Perón, Braden y el Foreign Office

Partidos políticos, actuaciones gubernamentales

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Perón, Braden y el Foreign Office

Mensaje por 27Pulqui » Lun Nov 30, 2009 3:49 pm

1. INTRODUCCIÓN

En temas anteriores mencioné las dos políticas de Washington para la Argentina, las distintas perspectivas entre el Foreign Office (FO) y el Departamento de Estado (DE) dirigido por Hull y las tensiones en las relaciones triangulares anglo-argentino-estadounidenses. En particular en uno reciente hice referencia de manera breve al desempeño muy poco apegado a la conducta diplomática del embajador Spruille Braden en Buenos Aires y sus consecuencias en el proceso político local.

Aquí me propongo explicar con más detalle las dos líneas de los Estados Unidos como introducción a la gestión de Braden, el paso de este funcionario por la embajada en la Argentina, la posterior tarea al frente de la Subsecretaría de Asuntos Latinoamericanos en el DE, y la reacción británica ante la política de la línea dura norteamericana impulsada al extremo por Braden. Para lo último copiaré fragmentos de los análisis de la burocracia británica, los que además mostraran los motivos subyacentes de este sector estadounidense. Creo que la sagacidad de los informes ingleses me eximirá de presentar más elementos, no obstante ello, por supuesto, en el texto estarán otros datos y mis impresiones personales.

Considero que en este período, correspondiente al final de la guerra y el inicio de la posguerra, se torna más tangible la hostilidad internacional norteamericana hacia la nación platense, en circunstancias en que paradójicamente los gobiernos de Estados Unidos y Argentina tenían motivos para el acercamiento, el que al final del proceso prevalecerá, aunque con contradicciones.

Al final del texto trataré de explicar ciertas consecuencias de la actuación de Braden todavía observables en mitos del ambiente político-cultural argentino y también en el público internacional. Si bien el desempeño del funcionario no fue el factor decisivo en las posiciones de los actores de 1945-1946, sin duda el esfuerzo de Braden en combatir a Perón fortaleció a todas ellas, y los mitos son ecos de aquella época.

Imagen
El embajador británico David Kelly con su colega estadounidense Spruille Braden.
Kelly fue un agudo crítico de la política hostil de Washington.

Fuente: http://www.life.com/image/50626586

Bibliografía

Ciria, Alberto, Estados Unidos nos mira, Buenos Aires, La Bastilla, 1973.

Escudé, Carlos, “Braden, Perón y la diplomacia británica”, en Todo es Historia, Nº 138, 1978.

Escudé, Carlos, Gran Bretaña, Estados Unidos y la declinación argentina 1942-1949, Buenos Aires, Belgrano, 1983.

Gravil, Roger, “Gran Bretaña y el ascenso político de Perón: un nuevo enfoque”, en Ciclos en la historia, la economía y la sociedad (en adelante Ciclos), Vol. I, Nº 1, Instituto de Investigaciones de Historia Económica y Social – Facultad de Ciencias Económicas - UBA, 1991.

Gravil, Roger, “El Foreign Office vs. el Departamento de Estado: reacciones británicas frente al Libro Azul” en Ciclos, Vol. V, Nº 9, IIHES – FCE – UBA, 1995.

Klich, Ignacio, “Perón, Braden y el antisemitismo: opinión pública e imagen internacional”, en Ciclos, Vol. II, Nº 2, IIHES – FCE – UBA, 1992.

Luna, Félix, El 45. Crónica de un año decisivo, Buenos Aires, Sudamericana, 1984.

Newton, Ronald, El cuarto lado del triángulo. La “amenaza nazi” en la Argentina (1931-1947), Buenos Aires, Sudamericana, 1995.

Page, Joseph A., Perón. Primera parte (1895-1952), Buenos Aires, Javier Vergara, 1984.

Rapoport, Mario, Gran Bretaña, Estados Unidos y las clases dirigentes argentinas: 1940-1945, Buenos Aires, Belgrano, 1981.

Tulchin, Joseph A., La Argentina y los Estados Unidos. Historia de una desconfianza, Buenos Aires, Planeta, 1990.

Continúa, próximo capítulo: Las dos líneas de Washington.
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Mensaje por 27Pulqui » Mié Dic 02, 2009 2:59 pm

2. LAS DOS LÍNEAS DE WASHINGTON

Para situarnos antes del nombramiento de Braden conviene recordar las dos políticas norteamericanas hacia Argentina, sobre todo en respuesta a la negativa del gobierno de Castillo a adoptar las sugerencias de la Conferencia de Río de Janeiro, es decir a romper relaciones diplomáticas con las países del Eje y a aplicar una serie de restricciones a las actividades de las empresas y particulares de dichos países. Mientras el secretario de Estado Cordell Hull persistía en las sanciones contra el gobierno argentino con el objeto de alinearlo mediante la coerción, fuertes intereses económicos norteamericanos contradecían a esa actitud. En febrero de 1942, por ejemplo, Eric Johnston, el presidente de la Cámara de Comercio de Estados Unidos, durante su estadía en Buenos Aires invitó a los anfitriones a colaborar con su país estrechamente en los proyectos de posguerra. Según un comentario del FO, en esa época a Johnston parecía tenerlo sin cuidado que Argentina declarase la guerra o rompiese relaciones diplomáticas con el Eje. Asimismo, Nelson Rockefeller desde la Oficina del Coordinador de Asuntos Interamericanos mantenía distancia con la línea de Hull, un hecho que llamaba la atención del embajador británico en Buenos Aires: “Ya no cabe ninguna duda –decía David Kelly en el reporte anual de 1942- de que varios departamentos gubernamentales de Estados Unidos están persiguiendo dos políticas paralelas en Argentina.” (Rapoport: 256-7)

En la embajada estadounidense en Buenos Aires, Merwyn K. Bohn, consejero económico, también se oponía a la línea de Hull. Años más tarde conservaba un recuerdo acerado del secretario de Estado. “Era un viejo feudo normal de Tennesse, y cada vez que Hull podía asomarse tras un árbol y ver a un argentino al alcance de su mosquete hacía un tiro de prueba (…) Yo por cierto siento que el señor Roosevelt más o menos le dio la Argentina al señor Hull para que se entretuviera jugando, para que no lo fastidiara a él.” (Newton: 263)

Hasta el 30 de noviembre de 1944 Hull fue la influencia más importante en la política exterior con respecto a la Argentina. La maltrecha salud del secretario de Estado aceleró el retiro, y a finales de ese año, con la creación de la Subsecretaría de Asuntos Latinoamericanos, Nelson Rockefeller reformularía la relación argentino-estadounidense. En reemplazo de Hull, el presidente Roosevelt nombró al por entonces subsecretario de Estado Edward Stettinius Jr., quien estaba ligado a la Banca Morgan y había sido directivo de la General Motors y vicepresidente de la US Steel Co. El nuevo equipo estaba más próximo al grupo de tecnócratas y hombres de negocios del presidente Roosevelt, el famoso brain trust, en tanto el antecesor Cordell Hull era un político avezado que prestó una inestimable colaboración a Roosevelt permitiéndole mantener cierta armonía con el Congreso, donde Hull gozaba de influencia, y a su vez estaba conectado con el Farm Block, la coalición de grandes productores de los estados del sur, o al menos por su origen dependía de los votantes de los estados agrícolas y ganaderos del sur, tradicionales competidores de la Argentina en el mercado mundial (Rapoport: 253-4).

La conexión con los intereses agropecuarios es más visible en el vicepresidente Henry Wallace, representante de los productores de Iowa. Wallace encabezaba la Junta de Guerra Económica (BEW), desde donde promovía medidas antiargentinas. Sin embargo, la posición dura de Washington no se explica únicamente por los contactos de los políticos con el sector agropecuario norteamericano. La posición de Hull contaba en el DE con el respaldo de Spaeth, Briggs y Mann, tres apoyos de Braden luego de la salida de Hull. El secretario del Tesoro, Henry Morgenthau, era otro partidario de la política antiargentina, hasta el punto de atacar al moderado Dean Acheson, de la División Asuntos Económicos, por un presunto sesgo probritánico en sus argumentos contrarios a un embargo total de la Argentina basados en los inconvenientes que traería en el suministro a los aliados (Escudé, 1983: 105, 119-20; Tulchin: 199).

Esta orientación podía estar motivada en varios funcionarios por una interpretación honesta de la lucha contra el fascismo, la importancia de la alianza con la Unión Soviética y la caracterización de los países del Eje como enemigos todavía en la inmediata posguerra. No obstante ello y sin pretender agotar en este resumen los fundamentos de la línea dura, es necesario remarcar que el núcleo radicaba en la resistencia que implicaba la política neutralista Argentina a la hegemonía estadounidense en el continente, y en el relativo margen de maniobra al respecto que le otorgaba a la nación platense el vínculo económico con Gran Bretaña.

Del mismo modo debemos tener en cuenta que en la línea blanda había más que intereses comerciales y financieros. El cambio en la política de los Estados Unidos hacia la Argentina fue esencialmente una alianza entre dos grupos dentro del gobierno. Los nuevos latinoamericanistas del Departamento de Estado, encabezados por Rockefeller, con el apoyo de Stettinius, interesados en asegurar el comercio internacional y la inversión de los Estados Unidos, veían que la política de aislamiento de la Argentina impulsada por Hull sólo aseguraba la continuación del dominio de los intereses británicos allí, y peor aún, amenazaba con crear condiciones propicias a la infiltración y la influencia de los comunistas. El otro elemento de la alianza es la camarilla de poderosos senadores, quienes veían en las nuevas Naciones Unidas la única vía efectiva de limitar la expansión soviética. Arthur Vanderberg y Tom Conolly, entre otros, se oponían terminantemente a tratar con los soviéticos y, en su opinión, la política de Hull favorecía a los comunistas. La conducción militar apoyaba la línea pragmática o de transacción (Tulchin: 198-9).

No obstante las diferencias entre las posiciones intransigente y flexible, las dos tenían algo en común y representaban una misma estrategia: Estados Unidos en la posguerra tendría el rol de líder incontestado del mundo occidental (Rapoport: 278).

Continúa, próximo capítulo: La designación del nuevo embajador.
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Mensaje por 27Pulqui » Vie Dic 04, 2009 3:36 pm

3. LA DESIGNACIÓN DEL NUEVO EMBAJADOR

Desde otra perspectiva Stettinius es presentado como un personaje gris que avanzó en la diplomacia más allá de su capacidad personal. Para Antonhy Eden el nuevo secretario de Estado era “poco brillante”. John Kenneth Galbraith fue elocuente al respecto: “En realidad Ed Stettinius era una persona bastante común que aparentaba ante el resto de la gente un resplandor de satisfacción proveniente de sentimientos de innegable superioridad. En los últimos años pasó de ser administrador de Préstamos y Arriendos a subsecretario de Estado y posteriormente a secretario de Estado. Cada ascenso era estimulado y elogiado por la gente que quería contar con un funcionario que estuviese libre de pensamientos propios. Después de haber rivalizado durante muchos años con las escasas y obstinadas convicciones de Cordell Hull, Roosevelt se sentía particularmente feliz de tener a Stettinius como secretario de Estado. Ed fue un ejemplo histórico de lo que ahora denominamos fracaso ascendente” (Gravil, 1991: 59).

Una vez normalizadas las relaciones con la Argentina, Stettinius encomendó a Spruille Braden la embajada en Buenos Aires. El nombramiento del nuevo representante probablemente sea atribuible a la inexperiencia de Stettinius en asuntos latinoamericanos y a su necesidad de encontrar una solución de compromiso con los discípulos de Hull en el Departamento de Estado (Escude, 1983: 175). En la biografía de Perón, el investigador Page comunica que no pudo acceder al archivo de fuentes orales en donde estaría la versión de Rockefeller sobre el nombramiento de Braden. Por el momento no encontré otro autor que haya utilizado o al menos mencionado el supuesto testimonio de Rockefeller. Sea por compromisos internos en el Departamento de Estado o porque Stettinius y Rockefeller pensaban que les era posible dirigir a Braden, lo cierto es que (como apunta Gravil) la designación era similar a declarar la paz e introducir posteriormente un cañón presto a disparar, pues, situado en la línea dura, el nuevo embajador estaba dispuesto a emprender una campaña abierta contra Perón.

En simultáneo a la designación de Braden, el subsecretario Rockefeller había enviado a Buenos Aires una misión encabezada por Avra Warren, uno de los más firmes partidarios de la reconciliación completa. Los informes de la misión eran todos favorables a continuar con el acercamiento. Las relaciones con Perón fueron muy cordiales, y aunque no se hicieron promesas, el Departamento de Estado estaba complacido con los resultados. Más aún, la Misión Warren arribó inesperadamente a San Francisco el 23 de abril de 1945 para llevar las buenas nuevas a la delegación de los Estados Unidos en la Conferencia que tenía por finalidad la fundación de las Naciones Unidas, allí el Departamento de Estado endosaría el ingreso de la Argentina a la nueva organización internacional.

El 30 de abril la delegación argentina participa en la Conferencia de San Francisco, apenas dos semanas después de que Spruille Braden hubiera sido designado como nuevo embajador en la Argentina. Contrariamente a los progresos de la línea blanda, el 19 de mayo Braden llegaba a la capital argentina con la intención de desafiar al régimen Farrell-Perón y a la política Rockefeller-Stettinius.

Spruille Braden no era un novicio en el trato con América Latina, el ingeniero en minas graduado en la Universidad de Yale pertenecía a una familia radicada en el negocio de la minería en Chile, el padre había adquirido allí una mina de cobre, piedra fundamental de la Braden Copper Company. La carrera de Braden en la diplomacia comenzó durante la gran depresión con el declive de las finanzas de la empresa minera. En 1933, en virtud de su perfecto castellano y los contactos con la alta sociedad chilena intentó obtener el cargo de embajador. No obtuvo éxito inmediato, pero fue ascendiendo en el ámbito interamericano y encabezó la delegación de su país en la Conferencia de Paz para la Guerra del Chaco reunida en Buenos Aires. Durante este proceso alimentó cierto desagrado por los funcionarios argentinos, probablemente en su fuerte temperamento influyeron las diferencias entre Argentina y Estados Unidos en la Conferencia. La carrera continuó con los cargos de embajador en Colombia (1939-1942) y en Cuba (1942-1945). Como diplomático Spruille Braden se caracterizó por una modalidad que lo diferenciaba de sus colegas. De estilo directo, brutal y agresivo, él no empleaba las sutilezas de la profesión, y en Latinoamérica demostraba una actitud desvergonzadamente pro-consular (Page: 116-7).

Imagen
Contradictoriamente, Edward Stettinius modificó la política
hacia la Argentina y envió a Braden a Buenos Aires.

Fuente: http://upload.wikimedia.org/wikipedia/c ... ,_1941.jpg

Continúa, próximo capítulo: Braden señala al enemigo.
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Mensaje por 27Pulqui » Dom Dic 06, 2009 4:17 pm

4. BRADEN SEÑALA AL ENEMIGO

En sus primeras acciones Braden dejó en evidencia las intenciones de interferir en la política argentina y hasta de forzar la destitución de Perón. El embajador congeló los progresos en materia económica de la misión Warren y obstaculizó el futuro suministro de armamento, borrando de un plumazo los avances en el levantamiento de las sanciones económicas y del embargo de armas en contrapartida a la aplicación de medidas contra el Eje. El cambio abrupto no hubiera sido posible sin un sector favorable en Washington al antagonismo, o por lo menos sin la indefinición respecto de la política hacia la Argentina, y para ambos casos Braden podía aprovecharse de sus informes enviados desde el lugar de los acontecimientos.

Con menos de un mes en la Argentina, Braden expresa la convicción o la distorsión, si no ambas, en un espeluznante telegrama top secret dirigido al Departamento de Estado a principios de junio (Escudé, 1978: 8-9): “(…) el movimiento nazifascista enraizado en la Argentina se encuentra en posición de desarrollar su fuerza y preparar la agresión futura. (…) Sus venenos se desparramarán a otros países y tendremos que confrontarnos, en un futuro distante, con una amenaza mayor hacia toda la estructura de la seguridad internacional de la postguerra. (…) El Coronel Perón, como principal líder en el escenario argentino, es la encarnación del control militar fascista; pero es un solo individuo, mientras que el movimiento consiste de muchos. Fue engendrado por los nazis y los provee de los cimientos a partir de los cuales estos esperan construir la victoria de postguerra. Mientras la eliminación de Perón y su régimen militar sería ciertamente un paso importante, la seguridad de los Estados Unidos y por ende de Gran Bretaña no estará asegurada hasta que los últimos vestigios… que el actual gobierno representa y practica, hayan sido extirpados (…).” Esta imagen será rechazada de plano por los analistas del FO. Más adelante habrá una referencia en particular a este telegrama, al que tuvo acceso la diplomacia británica.

La operación de Braden tenía el complemento de la prensa de los Estados Unidos, la que no ayudaba a las autoridades norteamericanas a tomar decisiones sobre la base de juicios equilibrados. Los corresponsales de los periódicos liberales, el New York Times y el Washington Post, eran consecuentemente hostiles a Perón. Arnold Cortesi, del Times, prácticamente inició una cruzada contra Perón desde las columnas de su periódico. Ello creó un clima de opinión pública en los Estados Unidos que hizo aún más difícil lograr un acuerdo con los argentinos (Tulchin: 196). Es necesario agregar que Braden no era ajeno al contenido incendiario de las columnas de Cortesi (Rapoport: 275), de hecho R.H. Hadow, consejero para Asuntos Latinoamericanos de la embajada británica en Washington, tildaba de cómplices a tres corresponsales norteamericanos en Buenos Aires (Escudé, 1978: 12), opinión mencionada varias veces en los registros británicos (Escudé, 1983: 185; Klich: 23). La tergiversación de los corresponsales además era retransmitida por el influyente semanario The Nation de Nueva York, en especial en relación a incidentes sufridos por la colectividad judía argentina protagonizados por elementos ajenos a todo patrón democrático. Pese a la condena del gobierno hacia los hechos, The Nation repetía la opinión de Cortesi según la cual el antisemitismo era “parte del acervo político de Perón” (Klich: 23).

En cuanto a la idea extendida en sectores estadounidenses sobre el IV Reich implantado en la Argentina y la consecuente amenaza a la seguridad mundial, el estudio de Newton (409 y ss.) demuestra de manera convincente la construcción e instrumentación del mito, “una falsedad enorme” desarrollada a partir de los planes primitivos de los Estados Unidos para obliterar la autonomía cultural de los grupos alemanes en América. El mito, luego racionalizado en la política del Departamento de Estado, será sistemáticamente usado por Washington en la justificación de sus interferencias en la Argentina. En su paso por la embajada en Buenos Aires y después desde los Estados Unidos, Braden hizo del mito el eje de las relaciones argentino-estadounidenses. A las exigencias del cumplimiento acelerado de los compromisos contraídos por el gobierno argentino con la firma del Acta de Chapultepec, algo que no era requerido de igual forma para el resto del continente, Braden le añadía la deformación de Perón en un “nazi megalómano”.

Continúa, próximo capítulo: El cruzado en acción.

Editado el 25/12 para corregir errores de tipeo.
Última edición por 27Pulqui el Vie Dic 25, 2009 9:02 pm, editado 1 vez en total.
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Mensaje por 27Pulqui » Mar Dic 08, 2009 3:41 pm

5. EL CRUZADO EN ACCIÓN

Senkman en el artículo El nacionalismo y el campo liberal argentinos frente al neutralismo: 1939-1943 muestra que “las fuerzas democráticas, liberales y de izquierda pro-aliadas” utilizaron “el teatro de la Guerra Mundial como escenario para intentar legitimar su oposición política interna al gobierno de Castillo impostando un dramático discurso ideológico antinazi a escala de la política internacional.” La denuncia de la influencia nazifascista en los gobiernos argentinos formaba parte no sólo del arsenal ideológico de los Estados Unidos sino también del de las fuerzas políticas argentinas. Cuando Braden llegó a Buenos Aires encontró el terreno fértil para emprender la cruzada contra Perón y para transformarse en el líder innominado del arco antioficialista.

Para la oposición Braden era el aliado que desembarcó en playas argentinas para dirigir la operación definitiva contra el fascismo vernáculo, sin medir las consecuencias de la alianza con un enviado que tenía entre otros propósitos tutelar determinados intereses no siempre compatibles con los nacionales, el propio Braden había chocado con los representantes argentinos en la Conferencia de la Guerra del Chaco en 1938. Siete años más tarde, la necesidad de la oposición de encolumnarse detrás de una causa y el poco brillo de sus principales figuras hicieron del representante estadounidense un enviado por la providencia, y una serie de agasajos y banquetes proyectaron casi diariamente la maciza figura de Braden a las columnas periodísticas (Luna: 78-9).

La ofensiva de Perón, por su parte, apuntó al propio embajador. Un trágico accidente con un saldo de cientos de obreros chilenos muertos en la mina de la Braden Copper Company dio el motivo a los seguidores del coronel para acusar en un acto al adversario de Perón de la catástrofe, aunque (según Page: 124) Braden ya no tenía acciones de la compañía. Al mismo tiempo, la ciudad fue sacudida por una lluvia de volantes que ridiculizaban al embajador, el que aparecía representado por el estereotipo del cowboy prepotente o como Al Capone. Los volantes irritaron a Braden, pero no lo detuvieron ni por un instante. Primero recibió en un acto pomposo la solidaridad del arco contrario al gobierno de Farrell y Perón, y luego partió a una gira de conferencias hacia las ciudades de Rosario y Santa Fe, donde continuó con su indirecta pero indiscutible campaña opositora. A su regreso a Buenos Aires fue recibido por una imponente y elegante muchedumbre de aproximadamente 5.000 personas en la estación del ferrocarril. De acuerdo con Page (125), a esa altura ya no cabían dudas de quién era el líder opositor. Según Luna (87), no parecía bajar del tren un representante extranjero si no un verdadero líder político.

Las recepciones multitudinarias y los agasajos seguramente influyeron en la impresión del embajador, en varios informes enviados al DE puede constatarse su convencimiento en el panorama desfavorable para Perón en las próximas elecciones. Braden abandona el país en septiembre de 1945 con la promesa a sus admiradores de continuar la lucha contra Perón desde los Estados Unidos. Luego dirá que mientras estuvo en la Argentina nunca criticó al gobierno o algún funcionario. Con un seguro dominio del castellano, mientras fue embajador no caracterizó en público a Perón como el enemigo, pero su audiencia tenía en claro contra quien dirigía la lucha antinazi.

Hoy sabemos que las acciones de Braden fueron útiles para la movilización del arco político-social hostil a Perón, pero que también resultaron contraproducentes en las elecciones de febrero de 1946, cuando los seguidores del coronel explotaron el eficaz lema “Braden o Perón”, ubicando al embajador como al verdadero jefe de la coalición de los partidos tradicionales. El general Arthur B. Harris, nuevo agregado militar en la embajada en Buenos Aires, fue el único observador norteamericano que comprendió lo que estaba pasando. En una muestra de extraordinaria perspicacia, a fines de agosto informó (Page: 126): “No quedan dudas de que uno de los slogans de la campaña [peronista] consistirá en algo así como que el electorado estará eligiendo entre Braden y Perón cuando deposite su voto.”

Para los diplomáticos británicos el embajador norteamericano era un continuador de la línea dura de Washington. La actividad de Braden en la Argentina quedó reflejada en la opinión de un funcionario del Foreign Office, quien el 22 de agosto de 1945 le señaló al canciller Ernest Bevin: “El Sr. Braden… propugna la destrucción del actual gobierno argentino sin tener una idea definida de lo que puede acontecer posteriormente. Los ataques que realiza al vicepresidente Perón, cuentan con la expresa aprobación de los estancieros y de las clases acaudaladas de Argentina, quienes desconfían y temen al coronel Perón debido a su origen, sus características personales y sus intentos de ganar la simpatía de los trabajadores… cualquiera sean las objeciones políticas al presidente Farell o al vicepresidente Perón, el gobierno que lidera no ha hecho nada, desde que fuera reconocido formalmente en abril de 1945”, para hacer razonable la insistencia de los EEEUU en “justificar cualquier intento por parte de un gobierno extranjero de derrocarlo…”. Probablemente el análisis fue preparado por Victor Perowne, el encargado de la sección sudamericana (Gravil, 1991: 59-60). ¿Podrían haberse descripto mejor las intenciones de Braden y el cuadro político argentino?. A continuación veremos más opiniones del cuerpo diplomático británico.

Continúa, próximo capítulo: Reacciones en el Foreign Office.
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Mensaje por 27Pulqui » Jue Dic 10, 2009 2:58 pm

6. REACCIONES EN EL FOREIGN OFFICE

A finales de junio el embajador británico daba cuenta del doble rasero y las intenciones de la línea dura. En una nota, el 29 de dicho mes, Kelly presentaba en una evaluación el presente y el pasado inmediato de las relaciones argentino-estadounidenses: “Para ser coherente, el gobierno norteamericano debería ejercer presión similar sobre otros gobiernos latinoamericanos. Pero analizando la experiencia británica debemos admitir que su política con respecto a la Argentina es algo completamente distinto; su oposición al actual régimen dictatorial sólo difiere de su oposición al anterior régimen constitucional en la medida en que el aspecto dictatorial del actual gobierno lo hace más propenso al ataque. Los militares pudieron derrocar al gobierno constitucional porque éste había sido socavado durante dieciocho meses de oposición pública y privada por parte de los señores Hull y Sumner Welles, y la revolución fue en un principio bienvenida por el embajador de los Estados Unidos, como una victoria propia. Cuando se desilusionaron, restablecieron la presión, produciendo primero la eliminación del almirante Storni y otros elementos respetables del gobierno argentino, y luego la de los generales Ramírez y Gilbert. Esta presión, aplicada intermitentemente y constantemente desde la Conferencia de Río de Janeiro, mantiene a este país en perpetuo fermento, haciendo imposible su retorno a condiciones normales. Si el gobierno de los Estados Unidos va a insistir en que cualquier gobierno que suceda al régimen actual agache la cabeza y acepte las directivas norteamericanas, las dificultades actuales pueden durar por muchos años.” [Salvo cuando se mencione otra fuente, los textos de la diplomacia británica pertenecen a Escudé (1978)]

Coincidían con la opinión de Kelly varios funcionarios de FO. En el mes de julio el intercambio de comunicaciones internas refleja con abundancia la impresión británica sobre las acciones de Hull y Braden, y las tensiones en el triángulo anglo-argentino-estadounidense. A continuación copio párrafos de seis documentos.

El día 3, Richard Allen escribe en Londres: “La dificultad fundamental como lo señala sir David Kelly (…) es que el gobierno de Estados Unidos es hostil, no tanto hacia el coronel Perón, como a la Argentina misma cualquiera sea su gobierno, porque gracias a sus rentables vínculos con Gran Bretaña, puede darse el lujo de perseguir una política comparativamente independiente frente a la dominante influencia de Estados Unidos en el hemisferio occidental. Por supuesto, Estados Unidos está celoso de nuestra influencia en la Argentina, lo cual ha permitido a los argentinos hacerles frente. De este círculo es difícil escaparse, tal como se presentan las cosas actualmente.”

En la misma línea de pensamiento se ubica Victor Perowne, encargado del Departamento Sudamericano, quien en la minuta de fecha 4 señala: “Uno no puede eludir la sensación de que el ¨fascismo¨ del Coronel Perón es sólo un pretexto para las actuales políticas del Sr. Braden y sus partidarios en el Departamento de Estado. Su verdadero objetivo es humillar al único país latinoamericano que ha osado enfrentar sus truenos. Si la Argentina puede ser sometida efectivamente, el control del Departamento de Estado sobre el hemisferio occidental será absoluto. Esto contribuirá simultáneamente a mitigar los posibles peligros de la influencia rusa y europea sobre América Latina, y apartará a la Argentina de lo que se supone es nuestra órbita.”

El día 5, Kelly insiste en una comunicación al canciller Anthony Eden: “A largo plazo, la dificultad fundamental parece ser que Estados Unidos desea que la Argentina ocupe el status de potencia satélite dentro del sistema panamericano, en alguna medida. Excepto cuando el odio hacia el propio gobierno toma precedencia momentáneamente, el orgullo y la vanidad argentinos no aceptan este status (…) No es probable que el gobierno argentino que reemplace a la actual dictadura militar, cualquiera sea, esté más dispuesto a ceder en este asunto.”

J. Henderson, el 17, en cuanto al telegrama top secret de Braden (mencionado en el capítulo 4) formula el comentario: “La única característica satisfactoria de este telegrama es la franqueza del Sr. Braden al mostrárselo a sir D. Kelly (…) La cita de Hull, según la cual deberemos enfrentarnos en un futuro no lejano con una gran amenaza por parte de Argentina para toda la estructura de la seguridad internacional de postguerra, es una distorsión de los hechos. El Sr. Braden sugiere que el Coronel Perón constituye una amenaza a los intereses británicos: esto difícilmente concuerda con los hechos, dado que el deseo del actual gobierno argentino de alinearse al gobierno de Su Majestad frente a Estados Unidos, lo torna más conveniente que varios gobiernos argentinos del reciente pasado.”

En fecha 23 Eden recibe un memorando con la descripción de las relaciones anglo-estadounidense-argentinas, en su contenido se destaca: “(…) ha habido un estado de tensión constante en las relaciones de Argentina y Estados Unidos, las cuales no se han visto favorecidas por el hecho de ser básicamente competitivas las economías argentina y norteamericana; ni por ser comparativamente pequeña la porción del mercado argentino en manos de inversores norteamericanos. Por otra parte, con Gran Bretaña las relaciones han sido generalmente amistosas, basadas, como lo están, en el carácter complementario de las economías de los dos países, y en la contribución realizada durante el siglo XIX al desarrollo argentino por el capital británico.”

El 26, P.J. Hancock sostiente en Londres: “La mayor dificultad enfrentada por el gobierno de Su Majestad [respecto de la Argentina] es la actitud del gobierno norteamericano, el cual es fundamentalmente hostil hacia la Argentina por considerar a ese país un foco de oposición hacia la hegemonía de Estados Unidos en América del Sur. Esta actitud persistirá independientemente del gobierno que invista el poder en la Argentina, a no ser que el tal gobierno se subordine totalmente a los Estados Unidos.”

Continúa, próximo capítulo: Braden sustituye a Rockefeller.
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Mensaje por 27Pulqui » Sab Dic 12, 2009 4:49 pm

7. BRADEN SUSTITUYE A ROCKEFELLER

Mientras crecían el mito del IV Reich y la ola de prestigio de Braden en los Estados Unidos, el grupo Rockefeller-Warren libraba una batalla perdidosa contra “los liberales más sentimentales”. Ya hacia mediados de junio su posición era difícil. Antes de la renuncia de Stettinius, ambos funcionarios habían confiado a Hadow que el secretario no abandonaría la política del Buen Vecino hacia la Argentina, pero que no podía darse el lujo de formular declaraciones públicas debido a su débil posición. Con el nombramiento de James Byrnes como secretario de Estado en reemplazo de Stettinius, Hull por medio de su amigo y discípulo volvía al centro del ring y Rockefeller terminaba de perder el poco sustento que le quedaba. El 25 de agosto de 1945, Truman le acepta la renuncia a Rockefeller, y éste pronuncia un discurso que contradice a la política que impulsó en los hechos y a sus anteriores palabras públicas en donde había comparado al comportamiento argentino desde el reconocimiento con el de Brasil, Colombia, México y Venezuela. El ex subsecretario, tal vez con intención de dejar la puerta abierta para su regreso al Departamento de Estado, le allanaba el camino a la línea dura. Los británicos reaccionaron hacia al frente interno sin tomar en serio al discurso, al que calificaron como Rockefeller´s road to Canossa, pero se mostraron conmocionados frente a los estadounidenses, pues la bofetada de Rockefeller llegó dos días después de que Ernest Bevin, el canciller laborista, le había formulado un pedido especial a Byrnes a los efectos de que en el caso argentino se dejaran de lado las consideraciones políticas (Escudé, 1983: 186-7; Rapoport: 271-2).

En el FO existía la firme convicción sobre el trasfondo de las motivaciones políticas estadounidenses. Un día después de la salida de Rockefeller, el 26 de agosto, Perowne sostenía que: “El último aspecto de esta sombría situación es el punto de vista de muchos norteamericanos en el sentido de que Gran Bretaña debería entregar a Estados Unidos lo que llaman el dominio económico de la Argentina. En otras palabras, detrás de una cortina de humo política, hombres como Braden pueden estar luchando, conciente o inconcientemente, por el dominio del mercado argentino –como bien lo sabe Nueva York- es por lejos el más valioso de América Latina” (Escudé, 1978: 14).

Poco después, Byrnes anunció que en vista de su propia ignorancia de los problemas hemisféricos, un sucesor capaz debía ser nombrado en el cargo de Rockefeller: Spruille Braden. Mientras el New York Times anunciaba el 25 de septiembre la llegada del nuevo subsecretario con un editorial intitulado “Bien hecho, señor Braden” en referencia a los favores dispensados a la Argentina, el embajador brasileño en Buenos Aires le confiaba a Kelly la magnitud del daño que pensaba Braden le había inflingido al país platense. Si bien recibía los elogios de la prensa, la posición de Braden chocaba con actores de los negocios norteamericanos, pues pese mantener sus contactos con ellos, él no estaba al tanto de las opiniones en Wall Street sobre la Argentina. También entraba en conflicto con la política militar de los Estados Unidos hacia el continente. En el Departamento de Defensa, los militares manifestaron estar “hartos de las tonterías de los políticos” y sugirieron encargarse ellos de las relaciones con Argentina por medio de un nuevo embajador de origen militar dispuesto a una “charla franca” entre uniformados en lugar de “involucrarse en intrigas clandestinas”, ya eran conocidas las intenciones de Perón de postularse para presidente. Asimismo, Braden encontró críticas en el Senado, en donde hubo una demora de tres semanas en la confirmación del nombramiento con advertencias al nuevo subsecretario contra la intervención en asuntos internos de otros estados y la recomendación de que Argentina no debía ser excluida de las consultas interamericanas (Escudé, 1983: 187-8).

En su tarea como subsecretario de Asuntos Latinoamericanos, Braden decidió concentrarse en la acumulación de evidencias incriminatorias contra la Argentina, a cuyos efectos procuró la asistencia británica para reforzar su caso. El FO vería como quitarse de encima el compromiso, la solución será demorar la respuesta hasta la urgente publicación del informe del DE, luego conocido como Libro Azul.

Imagen
A finales de 1945 Braden estaba en la cima de la popularidad.
En la ilustración de la tapa de la revista Time aparece como un
exterminador de la infiltración nazi en Argentina.

Fuente: http://img.timeinc.net/time/magazine/ar ... 05_400.jpg

Continúa, próximo capítulo: Compás de espera en Londres.
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Perón, Braden y el Foreign Office

Mensaje por 27Pulqui » Lun Dic 14, 2009 3:25 pm

8. COMPÁS DE ESPERA EN LONDRES

La dependencia británica de su socio estadounidense no propiciaba en el FO hacerse cargo de la defensa de la Argentina, el último bastión de la influencia británica en América. Por ese motivo no estaba en sus planes la defensa explícita de Perón, de hecho en una minuta del 5 septiembre de 1945, Perowne señalaba (Gravil, 1995: 82-3): “La batalla contra Perón ha comenzado pero la cuestión todavía no está decidida. Debemos esperar que ella conduzca a su eliminación sin sufrimiento, ya que él no sirve a nuestros intereses y los Estados Unidos nunca nos dejarán en paz hasta que se haya ido. Puede ser que aun así tampoco lo hagan, pero por lo menos se habrán eliminado un obstáculo claro y un tema polémico.”

Sin embargo, hay dos elementos a tener presente. El primero es el evidente regocijo británico cada vez que se frustraban los planes del DE. En el FO no sólo tenían miedo a una reacción dura de los Estados Unidos, sino que también -lo expresaban en los análisis- sospechaban que la política norteamericana estaba dirigida al menos en igual medida contra la influencia británica en la Argentina como contra Perón mismo (Escudé, 1983: 189). El segundo es la estrecha colaboración entre Braden y los opositores a Perón, sumada a los reproches que partían desde el arco antioficialista a la embajada británica por la falta de compromiso con la campaña antiperonista. En la medida en que el FO no encontraba cómo hacer pie en esa oposición pro-DE, Perón se convertía en el mejor interlocutor de Gran Bretaña. Con agudeza Gravil (1991) muestra la influencia británica favorable a Perón en la determinación de la fecha de las elecciones de 1946, concluyendo con la observación: “… ambos extremos de la conexión anglo-argentina establecieron después de la guerra regímenes nuevos y, guardando las distancias, con algunos rasgos comunes: el laborismo y el peronismo.”

Hacia fines de año, el nuevo embajador británico formulaba conceptos en la línea de su predecesor. El 30 de diciembre de 1945, sir Reginald Leeper enviaba una evaluación al FO. Subrayo dos partes de la minuta: “Es de esperar que el completo fracaso de la política de Hull y Braden, de coercionar a la Argentina, habrá convencido por fin a las autoridades de Washington que una política semejante está predestinada al fracaso; la Argentina es demasiado fuerte como para ser coercionada por cualquier medio que no sea la fuerza militar. Abusos por parte de Washington o sermones paternalistas sobre el comportamiento adecuado, son peores que inútiles porque enfurecen a los argentinos, particularmente cuando es notorio que el comportamiento de otros países latinoamericanos no es mejor que el de Argentina (…) Braden ha tratado a Perón como el peor enemigo de los Estados Unidos. Por el contrario, mi opinión es que Perón es menos antiyanqui que el argentino medio y es un hombre con el cual Estados Unidos podría negociar, con solo encararlo de manera adecuada.”

Coincidía con esta percepción el encargado de negocios británicos en Buenos Aires, incluso hasta el punto de ver la posibilidad de un entendimiento estrecho entre el DE y Perón. Shuckburg expresaba el 15 del mismo mes: “Creo que, en lo fundamental, el Coronel Perón y su programa son perfectamente compatibles con las políticas y deseos de los Estados Unidos y que, tomando en cuenta la conocida flexibilidad del Coronel, no es en absoluto imposible que algún día se transforme en la niña mimada del Departamento de Estado. En verdad, creo que el único motivo por el cual esto no es una realidad ahora, reside en la falta de flexibilidad del propio Departamento de Estado.”

Aunque lejos de modificar la posición del DE, la impasse británica de disimulada tendencia proargentina se expresa en el pedido del canciller Bevin, quien le recordó a Byrnes en un ayuda memoria la socilitud de que “los Estados Unidos le concedan un año de estabilidad política a la Argentina”. Byrnes contestó que lamentaba que los gobiernos norteamericano y británico no compartieran los mismos puntos de vista respecto de la seriedad del factor político de la situación argentina, y que era la opinión del gobierno de los Estados Unidos que un año de estabilidad permitiría la consolidación de elementos que aún estaban sujetos a los viejos intereses totalitarios alemanes. La respuesta norteamericana lleva en su margen el comentario manuscrito de un azorado funcionario británico: “son incorregibles” (Escudé, 1983: 189).

Llegado 1946, el FO fue reticente a colaborar con Braden en la preparación del informe del DE sobre la situación argentina. Ante la falta de pruebas para la tesis del Libro Azul, concluido el informe, los norteamericanos “de una manera un tanto patética pidieron cualquier tipo de prueba condenatoria que pudiéramos ofrecerles pronto”, según una minuta de Hadow dirigida a Perowne (Gravil, 1995: 81). El Foreign Office demoró la respuesta, recién puso el material secreto de inteligencia a disposición de los norteamericanos el 28 de enero de 1946 con permiso para su publicación. Pero probablemente porque ya era demasiado tarde el Libro Azul salió a la luz sin la colaboración de la diplomacia británica (Gravil, 1995: 81-2).

Imagen
Ernest Bevin, encargado de los asuntos exteriores del gobierno laborista
británico, le pidió a Estados Unidos un año de estabilidad para la Argentina.

Fuente: http://media-2.web.britannica.com/eb-me ... 4-4999565A.jpg

Continúa, próximo capítulo: El Libro Azul.

Editado el 18/12 para corregir errores de tipeo.
Última edición por 27Pulqui el Vie Dic 18, 2009 11:08 pm, editado 1 vez en total.
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Mensaje por 27Pulqui » Mié Dic 16, 2009 3:18 pm

9. EL LIBRO AZUL

El informe titulado oficialmente Consultas con las Repúblicas Americanas sobre la situación argentina fue publicado por las autoridades de los Estados Unidos sin consultar con ningún gobierno latinoamericano el 11 de febrero de 1946. Además, no se ofreció ninguna traducción autorizada al castellano ni al portugués: el texto en inglés se vendía a un dólar la copia. Incluso embajadores (en opinión de Gravil, 1995: 83) tan serviles hacia Washington como los de Colombia, Ecuador y Cuba consideraban que el Libro Azul era una burda exageración.

Con argumentos poco sólidos de Braden las denuncias consistían en lo siguiente: intrigas con alemanes a fin de obtener armas y técnicos; planes para formar un bloque sudamericano que mantuviera una actitud amistosa con el Eje y de hostilidad hacia los Estados Unidos; espionaje por parte del Eje; ofrecerles a los nazis la posibilidad de que utilizaran los medios de difusión y las escuelas a fin de manipular la opinión pública argentina; impedir la repatriación de los nazis. Sobre la base de dichos puntos, en varios de ellos las presuntas pruebas correspondían al período de Castillo y no al régimen militar, se presentaba al gobierno de Farrell y Perón como una amenaza al programa norteamericano destinado a impedir el resurgimiento del poder económico de los nazis en el hemisferio occidental. El régimen era presentado como nazi-fascista en cuanto a su orientación política y Perón como autor de un plan para una Nación en Armas del tipo imaginado por Von der Goltz (Gravil, 1995: 83). Si bien aquí nos interesa la instrumentación por parte de Braden de las denuncias del Libro Azul, conviene detenernos brevemente en tres puntos:

a) En temas anteriores me referí a las posiciones asumidas durante la guerra por las autoridades argentinas, entre ellas los contactos con gobiernos y fuerzas políticas de países vecinos. Al respecto, la historiografía de los últimos treinta años ha demostrado que la política neutralista y sus derivaciones obedecían más a causas estructurales que a motivos ideológicos. Asimismo, existe amplio consenso sobre el desequilibrio regional que producían el embargo norteamericano de armas a la Argentina y el abastecimiento a Brasil por el Préstamo y Arriendo. Las infructuosas diligencias en obtener la asistencia estadounidense impulsaron a los gobiernos argentinos a la compra del armamento alemán.

b) En materia de las empresas germanas radicadas en la Argentina (Escudé, 1978: 15-6; Gravil, 1995: 83), el buen conocedor del medio David Kelly comunicaba los problemas en la deportación de empresarios “cuya principal ofensa consiste en ser hombres claves de la economía alemana local”, y encontraba difícil la liquidación de las empresas a satisfacción norteamericana debido a que “son de considerable importancia para la economía argentina”, añadiendo que también un gobierno de la oposición “tendría reticencias en aceptar las desventajas económicas que acarrearían la destrucción de estas firmas… [que] contribuyen a la industrialización de la Argentina”, con más razón considerando que “existe una sospecha generalizada de que el interés de Estados Unidos en la liquidación de las firmas se conecta con el deseo norteamericano de arrebatarles el mercado. Esta sospecha aumenta por las indiscreciones de algunos funcionarios norteamericanos en Buenos Aires.”

c) Pocos meses después del Libro Azul, en junio de 1946, el nuevo representante diplomático estadounidense en Buenos Aires admitía que la deportación de elementos sospechados de haber sido agentes del Eje ya no era cuestión de “seguridad” sino “política”. Para ese mes ya se habían deportado 38 personas y la lista de deportados potenciales se había encogido de 900 a 227. Los envíos continuaron, aunque los funcionarios de la ocupación aliada en Alemania reaccionaron ante la práctica argentina de enviar llenadores de cuota de participación marginal en la guerra secreta (Newton: 437-8). En mi opinión, el desgano argentino entraba en contacto con el desinterés norteamericano en el mediano plazo, la admisión en Estados Unidos en el Programa Deserción para ex agentes del Eje y el temprano regreso de varios alemanes a Brasil luego de la deportación. En 1947, este panorama se completa con las luces verdes norteamericanas para la admisión en América Latina de refugiados europeos de pasado gris o más oscuro, y poco más tarde con la ubicación en el continente de “activos útiles” para la guerra fría por parte de los Estados Unidos.

Al informe lo precedió una campaña de The Nation. Mediante la deformación de Perón en un discípulo de Hitler se reclamaba la expulsión de la Argentina de las Naciones Unidas. En opinión de Klich (25) no es difícil encontrar evidencias confiables que demuestren cierto grado de coordinación entre Braden y The Nation. Es natural que Dean Acheson, entonces subsecretario de Estado, escribiese años más tarde con relación a la naturaleza y las tácticas pocos habituales de Braden que éste peleaba “contra sus adversarios levantando una gran polvareda antes de lanzarse a la carga enceguecidamente”. Por notoria coincidencia, la campaña previa estaba a tono con la recomendación bradeniana desde Buenos Aires de que el Departamento de Estado considerara “si no la expulsión de la Argentina de las Naciones Unidas, al menos el negarle la calidad de miembro”.

Este último ataque a Perón no produjo el efecto buscado por Braden en América Latina, y en Argentina causó la reacción contraria a lo deseado, pues ayudó a la victoria electoral de Perón, en elecciones limpias reconocidas por el propio subsecretario. El triunfo de Perón desfavoreció a Braden, quien al poco tiempo encontró otro crítico de la política agresiva: su sucesor en Buenos Aires. A este último asunto volveré más adelante, a continuación veremos las repercusiones inglesas.

Continúa, próximo capítulo: Opiniones británicas del Libro Azul.
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Mensaje por 27Pulqui » Vie Dic 18, 2009 3:26 pm

10. OPINIONES BRITÁNICAS DEL LIBRO AZUL

El temperamento del FO está expresado en los párrafos más sustantivos de la minuta del jefe del South American Departament. El 19 de febrero de 1946, Victor Perowne hace las siguientes consideraciones: “El documento [Libro Azul] no hace intento alguno, naturalmente, por presentar un cuadro balanceado, y omite la mención de un hecho tan importante como que, a pesar de los criminales flirteos de varios argentinos prominentes con los alemanes, nunca se pusieron obstáculos a la corriente hacia Europa de productos argentinos esenciales para el esfuerzo de guerra; que ningún acto de sabotaje contra los frigoríficos o contra el puerto fue perpetrado jamás; y que no hay ninguna prueba decisiva que demuestre que alguna información enviada por agentes alemanes desde la Argentina haya conducido al hundimiento de un solo buque aliado. Tampoco menciona el documento que el gabinete original de Ramírez, en junio de 1943, estaba dividido en partes iguales entre los moderados y los extremistas, y que los moderados fueron eliminados como resultado de torpes políticas norteamericanas adoptadas sin consultarnos. Ni se menciona que el gobierno de Ramírez intentó obtener armas de Estados Unidos antes de solicitarlas a Alemania y ni siquiera le fue permitido enviar una misión militar a Washington; ni se admite que, en general, los argentinos estaban movidos por el deseo de proteger lo que ellos estimaban, aunque equivocadamente, sus propios intereses y no los de Alemania. Finalmente, no se menciona el hecho de que la Argentina tiene un récord mucho mejor que la mayoría de los países latinoamericanos con respecto al control de intereses y ciudadanos alemanes, sin excluir el notoriamente proaliado y pro-democrático Uruguay ni el igualmente “pro-democrático” Chile, el cual nunca le declaró la guerra a Alemania ni realizó intento alguno de encarcelar a japoneses y alemanes peligrosos, lo cual tuvo como consecuencia la perpetración de dañosos actos de sabotaje.”

Harold V. Livermore, en aquel entonces funcionario británico y más tarde distinguido titular de la cátedra de castellano y portugués en la Universidad de Liverpool, señaló que el Libro Azul documentaba muy bien el malogrado intento argentino de comprarle material militar a Alemania. Mientras tanto la Turquía neutral había logrado comprar armas a Alemania y una Suecia neutral hasta les había vendido armas sin ningún tipo de revuelo como el que se levantó con respecto a la Argentina (Gravil, 1995: 82).

Según los analistas británicos, el Libro Azul tenía tres fines que no eran incompatibles entre sí. Uno era el de convencer a los gobiernos latinoamericanos de que la Argentina no era lo suficientemente confiable como para ser admitida a las negociaciones interamericanas sobre defensa. Otro objetivo perseguido era el de arruinar la candidatura de Perón, por eso la fecha elegida para su publicación, en vísperas de las elecciones argentinas. El restante apuntaba a que no obstante un triunfo en las urnas, el Libro Azul debería impedir el reconocimiento internacional de una Argentina encabezada por el presidente Perón (Gravil, 1995: 84).

En el citado análisis del 19 de febrero de 1946 Perowne evalúa las formalidades para que Gran Bretaña eluda declarar su apoyo a la publicación del Libro Azul: “En general parecería deseable, si es que resulta posible, no decir nada y permanecer libres de compromisos, al menos hasta conocer el resultado de las elecciones. (…) Tenemos… buenas excusas para abstenernos de realizar comentarios: el escaso tiempo que hemos tenido para estudiar la masa de evidencias del Libro Azul, la impropiedad de emitir un juicio antes de escuchar la defensa argentina, la indeseabilidad de parecer interviniendo en los asuntos argentinos, etc.”

Cuando Byrnes y Braden presionaron a Bevin para que hiciera una declaración de apoyo al Libro Azul, éste se negó, explicando que en este tema mantenía una política de no intervención. Entre las claras intenciones de Bevin estaban: maniobrar para detener a Braden; tranquilizar a la opinión pública británica; dejar una puerta entreabierta para el comercio británico y ayudar a la formación de un gobierno en Buenos Aires que de alguna manera se correspondiera con las expectativas británicas posteriores a 1945 (Gravil, 1991: 60).

El Financial Times de Londres recibió de manera crítica al documento del Departamento de Estado, consideraba que el Libro Azul contenía (Gravil, 1995: 86) “… expresiones de tono tan fuerte que casi no existen precedentes de este tipo en las relaciones entre estados soberanos que no estuvieran al borde de la guerra.”

Continúa, próximo capítulo: El acercamiento de Messersmith.
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Mensaje por 27Pulqui » Dom Dic 20, 2009 3:46 pm

11. EL ACERCAMIENTO DE MESSERSMITH

Por un lado, la cruzada anti-Perón de Braden resultó poco funcional para el objetivo de aprovechar las oportunidades para desalojar a Gran Bretaña de su posición de relevancia en el país y los deseos de apartar a la Argentina de toda influencia militar no estadounidense. Por el otro, el subsecretario, aunque duro frente al comunismo, consideraba que la Unión Soviética había quedado debilitada por la embestida nazi, por lo tanto no constituía una amenaza para los Estados Unidos, ciertamente no en América Latina, y por consiguiente la prioridad no era la unidad hemisférica frente a la guerra fría, lo que hubiera significado llegar a un acuerdo antes que al antagonismo con Perón (Klich: 7).

El reemplazante de Braden en la embajada en Buenos Aires fue George Messersmith, representante diplomático en México y veterano funcionario de carrera con amplia experiencia en América Latina. Su misión debía iniciar las acciones preliminares para el reacercamiento entre Washington y Buenos Aires, una de las razones había sido expuesta por el presidente Truman con el anuncio de que los Estados Unidos se hallaban preparados para formar un tratado interamericano de defensa con “todas” las repúblicas americanas, desautorizando expresamente, de este modo, la política anterior del Departamento de Estado, que había proclamado reiteradamente que los Estados Unidos “jamás” serían partícipes en ningún pacto defensivo interamericano donde interviniese un gobierno argentino encabezado por Perón (Ciria: 127).

En su puesto anterior en México, Messersmith había mantenido una opinión desfavorable sobre el líder argentino y la pragmática defensa que hacían de él los representantes de los intereses financieros norteamericanos en Buenos Aires, siendo además un crítico de la actitud inglesa poco cooperativa con los Estados Unidos. Sea por instrucciones previas relativas al tratado continental de defensa o por la impresión causada por Perón, una vez en Buenos Aires, Messersmith tuvo en cuenta que el presidente argentino era un serio baluarte anticomunista y que el éxito de sus planes de desarrollo económico dependía más de los Estados Unidos que de Gran Bretaña. No es para nada sorprendente que Messersmith chocara con Braden (Klich: 27). Desde la embajada británica en Washington, el 6 de abril de 1946, Hadow comentaba a Perowne: “Messersmith es un converso al temor latinoamericano de Stalin o, con típica astucia, ha percibido el cambio de la opinión pública de Estados Unidos y está ajustando sus velas al nuevo tiempo.”

A finales de 1946 el embargo de armamento tenía poco sustento frente al interés estadounidense en la participación argentina en la defensa hemisférica antisoviética y la competencia británica en el mercado de armas. Al respecto, el embajador inglés, Reginald Leeper, le comunicó a Messersmith que Gran Bretaña necesitaba el comercio de material bélico para alimentarse (Newton: 434). Braden continuaba bloqueando el rearme argentino, arguyendo que el país platense debía ser frenado en interés de la paz en la posguerra, fundamento esgrimido antes por Hull. En oposición a Braden, pero no menos exagerado, Messersmith sostenía que el embargo dispararía una carrera armamentista en Europa para proveer a la Argentina de lo que Washington le negaba. Hoy es evidente, como siempre lo ha sido para los británicos como para los argentinos, que la Tercera Guerra Mundial nunca estuvo en juego en este asunto (Escudé, 1983: 234-5).

Los largos informes de Messersmith acerca de los progresos del gobierno de Perón en las reclamadas medidas antialemanas no convencieron al subsecretario de Asuntos Latinoamericanos. El embajador intentó librar la batalla en los Estados Unidos, hacia donde partió el 26 de diciembre de 1946. Allí Messersmith recurrió al nuevo secretario de Estado, el general George Marshall, quien había sustituido a Byrnes en enero de 1947. A principios del mismo año, el anuncio británico de que el gobierno de Su Majestad había decidido finalizar todo tratamiento discriminatorio contra la Argentina llegó en respaldo de Messersmith, quien además empezaba a ganar el apoyo republicano. Finalmente, tanto Messersmith como Braden se reunieron con Truman para presentarle personalmente sus puntos de vista. El 26 de enero de 1947 el Departamento de Estado anunciaba que estaba complacido con la decisión argentina de tomar medidas en contra de las empresas del Eje. Messersmith había ganado, aunque Braden permaneció un tiempo más en su puesto. El 5 de junio, Truman anunció la renuncia de Braden y el regreso de Messersmith a Washington considerándose concluida con éxito su misión. No obstante algunos residuos de los años de enfrentamiento, las relaciones argentino-estadounidenses entraban en la normalidad (Escudé, 1983: 208-15).

Imagen
A finales de 1946 la relación bilateral conservaba un buen
espacio en la prensa de los Estados Unidos. El embajador
George Messersmith también fue tapa de la revista Time.

Fuente: http://www.coverbrowser.com/image/time/1240-1.jpg

Continúa, próximo y último capítulo: Epílogo.
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Mensaje por 27Pulqui » Mié Dic 23, 2009 11:58 pm

12. EPÍLOGO

Los opositores al gobierno de Castillo habían utilizado la crítica al neutralismo como un arma discursiva. Frente al régimen militar, la impostación se tornó en especial antinazi, con la intención de traducir la derrota del nazismo a manos aliadas en algo parecido con respecto al gobierno de Farrell y Perón. En su paso por Buenos Aires, Braden encontró un sector propicio para desplegar la campaña contra el coronel. Tal fue la confluencia, que existieron argentinos con demandas de la suspensión de la membresía del país en Naciones Unidas en vista del nazismo que se le imputaba a Perón.

En medio de los clivajes políticos desatados por la crisis argentina de 1945 se desarrollaron dos alternativas polarizadoras: (1) “totalitarismo o democracia” según el planteo de los partidos de la Unión Democrática que postulaba la candidatura de José Tamborini, (2) “injusticia social o justicia social” en los términos del frente que acompañaba a Juan Perón. Con la campaña de Braden en Argentina y la posterior publicación del Libro Azul, la segunda opción llevó asociado el eslogan “Braden o Perón”. El Foreign Office, sin mejor opción y convencido de los motivos subyacentes de la línea dura del Departamento de Estado, actuó en favor de Perón. Ya sea por la discreción de la diplomacia británica o por el poco margen de maniobra del que ésta gozaba, no existió el lema opuesto: las paredes de las ciudades nunca tuvieron la leyenda “Tamborini o Kelly”.

La cruzada emprendida por Braden –un caso patológico según Tulchin- fue el cierre del hostigamiento abierto estadounidense contra la Argentina. El periodismo del país del norte se hizo eco de la hostilidad, desde 1943, si no antes, en la prensa norteamericana existía cierta obsesión antiargentina: Walter Winchell, un periodista muy popular en aquellos años, llegó a exigirle al gobierno norteamericano la declaración de guerra contra el país platense.

La polarización de la política argentina llevó a las interpretaciones dicotómicas ya explicadas, las que tendieron a presentarse como opciones negadores de una posible integración. La Segunda Guerra dejó esa amarga herencia por varias décadas, expresada en el antagonismo peronistas-antiperonistas. Los rasgos autoritarios que fue tomando el régimen político del peronismo ya instalado legítimamente en el poder, acentuados con la crisis económica que sufrió el país a principios de los años cincuenta, terminaron por confirmar la impresión de los primeros opositores a Perón y por radicalizar la polarización. Es necesario precisar que la violación sistemática de los derechos humanos en la Argentina posperonista y la proscripción del principal movimiento político superaron en oprobio al autoritarismo peronista. No escapan de este cuadro muchos de los opositores acerados al gobierno de Perón.

La contrapartida peronista también desarrolló sus mitos para la lucha política, uno de ellos el de una oposición funcional al imperialismo, negando todo matiz al espectro no peronista, para presentarse como el movimiento defensor de los intereses nacionales.

Hoy la sociedad argentina está atravesada por otros cortes. Sin embargo, quedan residuos de los años del antagonismo peronistas-antiperonistas, por eso hay cierta recepción favorable a los autores que insisten en la imagen estereotipada de Perón, los que deliberadamente o no continúan las líneas de la vieja literatura combativa antiperonista.

En el público internacional también está arraigada la distorsión, sobre todo en el estadounidense, y a la visión de los años de la guerra se le añade la imagen de la Argentina como santuario nazi en la posguerra, ignorando los comportamientos iguales o peores de los gobiernos de Estados Unidos y de otros aliados. A la vez, por su esencia, el mito de la conservación del Tercer Reich en Argentina es concomitante con las teorías conspirativas.

La literatura académica se ha encargado de desmontar los mitos de la intensa propaganda, sin ahorrarse por ello juicios negativos sobre algunas decisiones tomadas por el gobierno de Perón. Aun así, no es descabellado suponer que por algún tiempo los viejos mitos seguirán cautivando a distintos sectores del público favorables a recibirlos acríticamente.

Fin.
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Perón, Braden y el Foreign Office

Mensaje por Shindler » Vie Ene 08, 2010 2:00 am

MAGNÍFICO!!!!!! :sgm111:

Una cosita....
Según los analistas británicos, el Libro Azul tenía tres fines que no eran incompatibles entre sí. Uno era el de convencer a los gobiernos latinoamericanos de que la Argentina no era lo suficientemente confiable como para ser admitida a las negociaciones interamericanas sobre defensa. Otro objetivo perseguido era el de arruinar la candidatura de Perón, por eso la fecha elegida para su publicación, en vísperas de las elecciones argentinas. El restante apuntaba a que no obstante un triunfo en las urnas, el Libro Azul debería impedir el reconocimiento internacional de una Argentina encabezada por el presidente Perón (Gravil, 1995: 84).
Me gustaría ver los argumentos del porque Argentina no era confiable según el primer fin, ¿tienes info al respecto?
Estados Unidos aumentó su presión a Argentina luego de que le declara la guerra al Eje por el 27 de Marzo de 1945 lo que hacia ver que habia otros interesillos a parte de la guerra, pero ésta presión no era bien vista por algunos de los países latinoamericanos que estaban del lado de EEUU.

Gracias por estar
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Mensaje por 27Pulqui » Sab Ene 09, 2010 4:25 pm

Hola Shindler:

Ese párrafo se refiere a la instrumentación de las denuncias del Libro Azul. No tengo el documento, lo conozco por medio de los investigadores. En la literatura académica creo que nadie da por válidas las denuncias de Braden. Para algún caso, p.e. Gravil, el Libro Azul es una falsificación al nivel de los Protocolos de los sabios del Sión.

El propósito consistía en (1) marginar a la Argentina en el ámbito panamericano, sobre todo en el diseño de un nuevo sistema de seguridad continental, (2) desacreditar a Perón en el continente, (3) perjudicarlo en los comicios de febrero de 1946 y (4) promover el no reconocimiento de un gobierno presidido por Perón si éste ganaba las elecciones. De ahí las distorsiones -que Braden ya había expresado en los informes desde la embajada en Buenos Aires- y por eso la falsedad del documento. Aunque las denuncias pudieran contener granos de verdad sobre algunas actitudes de los gobiernos argentinos durante la guerra, la intención de Braden y sus seguidores en el Departamento de Estado era presentar hacia el continente (y el mundo) una base de relanzamiento del nazismo en la Argentina, para justificar la política de aislamiento impuesto que había quebrado Rockefeller cuando intentó cambiar la página en la relación bilateral.

En cuanto a las relaciones con los países latinoamericanos, el Libro Azul no produjo modificaciones. Existía consenso en reintegrar a la Argentina al sistema continental y en especial los países sudamericanos querían cerrar una fuente potencial de conflicto. Esto podría dar pie para analizar las relaciones en la región durante la guerra y en los años inmediatos. Es un temazo que no tengo del todo estudiado, sin embargo en una breve aproximación podría afirmar respecto de dos países:

1) La Segunda Guerra disparó en la región tensiones por problemas todavía no superados, por ejemplo Chile y Paraguay recelaban del rearme boliviano. Entre Brasil y Argentina se acentuó la competencia por el liderazgo regional y disparó la carrera armamentista. Brasil se aprovechó del aislamiento argentino para obtener concesiones de los EEUU, pero hasta cierto punto, porque en lo económico había tendencias a la integración y en lo político los gobiernos de Vargas y de su sucesor no querían tener en la frontera a un miembro aislado por una imposición de Washington.

2) Uruguay mantuvo una relación política por momentos tensa, en gran medida causada por la presencia de exiliados y autoexiliados que usaban a Montevideo como base de operaciones para combatir al gobierno de Farrell. Esta situación se repetirá años más tarde cuando el antiperonismo se instala en Montevideo, con la torpe respuesta del gobierno peronista de apoyo a huelgas obreras en Uruguay. Hay otra razón derivada del alineamiento panamericano temprano (desde la época de Batlle y Ordoñez), valga la frase que describe a un país probritánico en economía, francófilo en cultura y pronorteamericano en posicionamiento internacional. En los dos primeros rubros las elites uruguayas compartían las tendencias con sus pares argentinas, se distanciaban de éstas en la relación con la potencia continental. De todos modos, la interrelación económica tendía a morigerar las divergencias y, al igual que en el caso brasileño, Uruguay no quería abrir un frente conflictivo por un aislamiento impuesto. Asimismo, en los primeros años del gobierno de Perón las relaciones tuvieron un interregno favorable, entre otros avances se fijaron las bases para el aprovechamiento de Salto Grande.

Para no salirme del tema me limito a estos dos casos. Creo que expresan la ausencia del efecto buscado por las denuncias de Braden. Las controversias en las relaciones bilaterales tenían otras causas, no la propaganda de una Argentina agresiva gobernada por Perón, desde donde el nazismo dispararía sus venenos a los países vecinos.

No puedo decir exactamente que decía el Libro Azul pues no lo tengo a mano, supongo que apuntaba a lo detallado por Braden en el telegrama de junio de 1945 transcripto en el capítulo 4: "el movimiento nazifascista enraizado en la Argentina se encuentra en posición de desarrollar su fuerza y preparar la agresión futura...".

Saludos para todos.
La historia tergiversada no es historia inofensiva. Es peligrosa.
Eric Hobsbawm

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Shindler
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Perón, Braden y el Foreign Office

Mensaje por Shindler » Dom Ene 10, 2010 5:02 pm

27pulqui escribió:2) Uruguay mantuvo una relación política por momentos tensa, en gran medida causada por la presencia de exiliados y autoexiliados que usaban a Montevideo como base de operaciones para combatir al gobierno de Farrell. Esta situación se repetirá años más tarde cuando el antiperonismo se instala en Montevideo, con la torpe respuesta del gobierno peronista de apoyo a huelgas obreras en Uruguay. Hay otra razón derivada del alineamiento panamericano temprano (desde la época de Batlle y Ordoñez), valga la frase que describe a un país probritánico en economía, francófilo en cultura y pronorteamericano en posicionamiento internacional. En los dos primeros rubros las elites uruguayas compartían las tendencias con sus pares argentinas, se distanciaban de éstas en la relación con la potencia continental. De todos modos, la interrelación económica tendía a morigerar las divergencias y, al igual que en el caso brasileño, Uruguay no quería abrir un frente conflictivo por un aislamiento impuesto. Asimismo, en los primeros años del gobierno de Perón las relaciones tuvieron un interregno favorable, entre otros avances se fijaron las bases para el aprovechamiento de Salto Grande.
No me lo menciones, menos mal que algunas cosas fueron positivas.

Muchas gracias pulqui!!!!


Gracias por estar
"La esclavitud crece sin medida cuando se le da apariencia de libertad."
Ernst Jünger

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