Detrás de él, dos hombres que le conocían bien jugaban magistralmente con sus veleidades: el doctor Kersten y Walter Schellenberg, sucesor de Canaris en la dirección de la Abwehr durante los últimos meses de la guerra. Entre los dos lograron en 1943, persuadir a Himmler para intentar negociaciones con el Oeste.
Esos contactos se reanudaron en diciembre de 1944 y enero de 1945.
Himmler se entrevistó con Musy, ex presidente de la Confederación helvética, quien a pesar de su edad avanzada, llevó a cabo meritorios esfuerzos para salvar a los internados judíos. Desgraciadamente Kaltenbrunner hizo fracasar las primeras negociaciones.
A partir de febrero de 1945, un delegado sueco en el Congreso Mundial Judío, Storch, y, más adelante, en abril, otro miembro del mismo organismo, Masur (quien logró entrevistarse personalmente con Himmler), consiguieron un éxito milagroso: que el Reichsführer SS se negará a transmitir la orden del Führer de ejecutar a los presos políticos y de volar los campos de concentración y sus ocupantes a medida que avanzaran las tropas aliadas. Se estiman en 800.000 las vidas humanas que así fueron salvadas.
Por último, gracias a Kersten y a Schellenberg, se iniciaron serias negociaciones con miras a obtener la capitulación de los ejércitos alemanes de Noruega y Dinamarca.
El Gobierno sueco, por su parte, encargó al conde Bernadotte que consiguiese la evacuación de los escandinavos detenidos. Bernadotte se vio así mezclado en el golpe teatral provocado por Himmler.
Fue en ocasión de una visita del sueco a Berlín, en abril de 1945, cuando Himmler se decidió por fin y proclamó:
“Nosotros, los alemanes, somos contrarios a declararnos vencidos por las potencias occidentales. Le ruego trasmita esta información al general Eisenhower, por mediación del Gobierno sueco, a fin de detener toda efusión de sangre. Nos es imposible a nosotros, los alemanes, y a mí en particular, capitular entre las manos de los rusos. Les combatiremos hasta que las potencias occidentales vengan a reemplazarnos en el frente de combate”.
Todo dejaba prever en aquel momento que a Hitler le quedaban pocos días de vida. Himmer tenía por lo tanto, derecho a tomar aquella decisión capital.
Bernadotte, evidentemente, aceptó la misión. Rogó, sin embargo, a su interlocutor que le confiase una carta dirigida al ministro de Asuntos Exteriores de Suecia, Christian Gunther, en la cual se recabase el apoyo de toda la alta influencia de éste para la gestión. Al día siguiente, 24 de abril, Bernadotte volaba hacia Estocolmo.
Como muestra de buena voluntad, Himmler liberó a casi 10.000 judíos que llegaron a Suecia en tren.
Cuatro días más tarde, la respuesta llegó a Schellenberg. Como era de esperar, fue negativa. Peor aún, la prensa mundial aireó el asunto, y en un postrer acceso de furor, Hitler hizo fusilar en torno suyo a todos cuantos, de cerca o de lejos, podían recordarle a su ex fiel Reichsführer SS.
Otros grupos de alemanes, en particular los colaboradores Speer, se esforzaron en proteger Alemania contra las órdenes insensatas de Hitler.
Anteriormnte, el 10 de agosto de 1944, un grupo de representantes de industrias alemanas (Krupp, Röchling, Messerschmidt, Rheinmetall, Wolkswagenwerge…) se reunió en Strasburgo, en el hotel de la Maison Rouge, bajo la presidencia de Scheid, y examinó las medidas que podrían salvaguardar el patrimonio industrial alemán.
Una segunda reunión, presidida por Bosse, no disimuló que la guerra estaba ya perdida y que los industriales debían, sin tardanza, constituir secretamente en el extranjero bases comerciales para la post guerra.
Bosse declaró que el gobierno estaba dispuesto a subvencionar a los industriales en ese sentido. Precisó, por último, que la guerra debía ser proseguida hasta el fin, con objeto de conservar la unidad de Alemania después de las hostilidades.
Saludos
Fuentes:
Secretos diplomáticos de la dos guerras mundiales. Jacques de Launay. Ed. PLAZA & JANES (Primera edición: agosto de 1966).
www.rodelu.net
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