Felipe II y Hitler.

Partidos políticos, actuaciones gubernamentales

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maxtor
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Felipe II y Hitler.

Mensaje por maxtor » Mar Mar 24, 2015 5:43 pm

Saludos cordiales a todos.

He acabado la lectura del libro del historiador Geoffrey Parker, "La gran estrategia de Felipe II", y me ha llamado bastante la atención el capítulo final donde efectúa una comparativa en cuanto al estilo de toma de decisiones de ambos personajes.

Tanto para Padilla como para Sessa, asesores de la monarquía española durante el reinado de Felipe II, señalaron el defecto central de la estrategia global española residía en asumir demasiados compromisos, lo que hacía peligrar faltamente la capacidad del gobierno para tener éxito en alguno de ellos. Es cierto que Felipe II intentó concentrar todos sus recursos disponibles en asestar un golpe rápido que pusiera fuera de combate al adversario siempre que surgía un nuevo problema: contra los franceses, en Florida en 1565; en los países Bajos en 1566 y nuevamente en 1572; contra Portugal en las Azores en 1580 y contra Inglaterra en 1586 – 1588. Pero si el primer golpe fallaba, Felipe parecía incapaz de cortar por lo sano y siguió luchando en varios frentes.

Los analistas de las relaciones internacionales han descubierto que la “teoría de las perspectivas” ayuda a explicar por qué los estadistas actúan con tanta tenacidad para conservar lo que poseen: la política de los gobiernos, sostienen, está configurada por individuos (que al igual que la mayoría) tienden a pensar en términos de pérdidas y ganancias, y no de activos, y asumir más riesgos para evitar una pérdida que para obtener una ganancia. Se han dispuesto tres interesantes repercusiones en las relaciones internacionales, tanto en la actualidad como en el s. XVI: en primer lugar, los estadistas estarían dispuestos, quizás, a pagar un precio superior y asumir riesgos más importantes cuando afrontan pérdidas que cuando buscan ganancias; en segundo lugar, y en consecuencia, las medidas disuasorias tienen más probabilidades de éxito con estadistas que intentan obtener ganancias que con quienes están movidos por el miedo a las pérdidas. Finalmente, en tercer lugar, los conflictos suelen ser más comunes y durar más, cuando ambas partes creen estar defendiendo el statu quo, pues cada cual cree que sufrirá perdidas si no actúa con dureza, cuando no con agresividad (Avoiding losses, taking risks, Jack Levy y Robert Jervis).

La teoría de las perspectivas es especialmente apropiada en el caso de Felipe II, debido a la naturaleza geográficamente fragmentada de su Monarquía, creada por herencia más que por conquista. El miedo a perder estas vulnerables posesiones con distancias enormes entre ellas llevó al rey a perseguir y perseverar en operaciones sin provecho. Además en virtud de la teoría del dominó que propone que la incapacidad para defender o disuadir adecuadamente en una zona propiciará cambios en otras partes, estuvo dispuesto el monarca a pagar un elevado precio para evitar incluso derrotas limitadas.

La ideología reforzaba la propensión de los estadistas a asumir riesgos para evitar pérdidas, la visión providencial de Felipe y de sus ministros no sólo les brindó una razón para aceptar los diversos dones otorgados por el destino sino que acentuó su determinación de defender a toda cosa esos golpes de suerte, sin menoscabo que esas ganancias fueron vista como obra de la Providencia, por lo tanto, la corona rechazó constantemente las alegaciones para que se abandonaran las Filipinas y Ceilán, a pesar de que contituían una auténtica sangría para las finanzas de la Monarquía.

Los estudios sobre otros gobernantes de grandes estados o imperios sometidos a tensiones ponen de manifiesto en muchos casos que el cometido del agente es tan importante como las estructuras, y a veces quizás más. En el caso de Hitler, parece claro que sin su personalidad, sin su mera existencia física no se hubiera vivido una Segunda Guerra Mundial con el carácter genocida que tuvo (Gaddis, “We now know, pp. 293), poco después de llegar al poder en 1933, Hitler creó deliberadamente en el Estado nazi un sistema laberíntico de estructuras rivales con el fin de proteger su propia función central y obligar a todos a dirigirse a él para tomar decisiones. En 1938 extendió el sistema a las fuerzas armadas al nombrarse ministro de la Guerra y reunir a su alrededor un departamento militar especial que transmitía sus órdenes a los diversos jefes de servicio, pero asegurándose de que sólo él poseyera una visión de conjunto. Al año siguiente, el nuevo equipo asesor de operaciones acompañó al Führer al Este en un viaje en un tren especial para seguir el progreso de la guerra en Polonia; en 1940, durante la conquista de Europa occidental, Hitler y su equipo se trasladaron a una granja remodelada en los momentes Eifel; y después de 1941, tras la invasión de la URSS, ocuparon un complejo fortificado, la “Guarida del lobo”, situado en un bosque de Prusia oriental. Según la frase memorable de Alfred Jodl, jefe del equipo de operaciones de Hitler, “el cuartel general del Führer era una mezcla de monasterio y campo de concentración”, y sus diferentes emplazamientos remotos aislaban natural y deliberadamente al comandante supremo y a su equipo de la inmediatez de los acontecimientos. Según Walter Warlimont, segundo de Jodl, “Hitler se hallaba, por así decirlo, en un riconcito, a resguardo de la conflagración; ni él ni su entorno inmediato poseían información directa ni de la dureza de la lucha en el frente principal, ni de los devastadores efectos de la guerra aérea en las ciudades alemanas” (International Military Tribunal, The Nuremberg Trial, XV, p. 295: testimonio de Alfred Jodl del 3 de junio de 1946; Warlimont, “Inside Hitler`s Headquarters, p. 177. Hay que matizar que tanto Jodl como Warlimont fueron acusados de crímenes de guerra por los que el primero fue ejecutado y el segundo condenado a cadena perpetua, y ambos, tenían sobrados motivos para demostrar que sólo habían desempeñado papeles secundarios en el sistema de Hitler. La naturaleza de este sistema “policrático” ha sido objeto de muchos debates; véanse Kershaw, The Nazi dictatorship, y Hildebrand, The Thrird Reich, pp. 136 – 140).

Es verdad que Hitler como Felipe II, aceptaron consejos llegados de cualquier parte mientras tomaba una decisión sobre un asunto; luego, sin embargo, el acceso al cuartel general supremo estaba cuidadosamente controlado y quienes entraban en él se daban cuenta pronto de que las noticias y opiniones críticas para las decisiones ya tomadas por el Führer no eran bien recibidas. En septiembre de 1942, Jodl lo descubrió por sí mismo. Hitler lo envió al Este para espolear el avance de los comandantes del Cáucaso, que parecían haberse empantanado, pero Jodl regresó exponiendo las dificultades que había observado y que explicaban claramente la falta de progresos, lógicamente Hitler le abroncó y dos días después oyó que iba a ser sustituido, y Jodl recogió velas y admitió su error: “Nadie debería intentar indicar nunca (…) a un dictador dónde se ha equivocado, pues ello hará flaquear su confianza, el principal pilar sobre el que se asientan su personalidad y sus acciones” (debate entre Jodl y Hitler citado por Persico, Nuremberg, p. 248).

Los comandantes del frente de operaciones no fueron más afrotunados en sus intentos de cambiar las opiniones de Hitler: cuando eran convocados para hacer una exposición o presentar un informe en el cuartel general, ninguno parecía capaz de oponerse a la omnipotente influencia de la presencia del Führer. Así Heinz Guderian llegó al cuartel general en agosto de 1941 dispuesto a convencer a Hitler para que, en vez de transferir sus fuerzas acorazaas al sur, diera su aprobación para una ofensiva rápida sobre Moscú. Sin embargo, durante una mañana pasada con Hitler, Guderian cambió de actitud “en un ciento por ciento” y se excusó más tarde diciendo que, “tras haberse convencido en su entrevista de que el Führer estaba firmemente decidido a efectuar el avance hacia el sur, era deber suyo hacer posible lo imposible con el fin de llevar a cabo esas ideas” (entrada del diario de Halder, p. 516). Aunque este cambio de opinión, por decirlo suavemente, no impidió que Guderian fuera destituido el día de Navidad de 1941 por haber permitido a sus fuerzas retirarse ante la contraofensiva rusa, aunque obtuvo una espléndida compensación en tierras, en Polonia y dinero en efectivo.

El general Otto Förster, citado por Bullock, en su obra Hitler y Stalin, p. 578, señaló que el problema residía en que Hitler estaba interesado por las cuestiones de gran envergadura, pero también por los detalles más nimios. Cualquier otra cosa que quedara en medio no le interesaba. Pero no tenía en cuenta que la mayoría de las decisiones se refieren a esa categoría intermedia. En ese extenso terreno, las intervenciones de Hitler tendían a ser erráticas e impredecibles, y fue una actitud que no cambión incluso hasta el mismo final de la guerra. Según Jodl, en enero de 1945 el sistema de señales militares adscrito al cuartel general del Führer en Berlin tramitó diariamente 120.000 llamadas telefónicas, 33.000 mensajes de télex y 1200 de radio. Parece improbable que ningún centro de mando de aquélla época – por no hablar de un comandante supremo – fuera capaz de elaborar con eficacia semejante volumen de movimiento informativo como para poner en práctica una estrategia coherente. Sólo podía intentarlo alguien como Hitler, con una confianza total hacia sí mismo y hacia su misión.

Sir Walter Raleigh, que escribía poco después de la muerte de Felipe II, atribuyó el que el rey no lograra sus objetivos a un tipo similar de confianza desmesurada, refiriéndose a la Armada, Raleigh indicó que invadir por mar desembarcando en una costa peligrosa y sin estar en posesión de ni un puerto ni contar con el apoyo de ningún partido local es más propio de un príncipe que se fía de su suerte que de quién posee un rico entendimiento. (Raleigh, “A history of the world”, p. 407). En la operación Barbarroja vimos cómo el optimismo de Hitler fue similar, sin datos claros de inteligencia o falsos directamente, tomó una decisión basada en la confianza extrema en que el gobierno soviético y parte de su estructura institucional se vendría abajo en pocas semanas.

A pesar de los problemas estructurales que acosaban a la Monarquía – distancia y fragmentación, sobrecarga informativa y cantidad de variables, diversos frentes de combate abiertos... “un imperio que intentaba abarcar demasiado” en palabras de Paul Kennedy, tanto el Rey como el dictador estuvieron cerca de lograr sus objetivos. Otros estadistas, a lo largo de la historia, supieron delegar a la hora de tomar decisiones y no siempre pusieron los compromisos ideológicos por encima del cálculo racional, pero en ambas figuras la personalidad y confianza extrema en ellos mismos y en su misión, y el componente ideológico fueron básicos para su fracaso. En el caso de Felipe II, su inquebrantable confianza en que Dios proveería, que le llevó a subestimar las dificultades y problemas que surgían, dio pie a una forma de imperialismo potencialmente peligrosa que se convirtió en el fundamento de su gran estrategia, pero eso era, quizá, inevitable, en el caso de Hitler también adoptó un “romanticismo ideológico basado en lo emocional”, parece como si las personas autoritarias parece haber algo que las lleva a perder contacto con la realidad. Ambos arremetieron conscientemente ante molinos de viento, los sistemas autoritarios refuerzan la ilusión quijotesca que pueda existir en quienes están en lo más alto, al tiempo que disuaden de cualquier intento de desengañarles (Felipe II, citado en p. 188, We now know, p. 291, de Gladdis).

Saludos desde Benidorm.

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Re: Felipe II y Hitler.

Mensaje por Mariscal Von Oli » Mar Mar 24, 2015 11:31 pm

Muy interesante este hilo. Nunca hubiera encontrado la forma de comparar el desastre de la armada invencible con Barbarroja. Me ha gustado mucho.
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Re: Felipe II y Hitler.

Mensaje por Juan M. Parada C. » Mié Abr 15, 2015 6:38 pm

Es asombroso ver los paralelismos que la historia nos presenta en algunos casos en que puedan haber ciertas coincidencias en tales eventos .De ahí que se tome el desastre de la armada invencible de Felipe II y la invasión de Hitler a la entonces URSS,como puntos de referencia con el fin de hacer las comparaciones respectivas,para fijar así esta clase de semilitudes que no dejan de asombrar por tener casi las mismas consecuencias que tuvieron que acarrear después estos dos personajes históricos que protagonizaron dichos sucesos históricos.
Otra referencia conceptual que se puede añadir, a la anteriormente fijada para hacer esta comparación,sería la "teoría de los juegos" en la que se empeña todo o nada para conseguir un objetivo,que en este caso resultaría ser nefasta la decisión tomada para los actores involucrados en estos hechos ya mencionados.
Saludos y bendiciones a granel.
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Re: Felipe II y Hitler.

Mensaje por cv-6 » Sab Abr 18, 2015 12:22 am

Juan M. Parada C. escribió:Es asombroso ver los paralelismos que la historia nos presenta en algunos casos en que puedan haber ciertas coincidencias en tales eventos .De ahí que se tome el desastre de la armada invencible de Felipe II y la invasión de Hitler a la entonces URSS,como puntos de referencia con el fin de hacer las comparaciones respectivas,para fijar así esta clase de semilitudes que no dejan de asombrar por tener casi las mismas consecuencias que tuvieron que acarrear después estos dos personajes históricos que protagonizaron dichos sucesos históricos.
A mí no me parece que haya tanto paralelismo, ni en la decisión tomada (invadir Inglaterra/Invadir la URSS) ni en las consecuencias. Para empezar, Felipe II no le ataca a un país aliado suyo hasta ese momento, como hizo Hitler, sino a un país con el que ya estaba en guerra,y que de hecho se había comportado como un enemigo desde mucho antes de que dicha guerra fuese declarada. Por otra parte, la invasión de la URSS no sólo fracasó, sino que fue una de las causas fundamentales de la derrota alemana en la II Guerra Mundial, mientras la guerra entre España e Inglaterra creo que acabó en tablas (y si no me equivoco, con Inglaterra mucho más agotada que España).
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Re: Felipe II y Hitler.

Mensaje por Juan M. Parada C. » Sab Abr 18, 2015 10:39 pm

El paralelismo que observo en estos dos hechos históricos,mi estimado amigo cv-6, es la de ver la osadía de empeñar importantes recursos en unas acometidas de grandes proporciones con resultados dudosos y sin establecer una base realista para los mismos.Claro está,como es corriente,hacer tales comparaciones no son al cien por ciento sino más bien una pasada general que se le acerque a los mismos.Es decir,una suerte de ejercicio para tratar de comprobar hasta donde se pueden parecer tales acontecimientos históricos,salvando algunos aspectos de los mismos para no perder así la perspectiva comparativa.
Saludos y bendiciones a granel.
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