Jefatura de Estado Mayor del Cuartel General del Cuerpo que me lanza furiosa reprimenda:

"Hoy en la mañana reportó usted solamente cuatro aparatos en condiciones de entrar en acción. Acabo de saber que todavía puede usted volar seis. ¿Está loco? ¿Se da usted cuenta de la situación tan seria que debemos confrontar? Eso no es más que sabotaje y no voy a tolerarlo. Absolutamente todos los aviones deben salir al combate. ¡Esas son órdenes!"

Bramo como toro. Nunca me habían reprimido en esta forma desde que terminé mi entrenamiento básico como recluta de la fuerza aérea. Estoy tan furioso que difícilmente puedo controlar mi cólera. ¿Por qué he de hacerle caso a un mono presumido? ¡Y todavía tiene el descaro de acusarme de sabotaje! Los estrategas de escritorio y héroes de estado mayor me dan náusea; no conocen nada de los problemas que surgen en el frente de operaciones, con los que debemos contender y mucho menos les importa nada.

Decido volar personalmente en uno de los aviones que están en pésimas condiciones y dejo que mi ayudante, el cabo Doering, vuele en el otro. De acuerdo con las órdenes de operación, debemos despegar a las ocho horas y encontrarnos con los demás escuadrones del ala sobre la zona de Soissons. Ya entonces debo tomar el mando de toda la formación de aviones de combate.

Los motores se echan a andar dos minutos antes de la hora cero. Salimos debajo de la maleza camuflada que nos sirve de hangar y nos elevamos. No hay pista sino únicamente un tramo de tierra floja; mi aparato se arrastra pesadamente y con enorme dificultad desarrolla velocidad, y es cuanto puedo hacer para despegar a tiempo y librar los árboles que hay en el extremo lejano del campo.

Doering trata de elevarse demasiado pronto y el aparato hace un "stall", el ala izquierda se desprende y el aparato se estrella en los árboles, se incendia y Doering resulta muerto instantáneamente... Ahora sólo quedamos cinco.

La orden del oficial de Estado Mayor en el Cuartel General es peor que una locura; simple y sencillamente, ¡es un crimen!

La base se comunica por radio avisándome que los otros escuadrones no pueden despegar del campo porque sus aeródromos están siendo ametrallados en esos momentos por bombarderos enemigos.

—Váyanse al sector Siegfried-Gustav.

Al Norte de Soissons queda el pequeño poblado de Tergnier; es un importante entronque de ferrocarril, en el sitio donde el Canal del Somme se une con el Río Oise. Como marca conspícua sobre el terreno puede distinguirse a gran distancia y sobre ese lugar, el Tercer Escuadrón del Ala de Combate Núm. 1 que da su última batalla contra los americanos en suelo frances.

Nos encontramos más de sesenta Thunderbolts y Mustangs en esta zona. No puede haber escapatoria, simplemente es el fin. Todo lo que me resta por hacer es dar la orden de atacar; así, por lo menos, tanto mis hombres como yo, podemos reclamar haber ganado una victoria moral.

La base todavía sigue tratando de darme órdenes. Apago el radio y... ¡que se vayan al diablo!

Mi aparato no puede subir a más de 10,000 pies de altura, es muy lento y no responde. Estoy seguro de que esta es la última vez que vuela.

La batalla no dura más que unos cuantos minutos. El primero en caer es el cabo Wagner, que no logra escapar de su avión en llamas. Veo después cómo se incendia otro aparato y el sargento de vuelo Freigang se arroja en su paracaídas. Momentos después cae envuelto en llamas el compañero que llevaba como ala.

Eso nos deja solos a mi ala, el sargento Ickes y a mí. No puede haber salida para nosotros y si este ha de ser el fin, por lo menos tengo que vender mi vida tan cara como sea posible. Si martilleo sobre uno de los yanquis, podré llevármelo conmigo...

Los proyectiles convergen hacia nosotros de todas partes. Las balas golpean sobre mi avión como granizos y gradualmente le hacen perder velocidad de vuelo; Ickes permanece a mi lado. Sigo describiendo círculos en un radio tan corto como es posible. Un Mustang se coloca tras de mí y no puedo sacudírmelo; mi avión es demasiado lento, como si se sintiera muy cansado y no pudiera seguir volando más. Más balas siguen estallando en el fuselaje, a mis espaldas.

Con un último esfuerzo de la máquina levanto el avión y asciendo, giro a un lado y quito el acelerador. El Mustang que viene siguiéndome no esperaba esto, de manera que pasa vertiginosamente y queda frente a mí, aunque un poco más abajo. Claramente distingo la cara del piloto que voltea a verme. Demasiado tarde para que intente escapar clavándose, voy sobre él y por lo menos puedo acribillarlo si es que no logro derribarlo. Estoy helado y mi única emoción, por primera vez en mi vida, es un odio personal, intenso, contra mi enemigo; mi único deseo es destruirlo.

La distancia se acorta rápidamente; sólo nos separan unos cuantos pies. La descarga que hago da directamente en el fuselaje de su avión; pero estoy apuntando al piloto. Su motor comienza a lanzar llamas. ¡Caeremos juntos!

Siento un sacudimiento violento al primer impacto; veo cómo desprende mi ala derecha. En menos de un segundo arrojo el dosel y estoy fuera del asiento y en los momentos en que soy lanzado al vacío se produce feroz llamarada, mientras el Messerschmitt y el Thunderbolt se funden en uno solo como enorme bola de fuego.

Poco después, mi paracaídas se abre oscilando por encima de mi cabeza, mientras que a unos seis u ochocientos pies de distancia, un poco más alto, se desliza, abierto, otro paracaídas: es Ickes.

Arriba y en todo nuestro alrededor, los americanos continúan disparando, describiendo círculos y dando vueltas como locos. Pasan varios minutos antes de que se den cuenta de que ya no queda un solo Messerschmitt en el cielo.

Un Thunderbolt se acerca en dirección a mí y... ¡abre fuego! Por instantes que parecen ser eternos el corazón deja de latirme, levanto las manos y me tapo la cara...

¡Falló!

Da la vuelta y regresa, pero esta vez dispara sobre Ickes. Veo cómo repentinamente el cuerpo de mi camarada se desploma sin vida. ¡Pobre Ickes!

¡Qué manera más asquerosa, más sucia de pelear! La guerra no es un encuentro de futbol, pero todavía existe algo semejante a un juego limpio.

Desciendo a tierra en un claro del bosque. No tengo idea de si estoy en el lado alemán o tras las líneas enemigas; por lo tanto, empiezo por ocultarme entre la densa maleza. Allá arriba, los americanos vuelan alejándose hacia el occidente.

Es maravilloso este momento de descanso. Enciendo un cigarrillo y me tiendo sobre las sedas del paracaídas, inhalando
pleno de gratitud el humo como si fuera calmante. Como medida precautoria me quito las insignias que llevo en los hombros y me echo a la bolsa la Cruz de Oro Alemana. Llevo puesta una chamarra de cuero americana, una camisa de seda sport color azul oscuro, pantalones ya decolorados y zapatos de calle color negro. La apariencia es tan poco prusiana que nadie podrá reconocerme inmediatamente y decir que soy alemán. Pronto se justifican mis precauciones.

Aproximadamente unos quince minutos después de haber descendido a tierra, veo a cuatro franceses vestidos de civil, que están al otro extremo del claro; gesticulan desatinadamente al hablar. Con mis conocimientos del francés que aprendí en la escuela, puedo entender que andan buscándome. Cada uno de ellos quiere buscar en distinto lugar. Me doy cuenta que están bajo la impresión de que el paracaidista es americano. Los cuatro van armados. Evidentemente son terroristas subterráneos que pertenecen a la Resistencia Francesa.

Saco la pistola que llevo oculta bajo mi voluminosa chamarra de cuero. Los cuatro han empezado a buscar entre la maleza. Es inevitable que me descubran, tarde o temprano, de manera que decido salirles al encuentro. Los cuatro se sorprenden al verme y en un momento me rodean cuatro ametralladoras de mano. Este es el momento en que debo conservar la calma y la astucia. Desde el fondo de sus almas temperamentales, los franceses sienten un odio encarnizado contra los alemanes. No los culpo, porque sin duda sentiría lo mismo si estuviese en su lugar. Ahora, si estos malditos llegan a darse cuenta que soy alemán, me cargarán de plomo, tan seguramente como que Dios hizo las manzanas. De manera que me adelanto con toda serenidad y en la forma más amistosa posible los saludo hablándoles en inglés:

—¡Hola, muchachos!

La expresión severa de sus rostros va cambiando gradualmente hasta dejar dibujada una sonrisa. Me han tomado por un yanqui.

Con mi mejor acento americano, procedo entonces a preguntarles en francés bien mascullado si pueden ayudarme a encontrar a mis "camaradas":

—¿Voulez-vous aider moi trouver mes camerades?

Inmediatamente me explican cuál es nuestra posición. Como a una milla de distancia se halla una unidad blindada americana de tanques Sherman. Sin embargo, debemos tomar nuestras precauciones porque el lugar está todavía infestado de cochinos boches. Se sigue combatiendo en todo nuestro alrededor y en realidad, por primera vez oigo el estallido distante de los cañones.

El más alto de los franceses, que es un tipo completamente repulsivo, lleva en la mano una ametralladora alemana. No me agrada en absoluto su aspecto; se ha quedado atrás, sospechosamente quieto. ¿Acaso duda que sea yo lo que pretendo?

Nos abrimos paso por entre la densa maleza hasta que llegamos al terraplén de un ferrocarril.

Se escucha el repentino tableteo de una ametralladora alemana, cuyo sonido es semejante al de una M.G. 42. Está bastante cerca y los tres franceses que van adelante se dejan caer de bruces, pero el bandido alto permanece de pie muy cerca de donde yo estoy. Evidentemente no tiene intención de perderme de vista. Del otro lado del ferrocarril llega el estruendo que hacen los motores de tanques pesados que vienen acercándose. Les pregunto hacia donde conduce la vía y me dicen que a Amiens.

¡Amiens! ¿Pero es que realmente me desvié tanto durante la lucha en el aire? Hace tiempo que la ciudad ha estado en manos de los americanos. ¡Qué diablos! No quiero pasar el resto de la guerra sentado en un campo de prisioneros en algún lugar de los Estados Unidos.

Me informan que el poblado más cercano es Nesle, de manera que el Canal del Somme debe quedar en alguna parte, hacia el Norte. De acuerdo con los informes matutinos del servicio de inteligencia, se halla todavía en poder de nuestras fuerzas, de manera que tengo que seguir rumbo al Norte. Pero, ¿cómo voy a deshacerme de estos malditos franceses?

Vuelve a escucharse el estruendo de artillería pesada; el sonido viene del oeste. Cautelosamente, los franceses cruzan las vías y me hacen señas de que les siga; pero el grandote permanece atrás de mí, con la ametralladora en las manos. Si no fuera por esto, podría dar media vuelta y perderme entre los bosques corriendo rumbo al norte.

Unos cuantos cientos de yardas más adelante, llegamos a la orilla de una carretera; corta la campiña en línea recta, como flecha y puede verse a millas de distancia.

Nuevamente se escucha el fuego de las ametralladoras que viene de la izquierda. Los tres primeros franceses cruzan el camino con todo cuidado, pero el gigantón se adelanta dos o tres pasos siguiéndolos y después voltea y se me queda mirando. Nuestros ojos se encuentran y tengo la sensación plena de que me ha reconocido. ¡Debo irme! No habrá otra oportunidad para huir, tiene que ser ahora o nunca.

Echo a correr en dirección al bosque, y el grandulón se lanza tras de mí antes de que sus camaradas puedan darse cuenta de lo que pasa. Levanta su ametralladora y empieza a disparar; me dejo caer tras un montón de tierra que hay, y las balas dan en tierra a mi alrededor. El bandido vacía su cargador, debe quitar los ojos del blanco el tiempo suficiente para insertar uno nuevo. Tengo el tiempo preciso para sacar la pistola y botar el seguro; salto sobre él, que ya levanta otra vez el arma y le disparo una sola vez. Es bastante. Rueda muerto con una bala en el cráneo. Le quito la ametralladora y aclaro:

—Lo siento, amigo mío, pero el que da primero vive más.

Jadeante, lucho por abrirme paso entre la densa maleza; las ramas de los árboles me azotan la cara. Sin embargo, los otros tres franceses se han quedado muy atrás.

Quince minutos después tropiezo con una patrulla alemana; son soldados que pertenecen a una de las unidades blindadas. Al llegar a Chauny, el comandante de un destacamento aéreo me presta su automóvil y así, ya tarde, en la noche, regreso al sitio donde está mi pista.

He ocupado un viejo castillo francés para las oficinas de la comandancia. Mi ayudante, el capitán Marschall, el médico, el ingeniero en jefe y el capitán Wessels, que está al mando de las fuerzas de la estación, se encuentran sentados todavía en el comedor y me dan la bienvenida con gran aspaviento. Sin embargo, sus rostros se tornan sombríos y lóbregos cuando les cuento la suerte que tuvieron nuestros camaradas.

Antes de terminar mi historia, recibo una llamada telefónica del ala. El comandante está al otro extremo de la línea y las
noticias que me da son muy poco alentadoras: Los tanques enemigos han hecho un avance inesperado, partiendo de
Chateau-Thierry hacia Soissons y Fismes. En estos momentos se combate ferozmente en derredor de estas dos ciudades. Una de las puntas de lanza compuesta por divisiones blindadas se halla solamente a unas cuantas millas al sur del campo
donde nos encontramos nosotros. Otras fuerzas enemigas nos tienen cortados por el lado Este; la presión que ejerce el
enemigo en el norte va en dirección a Laon.

Si no puede contenerse el avance aliado en el sector de Laon, entonces sí que realmente quedamos en situación más que
crítica; por ende, se da inmediatamente la voz de alarma a todas las escuadrillas y se dan órdenes para que el escuadrón
evacue el campo y se traslade a un punto cercano a la villa de Beaumont en Bélgica. Hace varios días, estuve allí en misión de reconocimiento para encontrar una faja que sirviera de pista de aterrizaje, anticipándome a una posible retirada. Tenemos ya en el sitio una pequeña cuadrilla de avanzada.
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Mensaje por gerkamp » Sab Abr 30, 2011 1:11 am

29 DE AGOSTO DE 1944

Trabajamos incesantemente durante la noche.

Seis horas después de haberse recibido la orden de evacuación, la pista queda completamente despejada. Los puntos de dispersión que usan las escuadrillas, la sala de operaciones del escuadrón y la comandancia, los talleres móviles de reparación, en fin, todo queda desmantelado. 128 vehículos van ya en camino a Beaumont llevando hasta la última pieza de equipo, así como a las tripulaciones de tierra del escuadrón que integran más de 600 hombres.

He dado órdenes para que cada vehículo haga el viaje individualmente, y no se formen convoyes; esto con el fin de reducir el peligro de bombardeos y ametrallamiento desde el aire. Los pocos caminos que no están bloqueados por el enemigo se encuentran congestionados en varias millas por los vehículos que se retiran en convoy.

Los residentes civiles franceses que hay en el castillo se han puesto sus ropas de domingo para dar la bienvenida a los
libertadores americanos con cestos llenos de flores y frutas. Quedan horrorizados cuando los tanques Sherman comienzan a bombardear el edificio. En el momento en que una preciosa chiquilla francesa, hermosamente ataviada y con su mejor vestido está sirviéndome el desayuno a hora temprana, el proyectil lanzado con un mortero estalla en la torre del castillo.

El enemigo ha llegado ya a la villa contigua que está a menos de una milla al sur de donde estamos. Apenas hace
una hora, la escuadrilla Núm. 8 tenía alojados alli a sus ordenanzas. A lo largo del camino que media entre ese punto y nuestro cuartel general, nuestra infantería, sobre la ribera norte del Aisne, va retrocediendo lentamente, cubierta por los tanques y en dirección a Vailly.

Afuera y sobre la pista de despegue, están enrollando el último tramo de cable telefónico que es cargado en el último de los vehículos del escuadrón: un auto de señales, que emprende la marcha cruzando el puente sobre el Aisne.

Desde la loma, al norte de Vailly, me detengo para contemplar por última vez nuestro campo aéreo abandonado y mientras lo hago, los puentes que hay tras de nosotros van siendo demolidos en una serie de fuertes detonaciones.

Mi veloz Ford V-8 resulta ideal para abrirse paso entre el tráfico congestionado y la gran confusión que reina sobre el único camino todavía disponible que conduce a Laon. La misma ciudad fue bombardeada por varias oleadas de "Marauders", apenas una hora antes de que llegasemos a ella y en estos momentos se encuentra en llamas de un extremo a otro. Los caminos de acceso están bloqueados por los convoyes de transporte alemanes que están a merced de los continuos bombardeos y ametrallamientos del enemigo. Se hallan expuestos a dichos ataques y prácticamente indefensos; por dondequiera hay vehículo envueltos en llamas.

Durante varias horas me oculto en un matorral que hay cerca del camino principal. Esperamos que terminen los ataques, pero ya está oscureciendo antes de que podamos atravesar las calles llenas de incendios en la ciudad de Laon.

Hay un problema que me preocupa sobre manera: ¿Qué habrá sido de mi gente?

Manejar de noche, con los fanales a media luz, requiere intensa concentración. El chofer y yo nos turnamos al volante. Convoyes interminables siguen congestionando el camino. Infinidad de vehículos se salen de la ruta o quedan parados. Los miembros de la Resistencia Francesa han sembrado la carretera de clavos y pequeñas minas que explotan al ser tocadas. Me alegro de haber ordenado que pusieran unos cepillos en todos mis vehículos, delante de las ruedas, con el fin de protegerlas contra reventones.

Al amanecer me siento exhausto; la fatiga y la tensión nerviosa de las últimas cuarenta y ocho horas empieza a tener sus efectos. Desvío el carro sacándolo del camino y me oculto en un refugio de madera. Pocos minutos después estoy durmiendo el sueño de los muertos.
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Mensaje por gerkamp » Sab Abr 30, 2011 6:35 am

1º DE SEPTIEMBRE DE 1944

Hasta el último de los vehículos pertenecientes al escuadrón llegó a Beaumont. A pesar de los continuos bombardeos y
ametrallamientos de los aviones durante el día, y las actividades terroristas la Resistencia Francesa por la noche, ni uno solo se perdió en el camino.

Estoy profundamente conmovido, tanto por los informes que recibo sobre la situación que empeora cada momento, como por lo que he visto durante los últimos días sobre las carreteras de Francia.

Parece imposible organizar una resistencia efectiva al avance del enemigo que viene de todas partes. Algunas de las fuerzas selectas, armadas, y unidades de paracaidistas todavía luchan desesperadamente. Sin embargo, hablando en sentido general, nuestros ejércitos sufren más por falta de moral en los combates. Me da náuseas el disgusto de tener que contemplar a nuestras fuerzas de ocupación que se dedican a empacar, sin abrigar el más mínimo pensamiento de presentar resistencia, después de haber sido estacionadas en Francia durante varios años. Su seguridad personal parece
ser todo lo que importa tanto a la administración civil como a los oficiales del gobierno militar. La retirada se ha convertido en una desbandada cobarde y presa de intenso pánico en donde el contacto con el enemigo debe evitarse a toda costa. Durante años, los oficiales y jefes administrativos de estas unidades han estado gozando de una vida de lujos, paradisíaca, en toda Francia. Se ha perdido todo concepto del deber militar fundamental. Sacos y equipajes, es lo que congestiona todos los caminos; los vehículos van atiborrados de cajas llenas de artículos y provisiones personales, producto del pillaje. A menudo sus amigas francesas viajan con ellos para participar en el despojo.

Si llegáramos a perder esta campaña, a la conducta de las mujeres francesas debería atribuirse la mayor parte de las
responsabilidades. Noches de pasión y libertinaje han minado la moral de nuestros oficiales y soldados; no están ya dispuestos a sacrificar su vida por la gloria de la Madre Patria, gracias a la colaboración entusiasta de esas mujerzuelas, aficionadas o profesionales.

Si fuera comandante en jefe, haría una limpia de todos ellos con una orden lacónica y unos cuantos consejos de guerra. Por lo menos eso le debemos a los soldados alemanes que después de tantos años siguen todavía luchando heroicamente en el Frente Oriental. Aquí, en el Occidente la resistencia es esencial, a fin de que nuestros ejércitos de allá, puedan cumplir con su misión histórica y salven a Europa del bolchevismo. La crema de nuestra juventud europea integra las divisiones alemanas junto con las unidades de voluntarios internacionales que ahora luchan por contener el lento pero inexorable avance de la aplanadora rusa. No se detendrán nunca si ahora cedemos a su empuje.

El destino de mi escuadrón no se ha resuelto todavía. Por el momento, tengo órdenes de construir otra pista cerca de Manches. Tengo aproximadamente 1,000 soldados y otros tantos trabajadores civiles belgas que están dedicados a esta labor.
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gerkamp
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Diario de un piloto aleman

Mensaje por gerkamp » Sab Abr 30, 2011 6:51 am

10 DE SEPTIEMBRE DE 1944

Todavía no llegan ni pilotos ni aviones de repuesto.

Hace varios días que el escuadrón fue trasladado al Westerwald. En varias ocasiones he volado junto con la Escuadrilla de la Comandancia del Ala. La lucha contra bombarderos enemigos me ha dado oportunidad de aumentar todavía más el récord de aviones que he derribado hasta la fecha.

Aquí, en el Reich, la situación es completamente caótica desde que Himmler, el líder del Reich, se hizo cargo de las fuerzas de reserva. Tal parece que el Führer está transfiriendo el mando de las fuerzas armadas, de manos de sus propios jefes militares, a las de los líderes del partido político. La reputación que Hitler estableció para sí mismo, a comienzos de la guerra, como "el más grande genio militar que ha conocido el mundo", se está evaporando lenta pero definitivamente. Mejor haría en dejar que sus generales experimentados se encargaran de dirigir la guerra.

Hace pocos días asistí a una junta celebrada con el general Galland, Jefe del Comando Aéreo de Combate. Existe la posibilidad de que mi escuadrón sea dado de baja totalmente, debido a la extraordinaria dificultad que representa volver a dotarlo de la fuerza que anteriormente tenía. La producción de nuestra industria de aviones se ha visto seriamente disminuida por los constantes ataques aéreos que lanzan los aliados. Casi todas las fábricas de hidrogeneración han sido destruidas, y la escasez de combustible se ha convertido en un grave problema.

Además, el mayor obstáculo con que se tropieza para reorganizar mi escuadrón, parece ser el problema de reunir el personal capacitado. La gran mayoría de pilotos de combate experimentados han perecido en acción o están heridos.

Tanto en el Frente Oriental como en el Occidental, día a día nuestras líneas del frente van acortándose poco a poco. Seguimos todavía en espera de la nueva "arma secreta".

Particularmente nosotros, los pilotos de combate, anhelamos vehementemente el momento en que los aviones de propulsión a chorro sean lanzados al frente de operaciones. De acuerdo con una orden idiota que dio Hitler hace varias semanas, los primeros aparatos de esta índole que salgan de la planta armadora, serán usados únicamente para ejercer represalias.

En actitud colérica, Hitler desoye las protestas que hacen todos los comandantes de la unidad de combate; no solamente de Galland sino hasta del mismo Goering. Tenemos prohibido discutir, ni siquiera la posibilidad de usar con efectividad los aviones de propulsión a chorro en nuestras operaciones.

En defensa del Reich, el Comando Alemán de Combate está sangrando lenta pero mortalmente. Ingleses y americanos están arrasando materialmente nuestras ciudades y fábricas con precisión implacable, y prácticamente sin la menor oposición ¡En estas condiciones Hitler tiene la sola obsesión de ejercer represalias!

Si tan solo pudiéramos contar con una o dos alas que operaran con el nuevo ME 262, habría todavía una oportunidad de que el Comando Alemán de Combate Aéreo lograra salvar la situación. Si no se lleva a cabo esto, la guerra aérea estará perdida.
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Mensaje por gerkamp » Sab Abr 30, 2011 6:58 am

2 DE OCTUBRE DE 1944

Hace dos días fui trasladado a la Octava División de Combate. Mi escuadrón ha sido transferido al Río Danubio, al Norte de Viena. Aquí recibiré a los pilotos y aviones de repuesto antes de ser comisionado para entrar en accion en el sector húngaro.

Tuve hoy en la mañana un encuentro feliz. El primer oficial de Estado Mayor de la División, me llevó a recorrer las oficinas generales para presentarme a los jefes de los distintos departamentos. En la Sección de Inteligencia, ¿a quién habría de encontrar si no al primer teniente Günter Gerhard? Apenas puedo creer lo que veo, porque se trata de mi viejo amigo, a quien hace dos años reportaron como muerto en combate. A Günter también le informaron que yo había caído en el gran panteón de occidente.

Esta ha sido una de las sorpresas más felices que he tenido en el curso de la guerra. A solicitud mía, Günter es trasladado inmediatamente a mi escuadrón, para sustituir al capitán Marschall, ocupando el puesto de uno de mis ayudantes. Mi viejo amigo se siente también encantado de cambiar su existencia más bien lúgubre en el estado mayor del Cuartel General por la limpia atmósfera de una unidad en campaña.

7 DE OCTUBRE DE 1944

Durante los últimos días hemos tenido una corriente ininterrumpida de pilotos de repuesto que llegan comisionados a presentarse ante mí en la sala de operaciones. Entre ellos, hay viejos rostros familiares de hombres que vuelven al servicio activo después de sanar de las heridas que sufrieron; algunos son antiguos pilotos bombarderos, cuyas unidades han sido licenciadas.

Nuestros aviones deben llegar en el curso de unos cuantos días. Sólo me resta tener cruzados los dedos en espera de que por fin sean aparatos de propulsión a chorro.
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Mensaje por gerkamp » Sab Abr 30, 2011 7:12 am

9 DE OCTUBRE DE 1944

El día de hoy se echan por tierra todas mis esperanzas de futuras operaciones.

Poco después de la media noche, recibí instrucciones telefónicas para trasladarme a Anklam, en la Alemania del Norte. Debo adelantarme, haciendo el viaje por tierra, para asistir a una conferencia de comandantes de las unidades de combate, que ha sido convocada por el Mariscal del Reich Goering.

Después de dar las órdenes necesarias para el movimiento del escuadrón, emprendo la marcha a las 3:00 hs en un automóvil, acompañado del primer teniente Gerhard y un chofer. Debemos hacer el viaje en treinta y seis horas, vía Praga, Dresden y Berlín, hasta llegar a Anklam. Como no podemos estar seguros de obtener combustible en el camino hemos colocado todo el que necesitamos en unas latas que montamos en la parte trasera del auto.

En la tarde, a eso de las 16:00 horas nos detenemos en una posada de la villa de Czech para tomar breve descanso y beber una taza de café. Ya refrescado, tomo el volante e iniciamos nuevamente el viaje. No hemos hecho ni un kilómetro, cuando el auto se bambolea impulsado por una explosión. Rota la dirección y ya sin control, nos estrellamos contra el parapeto de un puente. Gerhard, que iba junto a mí, sale disparado por el parabrisas y se rompe una pierna; el chofer, que venía atrás, logra salir ileso del accidente, pero a unos cuantos pasos de distancia cae desmayado. Yo he quedado sujeto detrás del volante. La explosión me hirió, tengo incrustados en las piernas varios trozos de granada y la sangre mana hasta fuera de mis botas. Preso de la desesperación, hago el intento de zafarme procurando arrastrarme. El ruido de un auto que se aproxima queda repentinamente ahogado por el de una segunda explosión; se siente una fuerte sacudida, y un Volkswagen en llamas se estrella contra mi auto, rebota con el impacto, derrapa atravesándose en el camino y rueda descendiendo por el talud del terraplén que queda al otro lado. Haciendo frenéticos esfuerzos logro por fin alejarme del sitio del accidente.

Tengo destrozada la rodilla izquierda, al igual que la pelvis. Arrastrándome sobre las espaldas, dolorosa y lentamente puedo moverme sosteniéndome sobre los codos hasta llegar a la zanja que corre a un costado del camino.

Transcurren dos horas antes de que nos recoje la unidad de salvamento. El chofer del segundo vehículo ha muerto. Se descubre que la destrucción de los dos carros fue provocada por medio de minas. Se trata de sabotaje, cometido por el movimiento terrorista checo que funciona subrepticiamente.

Durante la noche somos trasladados al hospital de la fuerza aérea en Praga, donde se hace necesario operarnos inmediatamente tanto a Günter como a mí. Se me ha inflamado y decolorado la pierna izquierda. En principio, el cirujano que va a operar quiere amputar, porque no ve ninguna posibilidad de salvarla. Estoy completamente desesperado.

No tengo el menor deseo de pasar el resto de mi vida convertido en inválido. Durante dos horas y media operan hasta que por fin logran remendarme la rodilla en la mejor forma que les es posible.

Entablilladas las dos piernas, me conducen a una sala donde también está acostado Günter con una pierna entablillada; hay además otros enfermos que sufren de heridas graves.

Pido a una de las enfermeras que me traiga el maletín, de donde saco una botella de brandy. Günter y yo la vaciamos en pocos minutos y de esta manera no siento el menor dolor durante toda la noche.
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Mensaje por gerkamp » Sab Abr 30, 2011 7:19 am

3 DE DICIEMBRE DE 1944

Durante ocho semanas interminables, he estado acostado con el molde puesto, imposibilitado de todo movimiento. Günter se halla en la cama de al lado. La monotonía de los días se interrumpe solamente con los dolores que sufrimos durante la noche.

Han sanado bien las heridas que tenía en la rodilla izquierda; pero la pierna derecha ha quedado inválida permanentemente, y no me queda otro remedio que resignarme ante la realidad de los hechos.

El doctor ha prometido dejarme levantar pronto. Mañana en la mañana me quitarán el entablillado.

4 DE DICIEMBRE DE 1944

En la mañana temprano me quitaron el molde. Tengo las dos piernas terriblemente delgadas. La rodilla derecha todavía sigue demasiado tiesa; me siento tan débil que apenas puedo sentarme en la cama; quiero levantarme, ver si puedo estar de pie, si podré caminar; pero cada vez que trato de poner un pie en el suelo me da vértigo.

7 DE DICIEMBRE DE 1944

Hace dos días di mis primeros pasos, con muletas, dentro de la sala. Ayer me aventuré a salir al corredor.

Hoy haré el intento de salir a dar un paseo corto, a la orilla del Río Moldau. Estoy resuelto a andar otra vez, aun si tal cosa requiere aprender como cuando era niño; de todas maneras tengo que lograrlo.
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Mensaje por gerkamp » Sab Abr 30, 2011 7:29 am

10 DE DICIEMBRE DE 1944

Cada día recorro mayor distancia en mis salidas. Con la ayuda de una de las enfermeras pude llegar hasta el teatro; para una persona sana es un paseo a pie de no más de diez minutos, pero yo tardé más de una hora. Tengo las manos llenas de escoriaciones y ampollas, pero es indudable que voy progresando en forma definitiva.

12 DE DICIEMBRE DE 1944

Me han enviado a un sanatorio en los Alpes austriacos para que reciba un tratamiento a base de baños de radio. La rigidez de la rodilla izquierda va desapareciendo gradualmente; pero la pierna derecha está todavía inutilizada; cuelga de la cadera lesionada y para siempre será como cinco centímetros más corta que la otra.

Me paso las horas caminando con muletas sobre la nieve; los paseos son largos y fatigosos. Todos los días tomo un baño caliente con aguas que contienen radio; se supone que estos baños obran como estimulantes de los músculos y las articulaciones.
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Mensaje por gerkamp » Sab Abr 30, 2011 7:36 am

16 DE DICIEMBRE DE 1944

Son fatales las noticias que nos llegan sobre la guerra En mis mapas he ido siguiendo el avance del enemigo tanto en el frente Oriental como en el Occidental. He llegado a la conclusión de que ya es imposible obtener la victoria.

No creo que la guerra tenga un final decisivo, ni que haya vencedores y vencidos. El único modo de estimar la verdadera proporción de la victoria es por el tiempo que dure la paz, y no veo cómo puede haber una paz duradera en el mundo mientras siga existiendo el bolchevismo. De acuerdo con las teorías comunistas de revolución mundial, llegará el día en que el bolchevismo se lance a la conquista de todas las naciones. El precio que habrá de pagarse por una paz de esa naturaleza es la esclavitud de todos los países y por consiguiente de la humanidad entera.

19 DE DICIEMBRE DE 1944

Lilo ha logrado arreglar mi traslado al hospital de la marina en Sanderbusch, que queda a sólo unos cuantos kilómetros de Jever. (Más tarde, lo ocupó el ejército canadiense y fue designado como el Hospital General Núm. 7 de las Fuerzas del Canadá). Tenemos allí una casita encantadora, que Lilo ha convertido en verdadero hogar. Allí está en estos momentos, esperándome acompañada de nuestras dos hijas. Queremos estar juntos, pase lo que pase, durante los últimos y más aciagos días de la guerra.
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Mensaje por gerkamp » Sab Abr 30, 2011 7:43 am

22 DE DICIEMBRE DE 1944

Y en muletas emprendo el viaje para ir a encontrar a mis seres queridos. Todo lo que me importa es llegar a casa; la guerra ha terminado para mí, que estoy hecho un inválido.

Salzburgo ha sido intensamente bombardeada poco antes de que llegue el tren en que viajo. Nos trasbordan abordo de camiones y así cruzamos la ciudad hasta llegar a la próxima estación de ferrocarril. Somos veinte los que estamos considerados como casos de heridas graves.

Cuando llegamos a Rosenheim, donde tendremos que esperar el tren que nos lleve a Munich, ya es de noche y hace un frío horrible. Llueven más bombas que destruyen la estación del ferrocarril. Miles de personas corren huyendo despavoridas, mientras se oye el silbido de las bombas que cruzan el aire. Nosotros, que estamos imposibilitados de correr, nos tendemos en el suelo y permanecemos abrazados a la tierra hasta que pasa la tormenta de metal; después nos apiñamos para no helarnos, hasta que varias horas más tarde, llega el primer tren.

Cuando llegamos a Munich, la estación del Este se halla en llamas. Los ingleses han estado bombardeando también la ciudad. Las enfermeras me ayudan cuando no puedo caminar más. Mis camaradas se quedan en el hospital de este lugar.

El tren tarda siete horas para llegar a Augsburgo. En condiciones normales el viaje se hace en una hora solamente. A lo largo de la línea, los bombardeos nocturnos han hecho pedazos la vía permanente.

En la estación de Augsburgo, me llevan a una tienda de campaña instalada por la Cruz Roja. Es imposible seguir adelante, estoy muerto de cansancio. Lo único que quiero es cerrar los ojos y dormir... dormir... dormir...
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