Menos de 24 horas después de la conquista relámpago de Dinamarca, el 9 de abril de 1940, un asediado rey Christian X instruyó a su pueblo:
“Las tropas alemanas presentes en el país están actuando con asociación con las fuerzas de defensa danesas, y es la obligación de la población abstenerse de toda resistencia a dichas tropas”.

Christian X
La respuesta de los daneses al llamamiento de su soberano fue tan positiva y masiva que Hitler apodó a la diminuta nación su “mascota”. Como el tiempo se encargaría de demostrar, había sido un apodo completamente inapropiado.
Lo que Hitler confundió con debilidad fue, en realidad, pragmatismo. Consciente de que su ejército de 14.500 tropas no era rival para el coloso militar de Alemania, Dinamarca optó por una tregua incómoda: siempre y cuando las fuerzas de ocupación alemanas (ostensiblemente en territorio danés para proteger a Dinamarca de un ataque) no amenazasen los derechos constitucionales del país, Dinamarca aguantaría pacíficamente a los invasores.
Alemania premió a su “protectorado modélico” permitiendo que su rey y su gobierno permanecieran en el poder; un solo diplomático (el embajador alemán) representaba los intereses oficiales del Reich.
Sin embargo, con el tiempo la forzada unión empezó a dar señales de tensión. Sutilmente, con un millar de gestos subversivos, los daneses plantaron cara a sus “protectores”; los amistosos acercamientos de los soldados alemanes topaban con el “kolde Shulder” (el desaire) danés, y los saboteadores empezaron a hostigar a sus ocupantes.
En las elecciones generales de marzo de 1943, el partido nazi danés obtuvo apenas un 2% de los votos.
En el verano de 1943, el desprecio de los daneses por los alemanes se había vuelto descarado: las manifestaciones populares eran sumamente frecuentes y los actos de sabotaje se habían más que duplicado: de 93 en julio a 220 en agosto.
Los alemanes respondieron imponiendo el toque de queda e ingresando a daneses en campos de trabajos forzados. Estas medidas solo consiguieron aumentar la agitación del pueblo. Finalmente, el 24 de agosto, en el acto de insurrección más temerario hasta la fecha, agentes de la resistencia dinamitaron los Salones de la Exposición, cerca de Copenhague, horas antes de su conversión formal en cuartel del ejército alemán. La violenta y ruidosa explosión marcó un temible cambio en las relaciones germano-danesas.