XIII.- TESTIMONIO DE UN ESPAÑOL
Extraído del El País Dominical, 5 / 6 / 1994, artículo de Sol Alameda
Entrevista a Jorge Semprún
…” — Desde el campo, ¿los confinados podían seguir la marcha de la guerra?
— En el campo había una organización clandestina, había una información al día y una escucha permanente de las radios aliadas: Moscú, Londres. También boletines que circulaban entre los dirigentes de los partidos comunistas del campo. Las noticias se conocían una hora después de que sucedieran en el mundo. Ese campo había sido construido para confinar a los presos políticos alemanes, a los comunistas y socialdemócratas, y más adelante se agregaron a él comunistas de otros países, resistentes y luchadores antinazis en general. Cuando yo llego, en 1943, los comunistas han conseguido hacerse dueños de la administración, establecer un poder paralelo. En el campo se reproducía el dilema de todos los partidos, si ser revolucionarios o reformistas; ¿qué es mejor, esperar el día final del gran asalto o instalarse en los entresijos del poder e ir tomándolo sindicalmente? Tener el poder significaba tener la responsabilidad de los barracones, de los comandos de trabajo. En el recinto había 50.000 personas. Pero en realidad, del campo dependían los trabajadores de las fábricas del exterior, entre 100.000 y 125.000 personas, que trabajaban en la industria bélica alemana.
— ¿Qué fabricaban?
— Cuando yo llegué, los alemanes habían empezado a perder la guerra. El caso es que necesitaban grandes cantidades de armas y elementos bélicos que se construían en Buchenwald. Hacíamos carabinas, instrumentos ópticos y las Vl y V2 (bombas autopropulsadas, prácticamente invulnerables a la defensa antiaérea de la época).
— ¿Qué hacía usted exactamente?
— Yo era el único español que sabia alemán. Por eso estaba en el sistema de relaciones internacionales. Trabajaba en el servicio de distribución de la mano de obra, aunque otro servicio, de la SS, controlaba por encima de nosotros. Llevaba al día el estadillo de los muertos, los enfermos, los incorporados. Cuando se pedían fresadores para una fábrica, yo veía si los había.
— ¿Cuánto tardaron en conocer la noticia del desembarco?
— La conocimos el mismo día.
— ¿No antes?
— Desde que empezó la primavera se especuló sobre el lugar donde se produciría. Era el momento en que los soviéticos presionaban a los aliados para que abrieran el segundo frente, argumentando que todo el peso de la guerra recaía sobre el frente ruso. La polémica sobre la apertura del segundo frente la utilizaba la prensa nazi, que nosotros podíamos leer en el campo. Decían eso de: "Ves cómo no abren el segundo frente, ves cómo dejan a los rusos solos"; intentaban dividir a los aliados. Si en esos momentos yo hubiera seguido en la Resistencia, sí me hubiera enterado con antelación, puesto que la Resistencia tuvo que hacer labores para preparar ese momento del desembarco. Pero en el campo nos enteramos el mismo día.
— ¿Cómo fue exactamente?
— A las once de la mañana empezó a correr la noticia; a mediodía se sabía con certeza. Cuando los comandos de trabajo regresaron, la noticia se difundió entre los 50.000 deportados que vivían allí. Y al pasar lista ya lo sabía todo el mundo. Porque la gente salía a trabajar a las fábricas a las cuatro y media y no regresaba hasta las seis de la tarde, cuando teníamos el pase de lista. Era un momento que los nazis aprovechaban para practicar su sadismo, sobre todo si nevaba o hacía frío. En esos casos nos tenían esperando durante dos horas. Y como el rancho venía después y no habías comido nada desde las cuatro de la madrugada, imagina cómo esperabas que aquello acabara. El día del desembarco, la gente estaba allí, de pie, esperando pasar lista, pero ya sabían lo que había sucedido. Y por eso aquel pase de lista fue un festejo. Los alemanes, que se dieron cuenta, lo alargaron para castigarnos, pero, curiosamente, eso permitió que el festejo se prolongara. Se notaba en algo, aunque la gente estuviera firme y en silencio. Recuerdo que hasta los más derrengados caminaban llenos de empaque.
— Había dos cosas que saber: que el desembarco se había producido y si había sido un éxito o un fracaso.
— Supimos inmediatamente que había triunfado. Desde luego estábamos al tanto de que el momento crítico era ése en que los aliados podían ser arrojados de nuevo al mar. Si sucedía así, no sólo supondría el fracaso de una operación, sino que tendría otras consecuencias, porque hacía falta mucho tiempo para preparar de nuevo la operación.
— Para ustedes, ¿el desembarco significaba un inmediato fin de la guerra y, por tanto, su liberación?
— Ese día, ninguno de nosotros pensaba que el conflicto iba a durar todavía un año. Creíamos que a partir de ese momento iba a ir todo rodado. Las repercusiones morales que aquello tuvo en los confinados fueron buenas; las consecuencias materiales, en cambio, fueron malas.
— Para los españoles todavía había algo más: desembarco, derrota alemana, salida del campo y fin de Franco.
— Claro. En Buchenwald había entre 100 y 150 españoles. Pero los españoles estuvieron confinados sobre todo en Mauthausen. Eran presos de las compañías de trabajo militarizadas que habían constituido los franceses en 1939. Fueron hechos prisioneros junto con el Ejército francés. Los alemanes se encontraron con una masa de españoles que no eran prisioneros de guerra y mandaron un recado al Gobierno franquista: ¿ustedes quieren a estos compatriotas suyos? Franco dijo que no porque eran rojos. Entonces los enviaron a Mauthausen. Los confinados en Buchenwald eran todos de la Resistencia; tenían experiencia militar de la guerra de España. Aquella lucha era la revancha de la guerra. Así que la secuencia que has planteado era la lógica.
— Usted ha dicho a veces que le ha gustado siempre cambiar el rumbo de las cosas.
¿Eso lo aprendió en Buchenwald?
— Lo practiqué mucho allí. Aquélla es mi experiencia fundamental; creo que todo lo demás irá desapareciendo para quedar únicamente eso. Por eso digo que no soy ni español ni francés de verdad; que soy ambas cosas o ninguna de ellas; ni escritor de verdad, porque soy capaz de dejar la página de la novela que más me gusta para irme a charlar con un amigo, y un escritor profesional jamás hace eso. Lo único que soy de verdad es un deportado.”
Fuentes:
Hitler's Death Camps: The Sanity of Mandes (Konnilyn G. Feig)
The Buchenwald Report (David A. Hackett)
www.ushmm.org
www.jewishvirtuallibrary.org
Saludos
Kühnheit, Kühnheit, immer Kühnheit...
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