La erosión del Eje
Publicado: Vie Oct 02, 2009 11:09 pm
¡Hola!
Pocas cosas hubo de tan distinta naturaleza como la alianza de las potencias occidentales y la Unión Soviética y la coalición que conformaba el Eje.
Las potencias aliadas tenían todas muy claro su objetivo: la derrota de la Alemania nazi. En el Eje, por contra, no había acuerdo sobre un objetivo común. A Japón le interesaba una Unión Soviética neutra. Alemania quería retrasar todo lo posible la presencia de los Estados Unidos en Europa y estaba dispuesta a algún tipo de paz en el Mediterráneo con Inglaterra, que a su vez era el peor enemigo de Italia. Hungría y Rumanía apoyaban el esfuerzo de guerra alemán con la finalidad de alcanzar una posición ventajosa para el probable conflicto que tarde o temprano tendría lugar entre ellas mismas. Solo Finlandia compartía con Alemania el significado existencial de la guerra con la Unión Soviética pero al ser el único régimen democrático del Eje y por no contrariar a las potencias occidentales quería evitar alinearse con el régimen nacionalsocialista y vendía su postura como una guerra paralela con la Unión Soviética. La geografía determinaba, además, que el socio más fuerte después de Alemania, Japón, por su lejanía tuviera dificultad para hacer valer sus intereses frente a los socios europeos.
Además de esta disparidad en los intereses geoestratégicos, los países del Eje carecían por si mismos de la capacidad y recursos para llevar a cabo solos el esfuerzo de guerra, en cambio las potencias aliadas si lo tenían o al menos estaban cerca de ello.
En el bando aliado los socios tenían cierta igualdad de derechos, en cambio el Eje carecía por completo de órganos de consulta y de procedimientos para gestionar las diferencias de intereses y los conflictos, y para la confección de planes comunes y toma de decisiones. Ahí jugaba en su contra la naturaleza intrínsecamente autoritaria de sus gobiernos a los que conceptos como cooperación, consulta, reparto de poder y compromiso provocaban alergia.
La posición hegemónica de Alemania, propiciada por la alta dependencia política, económica y militar del resto, hacía de tapón de los conflictos esperables en tan asimétrica coalición. Mediante vagas declaraciones de intenciones, inciertas promesas y veladas amenazas evitaba revelar a sus socios sus verdaderos planes sobre el orden político después de la guerra e impedía así cualquier discusión. A Alemania no le iba lo de las estrategias multinacionales comunes, lo que quería eran unos socios que le sirvieran de baza propagandística, para bastión geoestratégico y como fuente de recursos humanos y naturales.
Con ese equilibrio asimétrico el tapón funcionó mientras Alemania vencía en el campo de batalla pero el giro de su suerte en el invierno 41/42 provocó ya las primeras grietas en el Eje, en un proceso a partir de entonces imparable. En una situación en que las exigencias de guerra iban en aumento, tras la escenificación del éxito de los encuentros de Hitler con Mussolini, Antonescu y Mannerheim en la primavera de 1942, el fondo era que estos estaban muy lejos de compartir el entusiasmo bélico de aquél.
Mientras los aliados reforzaban su compromiso aunque sufrieran derrotas, en el Eje sucedía lo contrario, lo que acabó de manifestarse ya abiertamente en Stalingrado.
En Alemania la opinión pública no solo pasó por alto el gran número de pérdidas sufridas por sus aliados, sino que señaló a estos como causantes, por su inoperancia, de la derrota del “heroico” 6º Ejército. Las opiniones vertidas puertas para adentro en la cúpula nazi (Goebbels: “nuestras formaciones de panaderos y de intendencia lo hubieran hecho mejor que las divisiones de elite italianas, rumanas y húngaras"; Hitler de las unidades de seguridad húngaras: “la confianza que dan no vale la pólvora de una bala”) reflejaban la idea que el pueblo se había hecho a través de noticias y rumores. La tensión llegó a extremos que movieron a Hitler a dictar órdenes para prohibir expresiones de desprecio y reproche hacia los aliados, en aras de evitar dar carnaza a las fuerzas opositoras en sus países. No tuvo mucho efecto. Las fuerzas húngaras encargadas de la seguridad de las vías férreas en Ucrania eran sistemáticamente insultadas por los soldados alemanes de los trenes, que les arrojaban paquetes con excrementos e incluso les disparaban y tiraban granadas de mano. Agresiones similares las habían recibido también los soldados rumanos cuando sus ejércitos retrocedían hacia el oeste.
La cúpula dirigente alemana era sabedora de la erosión que sufría la cohesión del Eje, sin embargo no afrontó el problema de forma decidida. Las instrucciones para no ofender a sus socios obedecían únicamente a razones de estado y no había ningún tipo de preocupación genuina de preservar su prestigio. Bien al contrario, el sentimiento que les profesaban los líderes nazi era de profundo desprecio, lo que les venía bien en un momento en que necesitaban descargarse de la responsabilidad del desastre de Stalingrado. Como ejemplo, Goebbels llegó a afirmar que la decisión de incorporar ejércitos aliados en la Operación Blau no formaba parte del plan inicial que había trazado Hitler sino que este se había dejado convencer para ello por Jodl, y que si no hubiera contado con ellas hubiese emprendido tan solo la operación del medio y no la del Cáucaso por lo que todo hubiera acabado de otra forma. Con este ambiente, cualquier tipo de autocrítica, revisión de errores, omisiones, etc., era completamente impensable, alejándo con ello cualquier opción de recuperar un cierto grado de cohesión. Esta era sacrificada por la cúpula nazi en aras de autorreafirmarse tras el desastre invernal.
El 11 de marzo de 1943 Hitler proclamó en el cuartel general del HS (Manstein) que ya no se contaba con los aliados para las operaciones. Es decir que Hungría, Rumanía e Italia, tras sufrir inmensas pérdidas, prácticamente habían perdido su peso militar en la coalición y pasaban a tener un papel de mero colchón fronterizo (Italia y Hungría) o productor de crudos (Rumanía). Además, no solo quedaba menos claro el papel de estos países como socio de Alemania, sino que su destino se iba pareciendo cada vez más al de los países conquistados por esta; el hecho de que Alemania tuviese preparados planes para invadirlos (Operación “Alrich” para Italia, Operación “Margarethe I” para Hungría, y “Margarethe II” para Rumanía) es revelador de lo diluido que era el límite entre ser país asociado o país ocupado.
(continuará)
Saludos
Grossman
WEGNER B “II. Bundnispolitik und Friedensfrage” en MGFA “Das Deutsche Reich und der Zweite Weltkrieg. Bd.8. Die Ostfront 1943/44”. Deutsche Verlags-Anstalt (2007) p.42-60.
Pocas cosas hubo de tan distinta naturaleza como la alianza de las potencias occidentales y la Unión Soviética y la coalición que conformaba el Eje.
Las potencias aliadas tenían todas muy claro su objetivo: la derrota de la Alemania nazi. En el Eje, por contra, no había acuerdo sobre un objetivo común. A Japón le interesaba una Unión Soviética neutra. Alemania quería retrasar todo lo posible la presencia de los Estados Unidos en Europa y estaba dispuesta a algún tipo de paz en el Mediterráneo con Inglaterra, que a su vez era el peor enemigo de Italia. Hungría y Rumanía apoyaban el esfuerzo de guerra alemán con la finalidad de alcanzar una posición ventajosa para el probable conflicto que tarde o temprano tendría lugar entre ellas mismas. Solo Finlandia compartía con Alemania el significado existencial de la guerra con la Unión Soviética pero al ser el único régimen democrático del Eje y por no contrariar a las potencias occidentales quería evitar alinearse con el régimen nacionalsocialista y vendía su postura como una guerra paralela con la Unión Soviética. La geografía determinaba, además, que el socio más fuerte después de Alemania, Japón, por su lejanía tuviera dificultad para hacer valer sus intereses frente a los socios europeos.
Además de esta disparidad en los intereses geoestratégicos, los países del Eje carecían por si mismos de la capacidad y recursos para llevar a cabo solos el esfuerzo de guerra, en cambio las potencias aliadas si lo tenían o al menos estaban cerca de ello.
En el bando aliado los socios tenían cierta igualdad de derechos, en cambio el Eje carecía por completo de órganos de consulta y de procedimientos para gestionar las diferencias de intereses y los conflictos, y para la confección de planes comunes y toma de decisiones. Ahí jugaba en su contra la naturaleza intrínsecamente autoritaria de sus gobiernos a los que conceptos como cooperación, consulta, reparto de poder y compromiso provocaban alergia.
La posición hegemónica de Alemania, propiciada por la alta dependencia política, económica y militar del resto, hacía de tapón de los conflictos esperables en tan asimétrica coalición. Mediante vagas declaraciones de intenciones, inciertas promesas y veladas amenazas evitaba revelar a sus socios sus verdaderos planes sobre el orden político después de la guerra e impedía así cualquier discusión. A Alemania no le iba lo de las estrategias multinacionales comunes, lo que quería eran unos socios que le sirvieran de baza propagandística, para bastión geoestratégico y como fuente de recursos humanos y naturales.
Con ese equilibrio asimétrico el tapón funcionó mientras Alemania vencía en el campo de batalla pero el giro de su suerte en el invierno 41/42 provocó ya las primeras grietas en el Eje, en un proceso a partir de entonces imparable. En una situación en que las exigencias de guerra iban en aumento, tras la escenificación del éxito de los encuentros de Hitler con Mussolini, Antonescu y Mannerheim en la primavera de 1942, el fondo era que estos estaban muy lejos de compartir el entusiasmo bélico de aquél.
Mientras los aliados reforzaban su compromiso aunque sufrieran derrotas, en el Eje sucedía lo contrario, lo que acabó de manifestarse ya abiertamente en Stalingrado.
En Alemania la opinión pública no solo pasó por alto el gran número de pérdidas sufridas por sus aliados, sino que señaló a estos como causantes, por su inoperancia, de la derrota del “heroico” 6º Ejército. Las opiniones vertidas puertas para adentro en la cúpula nazi (Goebbels: “nuestras formaciones de panaderos y de intendencia lo hubieran hecho mejor que las divisiones de elite italianas, rumanas y húngaras"; Hitler de las unidades de seguridad húngaras: “la confianza que dan no vale la pólvora de una bala”) reflejaban la idea que el pueblo se había hecho a través de noticias y rumores. La tensión llegó a extremos que movieron a Hitler a dictar órdenes para prohibir expresiones de desprecio y reproche hacia los aliados, en aras de evitar dar carnaza a las fuerzas opositoras en sus países. No tuvo mucho efecto. Las fuerzas húngaras encargadas de la seguridad de las vías férreas en Ucrania eran sistemáticamente insultadas por los soldados alemanes de los trenes, que les arrojaban paquetes con excrementos e incluso les disparaban y tiraban granadas de mano. Agresiones similares las habían recibido también los soldados rumanos cuando sus ejércitos retrocedían hacia el oeste.
La cúpula dirigente alemana era sabedora de la erosión que sufría la cohesión del Eje, sin embargo no afrontó el problema de forma decidida. Las instrucciones para no ofender a sus socios obedecían únicamente a razones de estado y no había ningún tipo de preocupación genuina de preservar su prestigio. Bien al contrario, el sentimiento que les profesaban los líderes nazi era de profundo desprecio, lo que les venía bien en un momento en que necesitaban descargarse de la responsabilidad del desastre de Stalingrado. Como ejemplo, Goebbels llegó a afirmar que la decisión de incorporar ejércitos aliados en la Operación Blau no formaba parte del plan inicial que había trazado Hitler sino que este se había dejado convencer para ello por Jodl, y que si no hubiera contado con ellas hubiese emprendido tan solo la operación del medio y no la del Cáucaso por lo que todo hubiera acabado de otra forma. Con este ambiente, cualquier tipo de autocrítica, revisión de errores, omisiones, etc., era completamente impensable, alejándo con ello cualquier opción de recuperar un cierto grado de cohesión. Esta era sacrificada por la cúpula nazi en aras de autorreafirmarse tras el desastre invernal.
El 11 de marzo de 1943 Hitler proclamó en el cuartel general del HS (Manstein) que ya no se contaba con los aliados para las operaciones. Es decir que Hungría, Rumanía e Italia, tras sufrir inmensas pérdidas, prácticamente habían perdido su peso militar en la coalición y pasaban a tener un papel de mero colchón fronterizo (Italia y Hungría) o productor de crudos (Rumanía). Además, no solo quedaba menos claro el papel de estos países como socio de Alemania, sino que su destino se iba pareciendo cada vez más al de los países conquistados por esta; el hecho de que Alemania tuviese preparados planes para invadirlos (Operación “Alrich” para Italia, Operación “Margarethe I” para Hungría, y “Margarethe II” para Rumanía) es revelador de lo diluido que era el límite entre ser país asociado o país ocupado.
(continuará)
Saludos
Grossman
WEGNER B “II. Bundnispolitik und Friedensfrage” en MGFA “Das Deutsche Reich und der Zweite Weltkrieg. Bd.8. Die Ostfront 1943/44”. Deutsche Verlags-Anstalt (2007) p.42-60.