Saludos cordiales.
Estimado Martin, en cuanto a la pregunta final que me realizas, creo que lo que yo hubiera hecho es irrelevante para el debate que se ha abierto, y es una pregunta retórica que no tiene contestación posible o su contestación sería insatisfactoria por completo ya que es imposible valorar nuestra actuación en un caso similar sin haber vivido lo que pasó en la Alemania nazi. Lógicamente nuestra respuesta variará si nos situamos en el grupo de los judíos u otros perseguidos o en el grupo de los alemanes corrientes, pero lo que hubiera hecho yo personalmente es algo que no creo que aporte nada.
Todos sabemos que hacer lo decente es a veces difícil e incluso peligroso, pero el que algo sea difícil o incluso peligroso para nuestra seguridad o familia no puede ser una excusa para que miremos hacia otro lado cuando se discrimina o machaca a un grupo social que pertenece a nuestro entorno, los judíos eran compatriotas alemanes que se dejaron en muchos casos la piel por su patria en la Primera Guerra Mundial y si algo debemos aprender de la segunda guerra mundial y del Holocausto es que a las minorías hay que defenderlas con medidas legales pero sobre todo con nuestra disconformidad - usando todos los medios legales posibles - si se produjeran hechos similares como la Alemania nazi. El no actuar, el miedo, es humano y comprensible pero no loable.
La paternidad del Holocausto, su génesis, su organización y ejecución fue alemana y el que intervinieran personas de otras nacionalidades como ucranianos, croatas, rumanos, letones, etc, no es más porque los nazis les dieron cobertura y les autorizaron a colaborar con ellos. El mero hecho de que en las matanzas de judíos y otras minorías intervinieran personas de nacionalidad diferente a la alemana únicamente avala el que la naturaleza humana no distingue nacionalidades en cuanto a perpetrar el mal, esa es una de las tesis de C. Browning y creo que es acertada ya que lo que pasó en Alemania no es porque la naturaleza humana del ciudadano alemán fuera peor o más criminal respecto a la de otras personas, sino porque se dieron una serie de circunstancias como el antisemitismo que en el caso alemán tiene unas peculiaridades diferentes al antisemitismo europeo en general.
Podrás poner ejemplos de ayuda a los judíos, de diarios y cartas de la gente abochornada por lo que hacían con los judíos, pero la realidad es que las campañas de terror selectivo contra los judíos y otros enemigos del Tercer Reich no hubieran podido llevarse a cabo sin la colaboración de los ciudadanos normales. La Gestapo no era una organización gigante de terror, y una generación de historiadores han situado la realidad de la Gestapo en la sociedad alemana, era una organización pequeña con pocos oficiales y espías y que dependió por completo de la complicidad de la población alemana. Lógicamente es una versión polémica ya que ataca directamente al corazón de la versión de que unos pocos radicales nazis con la complicidad de una macroorganización de terror llamada Gestapo tenía paralizada a una sociedad que aterrada no podía oponer resistencia ya que el mero hecho de hablar o pensar en contra de Hitler te ponía en riesgo de ir a un campo de concentración, es una versión falsa de lo que ocurría en la Alemania de Hitler y estudios como el del historiador norteamericano Eric A. Johnson que durante años de investigación y entrevistas examinó más de mil casos individuales de persecución nazi han demostrado que buena parte de la población alemana – no toda lógicamente – mantuvo el nivel operativo de la Gestapo.
Hoy en día aún siguen abiertas preguntas y existe un fuerte debate historiográfico sobre la actitud del pueblo alemán, de los oficiales de la Gestapo, qué poder tenía dicha organización, si su terror fue real, si eran o no oficiales de policías normales que únicamente obedecían la legislación vigente, y otras cuestiones claves para entender la actitud de la población alemana durante esos años de dictadura nazi.
Durante la segunda mitad del s. XX se publicaron muchos libros y artículos de casi todos los aspectos de la sociedad nazi, a medida que los archivos alemanes se han ido abriendo su sociedad se ha enfrentado a un pasado doloroso, los investigadores alemanes han aunado sus esfuerzos con investigadores de otros países para constituir un grupo internacional que ha refutado muchos de los viejos mitos acerca del terror nazi, y estimado Martin tu versión es un mito.
La investigación sobre el terror nazi ha atravesado varias etapas, para un análisis reciente sobre dicha evolución hay que leer sobre todo a Robert Gellatelly, “Situating the “SS-State” in a social – historical context: recent histories of the SS, the police, and the courts in the Third Reich”, Journal of Modern History nº 64, 1992, pp. 338 – 365.
La primera fase de dicha investigación comenzó a final de la 2GM y duró hasta el final de los años sesenta donde en esos años la investigación formal sobre el terror se centró en el papel de Hitler y en los órganos principales del aparato del terror en Berlín, así como en el trágico destino de los judíos, los investigadores alemanes estaban algo desacreditados en aquella época por haber apoyado a Hitler de modo que mucho del trabajo de esa época se hizo en el extranjero o por alemanes emigrados, las fuentes de los archivos en esos años eran todavía limitadas aunque Raul Hilberg y otros hicieron un uso válido de las voluminosas actas del proceso de Nuremberg, se creía que la mayor parte de los archivos locales se habían perdido por los bombardeos o habían sido destruidos por la Gestapo al final de la guerra. El principal postulado en esos años fue una historia “verticalista” basada en que un maníaco llamado Hitler al mando de un estado monolítico que funcionaba sin dificultad y de un partido que controlaba a la población alemana por medio de un terror ilimitado. En el centro de ese terror estaba la policía secreta todopoderosa, omnisciente y omnipresente encabezada por la Gestapo, la Gestapo supuestamente con miles de agentes y espías bien entrenados empleaban medios de vigilancia técnicos muy sutiles y tuvieron poder para controlar a todos los ciudadanos desde los judíos hasta los comunistas o hasta los enemigos más insignificantes del régimen.
La segunda fase de la interpretación del terror nazi comenzó a mediados de los años sesenta y prevaleció hasta el final de los ochenta, fue un periodo emocionante ya que los historiadores alemanes decidieron enfrentarse a su pasado e historia reciente, fue un proceso no exento de dolor y a mediados de los ochenta casi todos los intelectuales alemanes se implicaron en dicho debate o Historikerstreit que se reflejó en buena parte de la vida alemana, prensa, radio, tv, libros de historia, revistas, etc, donde se debatió la singularidad del Holocausto y sobre cómo entender dicho fenómeno. La culpa siguió atribuyéndose a la persona de Adolf Hitler pero su control sobre la sociedad se consideraba ahora más tenue que en la fase anterior, para dicha generación de historiadores la persecución de los judíos y el Holocausto fueron el centro y no la periferia de la historia de esos años. Surgió un nuevo interés por la historia de la vida cotidiana, el análisis que se llevó a cabo en ese periodo sobre los informes de la Gestapo y del Partido Socialdemócrata en el exilio – SOPADE – documentos de los tribunales locales y otros datos parecían corroborar la tesis de Broszat según las cuales había una considerable discordia y desunión en todos los niveles de la sociedad nazi.
El alto grado de discordia entre los historiadores “sociales” del Terror nazi, junto con el interés por la vida cotidiana de los alemanes medios prepararon el camino para una tercera perspectiva vigente hoy en día sobre el terror nazi donde se cuestionaba que ante las evidencias de muestras de desobediencia y disconformidad por parte de muchos alemanes y grupos sociales, cómo dicho hecho podía encajar en una sociedad dotada de la terrible Gestapo, el resultado de dicha confrontación fue una evaluación completa y nueva del aparato del terror nazi y del papel de los alemanes corrientes en el terror y el Holocausto.
El terror nazi contra su población que supuestamente la paralizaba es algo que hoy en día viene siendo fuertemente cuestionado y desmentido por los diferentes estudios históricos, a partir de datos que se creían destruidos o que no habían sido accesibles en su totalidad para los estudiosos como los autos procesales del Tribunal Especial y los expedientes de la Gestapo, han demostrado que la Gestapo tenía a su disposición menos mano de obra, espías y medios para controlar a la población de lo que siempre se ha presupuesto, la Gestapo tuvo que confiar en la sociedad civil como fuente de información, a través de las denuncias los ciudadanos normales alemanes fueron los ojos y oídos de la Gestapo, por lo tanto, la población alemana se controlaba a sí misma por decirlo de alguna forma suave, la colaboración y la confabulación caracterizaron las actividades del pueblo alemán, mucho más que la resistencia intencionada y el verdadero desacuerdo
Robert Galletelly en sus estudios sobre el comportamiento de la justicia en el Tercer Reich ha mostrado como las autoridades judiciales “normales” del Tercer Reich no impartían justicia imparcial “positiva” sino que actuaron tanto en el ámbito local como en el nacional de forma arbitraria y parcial, de la misma forma que los oficiales de la Gestapo, la nueva visión del aparato judicial y de la Gestapo ha permitido desmitificar el aparato de terror nazi, se han recabado cientos de pruebas documentadas procedentes de los archivos que muestran claramente el funcionamiento real del terror nazi en los niveles más bajos de la estructura, y ya no es posible sostener que la Gestapo era ubicua y que el poder del estado sobre el individuo era total.
De otras discusiones sé amigo Martin que los archivos no te gustan y prefieres versiones de personas cercanas a Hitler en su juventud, pero en este tema de la vida social del terror nazi y del comportamiento de su población, creo que el trabajo de esos estudiosos en los últimos años es demoledor. Tampoco es aceptable la calificación de los alemanes en dos polos opuestos, el de seguidores ciegos de Hitler y el de las víctimas inocentes o combatientes de la resistencia, la gran mayoría de la población alemana – que no toda – encontró modos de acomodarse al régimen nazi por reservas que tuvieran, y las evidencias documentales parecen dejar claro que muchos alemanes utilizaron en su beneficio las medidas de terror nazi contra los judíos principalmente.
A raíz de estas incómodas revelaciones surgió la enorme controversia entre C. Browning y Daniel J. Goldhagen, que ya hemos hablado de ella, Browning que fue uno de los detractores más contundentes de la versión de Godhagen llegó a la conclusión que los alemanes no actuaron de un modo distinto a cómo lo habría hecho el pueblo de cualquier país en una situación tan extrema, aunque si se lee con atención los libros de ambos sus diferencias a veces son más de matices que de fondo en cuanto al carácter normal o no de los asesinos de los Batallones. En el fondo ambos autores defendieron la misma tesis: numerosos civiles alemanes de mediana edad, con escasa formación o adoctrinamiento ideológico, eran llamados para participar en la guerra durante breves períodos como policías de reserva por todo el este de Europa con el fin de disparar a bocajarro a miles de judíos indefensos y posteriormente regresaban a Alemania para reanudar sus vidas civiles normales en compañía de sus familias.
Otro factor que ha resaltado la contribución de los alemanes corrientes en los crímenes nazis fue la exposición con gran afluencia de público en las principales ciudades alemanas durante los últimos años – ya comentado por Jose Luis – Se titula “Vernichtungskrieg: Verbrechen der Wehrmarcht 1941 bis 1944” – “La guerra de aniquilación: los crímenes del ejército alemán, de 1941 a 1944) y organizada por el Hamburg Institute for Social Research. Fue una exposición fotográfica y de material visual que documentaban la participación regular directa del ejército alemán en las atrocidades criminales perpetradas contra los judíos y otros civiles del este de Europa durante la guerra. Estos materiales y las pruebas aportadas por Browning y Godhagen ya no permiten sostener que el Holocausto fue perpetrado únicamente – ni siquiera parcialmente – por las unidades especiales de élite nazis, ya que el núcleo tanto del ejército alemán como de los batallones de policía de reserva estaban formado por ciudadanos medios alemanes.
Durante los últimos cincuenta años se ha incrementado el conocimiento del terror nazi, de manera que la interpretación que predomina en la actualidad se basa en datos empíricos mucho más sólidos que las conclusiones históricas de épocas pasadas, hace cincuenta años cuando comenzaba la primera fase de las investigaciones sobre el terror nazi se presuponía que el órgano principal del terror, la Gestapo, era todopoderosa y su presencia era total en la sociedad alemana. En la actualidad los investigadores – ante las evidencias empíricas de los datos descubiertos y analizados – sostienen que la Gestapo dependía en gran medida de las denuncias civiles como fuente de información. A mediados del s. XX los investigadores creían que toda la población alemana estaba aterrorizada por la Gestapo y otros órganos represivos nazis. Hoy, en cambio, se acusa a la población alemana común de haber cumplido una función fundamental en el terror, de haber proporcionado a la Gestapo información básica sobre sus conciudadanos y de haber participado voluntariamente en el asesinato en masa de los judíos.
Muchos alemanes corrientes participaron en el terror nazi y en el Holocausto. Los recursos y la mano de obra de la Gestapo eran exiguos. De hecho, el terror nazi nunca fue total y los ciudadanos alemanes disfrutaron de un amplio margen de maniobra para librarse de sus frustraciones cotidianas con las normativas y los líderes nazis, sin excesivo temor a ser detenidos o procesados. En la actualidad, tales hechos son incontestables desde un punto de vista historiográfico o de tratamiento de datos disponibles para los investigadores.
Esa es la tesis por ejemplo del libro de Eric A. Johnson, en su libro “El Terror nazi y la Gestapo”, donde se hace un repaso a toda la bibliografía existente sobre la temática, aunque lógicamente como bien dice dicho historiador el situar en su justa dimensión la actitud del pueblo alemán no puede hacernos perder de vista que el terror nazi de hecho no habría existido si no hubiera sido desencadenado por la dirección nazi y dirigido por la Gestapo, que la Gestapo fuera pequeña en cuanto agentes respecto a la población alemana a controlar no quiere decir que no fuera una organización eficaz.
Es cierto que hubo oposición popular y resistencia a los nazis, pero conviene situarla en su dimensión objetiva, es indudable como señalan Mallmann y Paul que “la mayor parte de la disconformidad no se desarrolló como actividad de oposición y resistencia (…) y que el apoyo básico del Tercer Reich se mantuvo hasta el amargo final”. Pero también es cierto que muchas personas – comunistas, socialistas, testigos de Jehová y clérigos – actuaron conscientemente y con valentía en diversos momentos del Tercer REich para intentar socavar el régimen nazi, aunque fueron momentos marginales y no lograron su objetivo no debemos olvidar el sufrimiento y esfuerzo de esas personas.
La clave para entender el terror nazi, según el historiador Eric Johnson fue su selectividad, el terror nunca fue generalizado o indiscriminado, sino que iba dirigido específica e inoperablemente contra los enemigos raciales, políticos o sociales del régimen nazi. Al mismo tiempo solía ignorar o descartar las expresiones de disconformidad o desobediencia leve de otros ciudadanos alemanes arios. Este tratamiento dual de diferentes sectores de la población contribuyó a que el régimen nazi ganara legitimidad y apoyo entre el pueblo alemán, ya que muchos alemanes no percibieron el terror como una amenaza real y personal contra ellos mismos, sino como algo que servía a sus intereses pues erradicaba otras amenazas que se cernían sobre su bienestar personal o material y sobre su sentido comunitario y de la propiedad. Este factor de aceptación del terror fue fundamental para que la Gestapo no se viera paralizada pese a sus limitaciones de medios y personal.
No hizo falta amenazar a la población alemana ya que la mayor parte de la misma permaneció fiel a la cúpula nazi y la apoyó voluntariamente desde el principio hasta el final del Tercer Reich, aunque no siempre con el mismo grado de apoyo o entusiasmo y con diferencias entre grupos sociales, con todos los matices y grados que pongamos, lo básico y fundamental es que la población civil alemana se controló a sí misma, y que su confabulación con el régimen nazi posibilitó los crímenes contra la humanidad. ¿Por qué ocurrió esto?.
La mayor parte de la población alemana actuó motivado por una mezcla de cobardía, apatía y obediencia esclavista a la autoridad, esa obediencia fue la excusa preferida de la mayoría de los oficiales de la Gestapo y otras autoridades nazis que aportaron después de la guerra cuando fueron juzgados y aunque no hay que descartar dichas excusas de un plumazo, los autores materiales en la mayoría de los casos y de forma voluntaria y más que diligente fueron los oficiales de la Gestapo, esos hombres no tan normales, aunque tuvieron un apoyo considerable de la población alemana durante los años del nazismo y posteriormente en la República Federal son los principales autores de los crímenes y así deben ser considerados, si a muchos de ellos les salió bastante gratis su responsabilidad en su afán de la sociedad alemana de post-guerra de incorporarlos a la vida social y cerrar heridas pasadas, por lo menos deberían figurar como los principales responsables de la memoria histórica de las víctimas.
Comentas varias causas para explicar parte del antisemitismo nazi o explicativo de las medidas que se adoptaron contra los judíos basándolas en una supuesta sensación de inferioridad de Hitler y otros jerarcas nazis respecto a los judíos. El antisemitismo religioso milenario afectó durante siglos a la política europea respecto a sus judíos, pero no afectó menos que en otros lugares de Europa y es un factor cultural que lógicamente debe tenerse presente, pero el antisemitismo alemán presenta unas características propias que lo hace diferente de cualquier otro país de Europa.
Un colectivo en mi opinión importante para ver cómo la población alemana trató a los judíos fue el de los intelectuales y académicos ya que pueden considerarse el “espíritu” de la nación, o personas con una talla intelectual o moral en el que muchos alemanes podían mirarse como un ejemplo a seguir, mientras que la actitud de la mayoría de los profesores universitarios arios de la universidad podía definirse como una “judeofobia cultural”, entre los estudiantes había arraigado un ala más radical de esta corriente judeófoba. A finales s. XIX algunas organizaciones de estudiantes austríacos, a loas que siguieron sus homólogas alemanas, ya habían excluido a los judíos basándose en criterios raciales, es decir, ni siquiera aceptaban a judíos bautizados. Michael Kater atribuye parte de este antisemitismo estudiantil extremo a la competencia, sobre todo en los campos mejor renumerados del derecho y de la medicina, en la que el porcentaje de los judíos, tanto entre los estudiantes como en los profesores era muy elevado. En los primeros años de la República de Weimar la mayoría de fraternidades estudiantiles alemanas se unieron a la Liga de Universidades Alemanas, una organización con objetivos abiertamente antisemitas que pronto llegaría controlar la política estudiantil.
En la década de 1920 dicha organización fue sustituida por la Asociación de Estudiantes Nacionalsocialistas, y fueron generalizándose los actos de agresión física por parte de los estudiantes de derechas contra sus potenciales enemigos en todos los campus de Alemania. Los estudiantes nazis no se limitaron a impedir las clases de profesores judíos y a quemar libros peligrosos, también intentaron imponer su voluntad a todos los niveles en lo que respectaba a la contratación de profesores o a su reincorporación como veteranos de guerra.
La élite académica alemana en la década de los años 20 y 30 antepusieron sus valores y creencias por encima de la solidaridad académica con sus compañeros de trabajo y con los estudiantes judíos víctimas ambos colectivos de la marginación y persecución, hubo incluso convivencia entre el núcleo de dicha élite y los principios nacionalsocialistas, la motivación para defender lo decente y ponerse de lado de un compañero o estudiante judío fue mínima. Las consecuencias de dicho colapso moral resultaron claras; en muchos sentidos, los grupos de élite sirvieron de enlace entre el extremismo nacionalsocialista y capas más amplias de la sociedad alemana, su postura resultó a la luz de la historia fatídica.
Cuando el pastor Umfried criticó los ataques a los judíos no hubo ningún apoyo eclesiástico oficial, cuando se boicotearon los negocios judíos, nadie alzó la voz entre los religiosos. Cuando Hitler lanzó sus diatribas contra los judíos, el obispo Berning no respondió. Cuando los colegas judíos eran despedidos ningún profesor alemán protestó públicamente de manera drástica, ningún comité universitario se movilizó cuando el número de estudiantes universitarios judíos se veía reducida de forma drástica. Cuando se quemaron libros por todo el Reich, ningún intelectual de Alemania, ni por lo demás ninguna otra voz del interior del país expresó de forma pública su vergüenza por lo sucedido.
El colapso moral de la sociedad alemana fue total, a medida que pasaron los primeros meses de 1933 Hitler debió ver más que claro que podía contar con el apoyo genuino de dos instituciones tan importantes para movilizar conciencias como la Iglesia y la Universidad: cualquier oposición de ambas instituciones no sería expresada mientras los intereses institucionales directos o los principios dogmáticos básicos no se vieran amenazados directamente. Esto es, que no les afectaran a ellos, la situación concreta de los judíos alemanes era la prueba de fuego para conocer hasta qué punto era posible silenciar un genuino principio moral, y en esos años iniciales ya se percibió claramente cuál sería el posterior comportamiento de la sociedad alemana.
De los aproximadamente 520.000 judíos que vivían en Alemania, 37.000 abandonaron el país en 1933, durante los cuatro años siguientes, el número anual de emigrantes se mantuvo en cifras aún más bajas (23.000 en 1934, 21.000 en 1935, 25.000 en 1936 y 23.000 en 1937) – (Fuente: Werner Rosentock, “Exodus 1933 – 1939: A Survey of Jewish Emigration from Germany”, Londres, 1956, pp. 337). Esta aparente falta de entusiasmo a la hora de abandonar Alemania cuando la discriminación, humillación y demás medidas persecutorias aumentaban se debió en primer lugar, a la incapacidad por parte del liderazgo judío y sobre todo de los judíos corrientes alemanes de percibir un curso de los acontecimientos que por lo demás era impredecible, la mayoría de los judíos alemanes creyeron poder capear el temporal, por otro lado las dificultades económicas eran considerables a la hora de emigrar ya que constituían una inmediata y grave pérdida material de las propiedades de titularidad judía que se vendían a precios muy bajos, y el impuesto de inmigración – la “tasa sobre la fuga de capitales” de 1931 del gobierno de Brüning que gravaba los bienes valorados por encima de los doscientos mil Reichsmark, fue ampliado por los nazis a los bienes que superaban los cincuenta mil y era prohibitivo. Hasta el año 1935, los emigrantes judíos cambiaban los marcos al 50 % de su valor, luego el 30 % y justo antes de la guerra al 4 %. Aunque los nazis deseaban la salida de sus judíos antes querían esquilmarlos económicamente.
A finales de 1933, decenas de millones de personas, dentro y fuera de Alemania, eran conscientes de la política de segregación y persecución sistemática que los nazis habían puesto en marcha contra los ciudadanos judíos, ¿por qué se llegó a dicha absoluta indiferencia moral, qué particularidad tenía el antisemitismo alemán respecto a otros lugares de Europa?. Los judíos nunca constituyeron más de un 1 % del total de la población alemana a finales del s. XIX y comienzos del s. XX, entre principios s. XX y 1933 ese porcentaje incluso disminuyó ligeramente. La comunidad judía había conseguido mayor visibilidad al concentrarse cada vez más en grandes ciudades y dedicarse a ciertas profesiones, al tiempo que absorbía un creciente número de judíos de Europa del Este, fácilmente identificables. La “visibilidad” general de los judíos en Alemania estaba realzada por su importancia relativa en las áreas sensibles de los negocios, finanzas, periodismo y actividades culturales, medicina, y la ley, así como su implicación en políticas liberales y de izquierda.
Durante los primeros años de la década del s. XIX la asimilación armoniosa de los judíos en Alemania como en otros países de la Europa occidental y central, podía parecer a muchos una perspectiva razonable y deseable, los propios judíos deseaban claramente unirse a las filas de la burguesía alemana; ese proyecto colectivo indudablemente fue su objetivo prioritario. El esfuerzo colectivo de adaptación concluía a una reformulación profunda de la identidad judía en el territorio religioso, así como a una gran diversidad de actitudes y búsquedas seculares, pero curiosamente el judío alemán moderno al incidir en dicha integración creó una subcultura específica que derivó en una nueva forma de segregación; la diferenciación cultural – religiosa se veía reforzada por las reacciones cada vez más negativas de la sociedad alemana ante el rápido ascenso social y económico de los judíos. El éxito económico y la creciente visibilidad de un colectivo sin poder político fueron los causantes, al menos en parte, de su propia perdición.
El historiador Thomas Nipperdey sostiene que en comparación con el antisemitismo de
Francia, Austria o Rusia, el antisemitismo de Alemania en los años previos a la Primera Guerra Mundial no era el más extremo – opinión que parece contradecir claramente la opinión de Goldhagen – Asimismo afirma dicho historiador que el antisemitismo anterior a 1914 debería evaluarse tanto dentro de su propio contexto histórico como a partir de la perspectiva de los acontecimientos posteriores – “bajo el signo de Auschwitz” -. Sea cual sea la fuerza de dicho antisemitismo alemán antes de la Primera Guerra Mundial su presencia era una condición necesaria para la masiva hostilidad antijudía que se había extendido a lo largo de toda Alemania durante los años de la Primera Guerra Mundial y de forma más exacerbada después de la derrota de 1918.
Los logros culturales, económicos de los judíos de finales del s. XIX parecen provenir en parte precisamente de dicha sensación de minoría identificable, fueron logros motivados antes que nada a la voluntad individual de personas que con su éxito no pretendían sino integrarse en su sociedad en general. Para los antisemitas, no obstante, la situación se presentaba de modo radicalmente distinto: la lucha y los triunfos judíos fueran reales o imaginarios, se percibían como la conducta de un grupo minoritario extranjero y hostil que actuaba de manera colectiva para explotar y dominar a la mayoría.
Lógicamente era una visión falsa ya que fueron muy pocos los judíos que mediante dicho éxito lograron una fuerza dominante o de influencia política, pero la emancipación permitió el avance social de un número mayor de judíos dentro de un contexto en el que su función social estaba perdiendo su especificidad y en el que se quedaban sin respaldo político, éstos se fueron convirtiendo progresivamente en objetivo de distintas formas de resentimiento social. El antisemitismo moderno se vio propulsado por esa conjunción entre un aumento de la visibilidad de los judíos y su debilidad creciente.
El desencadenante común de este resentimiento antijudío carente aún de connotaciones raciales fue la misma existencia de una diferencia judía. Los liberales exigían en nombre de los ideales universalistas que los judíos aceptaran la desaparición completa de su identidad particular de grupo; los nacionalistas por su parte, exigían tal desaparición en aras de una identidad particular más elevada, la del moderno Estado – nación. Aunque la mayoría de los judíos estaban más que dispuestos a recorrer un largo trecho en el camino de la asimilación cultural y social, también eran en su mayor parte contrarios a su desaparición como colectivo. Por moderado que fueran los judíos suscitaban las animosidades de los liberales y de los nacionalistas y la “visibilidad” judía en dominios que podían suscitar más sensible incrementaba la irritación que provocaba la diferencia.
Los antisemitas raciales aseguraban también que su campaña contra los judíos se basara en la diferencia intrínseca de la comunidad hebrea, pero la diferencia con los antisemitas no raciales – que consideraban que finalmente los judíos podrían integrarse en su sociedad – era que los raciales veían dicha diferencia como un elemento indeleble que estaba inscrita en la sangre. Para el antisemitismo no racial era posible una solución a la “cuestión judía” dentro de la sociedad alemana, pero para el racial, a causa del peligroso impacto que para la raza suponía la presencia de judíos en plano de igualdad, la única solución factible era la exclusión legal y hasta física de la sociedad alemana.
Este esbozo del antisemitismo moderno alemán lógicamente debe completarse con el antisemitismo religioso tradicional y la proliferación de teorías de la conspiración en la que fruto de esa tradición ancestral antisemita los judíos siempre son los malos de la película. La hostilidad cristiana tradicional hacia los judíos que fue intermitente marcó el ritmo durante siglos del antisemitismo y les asignó un estigma indeleble, fue un estigma que no borró el paso de los siglos ni los acontecimientos políticos de finales s. XVIII, y S.XIX, y a lo largo de todo el s. XIX y primeras décadas del s. XX el antisemitismo religioso cristiano siguió siendo un elemento importante en la Europa y el mundo occidental en general. En opiniones de algunos historiadores – como Jacob Katz – la propia permanencia del antijudaísmo cristiano constituyeron la base única de todas las formas de antisemitismo moderno.
Según Katz, la exigencia de un antisemitismo que fuese más allá de “la división entre judíos y cristianos” no era sino “una simple declaración de intenciones. Ningún antisemita, aunque fuera anticristiano se privó jamás del uso de argumentos antijudíos basados en la denigración de los hebreos y las creencias judías en los primeros tiempos de la cristiandad” – (Jacob Katz, “From Prejudice to Destruction: Anti-Semitism 1700 – 1933, Cambridge, 1980, pp. 319). Puede que sea una interpretación excesiva pero el impacto del antisemitismo resultó evidente en diversos aspectos de la sociedad alemana, posiblemente el reflejo o efecto más poderoso del antijudaísmo religiosos fue la estructura dual de la imagen del judío heredado de la cristiandad, por una parte, el judío era un paria, el testigo despreciado de la marcha triunfal de la verdadera fe hacia tiempos futuros; por otra, a finales de la Edad Media apareció una imagen opuesta en la cristiandad popular y sus movimientos milenarios; la del judío demoníaco, el perpetrador de crímenes rituales, el conspirador contra la cristiandad, el heraldo del Anticristo, esta imagen dual apreció con más o menos fuerza en el antisemitismo moderno.
Como cualquier otro antisemitismo nacional de finales del s. XIX y de los años previos a la Primera Guerra Mundial, el antisemitismo de la Alemania imperial estaba determinado tanto por las tendencias dominantes en la religión cristiana y en la Europa moderna como por el impacto de las circunstancias históricas concretas y entre dichas circunstancias la vertiginosa modernización que sufrió Alemania durante la segunda mitad del s. XIX fue un factor básico para entender el antisemitismo; al transformarse por completo las estructuras sociales del país y amenazar a las jerarquías existentes, el embate de la modernización de Alemania parecía poner en peligro los valores culturales tradicionales y los nexos de la propia comunidad, y al mismo tiempo parecía permitir el ascenso de la comunidad judía que se percibía por tanto como los promotores, portadores y explotadores de esa modernización.
La amenaza judía parecía tanto un elemento extraño que penetraba en la comunidad nacional como un elemento que, en virtud de esa penetración, favorecía no la modernidad en sí misma, sino los males que la modernidad traía consigo, ya que la mayoría de la sociedad alemana no veía con malos ojos los efectos positivos de la modernidad.
Después del ascenso y caída de todos los partidos antisemitas alemanes entre mediados de la década de 1870 y principios de la década de 1890, la hostilidad antijudía continuó extendiéndose por la sociedad alemana a través de diversos canales: asociaciones económicas y profesionales, organizaciones políticas nacionalistas, grupos culturales… El rápido aumento de estas inyecciones institucionalizadas de antisemitismo en el mismísimo corazón de la sociedad no tuvo parangón en otros países de la Europa occidental y central. En segundo lugar en Alemania se elaboró de manera sistemática una ideología antisemítica en toda la extensión de la palabra, esto permitió que el resentimiento antijudío más o menos difuso adoptase unos esquemas y fórmulas intelectuales que a su vez darían lugar a construcciones ideológicas extremas durante los futuros años de crisis. Esta particularidad alemana en al antisemitismo era evidente de dos modos diferentes en lo que respecta al antisemitismo racial. En su forma biológica, el antisemitismo racial recurría a la eugenesia y a la antropología racial para instar una investigación “científica” sobre las características raciales de los judíos; la otra rama del antisemitismo racial, en su forma alemana y mística, ponía de relieve las dimensiones místicas de la raza y la sacrosanta sangre alemana. Estas dos vertientes se fusionaron en una visión decididamente religiosa de la cristiandad alemana y condujo a lo que el historiador hebreo S. Friedländer definió como “antisemitismo redentor”..
Puede que Hannah Arendt tuviera razón al describir a Adolf Eichmann como banal puede que algunos aspectos de los oficiales de la Gestapo fueran normales y pueden encontrarse individuos como ellos en cualquier sociedad, pero eso no los convierte en individuos corrientes y banales, estos “Eichmann locales” probablemente no emplearon personalmente la fuerza física pero estaban manchados de sangre hasta las rodillas.
Una tendencia reciente de la historiografía atribuye a los alemanes corrientes la principal responsabilidad por los crímenes nazis, dos pioneros de dicha tendencia fueron Daniel Godhagen y C. Browning y discrepaban fuertemente entre ellos en lo que se refiere a la profundidad y singularidad del antisemitismo alemán, pero ambos han demostrado de forma contundente que numerosos alemanes corrientes participaron voluntariamente en el asesinato de cientos de miles de hombres, mujeres y niños indefensos e inocentes. En una línea similar, Gisela Diewald-Kerkmann, Robert Gellately, Reinhard Mann y otros historiadores han destacado la importancia de las denuncias civiles en el control de la población alemana y han señalado que la Gestapo disponía de recursos y mano de obra limitadas. Son argumentos veraces, es correcto que la Gestapo no era omnisciente, todopoderosa, y también es cierto que el terror nazi confiaba mucho en la complicidad del pueblo alemán, pero esta tendencia historiográfica reciente puede conllevar el riesgo de infravolar y oscurecer la enorme culpabilidad y capacidad de los principales órganos del terror nazi, como la Gestapo y sobredimensionar la culpabilidad de los ciudadanos alemanes corrientes, debemos dejar claro que algunos alemanes son más culpables que otros.
Pero dicho esto no debemos perder la vista de que millones de alemanes corrientes son culpables de los crímenes nazis; en primer lugar la población alemana es culpable de hacer un pacto con Adolf Hitler, millones le dieron su voto y lo respaldaron con fervor después de su llegada al poder. Con contadas excepciones – entre las que cabe destacar a los enemigos políticos de izquierda más estridentes en los primeros años del Tercer Reich, unos pocos clérigos aislados, algunos miembros devotos de pequeñas sectas religiosas y algunos otros individuos – Hitler gobernó sin encontrar gran oposición, ya que apenas se desarrolló una resistencia cívica popular significativa durante los años de la Alemania nazi. Muchos ciudadanos corrientes denunciaron a sus conciudadanos, judíos o no judíos normalmente en un intento de resolver disputas personales banales, aunque a veces también para demostrar su fervor político. Muchos alemanes corrientes participaron en la persecución y asesinato de los judíos, así como de otras víctimas del terror nazi. Millones de alemanes miraron hacia otro lado cuando se quemaban sinagogas, se boicoteaban las tiendas judías y una serie interminable de leyes imposibilitaban la vida judía en la sociedad nazi. Millones de alemanes corrientes sabían que se estaba llevando a cabo el Holocausto y no hicieron nada por evitarlo.
Que hubiera muchos casos de alemanes que ayudaron o mostraron muestras de apoyo y afecto a los judíos no empequeñece lo comentado anteriormente. El terror nazi fue un terror selectivo y los judíos fueron su objetivo principal. En los primeros años del Tercer Reich el terror también se concentró en eliminar a otros enemigos del régimen, como comunistas, y en silenciar a potenciales adversarios del nazismo en las filas del clérigo católico y protestante, así como entre los miembros de las pequeñas sectas religiosas como los testigos de Jehová. Con el tiempo se fueron añadiendo otros grupos, como delincuentes profesionales, la población gitana, los disminuidos físicos o psíquicos y los homosexuales, pero en cambio, la gran mayoría de la población alemana común nunca fue un objetivo del terror nazi y por lo tanto, quedó al margen del control policial. En suma, el terror nazi no se corresponde con el mito popular de terror indiscriminado. Alemania era un estado policial con una policía secreta eficaz y terrible, pero que concedía a la mayor parte de sus conciudadanos un margen considerable para la actividad regular y dar rienda suelta a frustraciones diarias. En cambio para los judíos, comunistas, gitanos, testigos de Jehová, disminuidos físicos o psíquicos, homosexuales y otros, la Alemania nazi fue un infierno. Por lo que se puede desprender de las investigaciones históricas basadas en encuestas y escudriñar archivos la gran mayoría de la población alemana tenían pocos motivos para temer a la Gestapo o a los campos de concentración, casi todos sabían que podían sin grandes dificultades contar chistes políticos, quejarse sobre Hitler u otros jerarcas nazis, escuchar las emisiones ilegales de la BBC y bailar música swing. Sólo debían actuar con precaución al infringir las leyes menores y arrepentirse si los sorprendían y se les amonestaba o una pequeña multa y no pasaba la cosa a mayores, salvo que fueras judío claro está.
En el libro de Eric Johnson cuenta la anécdota al final de su libro donde narra la última entrevista oral que hizo a un anciano de 88 años que había sido policía en una ciudad próxima a Berlín, vigilante en el campo de concentración de Dachau y que sabía que había una cámara de gas en dicho campo, también había pertenecido a las SS auxiliares, en la charla el historiador comenta que el anciano contaba con alegría y nostalgia sus recuerdos de guerra, de cómo había engañado y eludido su procesamiento judicial al falsificar su documentación, y únicamente mostró pesar o mala cara al hablar de la guerra contra los partisanos en el frente oriental. Esos “partisanos” eran mujeres y niños judíos principalmente. El historiador le preguntó que narrara cómo había ocurrido y respondió que les disparó a la cabeza con un revolver, su recuerdo más intenso era el de una tarde en que un destacamento – seis hombres en total – dispararon a 300 mujeres y niños judíos, para el anciano nazi la parte más terrible fue el que al caminar entre los cuerpos en la zanja para dar los “disparos de gracia” se tuvo que manchar de sangre hasta las rodillas y el historiador comenta que en repetidas ocasiones el anciano se incorporaba del sofá e imitaba el gesto de disparar hacia la mitad de su pantorrilla que era la altura hasta donde le llegaba la sangre y no dejaba de repetir: ¿Se imagina?, ¿Se imagina?.
Demasiado barato les salió a muchos de estos bastardos, demasiado barato….
Saludos cordiales desde Benidorm.
Fuentes utilizadas: Eric A. Johnson - "El terror nazi. La Gestapo, los judíos y el pueblo alemán", y Saul Friedländer "El Tercer Reich y los judíos (1933 - 1939). Años de la persecución".