Los Saboya: El ocaso de la monarquía en Italia

Los juicios de Núremberg, las nuevas fronteras

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Los Saboya: El ocaso de la monarquía en Italia

Mensaje por Erich Hartmann » Dom Jun 11, 2006 9:29 pm

Artículo de David Solar aparecido en la revista La aventura de la historia, en su número de junio de 2006


Los Saboya: El ocaso de la monarquía en Italia

En junio de 1946, los italianos votaron en referéndum en favor de la república y en contra de la monarquía: Humberto II tuvo que partir hacia el destierro. DAVID SOLAR narra el fin de los Saboya, cuyos primeros pasos hacia el exilio los dio el rey el día que otorgó el poder a Mussolini

Mi salida de Roma fue, sin duda, un error. Creo que sería mejor volverme atrás. La presencia en la capital de un miembro de mi Casa en un momento tan grave la considero indispensable", le comentó el príncipe Humberto de Saboya al general Puntoni, ayudante militar de su padre, Víctor Manuel III. Anochecía el 9 de septiembre de 1943 y la familia real, junto con lo que quedaba del Gobierno de Badoglio, fugitivos de Roma, esperaban en Pescara la llegada de un buque que les trasladarse a Brindisi, lejos del alcance de los alemanes.

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Humberto II de Saboya

El príncipe ya había tenido reparos la noche anterior, antes de la huida. Re- consideró la situación cuando la duquesa de Bovino, que les hospedó en su palacio de Pescara, se extrañó de que ningún Saboya hubiera permanecido en Roma, sosteniendo la moral de la población, que acababa de quedar indefensa en manos de los alemanes. Los reparos de Humberto fueron vencidos por las lágrimas de su madre, la negativa de su padre y la orden del mariscal Badoglio:

-Mientras el príncipe lleve uniforme, tendrá que atenerse las órdenes y éstas son que embarque en la fragata Baionetta y salga hacia Brindisi con su familia y el Gobierno.

Tres años después, Humberto II de Saboya, que había ceñido la corona apenas durante un mes, tuvo mucho tiempo para meditar aquellos acontecimientos, camino del exilio. ¿Qué hubiera ocurrido si él se hubiese quedado en Roma en septiembre de 1943, pechando con la ocupación nazi en vez de refugiarse en el Sur?

La continuidad monárquica se había jugado durante la primavera de 1946 y los Saboya habían perdido la partida. Víctor Manuel III, había abdicado el 9 de mayo, tratando de salvar a la dinastía; horas después, él se había proclamado "Humberto II rey de Italia". Pero la corona se tambaleaba en su cabeza, porque el 2 de junio de 1946 se celebraría un referéndum sobre el sistema de gobierno que el pueblo italiano deseaba tras la inmensa crisis suscitada por el fascismo y la Guerra Mundial: ¿monarquía o república?


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Mensaje por Erich Hartmann » Lun Jun 12, 2006 7:13 pm

La última resistencia

En unas elecciones celebradas sin incidentes de relieve, votó el 80% del electorado: el 54% lo hizo a favor de la república y el 46%, por la monarquía. Días antes, Humberto había escrito al jefe de Gobierno, Alcide de Gasperi, asegurándole su lealtad al deseo del pueblo y su aceptación del resultado, pero al final trató de aferrarse al trono: el 10 de junio, el presidente del Tribunal de Casación le presentó los resultados y Humberto II le replicó que se reservaba su decisión y que, en cualquier caso, la Corte Suprema no podía "proclamar la república, sino solamente anunciar el resultado de la votación, que podría impugnarse si hubiera motivos". La resistencia del Rey puso en pie de guerra a sus partidarios en el sur, sobre todo en Nápoles y Tarento, donde provocaron importantes disturbios. Fue un pulso violento pero breve. El Gobierno provisional autorizó al primer ministro, el cristianodemócrata de Gasperi, vencedor de las legislativas, a asumir la presidencia provisionalmente, hasta que la Asamblea Constituyente se reuniera el día 25 de junio. La causa monárquica no tenía ya defensa, por lo que Humberto emitió un comunicado en el que protestaba por la "arbitraria" actuación del Gobierno que le había colocado en la alternativa de sublevar al pueblo o marcharse. En aras de la paz y de evitar nuevas luchas a Italia, optaba por irse a la espera de que la Justicia sancionara el resultado de las elecciones, tras haber examinado las diversas impugnaciones pendientes. No tuvo que esperar mucho: el Tribunal de Casación anunció el 18 de junio que la república había sido votada por 12.717.923 electores; y la monarquía, por 10.719.284, resultando nulos 1.498.136 sufragios. HumbertoII de Saboya se convertía en "el rey de la primavera", en el último de la casa de Saboya.

La monarquía italiana, forjadora de la unidad del país en 1861, con Víctor Manuel II de Saboya como rey dejaba paso a la república, ochenta y cinco años después. Los últimos Saboya no se habían ganado el aprecio de sus súbditos, resultando defraudadas sus esperanzas incluso entre el electorado conservador del sur.


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Mensaje por Erich Hartmann » Mar Jun 13, 2006 9:38 pm

El rey soldado

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Víctor Manuel III

A Víctor Manuel III (Nápoles, 1869-Alejandría, 1947) se le denominó El rey soldado, aunque no tenía ni aspecto ni carácter de militar. Era de corta estatura, escurrido de carnes y su rostro, bajo un gran mostacho, solía lucir una sonrisa suavemente maliciosa. Quizás le llamaron así porque le encantaba vestir de uniforme y porque durante su reinado Italia libró una guerra tras otra. Había accedido al trono en 1900 y, en 1912, Italia se lanzó a la aventura colonial.de Libia, que si fue fácil de arrebatar al Imperio Otomano, costó a los italianos ímprobos esfuerzos, porque los libios no tenían interés alguno en cambiar una dominación por otra. Más comprometida, cara y sangrienta fue su segunda empresa militar. Italia, vinculada a Alemania y Austria por la Triple Alianza, no se lanzó a la Gran Guerra a su lado, sino que optó, vendiendo caros sus favores, por vertebrarse en la Triple Entente y atacar a Austria. En esa decisión intervino la voluntad real, cuyas simpatías hacia la Entente eran indisimulables.

Pudo jugar, sin duda, un relevante papel diplomático en los años de la guerra, pero dejó en Roma como lugarteniente a su tío Tomás de Saboya, vistió el uniforme militar y se fue a la frontera con Austria, donde se libraba la guerra. Estaba convencido de que sus incesantes viajes tras las líneas del frente levantaban la moral de la tropa, extremaban el celo de los jefes y servían de ejemplo a todos: el Rey está en la guerra, sufriendo penalidades como cualquiera de sus soldados. Al comienzo pudo ser así; al final se convirtió en una molestia, pues requería vigilancia y atención continuas y la explicación de mapas y de operaciones sólo para satisfacer su curiosidad.

Sin embargo, el Rey tuvo un momento estelar tras el desastre de Caporetto, en el otoño de 1917. Víctor Manuel III destituyó al general Cadorna, designó otro jefe y convenció a sus aliados de que lograrían restablecer la situación. Así sucedió: en noviembre de 1918, Roma obligó a Viena a firmar el armisticio.

Terminada la guerra, Italia sufrió una grave crisis social y económica, incrementada por sus pérdidas humanas: 685.000 vidas y 1.800.000 heridos, y favorecida por el decepcionante beneficio territorial que le reportó la victoria. La opinión pública clamó: "Pírrica victoria", "Victoria mutilada", "Italia traicionada".

La crisis fue manejada por sindicatos y partidos marxistas fortalecidos por la guerra y activados por la revolución bolchevique en Rusia. Huelgas salvajes, y ocupación de fábricas y tierras se convirtieron en noticia cotidiana entre 1919 y 1922. Entonces llegó Benito Mussolini.


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Mensaje por Erich Hartmann » Vie Jun 16, 2006 4:43 am

La Marcha sobre Roma

Hijo de un obrero metalúrgico y de una institutriz, maestro de profesión y con 39 años de edad en 1922, Mussolini se había distinguido en los años anteriores por su radicalismo nacionalista, unido a ciertas ideas reformistas de contenido social. Era un orador apasionado que arrastraba a las clases medias urbanas, a los pequeños propietarios agrarios y a los obreros del campo meridional. En 1919 fundó los Fasci Italiani di Combattimento, organización de activistas armados y uniformados con camisas negras, que se dedicaron a apalear a sindicalistas, socialistas y huelguistas por los campos y ciudades de Italia. La izquierda les odiaba y la policía les temía, pero muchos propietarios les vieron como tabla de salvación frente al caos.

En 1921, Mussolini fundó el Partido Nacional Fascista y comenzaron a llamarle duce, jefe, nombre que hizo fortuna. La osadía del nuevo partido compensaba su falta de cuadros y de seguidores: ante la huelga general del verano de 1922, Mussolini presentó un ultimátum al Gobierno: si no actuaba contra los huelguistas, las escuadras fascistas se encargarían de restablecer el orden.

El 24 de octubre, Mussolini reunió en Nápoles una concentración fascista que clamaba: "¡A Roma a Roma!", aun antes de que comenzara a hablar. El Duce exigió el poder: "O nos entregan el Gobierno o lo tomamos, cayendo sobre Roma". Evidentemente, no se lo dieron y Mussolini ordenó a sus camisas negras que se pusieran en marcha el día 27, viernes. En general, hallaron libre el camino y comenzaron a alcanzar los arrabales de Roma el día 28; al caer la tarde del sábado se asegura que ya eran más de 25.000. En la ciudad existía temor ante posibles disturbios, pero la guarnición -unos 12.000 hombres bien equipados- se hubiera sobrado para rechazarlos. El general Badoglio declaraba esa noche que sólo necesitaba una orden y quince minutos para dispersar a los camisas negras.

El domingo, 29 de octubre, la concentración fascista alcanzaba ya los 40.000 hombres. Parecía, sin embargo, que había muchas dudas entre ellos y Mussolini seguía en Milán, con un ojo en Roma y otro en la frontera, por si iban mal las cosas. La crisis se resolvió en la tarde del domingo. El Rey, en vez de conceder poderes especiales al primer ministro y ordenar la intervención del ejército, llamó a Mussolini, que llegó a Roma al día siguiente. En aquel momento crucial prescindió de su habitual violencia y arrebatado verbo y se condujo con estudiada sensatez y mesura. La mañana del martes, 31 de octubre de 1922, se presentó ante el Rey vestido con un severo traje civil, gesto educado y una lista de Gobierno que pedía los Ministerios de Interior, Exteriores, Justicia y Finanzas; el resto se lo entregaba a los liberales.

Los temores romanos a la marcha fascista estaban sobredimensionados: no hubiera podido entrar en la capital si el Rey hubiera decidido detenerla, pero el sistema de gobierno liberal era tan débil desde 1920 que cualquier empellón lo hubiera derribado. El órdago fascista lo consiguió con la aquiescencia del Monarca.


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Mensaje por Erich Hartmann » Mar Jun 20, 2006 10:16 pm

Días de hierro y oro

Durante los años siguientes, el Rey tuvo algunos momentos en que hubiera deseado volverse atrás, pero, en general, Mussolini le procuró más alegrías que disgustos. El Duce impuso el monopolio del partido fascista y eliminó a las demás formaciones políticas, convirtió a diputados y senadores en corifeos de sus decisiones, controló la prensa (Ley de Prensa de enero de 1926), suprimió los sindicatos, ilegalizó las huelgas, extendió el saludo y los himnos fascistas y los camisas negras coparon la administración municipal.

Mussolini trató de situarse en la vanguardia económica e industrial de Europa, para lo que inició una enorme campaña de obras públicas: construcción de carreteras, escuelas, hospitales, canales de regadío, desecación de zonas pantanosas... y organizó algunas campañas de impacto popular como la famosa batalla del trigo, que en el primer quinquenio de régimen duplicó la producción cerealística. Al llegar a los años treinta, aunque ni todos los proyectos se habían cumplido ni todos habían sido satisfactoriamente realizados, Italia mostraba un fuerte progreso; sus importaciones de alimentos disminuían y crecían sus exportaciones industriales.

El orden y los logros económicos satisfacían al Rey, pese a que conocía los costes de aquella política. Para conseguir sus fines, los fascistas no se detenían ante nada: palizas, humillaciones -eran famosas las purgas de aceite de ricino- detenciones arbitrarias, interrogatorios con violencia, juicios sin garantías, cárceles llenas e, incluso, eliminación de opositores, como el del diputado socialista Matteotti, asesinado en junio de 1924. Seguramente el autoritarismo, la arbitrariedad y la violencia fascistas contrariaban al soberano, pero cerraba los ojos ante sus ventajas. Cuando amigos suyos le denunciaron el asesinato de Matteotti, les decepcionó con una respuesta evasiva:

-Déjenlo en mis manos. Les aseguro que hablaré personalmente del asunto con Mussolini.

No iría más allá de las palabras porque lo positivo era determinante para él: orden, progreso y solución de problemas como la Cuestión Romana, que enfrentaba a Italia con el Vaticano desde 1871. Los Acuerdos de Letrán, de febrero de 1929, restablecieron las relaciones diplomáticas entre Italia y la Santa Sede, aceptando Mussolini la independencia del Estado Vaticano (44 hectáreas) y la soberanía papal y Pío XI, la capitalidad de Roma.

Mucho le agradó a Víctor Manuel III la solución de aquel conflicto, pero más aún su designación como emperador de Etiopía y su protagonismo en los fastos que Mussolini adoraba o la inauguración de un palacio imperial, de estilo holliwoodiense en Rodas, erigido sobre lo que fue la fortaleza de los Caballeros de San Juan.


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Mensaje por Erich Hartmann » Mié Jun 21, 2006 10:57 pm

Reales celos

Títulos, honores y adulaciones le ataban a Mussolini, aunque a veces su megalomanía chocaba con la del dictador, ocasionándole pasajeras rabietas. Por ejemplo, cuando el Gobierno creó el título de Primer Mariscal del Imperio, Víctor Manuel estaba encantado hasta que advirtió que debía compartirlo con el Duce. Indignado, intentó revocar el decreto alegando que era ilegal. Mussolini le comentó groseramente a su yerno, Galeazzo Ciano, ministro de Exteriores:

-¡Estoy hasta los huevos!.. Yo trabajo y él firma".

En otra ocasión, durante una ceremonia patriótico-religiosa, el Rey se enfadó mucho ante el clamor que suscitó la llegada del Duce y su indignación llegó al colmo cuando no sonó la Marcha Real en el momento de la consagración. Al terminar la misa, Mussolini trató de calmarle, alegando que había sido un olvido, pero él, hecho una furia, le recriminó:

-¡Durante ocho siglos siempre se han rendido honores a los soberanos de la casa de Saboya!

Ciano anotaba: "El Duce comenta la situación con acritud y da a entender que, si se presenta la ocasión de liquidar este estado de cosas, no la dejará escapar".

El acercamiento de Mussolini a Hitler inquietó mucho a Víctor Manuel III, pero no tanto como para despreciar la notoriedad internacional que aportaba a Italia. Al fin y al cabo, aunque seguía enamorado de Gran Bretaña, estaba escarmentado tras la racanería franco-británica con Italia al final de la Gran Guerra. Con todo, en enero de 1938, le advertía al conde Ciano que desconfiara de Berlín, porque "en el pasado fue la cancillería más desleal"; pero minutos después, dominado por su afán de protagonismo, le pedía que gestionara su visita a Berlín.

En mayo del mismo año, Hitler visitó Roma y fue alojado en el Palacio Real. Ciano escribe en sus Diarios: "Víctor Manuel III nos ha comentado al Duce y a mí que la primera noche que se hospedó en el Palacio Real, Hitler, hacia la una de la madrugada, pidió una mujer (...) si este episodio resultara cierto sería tan interesante como misterioso. Pero ¿será verdad? ¿O tal vez una mezquindad del Rey que incluso ha insinuado que Hitler se inyectaba excitantes y estupefacientes?".

Víctor Manuel III exultaba de alegría en abril de 1939, cuando Italia se anexionó Albania y, gracias al imperialismo fascista, él se ciñó la corona. Pero se cogió un enfado monumental cuando, al firmar el Estatuto de los albaneses, advirtió que no había ningún emblema de la casa de Saboya. Mussolini se indignó:

-Es un hombrecillo codicioso en el que no puede tenerse confianza, que se preocupa de un bordado en la bandera y no siente el orgullo de ver acrecentado en 30.000 kilómetros el territorio nacional. Pero si el Rey era ese tipo de persona, a la vez poseía un temperamento frío, capaz de valorar lo que le convenía y era consciente de que no podía prescindir de la más estrecha vinculación con el fascismo, por lo que firmó cuantos decretos se le pusieron delante, los antisemitas incluidos -aunque, a veces, protestara- y en vísperas de la guerra, aprobaba los compromisos firmados con Berlín.

El 6 de mayo de 1940, ante la ofensiva de la Werhmacht en el frente occidental, Ciano anotaba: "Su majestad habla hoy sin animosidad contra los alemanes". Un mes después, cuando Italia corría presurosa en socorro de la victoria, el ministro escribía: "Hallo al Duce molesto con el Rey por la cuestión del mando supremo. Esperaba que el Rey se lo cediese sin dificultad, pero S.M. le ha enviado una carta en la cual afirma que, de nuevo, asume el mando y que confía a Mussolini la política militar y de guerra".

El Rey ni estaba en edad ni en situación de repetir su actuación de la Gran Guerra, por lo que pidió para su hijo Humberto un mando relevante, suponiendo que el ataque italiano constituiría una marcha triunfal. El aprecio del Monarca respecto a Mussolini subía y bajaba de acuerdo con las oscilaciones en el mercado de la victoria. Con todo, era consciente de lo que se estaba jugando y en 1943, cuando su nuera María José de Bélgica, se manifestó abiertamente contra la vinculación de la Corona al fascismo, Víctor Manuel III la encerró en el palacio real de Milán. En esa época, sin embargo, la situación era gravísima para Italia: derrota en África, retrocesos sin esperanza en Rusia, guerra atroz en los Balcanes, bombardeos aliados e inminente amenaza de desembarco en territorio italiano.


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Mensaje por Erich Hartmann » Sab Jun 24, 2006 11:19 pm

El Rey prepara su jugada

¿Cuándo decidió el Rey prescindir de Mussolini? Parece claro que, en la madrugada del 25 de julio de 1943, cuando el Gran Consejo fascista pidió al Duce que devolviera el poder y el mando militar al Rey, éste ya tramaba su destitución.

Esa preparación le permitió actuar con suma rapidez cuando, a primera hora de la mañana del día 25 de julio, le comunicó Dino Grandi que el Gran Consejo Fascista "invitaba al jefe del Gobierno a rogar a S.M. el Rey, con la fidelidad y confianza de toda la nación, que aceptase, para honor y salvación de la patria, el mando efectivo de las fuerzas armadas de tierra, mar y aire, haciendo uso de la suprema iniciativa de decisión que nuestras instituciones le confieren y que han sido, siempre, a lo largo de nuestra historia nacional, herencia gloriosa de nuestra augusta dinastía de Saboya".

Cuando Mussolini acudió a visitarle a su residencia de Villa Saboya, a las cinco de la tarde del domingo 25 de julio, para informarle de lo ocurrido en el Gran Consejo, Víctor Manuel III le estaba esperando preparado para que, dijera lo que dijese, saliera de palacio desposeído de toda autoridad; para frenarle, si intentaba una salida violenta, en la habitación contigua al salón de la entrevista se hallaba atento el general Puntoni con la pistola en la mano y para que no pudiera ejercer maniobra alguna posterior, varios automóviles con carabineros aguardaban su salida y dos oficiales debían llevarle a un destino secreto; y, por si se produjera algún tipo de reacción fascista, fuerzas de la policía y el ejército estaban prevenidas. Además, a esas alturas, el Rey ya había acordado con Pietro Badoglio -que, por cierto, debía al fascismo el mariscalato y sus honores, condecoraciones y títulos de marqués de Sabotino y duque de Addís Abeba- que se haría cargo de la presidencia del Gobierno, con la misión de llegar a un armisticio con los aliados.

Evidentemente, esa preparación requería tiempo, por lo que, como mínimo, la conspiración se gestó durante la semana anterior, tras la Conferencia de Feltre, del 19 de julio, en la que Hitler exigió a los italianos mayor entrega en la guerra, sin brindarles ninguna ayuda. Pero, incluso, la decisión real debió ser previa, quizás coincidente con la capitulación del Eje en Túnez, a comienzos de mayo.


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Mensaje por Erich Hartmann » Dom Jun 25, 2006 6:33 pm

Ganando tiempo

Tras el arresto de Mussolini, mientras se producían manifestaciones de júbilo por la caída del fascismo y se vitoreaba al Rey la más absurda inoperancia atenazaba a los responsables militares, que desaprovecharon la debilidad alemana para hacerse cargo del control de su territorio y de enfrentarse a la llegada de los refuerzos enviados por Hitler.

La única variación que observaron los alemanes respecto a sus aliados fue que algunas tropas estaban reforzando los pasos fronterizos. Además, el Gobierno de Badoglio intentaba tranquilizar a Berlín, mientras secretamente entraba en contacto con los aliados. A comienzos de agosto, el almirante Wilhelm Canaris, jefe del espionaje alemán, informaba a Hitler que Badoglio se mantendría fiel a la alianza italiana con el Eje: "Las negociaciones de paz están descartadas''.

Pero Hitler conocía la realidad por otras fuentes y, mientras fingía que aceptaba los cambios producidos en Roma, activaba el envío de fuerzas capaces de medirse a los aliados y de meter en cintura a los italianos. Wolfram von Richtofen, jefe de las fuerzas aéreas en Italia, anotaba: "El sur de Italia quedará atestado de fuerzas alemanas que harán frente al enemigo y a cuantas contingencias puedan presentarse. En consecuencia, todas las peticiones italianas serán aceptadas".

Disimular y ganar tiempo era la consigna de Hitler mientras estudiaba el mejor sistema para dominar Italia y en nombre de la vieja amistad y de los servicios que aún podría prestar, enviaba a Italia a Otto Skorzeny a buscar a Mussolini.

Disimular y ganar tiempo era, también, el plan de Badoglio: pedía refuerzos a Hitler -nada menos que 2.000 aviones, entre otro material- mientras entorpecía el traslado de unidades alemanas a Italia y urgía las negociaciones con los aliados, en las que éstos no se mostraron muy avispados. Era el momento de ganarle a Hitler por la mano, de lograr el apoyo de Italia y de movilizar todo su ejército.


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Mensaje por Erich Hartmann » Lun Jun 26, 2006 10:35 pm

Los aliados pierden la ocasión

Lejos de ello, los aliados tardaron dos semanas en responder a las demandas italianas y hasta el día 12 de agosto no partieron secretamente de Roma el general Castellano y el diplomático Montenari con la misión de negociar la paz en Lisboa, donde se demorarían otros quince días para lograr un principio de acuerdo. Alega Churchill en sus Memorias que el retraso en alcanzar un acuerdo se debió al interés que tenía Badoglio en saber qué iban a hacer los aliados y en su ansiedad para que desembarcaran en Italia fuerzas suficientes para contrarrestar a las alemanas. Pero ni podían darles esa información, por miedo que llegara a Hitler, ni disponían de tropas que satisficieran las demandas italianas.

Si lo primero es comprensible, lo segundo es pura disculpa. En los desembarcos que tuvieron lugar tres semanas después en el sur de Italia, se manejaron fuerzas muy superiores a las que solicitaban los italianos; otra cosa es que los aliados tuviera elasticidad táctica y capacidad de maniobra política para cambiar de planes. Su falta de cintura les procuró los dificilísimos desembarcos de Salerno y Anzio y seis meses de feroz lucha entre Nápoles v Roma.

Pero, los italianos tuvieron aún mayores motivos de pesar. El 27 de agosto regresaron a Roma los negociadores con el borrador del armisticio. Víctor Manuel III y Badoglio lo aceptaron y Castellano partió hacia Sicilia, ya ocupada por los aliados, donde se entrevistó con el general W. Bedell Smith. Castellano trató de que se le informara de los planes aliados y de que les proporcionaran ayuda para rechazar la ocupación alemana. No lo logró, pero, entendiendo el problema, Bedell Smith prometió que, inmediatamente después de firmarse el armisticio, una división aerotransportada tomaría tierra en la periferia de Roma y una agrupación blindada desembarcaría en el estuario del Tíber. No era mucho, pero el 1 de septiembre, el Rey y Badoglio aceptaron la propuesta y los aliados recibieron ese mismo día la confirmación.

El 3 de septiembre, en el cuartel general norteamericano establecido en Cassibile, Castellano y Montenari firmaron el armisticio por parte italiana, haciéndolo por la aliada el norteamericano Robert D. Murphy y el británico Harold MacMillan, y los generales Dwigh Eisenhower y Bedell Smith.

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Mensaje por Erich Hartmann » Mar Jun 27, 2006 6:40 pm

Eisenhower no podía esperar

Sin embargo, los acuerdos serían extremadamente difíciles de coordinar. La falta de información precisa hizo creer a los italianos que los desembarcos aliados se efectuarían el 12 de septiembre y por tanto, dispusieron la proclamación del armisticio para esa fecha, pero la realidad es que estaban fijados para el 9. De eso se enteró Badoglio la víspera, gracias al general Maxwell Taylor, jefe de la artillería de la 82ª división aerotransportada USA, que visitó secretamente Roma para disponer la llegada de sus fuerzas. Por tanto, el armisticio debía hacerse público el propio 8 de septiembre. Badoglio trató de ganar tiempo, pero el retraso de la operación tenía enormes riesgos; por tanto, Eisenhower anunciaría el armisticio a las 18.30 la tarde y Badoglio, a las 19.30.

La premiosidad en la gestión del armisticio y la descoordinación informativa, fueron nefastas para todos. I.os aliados hallaron la oposición de 17 divisiones de la Wehrmacht, ya con la mayoría de las fuerzas italianas desarmada, disuelta o englobada en unidades alemanas. Hubieran podido controlar en pocos días la mitad sur de la península y sin embargo, avanzaron a la velocidad de un caracol y los alemanes les frenaron en Cassino hasta finales de mayo de 1943.

Para los italianos fue peor. Hasta la liberación de Roma, la lucha produjo enormes destrucciones y millares de víctimas. La confusión que suscitó el armisticio, sin órdenes precisas, en las unidades italianas que combatían mezcladas con las alemanas, desembocaron en su unión a la Wehrmacht, o en su desarme y disolución o el traslado de unos 600.000 a Alemania o Polonia como prisioneros, o en combates desesperados, como ocurrió en las islas de Cefalonia, Corfú o Leros, donde perecieron a millares los que se negaron a entregar las armas.

El colmo del desastre ocurrió en la propia Roma. La ciudad estaba en manos italianas y en los alrededores se concentraba el cuerpo del Ejército mandado por Giacomo Carboni, formado por cuatro divisiones, pudiendo contar, además, con la policía y los carabinieri. Frente a ellos, el mariscal alemán Albert Kesseiring contaba con medios superiores, pero el apoyo aliado a los italianos habría equilibrado las fuerzas.

El espionaje alemán detectó el día 8 la presencia en Roma del general Maxwell Taylor y atando cabos, dedujo que si Badoglio se había atrevido a anunciar el armisticio era porque la 82a división USA estaba en camino. Por otro lado, suponían que si los aliados utilizaban esa unidad, la apoyarían con abundantes medios aéreos. Eso creó una notable incertidumbre en el cuartel general de Kesselring, que, además, fue bombardeado ese mismo día. Pero los responsables italianos, más preocupados en poner tierra por medio que en solucionar el problema, no supieron aprovecharla.

Tras la proclamación del armisticio, los aliados advirtieron la indecisión militar italiana y que nada estaba preparado para recibirles, por lo que suspendieron la operación sobre Roma. Badoglio, sus ministros militares y el Rey, acobardados y sin ese apoyo, optaron por escapar.


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Mensaje por Erich Hartmann » Jue Jul 06, 2006 6:49 pm

La desbandada

Ausente de Roma el general Vittorio Ambrosio por motivos familiares (¡!) ocupaba la jefatura del Estado Mayor Mario Roatta -conocido en España porque había mandado el Corpo Truppe Volontarie (CTV) al comienzo de la Guerra Civil-. Este general era, en opinión del historiador Giorgio Bocea, "el miedoso peor de todos, porque era un miedoso astuto". En la madrugada del 9 de septiembre, mientras sus tropas luchaban, cerrando a los alemanes el acceso a Roma, llamó al jefe de las fuerzas que defendían la ciudad, general Giacomo Carboni, y le ordenó que, vista la imposibilidad de resistir y a fin de evitar las destrucciones que provocaría la lucha, replegara sus fuerzas hacia Tívoli, "posicionándose hacia el este...". No se cumpliría disposición tan descabellada. Mediante una rocambolesca negociación, en medio del general desconcierto, las unidades italianas capitularon, entregaron las armas y se disolvieron. Entre tanto, algunos miembros del Gobierno y varios jefes militares se habían reunido en el Ministerio de Defensa; allí habían acudido, también, Víctor Manuel III, su esposa y Humberto, el príncipe heredero, sacado del frente por orden de Badoglio. Y todos, de madrugada, partieron hacia Pescara por carretera. Todavía es un misterio cómo la pequeña caravana logró pasar los controles alemanes sin ser detenida. Se ha especulado con la confusión existente, que afectó, también, a los alemanes; pero, quizás, hubo un acuerdo con el mariscal Kesselring: vía libre a cambio de la capitulación de las unidades italianas situadas en torno a Roma o, quizás, de la información del lugar de reclusión de Mussolini, que fue liberado en el Gran Sasso el 12 de septiembre. Skorzeny, el jefe del comando encargado de hallar y liberar al Duce, se enteró de su paradero el 9 de septiembre. ¡Qué casualidad!

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Hitler odiaba a los Saboya

¿Hubiera servido de algo que los Saboya se hubieran quedado? Probablemente, no. Hitler no respetaba nada y, además, despreciaba a los Saboya. Cuando Víctor Manuel III expresó su deseo de visitar Berlín, Mussolini y Ciano le dieron largas, pues sabían que el Führer les humillaría rechazando la petición.

Víctimas de esos sentimientos de Hitler y de su rencor por la firma del armisticio fueron las princesas Mafalda y María Francisca, que fueron recluidas en campos de concentración nazis. Sobre el desprecio hitleriano hacia la familia real es muy gráfica una frase suya, refiriéndose a la princesa María José, esposa del príncipe Humberto: "esta mujer es el único hombre auténtico de la casa de Saboya". A Mafalda, casada con Felipe de Hesse, sobrino del último rey de Alemania, la calificaba como "la más negra carroña de la dinastía italiana".

Lo probable es que si el príncipe Humberto se hubiera quedado en Roma, Hitler le hubiese convertido en rehén. Eso no disculpa la fuga de todos ellos, sin dejar nada organizado, abandonando al ejército sin instrucciones coherentes. Pero este asunto concierne más a Pietro Badoglio y a sus militares que a los Saboya. Aunque muchos de los italianos no lo pudieran ver así, la actuación del Rey fue reconocida por alguno de sus enemigos. Frido von Senger und Etterlin, uno de los generales alemanes más distinguidos en la campaña de Italia, escribe: "Históricamente, Víctor Manuel III ha prestado a su pueblo un servicio tan grande al liquidar la guerra a tiempo, como cuando mantuvo su voluntad de resistencia después de Caporetto, en la Gran Guerra".

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Erich Hartmann
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Mensaje por Erich Hartmann » Jue Jul 06, 2006 7:11 pm

El reino del sur

A partir de la mañana del 10 de septiembre, Brindisi, la pequeña capital de la provincia sureña de Apulia, fue invadida por las jerarquías italianas que se concentraban en el sur, al abrigo de los cañones aliados, con el propósito de organizar la gobernación de la Italia del armisticio. Había sido en la Antigüedad un floreciente puerto pero, en 1943, era una ciudad de apenas 45.000 habitantes, donde fue dificilísimo alojar a personalidades y burocracia y se consideró una fortuna lograr un teléfono o una máquina de escribir. En seguida, las dependencias administrativas gubernamentales o militares se distribuyeron por las ciudades vecinas.

Penurias aparte, los problemas del Gobierno del sur, ya contrapuesto a la República Social Italiana (RSI) -que Mussolini estaba organizando en Saló, cerca de Milán- eran infinitos. Primero, su composición, puramente provisional, ya que parte del Gobierno había sido abandonado en la huida y sus ministros hubieron de ser reemplazados con lo que pudo hallarse en la zona; segundo, su legitimidad, que incluso en el sur liberado no tenía reconocimiento universal dada la vinculación de muchos de sus miembros con el fascismo; tercero, su ámbito de actuación, pequeño, pobre y bajo las leyes de guerra aliadas; cuarto, la transitoriedad del armisticio; quinto, la asunción de su estado, totalmente distinto al que había existido hasta entonces.

Muestra de su inadaptación a la realidad es el incidente provocado por una emisión de Radio Bari, en la que se refería a Víctor Manuel III como "emperador de Etiopía, rey de Italia y Albania". Churchill montó en cólera y pregunto a MacMillan, su representante político ante Eisenhower: "¿Cuándo querrá el Rey ser enviado a su imperio de Etiopía para ser coronado?". Tras la ironía, le ordenó que re-visara los discursos del Rey o del Gobierno antes de que se emitieran.

Los propios aliados no llegaban a un acuerdo sobre cómo proceder en esa provisionalidad, pero todos pretendían potenciar al Gobierno del sur para contraponerlo al montaje de Mussolini en el norte. Para clarificar la situación, Badoglio tuvo que firmar en Malta, el 28 de septiembre de 1943, la "rendición incondicional", accedieron los aliados a mantener en secreto la firma, el contenido y a admitir la colaboración italiana. La declaración de guerra contra Alemania se retrasó hasta diciembre y su principal efecto práctico fue oficializar la colaboración militar italiana en el bando aliado y clarificar la situación de los italianos capturados por los alemanes, que pasaron de "traidores" a "enemigos prisioneros".


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Mensaje por Erich Hartmann » Jue Jul 06, 2006 7:26 pm

El camino de la república

El presente no eliminaba el pasado. Badoglio y parte de su gabinete habían colaborado con Mussolini y Víctor Manuel le había entregado el poder; por tamo, debían desaparecer de la escena política, pero se permitió su continuidad, porque habían firmado el armisticio y su marginación del poder minusvaloraría el acuerdo. De cualquier forma, aquella situación tenía los días contados. En enero de 1944 se reunió en Bari un congreso cíe los Comités de Liberación Nacional (CLN) al que asistieron más de un millar de re- presentantes. Allí. numerosos ponentes, como el filósofo Benedetto Croce o el conde Carlo Sforza, pidieron la inmediata destitución del Rey, el proceso de Badoglio y de los fascistas que le rodeaban, la depuración de responsabilidades y la proclamación de la república.

Tales ideas coincidían en líneas generales con las de los aliados, pero lo prioritario era ganar la guerra y las perturbaciones políticas estaban contraindicadas. Stalin, de acuerdo con esta postura, la apoyó sobre el terreno enviando a Italia a Palmiro Togliatti, que había pasado la guerra en la URSS. El líder comunista italiano proclamó que los comunistas colaborarían con Badoglio hasta la victoria. El astuto Togliatti no sólo se alineaba con los aliados, sino que introducía a los comunistas en el Gobierno formado por Badoglio en abril de 1944, con participación liberal, socialista, democristiana, comunista e, incluso, ex fascista.

Los republicanos y los CLN, sorprendidos por la postura aliada y la jugada comunista, pidieron, al menos, la marginación de Víctor Manuel III. Y en ese trance, los Saboya se mostraron tan sobrados de orgullo como carentes de intuición política. La inmediata abdicación del Rey en su hijo Humberto quizás hubiera salvado la dinastía, pero ambos, faltos de realismo político, se creyeron víctimas de una conspiración. MacMillan, Murphy y el general Mac Farlane, representantes de la Comisión Aliada de Control, solicitaron una audiencia al Rey, en la que le expusieron con delicadeza que no había otra solución, pero el tozudo anciano rechazó la propuesta y les despidió desabridamente. Dos días después, regresaron y, sin formalidades, le hicieron tragar la situación.

El 12 de abril, Víctor Manuel III anunciaba su retirada de la vida pública. No dimitía pero entregaba sus poderes al príncipe Humberto, designado lugarteniente del reino y, en una maniobra que creía que salvaba su dignidad, aún retraso la entrada en vigor de esa decisión hasta el momento de la recuperación de Roma. Algunos párrafos de su proclama no tienen desperdicio: "(...) El pueblo italiano sabe que hace ocho meses he puesto fin al régimen fascista y llevado a Italia, no obstante peligros y riesgos, al lado de las Naciones Unidas en la lucha de liberación contra el nazismo".

Muchos italianos se hacían cruces ante tal ejercicio de cinismo. Se proclamaba salvador de la patria y no tenía una palabra de disculpa ni arrepentimiento alguno. Más aún, cuando la liberación de Roma era cuestión de horas, en plena reunión del último Consejo de Ministros de Badoglio, se leyó una nota del Rey en la que retrasaba el momento de la delegación de poderes: ya no la condicionaba a la liberación de Roma, sino que pretendía realizarla solemnemente en la capital.

Una fuerte discusión implicó a todo el Consejo hasta que la cerró una nota del general Mac Farlane, comunicándoles que el Rey ya había firmado. Víctor Manuel se había resistido, suplicando que se le permitiera firmar incluso "en un aeródromo de la periferia", pero la paciencia de los aliados había llegado ya al colmo.


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Mensaje por Erich Hartmann » Jue Jul 06, 2006 7:35 pm

De Gasperi regresa a la política

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Aquel comienzo de junio de 1944 fue crucial en el curso de la guerra: el día 4 los aliados entraron en Roma; el 5, dimitió Badoglio; el 6, las fuerzas aliadas desembarcaron en Normandía. En Roma se formaba un nuevo gabinete totalmente ajeno al fascismo y presidido por un socialista, Ivanoe Bonomi, uno de cuyos problemas iniciales fue hallar la fórmula de juramento de su Gobierno, pues se negaban a hacerlo según el texto tradicional. Finalmente, el príncipe Humberto aceptó el juramento del nuevo ministerio según esta fórmula: "Los miembros del Gobierno juran por su honor desempeñar su cargo en interés supremo de la nación y, hasta la convocatoria de la Asamblea Constitucional, no cometer actos que puedan perjudicar la cuestión institucional". Una redacción retorcida, con dos cargas de profundidad para la Corona: anunciaba elecciones constituyentes vinculadas al futuro institucional, es decir, Italia podría optar entre monarquía o república.

Ese Gobierno y los sucesivos del propio Bonomi y de Ferruccio Parri trataron de lidiar con los últimos coletazos de la guerra y del ímprobo trabajo de llevar al país hacia la normalidad. Gobiernos breves, semestrales, sobrepasados por las dificultades y su falta de cohesión. Eso fue así hasta que Alcide de Gasperi llegó al poder, el 10 de diciembre de 1945, contando con una poderosa y sorprendente alianza: la coalición entre la Democracia Cristiana y el PCI.

De Gasperi, diputado del partido Popular y presidente de su grupo parlamentario cuando el fascismo clausuró los partidos políticos, sufrió la cárcel durante tres años, recibiendo la libertad gracias a los acuerdos de Letrán, firmados entre el Gobierno y la Iglesia en 1929. A partir de entonces, vivió casi recluido en la Biblioteca Vaticana, alejado de la política hasta 1945, en que regresó para organizar la Democracia Cristiana, desempeñar varias carteras ministeriales con Bonomi y de Parri y alcanzar el poder. A sus 64 años se le miraba como a una especie de monje: austero, sabio, recto e inflexible. Un político apropiado para un momento extraordinariamente difícil.

El más urgente de los trabajos que le esperaban era la normalización democrática, que debía iniciar la regulación de la vida local mediante la convocatoria de comicios municipales, y continuar con la reunión de una Asamblea Constituyente mediante elecciones legislativas, que incluirían el referéndum sobre el régimen al que Italia confiaba su futuro.

El 2 de junio, los italianos volvieron a dar el poder a De Gasperi; la Democracia Cristiana se consagraba como el partido ás fuerte de Italia, con el 35% de respaldo electoral; el Partido Socialista era la segunda fuerza, con el 20% de los votos, seguido por el Partido Comunista, con el 19%. El viejo partido liberal, protagonista de la vida política italiana antes del fascismo, anunciaba su ocaso con la magra cosecha de un 7% de los sufragios. El referéndum -lo que más interesaba a los italianos en aquella llamada a las urnas- mostraba la preferencia popular por la república. La abdicación de Víctor Manuel III en su hijo Humberto había llegado demasiado tarde.


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