Los juicios de Nürnberg

Los juicios de Núremberg, las nuevas fronteras

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Los juicios de Nürnberg

Mensaje por Erich Hartmann » Lun Jun 13, 2005 4:37 am

¡¡Volvemos a la carga!!

ACUSADOR: EL MUNDO

Los jefes nazis son llamados a responder de sus delitos ante un Tribunal formado por los representantes de las potencias vencedoras.

"Estos hombres son ciertamente responsables del exterminio de diez millones de personas, en Europa y en la Unión Soviética. Diez millones de personas asesinadas a sangre fría, no muertas en el transcurso de acciones bélicas, sino fusiladas, asfixiadas con gas, muertas por hambre, por trabajos forzados y por torturas en los campos de concentración. Estos hombres deben responder de crímenes contra la Humanidad cometidos en la paz y en la guerra. El gobierno de la Unión Soviética acepta la propuesta de un proceso internacional y público, aunque el pueblo hubiera querido que estos acusados fueran fusilados inmediatamente, apenas capturados, como otros tantos perros sarnosos".

La voz que habla en ruso es la del teniente general J. T. Nikitchenko. De vez en cuando se interrumpe para dar tiempo a que los intérpretes ingleses y franceses traduzcan. Es el 18 de octubre de 1945. El Tribunal que dentro de un mes deberá juzgar en Nuremberg a veinticuatro jefes nazis, está reunido en Berlín, en la sede de la comisión aliada de control, un palacio de altos y sólidos muros conservado intacto en el corazón de la capital alemana devastada por los bombardeos y por la última batalla en torno al "bunker" de la Cancillería. Aquí, un año antes, fueron procesados por los nazis y condenados a muerte los autores del fallido atentado contra Hitler el 20 de julio de 1944.

Es un día frió y lluvioso. Por los cinco ventanales que se abren sobre el jardín, entra una luz opaca, como de acuario. La niebla oscura de Berlin envuelve los magnolios que rodean el edificio. En la sala de altísimo techo están reunidos cuatro hombres, los jueces, alrededor de una mesa redonda cubierta por una tela roja que tiene en el centro un florero con los banderines de las Naciones Unidas. Delante, en dos filas de bancos provistos de mesitas abatibles, como los de un colegio de párvulos, se sientan los procuradores adjuntos y los ayudantes. El hombre que preside, el único de uniforme, es el general Nikitchenko, vicepresidente del Tribunal Supremo de Moscú. Corpulento, de mirada aguda tras las gafas sin montura, sus labios son tan sutiles que parece hablar con la boca cerrada. Agita el puño y repite: "¡Les tendríamos que haber fusilado inmediatamente, a todos, a todos, apenas detenidos!". A su espalda, en la pared blanca de cal, cuelga un cuadro rectangular con una Dánae insulsa y caligráfica que esconde la mancha, más clara, donde hace un año estaba, tras el busto del Führer, el lienzo de Lazinger del "abanderado Hitler".

A la derecha de Nikitchenko se sienta el "Lord de Justicia", el inglés Geoffrey Lawrence, futuro presidente del Tribunal de Nuremberg, un hombre mayor, calvo, circunspecto. Al otro lado del general soviético está el juez americano Francis A. Biddle, de mediana edad, distinguido y simpático. Su bigote le hace parecerse vagamente a Clark Gable. El último es el representante francés, el viejo profesor Henri Donnedieu de Vabres. Tiene los ojos escondidos tras gruesas gafas, largos bigotes de foca, amarillos por la nicotina, y toma notas en un cuadernillo de tapas negras que se hará famoso durante el proceso de Nuremberg.

"No es justicia la de los pelotones de ejecución”, dice Donnedieu de Vabres recalcando las palabras. El intérprete traduce al ruso. El general Nikitchenko hace una ligera inclinación hacia el representante francés. "Nosotros —prosigue Donnedieu de Vabres— sólo debemos ratificar el acta de acusación para un proceso que veinte naciones aliadas piden desde hace cinco años y que deberá imciarse, y así lo desea mi gobierno, el próximo noviembre". Los principales inculpados de este proceso —que durará doscientos dieciocho días, que será el más célebre de la historia, pero no el más largo, porque el llevado a cabo contra los criminales de guerra japoneses se extenderá hasta 417 audiencias— están ya determinados: Hitler, Himmler, Goebbels. Desde hacia mucho tiempo se había pedido justicia contra ellos. En 1940 todos los representantes en el exilio de los países ocupados, reunidos en Londres, aprobaron esta resolución: Uno de los principales fines de la guerra de los países aliados es el castigo de los responsables de los crímenes cometidos en las naciones ocupadas. Por tanto, estos gobiernos se comprometen a: 1) que los criminales responsables, de cualquier nacionalidad, sean buscados, llevados ante un tribunal y juzgados; 2) que las sentencias se cumplan”.

Un año y medio después, en octubre de 1942, también en Londres, los representantes de diecisiete naciones comprometidas en la lucha contra Alemania crean la Comisión Interaliada para Crímenes de Guerra. El conflicto no estaba ni mucho menos decidido. Comenzaba entonces la batalla de Stalingrado, en Africa se recrudecían los combates, y para el desembarco de Normandia faltaban casi dos años. Pero esta comisión internacional comenzó a trabajar como si la guerra fuese a terminar en veinticuatro horas. Se recogían informaciones, documentos y testimonios sobre las atrocidades nazis en los países ocupados y en la misma Alemania. Radio Londres anunció varias veces en alemán y en otras lenguas: “Los criminales-de guerra deberán rendir cuenta de sus actos ante tribunales especiales”. El 1 de noviembre de 1943, en una reunión en Moscú, Stalin, Churchill y Roosevelt firmaron una declaración conjunta en la que se comprometían a castigar, según una decisión común, a los responsables de crímenes que afectan a muchos países.

En los Estados Unidos, el Departamento de Estado, el de la Guerra y el de Justicia empiezan a estudiar con todo detalle la organización del gran proceso. De ello se ocupan especialmente los jueces Samuel Irving Rosenmann y Robert Houghwout Jackson, del Tribunal Supremo. Mientras se constituían secciones militares especiales que debían avanzar junto a las tropas de asalto para buscar y recoger documentos, los dos jueces pensaban en el procedimiento a seguir contra los criminales de guerra.
Algunos conceptos fundamentales del derecho procesal angloamericano —como explicó después el juez .Jackson— no se admiten por los pueblos del continente europeo, y ciertas fórmulas legales americanas no son traducibles a otra lengua, dada la absoluta falta de términos equivalentes. En los países anglosajones todo acusado y testigo es interrogado por el riscal y por a defensa, Y este doble interrogatorio, según los americanos, es el mejor medio para buscar la verdad de una declaración. También la acusación fiscal es diferente, y los mismos soviéticos sostuvieron que el sistema angloamericano era injusto respecto al encausado. Ingleses y americanos, decían los rusos, formulan una acusación genérica y sucesivamente presentan las pruebas en el curso del proceso. "Nosotros, sin embargo, catalogamos y describimos en la acusación todas las pruebas, documentos y declaraciones de testigos contra el encausado". Los americanos replicaron que, haciéndolo así, se anticipaban todos los resultados del proceso.

De ese modo el fiscal no podía demostrar su verdad y sólo se escucharía a la defensa del acusado. Pero todas estas dificultades se fueron superando poco a poco.

El 25 de junio de 1945, alrededor de una gran mesa verde, se reúnen los delegados de los Cuatro Grandes. Por los americanos, Robert Jackson y once ayudantes; por los ingleses, el Fiscal del Tribunal Supremo Sir David Maxwell-Fyfe, el lord canciller Jowitt y once ayudantes; por los franceses, el Consejero del Tribunal de Apelación Robert Falco, el profesor André Gross, especialista de derecho internacional público, y dos ayudantes; por los soviéticos —como ya se ha dicho—, el general J. T. Nikitchenko. vicepresidente del Tribunal Supremo de Moscú.

La discusión fue larga y tuvo momentos difíciles. Incluso surgió la pregunta: ¿quizá no había sido la URSS cómplice de los criminales cuando en 1939 se repartió Polonia con Hitler? Y. además, ¿cómo se debía juzgar la invasión rusa de Lituania, Estonia o Letonia?

Estos interrogantes (que se quedaron en pura retórica) fueron subrayados clamorosamente por pruebas de expatriados, y en las comisiones no faltaron duros enfrentamientos verbales. Al final, todos se pusieron de acuerdo sobre el procedimiento, basado sustancialmente en el sistema anglosajón. Ahora se trataba de elegir la sede del tribunal. Los rusos propusieron Londres o Berlín, los ingleses sugerían Munich. La discusión amenazaba con ser larga. El juez Robert Jackson dijo: "He estado en estas últimas semanas en muchas ciudades de la Europa liberada, pero no he visto ninguna que pueda servir. En Frankfurt he expuesto el problema al general Lucius D. Clay, vicegobernador militar americano.

En la Zellenstrasse de Nuremberg existe una prisión que parece hecha a propósito para esto. Ha quedado prácticamente intacta a pesar de los bombardeos, y está prácticamente sin tocar el cercano Palacio de Justicia". Se llegó rápidamente al acuerdo. El proceso contra los jefes nazis se desarrollaría en Nuremberg, la ciudad de los desfiles y de los congresos hitlerianos.



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Mensaje por Erich Hartmann » Mar Jun 14, 2005 4:56 am

LA IDEA DEL PROCESO NACIÓ EN MOSCÚ

Las bases del proceso de Nuremberg fueron difundidas en 1943 en Moscú, durante una conferencia tripartita.
Al principio se decidió que los crímenes de los nazis serían juzgados en la nación en donde habían ocurrido, y sólo los principales jerarcas enemigos serían sometidos al juicio de los aliados. Entre los jerarcas se habló de Mussolini, Hitler, Goering, Goebbels, Himmler y Von Ribbentrop, pero cuando se tuvo conocimiento de los campos de concentración se decidió juzgar a todos los responsables directos e indirectos. Fueron puestas bajo acusación incluso las organizaciones militares y paramilitares alemanas. Pero el verdadero punto crucial del proceso, o mejor dicho, de su preparación, fue de naturaleza jurídica, y lo explica claramente Raymond Cartier, escritor y periodista: “Una parte de los cargos chocaba con un escollo de naturaleza jurídica. El principio fundamental de las sociedades civiles exige que nadie sea condenado si no es en virtud de una ley anterior a os hechos de los que se acusa. Y para las responsabilidades de guerra no existe una ley así. Tales normas, decidió el juez Jackson, se crearían durante el mismo proceso, partiendo de los principios generales de la moral internacional que el Tribunal interpretaría de la manera más elevada posible. Cuatro grandes naciones juzgaban en nombre de todos los pueblos que formaban parte de a comunidad universal de las Naciones Unidas. Una elección equivocada en el proceso de Nuremberg —continúa diciendo el escritor Raymond Cartier— fue el grupo de acusados, puesto que entre los imputados había soldados que nada sabían de crímenes contra la humanidad, políticos que más bien no se interesaban por hechos que no fueran los estrictamente dependientes de las relaciones diplomáticas. Entre estos soldados y diplomáticos se encontraban asesinos como Von Ribbentrop, Keitel, Sauckel. Probablemente, el proceso de Nuremberg fue necesario, como demostró el juez Jackson. Pero fue arbitrario, en el sentido literal de la palabra, porque por lo menos una parte de las condenas no se basaba en una ley precedente. Fue además insignificante, en el sentido de que la suerte de los 21 acusados, la mayor parte de los cuales no habría podido en todo caso sobrevivir, no revestía mucha importancia en la inmensa tragedia que había convulsionado al mundo. Y fue justo. No violó nunca las formas de justicia, ni cayó nunca en la violencia o en la impaciencia. Churchill, de cualquier modo, no lo aceptó nunca. Escribiendo sus memorias, justificó la muerte de Mussolini con estas palabras: ‘Por lo menos esto ahorró un Nuremberg italiano..”.


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Mensaje por Erich Hartmann » Mar Jun 14, 2005 10:54 pm

UN PRINCIPIO NUEVO Y DISCUTIBLE

La creación del Tribunal Militar Internacional supuso dificultades de orden moral y jurídico, material y diplomático. Basta leer Le Monde del 18 de noviembre de 1945 para tomar conciencia del problema moral que suponía la institución de un Tribunal Militar Internacional. En sus noticias del extranjero, el periódico francés destacaba: Estos siempre fueron delitos de guerra que, generalmente, sólo se castigaron con represalias. Los procesos actuales se inspiran, sin embargo, en otro principio nuevo, es decir, el de que también en tiempo de guerra ciertos actos, desaprobados por la moral, dependen al mismo tiempo de la justicia y merecen sanciones ejemplares. Sólo queda adherirse a este principio que significa un progreso de la conciencia universal y cuya aplicación podría, hasta cierto punto, intimidar a futuros criminales. Sin embargo, hay que convenir que supone numerosas dificultades. La primera consiste en la definición misma del delito de guerra. Seria relativamente fácil si se entendiese por esto los actos contrarios a la humanidad y que las necesidades de la lucha no justifican. En esta categoría se encuentran los suplicios y los asesinatos de los campos de concentración, las ejecuciones en masa de grupos de población como la de los judíos, los polacos y los ucranianos; y los actos bestiales de algunos jefes militares, como la destrucción de Oradour.
Sin embargo, el proceso de Nuremberg incluirá también casos de otra naturaleza. Se sabe que se destinará a los más altos personajes del Tercer Reich, civiles y militares. Alguna vez serán inculpados de crueldad injustificable, como las carnicerías de Dachau y de otros lugares, pero se les imputarán también otros delitos. Se ha decidido considerar como tal la responsabilidad de la guerra, y perseguir bajo este título a aquellos que pueden ser considerados sus autores, o que, con su consejo y su influencia, contribuyeron a hacerla estallar.
Es esta, no hay que ocultarlo, una innovación llena de trampas jurídicas... No cabe duda de que los jueces llamados a Nuremberg, que han sido elegidos entre la flor y nata de la magistratura de los países aliados, están en situación de realizar su trabajo con imparcialidad y competencia. Es una gran experiencia que se va a ensayar. Seria deplorable que su éxito no fuese completo.



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Mensaje por Erich Hartmann » Mié Jun 15, 2005 11:02 pm

100.000 DOCUMENTOS SECRETOS

Uno de los trabajos mas interesantes cara al proceso de Nuremberg fue el asignado al comandante Coogan, del Ejercito americano: el examen de los documentos nazis. En aquella época existía una gran cantidad de documentos recogidos a granel en "centros" apropiados. William H. Coogan, junto con una docena de colaboradores, los seleccionó. El mismo contó:

"Los documentos más importantes se llevaban por medio de un correo especial a nuestra oficina de París (y, después, a Nuremberg) para una posterior y más profunda valoración. Cuando terminamos el trabajo, cada uno de nosotros había examinado más de 100.000 documentos. Seleccionamos 4.000, pero como la vista duraría solamente nueve meses y el procedimiento preveía que todas las pruebas de cargo fuesen discutidas en el transcurso de las audiencias, nos vimos obligados a reducir los documentos a 2.000. Todos fueron reconocidos como auténticos por los acusados.

Sin embargo, la parte más interesante fue el descubrimiento de algunos documentos.

El diario del general Jodl se halló tras una pared simulada en un castillo de Renania. Algunas cartas importantísimas concernientes al general Keitel se encontraron en una mina de sal gema. El hallazgo más significativo fue el de la colección entera de los diarios y la correspondencia de Alfred Rosenberg. Lo que encontramos era suficiente, por sí solo, para mandarle a la horca, ya que demostraba su directa responsabilidad en la matanza de millones de judíos y deportados. En un castillo cerca de Marburgo descubrimos después algunos centenares de toneladas de documentos: el archivo del Ministerio del Exterior alemán desde 1937 a 1944, el archivo del Alto Mando de la Werhmacht y el de la Marina, y también 85 cuadernos con las actas taquigráficas de las reuniones de Hitler con sus generales y colaboradores".



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Mensaje por Erich Hartmann » Jue Jun 16, 2005 10:17 pm

La caza de los procesados

Pero todavía estaba por suceder todo esto cuando el 2 de octubre de 1944, hacia las diez de la mañana, llegó a Mondorf-les-Bains, un pueblo de 1.200 habitantes de Luxemburgo —recién liberado por los aliados—, un grupo de oficiales americanos. Del jeep de cabeza bajó un coronel de caballería que llevaba un brillante casco verde, color nunca visto entre las secciones del frente. El coronel se llamaba Burton C. Andrus, tenía bigotes de sudamericano y sus ojos grises se escondían tras gruesas gafas oscuras.

El coronel llevaba en la mano un folleto en el que estaban escritos los nombres de dos hoteles: El International y el Palace. El primero se encontraba en el centro del pueblo donde se habían detenido los jeeps. El oficial americano lo miró atentamente y después le fue a echar un vistazo, a pie, por todo alrededor. El hotel estaba rodeado de casas viejas, que sólo dejaban libre un estrecho callejón. El coronel meneó la cabeza, se subió al jeep e hizo un gesto al conductor para que siguiera. La pequeña columna atravesó el pueblo, giró a la izquierda y desembocó en la Avenida Marie Adelaide. Detrás de un grupo de viejas hayas y un jardín no demasiado cuidado, se vislumbraba un imponente edificio color ocre de cuatro pisos. Era el ‘Palace”, un hotel de lujo con cincuenta habitaciones, propiedad de un alemán de Colonia.

El coronel del casco verde pareció inmediatamente satisfecho. Aquel hotel se encontraba en una situación ideal, rodeado de árboles y prados. Tenia el aspecto de una fortaleza en el corazón de una zona turística y, con pocos arreglos, podría transformarse en una prisión modelo. Todavía faltaban siete meses para el final de la guerra, pero el coronel Andrus había encontrado lo que buscaba desde hacía tiempo: la primera cárcel para Hitler y para los jerarcas nazis, cuando Alemania fuese aplastada. Las vanguardias americanas, en aquel momento, apenas habían sobrepasado en cuarenta y cinco kilómetros la ‘línea Sigfrido”, que se extendía al norte de Tréveris. Para llegar a Berlín faltaban todavía más de seiscientos kilómetros, muchas batallas y muchos muertos. Pero Andrus se puse en seguida manos a la obra, sin perder un minuto. Era el coronel más obstinado del Ejército americano.

La “Operación Mondorf” estaba rodea da del más riguroso secreto. Pocas personas en el mundo estaban al corriente de ella. El nombre del pueblo fue desterrado de escritos y periódicos. En la zona se impuso el toque de queda desde las 7 de la tarde hasta las 7 de la mañana. Si se sorprendía a alguien circulando con una máquina fotográfica, era detenido y procesado por un tribunal militar. Controles impedían a los curiosos penetrar en aquel rincón de Luxemburgo. Mondorf-les-Bains se convirtió en un pueblo fantasma, cuya contraseña era la sigla “A.P.O. 513, U.S. Army”.

El coronel Andrus hizo llegar un batallón del Cuerpo de Ingenieros e instaló a los especialistas en cuatro hoteles. El y la compañía A en el “Terminus”, la compañía B en el “Grand Cher’, la compañía C en el “Bristol” y la compañía fija D en el “Windsor”. Después transformó el “Palace” en un campo atrincherado. El cristalero Sylvere Linster fue encargado de arreglar todas las ventanas que se habían roto en los días de guerra. Un grupo de herreros y albañiles cerró cualquier hueco con sólidos barrotes de hierro. Alrededor del hotel se levantó un doble recinto de postes y alambre de es pino. Cuatro torretas, dos delante y dos a los lados, albergarían a una sección de ametralladoras. Los ingenieros emplazaron reflectores de forma que todo el edificio estuviese constantemente iluminado, e instalaron sobre el techo una potente alarma eléctrica. Después, recubrieron los postes y el alambre de espino con lonas de camuflaje, para que nadie pudiera ver desde fuera lo que ocurría en el interior. El trabajo completo apenas duró seis días. Andrus ya estaba preparado, pero su primer prisionero no llegaría hasta el año siguiente.

El obstinado coronel y sus hombres empezaron a esperar, aunque en más de una ocasión sus esperanzas estuvieron a punto de naufragar. Por ejemplo cuando los alemanes, por la Navidad de 1944, lanzaron la contraofensiva de las Ardenas, amenazando con romper la parte del frente en que se encontraba la cárcel misteriosa, destinada a los jerarcas nazis. Muchas ocasiones pensó Andrus que había llegado el momento de retirarse, y estuvo preparado para la marcha con su batallón. Noche y día se oía el tronar de los cañones y, al otro lado de las colinas, en dirección a Bastogne, las llamaradas de las explosiones iluminaban la oscuridad. Los edificios de Mondorf-les-Bains temblaban cuando los bombarderos lanzaban sus cargas. Sin embargo, el “coletazo” de Hitler en las Ardenas fue detenido, y llegó la primavera del 45. La caza a los criminales nazis (que Eden había anunciado a la Cámara de los Comunes con las célebres palabras: ‘Los aliados han iniciado la más formidable caza del hombre jamás conocida en la historia, desde Noruega a los Alpes bávaros, desde el Atlántico a Polonia’) estaba en todo su apogeo. Los oficiales del contraespionaje tenían una lista concreta y un montón de fotografías y datos de los personajes que había que capturar. Pero cuando Berlin capituló, dos de los hombres que debían sentarse en la primera fila del banquillo de los acusados en Nuremberg, ya no existian. Hitler y Goebbels se habían suicidado en el “bunker” de la Cancillería. Otros dos jerarcas se encontraban en manos de los aliados: Rudolf Hess, número dos del nazismo, llegado el 10 de mayo de 1 941 a Gran Bretaña para una extravagante y misteriosa “misión de paz’, y Hans Fritzsche, comentarista oficial de Radio Berlin, que el 2 de mayo de 1945 se había presentado en el Cuartel General del mariscal soviético Zukov para ofrecer la rendición de la capital. La rendición ya habia sido firmada por el general Weidling, y Fritzsche fue llevado en avión a la cárcel Lubianka, en Moscú.

Los americanos capturaron después a un personaje importante: Franz von Papen, ex canciller alemán, uno de los principales responsables del ascenso de Hitler al poder. En el momento en el que el IX Ejército americano avanzaba por el Ruhr, Von Papen se había refugiado con su familia en la finca del conde Max von Stockhausen, su yerno, pero en vez de habitar en el castillo había preferido esconderse en una especie de cabaña en medio del bosque. El 1 de abril de 1945 una patrulla de la policía militar descubrió el refugio. Un sargento entró en él pistola en mano y detuvo a todos. Von Papen mostró sus documentos, pero el sargento respondió: Guárdelos, usted es un prisionero como los demás...

Pero yo no soy un soldado, soy un viejo que tiene más de sesenta y cinco años”.

Eso a mí no me importa, replicó el sargento.

El 6 de mayo Los franceses descubrieron en su zona al barón Kostantin von Neurath, ministro del Exterior en el primer gobierno nazi, y los americanos encontraron al ex gobernador alemán de Polonia, Hans Frank. El “verdugo de Varsovia” se encontraba en Berchtesgaden, mezclado entre cerca de dos mil prisioneros que los oficiales del VII Ejército estadounidense trataban afanosamente de identificar y registrar. Hacia las once de la noche, el capitán Gordon James Broadhead, jefe de la administración militar americana, fue despertado por una llamada telefónica: un hombre, un tal Hans Frank, había tratado de quitarse la vida cortándose las venas del brazo izquierdo con una navaja. El capitán intervino y en pocos minutos consiguió organizar los primeros auxilios. Frank se salvó, aunque su mano izquierda quedó paralizada.
Al día siguiente, una patrulla del mismo V Ejército americano encontró, cerca de Munich, a Wilhelm Frick, que fue Protector de Bohemia y Moravia. Una sección inglesa encontró a Fritz Sauckel, jefe de la organización de trabajos forzados en Alemania, y una lancha de vigilancia costera de la Marina canadiense capturó a Seyss-Inquart. Ex-comisario del Reich para los Países Bajos, cuando iba a bordo de una lancha torpedera y trataba de llegar a Holanda, después de haberse encontrado con el al mirante Doenitz.

El 9 de mayo, e tocó el turno a Goering. El corpulento Mariscal del Reich mandó a su ayudante, el coronel Von Brauchitsch, hacia las avanzadas de la 36.ª División americana, y después se rindió al general de brigada Robert J. Stack. Llevaba consigo gran cantidad de estupefacientes, un necessaire con cremas y lociones para la cara y las manos, pijamas de seda, grandes anillos adornados con rubíes, esmeraldas y diamantes, cuatro relojes, una esmeralda sin engarzar que tenía como amuleto, y una pitillera de oro. Sobre el pecho llevaba colgadas doce medallas que le quitaron apenas llegó a Kitzbuhel en el Tirol. El l0 de mayo le tocó a Hjalmar Horace Schacht. El ex presidente de la banca del Reich se encontraba —cosa rara— en un camión, entre un grupo de ex prisioneros políticos franceses: los ex Presidentes Edouard Daladier, Leon Blum, Paul Reinaud y el general Gamelin. En el grupo viajaba también el exregente de Hungría, almirante Horthy. El 1 de mayo los soviéticos descubrieron en Berlin al ministro nazi de Economía, Walter Funk que pretendía esconderse entre el personal de la embajada japonesa. El 12 de mayo, a las 11,30 de la mañana, fue detenido el feldmarschall Wilhelm Keitel. El mayor general americano Lowell Rooks le citó en el viejo barco de pasajeros “Patria”, anclado en el fiordo de Flensburg, y le dio una hora y media para prepararse. Podía llevar con él a su ayudante y un equipaje que, en total, no superase los 150 kilos. Keitel fue al aeródromo de Flensburg en su coche particular, acompañado por el general alemán Delteffsen. Saludó a los presentes con su bastón de mariscal de campo incrustado de brillantes y, después, subió al avión militar inglés que le estaba esperando. Su carrera de oficial de la Wehrmacht terminaba en aquel momento.

Después de la captura de Keitel pasaron tres días en blanco. Los otros jefes nazis parecían haberse esfumado. Pero el 15 de mayo las cosas volvieron a marchar.

El primero en caer en manos de una patrulla americana fue el jefe de la Gestapo, Ernst Kaltenbrunner, que se había escondido en Alt Hause, a unos cuarenta kilómetros de Salzburgo. Kaltenbrunner quería someterse a una operación de cirugía estética en el hotel “Am See”, transformado en hospital de las SS, pero en el último momento tuvo miedo de ser descubierto. Una noche huyó y permaneció escondido en una cabaña en el bosque, como Von Papen. Alguien le denunció para salvar el pellejo y así se pudo arrestar al jefe de la Gestapo. También el doctor Robert Ley, jefe del “Frente del Trabajo”, fue capturado a raíz de una denuncia. Un grupo de campesinos de un pueblo al sur de Berchtesgaden indicó al mando de la 101.ª División aerotransportada americana que el hombre estaba en una casita aislada. Los soldados encontraron a un anciano sentado en la cama, con barba hirsuta. Llevaba un pijama azul y temblaba.

Es usted el doctor Ley?’, preguntó el jefe de la patrulla.

No, se equivoca —respondió e] jerarca en pijama—. Yo soy el doctor Ernst Distel

Okay —contestó el soldado—. Es lo mismo. Venga usted conmigo’

En el puesto de mando de la División, el hombre negó obstinadamente. Algunos oficiales americanos que iban tras él des de hacia meses hicieron entrar en la estancia a un viejo de casi ochenta años, Frank Xavier Schwarz, apresado días antes. Schwarz había sido tesorero general del partido nazi y, cuando vio al detenido, no pudo por menos que exclamar sorprendido: ¡Mira por dónde, si también está aquí el doctor Ley!’ El jerarca tuvo que rendirse ante la evidencia y, volviéndose hacia los americanos, dijo de mal humor: “Han ganado!”.

El mismo día, un grupo de búsqueda inglés inspeccionó el hospital de la Marina alemana de Flensburg, en el extremo septentrional de Alemania. Revisando uno a uno a los enfermos, se descubrió al filósofo del nazismo, Alfred Rosenberg, que estaba en cama por un esguince de clavícula. Rosenberg fue inmediatamente trasladado. Al día siguiente, en la misma ciudad, los ingleses detuvieron al Gran Almirante Karl Doenitz, al general Alfred JodI y al ministro de Armamentos Albert Speer. Doenitz preparó doce maletas, pero sólo le fue permitido llevar una. En el trayecto por la calle, escoltado por algunos húsares ingleses, soldados y marinos alemanes se cuadraban y saludaban a su paso.

El grupo de los jerarcas nazis captura dos era ya numeroso, pero faltaban todavía algunos personajes importantes. Por otro lado, en la Alemania en ruinas, con millones de prisioneros que se aglomeraban en los campos de concentración, encontrar a un solo individuo era una empresa dificilísima. Durante los seis días siguientes al arresto de Doenitz, los oficiales aliados estuvieron dando tumbos. Después, un golpe de suerte llevó al general Blitt, jefe de la 101ª División aerotransportada americana, a pararse en los alrededores de Berchtesgaden. En la carretera había un viejo pintor con su paleta y su caballete. El comandante le saludó y el hombre de larga barba blanca devolvió el saludo. Pero algo en aquel rostro le recordaba la fotografía de un perseguido expuesta en todas las dependencias aliadas. El general Blitt dijo de repente: ‘Se parece usted a .Julius Sireicher, ¿sabe?’, el viejo palideció. Pero, cómo —respondió—, ¿me conoce?’ El general hizo una seña a sus oficiales y después le dijo que estaba detenido. Streicher pidió permiso para cambiarse de zapatos y después siguió a los americanos con la cabeza baja.


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Mensaje por Erich Hartmann » Vie Jun 17, 2005 11:09 pm

El suicidio de Himmler

Casi a la misma hora, mil kilómetros hacia el norte, era capturado Heinrich Himmler, pero el jefe de las SS consiguió envenenarse. Su cuerpo permaneció en el suelo durante dos días, en la habitación en que se encontraba. Después, sin ataúd y sin ninguna señal de identificación, fue enterrado en una fosa cavada en una colina cerca de Luneburg. Ninguno de los presentes habló. Sólo al final, un soldado inglés exclamó: ‘Let the worm go to the worms (“Que el gusano termine entre los gusanos”).

Todavía, para completar la lista, faltaban tres personajes famosos: el ministro de Exterior, Joachim von Ribbentrop; el ex jefe de las juventudes hitlerianas, Baldur von Schirach, y el Gran Almirante Erich Raeder. Nadie sabía dónde estaban. Moscú protestaba porque no los encontraban. Stalin llegó a acusar a los angloamericanos de sabotaje. Finalmente, la casualidad vino en ayuda de los americanos. Baldar von Schirach, que se había dejado crecer el bigote y tenia documentos falsos a nombre de Arthur Falk, estaba refugiado en la ciudad tirolesa de Schwarz, junto a Innsbruck. Sabía un poco de inglés y pensó ofrecerse como intérprete a los americanos. De día trabajaba con ellos, y por la noche escribía sus memorias en un gran diario camuflado bajo el curioso titulo “El secreto de Myrna Lov” Todos los jefes de la Hitlerjugend estaban en prisión e, incluso, muchos militantes jovencísimos. Este pensamiento debió conmover su sentido del honor. El, el jefe, ¿podía continuar escondiéndose? El 5 de junio se presentó al comandante americano del Tirol.

También Von Ribbentrop fue detenido por casualidad. El ex ministro del Exterior estaba escondido en Hamburgo, en el domicilio de una señora divorciada de treinta y cinco años. Vivía con esta mujer, en el quinto piso de una vivienda modesta, desde el 20 de abril de 1945, y se hacia llamar Riese. Nadie le había reconocido. Se traicionó él solo. En su juventud, después de haber sido empleado de coches cama en Canadá, se había de dedicado al comercio de vino, y fue justo su conocimiento enológico el que provocó su captura. Un día entró en una taberna e hizo un discurso tan extraño sobre el champán que el comerciante advirtió a la policía inglesa. Al día siguiente —el 14 de junio—, al amanecer, cuatro soldados y un subteniente entraron en su casa y le detuvieron. Llevaba un pijama de rayas rojas y blancas y se mostró in cómodo por la presencia de la mujer. Durante el cacheo le fue encontrada en cima una cápsula de cianuro de potasio, pegada a la piel con un esparadrapo. Von Ribbentrop enseñó al subteniente tres cartas escritas por él y dirigidas al mariscal Montgomery, a Eden y a Churchill. En la dirección de esta última había un error extrañísimo para un ex ministro del Exterior y ex embajador en Londres. Von Ribbentrop había escrito “Vincent Churchill en lugar de Winston. Ya no quedaba más que un hombre por detener: Raeder, el Gtan Almirante que había mandado La Marina antes que Doenitz. Los soviéticos protestaron también por el retraso en su captura, pero después tuvieron que pedir excusas a los occidentales. Raeder, de hecho, vivía tranquilamente con su mujer justo en el sector soviético de Berlín, sin esconder se. Fue el 23 de junio de 1945, casi dos meses después de la capitulación, cuando los rusos se dieron cuenta. Seis oficiales del Ejército Rojo se presentaron en su casa detuvieron a Raeder y, después de quince días de tenerle aislado en una prisión de la ex capital alemana, le deportaron con su mujer a Moscú.


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Mensaje por Erich Hartmann » Lun Jun 20, 2005 5:04 am

El hotel-prisión del coronel Andrus

Pero volvamos a la estación termal de Mondorf-les Bains del coronel Andrus, que, mientras tanto, estaba casi a punto. Habia preparado víveres en conserva y agua mineral para algunos meses, había hecho blanquear habitaciones y salas del “Palace”, improvisando incluso consultorios médicos con las cosas necesarias para una intervención de urgencia. El capitán médico Clint L. Miller, que dirigía esta sección, podia estar orgulloso. En todo Luxemburgo no había nada parecido. El coronel Andrus, finalmente, eligió a seis hombres para servir de “camareros” a los jerarcas nazis, todos prisioneros de guerra que por diversos motivos, eran muy de fiar: Josef Jakesch, Theodor Kemma, Wilheim Gierlich Josef Mayer, Otto Henke y Berhard Jansen.

El primero en llegar al ‘Talace” fue Seyss-Inquart, trasladado directamente desde Flensburg a Luxemburgo.

El aeródromo de la capital del Gran Ducado tenía cada vez más tráfico. Los aviones aliados iban y venían noche y día. El sábado 12 de mayo llegó el Feldmarschall Keitel, y después, uno a uno, todos los demás. En coche o en camión, escoltados por jeeps provistos de ametralladoras, enfilaban la carretera estrecha y llena de curvas que lleva a Mondorf-les-Bains y entraban en la cárcel preparada por el coronel Andrus.

En la Europa en ruinas, aquel hotel de lujo era una prisión bastante rara. Tenía luz eléctrica, agua corriente caliente y fría, ascensores, manteles, sábanas y pijamas que se cambiaban todos los días, lamparitas en las mesillas de noche y un parque lleno de grandes árboles. Los prisioneros fueron visitados varias veces por los médicos y sufrieron muchos interrogatorios, pero, en conjunto, podían considerarse casi de vacaciones. En las cuatro torretas montaban guardia los soldados de Andrus con las ametralladoras y, por la noche, potentes reflectores, iluminaban todos los rincones del par-que y la fachada del “Palace”, pero cada uno de los huéspedes tenía su habitación con baño, era llamado “mister” por los soldados americanos y comía en la planta baja, en una gran sala, servido por camareros alemanes con chaqueta blanca.
A Goering, que llegó el 21 de mayo, se le había asignado la habitación más grande, en el tercer piso, y encima de él se alojaban los seis camareros alemanes. Dormimos encima del gobierno comentaban con ironía. Doenitz estaba en una habitación contigua a la de Goering, y Von Ribbentrop, en el piso de arriba, en una muy pequeña. El único que no se hospedaba con los ex dirigentes nazis era Von Papen, a quien el coronel Andrus, no se sabe por qué motivo, había alojado en el hotel “Hemmeridinger”. Cada prisionero tenía su guardián particular, que le vigilaba discretamente. El de Goering era un sargento de origen griego, a quien todos llamaban “Phil”. El mariscal del Reich fue sometido a una enérgica cura médica y, desintoxicado de las drogas, adelgazó adquiriendo mayor agilidad. Durante una inspección a su habitación, se encontró una cápsula de cianuro potásico que le fue retirada. Goering tenía otras, pero no se conseguía saber dónde las encondía. La vida en el “Palace” estaba regulada por el sonido de un timbre colocado en los techos. El coronel Andrus había establecido este código de señales: por la mañana, un timbrazo para despertarse, dos para el aseo personal, tres para el desayuno en la planta baja. A mediodía y por la noche, dos timbrazos para prepararse para las comidas y tres para bajar al comedor. Un timbrazo más largo después del ocaso significaba el “toque de queda”. Todas las lámparas de las habitaciones tenían que apagarse, mientras en el exterior se encendían los reflectores.

Los prisioneros daban largos paseos por el parque, dividiéndose en grupos, según sus amistades. Goering fumaba gruesos cigarros “Wolff’ fabricados en Hamburgo, que, a menudo, regalaba a su guardián. Doenitz, Von Ribbentrop, Baldur von Schirach y los otros discutían animadamente, a veces riendo, mientras los americanos miraban. Goering decir “No comprendo por qué se me tiene aquí cuando hay tanto que hacer en Alemania.

Doenitz protestaba:

Quieren procesarme porque he asumido el poder en el momento en que la nación se estaba hundiendo!...

El 28 de julio de 1945, durante un violento temporal, Goering empezó a sudar y después se desvaneció. Su pulso era muy débil y el médico, que fue llamado inmediatamente, por un momento tuvo la impresión de que podía morir. La enérgica cura de desintoxicación había debilitado evidentemente al mariscal, quien, sin embargo, se recobró después de varias inyecciones. El médico le ordenó reducir de veinte a doce la ración diaria de cigarros.

La noticia del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima llegó, llegó a Mondorf-les Bains el l0 de agosto. El teniente coronel Owen se la comunicó personalmente a Goering, quien respondió:
No lo creo”. Entonces el oficial americano le tendió un número del periódico de las Fuerzas Armadas, “Stars and Stripes” y el mariscal murmuró: “Es algo formidable! Pero no quiero meterme en estos problemas. Estoy a punto de desaparecer de este mundo”.

Doenitz comentó: También nosotros estábamos intentando resolver el problema atómico, pero nos faltaban los materiales necesarios. ¡Me entra un escalofrío al pensar que ustedes los americanos quizá hubiesen podido lanzarla sobre Alemania!”.

Von Ribbentrop añadió: “Es una revolución. A hora nadie será tan estúpido como para empezar otra guerra”. Después Doenitz cogió el periódico y se puso a traducir del inglés en voz alta. Los demás le escuchaban en silencio. El acontecimiento, sin embargo, no preocupó demasiado a los jefes nazis, que continuaron dejando pasar los días con el torso desnudo en los balcones o terrazas para tomar el sol. En pocas semanas estaban todos bronceados. A 350 kilómetros de distancia había quien trabajaba afanosamente para ellos.


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Mensaje por Erich Hartmann » Lun Jun 20, 2005 11:16 pm

Los exigentes jerarcas nazis

El traumatizante paso de un poder absoluto, que en sus intenciones hubiera debido ser milenario, a una rigurosa prisión, no atenuó en lo más mínimo el arrogante comportamiento de los jerarcas nazis. La mayoría de ellos no consiguió mentalizarse sobre su nueva situación, ni intuyó su potencial y efectiva gravedad. Schacht, por ejemplo, se lamentaba porque no le permitían verse con Von Papen Von Neurath, dos ‘caballeros’ A los otros los consideraba, sin embargo, como delincuentes, y por eso trataba de verles lo menos posible.
Pero quien expresaba sus protestas de manera más ruidosa era Goering. Respecto a él, el coronel Andrus había tomado especiales precauciones. Era precisamente este tratamiento el que menos gustaba a la naturaleza “libre” y amante de la libertad” del mariscal. Sin embargo, por lo que afirma en sus memorias, el coronel Andrus no se dejó impresionar por el banquero Schacht ni por el número uno Goering. También
los mariscales Keitel, Jold, Von Rundstedt, Guderian y Halder tenían sus quejas que presentar, porque no juzgaban digno tener que ocuparse personalmente de la limpieza de su celda, y apelaban a la Convención de Ginebra. Pero, como escribió Andrus, no recordaban que un grupo de oficiales americanos prisioneros había pedido ser fusilado, y no torturado bestialmente, y que el comandante del campo de concentración había contestado: “¡Latigazos, más latigazos!”. Keitel olvidaba que cuando le habían hecho observar que sus órdenes de fusilar a los pilotos ingleses fugados de un campo de prisioneros contravenían el Derecho Internacional, había contestado secamente: “Escupo en él”. Los feldmarschall no recordaban otra tragedia: la del general soviético Karbysev que, hecho prisionero por los nazis, fue desnudado y convertido en una estatua de hielo por el riego continuo de agua helada sobre su cuerpo.

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Mensaje por Erich Hartmann » Mié Jun 22, 2005 12:44 am

La restauración del palacio de justicia de Nuremberg

Dos jóvenes oficiales, el teniente Dan Kiley —un arquitecto de New Hampshire— y el capitán John O. Vonetes —de Nueva York— habían sido llamados, en julio, a Nuremberg y les habían dicho: “Tienen que hacer en un mes el trabajo de seis preparando la prisión y el Palacio de Justicia para el proceso más grande del siglo. Háganlo como quieran, pidan lo que quieran, pero el trabajo tiene que estar terminado en los primeros días de octubre” Kiley y Vonetes sintieron que el pelo se les ponía de punta. Se trataba, más o menos, de crear un barrio entero en una ciudad casito talmente destruida, hacer funcionar la central eléctrica, reparar la conducción de aguas y rehacer todo el interior del Palacio. Kiley tuvo inmediatamente a su disposición un batallón americano del Cuerpo de ingenieros, un centenar de trabajadores civiles y cuatrocientos prisioneros de guerra. Estos hombres debían reparar 650 habitaciones en las tres plantas del ala oriental del palacio y reconstruir por completo la parte occidental, destruida por las bombas incendiarias.

Todo el primer piso tenía que ser transformado en una “cafetería” a la americana dispuesta para dar de comer a quinientas personas. Jueces y fiscales serian servidos en sus despachos. El segundo piso debía tener un gran salón común para los periodistas de todo el mundo y otros pequeños despachos, con centena res de teléfonos y altavoces. En el tercer piso había que preparar la sala de audiencias, agrandando la ya existente. El problema de Kiley era el de colocar en la inmensa aula a cuatro jueces y cuatro sustitutos, 22 fiscales, 22 acusados, ocho intérpretes, ocho secretarios, 60 entre abogados y consejeros, 250 periodistas y fotógrafos y 150 personas del público. El teniente-arquitecto trabajó noche y día, derribó paredes, construyó balcones, instaló ascensores, reconstruyó escalinatas, e instaló aire acondicionado y aparatos de traducción simultánea en cuatro idiomas. Hizo venir en avión desde Nueva York técnicos de IBM y gastó en poco más de cuarenta días cerca de un millón de dólares. La lista de materiales utilizados es impresionante: 130.000 kilos de cemento, 100.000 ladrillos, 20.000 tejas, 8.000 kilos de yeso, 1.500 kilos de clavos 4.500 metros cuadrados de cristal, 10.000 tubos fluorescentes 300 lámparas de mesa, siete generadores de corriente y 335.000 metros de cable eléctrico. Esto por lo que se refiere al Palacio de Justicia solamente. Pero después quedaba la cárcel, que necesitaba toda una serie de modificaciones en las celdas y en el equipamiento.

El capitán John Vonetes, a su vez, debía organizar el aprovisionamiento de víveres para más de un año, preparar los depósitos para las toneladas de documentos que estaban llegando de todas partes del mundo, los almacenes de objetos de escritorio, los laboratorios fotográficos, el material de repuesto de los magnetofones y de los otros aparatos eléctricos la llegada de cinco millones de folios, 25.000 lápices para hacer frente a lo pedidos de los funcionarios del Tribuna Y. después, el abastecimiento diario de leche, agua, vino, licores, pan, carne verduras y frutas, para un millar de personas, John Vonetes llamaba por radio a Nueva York, hablaba por teléfono cor Frankfurt, con Londres, daba órdenes hacia mover trenes y barcos. En aquel verano bochornoso de 1945 se sentía el hotelero más rico y loco del mundo.

Los dos oficiales llevaron a término el trabajo en los plazos establecidos, Fue un esfuerzo agotador, pero lo lograron. A finales de agosto, el coronel Andrus fue a Nuremberg para una inspección: que ver cómo había sido organizada su cárcel, e hizo una sola observación: “Quiero que los marcos de las puertas y ventanas esté, barnizados de negro, como los coches fúnebres”. Cuando vio que la orden se había cumplido, dijo satisfecho: “Ahora puedo venir con mis prisioneros”.


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Mensaje por Erich Hartmann » Sab Jun 25, 2005 1:01 am

SE ABRE LA SESIÓN

Todos los acusados están presentes en la sala, a excepción del industrial Krupp y Martín Bormann.


El proceso de Nuremberg se abre en una mañana fría y gris, mientras el cielo amenaza con nevar. Es el 20 de noviembre de 1945, el primer invierno de paz. Los abedules, los sauces y los álamos esqueléticos se inclinan lentamente bajo ráfagas de viento del norte ante el Palacio de Justicia. A la entrada del edificio: los Military Police de guardia fuman silenciosos junto al carro blindado equipado con ametralladoras que apuntan hacia la Furtherstrasse, cubierta de escombros. La puerta interior del palacio está cerrada, el vestíbulo atestado de periodistas, fotógrafos, militares ingleses, americanos, rusos y franceses. Todavía es temprano. Tendrán que esperar por lo menos dos horas, pero en este momento (son las 7,30) los acusados salen ya de sus celdas, en los subterráneos del palacio, y suben a la sala donde se sentarán durante doscientos dieciocho días.

La sala del proceso, grande, cómoda y fría, puede acoger a quinientas personas. Tiene forma de "T" y una ligera pendiente similar a la de un cine. En la parte más ancha, de forma rectangular, las paredes están cubiertas por paneles de oscura encina con bajorrelieves de escenas bíblicas: el árbol del pecado. Adán y Eva, la serpiente en el Paraíso terrenal, Cain y Abel. Situado en la pared de la izquierda, el lugar de los encausados con dos largos bancos de madera, uno más bajo que otro. Ante esta box están las mesas de los abogados y, en el centro, la tribuna designada a los testigos y a los fiscales. El estrado de los jueces es muy alto, con amplios asientos similares a los de los coros de las iglesias, y está coronado por un grupo de banderas. Abajo, los bancos para los taquígrafos. De frente se alinean las cinco mesas de los fiscales adjuntos y de los ayudantes y, en los ángulos, las cabinas de cristal de los inérpretes y de los traductores. Con la única excepción de los acusados, que tienen que sentarse en bancos, los demás ocupan asientos mullidos. Sin embargo, hay auriculares para todos. Por primera vez en un proceso, se adoptó la técnica de la traducción simultánea en cuatro
idiomas (inglés, ruso, francés y alemán). Los intérpretes, en la cabina, tienen un interruptor que puede encender una luz fija y otra amarilla en el banco de los acusados, en el estrado de los jueces y en la tribuna de los testigos. La primera significa "la traducción está interrumpida"; la otra, "por favor, hable más despacio".

Toda esta zona de la sala está separada por una barandilla de madera. Al fondo, la sala se estrecha y acoge en tres filas de sillas a periodistas, fotógrafos, invitados y público. Arriba hay una balconada, una especie de "gallinero", también reservado al público, a los observadores políticos y a los adjuntos militares de los países aliados. Para entrar se necesita una tarjeta con fotografía, que se obtiene en la Comisión Aliada de Control. En el techo, encima del estrado de los jueces y de las mesas de los procuradores, se han colgado enormes lámparas fluorescentes que sirven para las tomas cinematográficas y facilitan el trabajo de los fotógrafos.

La sala está desierta cuando la puerta próxima al recinto de los acusados se abre y, tras dos MP con casco, cinturón y brazalete blancos, aparece el primer acusado, Keitel, sesenta y tres años, con uniforme verde sin grados ni distinciones. A continuación, Von Papen, de sesenta y cinco años, cabello peinado con brillantina, impecable traje marrón a rayas con el pañuelo asomando tímidamente en el bolsillo del pecho de la chaqueta. Hermann Goering (cincuenta y dos años, más delgado, ojeroso, con uniforme de mariscal del Reich sin ninguna insignia) pasa rápido ante los demás, entra en el recinto con gesto decidido y se sienta al fondo a la izquierda, junto al micrófono móvil. Durante un año no abandonará aquel sitio. A su lado se sientan Rudolf Hess, de cincuenta años, con traje de tweeds y que sujeta entre sus manos un libro de antiguas historias bávaras; Joachim von Ribbentrop, envejecido prematuramente y que parece tener diez años más de sus cincuenta y dos; el impenetrable Kaltenbrunner, de cuarenta y dos años, muy delgado, cara de caballo marcada por los duelos estudiantiles, los cabellos lisos, enormes orejas y, como las definirá Wheeler-Bennett, "dos manos de estrangulador"; Rosenberg, de cincuenta y dos años, silencioso, preocupado y distante; Frank, de cuarenta y cinco años, vestido de oscuro con corbata de rayas rojas, medio calvo, ojos ocultos tras las gafas negras; Frick, de sesenta y ocho años, aturdido y nervioso, con traje azul y zapatos avellana; Streicher, de sesenta años, con traje a cuadros pequeños de corte deportivo y corbata de lazo; Funk, de cincuenta y ocho años, con expresión de ira: Schacht, de sesenta y ocho años, muy delgado, con cara de búho de la que destacan las gafas sin montura y pelo escaso y desordenado. En la segunda fila. un poco más alta que la primera, Doenitz (de cincuenta y cuatro años, barbilla saliente, cuello delgado como el de un pavo) se sienta detrás de Goering. Junto a él, Raeder, de sesenta y dos años, impasible; Von Schirach, de treinta y ocho años no cumplidos, con el rostro de un niño que ha crecido demasiado aprisa: Sauckel, de cincuenta y un años, grueso y redondo, calvo y vestido
de negro; Jodl, de cincuenta y cinco años, con uniforme sin insignias, muy pálido y atento: Seyss-Inquart, de cincuenta y tres años, las gafas sobre la nariz puntiaguda y aguileña, el pelo cortado según la moda militar alemana; Speer, el ministro más joven de Hitler (cuarenta años); Von Neurath (el más viejo de los acusados, setenta y dos años). El último de la fila, sentado al lado de la cabina de cristal de los traductores, es Fritzsche, de cuarenta y cinco años. alto, delgado, los cabellos ondulados, un tic insistente en el ángulo de la boca. Falta sólo Robert Ley, el ex jefe del "Frente del Trabajo". El 25 de octubre se ahorcó en su celda.


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Mensaje por Erich Hartmann » Dom Jun 26, 2005 12:53 am

También un defensor para las SS

Son ahora las 9, la sala empieza a animarse. En la cabina de cristal de los traductores aparecen tres jóvenes con traje de calle, están serios, todos llevan gafas. Uno de ellos es el profesor Haakon Chevalier, que enseña lenguas románicas en la Universidad de Berkeley en California. Entran, en grupos, los periodistas, 150 en total, corresponsales de guerra y enviados especiales. Entre todos escribirán catorce millones de palabras. También hay escritores, y junto al más conocido, John Dos Passos, están los demás. De la puerta situada al lado del estrado de los jueces, frente a la box de los acusados, aparecen los treinta defensores, llevan puesta la toga y rodean al más importante de ellos, Otto Stahmer, defensor de Goering, pequeño, nervioso y agresivo, a quien se le ha dado el encargo colegial de una moción de la defensa para invalidar el proceso. Junto a él, gigantesco, de cabellos claros, el rostro macizo, las gafas apoyadas en la punta de la nariz, el abogado Robert Servatius, defensor de Sauckel y futuro defensor de Adolf Eichmann. Von Neurath eligió como defensor a un noble como él, el barón Otto von Ludinghausen. A Hess le defiende Gunther von Rohrscheidt que será después sustituido, debido a un accidente (la fractura de una pierna), por el abogado Alfred Seidl, que defiende a Hans Frank, Von Ribbentrop, Funk y Von Schirach están defendidos, el primero por Martín Horn, y los otros dos por Fritz Sauter, Rosenberg, por Alfred Thoma. Keitel, por Otto Nelte. Doenitz, por el juez de la Marina alemana Otto Kranzbuhier, que tiene también como cliente a Gustav Krupp von Bohlen und Halbach. Frick, por Otto Pannenbecker.

Streicher, después de haber examinado atentamente los nombres de los posibles letrados, temiendo elegir uno de origen judío, se decidió por Hans Marx. Schacht está defendido por Rudolf Dix, Raeder por Walter Siemens. El defensor de Speer es el abogado Hans Flaeschner, su compañero de colegio y conocido antinazi. A Von Papen le defiende un amigo de la familia, el abogado Egon Kubuschok. Fritzsche eligió para su defensa a Heinz Fritz. Seys-Inquart, a Gustav Steinbauer. Jodl, al profesor Franz Exner. El ausente Bormann será defendido de oficio por el doctor Priedrich Bergold.
También las organizaciones nazis tienen un abogado defensor. Exner (abogado de Jodl) se encarga de la defensa del Estado Mayor General y del Alto Mando de las Fuerzas Armadas. Servatius, letrado de Sauckel, de la del partido nazi. Kubuschok, el abogado de Von Papen, defiende al Gabinete del Reich. Ludwig Babel, a las SS y al SD. Rudolf Merkel, a la Gestapo. Georg Boehm a las SA. Entran en la sala los taquígrafos y se colocan delante del estrado de los jueces.

Alemanes y soviéticos usan lápiz y cuaderno: anglosajones y franceses tienen silenciosas máquinas de estenotipia. El proceso va a empezar. El espacio reservado al público está abarrotado, los fotógrafos trabajan sin descanso con los flashes y se encienden las grandes lámparas fluorescentes que lanzan sobre la escena una luz deslumbradora. Los agregados civiles del Tribunal Internacional llevan los dos mil seiscientos treinta documentos de la acusación y los dos mil setecientos de la defensa. Entra un grupo de ayudantes, unas cincuenta personas. Se prueban los aparatos de grabación de cinta y disco. Goering está nervioso, trata de hablar con Hess. Parece que el ex sustituto del Führer le dijo, aludiendo a los preparativos que se estaban haciendo en la sala: "Toda esta escenificación se reducirá a humo. Dentro de un mes, habrá un nuevo jefe en Alemania". El abogado Horn, defensor de Von Ribbentrop, se acerca a su cliente con un papel en la mano y le dice que uno de los testigos citados por la defensa, lord Dawson, ha muerto el dia anterior. Los diez MP han ocupado su puesto, de pie, tras los acusados. El reloj que está sobre sus cabezas marca las 10,03 cuando se abre la puerta y el alguacil de la audiencia, coronel Mays, anuncia: "Señores, entra el Tribunal". Aparecen ocho hombres, graves y serios, cuatro jueces y cuatro suplentes, y suben uno tras otro al estrado.

Preside el Lord de Justicia Lawrence (después obtendrá el titulo de Lord Oaksey), hombre severo, aunque con frecuencia sonriente, de gran valía, sagaz e imparcial. Junto a él, su sustituto, Sir William Birkett (que se convertirá en Lord Birkett), grueso, simpático, con el pelo constantemente cayéndole sobre la frente. El juez americano Biddie tiene, como suplente, a John J. Parker, bonachón, de cabellos grises, mirada atenta. El viejo profesor Donnedieu de Vabres tiene a su lado al colega Robert Falco, consejero de tribunal de apelación, un hombre distinguido. El juez soviético Nikitchenko tiene como suplente al teniente coronel Alexander F. Volckhov, muy joven, de pelo ondulado, rostro latino. Los jueces soportan, pacientes, los flashes de los fotógrafos mientras la sala se llena del zumbido de las cámaras de cine. Van entrando los componentes de los cuatro colegios fiscales. El fiscal americano es Robert H. Jackson, a quien se le conocerla como "el padre del proceso de Nuremberg". Entre sus veintidós ayudantes están el coronel Robert Storey, los señores Thomas Dodd y Sidney Aldermann, y el coronel Telford Taylor, futuro historiador. La acusación francesa está representada por el fiscal del Tribunal Supremo Francois de Menthon. Del grupo de sus ocho ayudantes forman parte los señores Charles Dubost y Edgar Faure, futuro Primer Ministro. El fiscal del Tribunal Supremo inglés es Sir Hartiey Shawcross, que dirige a seis fiscales (entre los cuales están su sustituto. Sir David Maxwell-Fyfe, y el señor G. D. Roberts). El jefe de los fiscales soviéticos es el general R. A. Rudenko, con el procurador general coronel Y. V. Pokrovsky (los dos únicos de uniforme) asistidos por siete consejeros. "Se abre la sesión". Son las 10,15 y el Tribunal examina en seguida la situación de los dos acusados ausentes, Krupp y Bormann.


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Mensaje por Erich Hartmann » Jue Jun 30, 2005 6:49 pm

El destino de los Krupp

Gustav Krupp von Bohlen und Halbach, el "rey de los cañones y del acero", tiene setenta y cinco años y está inmovilizado en la cama para el resto de su vida. El ex diplomático renano —que "por graciosa concesión del Kaiser", casándose en octubre de 1906 con Bertha Krupp tuvo e derecho a llevar el apellido de los Krupp— está acusado de haber favorecido la conjura nazi, de haberla ayudado a consolidar su poder en Alemania y de haber contribuido a los preparativos de la guerra. "Krupp, dice el fiscal, ha participado en la elaboración de los planes económicos y militares de Hitler, base de todas las guerras de agresión, y ha aprobado y personalmente dirigido crímenes contra la humanidad, especialmente en lo que respecta a la organización de los trabajos forzados". Jackson, al pedir que sea procesado inmediatamente, ha destacado que el "imperio Krupp", en 1935, tenia un activo neto de cincuenta y siete millones de marcos, y que este activo, en 1941, había ascendido a ciento once millones, y no era sólo esto ya que el valor de sus fábricas, calculado en setenta y seis millones de marcos en 1937, había ascendido a doscientos treinta y siete millones en 1943.

Pero Krupp no estará allí para oír estas cifras y estas acusaciones. Un año antes, en 1944, se vio afectado por un ataque de apoplejía que le paralizó la parte izquierda de la cara y la parte derecha del cuerpo. En noviembre del mismo año, mientras se encontraba en el parque de su castillo de Blünnbach, en Austria, se cayó, hiriéndose. El coche que poco después le llevaba a gran velocidad hacia la clínica, se vio obligado a frenar bruscamente para evitar un choque, y el magnate, despedido de su asiento, se golpeó en la frente y la nariz con una barra de hierro del coche.

Desde entonces fue empeorando, según reconoció con tristeza su mujer, Bertha (hija de Alfred Krupp Sénior, fundador del "imperio"). No habla nunca, se limita a algún duro insulto. Incluso llora sin motivo. Los médicos diagnosticaron una demencia senil y veían su fin inminente. Cuando las tropas inglesas llegaron al castillo, el viejo Krupp, a pesar de las protestas de su hijo Alfred Júnior, tuvo que dejar sus habitaciones e instalarse en la casita del jardinero. A principios del verano de 1945, Bertha Krupp obtuvo permiso del mando de las tropas de ocupación para llevar a su marido a un hotelito en el campo. Seis médicos, uno inglés, uno americano, uno francés y tres soviéticos, fueron al hotelito de Blühnbach donde Gustav Krupp se estaba muriendo lentamente en su lecho, y pasaron una mañana entera haciéndole todo tipo de exámenes, bajo la mirada vigilante de Bertha. Cuando entraron en la habitación, el viejo, pálido como un pergamino, casi en los huesos, con los ojos hundidos, les saludó con un gutural "Guten Tag" (buenos días). Pero no conseguía ni siquiera incorporarse y sentarse en la cama. Soportó pasivamente los exámenes y las pruebas sin pronunciar palabra. Cuando algo le molestaba balbuceaba en voz baja "Donnerwetter!" (¡demonios!). No había la menor duda, Gustav Krupp no aparecería ante ningún tribunal aparte del que pronunciaría el juicio definitivo cuando la vida se le acabara.

El presidente Lawrence pasa lentamente las hojas del dossier de Gustav Krupp, saca un folio y se lo muestra a Sir William Birkett, que esboza una leve sonrisa. Es una carta fechada el 24 de julio de 1942, dirigida a Hitler, en la que el "rey del acero" anuncia al Führer que el famoso "cañón Gustav" ha superado todas las pruebas y se podrá emplear en el asedio de Leningrado. En el dossier aparece también el testimonio de los médicos que han visitado a Gustav Krupp:

Nosotros los abajo firmantes hemos visitado en la mañana de/ 6 de noviembre de 1945, en presencia de su mujer, que es también su enfermera, al enfermo identificado por la policía militar como Gustav Krupp von Bohlen. Estamos de acuerdo en declarar que sufre de un reblandecimiento senil en el cerebro (...) y que su estado de salud es tal que le incapacita para seguir los diálogos de la causa ante los Jueces, y para comprender cualquier interrogatorio y colaborar. Sus condiciones físicas son tales que cualquier traslado puede serle fatal. Sostenemos, tras largas reflexiones, que, en lugar de mejorar, es probable que su estado de salud empeore. En consecuencia es nuestra opinión unánime que el enfermo no estará nunca en condiciones físicas y mentales para poder aparecer ante el Tribunal Militar Internacional.

'Firmado: brigadier Turnbridge, consejero médico del ejército británico del Rin; Profesor Rene Piedliévre, de la Facultad de París; profesor Nikola Kurschiakov, del Instituto médico de Moscú; neurólogo Eugene Sepp, miembro de la Academia de Medicina de Moscú; neuropsiquiatra Bertram Schaffner, del Servicio médico del ejército americano
".

Fiscal Jackson: "Entonces, ¿habrá que declararle contumaz ?"

El presidente (vuelto hacia Jackson): Según usted, ¿a la justicia le interesa procesar a un hombre cuyas condiciones de salud le impiden defenderse?".

Jackson: "Efectivamente...".

El presidente (seco): "Gracias".

Lord Lawrence se vuelve hacia el fiscal inglés, Sir Hartiey Schawcross: "¿Piensa usted que según el derecho procesal anglosajón, un hombre en las condiciones físicas de Krupp pueda participar en el proceso?".

Schawcross: "No, señor".

Toma la palabra uno de los fiscales franceses, el señor Charles Dubost: "¿No podría procesar el Tribunal en el lugar de Gustav Krupp a su hijo Alfred Jr.?".

En el silencio de la sala es el juez francés, Henri Donnedieu de Vabres, quien cierra de golpe su cuaderno de tapas negras ya repleto de apuntes y se vuelve hacia su compatriota: "¿Pensaba usted de verdad, señor Dubost, sugerir al Tribunal sustituir un nombre por otro en la acusación fiscal?".

Dubost (avergonzado): "Verdaderamente... Pensamos...".

Lawrence: "Gracias".


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Mensaje por Erich Hartmann » Sab Jul 02, 2005 2:15 am

El suicidio de Robert Ley

El banco destinado a los acusados del proceso de Nuremberg puede ser ocupado por veinticuatro personas, doce en la primera fila y doce en la segunda, pero sólo están presentes veintiuna. Inicialmente se habían previsto estos veinticuatro lugares pensando que Martin Bormann y Gustav Krupp von Bohien und Halbach comparecerían en la sala. Sin embargo, entre el sitio de Erich Raeder y el de Baldur von Schirach, en la primera fila, hay otro espacio vacío. Es el que debería haber ocupado Robert Ley, ex jefe del "Frente del Trabajo", pero un mes antes del juicio, la noche del 25 de octubre de 1945, se ahorcó en su celda con una toalla.
Este suicidio fue un gran disgusto para el comandante de la prisión, coronel Andrus. Había garantizado que los 22 acuados, salvo enfermedades imprevistas, comparecerían en la sala de Nuremberg. Ley ya había tratado de envenenarse con cianuro unos días después de la detención, que tuvo lugar el 16 de mayo en un chalet de Obersaizberg, al sur de Berchtesgaden, pero la cápsula que llevaba escondida en el cuerpo fue descubierta por un enfermero de la cárcel. Le tenían vigilado porque se temía un nuevo intento de suicidio.

Ley era también un antisemita convencido. Jefe del distrito de Renania en 1925, había fundado dos periódicos que atacaban ferozmente a los banqueros judíos, hasta el punto de ser detenido por injurias y difamación. Esto ocurrió en 1928, pero el mismo año Ley fue elegido miembro de la Dieta prusiana y, en 1930, diputado al Reichstag. Fue entonces cuando Ley comenzó a beber, a beber de todo, whisky, kirsch, vino, y siempre de manera desproporcionada. ¿Por qué lo hizo? Ley era tartamudo y, según la opinión del doctor Douglas M. Kelley. de San Francisco, otro psiquiatra americano en el proceso de Nuremberg, la causa de aquel defecto venia del accidente de aviación de 1917 en el frente occidental, cuando Ley se fracturó el cráneo al caer el avión. Una vez que recobró el sentido, sólo pudo pronunciar una frase con mucho esfuerzo. Para vencer la tartamudez Ley se dio al alcohol, después de comprobar que bebiendo un poco el defecto tendía a desaparecer. Ley estuvo con Hitler desde el principio y había formado parte de su circulo de íntimos (Goebbeis, Borman. Goering, Von Ribbentrop) que Trevor-Roper definió diciendo "no es un gobierno..., sino una corte con un poder de gobierno tan despreciable y con una capacidad de intriga tan incalculable como la de cualquier sultanato oriental". El encargo que Ley recibió de Hitler fue el de abolir todos los sindicatos y reunir trabajadores, empleados y empresarios alemanes en una sola asociación, el "Frente del Trabajo" (DAF, Deutsche Arbeitsfront). Hitler proclamó a la nación que el 1 de mayo se convertiria en el "Día del trabajo nacional alemán" y los jefes de los sindicatos "colaboraron entusiásticamente con el gobierno y con el partido (nazi) para lograr el éxito de la fiesta".

El 1 de mayo de 1933 tuvo lugar, en el aeródromo de Tempelhof, en Berlín, una asamblea de un millón de trabajadores. Los delegados de los obreros habían llegado a la capital de todas las partes del país en aviones y autocares especiales preparados por Goebbels y Ley. Al día siguiente, 2 de mayo, todos los dirigentes sindicales fueron detenidos, las sedes incautadas y los fondos confiscados. Ley declaró: "Pueden profesar hipócritamente cuanto quieran su devoción por el Führer, pero es mejor que estén en la cárcel".

El decreto-ley para la institución del "Frente del Trabajo" apareció tres dias más tarde, el 5 de mayo de 1933, tres meses después de la subida de Hitler a la Cancillería y dos meses después del incendio del Reichstag. Ley lanzó la primera proclama a los trabajadores alemanes: "¡Trabajadores! Para nosotros los nacionalsocialistas vuestras instituciones son sagradas. Yo mismo soy hijo de un pobre campesino y conozco la miseria. Sé la explotación que sufrís por causa del capitalismo anónimo. ¡Trabajadores! Os juro que no sólo conservaremos lo que ya existe, sino que desarrollaremos posteriormente todo lo que se refiere a la protección y derechos de los trabajadores".

La promesa duró menos de un mes. Tres semanas más tarde. Hitler dictó otra ley que abolía los convenios colectivos y, para regular los conflictos laborales, instituía "representantes" gubernativos. Con la misma desenvoltura Ley se dirigió a los empresarios y en un discurso, después de haber reafirmado el Führer- prínzip, o sea el "principio del caudillaje" incluso en las relaciones sociales, prometió a los industriales "restablecer la autoridad absoluta de! jefe natural de toda hacienda, es decir, del que da trabajo".

La "obra maestra" de Robert Ley fue la "operación Volkswagen" de 1938, un fraude que el pueblo alemán pagó con decenas y decenas de millones de marcos. En los Estados Unidos en aquella época había un coche por cada cinco personas, y en Alemania uno por cada cincuenta. Hitler lanzó la idea del "coche para todos los trabajadores", un automóvil a un precio bajisimo, fijado en novecientos noventa marcos. El Volkswagen nació, como proyecto, bajo la dirección del ingeniero austríaco Ferdinand Porsche, pero dado que ninguna industria privada podía construirlo al precio fijado por el Führer. Robert Ley movilizó el "Frente del Trabajo" y, con un capital inicial de cincuenta millones de marcos, instaló una planta de automóviles en Braunschweig: "Esta fábrica anunció, "podrá producir un millón y medio de coches al año, muchos más que la Ford". Ley tuvo una idea. Sugirió a los trabajadores alemanes proporcionar ellos mismos el capital necesario para la producción de los vehículos, anticipando los plazos del coche. Cinco, diez, quince, marcos a la semana. Ningún trabajador tuvo jamás su Volkswagen, y la nueva fábrica de automóviles se utilizó para la guerra, entonces ya próxima. Robert Ley se convirtió en uno de los hombres más poderosos de Alemania. Por la Fidelidad demostrada con ocasión del atentado del 20 de julio en 1944 (Ley habló por la radio durante quince horas incitando a la guarnición de París a desobedecer las órdenes de los conjurados), Hitler le confirmó jefe de "Frente del Trabajo" en el testamento en el que transmitía su sucesión a Doenitz

La noche del 25 de octubre, un mes antes del proceso. Ley se quitó la vida. Era el cuarto jefe nazi que se suicidaba, después de Hitler. Goebbeis y Himmier. Sobre la mesa había dos cartas: "No puedo soportar más esta vergüenza", escribió Ley. "Materialmente no me falta nada. La comida es buena, los america nos son correctos y en parte amistosos. Tengo para leer y puedo escribir lo que quiero. Recibo papel y lápiz. Hacen por mi salud más de lo necesario y puedo incluso tener tabaco. Puedo dar todos los días un paseo de por lo menos veinte minutos. Pero lo que no puedo soportar el ser considerado un criminal". En la otra carta, una especie de testamento político, escribió: "Yo soy uno de los responsables de los delitos cometidos por los nazis. Habiendo estado con Hitler cuando la suerte le sonreía, no quiero abandonar a mi jefe en la desgracia. Dios ha guiado, en todo, mis actos. El me hizo subir y ahora me deja caer".

Tres horas después los restos mortales de Ley yacían en el depósito del hospital de Nuremberg. El cerebro del ex jefe del "Frente del Trabajo" fue extraído por el patólogo capitán Najeeb Clan, de Cambridge, y enviado por avión a los Estados Unidos para ser examinado en el departamento de investigación médica de Washington. El coronel Andrus ordenó la más estrecha vigilancia sobre todos los demás prisioneros y el silencio absoluto sobre el suicidio. Pero, al día siguiente, la noticia corrió por todas las celdas de la cárcel: "Alabado sea Dios". exclamó Goering. "¡Ese borracho nos desacreditaba a todos!".

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Mensaje por Erich Hartmann » Mié Jul 06, 2005 6:25 pm

Sobre Bormann ya hablamos en el apartado de Biografías, de manera que nos lo saltamos. Antes de pasar a los miembros del tribunal, ahí tienen una curiosidad: los coeficientes intelectuales de todos los acusados:

Karl Doenitz: 138
Hans Frank: 130
Wilhelm Frick: 124
Hans Fritzsche: 130
Walter Funk: 124
Herman Goering: 138
Rudolf Hess: 120
Alfred Jodl: 127
Ernst Kaltenbrunner: 113
Wilhelm Keitel: 129
Constain von Neurath: 123
Franz von Papen: 134
Erich Raeder: 134
Joachim von Ribberntrop: 129
Alfred Rosenberg: 127
Fritz Saukel: 118
Hjalmar Schacht: 143
Baldur von Schirach: 130
Arthur Seyss-Inquart: 141
Albert Speer: 128
Julius Streicher: 106


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Mensaje por Erich Hartmann » Jue Jul 07, 2005 5:42 pm

LOS PRESENTES EN LA SALA

La acusación internacional

Estado Unidos de América:

Jefe del Consejo fiscal:
juez Robert H. Jackson.
Consejeros ejecutivos:
coronel Robert O. Storey. señor Thomas S. Dodd.
Consejeros asociados:
señor Sidney S. Alderman.
coronel Teltord Taylor
coronel John Harlan Amen
señor Ralph O. Albrecht.

Consejeros auxiliares:
coronel Leonard Weeler, Jr,
teniente coronel William H. Baldwin
teniente coronel Smith W. Brookhart, ir.
capitán de fragata James Britt Donovan (U. S. N. R.)
comandante Frank S. Wallis
comandante William F. Walsh
comandante Warren E. Farr
capitán Samuel Harris
capitán Drexel A. Sprecher
teniente Witney R. Harris (U. S. N, R,)
teniente Th. E. Lambert, Jr. ( U. S. N. R.)
teniente Henry Atherton
teniente Brady O. Bryson (U, S. N. R.)
teniente Bernard Meltzer (U. 5. N. R.)
doctor Robert M. Kempner
senor Walter W. Brudno.

República Francesa:

Procurador general:
señor François de Menthon.
Procuradores generales sustitutos:
señor Charles Dubost
señor Edgar Faure
Ayudantes (Jefes de sección):
señor Pierre Mounier
señor Charles Gerthoffer.
Ayudantes:
señor Henri Delpech
señor Jacques Herzog
señor Constant Quatre
señor Serge Fuster.


Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda:

Procurador general:
Procurador general del Rey, Sir Hartley Shawcross. fiscal dlegado, miembro del Parlamento.
Procurador general sustituto:
Sir David Maxwell-Fyfe, consejero de Estado, fiscal delegado, miembro del Parlamento.
Consejero directivo:
señor G. D, Roberts, fiscal delegado, funcionario legal del Imperio Britanico,
Consejeros subalternos:
teniente coronel. M. G, Griffith-Jones, M. C., abogado fiscal;
coronel H. 3, Phillimore, funcionario legal de Imperio Británico, abogado fiscal;
comandante F. Elwyn Jones, miembro del Parlamento, abogado fiscal:
comandante J. Harcourt Barrington, abogado fiscal.

Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas:

Procurador general:

general R. A, Rudenko.

Procurador general sustituto coronel Y. y. Pokrovsky.
Ayudantes:

consejero de estado para la Justicia, de I clase, L. R. Shenin
consejero de estado para la Justicia, de II clase, M, Y. Rayinski
consejero de estado para la Justicia, de III clase, N. D. Zorya
consejero jefe de Justicia, L. N. Smirnov coronel D. S. Karev
teniente coronel J. A. Ozol, capitán V. V. Kukin.

El Tribunal Militar Internacional

Muy honorable Sir Geoffrey Lawrence (en nombre del Reino
Unido de Gran Bretaña e Irlanda). Presidente.
Honorable Sir William Norman Birkett (sustituto, en nombre
del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda).
Señor Francis Biddle (en nombre de los EE. UU.), Juez.
Juez John J. Parker (miembro sustituto por los FE. UU.). Profesor Donnedieu de Vabres (en nombre de la República Francesa). Juez.
Consejero Robert Falco (miembpt sustituto por la República Francesa).
General de división I. T. Nikitchenko (en nombre de la
U. R. S. S.). Juez.
Teniente coronel A. F. Volckhov (miembro sustituto por la
U. R.S. S.).

LOS ABOGADOS

Para el acusado:

Goering: doctor Otto Stahmer
Hess: doctores Gunther von Rohr scheidt y Alfred Seidl
Von Ribbentrop: doctor Martin Horn
Keitel: doctor Otto Nelte
Kaltenbrunner: doctor Kurt Kauffmann
Rosenberg: doctor Alfred Thoma
Frank: doctor Alfred Seidl
Frick: doctor Otto Pannenbecker
Streicher: doctor Hans Marx
Funk: doctor Fritz Sauter
Schacht: doctor Rudolf Dix
Doenitz: doctor Flottenrichter Otto
Kranzbuhler
Raeder: doctor Walter Siemens
Von Schirach: doctor Fritz Sauter
Sauckel: doctor Robert Servatius
Jodl: profesor Franz Exner
Bormann: doctor Friedrich Bergold
Von Papen: doctor Egon Kuhuschok
Seyss-Inquart: doctor Gustav Steinbauer
Speer: doctor Hans Flaeschner
Von Neurath: Freiherr Otto von Ludighausen
Fritzsche: Doctor Heinz Fritsch

Para los ‘grupos’ y organizaciones”:

— Dic Reichsregierung......................................doctor Egon Kubuschok
— Das Korps der politischen Leiter
der Nationalsozialistischer, Deutschen Arbeiter
partei.............................................................doctor Roben Servatius
—SS y SD......................................................doctor Ludwig Babel
—SA..............................................................doctor Georg Boehm,
—Gestapo......................................................doctor Rudolf Merkel
—Estado Mayor General y
Alto Mando.....................................................doctores Franz Exner y
Hans Laternser


Saudos cordiales

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