Diario de un piloto aleman

Organización y despliegue de las fuerzas aéreas. Aviones de combate.

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Mensaje por gerkamp » Sab Abr 23, 2011 8:16 pm

Expongo un diario escrito por un aviador aleman en primera persona. Es por fechas y se relatan batallas en el aire asi como la convivencia. Es muy interesante ya que refleja tambien como veian los alemanes a la guerra. Lo ire completando de a poco.
Todos los textos que expondré estan expuestos en el libro: ''Yo vole para el Fuhrer''; titulo original ''Ich fluchte für den Fuhrer''; impreso en Mexico por la editorial Diana S.A. en enero de 1961. El autor de estos apasionantes relatos es Heinz Knoke. La introduccion esta escrita por terceros.
INTRODUCCION

La primera vez que tuve este manuscrito en mis manos, me dije: ''Hasta que al fin tenemos un relato genuino del otro lado''. No solamente los que servimos en la RAF, sino tambien los millones de seres que estuvieron atentos al resultado de los combates aereos durante la segunda guerra mundial, experimentamos, de tiempo en tiempo, una enorme curiosidad respecto a nuestros contrincantes que formaban la Fuerza Aerea alemana. ¿Acaso su actitud en la guerra era similar a la que guardabamos los pilotos ingleses? ¿Cual habia sido la reaccion de estos hombres ante la decision tomada por Hitler, de no invadir Gran Bretaña? ¿Cual era la impresion que tuvieron al enfrentarse a la gran armada aerea de los aliados, al acercarse el fin de la espantosa conflagracion? Muchas de las respuestas pueden encontrarse en este diario de un piloto de combate alemán.

Desde que terminó la guerra, mucho ha sido el material que nos ha llegado del otro lado; pero la mayoria de los libros que hacen el relato desde un punto de vista aleman, a pesar de ser historicamente valiosos, son en gran parte, reminiscencias de gentes que ocupaban altos puestos en la administracion alemana: tales como generales y politicos. A mi modo de ver, el merito que tiene el libro de Herr Knoke estriba en que, de manera sencilla y sin rebuscados adornos, cuenta la historia de uno de los que pelearon una guerra ardua y ordinaria. Casi inconscientemente dibuja la imagen reveladora de las juventudes hitlerianas. Sería menos autentico si no lo hiciera. Pudo haber la tentacion de omitir con tacto algunas de las breves referencias politicas hechas por el diarista, pero tales omisiones servirían solamente para desfigurar la imagen que nos brinda.

La genesis del libro no carece de interes. El señor John Ewing, que lo tradujo al ingles, ejerce la abogacía en Vancouver, pero en aquel entonces era oficial de la RCAF (Real Fuerza Aerea Canadiense), y cuando en mayo de 1945 Alemania se rindió, estaba encargado de supervisar e interrogar a los miembros de la Luftwaffe que se habian rendido. Su cuartel general estaba situado en Jever, donde el campo aereo habia sido ocupado por la RCAF. Relata su primer encuentro con el autor del libro con estas palabras:

-Al ser interrogado Knoke, demostró poseer una inteligencia excepcionalmente aguda y una personalidad demasiado atractiva. Parecía ser una lastima que hubiera peleado en el bando equivocado. Su hoja de servicios reclamaba el respeto de cualquier miembro de la aviacion. Hasta donde puedo saber, ningun otro piloto aleman que pudiera igualar su hazaña de 52 aviones aliados derribados en el frente occidental, ha sobrevivido para contar la historia. Despues de haberlo escuchado, consideré que las circunstancias eran verdaderamente excepcionales y nos estrechamos la mano (cosa por demas rara en aquel tiempo).

Despues estuvieron en contacto diario. Por razones de seguridad, Ewing estimó conveniente mantener a Knoke bajo constante supervision; hizo los arreglos para obtener el licenciamiento con la prioridad que otorgaba la Luftwaffe y lo comisionó para hacerse cargo de las finanzas de la Luftwaffe local.

-Abiertamente se mostró contrariado por tener que despojarse de su muy condecorado uniforme- continua diciendo el señor Ewing -y a pesar de su ignorancia de los metodos contables, misma que yo compartía, no pasó mucho tiempo antes de que lograse organizar un sistema eficiente, para lo que fue ayudado por su esposa Lilo, que antes de la guerra habia trabajado como vendedora de libros. Poco a poco fueron suavizandose las ordenes de no confratenizar con el enemigo y llegué a convertirme en asiduo visitante de la casa de los Knoke, donde siempre se me recibió con la mas cordial bienvenida. En cualquier lucha de ingenio, Knoke era mas capaz de salir airoso, y fueron varias las veces que nuestras discusiones pudieron resolverse unicamente ante el recordatorio de que, despues de todo, eran ellos los que habian perdido la guerra. Su audacia parecía no tener limites. En cierta ocasion, el mayor britanico, alcalde de la ciudad, se presentó a pedirle la casa, pero Knoke usó argumentos tan convincentes que lo indujo a cambiar de opinion e ir en busca de otros alojamientos. A menudo me senti impulsado a confinarlo tras las alambradas de puas, pero tal cosa parecía carecer de todo espiritu de justicia.

En 1946, cuando los canadienses abandonaron Alemania, el señor Ewing habia llegado a ocupar el puesto de juez en el gobierno militar. Despues de obtener su licenciamiento del ejercito, pasó un año mas como miembro de la comision de control, antes de regresar a su pais de origen. Durante ese tiempo estuvo en contacto con Knoke, para quien resultaba dificil ajustarse a las necesidades de una vida civil, y se habia dedicado a escribir, como medio de escapar de su situacion precaria. Ewing le sugirió que escribiese un relato sencillo y veraz de su propia vida. El resultado se halla en este libro.

Como dato adicional puede mencionarse que para 1951 Knoke habia logrado obtener fama de orador politico y en ese mismo año fue electo miembro de la legislatura de Sajonia inferior y del partido socialista del Reich. Cuando la suprema corte de la republica federal alemana, en 1952, declaró ilegal el partido, las actividades politicas de Knoke quedaron suspendidas, por lo menos temporalmente.

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Mensaje por gerkamp » Sab Abr 23, 2011 10:21 pm

''LOS PRIMEROS AÑOS''

Casi todo el mundo conoce la historia del flautista de Hamelin.

Todavía en nuestros días lleva el nombre de Koppenstrasse, el camino que recorrieron en Hamelin los chicos que nunca más habrían de volver. A sus lados se levantan casas feas y grises que tienen patios angostos y sucios. Durante el verano, la superficie áspera del camino se convierte en una trampa de polvo; hay multitud de baches que durante las lluvias de primavera y verano se tornan en grandes y profundos lodazales. Aún no ha sido pavimentado y termina en angosta vereda que conduce a los campos y hortalizas que quedan al pie de la montaña Koppenberg.

Pasé mis primeros años en ese camino; cierto que no era nada atractivo, pero tampoco yo era un niño bonito; tenía el pelo rojo y estaba plagado de pecas.

Mi padre era policía. Durante la Primera Guerra Mundial fue Sargento de Estado Mayor, Décima Compañía, 18 Regimiento de Infantería. Era hombre de aspecto impresionante y un gran soldado. Después y durante muchos años prestó sus servicios en el cuerpo de policía de la ciudad, admirado y respetado por todos sus conciudadanos. Ganó una condecoración en la Batalla de Flandes, pero fue hecho prisionero en las afueras de Yprés, en el año 1915. Pasó cuatro largos años como prisionero de guerra en el campamento isleño de Belle Ile, en la Bahía de Vizcaya.

Regresó en 1919 y se casó. Ana era la más atractiva de las hijas del carpintero y albañil Wilhelm Maertens. De su padre heredó la terquedad así como un gran sentido del humor. Hasta hoy, sus ojos pueden iluminar jovialmente sus facciones suaves, sin arrugas, que nimba su pelo blanco. Siempre pensé que mi padre había demostrado su buen gusto al casarse con Ana y que yo habría hecho lo mismo en su lugar.

Nací el 24 de marzo de 1921, un año y ocho días después del casamiento de mis padres. Lejos estaba yo de ser el niño ideal. Mi padre tuvo que educarme con dureza, cuidando de que desde mi más temprana edad fuese acostumbrándome al concepto prusiano de orden y disciplina. El elemento principal que utilizó para educarme fue una larga correa con la que mis espaldas llegaron a familiarizarse penosamente. El sargento de la Plana Mayor me trató como nuevo recluta y, sin embargo, sé que me quiso, por lo que ahora le estoy agradecido, a pesar de las buenas zurras que me dio y que, a decir verdad, debo confesar fueron bien merecidas.

Como sitio de recreo tuve las barrancas, el cuartel donde había el campo para desfiles y las caballerizas, así como las cuadras de alojamiento, con sus largos corredores y espaciosos vestíbulos. Desde muy chico aprendí a usar un rifle, limpiarlo, apuntar y dispararlo; también me enseñaron a armar una ametralladora y colocarla en posición de tiro. Nunca me asustó el ruido de los disparos. Los soldados eran mis amigos y mis compañeros de juego; juntos pasamos muy buenos ratos.

Corrieron los años. Era raro que algún acontecimiento emocionante llegara a perturbar la paz y calma de la vida propia de nuestra ciudad, que, como siempre, se extendía al pie de suaves pendientes en las colinas sombreadas de árboles. Las aguas del río seguían deslizándose, atravesaban el pueblo, se arremolinaban y caían sobre dos amplias esclusas; parte de ellas era desviada para el abastecimiento de fuerza motriz con que operaba el gran molino de harina que había en la isla. Los remolcadores luchaban contra la corriente y arrastraban largas hileras de chalanas y barcazas de carga vacías. Balsas difíciles de manejar y lanchones pesadamente cargados zarpaban y se deslizaban río abajo, en dirección al valle, más allá de los muelles y hermosas y limpias calzadas que servían de paseo en las márgenes del río. Durante el verano, llegaba gran número de turistas que viajaban en ferrocarril o en automóvil. La atmósfera de romántica época medieval que envolvía a la ciudad era un gran atractivo y se traducía en buenos negocios para los hoteles, restaurantes, tiendas y guías de turistas, etc., especialmente si los domingos hacía un buen día.

Fue ahí donde crecí, feliz y ajeno a toda preocupación durante mi niñez.

Para 1931 había terminado los cuatro años de escuela elemental y asistía a la secundaria. Era éste un instituto muy antiguo y de arraigos tradicionales. Nunca fui un alumno estrella, como tampoco había sido un angelito durante mis primeros años. Por supuesto, cometí cuanta falta puede ser conocida en el calendario escolar y creo haber sido un tormento perfecto para mis maestros que parecían considerar mi comportamiento como cosa natural y nunca me guardaron permanentes rencores o mala voluntad.

Nunca olvidaré al decano del colegio, el anciano doctor Trobitius, hombre extraordinario y digno de toda consideración. Era una lástima que enseñara matemáticas, química y biología, porque las únicas materias que me interesaban eran filosofía, idiomas, historia y arte. También me encantaban los deportes, especialmente remar; por cierto que en el verano de 1937 llegué a ser capitán del Club de Remos de la escuela. En mi clase todos teníamos que tomar lecciones de baile. Poco era el tiempo que quedaba para dedicarlo al estudio; de manera que, hablando en sentido general, convertí en una práctica el no asistir nunca a las clases de biología o química. Casi durante seis meses pude pasármela de ese modo, pero llegó el día en que las autoridades escolares me descubrieron y estuve a punto de ser expulsado de la escuela.

Fui llevado ante el Director. Por cuanto se refería a nosotros, era la personificación completa de toda autoridad; hombre alto, delgado, con facciones de sabio y aspecto impecable.

Estaba sentado tras enorme escritorio y fumaba un tabaco Virginia; a su lado, en cómoda silla, se había desplomado Trobitius, con su reluciente calva. Ambos me ignoraron por completo, haciéndome sentir intranquilo. Me remordía la conciencia. Quizás no había sido tan vivo como me lo suponía.

Por fin, el Director me preguntó por qué había dejado de asistir a las clases del doctor Trobitius.

Habría podido idear alguna excusa, como estar enfermo de la garganta o padecer un dolor de estómago, o cualquier otro pretexto por el estilo; sin embargo, en aquella ocasión decidí confesar la verdad. Ciertamente, no soy de los que creen que siempre debe decirse sólo la verdad; pero pensé que en aquel momento era una buena idea hacerlo. No quería sentirme avergonzado de haber dicho mentiras al estar delante del Director. Además, según mi opinión, la verdad podía hacerles buena impresión y, por ende, reduciría la severidad del castigo.

Con toda franqueza le dije al Director que no me interesaban las clases que impartía el doctor Trobitius, que su enseñanza era árida y fastidiosa. Por supuesto, al oír eso, por poco se desmaya el instructor. El Director me miró asombrado, porque esperaba alguna de las excusas habituales, pero reaccionó inmediatamente y durante varios minutos me regañó atronadoramente; sin embargo los rayos cayeron sobre el pobre ancianito Trobitius, después que fui retirado de su presencia.

No se me impuso ningún castigo, y pasado el incidente tuve la impresión de que las clases que impartía el viejo profesor eran ya más interesantes...

Aquel verano, mientras asistía a la clase de baile, me enamoré por primera vez. La adoraba con todo el ardor romántico de mis dieciséis años. Se llamaba Lieselotte y su padre era doctor; en cuanto a la que hubiera sido mi suegra, era una dama de la alta sociedad y no podía estar de acuerdo con nuestras relaciones porque mi padre era sólo un policía común y corriente.

También en aquel tiempo empecé a escribir por primera vez. Tuve la suerte de poder vender algunos artículos y cuentos cortos que me produjeron algo de dinero para mis gastos personales; además, compuse unos poemas para Lieselotte, que se mostró encantada con ellos.

Al año siguiente me enamoré locamente de Annaliese. Tenía el cuerpo de una diosa. Le dediqué los mismos poemas, a los que sólo tuve que cambiar el nombre, y quedó igualmente complacida.

Tanto a Lieselotte como a Annaliese les juré amor y devoción eterna, pero cuando llegué a ser aviador quebranté todas mis promesas. Todavía me alegra recordar que ni mi pelo lacio y rojo ni las pecas que cubrían mi nariz fueron obstáculo para que me quisieran.

En aquellos días, aparte de querer a Lieselotte y Annaliese, sentía gran amor por la vieja escuela, por nuestro pueblo de rincones extraños y únicos, por sus calles angostas y por la navegación en el río. En verdad que amaba la vida.

En el año de 1931 me hice miembro de la Asociación de Boy Scouts (Pfadfinderbund). Acostumbrábamos vagar por todas partes de Alemania, pasando las noches en campamentos, dando largos paseos a pie, desarrollando un sentimiento de camaradería y cantando a coro alrededor de las hogueras.

El 30 de enero de 1933, cuando los nazis subieron al poder, tenía yo doce años. Me acuerdo perfectamente de aquel día. Las tropas de asalto (SA) se apoderaron de la Casa del Ayuntamiento a eso del mediodía y trataron de izar la bandera de la esvástica. A la sazón, mi padre estaba de guardia en el edificio y junto con otros dos oficiales de policía arriaron nuevamente la bandera. Durante muchos años el incidente no fue olvidado y siempre se le acusó de haber sido el responsable de tal proceder.

Pocas semanas más tarde, un domingo se celebró un servicio religioso dedicado a las distintas organizaciones de jóvenes. Fui uno de los boy scouts que asistieron a la iglesia. Al salir a la plaza del mercado, nos asaltaron los miembros de la Juventud Hitlerista (HJ) y sobrevino una violenta pelea callejera en la que tuvo que intervenir la policía.

Al efectuarse una reunión interseccional de exploradores en Lüneberg, a la que concurrieron 20,000 muchachos, las Juventudes Hitleristas trataron de derribar los campamentos; luchamos contra ellos y los vencimos en toda la línea. Como consecuencia, fue suspendida la reunión por órdenes del Ministro del Interior, y el campamento tuvo que ser levantado en unas cuantas horas. La Asociación de Boy Scouts fue declarada organización ilegal y todos fuimos incorporados, colectivamente, a la Juventud Alemana de Menores (Jungfolk), que era una subdivisión de las Juventudes Hitleristas. Los que habíamos sido exploradores, permanecimos unidos y formamos una tropa (Fahnlein) continuando nuestros paseos a pie, levantando nuestros campamentos y cantando como antes lo hacíamos.

En 1935, cuando cumplí los catorce años, llenaba ya el requisito para ser admitido en las Juventudes Hitleristas propiamente dichas, pero rehusé la oportunidad que se me brindaba. Sin embargo, dos años más tarde cedí ante la presión que se me hizo y entré a formar parte de la Juventud Mecanizada de Hitler. Muy pronto surgieron las dificultades con las autoridades, porque, como capitán que era del Club de Remos de la escuela, se me consideraba, en sentido general, como de ideas reaccionarias. Durante las regatas y después de una carrera de lanchas, se produjo un incidente en el que algunos de los miembros del club se vieron involucrados en una lucha contra la Juventud Hitlerista Streifendienst, que era algo así como una fuerza de policía integrada por muchachos. A fin de evitar la desgracia de ser expulsado de las Juventudes Hitleristas, volví a incorporarme a la división integrada por la Juventud Alemana de Menores, donde me hice cargo de la organización y supervisión de deportes y campamentos para los chicos. De este modo pude reducir al mínimo los ejercicios militares y regimentación, fomentando la libertad, el buen humor y la camaradería.

Las Juventudes Hitleristas eran como cualquiera otra organización nazi. Llegaron a hacerse intolerables porque no supieron aplicar correctamente, en la práctica, los principios fundamentales del nacionalsocialismo. Sin embargo, hay que tener presente que estos principios e ideales subyugaban materialmente a los jóvenes y que los sosteníamos con el máximo entusiasmo, habiendo podido enorgullecernos del resurgimiento poderoso de nuestro amado país durante los años en que éramos todavía muy jóvenes.

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Mensaje por gerkamp » Sab Abr 23, 2011 10:30 pm

Fue el 6 de julio de 1938 el día en que hice mi primer vuelo.

Aconteció durante una exhibición aérea en que un viejo aparato de transporte despegaba de un extenso campo situado en las afueras de la ciudad. Un vuelo de recreo, por quince minutos, costaba solamente unos cuantos marcos.

Ya entrada la tarde, me vi sentado y amarrado a uno de los asientos que había en el interior del pesado aeroplano. Pusieron el motor en marcha, el aparato se movió dificultosamente hasta llegar al extremo del campo lleno de baches y levantó el vuelo. Rugió la máquina, se sintieron uno o dos brincos más y el césped se hundió, alejándose de nosotros. Estaba volando.

Subimos. Frente al asiento había una pequeña cajita marcada: "mareo", que contenía unas cuantas bolsas de papel. No pude explicarme el motivo de esto; no se sentía el menor balanceo, no había bolsas de aire, absolutamente ningún movimiento fuera de la suave vibración del asiento. Y ascendimos más y más...

Desde arriba, mi ciudad natal parecía ridículamente pequeña. Pronto estuvimos por encima del nivel de las cimas de los montes circundantes; el horizonte que se ampliaba se desvaneció en un resplandor que ofuscaba; disminuyó el tamaño de los campos y se convirtieron en un gran mosaico de tierra donde se dibujaban pequeñas figuras geométricas cuyos colores variaban del verde oscuro en las praderas sobre las márgenes del río hasta el amarillo brillante en los sembradíos de mostaza; cruzaban el terreno caminos y ferrocarriles, así como la cinta serpenteante y plateada del río; el paisaje estaba salpicado por diminutas ciudades de juguete cuyas casas tenían tejados de color rojo y negro, así como por bosques y secciones de césped que formaban claros sobre el lomerío; todo el cuadro era una mezcla de colores gloriosamente coordinados. Aquí y allá se distinguían pequeñas manchitas que no eran sino automóviles o carretas sobre los caminos; si aparecían en el río, eran lanchas o balsas. Un tren en miniatura se arrastraba sobre la vía del ferrocarril, a semejanza de un gusano negro.

Cuando viramos, tuve la impresión de que el cuadro en toda su magnificencia se había inclinado, como si se tratara de la cubierta de una mesa. Contemple las nubes que teníamos muy cerca y pensé: "¡Adelante, volemos más alto que ellas!" Fue entonces cuando decidí que algún día volaría por encima de las nubes. Sentí tristeza al darme cuenta de que empezábamos a perder altura; la tierra vino a nuestro encuentro y pronto, demasiado pronto, todo había terminado.

Todavía estaba rojo de emoción cuando conté a mis padres las impresiones de aquel primer vuelo. Se echaron a reir, y años más tarde volví a notar la misma sonrisa en sus rostros cuando, ya como veterano piloto, les hablé de los dos mil o más vuelos que había hecho. Quizá también en esta nueva ocasión me sonrojo al hacer mi relato.

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Mensaje por gerkamp » Sab Abr 23, 2011 10:42 pm

''VERANO DE 1939''

El verano marca el momento culminante del año. Por naturaleza me inclino a reconocer los años de mi vida por los recuerdos del verano, en que los días son tibios y soleados y las noches llenas de dulces susurros. Para Alemania, el año de 1939 está lleno de acontecimientos extraordinarios que afectan, en forma decisiva, la vida del pueblo alemán. Ese verano marca el término de los días felices y tranquilos que pasé en mi juventud. Una vez más vago por entre los bosques de pinos y hayas que cubren la montaña, o por los fértiles maizales y las praderas del valle: y una vez más, también, me deslizo sobre la corriente del Río Weser en una frágil canoa.

Annaliese convive conmigo este verano, el más encantador de todos. Juntos recorremos los claustros del monasterio de Mollenbeck y escuchamos el órgano que canta en la vieja abadía de Fischbeck. El sol nos quema la piel cuando recorremos en motocicleta el Bosque de Teutoburg o cruzamos el valle del Exter hasta llegar a Solling, y juntos, también, trepamos por los riscos del Hohenstein o nadamos en las frescas aguas del Weser.

No nos preocupan las densas nubes de tormenta que se forman en el horizonte político. ¿Qué diferencias pueden originar en nuestras vidas, aun cuando la tensión internacional de Europa llegase al punto más crítico? Durante los últimos años, Alemania ha ido deshaciéndose más y más de las cadenas impuestas por el Tratado de Versalles. ¿No tenemos derecho a vivir como un pueblo libre sobre la faz de la tierra?

¿Necesidad, pobreza, desempleo? Han dejado de existir en el Tercer Reich; por consiguiente, ¿es extraño que Austria busque la unión con un Reich poderoso y próspero? Parece cosa de sentido común y nada más, que el territorio sudetino haga lo mismo y que Memel trate de librarse del yugo lituano.

En todas partes de Europa las poblaciones alemanas tienden los brazos a Hitler. Sucede lo mismo por dondequiera que vamos. En la Gran Convención del Partido Nacional celebrada en Nuremberg, o durante las festividades de la siega en los villorrios locales sobre el Bückeberg, que sólo queda a cinco millas de Hamelin, soy únicamente uno de muchos millones de jóvenes entusiastas que tienen fe absoluta en Hitler y se dedican a él sin la menor reserva.

Annaliese y yo gozamos de un verano tranquilo, sin que nos inquieten las nubes de tormenta que surgen en el horizonte.

—No hay necesidad de preocuparse: el Führer nos sacará del peligro.

Y al decir esto, sólo hacemos eco a los pensamientos de noventa millones de alemanes que viven en todo el mundo.

Al comenzar el verano he hecho mi solicitud para servir en la fuerza aérea (Luftwaffe) como candidato a oficial. Deseo combinar una carrera militar con la libertad y belleza de la vida de un aviador.

El 5 de julio me llaman para presentar los exámenes preliminares que duran cuatro días. Psicólogos, doctores, maestros y oficiales nos examinan a otros cuatro candidatos y a mí con el fin de determinar nuestra aptitud mental y física para la carrera que deseamos seguir. El primer día transcurre en exámenes médicos hechos por diferentes especialistas; el segundo, tenemos que escribir y llenar pruebas, improvisar discursos y contestar centenares de preguntas que nos hacen oficiales y psicólogos. El tercer día nos encuentra en la "silla tridimensional" que hacen dar vuelta y girar en varias posiciones, mientras nuestras reacciones van siendo anotadas mediante el uso de un sistema elaborado de botones de presión. Tenemos que arrastrarnos hasta el interior de una cámara de baja presión y se nos toma el tiempo que duramos en ajustar pequeños juegos de engranes y ruedas dentadas para determinar el efecto que nos produce la falta de oxígeno. Todo parece ser un viaje a través de cámaras de tortura modernas.

El cuarto y último día está dedicado a pasar las pruebas de atletismo; carreras a larga distancia y de velocidad, saltos, lanzamiento del disco y de la jabalina, ejercicios gimnásticos sobre una barra y en paralelas horizontales, natación y boxeo. Todo constituye el más exigente y amplio examen que he pasado en toda mi vida.

Por la noche se nos da a conocer el resultado. Dos de los candidatos han sido aprobados y yo soy uno de ellos.

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Mensaje por gerkamp » Sab Abr 23, 2011 10:49 pm

27 DE AGOSTO DE 1939

De la noche a la mañana, nuestra escuela se convierte en un cuartel. Las Fuerzas Armadas hacen comparecer a las Reservas. Parece que ha surgido una situación crítica en la frontera oriental de Alemania y en Polonia. Correos van y vienen durante toda la noche, apresurándose a entregar citas y telegramas en todas partes.

28 DE AGOSTO DE 1939

El Gobierno del Reich ordena la movilización general. Estamos al borde de la guerra.

Está en proceso de formación un batallón de reservistas en nuestro antiguo colegio. Lo mismo sucede en todas las demás escuelas que hay en la ciudad. Los dos arsenales del ejército se hallan totalmente repletos, y por todas partes se ve el color gris. La ciudad se encuentra llena de soldados.

29 DE AGOSTO DE 1939

Se me informa que debo esperar que el llamado de la Fuerza Aérea me llegue con anticipación. Mis compañeros de clase han estado reuniéndose como voluntarios, y para la noche se hallan todos vistiendo el uniforme.
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Mensaje por gerkamp » Sab Abr 23, 2011 10:57 pm

30 DE AGOSTO DE 1939

El jefe de la organización local de la Juventud Alemana de Menores (Jungbann) ha sido llamado. Me entregan el mando de cerca de 4,000 muchachos que hay en el distrito de Hamelin. Deben ser apostados en todas partes para que ayuden a los soldados y se hagan útiles en cuanto sea posible. En los almacenes de abastecimiento se requisan los vehículos para cargarlos con provisiones, equipo, armas y municiones: en los cuarteles hay infinidad de cosas que hacer; en las cocinas de campo hay que mondar patatas. etc. En dondequiera que hay soldados se mandan muchachos para que ayuden.

Por la tarde, el primero de nuestros recién organizados batallones aborda el tren en la estación de carga. Los trenes van decorados con flores al salir rumbo al Este, pero las caras tienen un gesto de solemnidad. Entre ellos reconozco a muchos de mis compañeros de escuela; los grises cascos de acero contrastan notablemente con los rostros juveniles. Nunca volveré a ver a la mayoría de ellos.

31 DE AGOSTO DE 1939

Las autoridades polacas en contra de la minoría alemana hacen horrible la lectura de los diarios de hoy. Miles de alemanes están siendo sacrificados en territorio que en un tiempo fue parte de Alemania. Miles más llegan cada hora a territorio del Reich y cada refugiado cuenta una nueva historia de horror.

1º DE SEPTIEMBRE DE 1939

Esta mañana, a las 5:40 horas, los ejércitos alemanes cruzaron la frontera para entrar en acción. Es la guerra. Así llega a su fin el último verano de mi niñez. De este modo, un humilde e insignificante individuo queda atrapado en la senda que sigue inexorablemente la gigantesca rueda del Tiempo. Debo estar preparado para resistir el impacto de la guerra que se cierne sobre mi cabeza a manera de avalancha incontenible; tengo que ser tan duro como el acero si no quiero terminar hecho añicos. Mi deseo es ser soldado.
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Mensaje por gerkamp » Sab Abr 23, 2011 11:04 pm

5 DE SEPTIEMBRE DE 1939
El día 2 de septiembre Goering llamó al servicio a las defensas civiles antiaéreas. El día de ayer nos trajo la noticia de la sorprendente declaración de guerra hecha contra el Reich Alemán por Inglaterra y Francia. Por primera vez, hoy se escuchó el clamor de las sirenas que anuncian incursiones aéreas. Los bombarderos británicos atacan los puertos e instalaciones marítimas sobre las costas alemanas del Mar del Norte.
8 DE SEPTIEMBRE DE 1939

Ha caído Varsovia.

La campaña de Polonia es una guerra relámpago (Blitzkrieg). El avance de los ejércitos alemanes ha sido una marcha incontenible hacia la victoria. Escenas de profunda emoción ocurren con la liberación de los residentes alemanes, aterrorizados en el Corredor Polaco. Espantosas atrocidades, crímenes contra toda ley humana, han sido descubiertos por nuestros ejércitos. Cerca de Bromberg y Thorn se encontraron tumbas enormes que contienen los cuerpos de miles de alemanes sacrificados en masa por los comunistas polacos.

El ejército de Polonia está desintegrándose; la Fuerza Aérea Polaca ya ha sido aniquilada. Aquí, en Alemania, se cree que la guerra habrá terminado para la Navidad. La gente desea la paz. Vidas sacrificadas son el precio que debemos pagar por la victoria.

11 DE SEPTIEMBRE DE 1939

Hoy en la mañana salió mi padre con un destacamento de policía que prestará servicio activo en Polonia.

Mi hermana, que vive en la isla de Wangerooge, en el Mar del Norte, ha experimentado por primera vez lo que son los ataques aéreos británicos.

Mi madre y yo nos hemos quedado solos en nuestra casa de Hamelin, el "Agujero de Ratas". Es extraña la quietud que reina en ese lugar. También yo habré de partir muy pronto.

La guerra en Polonia se acerca a su término. Después de todo, es posible que se llegue a reunir toda la familia la próxima Navidad.

He solicitado que se adelante la fecha de mi reclutamiento, pero no pude conseguir nada en definitiva, excepción hecha de vagas promesas que no significan nada. No me explico por qué, pero me siento atraído por la posibilidad de experimentar prácticamente lo que es la guerra.

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Mensaje por gerkamp » Sab Abr 23, 2011 11:13 pm

27 DE SEPTIEMBRE DE 1939

Después de escribir durante varios días las pruebas del examen de matrícula superior, hoy supe que había resultado aprobado. De manera que ahora he terminado la escuela. Muchas veces, en el pasado, maldije el viejo lugar; sin embargo, le guardo cariñosos recuerdos. Dije adiós al familiar instituto de enseñanza y especialmente me he despedido del anciano y buen doctor Trobitíus, que parece haberme perdonado por no asistir a sus clases de biología; me estrecha la mano efusivamente, por largo rato, y me desea suerte en mi vida futura de aviador. Ayer llegó la noticia de la muerte de los dos primeros condiscípulos míos. Ambos cayeron en la batalla de Radom.

30 DE OCTUBRE DE 1939

Por fin recibí hoy el llamado de la Fuerza Aérea: Debo presentarme el 15 de noviembre al Regimiento Núm. 11 de Entrenamiento Aéreo que se encuentra en Schoenwalde, cerca de Berlín.

Hace ya más de un mes que terminó la guerra en Polonia. Relativamente hay muy poca actividad en la línea del Muro Occidental. Solamente la Fuerza Aérea sigue diariamente en acción. Me pregunto si alguna vez llegaré a volar en misión de operación.

13 DE NOVIEMBRE DE 1939

Lentamente pasan los días hasta convertirse en semanas, y estoy que reviento de impaciencia. Sólo faltan dos días para convertirme en soldado.

Este es el último día que pasaré en casa; mi madre no dice palabra de mi partida; sé que las cosas se le dificultarán más una vez que me haya ausentado.

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Mensaje por gerkamp » Sab Abr 23, 2011 11:23 pm

14 DE NOVIEMBRE DE 1939

Hoy al mediodía salí de Hamelin. Mi madre dice que "todo saldrá bien". Ella y Annaliese fueron a despedirme a la estación. Las veo decirme adiós mientras el tren va alejándose.

Mi última noche de civil la paso en Berlín. El ruido y movimiento de la gran ciudad me causan fatiga.

15 DE NOVIEMBRE DE 1939

A las 15:15 horas entro en el aeródromo de Schoenwalde, base del Regimiento Núm. 11 de Entrenamiento Aéreo y me presento a la oficina de ordenanza de la Compañía Núm. 4. Ahora soy el recluta Knoke. En el almacén de ropa me dan unos slacks que me quedan demasiado grandes y una camisola que me viene muy apretada, un par de botas rústicas, increíblemente pesadas, así como un casco de acero que también me queda pequeño.

Me aventuro a protestar levemente por el casco, y el cuartelmaestre sargento me pone en mi lugar regañándome:

—¡Cállate el hocico! El casco te viene. ¿Qué quieres que haga si tienes la cabeza hinchada?

Desde entonces me encuentro totalmente ofuscado. Todos los movimientos tienen que hacerse de prisa. El lugar presenta la actividad de un hormiguero. Todos se agitan en derredor de las barracas al eco de órdenes dadas a gritos y andan con botas provistas de herraduras, golpeando los largos corredores y las escaleras... Soldados, soldados y nada más que soldados en todas partes. Este mundo tan extraño y nada atractivo me hace sentir muy solo.

24 DE DICIEMBRE DE 1939

¡Víspera de Navidad!

La guerra debió haber terminado hace tiempo.

Es la primera Navidad que paso lejos de mi hogar. Allá debe estar el suelo cubierto de nieve; aquí ha llovido durante varios días consecutivos. Estamos a la mitad del entrenamiento militar básico, que es realmente duro. Día tras día la misma rutina agotadora: desfiles, ejercicios, maniobras, prácticas, etc...

Una vez más queda demostrado que no soy ningún prodigio. La verdad es que mi oficial llega al punto de decir que si alguna vez se me llega a comisionar como oficial, presentará su dimisión del servicio y devolverá todos los regalos de Navidad durante siete años. En las monótonas marchas de entrenamiento me gusta imaginar que golpeo en la cabeza a este con la culata del rifle.

Me siento horriblemente cansado. Mañana en la noche me toca estar de guardia, pero al siguiente día me permiten quedarme una hora más en la cama. Esa hora extra será el mejor regalo de Navidad que tendré este año.

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Mensaje por gerkamp » Sab Abr 23, 2011 11:30 pm

26 DE DICIEMBRE DE 1939

Día de boxeo. Nos tienen encerrados en el campamento, pero salto el alambrado porque afuera hay una muchacha que dice estar buscando a su hermano. Pregunto a varios compañeros, pero no puedo encontrarlo porque ya ha oscurecido. Pasamos varias horas caminando juntos en el bosque y la beso; quiere regresar nuevamente con objeto de ver si localiza a su hermano el domingo; quizás pueda volver a besarla en esa ocasión; a decir verdad, me encantaría verla de día para saber cómo es. Si me hubieran visto saltar el alambrado, ya sea el sargento de ordenanza o cualquiera de los guardias que están de servicio, me habrían metido tres días al calabozo.

31 DE ENERO DE 1940

El 8 de enero fui transferido a la Academia Militar. Aquí la vida no resulta ser ningún día de recreo para los candidatos a oficiales. Las marchas de entrenamiento continúan con rigor no disminuido y conforme a la mejor tradición prusiana; pero ya estoy acostumbrado a ellas. Constantemente nos están repitiendo que:

—Aquí tienen que ser duros, tanto como el acero de Krupp. Cualquiera que llegue a flaquear será aniquilado.

Para nosotros, la vida es una prolongada y tediosa rutina que va de los campos de marchas de entrenamiento a los salones de conferencias; tenemos que trabajar y estudiar en nuestros cuartos, a menudo hasta altas horas de la noche. Tenemos instructores de lo mejor, oficiales, oficiales subalternos y técnicos que nos imparten el conocimiento compendioso que poseen en materias tales como táctica de combate en el aire o en tierra, ingeniería, balística y meteorología. También se ha iniciado un curso de entrenamiento para directores o guías juveniles.

Estamos en espera de que mejoren las condiciones del tiempo a fin de empezar los entrenamientos de vuelo.

17 DE FEBRERO DE 1940

A las 13:05 horas recibo mi primera lección de vuelo en un Focke-Wulf 44, un biplano de doble control para entrenamientos; las letras de identificación son T - QBZ, y mi instructor es Van Diecken.

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Mensaje por gerkamp » Sab Abr 23, 2011 11:46 pm

23 DE FEBRERO DE 1940

La semana pasada hice treinta y cinco vuelos. La tierra está cubierta con gruesa capa de nieve, de manera que los aparatos han sido equipados con esquíes.

El vuelo trigésimo sexto es de prueba. Voy con el teniente Woll, instructor en jefe de vuelos para el curso. No queda satisfecho con los progresos que he hecho en el manejo del aparato.

1º DE ABRIL DE 1940

He completado ochenta y tres vuelos de entrenamiento. El mismo instructor volvió a examinarme en los últimos dos.

—En verdad, no puede usted llamar aterrizaje a esto; apenas si fue algo más que estrellar el aparato bajo control.

Y movió la cabeza en sentido negativo.

Para colmo de males, al dar una vuelta alrededor del campo me atonté y el aparato quedó completamente fuera de control mientras desesperadamente me aturdía con el bastón, el timón y la palanca de mando; antes de que pudiera darme cuenta, entramos en barrena y descendíamos directamente hacia unaa iglesia cuando el teniente Woll tomó el bastón de mando y enderezó el avión, controlándolo. Volteó a verme y gritó:

—¿Qué te propones? ¿Quieres dejar viuda a mi esposa? ¡Eres un idiota!

Se me dará una oportunidad más, positivamente la última, después de diez vuelos de instrucción con Van Diecken. Los alumnos que no completan el curso de vuelos en la Academia Militar son transferidos al Comando Antiaéreo. Las perspectivas son bien poco alentadoras.

2 DE ABRIL DE 1940

El sargento Van Diecken me acompañó en los diez vuelos finales que hice hoy. Hace ya mucho que todos los demás alumnos que toman el mismo curso empezaron a volar solos. Mañana pasaré la última prueba con el teniente Woll.

El grupo de instrucción bajo las órdenes de Van Diecken se compone de otros tres candidatos a oficiales y yo; son Geiger, Menapace y Hain; los cuatro vivimos en el mismo cuarto.

Geiger es del norte de Alemania; reservado, pero intensamente perspicaz. Su padre es un trabajador común y corriente. El haberse ganado una beca en una "Escuela de Adolfo Hitler" dio a este inteligente muchacho su oportunidad: como ya obtuvo su matrícula superior, está capacitado para ser comisionado como oficial.

Menapace y Hain son austríacos; ambos son originarios de las montañas del Tirol. Sepp Menapace es el mejor de todos nosotros para volar; parece hacer las cosas instintivamente. De estatura baja, tez morena y muy fuerte, es el tipo perfecto del hombre de campo. Quizas sea tímido y torpe socialmente; en tierra, los movimientos de su cuerpo dan también la impresión de torpeza, como si fuera un autómata; pero una vez que está en el aire se siente en su elemento y se mueve con la sensibilidad de un gato. Su aptitud natural le permite manejar los controles como si lo hubiera estado haciendo toda la vida.

Hain subió solo después de completar su cuadragésimo vuelo de entrenamiento con Van Diecken. Los tres han estado presenciando mis últimos aterrizajes y me dan ánimo. Hasta Geiger abre la boca y se concreta a decirme:

—Vas a hacerlo perfectamente.

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Mensaje por gerkamp » Dom Abr 24, 2011 12:42 am

3 DE ABRIL DE 1940

Precisamente a las 13 horas despego en mi primer vuelo solo.

—Cuando vuelvas a tierra, es mejor planear a diez pies de altura y no quedar a uno bajo tierra.—El Teniente Woll me grita estas palabras de despedida y consejo por sobre el zumbido del motor y hace una mueca burlona al retirarse.

Me aprieto el cinturón de seguridad; acelero con suavidad, comienzo a avanzar, adelanto el bastón conforme aumenta la velocidad; el T - QBZ despega prácticamente por sí solo y empiezo a ascender antes de terminar la pista.

Del extremo de las alas se desprenden unas banderolas color rojo; son un aviso para todos los que puedan verlas: "¡Cuidado! Este es un alumno que hace su primer vuelo solo. ¡Manténgase alejado si estima en algo su vida!"

Durante varios minutos doy vueltas alrededor del campo; gradualmente va desapareciendo la tensión y comienzo a soltar los músculos. No es necesario hacer tanto esfuerzo para mantener el aparato bajo control. Me asomo y miro hacia tierra, donde cruzan rápidamente las sombras de las nubes sobre el campo. Realmente, estoy volando, libre como un ave.

Es hora de aterrizar. Comienzo a descender y la tierra sube a mi encuentro; retrocedo la válvula; tomo la posición debida,
suavemente... y... ¡ya está! Me encuentro en tierra firme y, como quiera que sea, el aparato sigue siendo de una sola
pieza.

No es posible considerar como bueno mi primer aterrizaje solo; tampoco fueron mucho mejores los siguientes cuatro que hice; pero, cuando menos, no se desprendió el tren de aterrizaje.

10 DE MAYO DE 1940

Nuestros ejércitos sobre la Muralla Occidental inician la ofensiva contra Francia, pero temo que llegaré demasiado tarde para presenciar cualquier acción bélica.

16 DE MAYO DE 1940

Hace varias semanas que el tiempo ha mejorado, lo que nos permite hacer progresos positivos en nuestro entrenamiento. He completado casi 250 vuelos. Ahora nos enseñan acrobacia en los Focke-Wulf 44 y Bücker Jungmann; también aprendemos a volar en aparatos de operación, como los antiguos tipos de interceptores y reconocimiento en área reducida: el Arado 65 y 68 y los Heinkel 45 y 46. Usamos los Junkers W. 34 en que Kohl y Hünfeld atravesaron una vez el Atlántico, así como un modelo de Focke-Wulf Weihe, especialmente adaptado para vuelos de larga duración en que atravesamos el país.

Ayer iba en vuelo hacia Prusia Oriental en el cascarón de un viejo y desvencijado GO . 145 cuando falló el motor. Se había roto el tubo principal de alimentación de combustible. Cuando sucedió eso, me encontraba a unos cuantos centenares de pies de altura y no había muchas probabilidades de encontrar un campo de emergencia para hacer aterrizajes forzosos; caí en un campo arado, el tren de aterrizaje se desprendió, el avión dio la voltereta y tuve que salir arrastrándome con una herida en la cabeza.

Me vi obligado a regresar en tren y tengo un grueso vendaje que me cubre la cabeza. La gente que hay en la estación se me queda mirando, suponiendo con toda seguridad que fui herido en el frente de Francia; resulta embarazoso tener que admitir que lo único que me pasó fue que caí de bruces.
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Mensaje por gerkamp » Dom Abr 24, 2011 12:55 am

19 DE MAYO DE 1940

Parece que tengo una racha de mala suerte. Hoy, al tratar de aterrizar en Altdamm, volvió a desprenderse el tren de aterrizaje. Soplaba un viento muy fuerte en esos momentos, que resultó ser superior a la resistencia del viejo KL .35.

Una vez más he tenido que regresar en tren.

16 DE AGOSTO DE 1940

Tengo ya mi certificado de piloto y ha terminado mi período de vuelos de entrenamiento.

El día primero de junio me ascendieron a cabo.

Mientras tanto, la guerra continúa; Francia se rindió en junio. Los franceses no pudieron hacer mucho contra la soberbia moral y el equipo ultramoderno de los ejércitos alemanes; tuvieron que utilizar armamentos que habían sido considerados como anticuados desde hace ya mucho tiempo; de hecho, emplearon artillería de grueso calibre que fue usada durante la Primera Guerra Mundial.

Al parecer, las divisiones británicas quedaron más o menos intactas, aun cuando perdieron enormes cantidades de equipo en Dunquerque. Hábiles operaciones por parte del alto mando británico hicieron posible el regreso de sus unidades a la isla sin haber sufrido muchas bajas. Evidentemente, la Fuerza Aérea Alemana perdió una espléndida oportunidad al dejarlos escapar en Dunquerque.

Inglaterra parece no estar suficientemente bien armada para pelear esta guerra y la Real Fuerza Aérea lleva a cabo sus operaciones en proporciones relativamente reducidas. No entiendo por qué no presionamos inmediatamente y seguimos
nuestro avance hasta la Gran Bretaña: tal cosa hubiera significado el término de la guerra.

La Fuerza Aérea Francesa tampoco pudo tomar parte decisiva en la lucha. Aquí, lo mismo que en Polonia. La Fuerza Aérea Alemana dio otra demostración de su superioridad avasalladora, tanto en lo que respecta al equipo como al entrenamiento. Esto no quiere decir que los aviadores británicos y franceses carecieran del valor necesario para enfrentarse con nosotros en el aire; simplemente, lo que pasa es que tuvieron que operar bajo las condiciones más adversas.

En mi opinión, la rapidez con que vino el colapso de Francia se debió fundamentalmente a la moral tan baja que prevalece en sus divisiones de combate. Tiempo después, los mismos oficiales franceses admitieron este hecho con honda amargura. El soldado francés de 1940 no se parecía en nada al antiguo poilu que luchó bravamente y con tenacidad, defendiendo cada pulgada del terreno de su patria durante la Primera Guerra Mundial. Durante los últimos veinte años, Francia ha descansado feliz en los laureles que le dio Versalles. Ese es el peligro de una victoria en cualquier guerra.

La moral del pueblo alemán en la tierra natal es buena, ¡tal vez sea demasiado buena!

26 DE AGOSTO DE 1940

Seré piloto de combate.

Hace varios días se recibieron órdenes para transferirnos a Menapace y a mí a la Escuela Núm. I de Combate que existe en Werneuchen. Esta tarde hicimos nuestro primer vuelo de entrenamiento en operación empleando un AR.68. El instructor es el sargento de vuelo Kuhl, que sirvió con distinción en Polonia y Francia. En verdad, nos hizo sentir momentos muy duros; cuando aterrizamos, estaba yo completamente ofuscado y empapado en sudor.

Continúa nuestro entrenamiento militar en lo general. También se nos da instrucción sobre táctica básica de combate aéreo.

El comandante de la escuela es el coronel Conde Huwald, que fue piloto en la famosa Ala Richthofen durante la Primera Guerra Mundial. El instructor en jefe es el mayor von Kornatzky, quien hasta hace poco fue uno de los ayudantes del Mariscal del Reich Goering. Todos y cada uno de los oficiales e instructores son experimentados pilotos de pasadas operaciones.
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Mensaje por gerkamp » Dom Abr 24, 2011 1:08 am

12 DE OCTUBRE DE 1940

Esperaba que este mes me comisionaran a una de las unidades que están en acción. Desgraciadamente, el entrenamiento se ha retrasado muchísimo debido al mal tiempo que ha prevalecido este otoño.

También hemos pasado momentos muy duros durante el entrenamiento; han habido uno o dos accidentes de consecuencias fatales cada semana, durante las últimas seis, y esto solamente en un curso. Hoy se estrelló, perdiendo la vida, el sargento Schmidt. Era uno de los cinco que integran nuestra sección.

Hemos pasado varios días de entrenamiento en conversaciones teóricas antes de volar el Messerschmit 109, que al principio es difícil de manejar y peligroso. Hasta dormidos podemos ahora hacer todos los movimientos.

Esta mañana sacamos el primer 109 y estábamos listos para hacer el vuelo. Se hizo una rifa y el primero de nosotros que resultó electo fue el sargento Schmidt. Despegó sin dificultad, lo que significa mucho, porque es muy fácil que el aparato se estrelle si no tiene uno el suficiente cuidado. Un intento prematuro de levantar el vuelo hará que entre en barrena con suma rapidez y seguridad. He visto ocurrir eso cientos de veces y frecuentemente se traduce en la muerte del piloto.

Schmidt volvió a tierra después de dar una vuelta pero se equivocó al calcular la velocidad, que era más alta de la que estaba acostumbrado, de manera que se pasó la pista; lo intentó nuevamente y le volvió a suceder lo mismo. Empezamos a preocuparnos porque, indudablemente, el sargento había perdido la serenidad. Una vez más venía acercándose e hizo un viraje final antes de ponerse en posición para efectuar el aterrizaje, cuando el aparato, repentinamente, se paró debido a la falta de velocidad y giró fuera de control, estrellándose en tierra y haciendo explosión a unos cuantos centenares de pies del extremo de la pista. Todos corrimos como locos hasta el lugar de la escena y fui el primero en llegar. Schmidt había salido despedido y estaba tendido a unos cuantos pies del aparato en llamas; gritaba como animal y se hallaba cubierto de sangre. Me incliné sobre el cuerpo de mi camarada y vi que le faltaban las dos piernas. Le detuve la cabeza. Los gritos me volvían loco, y la sangre me bañaba las manos. Nunca me he sentido tan impotente en toda mi vida. Finalmente, cesó de gritar y el silencio que siguió fue aún más terrible. Llegaron entonces Kuhl y los demás, pero ya para entonces Schmidt había muerto.

El mayor von Kornatzky ordenó que siguieran los entrenamientos inmediatamente, y en menos de una hora fue llevado el siguiente Messerschinitt 109. Me tocó a mí el turno.

Entré al hangar y me lavé la sangre que me manchaba las manos. En seguida, los mecánicos me amarraron el cinturón de seguridad y poco después llevé el avión al lugar de despegue. El corazón me latía con fuerza; ni siquiera el ruido ensordecedor del motor era suficiente para ahogar en mis oídos el eco de los gritos de mi camarada cuando yacía tendido muriendo como animal. Momentos después de estar en el aire me di cuenta de las manchas que tenía en el uniforme de vuelo; eran grandes y oscuras, y me causaron espanto. Sentí un miedo horrible, paralizador. Mi único consuelo era que no había nadie presente para ver lo aterrorizado que estaba.

Durante varios minutos di vueltas al campo y gradualmente fui volviendo en mí de aquel ataque de pánico; finalmente tuve la calma suficiente para intentar el aterrizaje. Todo me salió bien. Inmediatamente volví a despegar y aterricé otra vez. Por tercera vez hice lo mismo.

Todavía tenía lágrimas en los ojos cuando abrí la cabina y me quité el casco; cuando salté de una de las alas, me di cuenta de que no podía controlar el temblor de mis piernas.

De pronto vi a Kornatzky que estaba parado frente a mí: sus ojos acerados parecían taladrarme, atravesándome de uno a otro lado.

—¿Sentiste miedo?

—Sí señor.

—Será mejor que te vayas acostumbrando, si es que esperas entrar en acción.


Aquellas palabras me llegaron muy hondo. Estaba tan avergonzado que hubiera deseado que me tragase la tierra.

14 DE OCTUBRE DE 1940

Esta mañana fui uno de los seis candidatos a oficiales subalternos que acompañaron el ataúd en los funerales del sargento Schmidt.

Ya al caer la tarde hubo un choque en el aire, sobre el campo de pruebas; instantáneamente murieron dos alumnos de la escuadrilla número 2. Una vez más me tocó ser de los primeros en llegar al sitio del accidente y sacamos arrastrando uno de los cadáveres que había entre los despojos; la cabeza estaba convertida en un trozo de pulpa informe.

A este paso, pronto me habré acostumbrado al espectáculo nada agradable de los restos de un aviador que muere al estrellarse en tierra.

15 DE OCTUBRE DE 1940

Werneuchen queda sólo a unas cuantas millas fuera de los límites de la ciudad de Berlín y he adquirido el hábito de pasar el fin de semana en la gran metrópoli. Por lo general me hospedo en el pequeño hotel que hay cerca de la Friederichstrasse. No tardé mucho en descubrir todos los cabarets y cantinas que hay cerca del parque zoológico, a lo largo del Kurfiirstendamm y la Friederichstrasse, aparte de los museos y teatros, así como los famosos edificios de Unter den Linden y el Lustgarten. Cada fin de semana regreso a una ciudad cuya fascinación es inagotable; cada vez gozo al abandonarme al torbellino de alegría que reina en la gran capital, cuyo resplandor aun no ha sido opacado por la guerra.

Mi lema es: "Vivir la vida y aprender sus lecciones". Parece que nunca tengo suficiente dinero desde que llegué a Werneuchen.
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Mensaje por gerkamp » Dom Abr 24, 2011 1:29 am

8 DE NOVIEMBRE DE 1940

Ordenes de vuelo: "Los cadetes aviadores Harder, Hopp y Knoke, el sargento de vuelo Kuhl, y el ingeniero de vuelo cabo Hense, procederán en el aparato Junkers 160, iniciales CEKE, a Münster (aeródromo de Loddenheide) con, el propósito de recibir en traslado y conducir hasta Werneuchen tres aparatos tipo Messerschmitt 109".

El CEKE es un aparato de transporte, hasta hace poco perteneciente a las Líneas Aéreas "Lufthansa"; sin embargo, el tiempo demora nuestra salida hasta las diez horas.

Ya en el aire, nos damos cuenta de que es imposible retraer la rueda izquierda porque el eje está roto. Kuhl lleva los controles. Seguimos volando bajo; a una altura que varía entre 100 y 200 pies. El ingeniero de vuelo trata de hacer las reparaciones en el aire y después de veinte minutos logra arreglar el desperfecto. Ya entonces ascendemos hasta una altura de 500 ó 600 pies. Kuhl me pasa los controles y regresa a unirse con Hopp y Harder, descansando en la comodidad de la cabina.

Me desvío hacia el Sur de Berlín y sigo la carretera principal (Autobahn) que va en dirección Oeste. De entre la niebla, a mi izquierda, van surgiendo las torres de transmisión de la radio de Konigswusterhausen. Altura: 1,000 pies.

Algo pasa en el motor; rápidamente desciende la presión del aceite, parece que no puedo mantener la altura. El motor empieza a toser, escupe una vez más y se muere por completo.

—¡Agárrense... fuerte aterrizaje de emergencia! — grito hacia el interior de la cabina.

El ingeniero, que va junto a mí, levanta los brazos para protegerse la cara. Hay un bosque cerrado bajo nosotros; a la izquierda, los postes de la radio; pero a la derecha está un semillero del tamaño de una estampilla de correos. Es nuestra única salvación.

Demasiado tarde me doy cuenta de los cables de una línea de fuerza que quedan delante de nosotros. Es el final. Kuhl está a mi lado, más blanco que un papel.

De un fuerte tirón hago retroceder el bastón, y por verdadero milagro el avión pasa por encima de la línea de fuerza. Ha sido cuestión de pulgadas. El aire aúlla en nuestro derredor cuando vuelve a descender la nariz el aparato y... finalmente... ¡EL CHOQUE!

Enormes trozos de árbol saltan como cerillas, se desprende el ala izquierda, el fuselaje da en tierra con un golpe seco y se arrastra otros cien pies más, barriendo o triturando todo lo que encuentra al paso.

Kuhl sale disparado hacia adelante, de cabeza, contra el tablero de instrumentos.

Hay un silencio... silencio mortal... que rompe solamente el ruido de los doscientos galones de combustible que se derraman y caen de los tanques hechos pedazos.

Kuhl yace inconsciente y sangrándose. Parece que el ingeniero ha perdido también el conocimiento. Yo tengo una cortada en la cabeza; trato de abrir el techo, pero está atorado, y lo mismo sucede con la puerta que da a la cabina. El olor del combustible me vuelve loco. Estamos encerrados en una trampa mortal, donde quedaremos achicharrados si sobreviene un incendio. Frenético, golpeo las ventanas de plexiglass con las manos desnudas.

De pronto, distingo las caras de Hopp y Harder que están afuera y que me miran desde arriba; golpean a puntapiés los cristales hasta romperlos; entre los tres sacamos arrastrando a Kuhl y al ingeniero y los tendemos sobre el piso de tierra floja del bosque. Están vivos. Trato de administrarles los primeros auxilios. Hopp y Harder van en busca de socorro.

Las heridas que tengo en la cabeza no son de importancia.

Una vez más me veo obligado a emprender el regreso por tren.

18 DE DICIEMBRE DE 1940

Tres mil futuros oficiales del Ejército, la Marina, la Aviación y las guardias selectas S.S. (Waffen-SS) se hallan reunidos en el Palacio de los Deportes de Berlín esperando la llegada del Führer y Supremo Comandante de las Fuerzas Armadas. Son tres mil jóvenes inteligentes que están a punto de terminar su entrenamiento y que dentro de unos cuantos meses irán en calidad de oficiales al frente de operaciones. Soy uno de ellos.

Hitler nos va a dirigir la palabra.

De los Comandantes en Jefe de las Tres Armas, el primero en llegar es el Mariscal del Reich Goering. El y su Estado Mayor toman asiento en el vasto estrado. Le es presentado personalmente uno de los cadetes de la Fuerza Aérea; es un muchacho alto y delgado, de rostro pálido y sensitivo. Se llama Hans Joachim Marseille y ostenta la Cruz de Hierro de Primera Clase. Se hizo acreedor a grandes distinciones durante la Batalla de Inglaterra; era el piloto de combate más joven de la Fuerza Aérea Alemana. (Dos años más tarde le sería concedida la más alta de todas las condecoraciones alemanas al valor, y llegaría a ser el mejor piloto de combate del Cuerpo de Aviación en Africa y el más temido por el enemigo).

Pasan unos cuantos minutos y de pronto, respondiendo a una orden, saltamos del asiento y guardamos posición de atención.

—iAhí viene el Führer!

En silencioso saludo extendemos la mano derecha con el brazo levantado. Allí está, avanza lentamente por el largo pasillo del centro que conduce al estrado; va acompañado del Mariscal de Campo Keitel y del Gran Almirante Raeder. Durante varios minutos reina el silencio más absoluto en la vastísima sala. Es un momento solemne. Hitler comienza a hablar.

No creo que el mundo haya conocido nunca orador más brillante que este hombre; su personalidad magnética es irresistible, siente uno las emanaciones de su tremenda fuerza de voluntad y su energía arrolladora.

Somos tres mil jóvenes idealistas que escuchamos las palabras hechizantes y las aceptamos con todo el corazón. Nunca antes hemos experimentado un sentimiento tan profundo de patriótica devoción hacia nuestra madre patria: Alemania. Aquí, y en estos momentos, todos y cada uno juramos ofrendar nuestra vida en solemne dedicación durante los combates que nos esperan. (En repetidas ocasiones, durante los años que siguieron, nuestra buena voluntad para hacer el sacrificio supremo había de ser probada. La mayoría de los 3,000 moriría en acción en tierra, mar o aire).

Es una experiencia hondamente conmovedora. Nunca olvidaré el gesto de arrobamiento que distinguía en el rostro de quienes me rodeaban este día.

19 DE DICIEMBRE DE 1940

Hoy llegaron las órdenes en que se me asigna al Ala de Combate Núm. 52 (JG 52). Debo presentarme a la escuadrilla de reserva del Ala, que reside en Krefeld. La fecha señalada es el 2 de enero próximo, y mientras tanto gozaré de licencia.
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