El NSDAP

La vida cotidiana en la Alemania del Reich

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ignasi
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El NSDAP

Mensaje por ignasi » Dom Oct 02, 2005 7:42 pm

Como todos sabemos, el NSDAP llevaba consigo una jerarquía pseudomilitar, en la que unicamente importaba el rango (más que la capacidad de la persona).
Pues bien, estos rangos evolucionaron durante la existencia del partido, desde sus oscuros inicios hasta la fastuosidad de pre-guerra.
Aquí intentaré compilar un poco esa organización y sus rangos y distintivos.
Un saludo.

CHARRETERAS Y INSIGNIAS DE CUELLO DEL NSDAP - 1929-1932

Stellenleiter
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Hauptstellenleiter
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Amstleiter
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Stützpunkeiter
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Hauptdientsleiter
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Gauleiter y Reichsleiter
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Lamarmora
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Mensaje por Lamarmora » Lun Oct 03, 2005 5:45 pm

Salve Ignasi


Ma non mancano le insegne degli Ortsleiter e dei Kreisleiter?

Io mi sono fatto una foto con una giacca da Kreisleiter di un mio amico collezionista, le insegne da colletto erano differenti, ed inoltre non aveva le spalline.
Forse era una giacca di gala.
Oppure è dopo il 1932.

Max

WHA
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Mensaje por WHA » Lun Oct 03, 2005 6:50 pm

Lamarmora

Stützpunktleiter=Ortsgruppenleiter

Falta Kreisleiter insigne :wink:

Lamarmora
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Mensaje por Lamarmora » Lun Oct 03, 2005 9:01 pm

Grazie WHA

Io ho chiesto perchè non conosco la suddivisione amministrativa del NSDAP e quindi è per me tutto nuovo.

Max

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ignasi
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Mensaje por ignasi » Lun Oct 10, 2005 4:00 am

CHARRETERAS Y INSIGNIAS DE CUELLO DEL NSDAP - 1932-1938

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También comentar que ya hay un sistema de colores de parche, según el nivel:
REICH - Rojo Carnesí
GAU - Rojo
KREIS - Marrón oscuro
ORSTGRUPPE - Marrón claro
TRIBUNAL SUPERIOR DEL N.S.D.A.P. - Azul

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Mensaje por Francis Currey » Lun Dic 05, 2005 1:24 am

Sellos conmemorativos de la fiesta del partido nazi

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Mensaje por Erich Hartmann » Jue Dic 29, 2005 3:27 am

Breve historia del NSDAP hasta 1923

Los inicios

El Tercer Reich, que se originó el 30 de enero de 1933, nació del Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes, el cual era la propia personificación de Adolf Hitler. El 20 de abril de 1889, su Führer (caudillo) llegó al confiado mundo en Braunau, Alta Austria. A los nueve años cantaba en el coro de la iglesia católica de Lambach, y tiempo después afirmaba que su gran poder vocal se desarrolló cantando himnos. Fue un estudiante mediocre, vago y rebelde, con aptitudes para el dibujo. Por dichas aptitudes se decidió a seguir una carrera de arte. Sus estudios en oratoria no pasaron desapercibidos. August Kubizek, amigo de la infancia, recordaba al joven Adolf practicando retórica en campo abierto. Desde sus días escolares, Hitler fue un fanático nacionalsocialista con un encarnizado odio hacia los demás, sobre todo a las razas eslavas que formaban parte del Imperio austrohúngaro.

Con el propósito de ingresar en la Academia de Arte o en la Escuela de Arquitectura, Hitler se trasladó en 1907 a la cosmopolita Viena, que por entonces albergaba a una gran comunidad judía. Su fracaso en los exámenes de admisión iba a tener consecuencias fatales para el futuro de Europa.

Furioso por aquel rechazo, Hitler también se infectó de antisemitismo y fue presa del odio a los judíos. Un nacionalismo feroz y la consecuente intolerancia hacia otras razas le proporcionaron desde entonces una visión distorsionada de la vida. Su nacionalismo alemán procedía de Fichte, Hegel, Treistshed, Nietzsche y Richard Wagner. Las óperas de Wagner, con su énfasis en la mitología teutónica y germana, tuvieron una enorme influencia en él, a la vez que los escritos del filósofo Nietzsche también le resultaban muy atractivos.

Nietzsche exponía la noción del superhombre (Ubermensch), un ser perfecto de mente y de cuerpo que desdeñaba las leyes y las metas establecidas por el hombre, y sustituía la moralidad por la virtud de la «dureza». De ese modo, Nietzsche ensalzaba las ideas de fuerza y resistencia. Hitler y los nazis se apropiarían y pervertirían más tarde aquellas ideas para crear un estado cruel y totalitario. A los ojos de Hitler, el héroe nórdico alemán era el superhombre arquetípico, pero tenía que ser liberado de las ataduras de la moralidad cristiana, a la que aquel condenaba por sus orígenes judaicos.

En mayo de 1913, Hitler tenía 25 años y se trasladó de Viena a Munich. Por aquel tiempo, según aseguraría más tarde, su carácter estaba formado por completo y fijada su filosofía esencial, aunque materialmente era poco más que un vagabundo, ya que vivía de la venta de sus dibujos. En enero de 1914, la policía de Munich le obligó a volver a Austria porque fue llamado por las autoridades de su país para incorporarse a filas y hacer el servicio militar. En Salzburgo, sin embargo, no pasó el examen médico y se le permitió regresar a Munich. En agosto se unió a las multitudes pidiendo acción contra Rusia y exigiendo un movimiento panalemán contra ésta y Serbia.

El Imperio austríaco había declarado ya la guerra a Serbia tras el asesinato del heredero del trono en Sarajevo. El mes de agosto de 1914, con el estallido de la Primera Guerra Mundial, dio al errabundo Hitler una oportunidad. Se lanzó a ella con una pasión extraordinaria, ya desde aquellos primeros días eufóricos. Rápidamente envió una petición al Kaiser, en la que solicitaba permiso, a pesar de ser austríaco, para alistarse en un regimiento bávaro.

Pasada por alto, según parece, la incapacidad que le había impedido acceder al ejército imperial austríaco, el deseo de Hitler le fue concedido. Sirvió durante la Primera Guerra Mundial, como soldado voluntario de infantería, en la 1.a Compañía del 16.° Regimiento bávaro. Esta unidad era conocida, desde que un coronel la fundase, como Regimiento List. En octubre, el regimiento de Hitler se encontraba en primera línea, frente a la ciudad de Ypres. Por propia elección, cumplió el peligroso cometido de mensajero durante el resto de la guerra, rechazando ascensos más allá del grado de cabo. En 1914 ganó la Cruz de Hierro de segunda clase. En el regimiento se encontraban el teniente Wiedemann y el sargento Max Amann, los cuales llegarían a ser luego importantes miembros del Partido Nazi. En octubre de 1916, Hitler fue herido en el muslo y trasladado a un hospital militar de Berlín. Para restablecerse, se le envió al batallón de reserva de Munich, volviendo a su unidad en marzo de 1917. El Regimiento List participó en la ofensiva de Ludendorff, en abril de 1918, en la que Hitler fue condecorado con la Cruz de Hierro de primera clase por su valor. No se conoce el acto de heroísmo que mereció aquel premio, pero parece ser que capturó a un oficial enemigo y cerca de una docena de soldados. El galardón, para un militar de su rango, era inusual y le destacó como a un distinguido soldado del frente. En la batalla cerca de Ypres fue cegado por gas en octubre de 1918, y enviado al hospital de Pasewaik, en el este alemán, hasta ser dado de alta y trasladado a los cuarteles de Munich en noviembre de 1918.

La Primera Guerra Mundial finalizó el 11 de noviembre de 1918, cuando todavía Munich y Alemania no habían llegado al caos y la revolución bajo la frágil república de Weimar. El Canciller de Alemania era el socialdemócrata Friedrich Eberr, quien se convirtió en Presidente del país en 1919. Bajo las condiciones del armisticio, el ejército fue reducido a una fuerza de 100.000 hombres, llamada Reichswehr.

Alemania estaba lejos de ser un país unido. Por un lado, las tropas disueltas y sus oficiales miraban a la nueva república con disgusto, mientras los socialistas y comunistas fomentaban la revolución, que culminó a principios de enero de 1919, cuando estalló la sublevación espartaquista.

El nuevo ejército de la república decidió defenderse contra el alzamiento. Munich, por ejemplo, bajo la dirección de un gobierno socialista bávaro, fue la primera ciudad en ser inmediatamente aplastada por las tropas del gobierno central con la ayuda de sus aliados Freikorps. Los Freikorps eran grupos de ex soldados con ideología de derechas que se extendieron por toda Alemania después de terminar la guerra. Principalmente eran bandas de hombres embrutecidos, cuya lealtad era sólo para sus comandantes; los Freikorps luchaban por la eliminación de todos los «traidores a la Patria». Suprimieron brutalmente la rebelión espartaquista en Berlín, y luego ayudaron a apagar las chispas que habían prendido en otros lugares de Alemania (irónicamente, los Freikorps luchaban con la aprobación británica y francesa, después de haber peleado contra los bolcheviques en Lituania y Letonia en 1919).
Durante este tiempo turbulento, aparecieron en la escena política dos personas luminarias a las que Hitler eclipsaría. La primera fue Anton Drexler, un insignificante mecánico de ferrocarriles. Parecía un inofensivo hombre con gafas, que trabajó con el Partido de la Patria durante y después de la Primera Guerra Mundial, y cuya aspiración era lograr una paz justa para Alemania. Drexler unió a dos pequeños grupos en el Deutsche Arbeiterpartei, el Partido Obrero Alemán o DAP, en enero de 1919. Era una organización sin otros bienes que una caja de cigarros donde se guardaban las contribuciones. El segundo era un más que siniestro personaje, llamado Ernst Rohm, que podría ser descrito como de baja estatura, grueso, marcado por cicatrices de bala, mejillas rojas y una sonrisa feroz. Era un inconformista, un juerguista lascivo, homosexual y aventurero que, según sus propias afirmaciones, detestaba la normalidad burguesa y se sentía atraído por explotar el caos en que estaba sumida Alemania después de su derrota. Aquella extraña combinación producía una personalidad odiosa que acabaría destruyéndole.

Había permanecido en el ejército después de la guerra, y luchó en el Freikorps de Ritter von Epp para aplastar al gobierno revolucionario de los socialistas bávaros. También era por entonces empleado secreto del ejército para acumular munición y depósitos de armas en la región de Munich destinada a los monárquicos y nacionalistas, y para organizar una unidad política especial de inteligencia en el ejército.

En febrero de 1919, Hitler, un cabo que todavía esperaba licenciarse del servicio, fue seleccionado para recibir en esa unidad una preparación de oficial. Sus profundas convicciones nacionalistas y los prejuicios antisemitas se reforzaron con la instrucción política que recibió durante su aprendizaje. En septiembre de 1919, sus profesores de inteligencia militar le enviaron a investigar aquel pequeño grupo. Las ideas de Drexler atrajeron a Hitler porque él era encarnizadamente opuesto a los «judíos capitalistas» y a la «conspiración marxista» (esas ideas iban a ser la médula de la ideología nazi). Hitler se unió al Partido Obrero Alemán de Anton Drexler en 1919. Drexier escribió confidencialmente a un colega sobre Hitler, describiéndole como un «absurdo hombrecillo» y comentando cómo en tan poco tiempo había logrado ser el miembro número 7 del comité directivo de dicho partido. La posición de Drexler en el mismo estaba amenazada por la enérgica personalidad de Hitler. Después, éste escribiría de Drexler en Mein Kampf: «Toda su persona era débil e insegura, no tuvo la habilidad de utilizar medios contundentes para vencer la oposición a una nueva idea dentro del partido. Lo que se estaba necesitando era a alguien veloz como un galgo, suave como el cuero y duro como el acero». En menos de un año, el «absurdo hombrecillo» llegó a ser la fuerza dominante del partido. Poco después, Hitler había creado el Nacional Sozialistische Deutsche Arbeiter Partei (Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes, NSDAP) que sucedía al DAP.

Para inflar su importancia y su volumen, Hitler falseó el número de sus afiliados, pero el partido necesitaba desesperadamente un pedal de arranque. Ernst Rohm, que era jefe del personal del comandante de la región militar de Munich, optó entonces por apoyar a Hitler, y ambos ayudaron a crecer al incipiente Partido Nazi. Rohm se consideraba fantasiosamente un revolucionario y tenía delirantes ambiciones de crear un ejército revolucionario con él mismo a la cabeza. El vehículo elegido era la Guardia del Interior bávara, la cual poseía clandestinamente armas secretas que Rohm esperaba poder utilizar en su revolución. El gobierno de Berlín, al obtener información sobre las actividades revolucionarias, disolvió aquel y otros grupos militares que se estaban formando en secreto en varios distritos de Alemania. Aquello desbarató las ambiciones de Rohm. El embrionario Partido Nazi de Hitler actuó como un imán y parecía el receptáculo idóneo para su inflado ego (Rohm confiaba en que podría manejar a Hitler a su voluntad y usurpar sus poderes). Le aduló presentándole a personas influyentes como el general Erich Ludendorff, héroe de la Primera Guerra Mundial y nacionalista del ala derecha, y al general Franz Ritter von Epp, comandante de la región militar de Munich. Aquellas presentaciones, lógicamente, dieron su fruto. Hitler y su partido ganaron credibilidad y la ayuda financiera empezó a materializarse. El dinero se suele equiparar al poder, un hecho que Hitler no desaprovechó. Necesitaba pues perfeccionar el programa del partido y su imagen sería la mejor propaganda. Los hombres por entonces estaban acostumbrados a la vida militar, a los uniformes y al aparato que los acompañaba. ¿Qué había más natural sino aprovechar aquellos sentimientos patrióticos que les habían sido inculcados y ardían en ellos durante los cuatro años de carnicería? Hitler optó por la forma femenina del antiguo emblema esvástica y su símbolo, y proyectó el diseño de la bandera nazi, a la que describía como «algo parecido a una antorcha llameante».

Con un mensaje político visual y el creciente apoyo económico, su partido iba haciendo progresos, pero necesitaba una confrontación mayor con sus adversarios públicos para llamar más la atención. Esto ocurrió el 4 de noviembre de 1921. Hitler fue informado de que en el Hoffbrauhaus, el lugar donde iba a dar una conferencia aquella tarde, el ala izquierda de los socialdemócratas y los comunistas iban a tratar de aplastar a su partido. La reunión se celebró, pero durante su discurso estalló el jaleo en el vestíbulo. Hitler describiría más tarde el suceso poéticamente: «El baile aún no había empezado cuando mis divisiones de asalto —así se las llamó desde aquel día— atacaron como lobos. Se arrojaron sobre sus enemigos una y otra vez en grupos de ocho o diez y, poco a poco, empezaron a emplearse a fondo con ellos fuera del vestíbulo. Pasados cinco minutos, apenas podía ver a ninguno que no estuviera cubierto de sangre. Entonces se oyeron dos disparos de pistola y un estrépito salvaje de gritos resonó por todas partes. El corazón casi se alegró con aquel espectáculo que traía recuerdos de la guerra».

Fuente: El Tercer Reich día a día, Christopher Ailsby

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Mensaje por Erich Hartmann » Jue Dic 29, 2005 4:11 am

El nacimiento de las SA

En los primeros días del nazismo, Hitler estaba rodeado de las rudas Sturmabteilung (Tropas de Asalto), que eran en su mayoría antiguos soldados sin trabajo, asiduos de las cervecerías de Munich, como la Torbraukeller, cerca de la Puerta del Isar. Fueron reclutados por Röhm para proteger a los oradores nazis en las concentraciones públicas. Los Camisas Marrones, como se les llegó a conocer, eran seguidores uniformados del partido que hacían las veces de guardaespaldas. Fueron creciendo en número y actuando bajo las órdenes de Röhm más que de las de Hitler.

Por ser pequeño y en cierto modo insignificante, el Partido Nazi necesitaba el oxígeno de la propaganda para mantener su causa. En 1922 ocurrió un incidente que despertó el interés público y que luego llegaría a formar parte de la apología del partido. Las autoridades de la ciudad de Coburgo habían decidido celebrar el Día Alemán, un festival folclórico para animar la vida rural alemana. La situación geográfica de Coburgo se encuentra a unos 120 kilómetros al este de Francfort y a unos 64 km de Schweinfurt. La ciudad tenía una población de 30.000 habitantes aproximadamente, estaba controlada por el marxismo y carecía de todo interés... hasta octubre de 1922.

COBURGO, 14 AL 15 DE OCTUBRE DE 1922

Hitler y su partido fueron invitados al festejo (algo sorprendente por parte de quienes controlaban la ciudad, conociendo su tendencia política), que se iba a celebrar en la localidad de Coburgo, entre el 15 y el 16 de octubre de 1922, el cual le ofrecía la plataforma pública que tan desesperadamente necesitaba para promocionar su incipiente agrupación. Las posibilidades de enfrentamiento político eran altas, pero cuanta más alteración provocara, mayor atención pública atraería. No obstante, tenía que solucionar primero un problema inicial: el medio de transporte para el traslado. Aunque sin fondos efectivos, logró alquilar un tren, y los billetes comprados por casi cada uno de los miembros del partido que viajaban por este medio, cubrieron los gastos. Con lo que prácticamente era la totalidad de su componentes -700, acompañados por una banda de 42 músicos— salió de .Munich en el “tren especial”. La devoción de algunos afiliados nazis era tal, que muchos habían comprado el billete con sus últimos Reichmarks.

Las fuerzas del orden de la ciudad marxista estaban lejos de alegrarse cuando se dieron cuenta de lo que iba a caer sobre el cuidadosamente controlado festival de Coburgo. Se envió a un capitán de la policía para recibir al tren y advertir a los nazis de que no podían entrar en la ciudad enarbolando banderas ni con música de la banda, porque era contrario a lo establecido. El oficial fue ignorado por Hitler, y el Partido Nazi desfiló en formación. Ocho imponentes bávaros que llevaban equipos y medias alpinas salieron de la comitiva y escoltaron a Hitler y a sus hombres de confianza; estos eran Max Amann, Hermán Hesser, Dietrich Eckhart, Christian Weber, Ulrich Graf, Alfred Rosenberg y Kurt Ludecke.

Había corrido la voz de que los nazis se acercaban, y una multitud, compuesta por varios miles de personas, trató de cortar su avance. Uno de sus integrantes marxistas empezó a lanzar proyectiles, provocando una pelea que duró cerca de 15 minutos. Entonces ocurrió algo curioso, porque la muchedumbre comenzó a pasarse a los nazis, los cuales iniciaron la marcha hacia la ciudad. Hitler pronunció una conferencia aquella tarde en el ayuntamiento, a la que asistieron los duques de Coburgo, convertidos más tarde en activistas nazis. El discurso sería ensalzado como uno de sus triunfos y, tras él, furiosas refriegas entre marxistas y nazis se prolongaron durante la noche. Por la mañana, la ciudad apareció llena de pasquines llamando a una «manifestación pública» para expulsar a los nazis. Los marxistas habían dado el primer paso. Hitler agrupó a sus hombres y los condujo a la plaza mayor de la ciudad. Se pensaba que allí se habrían reunido cerca de 10.000 ciudadanos esperando desbaratarlos. En cambio, sólo había unos pocos cientos de comunistas reaccionarios, cuyo bloqueo de la ciudad fue roto antes de que acabara el día. Banderas imperiales adornaban las ventanas, y la marea amenazadora de la muchedumbre fue reemplazada por ovaciones multitudinarias. Los marxistas, debilitados por la derrota, anunciaron que no dejarían salir al «tren especial». Hitler, crecido por su victoria, advirtió que haría prisioneros a los comunistas que encontrara y los llevaría a Munich en el eren. El término hizo efecto y los comunistas capitularon ante las advertencias de Hicler. Este había obtenido su primera victoria decisiva. En los círculos nazis, el suceso entró en la leyenda, y en años posteriores dio paso a la pregunta: «¿Pero estuviste en Coburgo?».

Las concentraciones masivas continuaron. Durante 1922, Hitler organizó un mitin que tendría lugar en las afueras de Munich, con la idea de celebrarlo en los días 27 al 29 de enero del año siguiente. Iba a ser el más multitudinario del NSDAP hasta entonces, con 5.000 hombres de las SA, procedentes de toda Baviera, concentrados en Munich. También se organizaron marchas de las SA y seguidores del partido por las calles de la ciudad, de camino a los mítines masivos.

Aquel Parteitage (Día del Partido) sería trascendental, pues los primeros cuatro estandartes Deutschland Erwache («Alemania despierta») fueron consagrados a lo largo del Campo de Marte con otras banderas del NSDAP. El gobierno, sin embargo, estaba cada vez más inquieto ante los rumores de un Putsch (golpe de Estado), por lo que se publicó un edicto vetando el desfile ceremonial en la calle con banderas y estandartes, además de reducir la mitad de la propaganda de Hitler por todo Munich anunciando el mitin. Enterado de aquellas prohibiciones, Hitler montó en cólera y fue a ver al jefe de la policía de la ciudad, Eduard Nortz. Exigió que fuera retirado el bando, pero Nortz no transigió e insistió en que la orden era inalterable. Hitler gritó al funcionario que el mitin se celebraría del modo proyectado, y que desafiando a la prohibición, marcharía al frente de las SA a través de las calles de Munich. Nortz convocó una sesión del Consejo de Ministros. Fue declarado el estado de emergencia que automáticamente prohibía todas las actividades programadas para el mitin del partido. A Hitler no le quedaba entonces más que una solución: el Reichswehr, que era simpatizante de los nacional socialistas. Acordó, con Rohm y Ritter von Epp, convencer a Lossow, su dirigente en Baviera, para reunirse con él a fin de discutir sobre la situación. Después del encuentro, Lossow declaró al gobierno que consideraba «desafortunada la supresión de la organización nacionalsocialista por razones de seguridad». El bando fue inmediatamente revocado. No obstante, el comisario Nortz solicitó una segunda entrevista con Hitler, en la que le pidió que el número de concentraciones se redujera a 6 en vez de 12, y lo más importante, que la presentación de los estandartes y banderas debería llevarse a cabo en el Krone Circus, y no afuera, en el Campo de Marte. Vagamente, Hitler accedió al requerimiento.


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Mensaje por Erich Hartmann » Jue Dic 29, 2005 4:40 am

EL PRIMER DÍA DEL PARTIDO NAZI

El Parteitage se celebró entre los días 27 y 29 de enero de 1923, bajo el lema Deutschland Erwache. Dos brigadas de hombres desfilaron a través de la ciudad de Munich, y Hitler celebró doce mítines tumultuosos. Declaró que la esvástica sería el símbolo nacional de la futura Alemania. También afirmó: «El espíritu alemán no puede ser roto en estos hombres. Alemania se despierta, el movimiento alemán de libertad está en marcha». Todos los miembros de la agrupación juraron fidelidad al partido y al hombre que iba en cabeza y los guiaba, es decir, a Hitler. Se anunció que aquel movimiento sería el NSDAP. La apoteosis del desfile de los cuatro primeros estandartes Deutschland Erwache con las banderas del NSDAP, originalmente proyectado en el Campo de Marte con el típico ambiente nevado del mes de enero, tuvo lugar al tercer día del Parteitage.

NACIMIENTO DE LAS SS, EN MARZO DE 1923

Hitler comprendió la necesidad de crear una guardia personal de élite más comprometida. No debería ser numerosa, pero sí estar compuesta por hombres de probada aptitud, de sangre nórdica y de buen temple. Debían actuar como guardaespaldas y puntas de lanza, con una incuestionable lealtad a su caudillo. Deberían protegerle a él y a importantes miembros de su partido mientras viajaban sin descanso por Alemania promoviendo la causa nazi. Los Camisas Marrones quedarían para enfrentarse a la violencia con violencia, pero actuando bajo las órdenes de Rohm, cuando intervenían en algún conflicto. Muchos de los SA eran antiguos integrantes del Freikorps, y estaban acostumbrados a ser leales a su jefe inmediato. Si bien en lo que a Hitler concernía eran poco fiables; cumplían en las situaciones de corto plazo, pero para el futuro necesitaba una fidelidad total de guardia pretoriana. Esa guardia sería más tarde la Schutzstaffel (Brigadas de Defensa), las SS.

En marzo de 1923, la inicial SS se componía de sólo dos hombres —Josef Berchtold y Julios Schreck— quienes se llamaban a sí mismos Stabswache (Brigada del Estado Mayor). Dos meses después se sumó una nueva unidad, la Stosstrupp Adolf Hitler, dirigida por Josef Berchtold. En agosto de 1923, Heinrich Himmler, su futuro líder, se unió al NSDAP.

Para el otoño de 1923, Hitler había hecho ya del Partido Nazi un núcleo de oposición al Gobierno de Berlín, pero entonces cometió un grave error tratando de enfrentarse al poder por la fuerza en vez de emplear medios institucionales. Había visto a Mussolini alcanzar el dominio en Italia, en octubre de 1922, marchando sobre Roma, ¿por qué, pues, él no podía hacer lo mismo? Quizá no solo, como un líder de las fuerzas del ala derecha, pero sí como parte de un pequeño grupo que incluiría a Ludendorff, un notable antirrepublicano y héroe de la derecha.

Las circunstancias parecieron favorecer un golpe contra el Gobierno de Weimar: Alemania estaba al borde de la bancarrota, un hecho al que no ayudó la crisis mundial de 1921. Incumplió los pagos de indemnizaciones de guerra (una de las odiadas cláusulas del Tratado de Versalles), obligando a los franceses, en enero de 1923, a la ocupación del Ruhr, el centro industrial del país, lo cual actuó como un catalizador para destruir el valor de la moneda alemana. Se echó la culpa a los «criminales de noviembre», aquellos que habían firmado el Tratado de Versalles, y a los comunistas especuladores y socialdemócratas que habían traicionado al ejército durante la Primera Guerra Mundial –la teoría de la puñalada por al espalda- y a quienes todavía trabajaban por la caída de Alemania. Todos los malditos cuentistas, pero muy populares, ex soldados y soldados en servicio, y la enorme acumulación de resentimiento antisemita y antidemocrático que existía en Alemania por entonces. Para Hitler y la derecha eran tiempos propicios para tomar el poder por la fuerza de las armas, restaurar el orgullo alemán y ocupar un lugar en el mundo.

Desafortunadamente, los acontecimientos conspiraron contra los nazis. El 23 de octubre fue sofocado un alzamiento comunista en Hamburgo y, a finales de aquel mes, la Reichswehr había derrotado a los comunistas en los gobiernos de los estados de Sajonia y de Turingia, Esto rebatía a los conjurados de Munich la excusa de la amenaza comunista. En cuanto a Hitler, la suerte estaba echada: el golpe seguiría adelante.

La víspera del golpe de Estado del 9 de noviembre, Gustav von Kahr, cabeza del Gobierno bávaro, pronunció un discurso en el Bürgerbmukeller (Kahr era simpatizante de la derecha y Hitler trató de atraerle a su causa, pero él había puesto una excusa y retirado su ayuda). Inadvertidos, Hitler, Max Amann, Alfred Rosenberg y Ulrich Graf ocuparon un lugar en la sala. Cuando llevaba hablando algo más de un cuarto de hora, 25 Camisas Marrones irrumpieron en la sala. En ese momento, Hitler se levantó de un salto, disparó un tiro hacia el techo y gritó: «La revolución nacional ha empezado. Este lugar ha sido ocupado por 600 hombres armados. Nadie puede salir. Los gobiernos bávaro y del Reich han sido disueltos y se ha formado un gobierno nacional provisional. Los cuarteles del ejército y de la policía han sido ocupados. Tropas y policías marchan sobre la ciudad con la bandera esvástica»



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Mensaje por Hans Hube » Jue Dic 29, 2005 9:00 am

Otro apunte del putsch es que cuando Hitler lo pronuncio, Ludendorf corrio a abrazarle. Ludendorf pensaba que Hitler queria restaurar la monarquia
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Mensaje por Eckart » Jue Dic 29, 2005 11:50 am

Hans Hube escribió:Otro apunte del putsch es que cuando Hitler lo pronuncio, Ludendorf corrio a abrazarle. Ludendorf pensaba que Hitler queria restaurar la monarquia
Hola Hans Hube!
Realmente, en el momento en que Hitler inició el famoso putsch, Ludendorff no estaba presente. Este llegó minutos después de que Hitler interrumpiera el discurso de von Kahr y anunciara la "revolución nacional". Ludendorff se limitó a aportar su respetable y fiable presencia en apoyo del putsch. Su excesiva buena fe y confianza en la palabra de los oficiales alemanes le llevó a dejar salir de la sala a los hombres de gobierno de Baviera (Kahr, Lossow y Seisser) y provocar sin querer que el golpe fracasara.

Saludos.

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Mensaje por Erich Hartmann » Vie Dic 30, 2005 5:57 am

EL PUTSCH DE MUNICH

La mayor parte de lo que dijo Hitler fue una fanfarronada, pero la audiencia no lo sabía. Llevó a Kahr, al general Otto von Lossow y al coronel Hans von Seisser a un lugar aparte y les dijo que debían unírsele en el nuevo gobierno, junto al general Ludendorff. Luego regresó precipitadamente y declaró a la formidable audiencia que habían acordado formar con él un nuevo gobierno. Con un exaltado sentimiento de euforia regresó junto a los tres hombres, cuando apareció el general Ludendorff. Este, ignorante de lo ocurrido, estaba furioso de que todo aquello se hubiera hecho utilizando su nombre sin su permiso. Pero apoyó las bases generales de lo que se había convenido y estuvo de acuerdo con Hitler. En unión evidente, entraron en la sala. Fue entonces cuando Hitler cometió uno de otros muchos errores: salió del recinto para intentar detener un altercado que se había producido entre ingenieros del ejército y soldados de la SA. Todo el mundo abandonó la sala, incluidos los generales. Al mismo tiempo, la Reichskriegsflagge, la Bandera de Guerra del Reich, otra organización del ala derecha, estaba celebrando un «acto social» en el sótano de la cervecería Augustiner, donde Ernst Rohm, su líder, había ordenado apoderarse del antiguo Ministerio del Reichswehr, en la Leopoldstrasse.

KAHR SE RETRACTA

Lossow regresó a su cuartel general y comenzó a reunir a las tropas de las guarniciones de la periferia. Kahr denunció públicamente todo el episodio, lo cual podía haber provocado el fracaso del Putsch. Ludendorff, sin embargo, estaba profundamente comprometido y convenció a Hitler para llevar adelante el golpe de Estado. Como coincidía, por cierto, con el 124 aniversario del llevado a cabo por Napoleón en Brumario, Hitler reclutó a 2.000 hombres para ayudarle a derrocar al Gobierno del estado bávaro. A media mañana del 9 de noviembre, se formaron en fila y empezaron a marchar hacia el puente Ludwig, dirigiéndose al centro de la ciudad. Al frente de la columna marchaba Hitler con Ludendoff, Max Erwin von Scheubner-Richter y Ulrich Graf, a un lado, y el doctor Christian Weber, Gottfried Peder y el coronel Kriebel al otro. Julius Streicher, agitador nazi que había vociferado con la multitud en la Marienplatz, se unió a la segunda fila. Rosenberg y Albrecht von Graefe, representantes de los nacionalistas del norte alemán, que habían acudido al llamamiento de Ludendorff, marchaban con el resto muy ofendidos. Detrás de los líderes avanzaban tres unidades en columnas de cuatro en fondo. A la izquierda iban cien guardaespaldas de Hitler, con cascos de acero y armados con carabinas y granadas «puré de patata». A la derecha, iba la Bund Oberland, una organización paramilitar que había pertenecido antes al Freikorps, y en el centro marchaba el curtido regimiento SA de Munich. Himmler, que llevaba la bandera imperial de guerra, encabezaba la columna Reichskriegsflagge. Seguía detrás un variopinto grupo de hombres, algunos con el uniforme o los restos andrajosos del de la Primera Guerra Mundial, y otros con ropas de trabajo o trajes de chaqueta. Los cadetes de la Escuela de Infantería, elegantes y ultramilitares, iban flanqueados por estudiantes, tenderos, hombres de negocios de mediana edad y algunos desvergonzados oportunistas. La única marca común a todos ellos era el brazalete con la esvástica en el brazo izquierdo.


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Mensaje por Erich Hartmann » Lun Ene 02, 2006 4:10 am

LA FARSA

Desde la Marienplatz, giraron a la Residenzstrasse en dirección a la Odeonsplatz. Más allá, en lo que fue el antiguo Ministerio de Guerra, estaba Ernst Rohm, impotente, rodeado de la caballería de asalto. Al final de la calle, se encontraba la policía, en posición con las carabinas. En la calzada sólo había espacio para ir de ocho en fondo. Hitler abrazó a Scheubner-Richter, preparándose para el enfrentamiento.

A Ludendorff no le tocaron: iba sumamente seguro de que nadie le dispararía. Los participantes pedían a los policías que abrieran fuego los primeros. Algunos dijeron que Streicher gritó: «¡Ludendorff! ¡No disparéis a vuestro general! ¡Hitler y Ludendorff! ». Otros que fue Graf el que gritó. De todas formas, la policía disparó. Ludendorff estaba ileso y seguía avanzando. Scheubner-Ritcher cayó al suelo, fatalmente herido, arrastrando a Hitler con él y dislocándole el hombro izquierdo. El guardaespaldas de Hitler, Ulrich Graf, le cubrió con su cuerpo y recibió once balazos. Kart Neubauer, el asistente de Ludendorff, cayó muerto con un disparo en la cabeza. Como Hitler seguía tirado en el suelo, y pensando que había sido alcanzado en el costado izquierdo, los camaradas trataron de cubrirle. En total, dieciocho hombres yacían muertos en la calle, de ellos catorce eran seguidores de Hitler y cuatro eran policías estatales (todos, por cierto, más o menos simpatizantes del nacionalsocialismo).

El gentío que los seguía sólo oyó detonaciones en la parte de delante, pero entonces se extendió el rumor de que Hitler y Ludendorff habían sido asesinados. Los golpistas huyeron; la multitud, presa del pánico, se dispersó. Hitler, acompañado por un eminente y joven médico local, jefe del cuerpo médico de las SA en Munich, pudo escapar sin problemas. Con Max Joseph Platz, llegaron por fin al viejo Selve gris de Hitler, y el doctor Schultz le ayudó a entrar en él. Tras seguir varias rutas de escape, y como aumentaba el dolor del hombro dislocado de Hitler, se refugiaron en la casa de campo de Ernst Hanfstaengl, en Uffing, a 59 kilómetros de Munich. (Ernst Hanfstaengl era el único miembro literato del círculo íntimo de Hitler; de gran estatura y un bromista empedernido, se convirtió en una especie de bufón de corte para el Führer, antes y después de que este llegara al poder. Finalmente cayó con él y tuvo que marcharse a Estado Unidos para salvar la vida.)

Göring, también herido, fue llevado en otro coche, conducido por su mujer, a través de la frontera austroalemana. Rohm se rindió en el Ministerio de Guerra dos horas después. El Putsch acabó en un fiasco: las bases del partido entregaron las armas, se identificaron ante la policía y volvieron a sus casas, si bien los líderes fueron arrestados. Himmler regresó a Landshut, donde vendía espacios publicitarios en el Völkischer Beobachter (El Observador Racial, periódico oficial del Partido Nazi).

EL VÖLKISCHER BEOBACHTER

El periódico había sido en principio una hoja semanal de chismorreo social, pero inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial se volvió más antisemita. Como la economía de Hitler había crecido, y con la ayuda de Hansfstaengl, fue convertido en un diario. El redactor jefe era el experto racial Alfred Rosenberg, que llenó sus columnas con literatura antisemita. Exaltaba a la raza nórdica y lanzaba cáusticos ataques contra la «infrahumanidad de color». El tesorero del Völkischer Beobachter, Max Amann, era el gran rival de Rosenberg, y a menudo se peleaban por los contenidos editoriales. Rosenberg quería politizar a los lectores enfatizando el estilo de vida de los nazis, mientras que Amann estaba sólo interesado en recaudar dinero para el partido. Después del Putsch de Munich, publicó un titular en la primera página proclamando el «triunfo de Hitler». La tirada costó ocho billones de marcos, reflejo del estado de la moneda alemana en aquel momento.


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Mensaje por Erich Hartmann » Lun Ene 02, 2006 4:23 am

EL VETO A LA NSDAP

El Putsch de la cervecería de Munich murió con los hombres que cayeron en las calles. A pesar de que fue un fracaso, Hitler no lo consideró así, sino más bien un éxito por lo que, en el fondo, había conseguido. Había creado mártires, y él necesitaba mártires. La bandera roja, blasonada con una esvástica negra sobre un círculo blanco, que había sido enarbolada como emblema y marca de reclamo a la cabeza de la marcha, se convirtió en otro de los inventos de la propaganda nazi que caminaban sobre la fina línea divisoria entre lo ridículo y lo auténticamente eficaz. Su proscripción la convirtió en sacrosanta por la sangre de los mártires del Putsch. Llegó a ser el símbolo del partido, así como la primera bandera del movimiento nazi.

El mismo día del fallido golpe, el Comisario General del Estado emitió una orden que disolvía el NSDAP y estipulaba severos castigos para todo el que siguiera llevando alguna actividad del partido. Las SA y la Stosstrupp Adolf Hitler quedaron prohibidas. Röhm fue uno de los procesados. Aunque se le encontró culpable de actos de traición, fue puesto en libertad pero expulsado del ejército. Poco después se marchó a Bolivia como instructor militar. Berchtold, el jefe de la Stosstrupp Adolf Hitler, consiguió escapar a Austria y se estableció allí como exiliado. Al día siguiente, la policía registró la sede del NSDAP en la Corneliusstrasse y confiscó todo lo que cayó en sus manos. Durante aquel difícil período para el movimiento nazi, Julius Streicher hizo cuanto pudo por mantener la unidad en el vetado NSDAP. Para eludir la prohibición formó un nuevo partido, el Völkischer-Freiheits-Bewegung. También fundó su propio periódico en 1923, llamado Der Stürmer (El Detractor). Aseguraba que era el único periódico leído por Hitler de cabo a rabo. Uno de sus «éxitos» más notables fue el descubrimiento de que Jesús no era judío.

Después del Putsch, Streicher trabajó como maestro, aunque muchas veces chocaba con sus superiores, por decirlo de algún modo, ya que insistía en que sus alumnos le saludaran cada mañana diciendo «¡Heil Hitler!». En muchos aspectos era el arquetipo del nazi: brutal, violento y sádico, y defendía el uso de la fuerza como solución a cualquier problema. Probablemente enajenado, después de la guerra fue procesado en Nuremberg, hecho que denunció como «un triunfo para el mundo judío». Declarado culpable, y condenado a muerte, sus últimas palabras en el patíbulo fueron: “¡Heil Hitler!”.

LA DERROTA

El Partido Nazi había sido vencido, y estaba desorientado, sus líderes en prisión o lejos, en el exilio. Aparentemente, el Gobierno de Weimar había ganado. La organización tenía 70.000 afiliados en Baviera antes del Putsch, pero a mediados de julio de 1925 se habían reducido a 700. La mayoría de los miembros iniciales habían sido fervientes seguidores de las ideas del Volkisch, que propugnaban la defensa de la cultura alemana y la eliminación de la influencia de otros pueblos. Este movimiento predispuso el punto de partida ideológico del nacionalsocialismo.

Hitler escribió en Mein Kampf: «Las ideas básicas del movimiento nacionalsocialista son Völkisch y las ideas Volkisch son nacionalsocialistas». No obstante, se empeñaba en recalcar que los nazis eran distintos a los numerosos grupos de opinión que existían, debatiendo los puntos esenciales de lo que significaba Völkisch en aquel momento.

El programa del partido nazi, que contenía 25 puntos, proporcionaba un ejemplo de aquellas ideas Volkisch.

El punto número 1 abogaba por la unión de todos los alemanes en una gran Alemania; el número 8 impedía toda inmigración que no fuera alemana; el 19 defendía la sustitución del derecho romano, que era materialista, por el «derecho alemán»; y el punto número 23 manifestaba que los periódicos debían ser de propiedad alemana.

Aunque en apariencia el partido había sido deshecho, muchos miles de personas creían todavía en aquellos principios, por lo tanto sería relativamente fácil reconstruir la base de su poder. No podía dejar de desestimarse la labor emprendida por los nazis veteranos tras las secuelas del Putsch. Y en efecto, el período llegó a ser conocido como el Kampfzeit («tiempo de lucha»), que luego fue descrito como una época de héroes y grandes hazañas. Y pasado ese tiempo, donde también se incluía el anterior a 1923, llegó el Alte Kämpfer («viejos luchadores»), quienes después serían venerados por su papel en el nacimiento del nacionalsocialismo. Cuando Hitler llegó al poder, a los viejos luchadores se les dio preferencia en los puestos de la burocracia nazi, y a los que fueron heridos en los enfrentamientos con los comunistas en las calles, se les otorgaron los mismos privilegios que los concedidos a los mutilados de guerra.

Así se creó el mito del Putsch de Munich que impulsó a Adolf Hitler a la escena nacional. Como él mismo afirmaría: «Lo mismo que una explosión, nuestras ideas se extendieron por toda Alemania». Fue un suceso casi ridículo y había dado pocas oportunidades de éxito, incluso con el glorificado Ludendorff a bordo (cruzó los cercos policiales el 9 de noviembre, y los agentes ladearon las armas en señal de respeto). Hitler también aprendió una valiosa lección: que no conseguiría el poder político mediante la acción directa, sobre todo sin el apoyo de las fuerzas armadas. Debería lograr la victoria política ganándose a las masas, consiguiendo luego el apoyo de los grandes industriales. De esa forma, podría alcanzar el poder a través de procedimientos legítimos.


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Mensaje por Eckart » Jue Ene 05, 2006 8:41 am

Esta es lista de los 16 "mártires" del 9 de Noviembre. Hay que destacar que 14 de ellos murieron en el tiroteo del Feldherrnhalle y que otros dos, miembros de la Reichskriegsflagge, murieron durante el asalto de Röhm al Ministerio de Guerra Bávaro:

Muertos en el asalto al Ministerio de Guerra Bávaro:
-Felix Allfarth
-Wilhelm Ehrlich

Muertos en la marcha al Feldherrnhalle:
-Andreas Bauriedl
-Theodor Casella
-Martin Faust
-Anton Hechenberger
-Oskar Koerner
-Karl Kuhn
-Karl Laforce
-Kurt Neubauer
-CIaus von Pape
-Theodor von der Pfordten
-Johann Rickmers
-Max Erwin von Scheubner-Richter
-Lorenz Ritter von Stransky
-Wilhelm Wolf

Y estos son los cuatro policías que fallecieron y que actualmente tienen una placa conmemorativa sobre el pavimento de la Odeonplatz, frente al Feldherrnhalle:

-Friedrich Fink
-Nikolaus Hollweg
-Max Schobert
-Rudolf Schraut

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Saludos.
Última edición por Eckart el Dom Nov 18, 2007 1:08 pm, editado 1 vez en total.
«El conocimiento es mejor que la ignorancia; la historia es mejor que el mito».
Ian Kershaw

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