Mensaje
por Shindler » Jue Sep 06, 2007 5:43 pm
Hola a todos.
Permítanme compartir con ustedes un coloquio que nos muestra el sentir de varias personas que vivieron en carne propia la cotidianeidad del Tercer Reich y la encrucijada a la cual se enfrentaron, quedarse bajo que consecuencias o irse de Alemania:
El pueblo alemán ¿Apolítico? ¿Leal? ¿Adaptado?
Das III Reich T/1, Pgs.158,159 y160
Sobrevivir bajo la dictadura:
Personalidades contemporáneas del Tercer reich (exiliados, militares y artistas) se reunieron a mediados de Febrero de 1974 en Munich. Hablaron de cómo habían podido sobrevivir.
Todo un pueblo no podía emigrar. Cosa que por otra parte, tampoco deseaba. Ni siquiera todos los enemigos del nuevo régimen abandonaron la patria. Por tanto tuvieron que adaptarse de alguna manera. Incluso haciéndose acreedores al veredicto del escritor Joseph Roth: "Quien esté todavía hoy en Alemania y no se encuentre en un campo de concentración, es cómplice de cuanto ocurra".
Klicker: Punto de partida de nuestra conversación de hoy es, en principio, el caso Rohm. Con él convirtió Hitler el asesinato político en asunto de Estado, erigiéndose a su vez en juez supremo de la nación. La fecha del 30 de Junio de 1934 nos proporciona la primera pregunta: ¿Podría uno servir a semejante régimen de violencia como escritor, funcionario o soldado, sin por ello considerarse cómplice? O, dicho de otra manera, ¿qué alternativas se ofrecían? ¿Quedarse? ¿Callar? ¿Colaborar? Wolfgang Liebeneiner, usted realizó en aquella época películas famosas. Usted fue de los que se quedaron. ¿Qué se proponía?.
Wolfgang Liebeneiner: Nacido en 1905, uno de los actores y directores de escena que más éxito alcanzaron durante el Tercer Reich. Actualmente sigue ejerciendo en Viena.
Liebeneiner: Yo no he considerado nunca mi carrera en el Tercer Reich como una carrera del Tercer Reich, sino como lo que yo pensaba hacer o lo que confiaba lograr. Quería seguir trabajando en el teatro. Dirigir. Deseaba poner en escena una serie de obras y pretendía hacerlo de manera diferente, pero no por motivos políticos, sino simplemente por motivos de estilo.
Walter Mehring: Nacido en 1896, conocido por sus poesías y canciones contra el fascismo en la época de su ascensión. Desde 1922 eligió el exilio como patria.
Mehring: Estilo y política se hallan en estrecha relación.
Liebeneiner: De acuerdo, ambas cosas son expresión de un mismo sentido de la vida.
Klicker: Walter Mehring, usted que ya una vez había emigrado en los años veinte, tuvo en 1933 que hacer la maleta de nuevo. ¿Encuentra palusible que muchos artistas de entonces se quedaran, esgrimiendo idénticos motivos a los que acaba de mencionar Liebeneiner?
Mehring: Eso era,, y es, una cuestión personal. Lenin dijo que una huida al exilio es un voto con los pies. Algo hay de verdad en ello. En mi opinión, el exilio es un duro padecimiento. Con esto queda enunciada tan sólo la parte negativa. Lo positivo era que uno, en el exilio ( y suena un tanto patético), proseguía la lucha y continuaba en la oposición como era habitual en él. Ningún médico puede llegar a un lugar que padece una epidemia y convencerse a sí mmismo de que ya no es médico. tiene que seguir siéndolo, de una manera o de otra.
Klicker: ¿No existe una forma de emigración interior?
Mehring: La emigración interior la ha inventado Kasimir Edschmid. Ignoro qué quiere decir, pero como expresión también a mi me gusta. Mi exilio se inició el 29 de Abril de 1896, el día de mi nacimiento. He nacido y he aprendido a ser emigrante.
Steinberg: Señor Mehring, muchos de sus prominentes compañeros de la escena y del cine, con los que usted alternó hasta 1933, fueron recibidos por Hitler y tomaron el té con él. ¿Cómo juzgó usted esto desde el exilio?
Mehring: Con las palabras que un día dijo Joseph Roth: "Quien esté todavía hoy en Alemania y no se encuentre en un campo de concentración, es cómplice de cuanto ocurra"
Steinberg: Eso constituye un duro juicio contra Liebeneiner.
Mehring: No se ha hecho otra cosa que citar a Joseph Roth. Cita que por mi parte suscribo. Sin embargo, es difícil señalar hasta dónde llega la responsabilidad personal. Todos no podían emigrar.
Liebeneiner: Todos somos responsables, aunque sólo fuera porque nos quedamos aquí y seguimos trabajando.
Zentner: Valga de ejemplo su película sobre Bismarck. No se podía usted figurar que su obra sería usada por la propaganda del Tercer Reich, en el sentido de decir al pueblo: lo que el hombre de Estado Bismarck inició, lo concluirá nuestro fuhrer.
Liebeneiner: Yo intentaba en mi película que cualquiera que estuviese contra esa idea del Estado, sacara la conclusión opuesta de la que sugería la propaganda. Al terminar mi segunda película sobre el Bismarck, con Emil Jannings, en el que al final se expulsa a Bismarck del palacio del Káiser, Goebbels me pidió que surgiera de algún modo la figura del Fuhrer. Pensé, ¿y ahora cómo salgo yo de este apuro? Se me ocurrió hacer decir a Bismarck: Mi obra está hecha, pero es sólo el principio. ¿Quién la terminará?". Me inmaginé que siempre habría algún espectador que pensara "cualquiera menos un tipo como Hitler". En definitiva procuré brindar también una respuesta a los contestatorios. Por lo general sucede que los convencidos ven confirmadas sus ideas y los oponentes no creen que la cosa vaya con ellos.
Klicker: Quiero invitar al diálogo a nuestros dos oficiales. Ni Graf Einsiedel en 1934 todavía alumno de bachillerato, ni el oficial de profesión Ulrich de Maiziére, se plantearon siquiera teóricamente la cuestión del exilio. Señor De Maiziére, antes de empezar este coloquio, me decía que para usted existe una gran diferencia entre lealtad y contemporización.
Ulrich de Maiziére: Nacido en 1912, oficial del ejército del Reich en 1933, terminó la SGM como teniente coronel. Entre 1966 y 1971 fué general inspector de la Bundeswehr (ejército alemán de la postguerra)
De Maiziére: Si participo en este diálogo debo hacerlo desde la base de servidor del Estado. El funcionario, de uniforme o de paisano, está obligado a la lealtad. Puede dar a conocer su opinión dentro del marco que le corresponde, auqnue éste no sea el mismo que el de aquellos que deciden. Puede aceptar las decisiones o marcharse. Pero no puede decir a otras personas, fuera del aparato estatal, si es de otra opinión o cuál sea ésta. La conformidad o contemporización aparece cuando se pliega a la voluntad de sus superiores, de los responsables políticos, contra su personal convicción. Es decir, cuando la diferencia es tan grande entre la política y sus convicciones que en realidad no debería seguir colaborando. Lo importante, y quiero subrayarlo bien, de los funcionarios prusianos y del cuerpo de oficiales hasta muy avanzada la época de Hitler es que fueron leales, pero no contemporizaron.
Klicker: ¿Son compatibles ambas cosas?
De Maiziére: Esa pregunta no puede contestarse de modo genérico, con un si o un no. Yo sólo puedo hablar en nombre de la Wehrmacht. Sus componentes gozaron del privilegio de que no se les exigiese inscribirse en el partido. Tampoco tuvieron que votar; la Wehrmacht se regía por reglamentos propios. El mando, hasta muy avanzada la época nazi, logró preservar a la tropa de toda participación política. En consecuencia, para un oficial joven, como yo era entonces, no fué difícil ser leal.
Heinrich Graf Von Einsiedel: Nacido en 1921, piloto de caza durante la guerra, prisionero en Rusia; se sumó al movimiento del Comité Nacional por una Alemania Libre. Hoy vive como escritor en Colonia.
Graf Einsiedel: Ante todo tengo que expresar mis dudas sobre la lealtad del ejército a la República de Weimar. La República no cayó como consecuencia de la multiplicidad de partidos, sino porque todo el aparato del Estado estaba en manos de gentes que consideraban a la llamada "República de Judíos" como un fenómeno transitorio. El cuerpo de oficiales estaba dominado por la idea de enmendar el Tratado de Versalles y borra la derrota de la PGM. En todo ello había una gran parte de maquiavelismo, capaz de hacer pasar a segundo plano la lealtad, el derecho y la moral.
De Maiziére: Cuando se fundó la República de Weimar, se contaba ya con un buen ejército. Se redujo y reorganizó y transformó en Reichswehr, pero existía con anterioridad. En segundo lugar no hay que olvidar que el pueblo en aquella época era nacionalsocialista, y que ese nacionalsocialismo encontraba más similitud en la idea del Reich que en la de una república parlamentaria. Quiero decir que seguramente no fué leal a la República, pero sí al estado en el sentido del Reich.
Klicker: Me gustaría saber qué piensan nuestros dos artistas sobre esto: ¿Apolítico? ¿Leal? ¿Contemporizador con el nuevo Estado?
Liebeneiner:De todo hubo entre nosotros . Recuerdo una conversación con Gustaf Grundgens, en 1935, cuando llegué al Preussischen Staatsheater. Grundgens, que conocía mi posición crítica al respecto al Tercer Reich, me dijo: Tienes que comportarte lealmente con nuestro jefe, Hermann Goring, que intenta por todos los medios protegernos contra Goebbels. No se puede criticar todo y manifestarlo abiertamente. Sin embargo, con ello no quería decir Grundgens que debíamos contemporizar o conformarnos.
Klicker: ¿Libertad de crítica?
Liebeneiner: ¡Desde luego! Cada uno dentro de su círculo podía dar libremente su opinión. Pero, por lealtad a Goring, no se debía llevar la crítica interna fuera del teatro.
Mehring: ¿Es eso lealtad? Entonces yo fui desleal: yo deserté de la Alemania de Hitler.
Klicker:Para Mehring, al parecer, no existe el menor problema entre lealtad y conformismo. Usted fue sólo leal consigo mismo.
Mehring:Leal sin conformismo, como Carl von Ossietzky.
Zentner:En ese punto entramos en otro tipo de personas. Aquí estamos hablando de funcionarios públicos. Se trata de lealtad, de lealtad del señor Liebeneiner, de la lealtad con respecto a gente que le amparaba y que protegía su libertad personal.
Mehring: ¡A nosotros no!
Zentner:El cuerpo de oficiales fue leal a sus tradiciones y a su idea de honor. Sin embargo, durante el asunto Rohm, fueron ejecutados por los nazis dos generales prominentes. ¿Fué el Reichswehr leal hacia sus camaradas asesinados o consideró a víctimas como el general von Schleicher algo asi como hijos perdidos por haberse mezclado en política?
De Maiziére: Sólo puedo abordar el problema como respuesta a esta pregunta: ¿Cómo se comportó un oficial joven tras el asunto Rohm? Por una parte nos sentimos aliviados ante el hecho de que la insolencia, el terror y las injustas reivindicaciones de las SA se hubieran terminado para siempre. Pero por otra, más allá de la solidaridad con los dos generales asesinados, nos atemorizaba el hecho de que un canciller no hubiera retrocedido ante el asesinato y la violencia arrogándose funciones de juez supremo para resolver cuestiones políticas. Para un oficial joven, el dilema estribó en que, poco después, el comandante supremo del Ejército, el presidente Hindemburg, no estoy seguro si en uso de todas sus facultades, declaraba que todo había sido legal.
Klicker: Graf Einsiedel, entre los jefes de las SA ejecutados se encontraban muchos nobles, ¿Dentro de su familia se registraron igualmente tales recelos respecto a Hitler?
Graf Einsiedel: Desde luego. Sobre nosotros disparaban desde la izquierda y desde la derecha. Por aquella época, el 30 de Junio, vi en Berlín el primer muerto de mi vida. Dos días después nos llegaba la noticia del fusilamiento del mejor amigo de la familia, un jefe de grupo de las SA, tío del actual embajador de la RFA en las Naciones Unidas, Rudiger von Wechmar. Y como consecuencia, aparecieron las distintas reacciones. Mi padrastro, Freiherr von Petersdorf, colgó en nuestra casa un enorme retrato de Hitler. A menudo reunía a la familia y exclamaba: "Fijaos bien qué pequeño y asqueroso parece este tipejo". Pero ello no fué obice para que se reincorporara al servicio militar activo y fuera uno de los condecorados con la Cruz de Hierro en la campaña contra Francia.
Klicker:Walter Mehring, al día siguiente del 3o0 de Junio de 1934, parte de la prensa mundial escribió que aquello representaba el principio del fin de Adolf Hitler. ¿Que pensaron al respecto usted y sus amigos en el exilio?
Mehring:Algunos empezaron a preparar las maletas para volver. Pero yo y otros colaboradores del "Pariser Neues Tagebuch" sabíamos que el asunto Rohm no supondría el fin de Hitler.
Klicker: ¿Y que pensó usted, Liebeneiner?
Liebeneiner: Teníamos siempre ante los ojos el ejemplo de la Revolución francesa y nos decíamos: ahora viene la guillotina, ahora se van a devorar los unos a los otros.
Steinberg: Lealtad es también un término moral. Señor De Maisiére, ¿comprometió usted su lelatad al Estado bajo ciertas condiciones, o iba ésta unida al éxito, a la realización de objetivos concretos?
De Maiziére: No creo que pueda presentarse tal cosa interior en que, en mi opinión, se encontraban muchos alemanes, y voy a explicarla de manera que lo he pretendido hacer ante mis propios hijos. Cuando el nacionalsocialismo llegó al poder en 1933, vivíamos en una atmósfera influenciada por el deseo del éxito y el descontento que producían ciertas debilidades morales del régimen. Para muchos era fundamental, junto con la desaparición del paro obrero, la aprobación oficial del mundo en la Olimpíada de 1936. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, a partir de 1936, iba aumentando cada vez más el malestar por las inmoralidades. Un punto decisivo en esto fué sin duda la Kristallnacht (los cristales rotos) en 1938. La desazón hubiera crecido rápidamente de no haber empezado la guerra. Esta circunstancia dio a las gentes formadas en el sentido alemán de la historia el sentimiento de que debían permanecer unidas y defenderse contra el enemigo común de fuera. Digamos que hubo una provisional contención del malestar popular.
Klicker: ¿Incluso en el interior de la, en principio, victoriosa Wehrmacht?
De Maiziére: Dentro del cuerpo de oficiales se pudo comentar abiertamente el malestar que cundía sin temor a ser denunciado. En 1942, pertenecí a un servicio de la comandancia suprema de la Wehrmacht, en el que trabajaban también Stieff, Graf Stauffenberg y Merz von Quirnheim. Allí discutimos abiertamente en presencia de nuestros asistentes sobre la conveniencia de asesinar a Hitler, hacerle comparecer ante un tribunal o colocarlo bajo el mando de un jefe supremo de la Wehrmacht. Quizá convenga exponer un último pensamiento sobre todo esto. Cuando la gran masa del pueblo alemán, se dió cuenta de la amoralidad de su Fuhrer, el régimen estaba tan establecido que sólo se podía ir contra él de manera individual, con valor y arrojo y peligro de la propia vida. Ese valor lo tuvieron muy pocos ; en otros pueblos en iguales circunstancias, pienso yo, que tampoco hubiesen sido muchos más.
Steinberg: ¿Fué usted conciente de que la guerra había sido programada para servir la imagen del mundo entonces en vigor?
De Maiziére: En principio no. Hitler había pronunciado muchos discursos pacifistas a los que se prestó crédito dentro y fuera de Alemania. Si no me traiciona la memoria, empecé a convencerme de que habría guerra a raíz de la ocupación a Checoslovaquia, es decir, en la primavera de 1939. No saquen conclusión de que un oficial joven desea la guerra, pero naturalmente tampoco la ve llegar con la resolución de no participar en ella.
Klicker: ¿Existió o existe, desde su punto de vista actual, una posibilidad de participar en un sistema totalitario sin necesidad de colaborar en el?
Liebeneiner: Si, existió en el mundo del arte; sobre todo para la gente del teatro y cine hubo siempre un lugar donde se sintieron libres del nacionalsocialismo, de la guerra y de todo. Durante los ensayos, durante las representaciones, se vive en un mundo que no tiene nada que ver con la realidad. Allí se constituye uno su propio imperio.
Steinberg: Hitler dijo una vez que en política los artistas son como Parsifal. ¿Aceptaría usted la imagen para descubrir su papel durante el Tercer Reich, señor Liebeneiner?
Liebeneiner: Cum grano salis. Algo hay de eso.
Klicker: ¿Y usted Graf Einsiedel?
Graf Einsiedel: Yo era un muchacho. Era un piloto apasionado, como otros hoy montan a caballo, o se dedican al montañismo. Visto racionalmente, siempre tuve al régimen de Hitler por una absoluta locura y un crímen.
De Maiziére: He sacado la consecuencia de la época de la dictadura de Hitler, que hiciera lo que hiciera, de una manera o de otra, los oficiales fuimos culpables.
Zentner: ¿Sin excepción?
De Maiziére: Sin una sola excepción. Unos luchamos en el frente creyendo realmente cumplir con nuestro deber, es decir, sirviendo al régimen. Otros se quitaron el uniforme, lo cual es también una forma de culpabilidad, puesto que se negaron a tomar una actitud responsable. Un tercer grupo se inclinó por la resistencia, y la resistencia se pronunció por la muerte del tirano. Sin embargo, estoy seguro de los principios cristianos de Graf Stauffenberg con la decisión de eliminar al Fuhrer. Ello implicaba no sólo la muerte del dictador sino también la de las personas que le rodeaban y que no se habían hecho en la misma medida responsables de su amoralidad.
Zentner: Sin lugar a dudas podemos hoy tachar de criminal al régimen de Hitler. Los hechos hablan por sí mismos y están al alcance de todos. Usted, De Maiziére, es el único que se ha reconocido servidor del Estado. ¿Cuándo estuvo para usted claro que estaba sirviendo a un sistema criminal y qué argumentos le forzaron a seguir colaborando con él?
De Maiziére: La verdad completa sobre la conducta criminal del régimen (muchos no me creerán) la supe después de la guerra en el campo británico para prisioneros. Hasta entonces no había sabido nada de la muerte de millones de judíos. Que el régimen no se podía comparar con un Estado de derecho, lo aprendí en 1942, gracias al trato con oficiales que pertenecían a la resistencia, durante mi paso por la comandancia suprema de la Wehrmacht. Desde allí puede decirse casi que "HUI" al frente. Fui feliz al abandonar la central y volver a un círculo en el que se vivía con arreglo a unas normas morales de conducta.
Steinberg: Una especie de exilio en medio de la tropa.
De Maiziére: En cierto sentido sí.
Klicker: Walter Mehring, ¿Cómo se veía el problema desde afuera? ¿Podía uno hacer otra cosa, si se quedaba, que colaborar y responsabilizarse?
Mehring: Yo no. Como camaradas de la resistencia tuve un gran amigo, hijo de un oficial, Carl von Ossietzky. El se quedó. Sin colaborar. Cayó como un héroe de la resistencia, de la lealtad. Para los que desertamos, la cosa fué más difícil. El exilio no obligaba a nada. Salvo que uno fuera por casualidad escritor y siguiera escribiendo contra la injusticia, contra el crimen, allí donde surgiera, fuera en Alemania, en Francia, en los EEUU o en la Unión Soviética. De esta lealtad tampoco se libra uno en el exilio.
Gracias por estar
"La esclavitud crece sin medida cuando se le da apariencia de libertad."
Ernst Jünger