Negros presagios
El
premier cedió y, a cambio, obtuvo un encuentro en Malta con Roosevelt, que acudió a esa cita un tanto forzado, pues ni quería desatar los recelos de Stalin ni soportar a Churchill, respecto al que cada día tenía más prejuicios, considerándole un colonialista impenitente.
El encuentro se produjo en La Valeta, a bordo del crucero norteamericano
Quincy. La impresión de Churchill fue muy pesimista, pues “Roosevelt y Hopkins parecían más moribundos que hombres dispuestos a negociar duramente con un interlocutor en plena forma como Stalin. La poliomielitis sempiterna del presidente estaba a punto de consumar su victoria, así como el cáncer que padecía Hopkins”.
El presidente y el
premier almorzaron juntos y, tras la siesta, trataron sobre asuntos militares: el cruce del Rin, Grecia, Italia, el Pacífico, la guerra submarina y el frente del Este, asunto que preocupaba sobremanera a Churchill. Por eso aconsejó que los ejércitos aliados avanzaran rápidamente en Austria para que “los soviéticos no ocuparan más de lo necesario en el oeste de Europa”.
En sus Memorias, Churchill omite la dura respuesta de Roosevelt, sintomática de la deriva de su pensamiento en su última época: “Al menos, estoy convencido de una cosa. Stalin no es un imperialista (...), Winston, usted tiene en la sangre cuatrocientos años de conquistas. No puede admitir la posibilidad de que una nación no se apodere de un territorio si tiene la posibilidad de hacerlo. Pero se está abriendo un nuevo período de la historia del mundo y usted debe adaptarse a él (...). No puedo admitir que estemos combatiendo la esclavitud fascista y que, al mismo tiempo, rehusemos liberar a todos los pueblos que viven bajo una denominación colonial. La paz no deberá tolerar el mantenimiento de despotismo alguno...”.
Churchill supo que iba a hallarse muy solo en Yalta, pues Roosevelt ni conocía a Stalin ni percibía su juego y de que, a cambio de sacar adelante las Naciones Unidas, estaba dispuesto a ceder en todo.
Poco después, los aviones comenzaron a salir hacia Crimea, transportando los seis centenares de personas que componían ambas delegaciones. 2.200 kilómetros les separaban del aeropuerto de Saki, que estaba cubierto de una espesa capa de nieve. ■
Hitos políticos de la victoria
Las relaciones interaliadas durante la II Guerra Mundial fueron trascendentales tanto para su victoria, como para el destino de varios países y para las relaciones internacionales del resto del siglo XX,
Ley de Préstamo y arriendo: Autorizaba al presidente a ceder equipos bélicos si así interesaba a la propia defensa de EE. UU. De ella se beneficiaron, principalmente, Gran Bretaña a partir de marzo de 1940 y la URSS, tras la invasión alemana, en 1941.
Carta del Atlántico, agosto de 1941. Elaborada por Roosevelt y Churchill, reconocía el derecho de los pueblos a elegir su sistema de gobierno, impulsaba la libertad de comercio y la cooperación económica y exigía la renuncia al empleo de la fuerza en los conflictos internacionales.
Alianza de las Naciones Unidas, 1 de enero de 1942. Churchill fue huésped de Roosevelt durante tres semanas en las Navidades de 1941-42. En ese tiempo pusieron las bases para la victoria y coordinar los esfuerzos de todos los implicados en la lucha contra el Eje. Fue firmado por los 26 países entonces implicados en la guerra y constituía la primera semilla de la ONU.
Operación Torch. En el verano de 1942, Roosevelt y Churchill acuerdan el desembarco aliado en el norte de África. En agosto, Churchill viaja por vez primera a Moscú para informar a Stalin del proyecto.
Conferencia de Casablanca, enero de 1943. Aunque invitado, Stalin no acudió. Allí, Roosevelt y Churchill acordaron que, terminada la guerra en África, desembarcarían en Sicilia e Italia y que la capitulación alemana sería “incondicional”. En Casablanca, ambos reconocieron a De Gaulle y su Francia Libre, como representación oficial de los asuntos de Francia.
Conferencia de Quebec, agosto de 1943. Se reúnen Roosevelt, Churchill y el primer ministro canadiense Mackenzie King. Allí se acuerda la apertura del segundo frente, Francia, con importante aportación de tropas canadienses.
Conferencia de El Cairo, noviembre de 1943. Se reúnen Churchill, Roosevelt y Chiang Kai-shek. Camino de Teherán, prometieron más ayuda a su aliado chino para que sostuviera su guerra contra Japón. China recuperaría sus territorios históricos.
Cumbre de Teherán, noviembre-diciembre de 1943. Primera reunión de los Tres Grandes. Allí comenzaron las excelentes relaciones de Roosevelt y Stalin, en detrimento de Churchill. Se habló de la fundación de la ONU, del aplastamiento de Alemania y del juicio de los criminales de guerra, del desembarco en Francia, de la posesión soviética del territorio polaco ocupado en 1939, de acuerdo con Hitler.
Dumbarton Oaks, agosto-octubre de 1944. Representación a nivel ministerial de EE. UU., Reino Unido, URSS y China, para debatir la organización y funcionamiento de la seguridad colectiva tras la guerra. Pusieron las bases de la Carta de las Naciones Unidas: Consejo de Seguridad, Consejo Económico y Social y Tribunal de Justicia.
Los brindis de Stalin
Anthony Eden, el ministro británico del Foreign Office, le consideraba un negociador invencible: “Era inexorable y sabía donde iba. Jamás pronunciaba una palabra inútil, nunca se enfadaba, apenas se irritaba. Impasible, tranquilo, siempre a media voz, evitaba los eternos
niet de Molotov, que tanto exasperaban. Métodos más sutiles le permitían alcanzar lo que deseaba sin dar pruebas de obstinación” (Anthony Eden,
Memorias).
Evidentemente, un negociador tan temible como éste no podía estar permanentemente borracho en sus almuerzos y cenas de trabajo, siempre rematadas con incontables brindis. Al respecto, Jesús Hernández cuenta: “Uno de los colaboradores de Roosevelt, muy atento a lo que sucedía en la mesa, descubrió el truco de Stalin para mantenerse sobrio pese a los inacabables brindis. El líder soviético, tras servirse un vaso de vodka, bebió la mitad y a partir de ahí fue llenando disimuladamente el vaso con agua.
La afición de Stalin al alcohol tenía lugar en el ámbito privado. En una ocasión, un colaborador suyo, al entrar en su despacho, en donde había estado trabajando toda la noche, recogió un total de ¡siete botellas de vodka completamente vacías!” (
Las Cien mejores anécdotas de la Segunda Guerra Mundial).
Saludos cordiales