Diario de un piloto aleman

Organización y despliegue de las fuerzas aéreas. Aviones de combate.

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Mensaje por gerkamp » Jue Abr 28, 2011 8:19 pm

10 DE FEBRERO DE 1944

—El enemigo se concentra en el sector Dora-Dora —informa la sala de operaciones.

A las 10:38 despegamos una vez más.

Ascender a 25,000 pies sobre el Rhin, son las órdenes que se me han dado. Specht está enfermo y temporalmente quedo al frente de la formación.

A 25,000 pies sobre el Lago Dümmersee, avistamos al enemigo.

Tenemos ante nosotros un espectáculo que realmente inspira pavor: vienen aproximadamente 1.000 bombarderos pesados que vuelan hacia el Este, desplegados en un extenso frente y acompañados de fuerte escolta de aviones de combate. Hasta hoy, nunca había visto tan poderosa armada aérea: el blanco, obviamente, es Berlín. Incluyendo la escolta, el total de las fuerzas americanas puede calcularse en 1,200 aparatos.

Y contra ellos somos solamente 40; pero, de todos modos, si nada más fuéramos dos, tendríamos que dar batalla al enemigo.

Selecciono un grupo de fortalezas que vuelan en el flanco derecho del grueso de la columna y me acerco para hacer un ataque frontal. Aparentemente, los americanos se dan cuenta de mis intenciones, de manera que en el momento crítico, alteran ligeramente el curso y así resulta en vano mi ataque.

Virando a la derecha y describiendo un amplio arco, en redondo, espero hasta que volvemos a estar delante del enemigo y entonces regresamos para intentar otro ataque de frente. Con mis cuarenta Messerschmitts en formación cerrada, en V, trato de cortar de un tajo las filas enemigas. Por radio apremio a mis pilotos para que conserven la serenidad y procuren que cada disparo sea efectivo. Nos mantenemos volando juntos y aun cuando tras de nosotros vienen Thunderbolts, no pueden interceptarnos antes de que nos arrojemos sobre los bombarderos enemigos.

Raddatz mantiene su aparato en vuelo junto al mío, casi tocando el extremo de las alas; y me hace un saludo con la mano, momentos antes de abrir el fuego sobre nuestros blancos, y mientras localizo a mi contrario y ajusto las miras para dejarlo centrado, se produce un relámpago deslumbrante en el avión que vuela junto a mí. Raddatz se hunde inmediatamente en línea vertical, pero no puedo seguirlo porque estoy haciendo fuego en el mismo instante. Continúo cerrándome sobre la fortaleza, disparando sobre la cabina de control y la nariz del avión, hasta que me veo forzado a ascender precipitadamente a fin de evitar el choque de frente.

Mi andanada dio en el blanco y la fortaleza se levanta sobre la cola, alarmando a los demás bombarderos pesados que la siguen y que se desvían del curso trazado. Se le desprende entonces el ala izquierda y el gigantesco avión desciende fuera de control en su último vuelo de picada, desintegrándose a unos cinco o diez mil pies más abajo.

Son derribadas otras diez fortalezas más.

Repentinamente, y cuando voy volando solo, se me echan encima ocho Mustangs. Evidentemente, los pilotos no tienen experiencia. Después de hacer varios virajes en corto y serpentear, logro escapármeles al punto de quedar tras uno de ellos; sin embargo, en los momentos en que me dispongo a abrir el fuego contra él, me doy cuenta de que nuevamente estoy rodeado por un grupo de Thunderbolts. Tengo que alejarme y subir en un ascenso de tirabuzón. Esta maniobra ha sido mi salvación en varias ocasiones anteriores, porque ningún contrario ha podido seguirme igualándola. Durante casi media hora sigo tratando de colocarme en posición para disparar sobre la cola de un Mustang o un Lightning, pero sin éxito.

Eventualmente, y cayendo por atrás de un grupo de fortalezas, disparo sobre una de ellas. Antes de que tenga la oportunidad de observar el resultado de mi ataque, vuelven a perseguirme dos Thunderbolts. En ambos se distinguen
perfectamente, sobre la cubierta del motor, las marcas de color blanco y negro que semejan un tablero de damas. Me clavo en pronunciado vuelo de picada hasta perderme dentro de una nube.

A las 11:41 horas vuelvo a aterrizar en Wunsdorf y me informan que Raddatz ha muerto. Esto representa un terrible golpe para la escuadrilla porque, desde su formación, él había estado con nosotros. Nunca conocí piloto más brillante, aparte de ser el mejor de los camaradas. Me resisto a creer que en realidad ya no existe.
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Mensaje por gerkamp » Jue Abr 28, 2011 8:23 pm

11 DE FEBRERO DE 1944

El día de hoy, sobre Mainz, sostuvimos salvaje lucha contra aviones americanos de combate que escoltaban fortalezas. Aterrizamos en Wiesbaden entre uno y otro encuentros.

20 DE FEBRERO DE 1944

El escuadrón sostuvo dos prolongados combates con formaciones de fortalezas sobre el norte de Alemania y el Mar del Norte.

Specht se vio obligado a descender y tuvo que hacer un aterrizaje de emergencia en la isla danesa de Aroe.

Mi mala puntería hizo que desperdiciara la oportunidad de aumentar mi récord.

21 DE FEBRERO DE 1944

Hoy volamos en dos misiones más. Teníamos órdenes de alejar a toda costa a los aviones de combate que formaban la
escolta y entretenerlos en lucha con nosotros; mientras, otros escuadrones atacaban a los bombarderos pesados. Eso costó dos bajas más a mi escuadrilla.
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Mensaje por gerkamp » Jue Abr 28, 2011 8:34 pm

22 DE FEBRERO DE 1944

12:54 horas: despegamos para interceptar al enemigo. Los americanos se aproximan al corazón de Alemania. Sólo puedo llevarme cinco aparatos debido a que las pérdidas sufridas por el escuadrón durante las últimas semanas han sido demasiado altas.

Se informa que vienen más de 1,000 aviones enemigos. Los americanos ya no vuelan en formaciones en masa, sino que se adelantan en grupos de treinta o cuarenta a la vez. La ruta que siguen ha recibido el nombre de "callejón de bombarderos". Estos callejones están resguardados celosamente por los vigilantes aviones de combate.

Hoy sucede que la ruta pasa directamente por sobre mi vieja ciudad natal de Harnelin, y por extraña coincidencia entro en acción precisamente sobre las colinas y montañas que me son familiares y que quedan al oeste de la población. Acompañado del cabo Kreuger, que acaba de ser nombrado miembro de la escuadrilla hace apenas dos días, ataco una fortaleza que vuela en una formación de treinta bombarderos pesados.

Hace dos semanas que montaron una cámara automática en mis cañones; las películas que resulten servirán para el entrenamiento de los alumnos en las escuelas de aviación de combate. Atacando de frente al bombardero pesado, dirijo mi andanada directamente sobre la cabina de control; regreso nuevamente y esta vez desciendo sobre mi víctima volando por encima de la cola del aparato hasta que el choque es inminente. La fortaleza trata de salirse de mi línea de fuego y se desvía bruscamente hacia la izquierda; a pesar de ello, mis proyectiles siguen alojándose en el ala y costado izquierdos del fuselaje.

No puedo dejar de pensar en la cámara que llevo en el avión. Las películas de este encuentro, al ser amplificadas, pueden resultar enormemente instructivas. Grandes llamaradas comienzan a desprenderse de la cola del bombardero; me acerco todavía más por debajo del fuselaje del monstruo y continúo disparando con todo el parque que me queda en los cargadores.

A esta hora, el joven cabo se ha hecho cargo de la fortaleza que vuela a mi izquierda. El muchacho es muy valiente y lleva su ataque hasta quedar a unos cuantos pies del enemigo, sin titubear, aun cuando lo han alcanzado repetidas veces.

Hamelin queda exactamente debajo nuestro.

La fortaleza en llamas se hunde cada vez más vertiginosamente hasta que de pronto entra en barrena vertical; se estrella en un pastizal que hay junto al río, en el extremo Sur de mi vieja ciudad natal. Brota una enorme torre de fuego elevándose a gran altura. La pradera que hay al otro lado del río es el sitio en donde, cuando niño, despegué en mi primer vuelo durante la exhibición aérea que hubo allí hace ya tanto tiempo.

En ese momento se desprende un segundo aparato de la inmensidad del cielo y va a estrellarse en el depósito de maderas que hay también al Sur de Hamelin, propiedad de los talleres de construcción y reparación de vagones Kaminski. Es mi ala, el joven cabo que había salido en su primera misión.

Desciendo hasta muy abajo y vuelo sobre los despojos en llamas, pero el muchacho murió instantáneamente. En amplio vuelo, muy bajo, paso por sobre los techos de las casas de mi viejo agujero de ratas. Las calles están desiertas; todos los buenos ciudadanos de Hamelin están sentados, indudablemente, en los sótanos y en los refugios antiaéreos.

Con la última gota de combustible aterrizo una vez más en Wunsdorf, después de estar noventa minutos en el aire.

Por segunda vez despego para ir tras las fortalezas que regresan rumbo a sus bases; sin embargo, no tengo oportunidad de volver a disparar contra alguno de los bombarderos porque me veo obligado a sostener una pelea en el aire contra un grupo de Thunderbolts que parecen tener extraordinario interés en acabar conmigo.
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Mensaje por gerkamp » Jue Abr 28, 2011 8:37 pm

24 DE FEBRERO DE 1944

Por la mañana recibo la noticia de que en uno de los más recientes combates nocturnos también Geiger perdió la vida. Hace apenas unas cuantas semanas que se le confirió el ramillete de hojas de encino que va con la Cruz de Caballero, habiendo sido ascendido a capitán. Del pequeño grupo de alumnos de Van Diecken que había en la Academia Militar, soy el único superviviente. Hain y Menapace resultaron muertos en el frente ruso hace varias semanas.

El escuadrón pierde otros seis de sus miembros en una lucha que tuvimos que sostener hoy al mediodía con Thunderbolts, Lightnings y Mustangs que venían escoltando otro ataque de bombardeo en gran escala.

Nuestro pequeño grupo se reduce más y más cada día. Todos podemos contar con los dedos de una mano los días que nos quedan de vida.
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Mensaje por gerkamp » Jue Abr 28, 2011 9:01 pm

25 DE FEBRERO DE 1944

Los americanos e ingleses conducen sus operaciones aéreas en gran escala, de manera tal que no nos dan un momento de tregua. Han hecho llover centenares de miles de toneladas de altos explosivos y bombas incendiarias de fósforo sobre nuestras ciudades y centros industriales. Noche tras noche el ulular de las sirenas anuncia un nuevo ataque. ¿Por cuánto tiempo podrá continuar todo esto?

Una vez más el Control de la División anuncia nuevas concentraciones en el sector Dora-Dora. Es la espera diaria del llamado para entrar en acción, el permanente estado de tensión en que vivimos, lo que nos mantiene los nervios de punta. A cada misión sigue ahora el acto de colgar nuevos retratos en el muro.

¡Concentraciones en el sector Dora-Dora! Este anuncio ha llegado a tener un nuevo y diferente significado para todos nosotros: es una advertencia de que, por el momento, todavía estamos vivos... El rostro de los camaradas se ha tornado grave y macilento...

¡Concentraciones en el sector Dora-Dora! Hoy será lo mismo de ayer. En silencio nos preparamos a despegar; uno por uno nos alejamos otra vez para ir al baño. Eso también forma parte de la misma rutina. No hay necesidad de laxantes para corregir esa sensación de vacío que produce el anuncio Dora-Dora.

Despegamos a las 16:00 horas. El escuadrón vuela en torno del campo hasta que se completa la formación. La base ordena:

—Ascenso a 25,000 pies, rumbo al norte. Nenes pesados se aproximan volando sobre el mar.

A 15,000 pies sobre Lüneberg Heath se nos unen las escuadrillas del tercer escuadrón. Hace frío y abro la válvula de oxígeno.

20,000 pies: Guardamos silencio en el radio. Periódicamente la base nos da los últimos informes sobre la posición del enemigo:

—Nenes pesados vuelan ahora sobre el sector Sigfried-Paula.

22,000 pies: Volamos ahora desplegados en formación abierta. El zumbido monótono de la señal en clave se repite en los audífonos: Di-da-di-da-di-da-di-da... corto-largo-corto-largo-corto-largo...

25,000 pies: Los tubos de escape dejan largas estelas de vapor tras de nosotros.

30,000 pies: Mi supercargador funciona perfectamente; las revoluciones, las temperaturas del aceite y el radiador, los instrumentos, todo está en orden... La brújula indica que seguimos rumbo tres-seis-cero.

—A la izquierda... búsquenlos a su izquierda.

Pero todavía no se distingue nada; los nervios están en tensión. De pronto, me siento muy despejado, bien despierto, y con todo cuidado escudriño la inmensidad del cielo: extensos bancos de nubes cubren la tierra distante que queda allá abajo, hasta donde alcanza la vista. Estamos ahora a una altura de 33,000 pies, lo justo para poder derribar unos cuantos bombarderos o cazas enemigos.

Estelas de vapor en el frente. ¡Allí están!

—Los veo —informa Specht con un estallido de su voz sonora.

—Víctor, víctor —responden desde la base.

El callejón de bombardeo queda ahora como a unos 6,000 pies abajo del sitio donde nos encontramos. Seis u ochocientos
bombarderos pesados se dirigen hacia el Este. A sus lados y por encima de ellos vuelan los aviones de combate que forman la escolta.

Y ahora quedo completamente absorto con la emoción de la cacería. Specht hunde el extremo de su ala izquierda y todos nos lanzamos al ataque. Messerschmitt tras Messerschmitt le sigue en su descenso.

—¡A ellos! —El radio se torna en una Babel de sonidos, donde todo mundo grita al mismo tiempo.

Reviso mis cañones y ajusto las miras mientras bajamos sobre el blanco; sujeto entonces el bastón con ambas manos,
localizando los gatillos con el pulgar y el índice de la mano derecha. Me vuelvo a mirar hacia atrás: vienen aviones Thunderbolt bajando tras de nosotros; pero somos más veloces, y antes de que puedan interceptamos alcanzamos las fortalezas. Nuestros aparatos pasan por entre la formación de bombarderos, ejecutando un ataque frontal; oprimo los gatillos y mi avión se sacude por retroceso de los cañones.

¡A ellos!

Mis proyectiles abren grandes boquetes en el ala de una de las fortalezas. ¡Maldición! Yo apuntaba a la cabina de control.

Asciendo en pronunciada pendiente por detrás de la formación y mi escuadrilla me sigue. En esos momentos, los Thunderbolt se lanzan sobre nosotros. Se inicia la lucha feroz. Varias veces trato de maniobrar para quedar en posición de hacer fuego sobre uno de sus aviones, pero siempre me veo obligado a retirarme porque llevo dos, cuatro, cinco y hasta diez Thunderbolts tras de mí.

Todo el mundo está dando vueltas como loco, ya sea amigo o enemigo; pero los yanquis nos superan en cantidad. Al menos en proporción de cuatro o cinco a uno, y en esas condiciones se acercan algunos Lightnings que vienen a sumarse a la pelea. Uno de ellos me tiene en la mira, y ¡fuego!

Las balas pasan rozándome materialmente la cabeza e instintivamente me hacen agachar.

¡Uumf! ¡Uumf! ¡Buena puntería!

Me veo forzado a subir en un ascenso de tirabuzón. Recurriendo una vez más a mi vieja estratagema para tales casos de emergencia. Por el momento tengo un respiro que aprovecho para revisar los instrumentos y los controles. Todo parece estar bien. Wenneckers se adelanta hasta quedar a mi lado y me señala cuatro Lightnings que vuelan abajo y a la izquierda de donde estamos.

¡A ellos!

Clavamos el extremo del ala izquierda y nos lanzamos revoloteando por encima de los Lightnings, que brillan relucientes con el sol. Abro fuego, pero vuelo con demasiada rapidez y los proyectiles pasan por sobre el avión enemigo. No sé qué hacer con la velocidad tan excesiva que llevo.

Y mientras tanto, otro Lightning viene a mis espaldas. Como relámpago boto el bastón hacia la izquierda; cae el ala y desciendo en espiral cerrada. El motor chilla. Reduzco la velocidad; el avión se cimbra bajo el temible esfuerzo, los remaches se botan del bastidor del ala. Siento que se me revientan los oídos, hasta que lentamente y con cautela comienzo a enderezar el vuelo. Siento que me empujan hacia delante y me oprimen sobre el asiento; pierdo la visión de todo y me golpeo el pecho con el mentón.

Me pasa un avión que cae incendiándose; lo sigue un Messerschmitt.

—¡Lo alcancé! —grita Wenneckers que momentos después vuela a mi lado otra vez, y lo saludo con ambas manos.

—¡Te felicito!

—El maldito iba tras de tu pellejo —me contesta. Es la segunda vez que Wenneckers derriba un yanqui que iba persiguiéndome.

Después de aterrizar, voy a buscarlo para estrecharle las manos y felicitarlo por su triunfo... pero Wenneckers me interrumpe antes de que pueda darle las gracias:

—No, señor, no es necesario que me dé las gracias; lo único que deseaba es que no dejara viuda a su esposa. Además, ¡piense en la molestia que sufriría la escuadrilla al tener que recoger sus huesos!

Todos los mecánicos que están a nuestro alrededor corean la broma con estruendosas carcajadas. Hundo mi puño en las costillas del larguirucho, y juntos entramos al salón de tripulaciones. Mientras tanto, han empezado a llegar los demás. Este día regresamos todos.
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Mensaje por gerkamp » Jue Abr 28, 2011 9:10 pm

3 DE MARZO DE 1944

Los americanos atacan Hamburgo, y como Specht no puede volar, temporalmente tomo el mando del escuadrón. Los 40 aparatos que originalmente lo componian han quedado reducidos a sólo 18, mismos que llevo conmigo en esta misión.

Volando sobre Hamburgo, me preparo para atacar una pequeña formación de fortalezas. Mis dieciocho aparatos se hallan a 5,000 pies por encima de ellas, pero en el momento en que voy a emprender el descenso, observo que a unos 3,000 pies abajo y hacia la izquierda de nosotros hay un grupo de unos sesenta Mustangs. No pueden vernos porque nos encontramos precisamente entre ellos y el deslumbrante sol. ¡Esta si que es una magnífica oportunidad!

Cierro un poco la válvula para dar tiempo al grupo enemigo de adelantarse; Wenneckers se coloca a mi lado, saludándome y apretándose las manos en señal de gusto.

Hasta que una vez quedamos en posición de darles una buena lección; sin embargo, debo tener cuidado y no descender antes de tiempo. Todavía no nos han visto. ¡A ellos!

En un vuelo de picada, prácticamente vertical, revoloteamos por encima del centro de los yanquis y casi simultáneamente abrimos el fuego. Los tomamos completamente por sorpresa. En grandes espirales, los Mustangs intentan escapar, pero algunos de ellos se hallan envueltos en llamas antes de llegar a las nubes. Uno se desintegra materialmente bajo el fuego de mis cañones.

Gritos de triunfo se escuchan en el radio.

Al caer la tarde, se reciben mensajes de la División informando de que fueron localizados los despojos de no menos de doce Mustangs que se estrellaron en los sectores Cesar-Anton-cuatro y siete.

Solamente hay una cosa que lamentar y que mancha el regocijo general: Matusalén no ha regresado. Varios de los pilotos vieron un Messerschmitt 109, sin alas, que iba cayendo. ¿Qué habrá sido de Matusalén?
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Mensaje por gerkamp » Jue Abr 28, 2011 9:14 pm

4 DE MARZO DE 1944

¡Noticias de Matusalén! Se encuentra en un hospital, cerca de Hamburgo. Un Mustang le arrancó las alas y después estalló su avión. Resultó herido, pero llegó a arrojarse en el paracaídas y se salvó.

De todos los "veteranos" sólo me quedan ahora Wenneckers y Fest. Los demás pilotos son jóvenes sin experiencia y han
estado con nosotros únicamente desde enero.

6 DE MARZO DE 1944

Hoy sostuvimos otra pelea con Thunderbolts al Sur de Bremen.

A tempranas horas de la tarde despego para hacer un vuelo de prueba con un nuevo piloto que apenas ayer se presentó como miembro de la escuadrilla. Poco después, cuando el muchacho practicaba un vuelo muy bajo, chocó con el suelo y se mató.
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Mensaje por gerkamp » Jue Abr 28, 2011 9:41 pm

8 DE MARZO DE 1944

Anoche se escuchó ruido de motores. Los ingleses atacaron Berlín con más de 1,000 aviones.

Al mediodía entramos en acción contra americanos que se dirigen hacia mismo objetivo. Una vez más estoy al mando del escuadrón.

En el primer ataque de frente, derribo una fortaleza precisamente al Norte del aeródromo, y dejo otra ardiendo en llamas, pero no puedo verla cuando se estrella porque estoy muy ocupado con varios aviones Thunderbolt que tratan de colocarse detrás de mí.

Mi escuadrilla pierde al sargento Veit. Encontraron su cadáver en un maizal que hay al Norte del aeródromo, donde fue derribado.

En nuestra segunda misión logré derribar otra fortaleza más. También cayó durante el primer ataque frontal dirigido a la cabina de control. Probablemente los dos pilotos resultaron muertos y los controles averiados, porque el avión se estrelló sin llegarse a incendiar.

En el curso de una pelea con Thunderbolts, mi aparato resulta seriamente averiado, tanto en el motor como en las alas; todo lo que puedo hacer es huir de regreso al campo. Antes de aterrizar descubro que la rueda de la izquierda se ha desprendido y que la derecha no puede funcionar; por lo tanto, me veo obligado a hacer un aterrizaje sobre una sola rueda.

Al bajar, hay una ambulancia y una bomba contra incendios listas en el extremo de la pista para auxiliarme inmediatamente, pero sus servicios no se hacen necesarios porque logro realizar un aterrizaje feliz. Inmediatamente ordeno que me preparen un avión de reserva para despegar en una tercera misión, pero lo destruyen durante un ataque lanzado al ras de tierra en que ametrallan el aeródromo, y dos de los mecánicos reciben heridas de gravedad.

Por orden del comandante, la escuadrilla Núm. 4 pone a mi disposición uno de sus aparatos. Specht y yo despegamos llevando como alas al sargento de vuelo Hauptmann y al sargento Zambelli. Al intentar un ataque contra una formación de Liberators, sobre Lüneberg Heath, una escuadrilla compuesta de unos cuarenta Thunderbolts cae sobre nosotros; en la subsecuente pelea son derribados los dos sargentos que llevamos como alas, y después de una persecución feroz que llega hasta tierra, el comandante y yo logramos escapar por fin con grandes dificultades.

Después de aterrizar recibo el aviso de Diepholz de que el sargento de vuelo Wenneckers se halla en el hospital. Derribaron su avión y resultó seriamente herido.

Por la noche, en una conversación telefónica con la Jefatura de la División, el comandante solicita que temporalmente sea retirado de las operaciones el escuadrón. No podemos continuar, pero la solicitud es rechazada; debemos continuar volando hasta que se pierda el último aparato y muera el último piloto. Berlín, la capital del Reich está ardiendo en llamas de un extremo a otro.

Reina el silencio en el salón de las tripulaciones. Jonny Fest y yo estamos sentados, solos, en nuestros dos sillones y así pasamos gran parte de la noche. No hablamos mucho y el montón de colillas que hay en el cenicero crece constantemente; fumamos un cigarrillo tras otro. Jonny contempla sin cesar los retratos que cuelgan de la pared. Yo tengo la impresión de que de un momento a otro, veremos gesticular los rostros y oiremos las voces familiares de nuestros extintos camaradas que van a interrumpir el silencio de la sala...

Wolny... volvíamos de su entierro en el auto del jefe, cuando repentinamente apareció sobre el camino una muchacha que llevaba una corona en el brazo. Era su novia; le había dado temor pararse junto a nosotros ante la tumba de su prometido, porque no estaba segura de poder controlar su dolor que la tenía abatida desde tres días antes cuando le comunicaron el deceso...

Steiger... era exactamente igual a su hermano gemelo a quien conocí en Tübingen el año pasado, y de pronto lo confundí con Gerd. El parecido era asombroso: su mamá era la única que podía distinguirlos...

Kolbe... encontraron su cadáver entre los despojos, pero le faltaban las dos manos. Y así las cosas, su esposa pidió que se le regresara el anillo de matrimonio... ¿Cómo era posible que le dijéramos la verdad?

Kramer... ¿por qué, ¡oh!, por qué tenía que perder la cabeza cuando su avión cayó al mar?

Gerhard... a menudo recibo cartas de su madre y tengo que volver a decirle lo valiente que era su hijo. Tiene la esperanza de que su sacrificio por la libertad de nuestro pueblo y la supervivencia del Reich no haya sido en vano...

Führmann... en el sitio donde su Messerschmitt lo llevó hasta el fondo, al hundirse en el pantano, levantamos una enorme cruz de encino, al pie de la cual clavamos las dos monedas de cinco francos...

Doelling... no regresó de su segunda misión. El mar se tragó su cadáver.

Killian... sus eternos líos con las mujeres me causaron bastantes disgustos...

Dolenga... ¿qué pasaría con su encantadora esposa? Fui padrino de boda cuando se casó en Jever...

Nowotny ... su padre, que reside en Brünn, me escribió diciendo que dos de sus hermanos también habían muerto en acción...

Raddatz... su adorada Myra-Lydia derramó un mar de lágrimas en el momento de la tragedia, pero no tardó mucho en encontrar consuelo en otra parte. Sin embargo, no sólo ella encontró irresistibles sus encantos...

Arndt... no regresó de su primera misión...

Reinhard... mi buen y viejo camarada me enseñó una vez el retrato de él con sus seis hermanos, todos juntos vistiendo el uniforme... y todos portaban la Cruz de Hierro de Primera Clase...

Zambelli... acostumbraba tocar el acordeón. Oyó sonar la última alarma mientras tocaba una canción bailable muy alegre. Cuando regresamos de aquella misión, su acordeón estaba todavía sobre la mesa... el había muerto...

Weissgerber...

Hetzel...

Kreuger...

Veit...

Hoefig...

Trockels...

Troendle...


Y ahora sólo quedamos Jonny y yo...
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Mensaje por gerkamp » Jue Abr 28, 2011 9:50 pm

15 DE MARZO DE 1944

Las 9:55 horas: despegamos para interceptar.

Salen seis aparatos, regresan cuatro. Esto es el fin.

Varios cientos de Thunderbolts y Lightnings vinieron con más de 1,000 bombarderos pesados. Jonny y yo aterrizamos sudando como cerdos; nuestros dos aviones fueron acribillados a tiros.

Una vez más nos dejamos caer en los sillones. Specht entra al salón y anuncia:

—El escuadrón quedará fuera de operaciones durante las próximas seis semanas. Creo que tenemos bien ganado el descanso.

Jonny y yo nos concretamos a inclinar la cabeza en señal de asentimiento.

Tan pronto como el comandante termina de fumarse su cigarrillo y sale del salón, saco de mi gaveta una botella de brandy. Dos horas más tarde saco una segunda botella, porque la primera está vacía. Jonny y yo estamos solos; me cuenta todo lo concerniente a su "amiguita" que tiene en Wesel, de donde es originario; por mi parte le hablo de Lilo: espera un segundo niño dentro de un mes. Jonny decide que ha de tener cuatro hijos, después de casarse con su amiguita.

—Por supuesto que eso será si para entonces queda todavía algo de nosotros —murmura para sí a manera de reflexión.

Al oscurecer vamos al pueblo. El alcohol afloja la tensión que hemos vivido las últimas semanas y nos ayuda a olvidar.

—Señor —sugiere Jonny—, celebrémoslo esta noche con todos los honores.

Y me parece una buena idea, me siento igual y estoy dispuesto a cualquier cosa. Por esta vez no habrá cortapisas; pico a Jonny con el pulgar en la espalda cordialmente, y convengo:

—Jonny, amigo mío, tienes toda la razón; ¡esta noche vamos realmente a festejarla en grande!

Nos bamboleamos y en zigzag recorremos las calles, cantando y gritando. Por fortuna todo está a oscuras y nadie nos ve, cosa que no importa.

Jonny conoce a una joven viuda que vive en el pueblo, vamos a su casa y hace venir a una amiga; entonces tomamos y
bailamos hasta que no podemos sostenernos más en pie.

Ahora nada importa, excepto alejarse de todo y poder olvidar, aunque sea por un momento...

Paso la noche en cama extraña.
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Mensaje por gerkamp » Jue Abr 28, 2011 9:52 pm

24 DE MARZO DE 1944

Hoy en la mañana, al llegar al punto de dispersión, me reciben a coro: ¡Feliz cumpleaños!

La escuadrilla está formada, se han alineado siguiendo al primer ingeniero; recorro las filas y estrecho la mano a cada uno de mis hombres.

Los conozco a todos desde hace años, sus caras me son familiares; sé que todos me quieren y no puedo evitar el sentimiento que me hace estar orgulloso de todos ellos. Mi idea ha sido siempre crear y desarrollar el espíritu de unidad y camaradería dentro de la escuadrilla y en cuanto á esto, he tenido éxito, porque todos estamos unidos y tenemos un solo y común ideal: ¡La Quinta!
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Mensaje por gerkamp » Jue Abr 28, 2011 10:06 pm

28 DE ABRIL DE 1944

Durante las últimas semanas, una corriente ininterrumpida de pilotos llega comisionada a nuestra escuadrilla. A excepción de un sargento de vuelo que vino del Frente Oriental, todos son oficiales no comisionados, sin experiencia. Verdad es que al sargento le concedieron la Cruz de Hierro, pero en cuanto a los demás, todos han sido enviados directamente después de terminar los cursos de entrenamiento, que desde luego, son completamente inadecuados para llenar los requisitos de una situación activa como la que exigen las operaciones diarias.

Sin embargo, en lo que respecta a carácter personal y condiciones físicas, integran un grupo excepcionalmente fino de jóvenes cuidadosamente seleccionados. Dos veteranos, pilotos de combate, también les dan instrucción de vuelo a ciegas. Además, reciben enseñanza de la último en bombardeos y artillería.

A mediados de abril, nuestro bueno y viejo Matusalén vuelve a unirse con nosotros después de haber sido dado de alta en el hospital.

Aparatos absolutamente nuevos nos llegan directamente de fábrica. Están equipados con motores provistos de supercargadores y el nuevo dispositivo de metano; este último es algo que personalmente probé; nos permite obtener un aumento de potencia en la máquina que rebasa el cuarenta por ciento, durante varios minutos, en caso de emergencia.

Este aumento de potencia se obtiene inyectando una mezcla de alcohol metílico y agua a los cilindros. Además, una cámara fotográfica ha sido montada en el avión y varios cortos sacados de mis últimas películas han sido exhibidos en los noticiarios de la "Deutsche Wochenschau", que pasan en todos los teatros de Alemania.

¡La Quinta ha regresado!

Del 15 al 20 de abril fui destinado a la estación experimental de Lechfeld, donde por primera vez volé un aparato de propulsión a chorro: el ME 262. En un modelo "standard", ordinario, y a nivel, logré desarrollar una velocidad de 580 millas por hora. Antes de fin de año, un millar de estos aviones estará funcionando ¡y que Dios proteja a los Tommies y a los yanquis!

Hace varias semanas, en Zwischenahn, vi un vuelo del mayor Spathe en un ME 163. En tres minutos alcanzó una altura de 25,000 pies. Hay rumores de que este aparato puede desarrollar una velocidad de más de 750 millas por hora. Ya en 1941 volaba a más de 600 millas por hora. El desarrollo de otros nuevos tipos de aviones adelanta rápidamente y la producción
alemana en verdad opera a ritmo acelerado.

Sin embargo, al otro lado del cuadro, están las bombas americanas que día tras día llueven incesantemente sobre nuestras fábricas. ¿Podrán parar la producción alemana de aviones antes de que estos nuevos modelos se produzcan en cantidad? Este es el punto que debe resolverse con el resultado de la guerra aérea sobre el Reich, que se ha convertido en algo semejante a una carrera a muerte para vencer el tiempo. La perspectiva del futuro es realmente sombría.

Día tras día hemos ido retrocediendo en el Frente Oriental. Africa se perdió el año pasado: 120,000 soldados alemanes fueron hechos prisioneros y todos eran veteranos bien entrenados y experimentados en la lucha. La situación en Italia ha llegado a un punto crítico. Como aliados, los italianos son completamente inútiles y no se les puede tener confianza. Nunca han sido otra cosa.

En el Frente Occidental debemos esperar un desembarco americano en el continente. Durante varios meses el escuadrón ha estado preparándose hasta en los más mínimos detalles para emprender la "Operación del Doctor Gustav Wilhelm". Todos los pilotos han recibido amplio entrenamiento teórico que los capacita para las operaciones en contra de cualquier equipo de aterrizaje y transportes.

Con oprimir un botón al sonar la primera alarma, se pone en marcha toda la vasta organización que opera en Occidente.

Hoy en la mañana nombraron al mayor Specht como Oficial Comandante (Geschwaderkommodore) del Ala de Combate
No. II. Hace varios días le otorgaron la Cruz de Caballero.

He sido nombrado como sucesor de él, en grado de Comandante del Segundo Escuadrón del Ala de Combate No. II

También se me comunica el ascenso rápido al grado de capitán (Hauptmann) por "muestras de valentía ante el enemigo". A los veintitrés años, y por el momento, parece que soy el comandante de escuadrón más joven de la Fuerza Aérea Alemana.

El pequeño Specht sonríe al estrecharme la mano y me felicita 3 veces: primero, por mi ascenso al grado de capitán; segundo, por haber sido nombrado comandante (Kommandeur) y tercero, porque Lilo acaba de darme una segunda hija.

Es un día maravilloso, brilla el sol en todo su esplendor y las nubes que descienden están todavía muy lejos en el horizonte.
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Mensaje por gerkamp » Vie Abr 29, 2011 9:45 pm

29 DE ABRIL DE 1944

—¡Concentraciones de aviones enemigos en Dora-Dora!

¡Ahí vamos una vez más! El escuadrón reorganizado está listo para entrar en acción.

Tres divisiones de bombarderos lanzan una ofensiva desde sus bases en el área del Gran Yarmouth. Nuestros efectivos de Holanda informan de fuertes escoltas de aviones de combate. Mis órdenes son atacar con mi escuadrón a los aviones de combate que forman la escolta, alejarlos y mantenerlos ocupados; mientras tanto, otros escuadrones de Focke-Wulfs quedan en condiciones de lanzarse sobre los bombarderos con toda efectividad y sin ninguna interferencia.

Las 10:00 horas: ¡Listo todo el escuadrón!

Tengo una línea directa, por tierra, desde mi aparato hasta la sala de control de la División. Constantemente me transmiten informes sobre la situación que guarda el enemigo. Pasan sobre Amsterdam... el extremo sur de la Bahía de Ijssel... al norte de Deventer... cruzan la frontera del Reich... al oeste del Rhin.

A las 11:00 horas la punta de flecha de la formación se halla sobre el Rhin.

11:04: ¡Todo el escuadrón deberá despegar! ¡El escuadrón completo emprende el vuelo!

La orden se escucha en todos los magnavoces que hay instalados en el campo; se lanzan cohetes y luces de señales desde los puntos de dispersión de las escuadrillas; zumban los motores y ¡ahí vamos! Las escuadrillas se elevan del aeródromo y describen un círculo a la izquierda, cerrándose después hasta formar un grupo compacto.

Prendo el radio y me comunico con la base: — Nenes pesados en el sector Gustav-Quelle. Suban a Hanni-ocho- cero.

—Víctor, víctor —respondo acatando las órdenes.

Seguimos ascendiendo en amplio círculo hacia la izquierda hasta alcanzar la altura requerida para entrar en operación... 20,000... 22,000... 25,000 pies.

Al Norte y al Sur de donde vamos volando van ascendiendo también otros escuadrones, en su mayoría compuestos de aviones Focke-Wulf.

—Nenes pesados se hallan ahora en Gustav Siegfried; Hanni-ocho-cero.

—Víctor, víctor.


Hemos llegado ahora a 30,000 pies de altura; los supercargadores son algo maravilloso.

Las 11:30: por el occidente y abajo de donde volamos distingo las primeras estelas de vapor; son Lightnings. Pocos minutos después vuelan directamente bajo nosotros seguidos de los bombarderos pesados que se extienden en inmensa cadena hasta más allá de la distancia que puede abarcarse con la vista. Thunderbolts y Mustangs vuelan y revolotean describiendo espiral por encima de ellos y a los lados de la imponente formación.

En estos momentos nuestros Focke-Wulf se precipitan sobre ellos; inmediatamente me desprendo y desciendo sobre los Lightnings que tenemos bajo nosotros; nos localizan y dan vuelta en dirección a donde estamos para interceptar el ataque. Un grupo como de treinta Thunderbolts se adelanta también, del lado sur, para darnos batalla. Esto es exactamente lo que yo quería.

El camino queda así libre para los Focke-Wulf. Las primeras fortalezas están ya envueltas en llamas. El mayor Moritz entra al ataque con su escuadrón.

Iniciamos así una lucha feroz en donde todos revolotean locamente. Nuestra misión está cumplida y ahora es cosa de que cada uno cuide de sí mismo. Durante varios minutos vuelo a la retaguardia de un Lightning que vuela como el mismo diablo: vira, desciende y se eleva nuevamente como un cohete; no hay momento en que pueda hacerle más de unos cuantos disparos.

Entonces cae volando en picada una flotilla de Mustangs; sus proyectiles me rozan la cabeza; con ambas manos echo el bastón hacia atrás y el avión sube casi en vertical sacándome así de la situación comprometida. Mientras tanto, el sargento Drühe que llevo de ala, se mantiene volando tras de mí.

Una vez más tengo oportunidad de disparar sobre un Lightning y mi descarga da en el blanco. Se desprende una columna de humo del motor derecho, pero me veo obligado a alejarme otra vez, porque al voltear distingo ocho Thunderbolts que vienen a mi retaguardia. Los proyectiles enemigos vuelven a pasar rozándome la cabeza.

Evidentemente mis contrarios son veteranos en este juego. Hago un viraje, desciendo, vuelvo a subir, doy vuelta y describo una gaza, giro como huso y recurro al dispositivo de emergencia de metano, tratando de escapar en mi favorito
"ascenso en tirabuzón". En no más de unos cuantos segundos los malditos vuelven a estar tras de mí; continúan disparando sin cesar y no entiendo porqué razón no llegan a tocarme; pero es lo que pasa.

Mi segundo sigue manteniéndose junto a mí como si estuviera pegado con goma, ya sea atrás o a un lado; le indico que siga así, pase lo que pase, y con toda calma responde:

—Víctor, víctor.

En lo que puedo llamar un golpe de suerte, uno de los yanquis queda al centro de mis miras; abro el fuego con todos mis cañones y el aparato sube en ascenso pronunciado; para entonces todos sus camaradas vuelven a estar tras de mí.

A pesar del frío intenso que hace, el sudor me baña la cara. Este pleito es endiablado. Por momentos estoy pegado al asiento mientras doy una vuelta en corto y prácticamente toco el dosel con el pelo.

Cada segundo parece tener la duración de toda una vida.

Mientras tanto, los Focke-Wulf han hecho un buen trabajo; he visto caer, envueltas en llamas, casi unas treinta fortalezas; pero todavía quedan varios cientos de bombarderos pesados que se abren paso volando, impávidos, hacia el Este. Es otro de los días en que Berlín va a sufrir horriblemente.

La aguja del indicador de combustible marca el cero; la luz roja empieza a flamear dando el aviso; diez minutos más y el tanque quedará vacío. Desciendo en espiral cerrada y los Thunderbolts se alejan. Momentos antes de llegar a las nubes,
como a 3,000 pies de altura enderezo el vuelo y calculo que debo estar probablemente en las cercanías de Brunswick o
Hildesheim. Veo el reloj, quizás dentro de unos cuarenta y cinco minutos volveré a estar sobre el "callejón de bombarderos"; tal vez, entonces, logre tener uno de los gruesos bombarderos en el centro de mis miras...

En lo alto, el cielo sigue todavía manchado con estelas de vapor, marcadas con el sello de esa infernal lucha. Repentinamente el sargento que va conmigo vira en redondo y se pierde en el banco de nubes. ¿Qué diablos pasa ahora?

Como relámpago vuelvo la vista a mi alrededor e instintivamente agacho la cabeza; hay un Thunderbolt que vuela directamente a mis espaldas y lo siguen otros siete más; todos abren fuego y sus descargas dan en el blanco. Mi ala
derecha prorrumpe en llamas. En espiral me desvío hacia la izquierda y entro en las nubes; delante de mí surge una sombra: es otro Thunderbolt; abro fuego y su cola empieza a incendiarse.

Ahora puedo ver tierra, boto el dosel y estoy listo para arrojarme en el paracaídas cuando vuelve el rattattat de las ametralladoras cuyos proyectiles silban cerca de mis oídos y nuevos martillazos golpean mi avión que ya se encuentra en llamas. El Thunderbolt está allí otra vez, a no más de 100 pies de distancia, tras de mí. ¡Maldición! Quedaré convertido en picadillo por su hélice si trato de saltar ahora. Me precipito y trato de encogerme en el asiento, achicándome todo lo posible. La lámina blindada que llevo a las espaldas me protege de los disparos que de otro modo serían fatales; las alas y el fuselaje son acribillados a tiros y junto a mi pierna derecha se abre un gran boquete. Las llamas están acercándose todavía más; empiezo a sentir el calor...

¡Zás! El tablero de instrumentos vuela en pedazos ante mis ojos; algo me golpea la cabeza; el motor se para... no queda una gota de combustible. ¡Maldición! No tengo escapatoria.

Desde luego que la velocidad que llevo disminuye rápidamente y eso hace que las andanadas de mi contrario pasen por encima del aparato. Sólo por unos cuantos segundos queda al centro de mis miras, pero es lo suficiente para llevármelo conmigo; oprimo los dos gatillos y me percato de que estoy temblando por la tensión nerviosa. ¡Si pudiera llevármelo!

La andanada hace blanco perfecto en el centro del fuselaje; el enemigo levanta el avión en ascenso rápido; momentos después está en llamas; se abre el dosel y asoma el cuerpo del piloto.

La tierra sube con violencia vertiginosa, ya es tarde para que pueda arrojarme en el paracaídas. Cruzo por sobre extensos campos; el avión baja la nariz y queda en tierra. Las llamas suben y poco falta para que me quemen la cara; el aire se llena de tierra; sigue un golpe seco, pesado, sordo y el avión patina en medio de una nube de polvo hasta cavar su propia tumba dentro del terreno flojo. Levanto los brazos para cubrirme la cara y aprieto las piernas contra la barra del timón. Todo pasa en menos de un segundo. Algo se estrella en mi cabeza con fuerza arrolladora y me deja aturdido...

¡Esto debe ser el fin! Es mi último pensamiento antes de perder el sentido...

No recuerdo cómo logré escapar de aquel avión en llamas, pero desde luego, debo haberlo hecho... Es imposible hilar los pensamientos, lo único que sé es que no cesa el horrible dolor de cabeza que tengo. Recuerdo que las balas siguen silbándome en los oídos. Tropiezo y caigo, pero sin saber cómo vuelvo a estar en pie; la única idea que me obsesiona es alejarme antes de que sobrevenga la explosión final. El brillo de las llamas que consumen mi aparato contrasta vivamente con el palio de humo negro que va elevándose hasta perderse en el cielo.

A unos cuantos cientos de yardas de distancia, arde otro aparato. Confusamente pienso que debe ser mi yanqui. ¡Si se me quitara el dolor! ¡Mi cabeza!, ¡mi cabeza! Con ambas manos hago el intento de tocármela, pero caigo de rodillas, el mundo me da de vueltas vertiginosamente; me ataca la náusea recurrente hasta que sólo me queda el sabor de la bilis negra...

Los otros siete Thunderbolts siguen arrojándose sobre mí; no cesan de disparar; parece interminable la distancia que media hasta la orilla del camino donde puede haber relativa seguridad... finalmente caigo rodando dentro de la zanja y vuelvo a perder el conocimiento. He llegado al extremo de la cuerda...

Cuando recobro el sentido, me doy cuenta de que junto a mí hay un hombre parado, inmóvil, que está mirándome fijamente. Es alto como un árbol joven... ¡Un americano!

Trato de sentarme al borde de la zanja y el gigantón se sienta a mi lado. Al principio, ninguno de los dos hablamos; todo lo que puedo hacer es apoyar los codos sobre las rodillas y sostenerme la cabeza que parece reventarme en las manos. El yanqui me ofrece un cigarrillo; le doy las gracias pero no lo acepto sino que le tiendo uno de los míos; también lo rehusa y cada uno enciende el suyo.

—¿Era usted quien volaba el Messerschmitt?

—Si.

—¿Está herido?

—Así parece.

—Está sangrándole la parte de atrás de la cabeza.


Siento que me corre la sangre hasta el cuello. El yanqui prosigue:

—¿Realmente fue usted quien me derribó?

—Si.

—¡Pero es que no puedo imaginarme cómo pudo hacerlo! Su avión era un haz de llamas.

—¡No lo sé!


El americano explica que me alcanzó a ver encima de las nubes y se lanzó tras de mí con sus hombres. Después añade:

—Parecía algo así como un golpecito de suerte.

—¿Cuál fue la idea de volar delante de mí cuando se paró mi motor? —
Le pregunto a mi vez.

—Por el exceso de velocidad; además, nunca se me ocurrió que todavía podía usted llegar a disparar.

—Ese fue su error.


Ríe y comenta:

—Me supongo qué no soy el primero que derriba usted, ¿o sí?

—No, con usted son veintiséis.


El americano me cuenta que ha derribado diecisiete alemanes. En pocos días más iba a regresar a su casa. Ve el anillo que llevo en el dedo y me pregunta si soy casado.

—Sí, y tengo dos chiquillas —le muestro el retrato de Lilo e Ingrid.

—Encantadoras —dice inclinando la cabeza en señal de aprobación—, de veras que son encantadoras.

Me siento contento de que le gusten. También él es casado; su esposa que ahora le espera, aguardará en vano. Con cierta ansiedad, el grandulón me pregunta qué será de él ahora. Le explico que será enviado a un campamento especial destinado a los aviadores americanos.

—¿Es usted oficial?

—Sí, soy capitán.

—En ese caso, le enviarán a un campamento de oficiales. Le tratarán bien; nuestros prisioneros son tan bien tratados como los suyos.


Más o menos durante media hora sostenemos amena charla. Me da la impresión de ser un hombre decente; no surge ni la menor sombra de odio entre nosotros. Además no hay razón para ello; por el contrario, mucho hay de común entre los dos: somos pilotos y ambos acabamos de escapar a la muerte por muy reducido margen.

Un grupo de soldados, de una batería de reflectores buscadores que está cerca, llegan hasta nosotros y nos apuntan con rifles.

—Abajo las armas, idiotas! —les grito yo.

Sobre la carretera hay un camión que nos espera; en la parte de atrás van apiñados seis yanquis de una fortaleza, están muy lóbregos. Mi capitán y yo nos sentamos junto a ellos y aun cuando me siento morir, trato de alegrar el cotarro con unos cuantos chistes. Por el camino recogemos más yanquis que fueron derribados; uno de ellos va muy mal herido de una pierna. Me hago cargo de que nuestra gente lo alce cuidadosamente al subirlo al camión. Nos conducen al aeródromo de Brunswick en Britzum y allí me despido de mis compañeros de infortunio y todos nos estrechamos la mano.

—Buena suerte!

—¡La mejor para todos!

—¡Hasta la vista!


Una hora más tarde, Barren se presenta y me lleva volando en un "Arado".

Todo el escuadrón regresó al campo sin haber sufrido bajas. Soy el único a quien derribaron.

Más tarde, en la sala de operaciones, vuelvo a perder el conocimiento; me llevan hasta mi alojamiento donde me ataca una fiebre muy alta. Finalmente, por la noche, soy internado en un hospital.
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Mensaje por gerkamp » Vie Abr 29, 2011 9:53 pm

10 DE JUNIO DE 1944

Han pasado varias semanas bastante lóbregas. Los doctores encontraron una fractura en la base del cráneo; sobrevino después una hemorragia cerebral peligrosa y a continuación sufrí un completo colapso nervioso. Durante varios días no pude pronunciar una sola palabra y hasta hoy todavía no he recobrado el habla con absoluta normalidad. Mi memoria se ha visto afectada y sigo tembloroso; quieren enviarme a un hospital siquiátrico, pero me rehuso a ir porque entonces sí que realmente me volverían loco.

Hace pocos días que los Aliados desembarcaron en Normandía. Mi escuadrón ha sido trasladado al sector de la invasión, al mando de mi viejo camarada, el capitán Krupinsky.

Llamo por teléfono a la Segunda División de Combate y solicito mi regreso al servicio activo inmediatamente. El general me lo niega:

—Knoke, tu primera obligación es recuperarte. Todavía no estás en condiciones de ir al sector de invasión; no voy a
permitir que se corneta un suicidio enviándote nuevamente al frente de operaciones. Debes pensar en tu familia.


Ayer me hicieron un examen médico completo en el hospital de la fuerza aérea. Los resultados fueron terribles: Estoy totalmente incapacitado para desempeñar servicio de vuelos.

Con enorme ansiedad he seguido los últimos acontecimientos que se han sucedido en el frente.

Los rusos avanzan inexorablemente acercándose a la frontera oriental alemana. Nuestros ejércitos en Rusia están completamente exhaustos. Desde 1941 las divisiones que combaten allí han estado en constante acción sin la menor tregua. Los refuerzos que se tenían destinados para ir en auxilio de ellas han tenido que ser desviados para las defensas de Occidente.

¡Qué farsa más amarga y más trágica! ¡Pensar que las democracias de Occidente se hayan convertido en compañeros de armas de los bolcheviques! Desde hace años, en el Oriente, los soldados alemanes han estado librando heroica batalla contra el comunismo soviético, luchan por salvar no solamente a Alemania sino a toda la gama de la civilización occidental de la amenaza de la revolución del mundo asiático. Deberíamos llegar a un acuerdo con las potencias occidentales, tan pronto como sea posible y formar con ellas un frente único contra las fuerzas del bolchevismo que representan el enemigo número uno de la libertad, la humanidad y nuestra civilización en general.

Si esta guerra termina con el colapso de Alemania, significará la victoria más grande y decisiva de las fuerzas del bolchevismo y de la revolución mundial.
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Mensaje por gerkamp » Vie Abr 29, 2011 9:58 pm

20 DE JULIO DE 1944

¡Intentaron asesinar al Führer!

Una oleada de intensa indignación invade el corazón de todo el pueblo alemán. ¿Qué motivo podrían tener los conspiradores? El soldado alemán, común y corriente, que actualmente lucha, considera la fallida revuelta como traición de las peores: es una infamia.

Conocemos perfectamente los defectos del régimen nazi, con sus torpezas y sus excesos. Vemos que las condiciones del
Reich dejan mucho que desear y que la eliminación de este estado de cosas, en nada satisfactorio, será la primera tarea de los soldados alemanes que combaten, tan pronto como termine la guerra.

Pero, primero es lo primero. El problema inmediato reside en la misma Alemania, porque la existencia del Reich está en juego. De su supervivencia depende la liberación de Europa de la amenaza bolchevique y en un momento tan crítico de la guerra, una revolución no puede considerarse sino como alta traición y un crimen contra la civilización de Occidente. Ya hay bastante tragedia en el mundo, sin necesidad de eso. Todos los europeos que luchan contra las hordas asiáticas en el Frente Oriental, han sido apuñalados por la espalda con la invasión de Occidente.

6 DE AGOSTO DE 1944

Hace dos meses que vivo en las montañas, a la orilla del Lago Tegernsee. Mis heridas han sanado y he logrado notable
mejoría. No puedo dejar de pensar en mis camaradas, en estos momentos de peligro y grandes dificultades. Me siento
avergonzado de mí mismo al vivir aquí como un gran señor en un palacio.

Hoy supe que Jonny Fest ha muerto también en acción; derribado por Thunderbolts. Es un golpe terrible.
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Mensaje por gerkamp » Vie Abr 29, 2011 10:02 pm

10 DE AGOSTO DE 1944

Un examen médico, que duró dos días, que me hizo la Junta, dio por resultado otro nuevo chasco. No estoy capacitado para volar.

Mis documentos médicos y mi historia clínica, incluyendo lo resuelto por la Junta, son puestos en mis manos con instrucciones de entregarlos al médico de la nueva unidad a la que sea asignado. Me olvidaré de hacerlo. La pérdida de la
memoria tiene sus compensaciones.

11 DE AGOSTO DE 1944

Mi antiguo escuadrón ha regresado a Wunsdorf en busca de un breve descanso. Viajo hasta ese punto y visito a mi viejo amigo Krupinsky.

Más tarde me reporto por teléfono a la división y les digo que fui dado de alta, como capacitado. Recibo instrucciones de proceder a Francia con el mismo escuadrón, a fin de hacerme cargo del mando del Tercer Escuadrón del Ala de Vuelos de Combate Núm. 1.

12 DE AGOSTO DE 1944

Llevando sesenta y cuatro aparatos y ya al caer la tarde, se nos transfiere a Wiesbaden.

Krupinsky se ve obligado a arrojarse en el paracaídas al incendiarse su aparato; resulta herido y es internado en el hospital, de manera que temporalmente, me quedo al mando del escuadrón después de aterrizar en Wiesbaden.
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