Recomendación sobre Guerra civil

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Re: Recomendación sobre Guerra civil

Mensaje por Rorrete » Mié Sep 15, 2021 10:35 pm

Justamente estoy leyendo ahora ese libro, en el combate por la historia. Me está sorprendiendo gratamente, es magnífico y documentado.

Lo curioso es que es la primera vez que leo algo de Preston, pese a tener casi toda su obra publicada al español. No me ha gustado, me parece que escribe historia militante y que toma afirmaciones muy a la ligera; ya había leído algo sobre ello, pero lo tomaba por exageraciones con intereses espurios.

En cambio Fontana, por ejemplo, me ha parecido muy riguroso y serio; prueba de que los intereses ideológicos de cada uno no deberían ser un obstáculo para la labor histórica.

Saludos
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Re: Recomendación sobre Guerra civil

Mensaje por José Luis » Jue Sep 16, 2021 6:40 pm

Rorrete escribió: En cambio Fontana, por ejemplo, me ha parecido muy riguroso y serio; prueba de que los intereses ideológicos de cada uno no deberían ser un obstáculo para la labor histórica.
¿Te refieres a Josep Fontana (DEP)?
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Re: Recomendación sobre Guerra civil

Mensaje por Rorrete » Jue Sep 16, 2021 7:03 pm

Sí, me refería al articulo dedicado al Frente Popular, que Josep Fontana escribió. Me ha parecido exquisito y serio, y eso que, como es bien sabido, Fontana tenía sus críticos. El hombre tendría sus preferencias, pero al menos en este artículo -ya que no he leído gran cosa sobre él, solo este artículo y Europa ante el espejo- me ha parecido que supo escribir historia con mayúsculas.

Saludos
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Re: Recomendación sobre Guerra civil

Mensaje por José Luis » Vie Sep 17, 2021 1:05 am

Rorrete escribió: Me ha parecido exquisito y serio, y eso que, como es bien sabido, Fontana tenía sus críticos.
En primer lugar, gracias por tu respuesta, Rorrete.

En segundo lugar, Fontana era un historiador especializado en economía y hacienda, con una visión del mundo que desgrana en su descripción crítica de la historia del capitalismo. Esta postura le granjeó muchos críticos que, sin embargo y en mi opinión, no han sido capaces de refutar la realidad histórica que hila el discurso narrativo de Fontana en sus obras más importantes. Si a esto añadimos su afiliación durante bastantes años al PSUC, ya tenemos los ingredientes básicos que alimentan el ánimo de sus críticos.

Aparte de artículos y colaboraciones en libros, he leído dos libros de Fontana que me sorprendieron por su rigor académico y su honestidad intelectual: Por el bien del imperio. Una historia del mundo desde 1945 (2011), y especialmente Capitalismo y Democracia, 1756-1848. Cómo empezó este engaño (2019). Tú dices, Rorrete, que te ha parecido un historiador "exquisito y serio", con lo que concuerdo, pero yo añadiría que también me parece que fue un historiador valiente e independiente, porque hay que serlo para desvelar las verdades de la historia que no se enseñan normalmente en los libros de historia porque, de enseñarse, el mundo tendría una interpretación bastante diferente de la historia. Y esto es lo que ha hecho, esencialmente, Fontana en estos dos libros que he citado.

Su colaboración En el combate por la Historia, sobre el Frente Popular como has citado, es una narración descriptiva más que un análisis de fondo. Cita a González Calleja, entre otros, y a este historiador -junto con Cobo, Martínez y Sánchez- debemos, en mi opinión, el estudio más exhaustivo y riguroso que se ha realizado hasta el momento sobre la II República, obra que ya he referenciado en este hilo: La Segunda República Española (2015).

En fin, un placer.
Saludos cordiales
JL
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Re: Recomendación sobre Guerra civil

Mensaje por José Luis » Sab Sep 18, 2021 9:52 am

¡Hola a todos!

Desde hace muchos años, tantos que ya ni recuerdo cuándo empezó, mis hábitos de lectura -en lo que a historia se refiere, que es el grueso de lo que leo- tienen una doble vertiente: de una parte, nunca estoy leyendo un único libro de principio a fin de una tirada, sino que voy saltando de un libro a otro hasta que los completo. Normalmente esta forma de lectura simultánea nunca va más allá de tres o cuatro libros. Y de otra parte, cada vez que tengo alguna duda sobre lo que se informa, argumenta o interpreta en estos 3 o 4 libros nuevos que estoy leyendo, recurro a la consulta de otras fuentes, primarias cuando tengo acceso a ellas, o secundarias en caso contrario (que es el más común).

En el momento actual he sobrecargado bastante mis hábitos de lectura, pues ando inmerso en la lectura de varios libros sobre la Guerra Civil Española, de una parte, y sobre el ejército italiano de entreguerras, de la otra. Precisamente, en lo que a la GCE se refiere, estoy leyendo un libro, relativamente reciente, escrito por el historiador Alía Miranda sobre el golpe de estado de julio de 1936*.

La reseña historiográfica que Alía Miranda hace en su introducción para señalar las posturas interpretativas principales que ésta ha tomado sobre las causas del golpe de estado de julio del 36 me ha parecido ilustrativa, aunque lógicamente breve, para aquellos compañeros de foro que andan buscando en este hilo recomendaciones de lecturas sobre la GCE. Alía no añade nada nuevo a las causas ya conocidas (tanto las de raíz como las inmediatas) del golpe de estado y la GC que produjo su fracaso. Pero sintetiza muy bien las dos posturas y anota sus defensores. A tal fin resumo en esta intervención lo que explica Alía al respecto.

Por una parte está la tesis de la historiografía conservadora que apunta como causas de la GC el "desmoronamiento del Frente Popular, la radicalización del PSOE y las siniestras maniobras del PCE, alimentado por la Comintern", la suma de lo cual, según esta tesis, apuntaba "de forma inexorable a la revolución". Así que para la historiografía conservadora, el fracaso del régimen republicano fue "la principal justificación de la guerra". Y como ejemplo de sus defensores pone a Payne, Moa, Ricardo de la Cierva y al hispanista francés Bartolomé Bennassar.

Payne [Stanley G. Payne: El colapso de la República. Los orígenes de la Guerra Civil (1933-1936). Madrid: La Esfera de los Libros, 2005] culpa "a la izquierda por el fracaso, al intentar monopolizar el poder y la República, lo que dejó a la derecha sin más salida que la de actuar al margen, llamando a la puerta de los militares". Y de forma similar a Pío Moa, "sostiene que la revolución de octubre del 34 fue la primera batalla de la guerra, aunque considera que la República entró en crisis en 1933, cuando comenzó la polarización política y la continua interferencia del presidente Alcalá Zamora con las Cortes". "Para Moa [Pío Moa: 1936: el asalto final a la República. Barcelona: Áltera, 2005], el gobierno del Frente Popular abrió puertas y ventanas a un proceso revolucionario, proceso caótico pero no espontáneo, sino promovido activamente por los partidos y sobre todo por el comunista, que seguía las directrices del VII Congreso de la Comintern, inspiradas por Stalin". "Para Ricardo de la Cierva [Ricardo de la Cierva: Historia de la Guerra Civil. Madrid: Fénix, 2006], octubre del 34 fue determinante en la que calificó como 'República imposible'. El Frente Popular fue el colofón de la Revolución de octubre. Mientras el gobierno del Frente Popular avanzaba en medio de la impotencia, la violencia y el barullo, muchos españoles llegaron a convencerse de que no les quedaba otro camino que la insurrección armada para sobrevivir como ciudadanos e incluso como personas". "El hispanista francés Bartolomé Bennassar [Bartolomé Bennassar: El infierno fuimos nosotros. La Guerra Civil española (1936-1942…). Madrid: Taurus, 2005] sigue culpando del estallido de la guerra a la República, aunque tiende a repartir las responsabilidades en su fracaso: las izquierdas violaron las reglas de la Constitución tanto como las derechas".

La otra tesis historiográfica niega la causa de la guerra al fracaso del régimen republicano, pues apunta a las causas de raíz, muy anteriores al establecimiento de la Segunda República. Alía pone como ejemplos de esta tesis a Julio Aróstegui y Paul Preston.

Para Aróstegui [Julio Aróstegui: Por qué el 18 de julio… y después. Barcelona: Flor del Viento, 2006], "la República no creó ninguno de los problemas que hubo de resolver pero desde el primer momento hubo fuerzas e individuos empeñados en su destrucción, lo que muestra que la guerra civil tiene sus raíces en fechas anteriores a 1931. El origen de la guerra es una profunda disputa social y la resolución de un problema ideológico, cuasi religioso. Y ambas cosas son muy viejas en la historia contemporánea española". Para Preston [Paul Preston: La Guerra Civil Española. Barcelona: Debate, 2008], "el conflicto español fue, en sus orígenes, una serie de enfrentamientos sociales españoles, la mayoría anteriores al régimen de 1931. La Guerra Civil fue la culminación de una serie de luchas desiguales entre las fuerzas de la reforma y las de la reacción que dominaban la historia española desde 1808. Pero también hubo conflictos, y muchos, en el contexto de la Segunda República, como los regionalistas contra centralistas, anticlericales contra católicos, trabajadores sin tierra contra latifundistas, obreros contra industriales… Todos tienen en común el ser luchas de una sociedad en vías de modernización. El régimen republicano intentó introducir reformas fundamentales, especialmente agrarias, y de llevar a cabo redistribuciones de riqueza. Tales reformas provocaron, alternativamente, intentos reaccionarios de detener el reloj y reimponer la tradicional desigualdad en la posesión del poder económico y social. Por tanto, la Guerra Civil representó la última expresión de los intentos de los elementos reaccionarios en la política española de aplastar cualquier reforma que pudiera amenazar su privilegiada posición. La Segunda República iba a fracasar porque no llevó a cabo sus amenazantes reformas ni cumplió con las utópicas expectativas de sus más fervientes partidarios".

En otra línea argumentativa, Beevor [Antony Beevor: La Guerra Civil Española. Barcelona: Crítica, 2005] sostiene que "la principal responsabilidad de la República fue su exceso de ambición", mientras que para Helen Graham [Helen Graham: Breve historia de la guerra civil. Madrid: Espasa Calpe, 2006], textualmente en sus propias palabras, "Lo que acabaría armando el golpe militar de julio de 1936 fue el surgimiento y desarrollo de la oposición política a las reformas republicanas en los sectores civiles de la sociedad española". Malefakis [Edward Malefakis: «Perspectivas históricas y teóricas de la Guerra», en
Edward Malefakis (dir.): La Guerra Civil Española. Madrid: Taurus, 2006], apunta en la misma línea de que "la República fue demasiado pretenciosa en su propuesta democrática".

Luego añade Alía que "Para muchos autores, y no solo de la historiografía conservadora, la revolución de octubre del 34 y el período del Frente Popular resultan fundamentales en la explicación de la guerra. Para Graham, que se muestra partidaria de la actuación democrática de la República, el golpe se fraguó a partir de la revolución del 34 y, sobre todo, de la victoria electoral del Frente Popular en febrero del 36". Para Aróstegui, "La Guerra Civil fue producto de un verdadero equilibrio de incapacidades: la de la República, por no saber frenar la sublevación, y la de los sublevados, que no supieron hacerse con los resortes del poder".

Santos Juliá [Santos Juliá: Manuel Azaña, una biografía política. Del Ateneo al Palacio Nacional. Madrid: Alianza, 1990; y Vida y tiempo de Manuel Azaña (1880-1940). Madrid: Taurus, 2008], por su parte, aunque reconoce la existencia de causas lejanas, sitúa las causas más cercanas como determinantes. La responsabilidad de la guerra la tiene el golpe militar fallido, por supuesto, pero si el socialista moderado Indalecio Prieto hubiera aceptado la presidencia del gobierno en mayo de 1936, el régimen habría tenido la fortaleza suficiente para abortar la conspiración y derrocar a los golpistas. El Gobierno republicano se quedó solo, sin apoyos y sin fuerza, en gran parte por el sector más radical del Partido Socialista, el de Largo Caballero".

Finalmente apunta la "versión novedosa" de Rafael Cruz [Rafael Cruz: En el nombre del pueblo. República, rebelión y guerra en la España de 1936. Madrid: Siglo XXI, 2006], que niega todas las teorías que aceptan el fracaso de la República. Para Cruz, sintetiza Alía, "La Segunda República constituyó un proceso de democratización caracterizado por una feroz competencia política en torno a la posesión de los derechos de ciudadanía, pero la rivalidad entre los dos grandes pueblos en que se dividió la sociedad española (el republicano y el católico), se desarrolló en términos relativamente normales dentro de la Europa del momento. No había ningún obstáculo insalvable para la marcha de la democracia, y la violencia, que muchos autores como Payne han hecho de ella un factor explicativo y justificativo del alzamiento, lo único que ponía de manifiesto era que la política de orden público durante el gobierno del Frente Popular fue tan represiva y arbitraria como la de los anteriores". "'«La violencia por sí sola no destruyó la República', opina Cruz. Las derechas la utilizaron creando un gran miedo ante la amenaza revolucionaria, lo que facilitó el escenario adecuado para la aparición de los militares. El proceso de deslegitimación de la autoridad española fue una decisión estratégica, política, de unas organizaciones amenazadas de perder su escaso poder político tras la derrota electoral de febrero. La política del miedo fue difundida a través de los abundantes medios de comunicación diarios y de decenas de libros y folletos de ideología conservadora editados en esos meses, donde se exaltaban incidentes ocurridos en pequeños lugares provocados por los republicanos, dando la impresión de estar generalizados en todo el país y en el tiempo, lo que no era cierto. De rumores y estadísticas incompletas y parciales repletas de inexactitudes alimentaban sus discursos parlamentarios dirigentes como Gil Robles y Calvo Sotelo".

"Para Graham", explica Alía, "la violencia no era un fenómeno nuevo de la República ni achacable a los republicanos. Ya venían existiendo formas de violencia, provocadas por tres factores: desarrollo económico tardío y desigual, influencia del catolicismo más extremo y surgimiento en el seno del Ejército de una política rígida e intolerante entre sus jefes".

Alía no se para a valorar (compartir o discrepar) estas tesis ni las principales argumentaciones de sus defensores. Simplemente las reseña. Deja en el tintero algunas contribuciones muy importantes a la historiografía, algunas por pura lógica temporal (no se habían publicado cuando Alías escribió este libro) y otras por razones que desconozco, aunque tal vez tenga que ver con la forzosa brevedad de esta reseña en la introducción de su libro. Pero en el desarrollo narrativo del mismo expone sus propias consideraciones sobre las causas lejanas y cercanas que llevaron finalmente al golpe de estado y la guerra civil.

En otra intervención trataré de reseñar brevemente algunas de las mayores contribuciones al estudio de la II República y la Guerra Civil Española aparecidas después de la publicación del libro de Alías en 2011. Por el momento, creo que la reseña historiográfica de Alías, y sobre todo su propio libro*, pueden resultar de interés a los lectores de este hilo.

*Francisco Alía Miranda, Julio de 1936. Conspiración y alzamiento contra la Segunda República (Barcelona: Crítica, 2011).

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Re: Recomendación sobre Guerra civil

Mensaje por José Luis » Dom Sep 19, 2021 4:15 pm

¡Hola a todos!

En mi anterior intervención he tratado de resumir por cuenta de Alía Miranda, en la introducción de su libro citado, las principales y diferentes tesis que se han ido manteniendo en la Historiografía sobre las causas del alzamiento militar de 17-18 de julio de 1936 y la Guerra Civil en que devino el fracaso de este golpe de estado. Como he dicho, Alía no entra a analizar esas tesis, sino que simplemente las señala. No entra en un análisis historiográfico porque no es el cometido de su libro, aunque luego, en su desarrollo, va tomando posiciones con sus propias tesis e interpretaciones.

Como no gusto de la equidistancia en cuanto a las responsabilidades del alzamiento y guerra civil de 1936, he estado considerando traer a este hilo un análisis historiográfico sobre las posiciones que han ido tomando los historiadores a lo largo de los años. Cuando algunos participantes en este hilo piden recomendaciones de libros sobre la GC española creo que una exposición historiográfica es la mejor recomendación que se puede dar, pues ahí se pueden analizar las críticas y contra-críticas de sus autores. Y a partir de ella, los compañeros de foro pueden elegir libremente y con cierto conocimiento de causa. Naturalmente, hay muchos análisis historiográficos sobre el tema, pero yo he decidido trasladar aquí uno de los más rigurosos bajo mi criterio. Es largo, unas 11 páginas, pero creo que será de gran ayuda.

El texto que voy a copiar está realizado por uno de los historiadores que están a la vanguardia de las investigaciones archivísticas y publicaciones desde hace ya unos treinta años. Me refiero al historiador Eduardo González Calleja, investigador titular del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (desde 1990) y catedrático en la Universidad Carlos III de Madrid (desde 1998). Calleja se doctoró en Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid con una tesis presentada en 1989 que llevó por título La radicalización de la derecha durante la Segunda República. 1931-1936. Violencia, paramilitarización y fascistización en la crisis española de los años treinta. Esta tesis sirvió de base, renovada y completada, para la publicación de su libro Contrarrevolucionarios. Radicalización Violenta de las Derechas durante la Segunda República, 1931-1936 (2011), con prólogo de Julio Aróstegui (1939-2013), que fue el director académico de la tesis doctoral de Calleja. Es un historiador con una obra publicada muy extensa, de la cual me permito, sin embargo, subrayar En nombre de la autoridad. La defensa del orden público durante la Segunda República Española (1931-1936) (2014), la ya citada en colaboración con Francisco Cobo, Ana Martínez y Francisco Sánchez, La Segunda República Española (2015), y Cifras cruentas. Las víctimas mortales de la violencia sociopolítica en la Segunda República española (1931-1936) (2015). Calleja, en palabras de su maestro Julio Aróstegui, "es hoy nuestro mayor experto en la historia de la violencia política en España".

Bien, HISPANIA NOVA. Revista de Historia Contemporánea publicó en su Número 11 (2013) un artículo de Calleja titulado "La historiografía sobre la violencia política en la Segunda República española: una reconsideración", trabajo que recoge y amplía algunas reflexiones plasmadas en el artículo “La historiografía sobre la violencia política en la España de los años treinta: balance y perspectivas”, Alcores, nº 5 (2008), pp. 257-288.

El capítulo 5 del artículo de Calleja en Hispania Nova lleva por título "De negacionismos, revisionismos y algunos debates candentes más allá de la República", y es el que he creído conveniente trasladar aquí. Lo repartiré en tres o cuatro mensajes. El artículo lleva las notas a pie de página, así que yo las he trasladado al texto entre paréntesis, conservando el orden y lugar numerados por Calleja.

A seguir.
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Re: Recomendación sobre Guerra civil

Mensaje por José Luis » Dom Sep 19, 2021 4:17 pm

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Desde inicio de la década de los noventa, han proliferado las obras de condena global de la República elaboradas por una corriente revisionista procedente en su mayor parte de sectores no académicos, que la historiografía profesional ha rechazado por su carácter seudocientífico, denunciando su utilización fraudulenta de los mecanismos de control de la verosimilitud con los que se construye un discurso histórico. En ese sentido, se les reprocha la utilización acrítica o sesgada de documentos; el empleo de referencias falsas, forzadas o manipuladas; la omisión o desvalorización deliberada de información relevante que no vaya en la línea de sus tesis (que no son hipótesis susceptibles de ser validadas o falsadas en el transcurso de la investigación); la falta de la debida contextualización histórica (el frecuente pecado de la anacronía); la simplificación interesada de hechos o procesos complejos y la adopción de un parti pris ideológico que imposibilita todo análisis crítico de las fuentes y lastra la búsqueda de un conocimiento científico más depurado de la cuestión. Medio año antes de su fallecimiento, Javier Tusell describió perfectamente el modus operandi de esta tendencia pseudohistoriográfica (que ya identificaba en España con Pío Moa, César Vidal o José María Marco), al destacar que el “revisionista” actuaba de modo inverso al investigador científico:

No parte de preguntas, sino de seguridades o de presunciones. No acude a las fuentes primarias, sino a las secundarias que pretende elaborar con originalidad. Lo hace, sin embargo, con extravagancia acudiendo a interrogantes inapropiados que remiten a la posición partidista que ya ha adoptado. Elude la técnica del historiador y por eso suele magnificar el dato irrelevante para sus propios fines o tomar la parte por el todo. Huye de matices porque lo suyo es el dualismo maniqueo, la simplificación o la parcialidad. Ansía la polémica porque parece concederle el privilegio de una posición innovadora o situarle en idéntico plano de los profesionales de la Historia […] No brilla, en cambio, una labor previa de trabajo en los archivos, unas preguntas coherentes con el conjunto de nuestros conocimientos, ni siquiera la mínima voluntad de saber”. Javier Tussel, "El revisionismo histórico español", El País, 8-VII-2004.

En España, este revisionismo indocumentado apareció más tarde que en otras latitudes, quizás porque la historiografía profranquista nunca desapareció del mercado —recordemos la ingente producción de la Cierva—, y por tanto nada se tenía que revisar. Algunos autores aseveran que este revival revisionista fue consecuencia de las políticas del olvido implementadas por el PSOE en la transición (Francisco Espinosa, El fenómeno revisionista o los fantasmas de la derecha española. Badajoz: Del Oeste Ediciones, 2005, p. 96). En mi opinión, fue una operación político-mediática más tardía, que coincide con el declive casi biológico de la vieja historiografía franquista y el rearme ideológico de la derecha aznarista tras la consecución de la mayoría absoluta en 2000. La “Operación Moa” podría datarse de las declaraciones de la entrevista que le hizo Carlos Dávila en TVE-2 el 19 de febrero de 2003 y de las famosas lecturas veraniegas de Aznar en 2003, que coincidieron con el extravagante espaldarazo que Payne dio a sus libros, que “considerados en su conjunto constituyen el empeño más importante llevado a cabo durante las dos últimas décadas por un historiador, en cualquier idioma, para reinterpretar la historia de la República y la Guerra Civil" (Stanley G. Payne, “Mitos y tópicos de la guerra civil”, Revista de Libros, nº 79-80 [julio 2003], pp. 3-5).

Con todo, creo que cabe diferenciar este revisionismo (neo o post) franquista del neo-revisionismo procedente del ámbito universitario, perfectamente respetable (y por ello debatible en sus hipótesis, premisas teóricas y método) en su sujeción a los protocolos de control de la verosimilitud del discurso historiográfico. Yo prefiero hablar de negacionismo neofranquista (en tanto que exonera de responsabilidad al golpe militar de julio en el desencadenamiento de la guerra y rechaza la esencia dictatorial y represiva de la ulterior dictadura) y revisionismo académico, en tanto que cuestiona algunos (pero no todos) de los rasgos característicos de la historiografía tildada de “progresista” sobre el período (que sigue constituyendo el paradigma dominante en la academia), pero no implica una exculpación del franquismo. Los negacionistas efectúan una descalificación a ultranza de la República, rechazando su legitimidad de origen y ejercicio en la línea del Dictamen [*] sobre la ilegitimidad de poderes actuantes el 18 de julio. Destacar la radicalidad del proyecto reformista republicano implica cuestionar su carácter democrático, y convertirlo en encarnación de todos los males de la anti-España. El “gran fracaso de la Segunda República” justificaría la “inevitable” Guerra Civil y la “desagradable, pero necesaria” etapa franquista. Dicha tesis abunda en que las izquierdas, en particular el PSOE y ERC, conspiraron contra la legalidad republicana para imponer un régimen revolucionario que aplastara a la derecha. Incluso un autor que no se puede adscribir a este colectivo, como Gabriele Ranzato, asume que “los principales protagonistas de ese ataque a la democracia fueron los socialistas, que a partir del 4 de octubre pusieron en marcha una tentativa revolucionaria dirigida a la plena conquista del poder a fin de instaurar un régimen inspirado en el modelo bolchevique (sic)” (Ranzato, La grande paura del 1936, op. cit., p. 14, aunque en p. 17 reconoce la inadecuación de sus preparativos).

En ese sentido, se sigue afirmando que la Guerra Civil comenzó en 1934, y no con el pronunciamiento del 17 y 18 de julio de 1936, que fue una acción necesaria ante la inminencia de un golpe revolucionario comunista. De nuevo aparece aquí la vieja tesis exculpatoria del golpe reactivo que aún defienden autores como Sacanell o Togores (Enrique Sacanell, El general Sanjurjo, héroe y víctima. El militar que pudo evitar la dictadura franquista. Madrid: La Esfera de los Libros, 2004, pp. 196-198 y Luis E. Togores, Yagüe. El general falangista de Franco. Madrid: La Esfera de los Libros, 2010, p. 170). La rebelión, dictada por el estado de necesidad, tuvo un carácter cívico-militar, y fue un alzamiento “nacional” como el de 1808. Teoría harto endeble cuando, como se puede ver en toda la documentación disponible, no fue un levantamiento “del pueblo”, sino un golpe de Estado organizado, impulsado y dirigido exclusivamente por los militares, con una cada vez más evidente implicación del fascismo italiano y con los partidos de derecha como comparsas, salvo el peculiar caso del carlismo navarro. Los negacionistas rechazan el carácter dictatorial, e incluso de régimen militar, de la dictadura franquista, y ocultan en lo posible la relación, que califican de puramente circunstancial, de las derechas españolas con los fascismos europeos, lo que implica la descontextualización del origen y la inserción internacional del régimen franquista en la Europa de las dictaduras. Por último, ocultan o minimizan el componente intrínsecamente violento del franquismo como algo fortuito, o lo relativizan en respuesta a un previo y más brutal terror “rojo”.

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Re: Recomendación sobre Guerra civil

Mensaje por José Luis » Dom Sep 19, 2021 4:20 pm

En contraste con el negacionismo, el revisionismo académico no cuestiona la legitimidad de origen de la República ni justifica la guerra civil, pero denuncia el carácter intolerante e intransigente del ejercicio y la disputa del poder político en todo o alguno de sus periodos, hasta el extremo de denunciar que la República fue una democracia de “baja calidad”, según unos parámetros de solvencia inalterables y establecidos de antemano. Con la descontextualización temporal de los rasgos de la democracia republicana se trata de identificar de forma holista y ahistórica los elementos constitutivos de una democracia intemporal e inmutable con la plural y consensual de hoy. En consonancia con la Begriffsgeschichte impulsada por Reinhart Koselleck, varios historiadores han advertido que conceptos como el de democracia no se desarrollaron en España de forma paralela y concordante en los años treinta y setenta del siglo XX (Glicerio Sánchez Recio, “El reformismo republicano y la modernización democrática”, Pasado y Memoria, nº 2, 2003, pp. 17-32 y José Luis Casas Sánchez, Olvido y recuerdo de la II República española, Sevilla, Fundación Genesia, 2002 y Ángeles Egido, Memoria de la Segunda República. Mito y Realidad, Madrid, Biblioteca Nueva, 2006).

Los españoles de los años treinta no eran idénticos a nosotros, y daban otro sentido a los vocablos políticos. Identificaban mayoritariamente la “democracia” con la República y con la “revolución” de las viejas estructuras sociales, políticas y económicas. La República significaba cambio y modernidad, pero para unos esto equivalía a reforma democrática según los límites del parlamentarismo liberal y para otros a una revolución que acabase con las viejas estructuras sociales y económicas identificadas con el régimen “feudal”. La actitud de los republicanos calificando a su proyecto de revolucionario no hizo sino aumentar la confusión y acelerar la definición antirrepublicana de los grupos e instituciones más conservadores. Como dice Pablo Sánchez León: “El procedimiento básico para hacer inteligible el pasado como si se tratase del trasunto de una realidad actual consiste en presentar a aquéllos que vivieron bajo aquella república democrática como esencialmente análogos a los que lo hacen bajo esta monarquía constitucional” (Pablo Sánchez León, “La objetividad como ortodoxia: los historiadores y el conocimiento de la guerra civil española”, en Julio Aróstegui y François Godicheau (eds.), Guerra civil. Mito y memoria, Madrid, Marcial Pons/Casa de Velázquez, 2006, p.124).

Tratar de aplicar los valores y los principios de la presente democracia consensual a la España de los años treinta resulta un ejercicio de anacronismo tan grave como hacer pasar la Controversia de Valladolid de 1550-51 por el prisma de la Declaración de los Derechos del Hombre o analizar la Inquisición bajo los parámetros del totalitarismo eliminatorio nazi (Así lo ha intentado Christiane Stallaert, Ni una gota de sangre impura, Barcelona, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2006).

Aunque muchas veces se utiliza la retórica equidistante del “todos fueron culpables”, estos revisionistas persiguen responsabilidades, pero se muestran remisos a ofrecer explicaciones del carácter multifacético de la violencia en época republicana. Siguiendo a Furet o a Nolte (o la senda marcada en los años 70 por Linz y Payne para valorar la Segunda República) denuncian el enfrentamiento entre los totalitarismos de izquierda y de derecha que acabó con la democracia liberal, sin tener en cuenta la complejidad de la situación interna (en España fascismo y comunismo fueron residuales hasta 1936) y exterior (con predominio de dictaduras conservadoras, no de regímenes totalitarios). Con todo, tienden a culpabilizar más a la izquierda, y concretamente al socialismo como epítome de una actitud de intransigencia que aparece como una relectura del tópico de la presunta inclinación caracterial de los españoles por la violencia. En la senda abierta por el funcionalismo, su análisis, que se dirige a la concurrencia de los factores de autoridad y fuerza en torno al Estado, se centra casi exclusivamente en el campo de lo político. Como asevera Fernando del Rey —destacado representante de esta tendencia interpretativa—, la incidencia de la violencia se debe integrar con otros factores que ayudan a explicar la crónica inestabilidad política de aquellos años, como fueron las características no consensuales de la Constitución de 1931, la fragmentación del sistema de partidos (estudiada entre otros por Juan Linz o Santiago Varela), el comportamiento electoral (que fue objeto de la atención de Javier Tusell), la inexperiencia del personal político, sus rivalidades y carencias (denunciada entre otros por Cierva, Payne o Ranzato) o el impacto del ascenso de los totalitarismos, analizado sistemáticamente por Ángel Viñas (Fernando del Rey Reguillo, “Reflexiones sobre la violencia política en la II República Española”, en Mercedes Gutiérrez Sánchez y Diego Palacios Cereales (eds.), Conflicto político, democracia y dictadura. Portugal y España en la década de 1930, Madrid, CEPC, 2007, p. 28).

Respecto a la violencia política, Del Rey afirma que "no se puede reducir su interpretación a un único y monocorde modelo explicativo, aunque desde algunas disciplinas próximas a la Historia se apunte en esa dirección (Fernando del Rey Reguillo, "Presentación" al dossier "Violencia de entreguerras: miradas comparadas", Ayer, nº 88 [2012], p. 13. Como posible refutación a una afirmación tan arriesgada, véase mi libro La Violencia en la Política. Perspectivas teóricas sobre el empleo deliberado de la fuerza en los conflictos de poder. Madrid: CSIC, 2002). En su opinión, "tradicionalmente han prevalecido -y de hecho todavía prevalecen en algunos círculos historiográficos- los modelos explicativos estructurales, primero bajo la influencia del marxismo, y, más recientemente, a cubierto de la sociología histórica, aunque también los politólogos no se han privado de elaborar interpretaciones de esta índole tirando de complejas técnicas de análisis (Rey Reguillo, “Presentación”, p. 17. Rechazar el “sempiterno enfoque estructural, tan desprestigiado en los mejores círculos académicos internacionales” y reivindicar acto seguido la obra de Linz sobre La crisis de las democracias, referente señero del estructuralismo funcionalista, resulta algo contradictorio [ibidem, pp. 22-23]). Según del Rey, estas explicaciones “estructurales” han incidido en cuestiones como el atraso económico y cultural, la desigual distribución de la renta y del poder social, la pobreza y la explotación económica o la naturaleza intrínsecamente represiva del Estado. Difícilmente los sociólogos y los politólogos (o muchos historiadores actuales, a los que caracteriza como “cultivadores recientes de la sociología histórica”) se identificarían con estas explicaciones, que parecen más bien entresacadas de las superadas teorías postfuncionalistas de la modernización. Pero aceptarían sin dudar que estos factores inciden de forma contingente pero relevante en la construcción de contextos conflictivos, las identidades y las acciones colectivas de protesta, violentas o no, políticas o no. Cuando se afirma que “no hay que buscar en los problemas estructurales, en la depresión económica o en la opresiva acción del Estado las raíces principales de esa violencia” (Ibidem, p. 24), cabría preguntarse si es lícito calificar como “estructurales” a factores como el descontento social generado por el paro rampante que radicalizó las bases sindicales, o a una política de orden público que estuvo en constante revisión durante esos años. ¿O es que la desigualdad, la pobreza o la crisis económica no tuvieron nada que ver con el incremento de la conflictividad sociolaboral que desencadenó una buena parte de los sucesos violentos, y ello no estuvo vinculado (como ahora) a riesgos como la puesta en cuestión de la democracia o la erosión de la legitimidad del régimen político? ¿Todo lo que entonces sucedió (y hoy sucede) se explica por causas meramente políticas? Más bien parece que el remoquete de “estructural” permite desacreditar la incidencia de los factores de orden socioeconómico, cuyo estudio resulta esencial para dilucidar la situación de crisis múltiple que desembocó en tan extensas formas de violencia colectiva. No se es marxista ni se deja de serlo por reconocer esta obviedad.

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Re: Recomendación sobre Guerra civil

Mensaje por José Luis » Dom Sep 19, 2021 4:23 pm

En uno de sus últimos trabajos colectivos, un colectivo de profesores revisionistas se erige en adalid de la cientificidad frente a la concurrencia de dos historias igualmente militantes y maniqueas: la franquista y la “frentepopulista” (sic). Reiteran que en su perspectiva de historia política de la República no tienen cabida las interpretaciones estructurales (históricas, sociológicas o culturales), y afirman que ni el marxismo (sic), ni la sociología histórica, ni la antropología cultural ni el giro lingüístico son la mejor manera de entender el período de entreguerras. Se trata de reivindicar de nuevo la historia política pura y dura: la de los líderes, partidos, grupos de presión, parlamento, elecciones, instituciones, ideología… y violencia (Álvarez Tardío y Rey Reguillo [eds.], The Spanish Second Republic Revisited, op. cit., pp. 1-2 y 5-6). Pero la violencia omnipresente en la época no fue sólo política o partidista, sino social (en torno a los límites de la delincuencia común, de la defensa de la propiedad o de la “zona gris” de la resistencia a la represión), laboral (en los litigios entre trabajadores y patronos, y de obreros entre sí), simbólica (en torno a identidades difícilmente compatibles como la religión, la nación o la clase), cultural (la ya aludida brutalización de comportamientos en el ámbito político, pero también corporativo e institucional), etc., y todas estas violencias incidieron sobre la mayor parte de estos problemas políticos, agudizándolos y dificultando su superación. El riesgo de atacar tan indiscriminadamente las debilidades del paradigma posmodernista radica en hacer tabula rasa del pasado y convertirse en “premoderno”, fiándolo todo a una crónica de lo político.

Aunque estos investigadores reclaman que la República no debe ser estudiada desde el fracaso de la guerra y el franquismo, siguen analizándola en clave de fiasco cuando autores como Álvarez Tardío hablan de la “degeneración” política del régimen, cifrada en el presunto declive de los poderes legislativo y moderador que dejaron paso en la primavera del 36 a una violencia que tenía como objetivos la liquidación o transformación de las instituciones democráticas (Manuel Álvarez Tardío, “The CEDA: Threat or Opportunity?”, en Alvarez Tardío y Rey Reguillo (eds.), The Spanish Second Republic Revisited, op. cit., p. 36. Rey Reguillo habla de la debilidad y la escasa influencia de los valores liberal-democráticos. Álvarez Tardío, de democracia sin liberalismo). Todo ello habría transformado a España en una democracia popular avant la lettre; vaticinio de verificación tan improbable como pretender que la CEDA fuera una democracia cristiana avanti lettera. La intención legitimadora queda meridianamente clara cuando se alaba explícitamente la moderación y la inteligencia de la transición al actual régimen democrático (que se aspira a hacer heredero directo de la Restauración, aquella época en la que los políticos se acostumbraron a “vivir en un marco legal, renunciando a la violencia como medio para obtener el poder”), que ha convertido a los españoles en un pueblo privilegiado y moderno. Ranzato sigue esta misma senda cuando advierte del “grave déficit de democracia del que aún padecía España en esa fase de su historia”. Lo que denomina “Estado del Frente Popular” consistió, lisa y llanamente, en una justicia o venganza sumaria contra las fuerzas de la oposición. El resultado fue que en la primavera de 1936 España no era “un paese di democrazia liberale accettabilmente fonzionante, capace di garantire la continuità del suo sistema politico-economico al riparo da qualsiasi pericolo di sovvertimento rivoluzionario, che sarebbe stato trascinato alla guera civile solo da una sollevazione militare reazionaria e fascista” (Ranzato, La grande paura del 1936, op. cit., pp. 11, 28 y 316).

Ejemplo de esta visión restrictiva en la conceptualización de la violencia sociopolítica es la condena de los gobiernos del Frente Popular (tema recurrente de la tendencia de análisis funcionalista desde los años sesenta), que con su falta de control sobre el orden público coadyuvaron al golpe militar de julio y al derrumbe de la República. Esta “hipótesis del desorden” resulta de difícil verificación, sobre todo si observamos períodos históricos no tan lejanos a éste donde la violencia político-social adquirió gran virulencia sin degenerar por ello en una “solución” de esa naturaleza. Hubo, indudablemente, dispersión del poder y suplantación ocasional de la autoridad gubernativa (no estatal), pero sólo en determinadas comarcas y localidades de la zona sur peninsular, lo que hace aún más perentoria la realización de estudios monográficos sobre lo que sucedió en estas y otras regiones de España en relación con la disputa por el poder local, que a mi juicio es una de las grandes hipótesis explicativas de la intensidad y multiplicidad de las violencias sociopolíticas planteadas en todo el período. Lo que parece claro es que en la primavera de 1936 no se abrió una coyuntura revolucionaria porque los poderes emergentes de carácter popular no tenían un proyecto político común capaz de tomar decisiones y asumir el control a escala nacional, o siquiera regional, provincial o comarcal. Con todo, la tesis de la concatenación casual entre revolución y contrarrevolución sigue siendo esgrimida con mayor o menos fortuna por historiadores como Payne, que desde hace cuarenta años continúa explicando la guerra al modo funcionalista como resultado de un fracaso democrático debido a la incapacidad del régimen republicano para evitar la polarización política, y al empeño de la izquierda por imponer sus proyectos excluyentes e incluso revolucionarios, lo que supone la ruptura de los pretendidos consensos historiográficos establecidos en la década de los ochenta sobre las causas complejas de la “crisis española de los años treinta”, al menos desde el punto de vista factual (Stanley G. Payne, El ocaso de la República. Los orígenes de la Guerra Civil (1933-1936), Madrid, La Esfera de los Libros, 2005).

Resulta evidente que, a medida que se buscan causas más inmediatas a esta crisis (como hacen Cierva, Linz, Payne o buena parte de los revisionistas actuales), la interpretación resulta más cercana a los postulados revisionistas, ya que nos enfrentamos directamente con las decisiones políticas de los dirigentes republicanos interpretadas a posteriori en clave de fracaso. Las causas políticas a largo plazo también fueron esgrimidas por los sectores historiográficos antiliberales, como Arrarás, Sáinz Rodríguez y epígonos, que enmarcaron la República y la Guerra Civil en el final de la pendiente trazada por la decadencia española desde inicios del siglo XIX (Joaquín Arrarás et alii, Historia de la Cruzada Española, Madrid, Ediciones Españolas, 1939-1944, 8 vols. y Pedro Sáinz Rodríguez, Historia de la revolución nacional española, París, Sociedad Internacional de Ediciones y de Publicidad, 1940, 2 vols.). En contra de lo que afirmó en su momento la publicística tradicionalista, o reitera en la actualidad la historiografía revisionista, el origen de la guerra civil no radica en las disfunciones a largo o a corto plazo de una democracia que ha sido considerada demasiado liberal por unos o poco liberal por otros, sino en la acción desleal de un sector importante del Ejército que trató de superar su propia división interna y la inoperancia política de las derechas mediante el recurso a un golpe de Estado cuyo fracaso parcial abrió el abanico de oportunidades políticas para la violencia en gran escala. La rebelión militar fue el desencadenante de la quiebra político-constitucional que a lo largo del verano de 1936 desembocó paulatinamente en una guerra civil. El por qué no se resolvió el conflicto con medios menos costosos que los de un enfrentamiento civil armado de gran intensidad sigue siendo un tema central de debate (Contra el paradigma de la inevitabilidad de la guerra, véase Julio Aróstegui, Por qué el 18 de julio.... y después, Barcelona, Flor del Viento, 2006), pero como afirma sarcásticamente Reig Tapia, si la guerra civil no hubiera tenido tiempo de configurarse por el completo fracaso del levantamiento de julio o por el agotamiento prematuro de uno de los contendientes —y ambas posibilidades estuvieron presentes en esos meses cruciales—, los historiadores de la Segunda República habrían buscado igualmente en ese período histórico las claves interpretativas de por qué no estalló (Reig Tapia, Alberto, La Cruzada de 1936. Mito y memoria, Madrid, Alianza, 2006, p. 99).

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Re: Recomendación sobre Guerra civil

Mensaje por José Luis » Dom Sep 19, 2021 4:24 pm

La visión catastrofista de la República, que es contemplada casi en exclusiva como un escenario de brutalización (con ser este un factor importante a tener en cuenta), y no como un laboratorio de reformas políticas, económicas, institucionales, educativas, laborales o culturales en la línea de la ampliación de los derechos de la ciudadanía, condiciona las explicaciones de los períodos históricos posteriores: en aras de la tesis de la equidistancia, algunos revisionistas equiparan los métodos de violencia exterminadora de ambos bandos durante la guerra, no en número sino en actitudes, planificación y organización. Condenan el franquismo en su conjunto, pero también intentan hacer presentable su última etapa como precedente de la democracia actual desde los puntos de vista estructural (la modernización de la sociedad española a través del desarrollo económico como marco cultural previo para el asentamiento de la democracia) e individual, Ahí tiene cabida la actitud “aperturista” de ciertos actores políticos del interior, entre los que se incluye al rey, los franquistas y/o falangistas pasados a la “tercera España” tipo Ridruejo y algunos elementos sensatos de las “familias” del régimen. Estos factores consensuales de regusto funcionalista prevalecen sobre las movilizaciones sociales —la temida protesta, anatemizada aún hoy por los voceros mediáticos y políticos del conservadurismo— a la hora de analizar la transición. Al ofrecer una visión conciliadora y desproblematizada del proceso democratizador, en el que se descarta cualquier elemento conflictivo, como un análisis serio de la violencia política (Este mito de la “Inmaculada Transición” desde el punto de vista de la violencia ha comenzado a ser derribado en la reciente obra de Sophie Baby, Le mythe de la transition pacifique. Violence et politique en Espagne (1975-1982), Madrid, Casa de Velázquez, 2012), se forjó el mito de la transición modélica, basada en el consenso intergeneracional, interclasista e inter-ideológico (una manera de “lavar” las culpas de la derecha implicada en la dictadura), y que se pretendía fuera materia exportable.

La tesis furetiana del “fracaso del centro reformista” durante la Revolución Francesa no ha dejado de fascinar a los historiadores revisionistas, que acusan a la historiografía progresista sobre la España de los años treinta de ofrecer una imagen idealizada y descontextualizada de la República (sobre todo de sus tendencias izquierdistas), haberse travestido en polemistas y “sucumbir a la tentación de hacerse jueces del pasado y sus protagonistas”, asumiendo una “historia de combate” cuando reaccionó de forma airada contra la aparición del revisionismo de Moa y adláteres a inicio de los años noventa (Fernando del Rey Reguillo, “Revisionismo y anatemas. A vueltas con la II República”, Historia Social, nº 72 [2012], pp. 155 y 162). Ello les permite presentarse, como ya hizo Furet en su momento, como el juste milieu del debate historiográfico. Pero este artificioso ejercicio de equidistancia que les lleva a efectuar una separación puramente ideológica (no en atención a criterios de cientificidad) entre la historiografía profranquista y la “frentepopulista” (sic) con el objeto de aparecer como la “tercera España” incomprendida, no hace sino inocular en el debate historiográfico las persistentes querellas de 1936. Grave error, porque ya no se trata de buscar buenos y malos o de impartir justicia ex post facto, sino de comprender mejor problemas históricos como el que nos ocupa. Ni que decir tiene que la caracterización y evaluación en su complejidad de la violencia sociopolítica sobrevenida durante la República obstaculiza enormemente la pretensión de realizar un reparto igualitario de las responsabilidades por el desencadenamiento de la Guerra Civil.

Esta “apuesta por el centro” no ha conducido a los revisionistas académicos a entablar grandes polémicas con los neofranquistas, quizás porque el espacio simbólico que éstos controlan les resulte menos apetecible o más inaccesible a la conquista. Con todo, ambas tendencias comparten una visión fundamentalmente negativa de la Segunda República, de la que se destaca la violencia y el sectarismo antes que el programa reformista, y aunque tienen objetivos diferentes (rehabilitar parcialmente el franquismo y legitimar la actual monarquía democrática) niegan que el experimento republicano de los años treinta sea un precedente válido de la actual España democrática. El peligro es que denunciando las supuestas carencias democráticas de los republicanos según el rasero de la democracia actual se abra la puerta a una justificación indirecta del golpe de Estado de julio, aunque los revisionistas académicos siguen defendiendo en esencia el carácter contingente e imprevisible de la guerra civil. La pretendida equidistancia en el análisis de la violencia política del periodo 1931-1936 se extiende al proceso represivo de ambos bandos durante la guerra, lo que dificulta, no tanto la asignación de responsabilidades (como “todos fueron culpables”, nadie fue culpable, que es el argumento que emplean los negacionistas del Holocausto) como la cabal comprensión del carácter diferencial, de ambos procesos represivos en origen, doctrina, medios, fines políticos y sociales, duración, etc. Aunque el negacionismo trate de reivindicar el franquismo de forma elíptica y vergonzante y el revisionismo académico lo defina como dictadura y lo condene sin paliativos, ambos destacan el proceso de modernización de los sesenta como antesala del cambio político, y destacan las iniciativas de las élites del régimen (como enfatizan los negacionistas) y de la oposición moderada (como resaltan los revisionistas) como clave en el proceso de transición. Ambos tienden a dejar fuera de juego a los movimientos y las protestas sociales como factores destacados del proceso. Los neofranquistas quieren exculpar a la dictadura a través de su sucesora “natural”, la Monarquía democrática, y los revisionistas tratan de reivindicar la actual democracia consensual como contrafigura de la dictadura y la “mala” democracia republicana, buscando el pedigrí legitimador aún más lejos: en el régimen de la Restauración. Los negacionistas mantienen el binomio causal República-Guerra Civil; los autores revisionistas tratan de aislar la experiencia republicana de los períodos anterior o posterior, y los historiadores progresistas tratan de conectar todo el siglo XX como proceso de modernización frustrado, pero a diferencia de los negacionistas vinculan la guerra civil con el franquismo. Resulta patética la suerte que corre la República en las manos de ambas tendencias conservadoras: aislada de cualquier experiencia democratizadora anterior o posterior, como si hubiera caído del cielo sin deuda con el pasado y sin ningún legado positivo que dejar para el futuro, pero causante de todos los males del siglo, porque con su jacobinismo vino a frustrar el supuesto élan “democratizador” de la Restauración y condujo a España a catástrofe de una guerra civil que retrasó aún más su definitiva inserción en el escenario de la democracia liberal. En suma, el epítome todos los males. Un útil chivo expiatorio de las culpas propias y ajenas… hasta hoy.

Si la Segunda República se ha erigido, en la perspectiva de negacionistas y revisionistas, en contramodelo de la democracia actual, ¿qué hacer con ella en la crisis presente? Como es natural, la perspectiva histórica va mudando en función del contexto en que se mueve el historiador y su público. La actual “moral de derrota” —recuperando el término de Luis Morote de 1899— no parece dejar espacio a una visión positiva del funcionamiento actual de nuestras instituciones, de forma similar al modo en que nuestra anterior complacencia en el éxito político y económico de la España democrática dejaba poca cancha para recordar aquella otra antepasada, pobre y conflictiva, que fue la Segunda República. ¿Y ahora, qué? A buen seguro que seguirán existiendo, más enconadas si cabe, las memorias en confrontación sobre la Segunda República, el franquismo y la transición. Unos porque buscarán un refugio nostálgico en la “Niña Bonita” (otros, incluso, lo pueden encontrar en el franquismo) ante la crisis social y de Estado que se está perfilando. Otros porque, previsiblemente, incrementarán el diapasón del miedo a la protesta recordando los aspectos más negros de la tragedia de los años treinta. Ante tal situación, ¿qué debiera hacer el historiador? No creo que la Segunda República deba ser vindicada ni reivindicada, sino evaluada y comprendida en el conjunto de los aciertos y errores de su proyecto reformista. Tenemos que mantener la serenidad y la ecuanimidad de su análisis y proceder por revisiones que amplíen nuestro conocimiento y ofrezcan una versión más plausible del pasado histórico, no que lo tergiverse o lo oculte.

Santos Juliá advirtió hace algunos años que se estaba produciendo una paulatina separación entre una memoria de la República en guerra que exaltaba su ideal democrático pero elimina la complejidad y los conflictos entre sus defensores, y una historiografía mucho más precisa, que estaba identificando con rigor los enfrentamientos internos (Santos Juliá, “Memoria, historia y política de un pasado de guerra y dictadura”, en Santos Juliá (dir.), Memoria de la guerra y del franquismo, Madrid, Taurus, 2006, pp. 75-76). Algo parecido podría señalarse de la República en paz: cuanto más profundicemos en sus problemas desde todos los puntos de vista, mejor podemos calibrar los aciertos y los errores de ese experimento de democracia posible en su época. Pero el historiador no debe arrogarse el dudoso cometido de dirimir o depurar responsabilidades, sino que debe indagar sin descanso los cómos y los porqués de las actitudes individuales y colectivas que hicieron posible (e irremediable) ese dramático pasado.
>>>

[*] Estado Español. Ministerio de la Gobernación. Dictamen de la Comisión sobre ilegitimidad de poderes actuantes en 18 de Julio de 1936, Madrid, Editora Nacional, 1939.

Saludos cordiales
JL
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Re: Recomendación sobre Guerra civil

Mensaje por Rorrete » Dom Sep 19, 2021 6:06 pm

José Luis escribió:
Vie Sep 17, 2021 1:05 am
Rorrete escribió: Me ha parecido exquisito y serio, y eso que, como es bien sabido, Fontana tenía sus críticos.
En primer lugar, gracias por tu respuesta, Rorrete.

En segundo lugar, Fontana era un historiador especializado en economía y hacienda (..) Su colaboración En el combate por la Historia, sobre el Frente Popular como has citado, es una narración descriptiva más que un análisis de fondo. Cita a González Calleja, entre otros, y a este historiador -junto con Cobo, Martínez y Sánchez- debemos, en mi opinión, el estudio más exhaustivo y riguroso que se ha realizado hasta el momento sobre la II República, obra que ya he referenciado en este hilo: La Segunda República Española (2015).
Gracias a ti, JL, y perdón por la tardanza en contestar. He andado de viaje y hasta hoy no he podido sentarme a escribir. El libro de por el bien del imperio lo tengo también, junto al de la quiebra de la monarquía absoluta. Sin leer, claro. Debo reconocer que me distancié de este autor cuando leí que se negaba a que su libro 'La formació d'una identitat. Una història de Catalunya' se tradujera al español, ya que era un libro para catalanes y los hispanohablantes no podíamos entender ese punto de vista https://www.elperiodico.com/es/ocio-y-c ... ya-3622287. Me pareció una afirmación deleznable, y de ahí que este artículo me haya impresionado,

El libro que citas de Calleja, Cobo, Martínez y Sánchez hace tiempo que lo tengo en mente. Hasta hoy, la verdad, no había leído gran cosa sobre la Guerra Civil, pero últimamente me ha picado el gusanillo, y estoy empezando a leer sobre este tema.

Aprovechando que que has traído a colación el tema de por qué la República, me gustaría simplemente añadir que en mi opinión la República terminó mucho antes del golpe del 36. Al igual que entiendo que la república de Weimar poco podía hacer en un país con tan baja tradición democrática como la Alemania de los años 30, nuestra República no iba a ser una excepción en la España del mismo período. Para aguantar hubiera necesitado un contexto histórico muy propicio que, en una generación al menos, hubiera permitido tener la suficiente solidez para aguantar los ataques de sus enemigos. Pero en los años 20 y 30 la democracia vivía sus horas bajas, se veía como un sistema nefasto e inútil para solucionar los problemas de entonces; y los sistemas alternativos, como el fascismo italiano o alemán, los autoritarismos o el comunismo soviético, parecían mejor alternativa.

De ahí que, opino, la República estaba condenada cuando su hipotética base dejó de apoyarla y de seguir las reglas del juego. Y hablo tanto de la izquierda, con su estupidez de no asegurarse la neutralidad e incluso la colaboración de los católicos, por ejemplo; como de la derecha, al no ser capaz de entender que un New Deal español sería más útil para frenar el fervor revolucionario. No veo que ni Alcalá Zamora o Azaña estuvieran a la altura. Demasiados chanchullos me parecen percibir, la verdad.

Hablo desde el desconocimiento, claro está, ya he dicho que mis lecturas son exiguas. Pero aún así me sorprende que, por ejemplo, el sentir general crea que la democracia alemana la destruyó Hitler, cuando en realidad estaba ya rota desde los tiempos de Brüning, y el Gobierno por decreto de Hinderburg. Si siendo el representante de la República, te saltas tus propias reglas, ¿qué esperas que hagan los que quieren derribarla?

Saludos
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http://rorrete.blogspot.com.es/

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Re: Recomendación sobre Guerra civil

Mensaje por José Luis » Mié Sep 22, 2021 9:18 pm

¡Hola a todos!

Estimado Rorrete, esta mañana colgué una respuesta a tu último mensaje, pero como tuvimos averías en el foro se ha perdido. Menos mal que la preservé, así que la cuelgo ahora de nuevo. En breve (mañana probablemente) procederemos a realizar unas mejoras en el foro, por lo que seguramente estará un par de horas fuera de servicio. Espero que no se pierdan más intervenciones. Ahora pondré la que escribí esta mañana, y luego, en otro post, una nueva intervención que acabo de escribir.

¡Hola a todos!

Nuevamente gracias por tu respuesta y comentarios. Ojalá se materialice ese impulso que te ha dado de ampliar tus lecturas sobre la II República y la GCE. Yo creo que todo el mundo en España debería hacerlo para conocer nuestra historia del siglo XX y poder entender, así, la del siglo XXI. Y tú tienes en tus manos el estudio más riguroso que se ha hecha hasta la fecha de la IIR. Suerte.

En cuanto a tus comentarios sobre el desfavorable contexto político europeo o la trayectoria histórico-política española (monárquica, autoritaria y clerical) como obstáculos muy difíciles de salvar para la consolidación del proyecto democrático y reformador de la Segunda República, todo esto es cierto, pero siempre ha sido y será así con todos los proyectos reformadores democráticos (en su senda de redistribución de la riqueza y la justicia social). De hecho, una visión general a los últimos 200 años de la Historia muestra que el único momento de este largo periodo donde se puede hablar de un cierto éxito del proyecto mencionado fue tras la IIGM, con la política de bienestar impuesta en Europa por el gobierno de Estados Unidos como contrapeso al empuje del comunismo (que fue el gran actor de la resistencia al fascismo en la Europa ocupada por los nazis). Este periodo singular de la Historia fue un expediente temporal de las tradicionales clases dominantes (capitalismo) que duró exactamente lo que duró el motivo por el que se impuso: el comunismo de la Unión Soviética. Con su colapso y disolución en 1989-1991, comenzó (en realidad unos años antes) el desmantelamiento, lento pero inexorable, de la socialdemocracia en Europa, y el vaciado de contenido de los valores y principios democráticos efectivos. Europa Occidental (y el mundo en general) es hoy mucho menos democrática y mucho más desigual de lo que lo fue en las décadas de 1950-1970.

Los intentos reformadores anteriores a la IIGM y desde inicios del siglo XIX -en forma de revoluciones y contrarrevoluciones, como las de 1848- produjeron, en general, retrocesos o tibios y efímeros avances, inmediatamente recortados por las fuerzas reaccionarias. La única revolución exitosa de este largo periodo fue la Revolución Rusa de 1917, que tuvo un impacto y una influencia monumentales en el resto del mundo, a favor y en contra. Pero esta revolución (doble, con la bolchevique) y la guerra civil en que devino no trajeron consigo las expectativas de los revolucionarios socialistas del siglo XIX y principios del siguiente; no trajo una dictadura del proletariado temporal como paso previo para la meta del comunismo, sino una dictadura de partido único que devino en un estado totalitario y criminal (sin menoscabo de los avances que consiguió y de su crucial papel para derrotar al nazismo en la guerra). Las revoluciones y guerras civiles y paramilitares de posguerra (1918-1925) que trajeron nuevos estados soberanos en forma de repúblicas parlamentarias, muy pronto se transformaron en dictaduras.

Incluso en los países que contaban con democracias liberales sólidas (Gran Bretaña y Estados Unidos, por ejemplo), había una obscena redistribución de la riqueza y una enorme injusticia y desigualdad social. Algunas de las lacras del fascismo (y no sólo el racismo) tenían plena vigencia en las democracias liberales citadas, por no hablar de las lacras existentes en los derechos políticos y civiles. Las grandes guerras del siglo XIX europeo lo fueron por motivos exclusivamente imperialistas o dinásticos. La Gran Guerra de 1914-1918 lo fue por motivos imperialistas, pero esta vez venía precedida por años de una gran contestación social y política, con la implantación de partidos políticos fuertes de ideología socialista (recordad que el SPD alemán tenía más de un millón de afiliados por comienzos del siglo XX) que se extendieron, en mayor o menor medida, por toda Europa. Fue, además, la primera guerra "total" de la historia, no llevada a cabo exclusivamente por ejércitos mercenarios, sino basados en la conscripción militar obligatoria. En otras palabras, las clases proletarias y pequeño-burguesas que antes no formaban parte obligada de los ejércitos profesionales, pasaban ahora a formar parte de y participar en la guerra (en realidad, esto lo inició Napoleón). Los conflictos políticos latentes bajo este nuevo escenario político y social (surgido de la revolución industrial y la formación de una clase obrera, urbana y fuerte) estallaron durante el desarrollo de la guerra, reforzados por el impacto de la Revolución Rusa, y especialmente hacia su final, cuando se desmoronaron los cuatro grandes imperios: el ruso, el austro-húngaro, el otomano y el alemán. A una guerra por definición violenta pero tremendamente sangrienta (difícilmente cuantificable por la aparición de la “gripe española”, pero seguramente por encima de los 20 millones de muertos), siguieron cinco o seis años llenos de violencia por las revoluciones y guerras civiles y paramilitares ya aludidas. El nuevo orden europeo post-Versalles se vino abajo como un castillo de naipes en la década de 1930, derrumbado por las agresiones de las potencias descontentas con ese orden (Italia y Alemania), y el fascismo creció como la espuma al tiempo que la democracia liberal se desinflaba como un suflé en buena parte de Europa.

La IIGM fue, nuevamente, una guerra imperialista (sólo que mucho más sangrienta) entre quienes querían tener un imperio y quienes ya lo tenían. Pero el final de la IIGM ya no podía resultar en algo similar a lo que había ocurrido en 1919. Entonces las potencias vencedoras caían todas ellas bajo el mismo marco ideológico y político (capitalismo); ahora había una nítida y contrapuesta división en la alianza: el comunismo y el capitalismo. Así que para frenar la probable ascendencia del comunismo en países como Italia o Francia, por ejemplo, cuyos partidos políticos conseguirían muy probablemente una victoria electoral en unas elecciones libres, el gobierno de Estados Unidos decidió echar mano de los antiguos políticos de entreguerras para implantar la socialdemocracia o estado de bienestar, que duró mientras duró la Guerra Fría que la originó.

Por tanto, en esta visión simplista y simplificadora, podemos ver, en mi opinión, como casi nunca los contextos políticos generales fueron ni son favorables para establecer y consolidar una democracia en mayúsculas. Y bajo esta panorámica, sí señor, la Segunda República no podía ser una excepción a la regla. Fue, en suma, una víctima más para desgracia de las generaciones de entonces y las venideras. Y en estas andamos. No en vano, la España de los últimos 20 años se parece poco en términos democráticos (derechos civiles y políticos) a aquella España esperanzadora de la década de 1980.

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Re: Recomendación sobre Guerra civil

Mensaje por José Luis » Mié Sep 22, 2021 9:23 pm

¡Hola a todos!

En 2014 la editorial Espasa Calpe publicó un libro de Stanley G. Payne y Jesús Palacios titulado Franco. Una biografía personal y política. Era la segunda incursión conjunta de estos dos autores sobre Franco, pues en 2008 la Esfera de Los Libros había publicado su Franco, mi padre: testimonio de Carmen Franco, la hija del Caudillo.

Ambos libros, escritos con una asombrosa falta de rigor y metodología académicas, se enmarcan muy bien dentro de la corriente ideológica que trata de blanquear a Franco y la dictadura criminal que lideró durante casi 40 años. Especialmente el de 2014 tuvo una acogida sobresaliente en la derecha mediática del país, que azuzaba de lo lindo bajo el gobierno de Mariano Rajoy. Es probable que esta profusión de alabanzas ideológicas al libro de 2014 fuese la razón de que Hispano Nova. Revista de Historia Contemporánea dedicase un Nº 1 Extraordinario en 2015 a una crítica de la biografía de Payne y Palacios de 2014 bajo el título: Sin Respeto por la Historia: Una biografía de Franco manipuladora. El monográfico está coordinado por Ángel Viñas, que abre la introducción (1-23) y escribe un capítulo sobre política exterior y finanzas de Franco (292-328), y cuenta con la colaboración de diez autores especializados en distintas áreas: Francisco J. Rodríguez Jimenez (Stanley G. Payne: ¿Una trayectoria académica ejemplar?, 24-54), Alberto Reig Tapia (La sombra de Franco es alargada, 55-83), Francisco Sánchez Pérez (El “héroe” frente a la maligna República, 84-110), Sergio Riesco Roche (De omisiones relevantes: Franco, la cuestión agraria y las contorsiones de Stanley Payne, 111-135), Juan Carlos Losada (La conspiración y la Guerra Civil para Payne y Palacios, 136-149), José Luis Ledesma (Franco y las violencias de la Guerra Civil. Manual de uso para un retrato blando de la represión franquista, 150-182), Francisco Moreno Gómez (La gran acción represiva de Franco que se quiere ocultar, 183-210), Juan José del Águila Torres (La represión política a través de la jurisdicción de guerra y sucesivas jurisdicciones especiales del franquismo, 211-242), Glicerio Sánchez Recio (En torno a la dictadura franquista, 243-256, y El tardofranquismo [1969-1975]: el crepúsculo del dictador y el declive de la dictadura, 329-348), Manuel Sanchis i Marco (Franco: una rémora para el desarrollo económico y moral de España, 257-291).

El historiador Francisco J. Rodríguez Jiménez -doctor en Historia Contemporánea por la Universidad de Salamanca, beca Fulbright/SAAS e investigador posdoctoral en Harvard (2012/2013), hace un aproximación a la trayectoria académica (e ideológica) de Payne que no tiene desperdicio y recomiendo a la comunidad del foro.

Payne, que no ha tenido el más mínimo sonrojo en calificar a Pío Moa como lo más de lo más en la historiografía reciente sobre la IIR y la GCE, tampoco ha tenido reparos en aceptar como coautor de sus dos libros citados al periodista Jesús Palacios Tapias, que fue en su juventud ni más ni menos dirigente de la neonazi CEDADE. Véase su perfil en https://es.wikipedia.org/wiki/Jes%C3%BA ... ios_Tapias

CEDADE, cuenta Rodríquez Jiménez, “comenzó su andadura en Barcelona en 1966, inaugurándose una delegación en Madrid en 1973...”. Copio:

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¿Cuál eran esos valores que defendía CEDADE, según Palacios? Uno de los boletines cedadista postulaba: “No hay alternativa: o social-racismo, o muerte. Los individuos inadmisibles, tales como judíos, negros y gitanos, deberán quedar sujetos al estatuto de extranjeros...” No es de extrañar: Friedrich Kuhfuss, ex gerifalte de las SS hitlerianas, afincado en Barcelona con documentación falsa, había sido uno de sus principales promotores. Como buen portavoz político, Jesús Palacios ignoró esas minucias, blanqueando el nombre de la institución a la que pertenecía. En otra ocasión proclamó, orgulloso, que la entidad neonazi era la organización “nacional revolucionaria” con más relaciones en el extranjero. El propio Palacios había participado en 1972 en una reunión en México de la World Anti-Communist League (WACL), que contaba con financiación de la CIA.

Este “Círculo de Amigos de Europa” formaba parte del entramado de extrema derecha que trataba de dinamitar la tímida apertura política iniciada por Arias Navarro. El ilustre García Rebull al que menciona Palacios había sucedido a José Antonio Girón al frente de la Delegación de Ex Combatientes. Ambos intentaron revitalizar la organización en 1974 para torpedear el espíritu del 12 de febrero. Rebull perseveró en sus empeños golpistas. Por su parte, Jesús Suevos fue generoso mecenas: consiguió fondos para que CEDADE-Madrid difundiese su boletín. Suevos había sido Director General de Radiodifusión, primer director de TVE y Premio nacional de Periodismo Francisco Franco en 1957; en 1976 fue Teniente Alcalde del Ayuntamiento madrileño. En junio de ese año, Jesús Palacios Tapias era uno de los integrantes de Acción Nacional, constituida a partir de la fusión de distintos colectivos de extrema derecha. Los jóvenes cedadistas tenían padrinos influyentes. Siguieron en la senda apologética del nazismo bastantes años. Retomaré la historia en la continuación de este artículo”.
>>>

Bien, este es un pequeño fragmento del capítulo de Rodríguez Jiménez. Yo recomiendo que se lea todo el monográfico de Hispano Nova como vacuna contra el virus de propaganda neofranquista que viene llenando los espacios de la derecha mediática española desde la década de 1990. En especial para quienes comienzan a interesarse por la historia de España desde la IIR.

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Re: Recomendación sobre Guerra civil

Mensaje por José Luis » Jue Sep 23, 2021 7:29 am

¡Hola a todos!

Voy a terminar esta serie de intervenciones que he tenido en este hilo con otro ejemplo de la hornada "revisionista" de los últimos años. Esta vez la "joya" procede de dos historiadores de la desprestigiada Universidad Rey Juan Carlos (lo siento por los buenos profesores y alumnos que padecen este desprestigio sin merecerlo), Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García. Su libro, publicado en 2017 por Espasa Calpe lleva por título 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular, lo cual ya indica de qué va la historia. Como siempre, en su publicidad editorial se anuncia que es "Un libro que demuestra el fraude que permitió la victoria del Frente Popular en las elecciones de 1936. Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García, dos historiadores españoles de la Universidad Rey Juan Carlos, son los autores de un libro que cambiará nuestra perspectiva de las elecciones de febrero de 1936, que dieron la victoria al Frente Popular, describiendo y demostrando la existencia de fraude electoral y el ambiente de extrema violencia que imperó en los meses anteriores y posteriores". Quizá conscientes de la hipérbole, el anuncio remata con "Un libro que causará polémica y debates encendidos".

Las tesis de estos dos autores y la mala praxis que las sustenta fueron refutadas y desmontadas muy pronto, en 2018, por Eduardo González Calleja y Francisco Sánchez Pérez de la Universidad Carlos III de Madrid.

Así lo hicieron en su Revisando el Revisionismo. A propósito del libro 1936. Fraude y Violencia en las Elecciones del Frente Popular. Historia Contemporánea 58 (2018): 851-881. Y a este artículo remito a quienes pueda interesar. Dejo, no obstante, unos cuantos fragmentos del mismo:

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La notoriedad que ha alcanzado esta obra, que ha merecido numerosas reseñas —en su mayoría muy críticas— en revistas especializadas y de divulgación histórica, tiene que ver menos con la originalidad del tema que trata (que ya fue abordado en su día con gran solvencia por Javier Tusell en 1971), y más con un modo de abordar la crisis española de los años treinta desde una perspectiva claramente revisionista. El hecho de maridar las elecciones del Frente Popular con los términos polémicos de «fraude» y «violencia» es todo un programa de intenciones. Se insufla, desde el principio, un tono combativo a un trabajo que pretende atacar la línea de flotación del discurso legitimador de la democracia republicana. De ahí el revuelo ocasionado, que ha trascendido el gremio de historiadores y se ha instalado como argumento de ocasión en el actual debate público sobre los orígenes, desarrollo y carencias de la actual monarquía democrática. Es de destacar cómo la prensa conservadora aireó la aparición de esta obra como la demostración definitiva de un «pucherazo» que derrumbaría el mito de la victoria limpia e incontestable de las izquierdas en 1936.

(...) Básicamente se trata de exponer en esta obra que la victoria electoral del Frente Popular se hizo con el siguiente efecto dominó: coacción intimidatoria de las masas en la calle desde la noche del 16 de febrero, dimisión de Portela Valladares el 19 de febrero como consecuencia directa de esto, logro de una mayoría absoluta, de otro modo dudosa, mediante fraudes en varias provincias facilitados por todo lo anterior, y por último, redondeo de ésta en una segunda vuelta bajo el nuevo Gobierno Azaña, una comisión de actas bajo el control de la nueva mayoría parlamentaria, que despojó de su escaño a varios parlamentarios de la oposición y obligó a la anulación de elecciones en Cuenca (parcial) y en Granada (total). Con eso el Frente Popular pasó de algo más de 220 diputados a los 286 finales. Nunca queda muy claro, como se verá, cuántos diputados fuera de toda duda creen estos autores que debió haberse llevado el Frente Popular y no aportan ningún cuadro comparativo para que podamos apreciar el volumen del supuesto fraude. En realidad la raíz de esta argumentación es mucho más antigua que la obra mencionada de Tusell, que aunque apareció en el tardofranquismo (1971), era un serio esfuerzo por superar la dialéctica franquista y guerracivilista contraria a la República y al Frente Popular. En varios aspectos y en particular en el tema del supuesto fraude electoral se reproducen en esta obra casi literalmente los argumentos de la derecha autoritaria, tal y como la hemos definido en otro lugar, de antes y después del 18 de julio de 1936.
>>>

Tras desmontar las tesis, en el desarrollo de su artículo, del hilo conductor del libro de Tardío y Villa, Calleja y Sánchez concluyen:

"En definitiva, una obra que, más que aportar certezas o explicaciones, extiende la sombra de la duda sobre la clara victoria electoral del Frente Popular. Sin embargo, cuando se demuestra que la coalición de izquierdas, en el peor de los escenarios posibles, ya poseía una mayoría absoluta el 19 de febrero, que se reforzaría en la segunda vuelta, no se puede sostener que las irregularidades detectadas en una serie de provincias determinaron el resultado final, ni que la dimisión de Portela fuera decisiva para alterarlo. En cuanto a la violencia, el propio libro viene a afirmar que no fue relevante en el desarrollo de las elecciones el día 16, para luego afirmar que influyó sobre el recuento hasta el 19, cuando la política gubernativa no había cambiado un ápice. Y cuando una de las ideas fuerza de la obra es la influencia entre violencia y recuento, es insostenible presentar ambos procesos por separado sin que se vea cómo actuaron dialécticamente. Da la impresión de que en el libro se pretendía buscar y denunciar un fraude masivo que nunca existió, y al no encontrarlo, ha quedado reducido a una repetición parcial de las viejas tesis que ya sostenían las derechas autoritarias antes y después del 18 de julio. Un auténtico parto de los montes. Para tal viaje de ida y vuelta a los argumentos deslegitimadores de hace ochenta años, que minusvalora las
aportaciones historiográficas de los últimos cincuenta, no hacían falta semejantes alforjas".

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Re: Recomendación sobre Guerra civil

Mensaje por Rorrete » Jue Sep 23, 2021 4:38 pm

Bueno, es bien sabido que la producción histórica sobre la GC está muy contaminada ideológicamente, perceptible incluso para un lector poco profundo como yo. Ahora bien, me temo que la tendenciosidad que citas no es exclusiva de un bando,
Viñas, en El combate por la historia, expresa:

“si se compara el número de víctimas de la represión franquista con las comúnmente aceptadas en el caso alemán (y nadie pretenderá que la dictadura hitleriana fuera suave) la brutalidad relativa de la primera es aparente, salvando lógicamente el período de la segunda guerra mundial. Este se encuentra ensangrentado para toda la eternidad por la Shoah, por las salvajadas cometidas en los territorios ocupados y por la hiperviolencia desatada contra todo tipo de oponentes interiores. La historia de Alemania nunca expiará tales bestialidades.

Aún así hay que andar con algo de cuidado en lo que se refiere al período 1933-1939. Comparar realidades muy distintas entraña siempre un problema pero no nos resistimos a la tentación, hecha con todo tipo de cautelas. A tenor de los datos recogidos por Richard J. Evans, en el primer año completo tras la llegada de Hitler a la Cancillería se registraron 64 condenas judiciales a muerte. En 1934, fueron 74. En 1935, 94. En 1936, 106 y en 1938, 67. En total unas 473. Calderilla en comparación con el caso franquista, los detenidos políticos ascendían a 23000 en junio de 1935 y, tras varias oscilaciones, a 11.265 en diciembre de 1938. Las muertes en Dachau entre 1936 y 1938 fueron las siguientes:10, 69, 370; en Buchenwald, entre 1937 u 1939, 48,771 y 1235 como mínimo. El total es de 2500. No son cifras completas, peor no divergen mucho de las identificadas como finales. Según Sir Ian Kershaw hacia 1939 unos 150.000 comunistas y socialistas habían pasado por campos de concentración; unos 12.000 habían sido condenados por alta traición y unos 40.000 habían sido detenidos por delitos políticos menores.

Las cifras que conocemos del franquismo, y en este particular después de la guerra, no dejan a la dictadura española en buena situación comparativa. Antes al contrario. Las suyas son muy superiores.
Naturalmente, las magnitudes alemanas que anteceden están referidas al terror regular. Hay que tener en cuenta también el irregular. Del 30 de enero de 1933 al 30 de junio de 1934, es decir, en año y medio, durante el período de imposición de la dictadura hitleriana, se produjeron entre 800 y 1.200 asesinatos. Pues bien, este último número se alcanzó, por ejemplo, en la zona controlada por el general Queipo de Llano hacia finales de julio de 1936. En menos de quince días. En ambos casos se observa que las víctimas recayeron esencialmente en compatriotas y dentro de las propias fronteras.

Cabria incluso hace otras comparaciones entremezclando represión y condiciones de guerra o similares. Los que más prontamente se me ocurre es Francia. Nadie dirá que la ocupación alemana, entre 1940 y 1944, fue un lecho de rosas. Hubo una resistencia notable, sobre todo a partir de 1941 (…) en plena guerra civil entre franceses y de resistencia contra los alemanes, en circunstancias abominables y absolutamente excepcionales, el número de victimas que pueden atribuirse a las dos primeras categorías ascienden a 3100 y 1434 respectivamente (…)

Si de la dictadura nazi se pasa a la italiana, la equiparación es todavía peor para el franquismo. Según Bosworth, el camino hacia su implantación en 1922 y después, Mussolini liquidó entre 2000 y 3000 oponentes políticos. Al final del fascismo unas 13.000 personas habían sufrido destierros (…)
En estas condiciones es, creo aceptable afirmar que a la dictadura franquista solo le sobrepasó, eso sí, a considerable distancia, la soviética. Obviamente, el terror estalinista de los años treinta, en sus variadas manifestaciones, constituye una salvajada sin paliativos, aunque haya autores, sobre todo soviéticos, que han intentado explicarla racionalmente”


Dejando al margen sobre si tales cifras son o no ciertas (que no puedo comprobar, al no tener los libros citados conmigo, sino en casa de mis padres) me parece que Viñas es muy deshonesto, la verdad. Intentar comparar el proceso de toma de poder y consolidación del nazismo en la Alemania pseudodemocrática -más teniendo en cuenta que la mayoría de los opositores encarcelados entonces morirían en la cercana guerra posterior- con una guerra civil de tres años resulta (o al menos lo veo yo así) una tomadura de pelo. Hitler conquistó el poder por las urnas, y tras ellas primero tuvo que afianzar su poder y neutralizar lo que quedaba de Weimar; a las potencias occidentales, asegurando la puesta en marcha de su programa; y todo ello sin quebrantar un estado de paz. Lógico que, al empezar la guerra, se desquitara. Franco se encontró con una situación en la cual su afianzamiento dependería exclusivamente de la fuerza de las armas, de ahí que pareciera que, a mayor brutalidad, mayores garantías de éxito.

Que luego posteriormente compare la brutalidad alemana en ¿La Francia de Vichy? Tiene traca. ¿por qué no hacerlo con la guerra del Este, donde el nazismo se despachó a gusto, como por otro lado Franco hizo durante la guerra y después con el bando “rojo”? Y eso de “resistencia notable” debe ser un eufemismo, supongo. No sé que pensaría Robert Paxton de semejante afirmación.

Y para terminar, a modo de intentar parecer ecuánime, tiene a bien afirmar que la dictadura estalinista fue más mortífera. Hombre, si al menos la hubiera comparado con la guerra civil rusa, pues igual. Pero comparar la represión durante la guerra y posguerra española con el Gran Terror de los años treinta, no sé a cuento de qué viene, la verdad. El caso español fue para instaurar una España nueva; el estalinista, para limpiar el régimen establecido 15 años antes. No hay comparación, me parece

A mi me parece estupendo que cada cual tenga sus simpatías, yo también tengo las mías, y por cierto no son precisamente favorables al franquismo. Pero cuando uno observa esta manipulación obscena, no sé, me parece un insulto al sentido común del lector.

Saludos
Nunca discutas con un estúpido; te hará descender a su nivel, y allí te vencerá por experiencia - Mark Twain
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