Los refugiados en Suiza de 1933 a 1945

Partidos políticos, actuaciones gubernamentales

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Los refugiados en Suiza de 1933 a 1945

Mensaje por 27Pulqui » Sab Jul 04, 2009 6:51 pm

Introducción

En Suiza las dificultades de los años previos a la Segunda Guerra, con la crisis económica y los desplazamientos de las víctimas de los totalitarismos allende sus fronteras, debilitaron los sentimientos de solidaridad hacia los extranjeros y los refugiados. Estos grupos competían con los desempleados en la búsqueda de trabajo y amenazaban el equilibrio moral y cultural de la población, sobre todo los judíos, a quienes se les atribuía la reputación de inasimilables por naturaleza. Se propagó así un antisemitismo larvario, alimentado por prejuicios étnicos y religiosos, que alentó la rigurosidad de las autoridades en las políticas migratorias y de naturalización. Pese a ello, el derecho de asilo, fundado en el deber de solidaridad a personas acosadas en su propio país, constituía una costumbre arraigada en la sociedad receptora. Así en Suiza entraron en tensión las prevenciones características de la víspera y la guerra con el tradicional apoyo a los refugiados por motivos políticos o religiosos.

Para comprender la posición de Suiza en aquella época es conveniente recordar sus escasas dimensiones, su débil población de 4 millones de habitantes, y la crisis económica por la que atravesaba, cuyas consecuencias eran, como en otras partes, el desempleo, la defensa tenaz de los intereses materiales y el temor al futuro. Agreguemos a este hecho que el dinamismo económico, político y militar de sus grandes vecinos, Italia y Alemania, desestabilizaba a la población: ¿de qué le valía su tradición democrática en una Europa en donde el fascismo y el nazismo progresaban y triunfaban?.

Los párrafos precedentes resumen la primera parte de un artículo de André Lasserre y nos introducen a este tema que abarca las políticas adoptadas por el estado, su implementación por las burocracias policial y de frontera, y las respuestas de la sociedad frente a una situación que excedió a los criterios usuales de asilo por su complejidad y cantidad de desplazados.

El investigador André Lasserre es autor de Frontières et camps: le refuge en Suisse de 1933 à 1945, Payot, 1995, y del artículo “La politique de l’asile en Suisse de 1933 à 1945”, Relationes Internationales, París, 74, 1993. Constituye a esta exposición el siguiente extracto de la versión en castellano “Los refugiados en Suiza de 1933 a 1945: los judíos ... y los otros”, en Ignacio Klich y Mario Rapoport (editores), Discriminación y racismo en América Latina, Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1997.

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Los refugiados en Suiza de 1933 a 1945

Mensaje por 27Pulqui » Mar Jul 07, 2009 3:43 pm

I

Hasta 1914, los suizos recurrieron ampliamente a la mano de obra extranjera para su desarrollo económico. Esto derivó en un sentimiento de rechazo hacia el Ueberfremdung, en el que se sustentaron las políticas en materia de naturalizaciones, extranjeros y refugiados. Este término puede traducirse imperfectamente por superpoblación extranjera. Implica, por supuesto una noción cuantitativa, pero también conlleva otros factores: un exceso de extranjeros pudre las costumbres helvéticas, adultera la cultura, roe la identidad nacional. El judío, quintaesencia de los extranjeros antipáticos, es particularmente pernicioso en la perspectiva de los famosos Protocolos de los Sabios del Sión, cuyos autores no hacen más que amplificar la creciente hostilidad popular en Europa.

En el período de entreguerras, Suiza adopta la actitud defensiva de una nación que ya no se siente suficientemente segura de sí misma para integrar a los extranjeros. Desde esta perspectiva, la naturalización de los judíos –alentada sin embargo por los judíos suizos- se hace muy difícil: desde 1941 y con el fin de obstaculizarla, la policía federal aplica por cuenta propia rigurosísimas exigencias de las administraciones locales, tales como las de Zurich, para las cuales es necesario contar con un período mínimo de estadía en el país de 15 años para poder solicitarla; los judíos orientales de la primera generación no tienen ninguna posibilidad de obtenerla.

Sin embargo, el derecho de asilo formaba parte de la tradición nacional y constituía un motivo de orgullo. Se fundaba en el deber de caridad o de solidaridad hacia personas cuyas vidas se hallaran amenazadas en su propio país a causa de convicciones políticas o religiosas. En los refugiados de los años 30 y 40 los políticos constituyen una minoría y hasta 1942-1943 no representan más que casos individuales. Los judíos se exilian a causa de una procedencia racial, que evidentemente no han buscado y de la cual no son responsables. Además, llegan en masa en 1938 y a partir de 1942; no entran pues en los esquemas tradicionales de asilo ni responden a los criterios usuales. Es aquí donde interviene el otro factor, el ritmo de afluencia, dictado a su vez por el ritmo de la legislación y la práctica racista alemana: hasta 1935 e incluso 1937, Suiza, así como gran número de judíos, aún podían albergar ilusiones. Indudablemente la situación se degradaba pero, ¿duraría el régimen nazi?, ¿el Reich no era acaso un Estado de derecho que respetaba sus propias leyes?. Éstas eran, en efecto, cada vez más taxativas, pero aún podían tolerarse, sobre todo porque no eran repentinas sino que se iban introduciendo progresivamente, dejando tiempo para habituarse. El número de judíos alemanes exiliados no era demasiado importante, e incluso algunos regresaban después de haber huido.

Del lado suizo, en marzo de 1933, se decidía negar el asilo a los judíos que huirían del boicot temporario a sus comercios y de las primeras medidas oficiales en su contra: la vida de las víctimas no estaba en juego, el peligro era considerado insuficiente y se juzgó el acontecimiento como una enfermedad de juventud del nuevo régimen. En 1933 Suiza hacía a un lado a los refugiados y fijaba así los primeros elementos de una política de la cual sería difícil apartarse: las negativas de admisión anteriores resultaban seguras y cómodas, el precedente constituía uno de los pilares más firmes de la decisión administrativa.

En un primer momento, Suiza no cierra sus fronteras. Los alemanes entran sin visa y la reemigración no presenta mayores dificultades. La policía ni siquiera puede contabilizar a los inmigrantes: en tanto no permanezcan más de tres meses o no realicen una solicitud de estadía, los ignora. E incluso en este último caso, la decisión pertenece a los cantones soberanos que constituyen el Estado federal, aunque éstos no sean completamente libres. En el fondo, la policía casi se desentiende del tema, y deja a cargo de organizaciones privadas la ayuda material a los refugiados. ¡Pero vigila!. No sin reserva y en la medida en que su estatuto de Estado neutral lo permite, participa de los trabajos de la Liga de las Naciones y de la organización Nansen. Esta última se esforzaba, ya sea para repatriar a los refugiados, ya sea para obtener para ellos el derecho a establecerse en los países receptores de la inmigración.

En estas condiciones los refugiados de los cinco primeros años del régimen hitleriano dejan pocas huellas y las estadísticas son notablemente insuficientes debido a la falta de censos. Según las cifras evocadas, más de 10.000 judíos ingresaron de marzo de a diciembre de 1933, principalmente durante la primavera. Casi todos continuaron su ruta de inmediato o después de una estadía relativamente corta. La Fédération suisse des comités d’entrada israélite (FSCI), por sí sola, ayudó a cera de 1.500 personas a buscar asilo, principalmente en países de Europa.

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Mensaje por 27Pulqui » Mar Jul 07, 2009 7:57 pm

El judío, quintaesencia de los extranjeros antipáticos, es particularmente pernicioso en la perspectiva de los famosos Protocolos de los Sabios del Sión, cuyos autores no hacen más que amplificar la creciente hostilidad popular en Europa.
Antes de continuar conviene formular un par de aclaraciones:
* Supongo que Lasserre se refiere al punto de vista del actor, es decir al de los sectores con antisemitismo larvado.
* Del mismo modo no da por auténticos a los Protocolos de los Sabios del Sión, el presunto origen judío de los autores no hacía más que amplificar el antisemitismo epocal.
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Mensaje por 27Pulqui » Jue Jul 09, 2009 3:25 pm

II

La primera crisis de refugiados data del Anchluss de Austria, en marzo de 1938. La legislación discriminatoria que pacientemente se había ido configurando en el Reich durante cinco años se aplicó de golpe en el país conquistado. En ocho meses, 50.000 personas intentaron escapar de un país que se había convertido en una simple provincia alemana. Pero, por doquier, los Estados levantaron barreras frente a un éxodo considerado cuantitativamente insostenible. El 28 de marzo, el gobierno suizo decidió exigir visa a todos los austríacos a partir del día 30. Era la primera medida verdaderamente disuasiva tomada por la Confederación, puesto que anulaba incluso las posibilidades de tránsito. Sin embargo, no sería más que una medida provisoria, limitada a la duración de la validez de los pasaportes austríacos, que pronto serían sustituidos por documentos alemanes.

La policía no pudo contener la ola y la emoción popular hizo el resto. En efecto, las poblaciones de frontera no permanecieron inasibles frente a la desgracia de los perseguidos. Las autoridades de Basilea y sobre todo las de Saint-Gall, cerraron los ojos, se negaron a protagonizar negativas de admisión que provocaban escenas penosas e incluso ayudaron a algunos fugitivos a introducirse en el país. En los consulados de Bregenz y Milán y Venecia, las consignas tampoco fueron observadas. Hasta Henri Rothmund, jefe de la policía federal, alistado en la policía para luchar contra el Ueberfremdung, manifestará estar dispuesto a “ofrecer al mayor número posible de refugiados austríacos la posibilidad de escapar los más rápido posible del infierno de Viena”, con la condición de que proporcionaran ciertas garantías de su partida ulterior. La declaración traduce el desconcierto del jefe de policía. Si bien explican, por una parte, el aumento en el número de refugiados –gran parte de los cuales había ingresado subrepticiamente-, probablemente sólo dan cuenta de casos particulares que llegaban hasta el jefe de policía y que no modificaron la reglamentación misma de admisión.

El 15 de agosto de 1938, los pasaportes austríacos perdían validez. El 16, Rothmund obtenía de los presidentes de las dos Federaciones judías el compromiso de continuar manteniendo a los inmigrantes presentes, con la condición de aceptar el cierre de las fronteras para los nuevos llegados. De lo contrario, Suiza expulsaría a todos los ilegales. Gracias a esta caución, la Confederación pudo, con toda tranquilidad, precisar y reforzar las medidas de bloqueo. Una circular del 7 de septiembre advertía que se debía “negar la admisión a todos los portadores de pasaportes (austríacos o alemanes) judíos o probablemente judíos (se tratará mayormente de judíos, por ejemplo, si los pasaportes tienen una validez de un año o menos). En los pasaportes se debería anotar la inscripción ¨rechazado¨...” .Esta última palabra debía disuadir al emigrado de buscar posibilidades en otras fronteras. La decisión introducía una distinción entre los alemanes, diferenciando a los judíos de quienes no lo eran. Abría un camino hacia la discriminación racial sin proporcionar un criterio objetivo para la definición del judío.

La solución descubierta era malsana; daba lugar, en gran medida, a la interpretación arbitraria de los guardias de frontera, que eran los que debían decidir. No impedía los subterfugios, por ejemplo, de fugitivos que se mezclaban con grupos turísticos controlados superficialmente. El remedio llegó mediante un acuerdo con Alemania, dado que nadie quería generalizar la visa a todos los ciudadanos, ese verano se profundizaron las negociaciones, que culminaron el 29 de septiembre: los alemanes aceptaban colocar una “J” en los pasaportes de los judíos quienes, para entrar a Suiza, debían obtener una autorización especial proporcionada por un consulado. El 4 de octubre, una orden federal transcribía el acuerdo para uso interno. En la práctica, Suiza contaba con una ventaja al dejar en manos de los alemanes la selección de los judíos según sus propias reglas: ya no debía hacerlo pasar por un filtro contrario a sus costumbres y al respeto de la igualdad de los seres humanos.

A pesar de todos los filtros, los refugiados aumentaron en 1938: las fronteras se encontraban mal vigiladas y eran poco herméticas, más aún puesto que el personal de aduana a menudo cerraba los ojos. Aunque poco confiable, las estadísticas dejan ver crecimientos demasiado importantes para no traicionar la realidad: 5.000 refugiados a principios de 1938, de 10.000 a 12.000 a fin de ese año, 10.000 en vísperas de la guerra. En los países de primer refugio, la absorción de nuevos refugiados era más fuerte que su partida hacia países de inmigración definitiva.

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Mensaje por 27Pulqui » Sab Jul 11, 2009 3:14 pm

III

El asilo no se hallaba regulado mediante ninguna ley, se otorgaba o negaba arbitrariamente, aplicando por extensión la ley de 1931 sobre los extranjeros. Esto confería a la administración un amplio margen de maniobras que no tuvo, sin embargo, más que efectos negativos. En su conjunto se fundaba en un principio intangible que debía conciliar, bien o mal, la tradición del refugio con el temor a la superpoblación extranjera: negativa a la admisión de inmigrantes, aceptación del tránsito por el país. Tanto los políticos como los judíos se beneficiaron con ello en 1938. Luego, cuando las fronteras tendieron a cerrarse en todas partes, resultaron perjudicados. A pesar de numerosas pruebas de generosidad, la población no protestó significativamente por las prácticas oficiales. Tampoco los parlamentarios, salvo algunas excepciones. Por otra parte, el antisemitismo vulgar no se había extinguido con el advenimiento de Hitler. Estas dos actitudes contradictorias sostenían la imagen sospechosa del judío.

La guerra no produjo cambios mayores inmediatos en la política de admisión pero reforzó el peso de la razón de Estado y del egoísmo sagrado. El ejército intervino cada vez más en los temas relativos al refugio, en nombre de la seguridad nacional y las exigencias del espionaje o del contraespionaje. La preocupación por el orden público, ya esencial a los ojos de la policía, ocupaba un lugar cada vez más significativo. Todos estos factores llevaron a reforzar el rigor frente a las solicitudes de asilo, más aún puesto que la reemigración tropezaba con obstáculos cada vez más difíciles de superar.

En un primer momento, la rigidez se manifestó en la obligatoriedad de visas de entrada y de tránsito para la totalidad de los extranjeros. Esta medida no estaba dirigida exclusivamente a los refugiados y, en cuanto a los judíos de Alemania, no cambiaba en nada su estatuto. Una orden del 5 de octubre estableció un estatuto de los emigrantes, personas desprovistas de documentación regular que habían entrado a Suiza a partir de los diez años anteriores al comienzo de la guerra. Admitidos provisoriamente, podía asignárseles una residencia, incluso en los campos. La policía federal recibía nuevas funciones que le permitían imponer la admisión de refugiados a los cantones recalcitrantes y controlar la situación en su conjunto.

Del 15 de julio de 1939 al 30 de junio de 1942, las entradas reconocidas alcanzaron tan sólo las 780 personas y los 7.000 u 8.000 presentes en septiembre de 1939 se redujeron a 5.800 en septiembre de 1941, de los cuales el 85% eran judíos. Para las organizaciones de ayuda era cada vez más difícil asistir a los refugiados pues los gastos de reemigración pesaban en gran parte sobre ellas. Crecía el riesgo de mantenerlos hasta el final del conflicto, si no lograban trasladarlos antes. Si llegaban nuevos refugiados en gran número, se produciría una catástrofe financiera, quizás hasta la expulsión sistemática de aquellos en situación irregular, puesto que el reconocimiento oficial, si no de derecho al menos de hecho, podía cesar: asilo y financiamiento privado se hallaban ligados desde 1938.

El Estado continuaba en su postura de no querer otorgar a los emigrantes el derecho a trabajar, a pesar de la recuperación económica y la falta de mano de obra provocada por la movilización de una parte del ejército. Pero, ante la perspectiva de estadías prolongadas, la Confederación cedió durante el invierno de 1939-1940 a la presión de las organizaciones, tanto judías como cristianas, agrupadas en una influyente asociación l’Office central suisse d’aide aux réfugiés: abrió campos de trabajo. Allí, los emigrantes recibían un pequeño sueldo aunque no se ganaban la vida por sus propios medios ni en su propio oficio. A partir de entonces, sólo los refugiados dispensados de los campos de trabajo quedaban a cargo de la ayuda privada. En 1942, el Estado comenzó a abrir hogares para los nuevos refugiados ancianos o enfermos y para las mujeres y niños que no se hallaran ubicados en familias. A partir de estos modestos comienzos, se constituyó toda una sociedad, con sus propias reglas, que alcanzaría su madurez en los años 1943-1944. La administración confió toda la responsabilidad a un organismo independiente, la Direction centrale des camps et des hommes. Había nacido una suerte de Estado dentro del estado.

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Los refugiados en Suiza de 1933 a 1945

Mensaje por 27Pulqui » Lun Jul 13, 2009 2:56 pm

IV

Las cifras antes citadas señalan parcialmente la evolución del refugio: el 18 de junio de 1940, el ejército del general Daille entró a Suiza escapando del ejército alemán. Las tropas contaba con 29.000 soldados franceses y marroquíes y 12.000 polacos, que fueron recibidos con entusiasmo por la población antes de ser internada en los campos. Los franceses volvieron a su país después de un tiempo, pero los polacos permanecieron en Suiza hasta el final de la guerra. Por su condición de militares, no podían considerarse refugiados propiamente dichos, aun si planteaban los mismos problemas de vivienda, ocupación y reemigración que aquéllos.

En 1942, el calvario de los judíos tuvo un giro trágico a partir de la decisión alemana de exterminar su raza. Los efectos de la solución final se ejercieron en los países ocupados. Provenientes de los Países Bajos, Bélgica y Francia, muchos fugitivos intentaron llegar al oasis suizo a través de una cadena de intermediarios. Si bien el número de refugiados aumentaría mas adelante, el brusco incremento después de más de dos años de retroceso puso en tela de juicio la política de admisión restringida practicada hasta entonces, que, sin embargo, había dejado la puerta entreabierta –como atestigua nuestra estadística- en lo que respecta a ilegales aceptados. En 1942, el deber humanitario se enfrentaba directamente con la razón de Estado, porque se consideraba que la cantidad total de refugiados había alcanzado el límite de lo tolerable, especialmente si se tomaban en cuenta los internados militares.

Un informe solicitado a fin de julio a uno de los responsables de la policía federal, Robert Jezler, confirma que en los países ocupados, “los judíos que allí viven ignoran si de un momento a otro serán deportados, tomados prisioneros como rehenes o incluso ejecutados bajo cualquier pretexto... Al menor incidente, las autoridades de ocupación dirigen las sospechas o las primeras medidas contra los judíos. Por su condición misma, el judío ya es sospechoso”. Esta es la razón por la cual la policía suiza cerró tantas veces los ojos. Como puede verse, Jezler no menciona la solución final como tal: los israelitas aparecen como amenazados en tanto existan motivos de represión. El informe concluía con la propuesta de continuar negando su admisión. A los argumentos usuales, se agregaba el contagio del ejemplo, cada éxito en el cruce de la frontera era rápidamente conocido en el extranjero y suscitaba nuevas llegadas.

El informe siguió los canales del servicio, el jefe Rothmund insistió sobre el aspecto perjudicial de los pasadores, evocados brevemente por Jezler. El jefe del Departamento (titulo oficial de los ministerios en Suiza), Von Steiger, endosó el informe y el gobierno concluyó también en la necesidad de “negar más a menudo la admisión a los refugiados civiles, incluso si de esto resultan serios inconvenientes para su persona (peligro de vida o de su integridad corporal)”. Al término del proceso de decisión los motivos habían invertido sus prioridades: las persecuciones habían desaparecido en el documento final pero los pasadores habían tomado el primer lugar en la responsabilidad del éxodo. Después de la decisión, el 13 de agosto, Rothmund impartió instrucciones que exigían la negativa de la admisión a los refugiados judíos expresamente citados como tales y diferenciados de los prisioneros fugitivos, de los desertores, de los alsacianos en tránsito hacia la zona francesa y de los políticos.

Sin embargo, la política implicaba además a otra masa de fugitivos, Alemania ocupaba a numerosos trabajadores forzados cuyas condiciones de vida, si bien no los colocaba en una situación de peligro, eran lo suficientemente penosas como para que intentaran escapar. Muchos polacos formaban parte de este grupo, al que muy pronto se agregarían los jóvenes franceses del servicio del trabajo obligatorio. Suiza decidió negarles la admisión. Las autoridades temblaban ante los millones de personas que podrían irrumpir en su territorio. Las medidas restrictivas no habían puesto fin a una afluencia imposible de dominar. Sólo el ejército poseía los medios para ocupar realmente las fronteras, reunir los refugiados aceptados, vigilarlos durante un período de cuarentena necesario por los riesgos de epidemias y luego tomarlos a su cargo a la espera de lugares disponibles en los hogares y campos de trabajo. A partir de octubre se les confió incluso la selección de los admitidos y rechazados, de acuerdo con los órganos civiles (participaba de esta actividad desde tiempo atrás).

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Los refugiados en Suiza de 1933 a 1945

Mensaje por 27Pulqui » Mié Jul 15, 2009 3:59 pm

V

Al igual que en 1938, el refugio perdió su carácter individual, que permitía tratar cada caso en forma particular, aun si se tomaban menos precauciones que para el caso de los refugiados políticos. En efecto, la negativa de admisión ya se realizaba sin reservas en la frontera, pero los interrogatorios de los que lograban infiltrarse continuaban siendo extensos, era necesario acelerar el trabajo y tener criterios simples, fáciles de aplicar para los militares. La reacción de 1942 se asemeja a la de 1938, sin embargo las similitudes no debe ocultar las profundas diferencias que hicieron que esta constancia en los principios adquiriera un alcance nuevo: la amenaza colectiva de muerte para los solicitantes no admitidos se hacía inexorable.

Una última diferencia con 1938 hace aparecer un nuevo componente del problema: la opinión pública. El consejero federal Von Steiger cede parcialmente a los reclamos, los refugiados que hubieran ingresado antes del 13 de agosto serían aceptados, salvo motivos graves; se negaría la admisión a los que llegaran a la frontera pero, si así y todo lograban ingresar, la policía federal tomaría el caso en lugar de los puestos de frontera. Esta curiosa prima a los afortunados puede explicarse por el temor de la policía a enfrentar y rechazar manifestaciones populares o intervenciones de organizaciones caritativas o de suizos influyentes. A pesar de ello, mediante consignas telefónicas a los responsables de las fronteras, se introdujeron innovaciones que, más adelante, no conocieron más que adaptaciones menores: los refugiados étnicos continuaban excluidos, pero se introdujeron excepciones a favor de los enfermos y mujeres embarazadas, personas mayores de 65 años, niños solos hasta 16 años, familias con hijos menores de 16 años y personas que tenían familiares en Suiza. Los judíos franceses no gozaban de estas excepciones porque no corrían peligro en su país, justificación que correspondía más a las ilusiones del gobierno de Vichy que a la realidad.

La afluencia tiene efectos negativos sobre la policía pero conmueve a la población, el éxito de una colecta nacional realizada en otoño a favor de los refugiados da testimonio del espíritu popular. La exterminación programada de un pueblo era una idea tan descomunal que superaba la concebible. Ni siquiera la FSCI lo admitió inmediatamente. Para las autoridades, de acuerdo con los lineamientos de tabú oficial que pesaban sobre el problema judío, resultaba también más cómodo no profundizar el tema. Fue recién en 1943 cuando el Consejo Federal llegó a percibir en su conjunto la dimensión del holocausto. Sin embargo, una confesión posterior de Von Steiger dice más de lo que quisiera: “ya en 1942 sabíamos los suficiente para tener claro el hecho de que debíamos admitir a tantos refugiados judíos como la situación de Suiza en ese momento lo permitiera”.

No se sabe con certeza cuál fue el número de refugiados no admitidos: 1.015 de agosto a diciembre de 1942 según las estadísticas oficiales. En cuanto a ellos, “a fin de no ponerlos en peligro a su regreso al extranjero”, no debía hacerse ninguna inscripción en sus papeles. Tampoco eran entregados a la policía alemana en su primera tentativa de pasaje, pero eran advertidos sobre el hecho de que así ocurriría si volvieran a intentarlo. Su destino ulterior era desconocido para la mayoría de los casos, pero puede adivinarse sin grandes márgenes de error.

No sólo los judíos intentaban huir del infierno de los países ocupados: el Reich reclutaba cada vez más mano de obra para sus fábricas de guerra. El servicio de trabajo obligatorio sometía a centenares de miles de obreros jóvenes, en contingentes sucesivos. Gran número de refractarios contemplaba la posibilidad de buscar asilo en Suiza. Para prevenir un nuevo refugio en masa, el gobierno decidió negarles la admisión, con excepción de aquellos que hubieran cometido actos revolucionarios que supusieran castigos graves. “En ese caso, así como en el de los judíos, la masa era lo que impresionaba a la división de la policía”, escribirá más tarde Rothmund. La lógica continuaba siendo la misma que para los judíos, obstinadamente fundada en la capacidad de admisión del país, aplicada a unos y otros. Sin embargo había una diferencia importante: si bien los obreros transferidos no tenían un destino envidiable, sus vidas no corrían peligro, mientras que el gobierno reconocía que la vida de los judíos estaba en peligro.

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Mensaje por 27Pulqui » Vie Jul 17, 2009 3:35 pm

VI

En 1943, la guerra se acerca a Suiza, trayendo nuevas olas de refugiados que se agregan a las de antaño, esta vez provenientes del lado italiano. Hasta entonces la frontera meridional no había requerido vigilancia especial. El régimen fascista practicaba un racismo moderado, muy diferente al de los delirios hitlerianos. Con la república fantasma instalada a dos pasos de Suiza (la República de Saló), en una situación confusa, prisioneros de guerra fugitivos o liberados, fascistas infieles al duce, judíos y partidarios de Badoglio, jóvenes requeridos por el ejército alemán, miembros de la Resistencia francesa y poblaciones cómplices castigadas por los alemanes intentan escapar del ocupante, por temor a la represión. Muchos buscan el refugio en Suiza, en el cantón de Tessin sobre todo, por ser el de más fácil acceso. La afluencia es de tal magnitud y sus elementos tan variados que el control de las entradas se torna rápidamente imposible y la frontera se ve sumergida bajo la ola de inmigrantes. Aun con la ayuda del ejército, sólo puede llegar a dominarse la situación después de varios días. La cifra trimestral de entradas traduce el primer choque, el 90 por cierto se sitúan hacia fin de septiembre y aún no incluyen a los militares, más de 21.000 italianos, difíciles de categorizar, entraron a fines de ese mes, sin hablar de los soldados de diversas otras nacionalidades. De pronto el número de internados militares se había triplicado.

Para aumentar el desorden, los políticos del cantón de Tessin intervienen a favor de los correligionarios que solicitaban asilo, y la población local toma partido a favor de los refugiados. Como de costumbre, los judíos suscitan menos simpatía que el resto. El consejero federal Von Steiger declaró que “un acrecentamiento de la severidad hacia los judíos no suscitaría reacciones particulares en el cantón”, y advirtió a sus colaboradores que a partir de entonces era necesario negar la admisión a los refugiados judíos. Mientras tanto, todos aquellos que habían podido forzar o evitar las barreras fueron admitidos de acuerdo con el principio tácito de que las expulsiones sólo se producirían en las zonas de frontera.

En otoño, las entradas continuaban produciéndose, en número cada vez más elevado, tanto en la frontera italiana como en las demás. Nadie se había atrevido a excluir a los judíos, el mismo Rothmund, que consideraba a los israelitas como “una cruz muy especial” en sus funciones, no podía decidirse a negarles la admisión y condenarlos, de ese modo, a la muerte, “no quiero pasar por cómplice de esa obscenidad... prefiero recibir y albergar a miles de estos refugiados, por más que una parte de ellos sea definitivamente antipática”. ¿Hay que ver en esta confesión cierto pesar por el hecho de que los defectos reprochados a los judíos hubieran resultado sin fundamento y de que el orden público, prioritario para él, no se viera amenazado, lo que le hacía perder así un motivo objetivo para negarles la admisión?. En todo caso, y esto era lo esencial, ya no se respetaba la decisión del gobierno de no tener en cuenta el peligro de muerte para negar el asilo. A partir de entonces, ya no se podía alegar ignorancia sobre las persecuciones sistemáticas. El 12 de julio de 1944 se dictaron instrucciones que establecían que toda persona cuya vida estuviera amenazada sería admitida en el país, con excepción de los criminales de guerra. Por lo demás, el número de judíos había disminuido como consecuencia de la eficacia de las razzias alemanas.

Más aún, en el verano de 1944, Suiza aceptó albergar a un grupo de judíos húngaros que Budapest había ignorado hasta entonces. En el otoño se fijó un total de 12.000 refugiados, cifra que no pudo alcanzarse a causa de obstáculos de todo tipo que impidieron su partida. Llegaron un total de 1.700 personas, provenientes de los campos de Bergen Belsen; luego, en enero de 1945, 1.200 del campo de Theresiennstad; pertenecían a todo tipo de nacionalidades. Junto con el episodio de los niños de 1939, estos son los únicos casos en que la Confederación aceptó a los refugiados como invitación global e indeferenciada. Se podrían citar también los numerosos contingentes de niños provenientes de Francia que llegaban a Suiza para restablecer su salud, pero su estadía se limitaba estrictamente a tres meses y no se encontraba específicamente enmarcada en el capítulo de refugio.

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Mensaje por 27Pulqui » Dom Jul 19, 2009 8:25 pm

VII

En 1944 y 1945, las estadísticas de los refugiados conocieron algunos picos que se debieron, sobre todo, a efectos temporarios de operaciones militares que, por breve período, atrajeron al país a las poblaciones de frontera que huían de los combates. Fueron admitidos sin obstáculos en buen grado. Nuevamente, las autoridades aceptaron, en algunos casos, la planificación de entradas, para los niños de Belfort por ejemplo. Evidentemente, las estadías serían breves. La única excepción a estas prácticas más liberales implica a los criminales de guerra y revela ciertas aplicaciones de la política de refugio, de gran importancia para comprender su naturaleza. Nadie podía negar la responsabilidad de los crímenes de guerra en las infamias de todo tipo que habían marcado al régimen nazi. En un primer momento, en 1943, Suiza puso de relieve la imprecisión de la noción de crímenes de guerra y reafirmó su soberanía y la prioridad de los principios humanitarios. Un año más tarde, los Estado Unidos recordaron secamente al gobierno que “el derecho de asilo no se aplicaba a los principales dirigentes del Eje y a sus acólitos criminales”. Fue necesario ceder, tanto más cuanto que la opinión pública no habría aceptado que se diera asilo a los verdugos después de habérselo negado a personas inocentes cuyo destino final era ahora públicamente conocido.

Se hacía imperioso ceder ante la doble presión y ante exigencias éticas que la autoridad política debía compartir. Al mismo tiempo que se establecía la supremacía militar aliada, la administración, los hombres políticos y el ejército se esforzaban cada vez más por mejorar la imagen deslustrada del país ante los ojos de los futuros vencedores. No sólo la admisión de refugiados serviría de criterio sino también el trato que éstos hubieran recibido en Suiza. Es evidente que la vida en los campos y los hogares no dejaría recuerdos entusiastas a los repatriados. Por ello, se acrecentaron los esfuerzos tendientes a mejorar su bienestar. Es conveniente precisar que la voluntad de mejorar el renombre del país no era el único factor en juego: el organismo privado encargado atendió correctamente a sus huéspedes, las asociaciones de ayuda velaban de cerca (por ejemplo en el respeto por los ritos alimentarios judíos) y el espíritu humanitario estaba siempre presente. En general, aunque no sin desaciertos, errores o torpezas, los refugiados fueron tratados correctamente. Los internados militares, que en ciertos aspectos gozaban de un régimen más favorable, fueron los primeros en recibir ventajas que los prepararían mejor para sus futuras ocupaciones en la emigración. Luego, no pudieron negárselas a los civiles.

La vida democrática debería haber sido objeto de una preparación teórica y práctica; habría sido un aporte conforme a la tradición política suiza. Se puso en práctica demasiado tarde: recién en 1944 las organizaciones caritativas hicieron aceptar a la administración la idea de una encuesta sobre las alternativas de reemigración de los refugiados. No sólo que muchos de los refugiados participaron de la lectura sino que, además, la policía tuvo que resignarse a presenciar en Montreux una conferencia de refugiados en la discutirían acerca de su futuro. Se trataba de una suerte de parlamento, o más bien una cámara de consulta, a la que hasta ahora la Confederación se había negado rotundamente. A partir de entonces, se les aseguró cierta participación en los temas que los involucraban.

La práctica del derecho de refugio en Suiza ha sido a menudo criticada después de la guerra. El principal reproche que se le hizo al gobierno y a su administración se resume sencillamente: habría sido necesario albergar a más víctimas del nazismo, lo cual era posible, por lo tanto, Suiza no continuó con su tradición humanitaria y traicionó su vocación.

Considerando tan sólo el período de guerra, el país albergó un total de 295.381 personas, según las cifras oficiales, de las cuales 103.869 eran militares, 66.549 venían de las zonas de frontera por estadías cortas, 59.785 eran niños, etcétera. La cifra máxima se alcanzó a principios de 1945, con más de 115.000 refugiados civiles y militares presentes simultáneamente. Es poco en comparación con las necesidades la última cifra representa solamente el 2-3% de la población. Al principio, los judíos constituían la mayoría de los refugiados civiles; al final sólo una minoría. Probablemente, el refugio de 1943 fue responsable del cambio de proporciones; los italianos se tornaron la nacionalidad mayormente representada. Las cifras merecen algunos comentarios: no toman en cuenta a los no admitidos, lo que impide saber cuál fue la proporción de candidatos al asilo que fue aceptada o disuadida para probar suerte. Sin riesgo de equivocarnos representa sin duda un múltiplo de los admitidos.

En el próximo mensaje la primera parte de las conclusiones.
La historia tergiversada no es historia inofensiva. Es peligrosa.
Eric Hobsbawm

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27Pulqui
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Los refugiados en Suiza de 1933 a 1945

Mensaje por 27Pulqui » Mar Jul 21, 2009 4:36 pm

VIII

Suiza podría haber recibido más refugiados. Las dificultades de abastecimiento nunca pesaron demasiado sobre la población como para que un acrecentamiento sensible pusiera en peligro su equilibrio alimentario. El orden público, a menudo citado por la administración, nunca se vio seriamente amenazado. Fue un argumento útil para el ejército, sobre todo en las zonas estratégicas. También es innegable que Suiza no podía albergar a todos los candidatos al asilo. El número de víctimas de la ocupación y la enorme reserva de fugitivos potenciales que soñaban con huir de las fábricas y los campos alemanes presentaban un peligro real de superpoblación si se adoptaba una política de admisión irrestricta. Nadie o casi nadie lo proponía seriamente en Suiza.

¿Dónde establecer entonces el límite entre lo tolerable y lo excesivo?. La determinación de cualquier cifra habría dejado fuera, arbitrariamente, a algún sector, por ejemplo, ¿quién habría imaginado en 1939, que llegarían soldados de la India, que un día los obreros soviéticos pedirían asilo o que los miembros de la Resistencia francesa de Saboya intentarían huir a Suiza?. Fijar un número por contingente nacional, como lo hacía los Estados Unidos, habría acrecentado la arbitrariedad en los repartos o habría impedido la recepción de nuevos candidatos, según la cifra máxima anual alcanzada.

El Consejo Federal se fundó, efectivamente, en un criterio cuantitativo... ¡pero nunca lo cuantificó!. La palabra clave de su política de asilo era el Ueberfrumdung. Este término profundamente político permitía negar la admisión a todos los adultos capaces de trabajar en la época del desempleo; pero entonces se dejaba de aplicar el asilo a todas las personas que estuvieran amenazadas. Los refugiados podían ser recibidos con expresa prohibición del ejercicio de una profesión, pero aun así, subsistía la perspectiva de una contaminación de la identidad y la cultura nacionales. El aspecto cuantitativo se mezclaba con el cualitativo, imposible de evaluar seriamente.

El corolario de la superpoblación extranjera, es la capacidad de admisión, que depende a su vez del interés nacional. Con algún cinismo, podría decirse que estos dos términos significan que el límite siempre está en su punto máximo y que no se puede albergar a ninguna otra persona. Sobre todo durante la guerra, pero también anteriormente, la administración se convenció de que ocurriría lo peor si aceptaba la entrada de nuevos refugiados. Ahora bien, cada nueva ola de refugiados era absorbida sin excesivas dificultades. Más aún, nadie sugirió que se pudieran recibir a 29.000 nuevos refugiados en lugar de los 29.000 franceses del regimiento de Daille repatriados después de seis meses. Las mentes se hallaban hipnotizadas por una falsa conciencia estadística que evacuaba los datos molestos.

Es verdad que los soldados franceses habrían sido reemplazados por judíos, a los que ni la administración ni la población aceptaban de buen grado. El antisemitismo habría sido, quizás, la verdadera motivación de la práctica del refugio. El criterio de raza prevalecería entonces por sobre el de la capacidad de admisión y fijaría, de hecho, límites variables de acuerdo con el origen étnico. Sería difícil concluir sin reservas: de 1933 a 1939, sin considerar a los refugiados políticos, sólo los judíos entran en consideración. No puede existir discriminación puesto que no hay punto de comparación. Pero, sin embargo, la hostilidad hacia los israelitas continúa y subsiste durante el conflicto, tanto en el ámbito de la policía como en el de la población. También aparecen discriminaciones étnicas entre los candidatos al asilo. Los vecinos, los miembros de la Resistencia, son aceptados sin dificultades puesto que los suizos los conocen o los sienten cercanos: el factor racial no está en tela de juicio. Por el contrario, la exclusión de los requeridos por el servicio de trabajo obligatorio, la negativa temporaria de admisión a los soldados polacos que huían de Alemania o a los soldados españoles pertenecientes a campos de trabajo muestran que el criterio cuantitativo tuvo un papel determinante en todos los casos.

Podría admitirse que los judíos fueron rechazados hasta el reconocimiento de la solución final y que, luego, fueron prácticamente aceptados. Pero aun entonces, la población mostró comportamientos típicos: algunos, por ejemplo, estigmatizaron a los torturadores pero manifestaron poca compasión por los torturados.

En el próximo mensaje la última parte de las conclusiones.
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Los refugiados en Suiza de 1933 a 1945

Mensaje por 27Pulqui » Jue Jul 23, 2009 4:17 pm

IX

Ahora bien, es la opinión pública la que determina ampliamente la política del Estado. Durante el período en cuestión, pocas veces se expresó con claridad, salvo en septiembre de 1942. La prensa, las cartas a la administración, el parlamento, se sorprendieron del rigor del Consejo Federal. El gobierno cedió para los casos de urgencia humanitaria, lo que no era nada despreciable. El giro experimentado en esa ocasión no se detuvo allí: cuando se produjo el éxodo italiano de 1943 y tanto la población como las autoridades del cantón de Tessin apoyaron vigorosamente a los refugiados que afluían a la región, el Consejo Federal cedió nuevamente, aun cuando el resto del país no manifestaba la misma simpatía.

Pasaron más de diez años desde el advenimiento de Hitler, sin que se produjera ningún accidente mayor susceptible de modificar la política oficial. Por motivos ajenos al refugio, el Consejo Federal había sembrado la semilla del conformismo al pregonar la defensa espiritual y el restablecimiento del país sobre la base de una vuelta a los valores patrióticos. Recogía sus frutos. Las reacciones brutales contra la presencia de los refugiados fueron escasas y de poca amplitud, pero también fueron pocas las manifestaciones de simpatía antes de 1942. Incluso después de esa fecha, Von Steiger no dejó de subrayar, en repetidas ocasiones y con amarga ironía, que los suizos sabían criticar muy bien al gobierno pero las posibilidades de alojamiento ofrecidas a sus queridos refugiados eran irrisorias, preferían no verlos demasiado cerca.

Las cámaras habrían podido modificar la política de asilo. No lo intentaron salvo en 1942, los parlamentarios, sobre todo de izquierda, intervinieron para discutir el fondo del problema. En la extrema derecha, otros diputados protestaban por la laxitud gubernamental... Los debates raramente adquirieron amplitud peligrosa para el gobierno, además, durante la guerra, el régimen de plenos poderes conferido al ejecutivo reducía las funciones del legislativo. Además de la mayoría parlamentaria, el Consejo Federal podía contar con el apoyo de la mayoría de los cantones. Al menos una vez por año, los jefes de policías cantonales se reunían con los representantes del Departamento Federal de Justicia y Policía, los refugiados les causaban todo tipo de preocupaciones.

Sin duda, el Consejo Federal podría haber adoptado una política diferente sin despertar oposiciones que le resultaran desfavorables. Los límites del Ueberfremdung eran esencialmente psicológicos. Un grupo, el de los niños, gozó siempre de regímenes más favorables, ya sea que se tratara de vacaciones o estadías más prolongadas. Probablemente, la opinión pública se habría rebelado ante medidas demasiado rigurosas, sobre todo si se trataba de huérfanos o niños solos.

Ni en 1933, ni en 1939, nadie habría podido imaginar que tantos refugiados civiles o militares podrían albergarse en el país. Obnubilada por los informes, la administración no supo enfrentar a las muchedumbres en masa. En las fronteras, la población e incluso los policías, se dejaron apiadar por el visible infortunio de los fugitivos; lo mismo ocurrió en algunos consulados. El refugio austríaco en 1938 no modificó los principios del Consejo Federal, pero fue necesario tolerar de hecho a los refugiados ilegales; a partir de 1939, los que aún quedaban terminaron por ser reconocidos. No sin infracciones al reglamento, la afluencia fue dominada. Sin insistir sobre la llegada de multitudes provenientes de las poblaciones de frontera, las olas de refugiados de 1942 y 1943 obligaron a abrir las puertas con más generosidad. Primero se aceptó a la mayor parte de los que habían logrado entrar al país, incluso en forma clandestina; luego se ampliaron las condiciones de acceso. El ejemplo de 1943 muestra que la población suiza de frontera podía colocarse del lado de los fugitivos. Por otra parte, es difícil resistir afluencia de esa envergadura sin utilizar armas, lo que evidentemente quedaba excluido.

“Podemos aceptar tantos más refugiados cuanto que su afluencia es reducida. Cuanto mayor sea el caudal de entradas, más atentos debemos estar por contenerlo y aplicar medidas de bloqueo”, decía en 1933, Häberlin, el predecesor de Von Steiger, para definir la estrategia oficial. El primer término de la alternativa parece haber sido poco reconocido. El segundo se vio comprometido en 1938 y suprimido desde 1942-1943.

Fin
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