¿Qué fue lo peculiar del nacionalsocialismo?

Partidos políticos, actuaciones gubernamentales

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Barbarossa
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¿Qué fue lo peculiar del nacionalsocialismo?

Mensaje por Barbarossa » Mié Ene 27, 2010 8:27 pm

Cuando se analiza el nacionalsocialismo, es frecuente compararlo con otros regímenes totalitarios o dictatoriales europeos coetáneos, como es el caso del estalinismo en la URSS, el fascismo en Italia o los primeros tiempos del franquismo en España.

Pese a todos los puntos en común que pudiese tener con esos otros regímenes, es innegable que el nacionalsocialismo presentaba una serie de características propias que lo diferenciaban, radicalmente, del resto de totalitarismos implantados en Europa.

La primera de estas características fue, sin duda alguna, la del racismo. Desde la toma del poder en 1933, hasta su suicidio en el búnker en 1945, Hitler se marcó, como objetivo primordial, la eliminación del judaísmo en Alemania y en el resto de Europa.

Durante los cinco primeros años del régimen, la política racial nazi no obedeció a un esquema claro ni mantuvo un ritmo constante; al contrario, entre 1933 y 1938, las medidas gubernamentales tuvieron un carácter más bien espasmódico, que revelaba la ausencia de una idea directriz clara, de un proyecto definido, más allá de un genérico propósito de convertir a los judíos alemanes en ciudadanos de segunda, cuando no en meros parias en su propio país; es el caso del boicot a los comercios judíos de 1933, la prohibición de acceder a puestos administrativos o docentes aprobada posteriormente, las Leyes de Nürnberg de 1935, etc.).

El punto de inflexión de esta errática política racial se produjo, sin embargo, en la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938 con la Reichskristallnacht, que marcó un antes y un después en la política racial de los nazis. A partir de ese momento, las medidas administrativas de discriminación dejaron paso a otras mucho más severas y agresivas entre las que el padecimiento físico e, incluso, la muerte de los judíos resultaban admisibles. Por si hubiera alguna duda sobre el particular, el 30 de enero de 1939, cuando se cumplían seis años desde su nombramiento como Reichskanzler, Hitler pronunció un discurso ante el Reichstag en el que, con toda solemnidad, explicó al mundo lo que años más tarde él mismo calificaría como su "profecía sobre los judíos", y lo hizo con las siguientes palabras:
Ich will heute wieder ein Prophet sein: Wenn es dem internationalen Finanzjudentum in und außerhalb Europas gelingen sollte, die Völker noch einmal in einen Weltkrieg zu stürzen, dann wird das Ergebnis nicht die Bolschewisierung der Erde und damit der Sieg des Judentums sein, sondern die Vernichtung der jüdischen Rasse in Europa”.

“Hoy quiero nuevamente hacer una profecía: en el caso de que el capitalismo judío internacional, ya sea europeo o de fuera de Europa, tenga éxito una vez más en su propósito de precipitar a las naciones europeas a una guerra mundial, ello no traerá como resultado ni la bolchevización del mundo ni el triunfo del judaísmo, sino la aniquilación de la raza judía en Europa”.
A partir de ese momento, el deseo de acabar con la “judería europea” fue el propósito que guió a Hitler antes y después del inicio de la guerra el 1 de septiembre de 1939, hasta el punto de que la verdadera guerra que Hitler estaba deseoso de desencadenar no era la del frente occidental contra Francia o Gran Bretaña, sino la que dio comienzo, en junio de 1941, con la invasión de Rusia, cuyo propósito final era no sólo el de derrotar al bolchevismo, sino también y muy especialmente, el de conquistar vastas zonas de Rusia que permitieran la consecución de un doble objetivo: lograr el anhelado Lebensraum (espacio vital) para el pueblo alemán, y, simultáneamente, un territorio que sirviera para deportar y aniquilar a los judíos europeos.

Pero, con ser importante, el racismo no fue la única nota singular o específica del nacionalsocialismo.

Como señala Hans Mommsen en su obra “Der Nationalsozialismus. Kumulative Radikalisierung und Selbstzerstörung des Regimes”, una característica exclusiva del nacionalsocialismo fue el de las “radicalizaciones acumulativas”.

Normalmente, después de la conquista del poder tras un proceso revolucionario (Rusia), tras un golpe de Estado (Italia) o tras una guerra (España), todo nuevo régimen inicia un periodo sangriento que, a medida que va aplastando a sus oponentes, va, también, perdiendo fuerza.

Esto ocurrió tanto en Italia a partir de 1925, como en España a partir de 1940.

El caso de Rusia constituyó, sin embargo, una excepción, toda vez que, la sangrienta represión que acompañó los inicios de la Revolución de 1917 se vio prolongada durante la siguiente década como consecuencia del estallido de la Guerra Civil, de modo que la violencia revolucionaria no perdió su impulso hasta bien entrada la década de los años 30, desapareciendo por completo tras la muerte de Stalin.

Hans Mommsen considera que, en estos casos, la violencia radical y generalizada es algo temporal o, como mucho, intermitente, pero nunca es inherente al propio sistema de gobierno.

En el caso del Tercer Reich, sin embargo, la violencia y el terror como instrumento de gobierno no sólo no decayeron con el paso de los años, sino que, al contrario, fueron radicalizándose y extendiéndose a sectores más amplios de la población. Como ya se ha indicado antes, las medidas discriminatorias dictadas contra los judíos durante la primera etapa fueron seguidas por las mucho más severas leyes de Nürnberg, por el pogromo de 1938, por la emigración forzada, por la deportación y, finalmente, por el exterminio.

Todas estas medidas constituyeron lo que Mommsen, muy acertadamente, denominó como “Kumulative Radikalisierung” (radicalizaciones acumulativas) y que, además, no recayeron sólo sobre los judíos, sino también sobre toda la población alemana (el caso más notorio es el del programa T-4 que puso en marcha la matanza con fines eugenésicos) y sobre las poblaciones de los territorios europeos conquistados.

En el caso del nacionalsocialismo, este fenómeno singular de las radicalizaciones acumulativas se vio, además, potenciado por el alto desarrollo tecnológico de Alemania, lo que permitió al régimen nazi aplicar sus agresivas políticas represivas con métodos industriales.

Ian Kershaw, en su libro “Hitler, los alemanes y la solución final”, añade otras dos peculiaridades propias del nacionalsocialismo.

Por un lado, la posición de mando de Hitler y el tipo de liderazgo que encarnaba. En efecto, ni Mussolini, ni Franco, ni tan siquiera Stalin, fueron investidos de las cualidades heroicas o mesiánicas que adornaron al Führer alemán hasta el mismo día de su muerte. Hitler encarnó como nadie, lo que Max Weber definió como “autoridad carismática”, y ello permitió que sus fantasías y su visceralidad en materia racial terminasen por impregnar a todos los organismos e instituciones del Estado alemán, los cuales impulsaron medidas muy virulentas, muy radicales, sin necesidad de que el propio Hitler se viese necesitado de dictar ordenes específicas para ello.

Por si ello no fuera suficiente, los judíos tuvieron la desgracia de que todas estas especificidades que se acaban de señalar tomasen carta de naturaleza en la nación más moderna de Europa, dotada de una eficiente Administración, de un potente aparato policial y de un Ejército muy profesional que, además, estaba deseoso de recuperar sus días de gloria.

Pero esta especificidad alemana no descansaba, únicamente, en el carácter altamente desarrollado del estado alemán, sino, también, en una serie de rasgos ideológicos que sólo se dieron en la sociedad germana. Kershaw señala los siguientes:

a) una comprensión de la nacionalidad que descansaba en la etnia.

b) una idea imperialista que, a diferencia de lo que ocurría con los restantes estados europeos, no se proyectaba hacia las colonias de ultramar, sino hacia el este europeo.

c) el resentimiento por la forma en que Alemania había sido tratada tras la Primera Guerra Mundial, y

d) una extendida creencia en la superioridad de “lo alemán”, hasta el punto de que los alemanes se veían a sí mismos como el último bastión en la defensa de la civilización occidental frente al mundo eslavo.

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