"Caì desde 6000m y sobreviví"
Publicado: Mié Jun 06, 2007 1:52 pm
Esta es la inaudita aventura de un joven artillero de la RAF.
Por Nicholas Stephen Alkemade (Ex suboficial de la Real Fuerza Aérea inglesa)
Quien nació en North Walsham (Inglaterra), de padre holandés y madre inglesa.
En 1940, a la edad de 18 años, ingresó en la RAF y principió su servicio en operaciones de salvamento de aviadores caídos en el mar, hasta que, (deseoso de mayores emociones) logró que se le trasladara al Comando de Bombarderos como artillero de cola.
Parte I de III
A 7000 metros de altura, la torrecilla superior de un bombardero Lancaster es un lugar frío y solitario , separado del resto de la tripulación por dos puertas y 11 metros de fuselaje. Es un hueco estrechísimo, en donde a penas cabe el artillero vestido con su voluminoso traje de aviador. No hay espacio ni para el paracaídas, de modo que solamente lleva puesto el arnés. El paracaídas se guarda en el fuselaje principal, a un metro de la segunda puerta y separado de los pertenecientes a los otros miembros de la tripulación.
En caso de emergencia, el artillero tiene que salir de la torrecilla, tomar el paracaídas, engancharlo al arnés, y saltar, confiado en que la antena de radio que va más atrás no lo parta en dos. El puesto de artillero de cola se considera en la RAF como "ocupación peligrosa".
En la noche del 24 al 25 de Marzo de 1944, acercándose nuestro Lancaster a Berlín, podíamos ver los largos dedos de los proyectores luminosos que exploraban el espacio. Al aproximarnos más, percibimos las señales rojas y verdes dejadas previamente por nuestros aviones de reconocimiento para guiarnos. Cuando uno tras otro principiaron los aviones a dejar caer sus bombas, centenares de fuegos artificiales hicieron erupcion debajo de nosotros: incendios dorados, deslumbradoras explosiones rojas y blancas , fogonazos anaranjados de las piezas antiaéreas.
Nos llegó el turno. Soltamos nuestra bomba explosiva de 1800 kilos y tres toneladas más de bombas incendiarias. Después, en medio de los rayos oscilantes de los proyectores, giramos para dirigirnos a nuestra base, muy atentos, eso sí, al peligro de los aviones alemanes de combate.
Yo los veía actuar a distancia. De ellos partían destellos de luz blanca que a veces hacían estallar una gran bola de fuego roja y anaranjada, la cual describía un arco en el cielo para ir a morir a la oscura tierra.
Eso indicaba que habían acertado a algún Lancaster y varios camaradas míos ya no volverían a su base.
Volábamos sobre el Ruhr, cuando de pronto una serie de choques poderosos sacudieron nuestro avión de uno a otro extremo; después se oyeron dos truenos terribles al estallar dos granadas en la base de mi torrecilla. La cubierta de plexividrio se hizo pedazos y desapareció. Uno de los fragmentos grandes me hizo una larga herida en la pierna derecha.
Afortunadamente mi torrecilla había estado vuelta hacia atrás. Incliné con rapidez las ametralladoras y miré hacia afuera. A no más de 45 metros de mí se veía el borroso contorno de un Junkers 88 de combate. Su frente mostraba una línea de fogonazos blancos al ametrallar a nuestra herida máquina. Apunté a quemarropa y apreté el gatillo de las cuatro ametralladoras Browning 303. Dispararon simultáneamente y el Junkers fué traspasado por cuatro chorros de brillantes proyectiles. Viró alejándose, con su motor izquierdo en llamas. No me detuve a ver que le ocurría; estaba demasiado preocupado con mi propia suerte.
Continuará...
Gracias por estar
Por Nicholas Stephen Alkemade (Ex suboficial de la Real Fuerza Aérea inglesa)
Quien nació en North Walsham (Inglaterra), de padre holandés y madre inglesa.
En 1940, a la edad de 18 años, ingresó en la RAF y principió su servicio en operaciones de salvamento de aviadores caídos en el mar, hasta que, (deseoso de mayores emociones) logró que se le trasladara al Comando de Bombarderos como artillero de cola.
Parte I de III
A 7000 metros de altura, la torrecilla superior de un bombardero Lancaster es un lugar frío y solitario , separado del resto de la tripulación por dos puertas y 11 metros de fuselaje. Es un hueco estrechísimo, en donde a penas cabe el artillero vestido con su voluminoso traje de aviador. No hay espacio ni para el paracaídas, de modo que solamente lleva puesto el arnés. El paracaídas se guarda en el fuselaje principal, a un metro de la segunda puerta y separado de los pertenecientes a los otros miembros de la tripulación.
En caso de emergencia, el artillero tiene que salir de la torrecilla, tomar el paracaídas, engancharlo al arnés, y saltar, confiado en que la antena de radio que va más atrás no lo parta en dos. El puesto de artillero de cola se considera en la RAF como "ocupación peligrosa".
En la noche del 24 al 25 de Marzo de 1944, acercándose nuestro Lancaster a Berlín, podíamos ver los largos dedos de los proyectores luminosos que exploraban el espacio. Al aproximarnos más, percibimos las señales rojas y verdes dejadas previamente por nuestros aviones de reconocimiento para guiarnos. Cuando uno tras otro principiaron los aviones a dejar caer sus bombas, centenares de fuegos artificiales hicieron erupcion debajo de nosotros: incendios dorados, deslumbradoras explosiones rojas y blancas , fogonazos anaranjados de las piezas antiaéreas.
Nos llegó el turno. Soltamos nuestra bomba explosiva de 1800 kilos y tres toneladas más de bombas incendiarias. Después, en medio de los rayos oscilantes de los proyectores, giramos para dirigirnos a nuestra base, muy atentos, eso sí, al peligro de los aviones alemanes de combate.
Yo los veía actuar a distancia. De ellos partían destellos de luz blanca que a veces hacían estallar una gran bola de fuego roja y anaranjada, la cual describía un arco en el cielo para ir a morir a la oscura tierra.
Eso indicaba que habían acertado a algún Lancaster y varios camaradas míos ya no volverían a su base.
Volábamos sobre el Ruhr, cuando de pronto una serie de choques poderosos sacudieron nuestro avión de uno a otro extremo; después se oyeron dos truenos terribles al estallar dos granadas en la base de mi torrecilla. La cubierta de plexividrio se hizo pedazos y desapareció. Uno de los fragmentos grandes me hizo una larga herida en la pierna derecha.
Afortunadamente mi torrecilla había estado vuelta hacia atrás. Incliné con rapidez las ametralladoras y miré hacia afuera. A no más de 45 metros de mí se veía el borroso contorno de un Junkers 88 de combate. Su frente mostraba una línea de fogonazos blancos al ametrallar a nuestra herida máquina. Apunté a quemarropa y apreté el gatillo de las cuatro ametralladoras Browning 303. Dispararon simultáneamente y el Junkers fué traspasado por cuatro chorros de brillantes proyectiles. Viró alejándose, con su motor izquierdo en llamas. No me detuve a ver que le ocurría; estaba demasiado preocupado con mi propia suerte.
Continuará...
Gracias por estar