Hola, amigos. Este tema me había pasado desapercibido en su día y ahora, afortunadamente, observo con alegría que contiene un extracto de un discurso de Hitler (aportado por Francis Currey) que tiene mucho jugo y es, a mi juício, muy importante:
Francis Currey escribió:Discurso pronunciado por Hitler el 12 de abril de 1922 e impreso en el Volkischer Beobachter el 22 de abril de 1922:
"No importa si el judío individual es decente o no. Posee ciertas características que le han sido dadas por la naturaleza y nunca podrá librarse de ellas. El judío es dañino para nosotros... Mis sentimientos como cristiano me inclinan a ser un luchador por mi Señor y Salvador. Me llevan a aquel hombre que, alguna vez solitario y con sólo unos pocos seguidores, reconoció a los judíos como lo que eran, y llamó a los hombres a pelear contra ellos... Como cristiano, le debo algo a mi propio pueblo"
El rápido éxito alcanzado durante los primeros años del partido nacionalsocialista y la toma de conciencia plena de sí mismo que experimenta Hitler, que puede ser situada entre los años 1922 y 1924, van formando a ese Führer que luego reconoceremos ya como hombre de ideas inamovibles e irrenovables. Pero mientras esto sucedía, al principio de todo, Hitler aparenta ser un civil que no se preocupa por la Iglesia, pero que tampoco la rechaza. No se muestra ni como un cristiano convencido ni como un anticristiano firme, sin embargo, fue desarrollando su anticristianismo a medida que su ideal del nacionalsocialismo y de sí mismo se fue formando y asentando. Parece ser una relación proporcional: tanto triunfaba su movimiento y sus ideas se hacían "graníticas" (parafraseando al propio Hitler), tanto tomaba conciencia de sí mismo como el encargado de una misión y la figura de la Iglesia se iba desplazando a un lado, o, mejor, empieza a aparecer como perniciosa. Entre esas ideas graníticas, es de vital importancia para su posterior rechazo a la Iglesia, el desarrollo en su mente de esa doctrina que se ha llamado "sociodarwinismo" (progreso, supervivencia y mejora personal y comunitaria mediante la lucha, a la que sólo sobreviven los más fuertes) la cual es totalmente incompatible con los ideales humanitarios -con esa palabra y en tono muy despectivo los definía Hitler- de la iglesia. Con ello, se observa como el asentamiento en su mente de las teorías sociodarwinistas y el llegar a considerarse a sí mismo un elegido de la Providencia, son dos elementos básicos para explicar, al menos en parte, su desprecio a la Iglesia.
Bien se puede ver en el extracto de discurso que aporta Francis como Hitler se define como cristiano y se nos muestra como creyente, aunque no se conservan testimonios favorables a esta condición ni que nos hablen de un Hitler que acudiera a la Iglesia con más o menos frecuencia (al menos hasta dónde yo sé), así que con el ejemplo que cita Francis surge, a bote pronto, la duda de si estamos ante una de estas dos cosas:
- ante un uso interesado de la fe cristiana en su discurso para afear más aun a los judíos.
- o bien ante un período de ideas todavía poco claras respecto al cristianismo y al mundo en general, donde Hitler se nos aparece como asimilando un nuevo argumento que le reafirma en sus convicciones antisemitas todavía no racionalizadas y que, muy posiblemente, le convence realmente. Estamos hablando del período de formación política e ideológica de Hitler y es muy posible que, en eso momentos, él mismo no tuviera una posición firme ante el cristianismo. Lo que está muy claro es que en ese año, 1922, su nacionalsocialismo distaba mucho de ser para él una religión o una fe.
Yo me quedo con esta última opción, y me atrevería a añadir aun más: sus palabras del discurso de 1922 son un claro y temprano ejemplo de identificación propia con el camino recorrido por Jesucristo:
“(...) aquel hombre que, alguna vez solitario y con sólo unos pocos seguidores, reconoció a los judíos como lo que eran, y llamó a los hombres a pelear contra ellos.”
En esa frase, Hitler se está comparando con Jesucristo; encuentra paralelismos entre la “carrera” de Cristo y la suya, la cual se encontraba en ese momento - tras surgir de la nada- en un período de éxito creciente, al menos regional. Frases y exhortaciones de contenido casi mesiánico, parecidas a esta, empezaron a ser comunes a partir de esa época, la época en la que Hitler comienza a tomar conciencia de sí mismo y, como nos dice Joachim Fest, “a desprenderse de sus ejemplos vivientes y de sus dependencias”. El camino hacia la convicción de ser un elegido de la Providencia acababa de comenzar.
Más tarde, a pesar de que despreciara a la Iglesia, no tuvo más remedio que negociar con ella y tenerla en cuenta, ya que contrariar a millones de creyentes no sería nunca positivo para el gobierno. Una vez en el poder, por tanto, tuvo que acercarse a la Iglesia cuando le convino. Hitler quería dejar fuera de juego lo que él llamaba “catolicismo político”, y por ello, hacia el verano de 1933, se firmó el concordato con el Vaticano, paso que satisfizo y calmó a los obispos tras los disgustos generados por una creciente persecución a la Iglesia. Aquellos eran unos tiempos todavía tempranos (tan sólo unos meses en el poder) para encrespar los ánimos en tan delicado tema, pero también había que silenciar que Alemania se encontraba en la antesala de una de las acciones más despreciables de los primeros años de gobierno: la Ley de Esterilizacón. Nadie en el gobierno dudaba de que semejante programa recibiría el rechazo de la Iglesia, por lo que, estratégicamente, se firmó el concordato con la Santa Sede apenas una semana antes de la aprobación de la nueva ley. Mediante este éxito diplomático, la Iglesia católica empezó a ser “domesticada”. Respecto a la Iglesia protestante, estaba tan sumamente dividida, que el intento hitleriano de hacerles pasar por el aro resultó un fracaso y Hitler pasó a dejar el tema totalmente aparcado.
El Führer tenía muy claro que la Iglesia era un parásito más en el cuerpo del pueblo, aunque hay que dejar bien claro que no suponía una de sus principales preocupaciones. Por encima de ello había otros muchos planes estratégicos, con absoluta prioridad. Aun así, durante la guerra, se decretó en Baviera la retirada de los crucifijos de las aulas de las escuelas. Esta medida provocó un rechazo tal, que hubo de rectificarse y aplazar hasta el final del conflicto la solución del problema de la Iglesia, tal y como pensó Hitler.
Idealmente, la Iglesia cristiana debía desaparecer, quedando su lugar para la nueva fe y visión del mundo del nacionalsocialismo; pero este no era un trabajo sencillo y rápido de desarrollar, ya que sería complicado explicar al creyente que de pronto se iba a quedar sin su fe. Aun en su determinación e implacabilidad, Hitler fue plenamente consciente de ello y supo guardar las apariencias en un tema que, al fin y al cabo, nunca llegó a ser relevante para él.
Un saludo.