Saludos cordiales.
José Luis escribió:¡Hola a todos!
Estimado maxtor, permíteme recordarte que el tema de este hilo (ejército francés) está sujeto al periodo histórico que cubre esta sección del foro, 1918-1939. Uno puede hacer referencias ilustrativas a lo que sucedió en mayo-junio de 1940, pero la explicación de la derrota francesa no es el tema central del hilo. Hablamos de doctrina militar (regulaciones del ejército de campaña, organización, entrenamiento, mando, etc.) entre 1919 y 1939. Si queremos hablar principalmente de la derrota militar y política francesa de junio de 1940 habrá que ir a otra sección del foro. Aquí podemos hacer alguna referencia a ello, pero sin perder de vista el tema centrral del hilo.
Saludos cordiales
JL
Sí efectivamente es así, había pensado plantear la intervención en dos partes; la primera aunque no directamente relacionada con la doctrina militar francesa de entreguerras quise tratar el tema desde un punto de vista más general o político de las causas de la derrota, y en el segundo post entrar de lleno en la doctrina militar, lo que me ocurrió es que al final me "emocioné" un poco y se hizo más largo y lo introduje como un post diferente (el inicial).
En este segundo post realizo un resúmen del capítulo 20, del libro
Peter Paret, escrito por Briand Bond y Martin Alexander, "Liddell Hart y De Gaulle: las doctrinas de los recursos limitados y la defensa móvil", donde se analiza comparativamente las doctrinas militares de GB y Francia en el periodo de entreguerras, aunque me he centrado en exclusividad en el ámbito francés.
El pensamiento militar francés entre 1918 – 1939 estuvo marcado lógicamente por derrota de Alemania y de las severas restricciones impuestas a sus fuerzas armadas en Versalles, pero también por el conocimiento del inevitable resurgir de dicho país y que buscaría librarse de las humillaciones del Tratado de Versalles. La Primera Guerra Mundial costó a Francia más de 1.300.000 bajas y la ocupación de más de diez de sus departamentos administrativos más ricos. Ninguna nación combatiente sufrió pérdidas semejantes. Francia estaba entre las naciones vencedores pero en realidad lo único que obtuvo fue su propia supervivencia. En consecuencia, su política de seguridad y sus doctrinas se hicieron defensivas y, en la década de 1920 – 1930, se produjo una vuelta al credo militar que era una tradición en la Tercera República: la fe en tres ideas básicas; fortificar la frontera Este; establecer alianzas en el extranjero y el servicio militar de reclutamiento universal.
Retrospectivamente mucha gente se extraña de ese concepto defensivo de la doctrina militar francesa de entreguerra, pero parece casi natural que tras la experiencia de la PGM se primara dicho concepto ante la casi el consenso unánime de que otra guerra en Europa sería también una guerra de desgaste. Francia asumió que la victoria militar en una nueva guerra precisaría de una coalición multinacional con una economía fuerte y un gran potencial bélico. Para Francia ese potencial estaba diseminado en los reservistas movilizables, en sus industrias militares y en diversos programas de colaboración con sus aliados europeos. Sin embargo, la mayoría de las armas disponibles en 1918 necesitaban importantes mejores en motorización y mecanización si se quería mantener al ejército francés al nivel que le correspondía.
Pese al pacifismo o cansancio generalizado de buena parte de la sociedad francesa, y también inglesa, surgieron pensadores militares en ambos países que comenzaron a experimentar teóricamente con fuerzas mecanizadas debido a que los analistas militares fueron conscientes de los graves errores sino irresponsabilidad de las operaciones de la Primera Guerra Mundial, e incluso algunos de esos pensadores lo sufrieron en sus carnes. Con la certeza de que habría otra guerra y más pronto que tarde, dedicaron sus vidas al estudio de las operaciones militares y de aprender de las lecciones que les ofreció la Gran Guerra, revisando la estructura de los ejércitos y mejorando la movilidad de las operaciones. Gran pare de la opinión pública, tanto francesa como inglesa, compartía la preocupación de los escritores sobre temas militares y querían sacar las enseñanzas del dolor de la guerra.
F
uller, Liddell Hart, Edmond Buat, Jean –Baptiste Estienne, Charles de Gaulle, no eran creadores de la estrategia moderna, en el sentido de que ellos hubieran influido de forma decisiva en las políticas de defensa de sus respectivos países. Pero sí merecen ser incluidos entre estos creadores por sus amplias y originales contribuciones a la teoría militar y a la conducción de la guerra, tanto en el período comprendido entre las dos guerras mundiales, como después. La introducción de dichas innovadoras ideas fue algo complejo, y entre los innovadores tampoco había una unanimidad en la mayoría de los temas. Por otra parte, aunque había inmovilistas o escépticos en cuanto a esas ideas innovadoras, casi todos ellos reconocían el valor de los carros de combate en una futura guerra pero se diferenciaban de los pensadores anteriores, en que incidían mucho en los problemas prácticos o incertidumbres sobre los tanques.
Dentro del complejo ambiente e interconectado pensamiento militar en el período entre las dos guerras mundiales, los pioneros de los carros de combate, y más particularmente el Coronel J.F.C. Fuller, marcaron el camino a seguir, con decisión. Fuller ya era famoso como autor del revolucionario Plan 1919, que prevía el empleo de unos cinco mil carros pesados, con apoyo aéreo necesario, para realizar una incursión de unas veinte millas con objeto de paralizar el sistema de mando alemán. Durante toda la década de los años 20, a través de una serie de publicaciones controvertidas, Fuller fue el portavoz de todos aquellos que abogaban por la mecanización. Lidell Hart, diecisiete años más joven que Fuller y con mucha menos experiencia militar, fue un colaborador para todos los temas relacionados con la mecanización hasta finales de la década de los 20. A lo largo de numerosas reuniones y a través de una abundante correspondencia, los dos se ayudaron mutuamente para desarrollar sus ideas, aunque entre ellos existían dos diferencias fundamentales. En primer lugar, Liddell Hart diseñó unos planes realistas y detallados para la gradual conversión del ejército en cuatro etapas, aunque no se tuvieron en cuenta en toda su amplitud por las severas restricciones presupuestarias. La segunda diferencia consistía en que, a pesar de la importancia concedida al carro, insitía siempre en la necesidad de la infantería, como parte integral de la fuerza mecanizada, mientras que Fuller la relegaba a papeles estrictamente subordinados para la protección de las línea de comunicación y de las bases permanentes.
El interés de Fuller por la mecanización provenía de la preocupación que surgió a principio de los años 20 por el impacto de la ciencia y la tecnología en la guerra y por la idea básica de que los ejércitos pudieran conseguir la victoria al menor costo, o incluso evitar la guerra. A mediados de los años 20, Liddell Hart, empezó a desarrollar la idea de un nuevo modelo de ejército que operase independientemente de los caminos y ferrocarriles y avanzar cien millas en un día.
Francia también realizó progresos considerables en esa década sobre el estudio y desarrollo de la mecanización. Animados por el General Edmond Buat, Jefe del Estado Mayor, los oficiales franceses exploraron las capacidades de movilidad de las nuevas armas: los trasportes para la infantería, los vehículos acorazados y los carros. El concepto de motorización tomó fuerza gracias a visionarios como los Coroneles Emile Alléhaut, Charles Chedeville y Joseph Doumenc. El ejército fue equipado con los productos de la incipiente industria del motor, liderada por Renault y Citroën, quienes se beneficiaron de las aventuras militares francesas en África. Simultáneamente, Doumenc, apoyándose en su experiencia de organizar columnas motorizadas para mejorar los graves problemas de suministros en Verdún durante el cerco de 1916, realizó diversos experimentos con grandes unidades motorizadas.
Francia desarrolló a partir de 1916 una fuerza acorazada, y al final de la guerra poseía 3000 carros ligeros Renault FT-17 y otras unidades de carros más pesados, tipo Schneider y St. Chamond.
El general Jean Baptiste Estienne, fue el verdadero padre de esta fuerza de carros, y fue también responsable de realizar los experimentos mecanizados en los primeros años de paz. Junto con Buat, predicó las ventajas de la movilidad táctica y la utilidad de una fuerza atacante acorazada, tanto actuando ofensivamente como en contraataque. Era un oficial poco convencional. Estienne creía que el “carro es sin duda la más poderosa arma para lograr la victoria”. Defendía que el arma acorazada fuera una rama independiente, distinta de la infantería, a la que no se parecía en nada, por su armamento, su forma de combatir y su organización logística. Consideraba que era “esencial que los carros permanecieran en la reserva general a las órdenes del comandante en jefe, quien los asignaría temporalmente a una fuerza atacante o a una misión de las que antes correspondía a la caballería”. En su opinión, “no era racional ni practicable asignar orgánicamente carros a una división de infantería cuya tarea es resistir mediante la potencia de fuego y la fortificación”. Una fuerza motorizada de sólo 20.000 hombres sería móvil, “poseyendo una formidable ventaja sobre los pesados ejércitos del pasado reciente”.
(Le general Estienne:Penseur, igenieur, soldat, de Pierre-André Bourget (París, 1956).
La influencia de Estienne se hizo notar en otros oficiales más jóvenes como los Coroneles Jean Perré, Joseph Molinié y Pol-Maurice Velpry, que estudiaron la doctrina y el empleo práctico de las formaciones mecanizadas del futuro. Conforme fue avanzando la década, la innovación fue sustituida por la apatía. La experimentación bajó considerablemente al aumentar los costes, como consecuencia de los avances tecnológicos y de tener que enfrentarse a las reducciones presupuestarias militares, que eran la tónica del clima de paz imperante en la post-guerra. La mecanización y la motorización parecían más propias de acciones militares ofensivas o agresivas y, por lo tanto, fueron criticadas políticamente en Francia y calificadas de inapropiadas para una estrategia declaradamente defensiva.
Finalmente, la década culminó con la toma de posesión del Mariscal Pétain y el General Eugène Debeney, que se hicieron cargo de la política y del pensamiento militar de su país. El primero, el Salvador de Verdún, y el segundo como Jefe del EMG a la muerte de Buat en 1923, tuvieron ambos una gran influencia en los oficiales por su entusiasmo por la preparación de defensas estáticas. Estienne que ejercía su cargo de Inspector de Carros y estaba subordinado a la infantería desde 1920, fue retirado forzosamente en 1927 con el empleo de General, y limitado a ser un observador, como le pasó a Fuller en Inglaterra, lo único que pudo hacer fue dar sus opiniones de forma privada sobre algunos proyectos, aunque la mayoría de las veces fueron ignoradas. Antes de su muerte en 1936, las fuerzas acorazadas de Francia serían amenazadas con su extinción.
Desde 1927 a 1930 se llevó a cabo la supresión sistemática de toda iniciativa táctica en beneficio de la centralización del control del mando. Las maniobras alrededor de regiones fortificadas y de ciertos puntos fuertes, con énfasis en rápidos y ágiles contraataques, que fueron claves en la época del Mariscal Foch y Buat, fueron sustituidas por los campos de batalla preparados en las fronteras y por acciones masivas defensivas a cargo de la artillería. El lema de Pétain, le fue tue – el fuego mata – se convirtió en la frase favorita de un ejército cuya doctrina militar había quedado congelada. Las fortificaciones permanentes desde Suiza hasta Luxemburgo constituyeron el símbolo de esta nueva actitud. Esta fue la línea de actuación de todas las comisiones militares entre 1922 y 1927. La famosa Línea Maginot no encontró oposición política para su construcción al ser estrictamente defensiva, se pensaba que era una inversión que garantizaba la seguridad de las zonas industriales muy vulnerables y que fueron conquistadas por Alemania en la 1ªGM, y que también proporcionaba protección para las dos semanas que necesitaba el ejército para movilizar y concentrar a los reservistas.
Pero aún así todavía hubo debate para aplicar reformas, a principios de la década de 1930, la lucha por las reformas en el ejército francés estuvo protagonizada por los Generales Maxime Weygand y Maurice Gamelin y el Coronel Charles de Gaulle. Los tres jugaron un papel decisivo en la transformación francesa para lograr una mayor movilidad y en el drama de 1940. Weygand sustituyó a Pétain como Inspector General del Ejército y Gamelin fue nombrado Jefe del EMG antes de que, al retirarse Weygand en 1935, se hiciera cargo de las dos funciones hasta la 2GM. Ambos estuvieron encargados de ordenar la revolucionaria potencia de fuego y movilidad de las armas mecanizadas y del transporte, con el fin de lograr un ejército más rentable, mejor entrenado y más preparado para el combate.
Este resurgimiento del interés por la modernidad por parte de los altos mandos militares reflejó la preocupación que existía acerca de las amenazas para Francia; la evidencia del acopio de material militar que estaba realizando clandestinamente los alemanes durante la República de Weimar; el acceso al poder de los nacionalsocialistas, en enero de 1933, y finalmente la disminución de los controles para la verificación de armamento según la Conferencia de Desarme de Ginebra. A todo ello, se unión la debilidad financiera y su debilidad demográfica. Weygand, inició un programa de modernización militar que incluía la motorización de siete de las veinte divisiones de infantería en junio de 1930.
Ese mismo mes Francia evacuó Renania, según los acuerdos Briand-Stresemann. Las ventajas defensivas de la Línea Maginot comenzaron a aprovecharse solamente a partir de 1934, debido a la gran complejidad y al tremendo trabajo de construcciones que era necesario realizar. El emprendedor espíritu de Weygand se hizo notar rápidamente; en septiembre de 1930, presenció las primeras maniobras a nivel de Cuerpo de Ejército desde que finalizó la PGM, que fueron alabadas por el Agregado militar inglés en calidad de observador de dichas maniobras, como una transición en la mentalidad militar francesa, desde una tendencia excesiva a los métodos de guerra de trincheras a unas formas más vigorosas especialmente dirigidas a resolver los problemas que presenta la guerra de movimiento.
A principio de los años 30, tuvieron lugar en Francia importantes experimentos, así como profundas reflexiones técnicas y doctrinales, tanto oficialmente como de forma semiprivada. Las maniobras de 1932 en Mailly Campg, fueron una prueba para una brigada de caballería mecanizada experimental. El éxito conseguido animó a Weygand para establecer una nueva división de caballería ligera, la Tipo 32. Estaba compuesta por una brigada mecanizada de vehículos acorazados y del tipo oruga, unos regimientos motorizados y de artillería, y dos brigadas tradicionales. Animado por los resultados, el nuevo ministro de la Guerra, Edouard Daladier, aseguró a Weygand que se llevaría a cabo la mecanización de la 4ª División de Caballería, estacionada en Rheims. Por un decreto del 30 de mayo de 1933, ésta se convirtió en la primera división mecanizada ligera (DLM). En ella tuvieron cabida las ideas más progresistas y estaba equipada con 240 vehículos de combate blindados; además, estaba apoyada por cuatro batallones motorizados, más una serie de unidades motorizadas de ingenieros, artillería, comunicaciones y logísticas.
Fue establecida de forma permanente en diciembre de 1933, bastante antes de que lo fuera la primera división Panzer alemana; esta DLM estuvo mandada por Jean Flavigny, un experto ortodoxo y entusiasta de la mecanización. La nueva unidad era “cualquier cosa menos lo que se entendía en 1934 por una división acorazada”. Según el manual de doctrina general del ejército, en las Instrucciones Provisionales sobre el Empleo Táctico de las Grandes Unidades de agosto de 1936, la DLM tenía tres misiones: seguridad, explotación del éxito e intervención directa en la batalla principal.
El apoyo de Weygand a todo lo que significaba movilidad fue constante. Formó un gabinete técnico para asesorar directamente al Inspector General sobre la adquisición de equipos, y una comisión para el estudio de todos los temas relacionados con los carros de combate, así como para examinar los tipos de organización de presupuestos para equipamientos a pesar de las enormes presiones que ejercían los gobiernos de tendencias izquierdistas desde 1932 a 1934, que pretendían sacar a Francia de la depresión económica mediante una reducción de costes y de precios y un presupuesto equilibrado. Finalmente, con objeto de comparar las reformas militares francesas con las que se estaban llevando a cabo en los países aliados, Weygand visitó GB en los veranos de 1933 y 1934, inspeccionando el funcionamiento de los transportes para infantería Vickers Carden-Lloyd, observando las maniobras realizadas en Sandhurst y Tidworth, y discutiendo con los expertos británicos la importancia de las mejoras sobre la movilidad. Weygand trabajó para que el ejército francés tuviera capacidad de intervención rápida para la defensa de sus intereses vitales – quizás para acudir en socorro de Bélgica o para volver a ocupar la desmilitarizada Renania con el fin de obstaculizar el rearme alemán.
No obstante hubo reveses importantes a dichas aspiraciones. El principal de ellos fue la división de las fuerzas móviles francesas en infantería y caballería, dependientes cada una de sus particulares intereses en cuanto al armamento mecanizado. Las pruebas en Mailly en 1932, en la que participó una destacamento mecanizado, no ofrecieron una abrumadora necesidad de grandes formaciones de carros de combates actuando autónomamente. Esta actuación fue analizada negativamente debido a las condiciones desfavorables en las que se la obligó a operar, y estimuló las duras críticas por parte del Director General de Infantería, Joseph Duflieux, que lógicamente defendía su parcela. Los progresos para lograr el establecimiento permanente de divisiones acorazadas pesadas fueron peligrosamente obstaculizados; no se creó ninguna otra unidad experimental hasta noviembre de 1936, por la insistencia de Gamelin para que Franca poseyera una herramienta más poderosa que la División Panzer. El desarrollo del carro pesado Charles B, sufrió graves retrasos; de los tres prototipos utilizados en 1932, sólo había quince fabricados cuatro años más tarde. La producción del carro medio D1, llegó a su fin una vez que se había entregado el número 160, y su sucesor mejorado el D2, sólo llegó a la cifra de 45, puesto que la capacidad de producción se orientó, en 1937, hacia carros para la caballería.
Mientras tanto, la sección de operaciones del EMG mantuvo la idea de que las unidades acorazadas debían formar parte de una reserva estratégica, a disposición del comandante supremo. En 1935, se decía “Este concepto ofrece grandes ventajas para el uso racional de los carros, permitiendo al Mando que las divisiones puedan contar con el adecuado apoyo de carros para su maniobra y de acuerdo con el principio de economía de fuerzas”. Una solución a lo pobre, ya que sólo se necesitaban de 15 a 20 batallones de carros modernos; esto se modificó posteriormente cuando, gracias a la producción industrial, se pudo asignar un batallón acorazado a cada división de infantería. El general Maurin, por entonces Ministro de la Guerra, informó a la Comisión para el Ejército de la Cámara de Diputados que estas nuevas ideas: “Los carros ligeros para el apoyo cercano son indispensables porque, hoy en día, es impensable lanzar al ataque a las unidades de infantería, si no son precedidas por elementos acorazados”.
(Commission de l`armée de la Chambre des Députés, 15ª legislatura, 1932 – 1936, sesión del 5 de diciembre de 1934). Estas eran algunas de las dificultades para la obtención de recursos y las actitudes, a las que debían hacer los ortodoxos de la movilidad dentro del propio ejército.
En Francia, la postura más próxima a la de Liddell Hart en la década de los 30 fue Charles de Gaulle, que estuvo destinado en el Estado Mayor de Petain en la década anterior y perteneció al Consejo Superior de la Defensa Nacional desde 1931 a 1937, la campaña de Gaulle a favor de más fuerzas mecanizadas autónomas dotadas únicamente con personal profesional tuvo que hacer frente a muchas dificultades políticas. Publicó sus opiniones sobre la transformación del ejército en un libro titulado “Le fil de l`épée”, publicado en 1932, donde de Gaulle recogía su preocupación acerca de que los años de vacas flacas habían creado la necesidad de realizar un análisis globlal de la capacitación del ejército y su doctrina. En su opinión existía una decadencia en las instituciones francesas y en la vitalidad y cohesión del país y, todo ello, exigía unas reformas fundamentales del ejército.
Su primera recomendación recordaba el programa de Weygand y pretendía una expansión de las fuerzas motorizadas, con una organización permanente en tiempos de paz. De Gaulle solicitaba la creación de seis divisiones de infantería mecanizada, una división de reconocimiento y unidades de reserva que comprendían una brigada acorazada de asalto, otra brigada de artillería pesada y un grupo para observación aérea. La fuerza estaría comprendida por vehículos oruga y necesitaría unos 100.000 soldados profesionales especializados. Fueron propuestas que levantaron una gran polémica y perturbaron la plácida vida del EMG, que no veía con buenos ojos la existencia de dichos soldados profesionales e inviable. Con el fin de evitar discusiones o debates, el General Louis Colson, Jefe del EM del Ejército, evitó que esas ideas salieran fuera de los círculos militares. En diciembre de 1934 se negó a publicar un artículo de de Gaulle en la Revue Militaire Française, sobre los métodos para crear un ejército profesional, aunque de Gaulle acudió directamente al parlamentario Paul Reynaud conservador independiente que era firma partidario de reforzar las defensas francesas contra Alemania. Cuando se tuvo conocimiento de que en enero de 1935 se había creado la primera división panzer alemana Reynaud se convirtió en el propagandista político del proyecto de reforma de de Gaulle.
Los escritos de de Gaulle no mencionaban a los pioneros y padres intelectuales de las ideas de movilidad, como Estienne, Doumenc y Velpry; y de Gaulle se enfrentó a un fuerte sentimiento de repulsa hacia todo esto. Naturalmente de Gaulle y Renauld habrían tenido un decidido apoyo si hubieran propugnado un rearme urgente, basado en la primacía de los equipos acorazados y motorizados, pero al contrario, lo que ellos defendieron era que la mecanización y la profesionalización eran la misma cosa y que eran requisitos imprescindibles para llevar a cabo la modernización militar. La falta de concreción de de Gaulle acerca de la forma de crear las nuevas estructuras militares provocó el desprecio de los oficiales superiores.
La paradoja de la intervención de de Gaulle fue que produjo el efecto contrario al que se pretendía. La activación de las discusiones políticas y doctrinales sobre los grandes avances realizados que afectaban a la movilidad entre los años 1935 y 1937, impidió el reequipamiento del ejército. Las profecías sobre las ofensivas móviles deberían haber merecido una mayor atención que la que recibieron, ya que en ellas estaba la clave que hubiera evitado la prematura ruptura de las defensas francesas. El peligro que todo ello suponía para la Línea Maginot fue expuesto en 1934 por el Coronel André Laffargue que había sido ayudante de Weygand, una rápida ruptura de las defensas podría reducir a la nada, de un plumazo, toda la esmerada preparación de un sistema concebido para un conflicto prolongado y que podría parecer adecuado contra Alemania.
Sin embargo, todos estos avisos no fueron atendidos, en parte por la estridente polémica generada por los ataques indiscriminados de de Gaulle y Reynaud sobre la calidad del entrenamiento del ejército, las intenciones del mando y la idea sacrosanta desde el punto de vista político, de la nación en armas, favoreciendo indirectamente la posición de algunos generales como el Inspector de Caballería Robert Altmayer que era hostil a las ideas de afrontar la mecanización a gran escala.
El punto central de las dificultades del ejército era la escasez de hombres y material. Los oficiales de más graduación, desde los escépticos, como Debency y Colson, a los entusiastas, como Flavigny, se opusieron a la exigencia de unos cuerpos integrados únicamente por profesionales. Sostenían que la profesionalización debería estar limitada a aquellas funciones que requiriesen una habilidad especial, tales como las de los mecánicos y operadores de radio. Al igual que había ocurrido con la mecanización, los tanques se enfrentaron a la desconfianza política. Se los consideraba armas agresivas, inapropiadas para las pretensiones defensivas de la Francia democrática y el tema traspasó las fronteras normales de los partidos políticos. Todo el espectro político, desde el conservador Ministro de la Guerra, Jean Fabry, en 1935, hasta el radical Daladier, al año siguiente, presionaron a Gamelin para cancelar el programa de producción del Carro B.
Por aquel entonces Alemania había adoptado el servicio militar obligatorio por dos años y el Plan Göering para una economía de guerra; Gamelín consideró que la iniciación de un programa de rearme no encontraría impedimentos políticos, ya que la preocupación del mando militar era compartida por los principales grupos políticos. El Ministro del Interior, el socialista Roger Salengro, opinaba que aunque Francia no podía permanecer inactiva frente a la militarización alemana se debería establecer un equilibrio para compaginar el hecho de que la juventud francesa no estuviera demasiado tiempo alejada de sus familias, junto con un programa para motorizar el frente francés.
El periodo desde 1935 a 1938, se distinguió por los continuos retrasos en el cumplimiento de las programaciones para dotarse de nuevos equipos. La raíz de los problemas estaba en la escasa capacidad productiva de los fabricantes de municiones de Francia; las agitaciones sociales y por la escasez de mano de obra especializada, cancelándose todos los programa encaminados al reequipamiento del ejército en 1937 y 1938. La escasez de vehículos acorazados era tan acusada que fueron suspendidas unas maniobras programadas para 1937, y se demoró la creación de una segunda división mecanizada ligera hacia el otoño de 1938, cuando se había aprobado en abril de 1936. En estas circunstancias, la aceptación del programa de de Gaulle, que fue presentado de nuevo en el Parlamento por Reynaud, en febrero de 1937, imponía nuevas cargas políticas para aquellos que, como Gamelin, Doumenc, Flavigny y Velpry, estaban luchando por conseguir una expansión de las fuerzas acorazadas que, aunque fuese discreta, resultara efectiva. Por la forma de ser presentado el proyecto de de Gaulle, se le acusó de ser militarmente impracticable, estratégicamente peligroso y políticamente provocativo.
Las ideas de de Gaulle recogían la idea bastante extendida de que la mecanización vendría a suplir el tipo de guerra industrializada de la Primera Guerra Mundial, en sintonía con la opinión de Fuller de que los ejércitos serían cada vez más pequeños conforme la mecanización y movilidad fueran ampliando las diferencias existentes entre las fuerzas en liza y las que realizan la ocupación del terreno. Con un grupo móvil profesional de seis o siete divisiones, era evidente de que el resto de fuerzas francesas se verían relegadas a una segunda fila. Para la mayoría del generalato francés eso era inaceptable, ante dicha resistencia Reynaud modificó su propuesta a favor de crear una gran fuerza de élite formada por soldados de reclutamiento forzoso, Gamelin se mostró ambiguo ante dicha propuesta, ya que insistía en que Francia desarrollaría una unidad más potente que una división Panzer, pero advertía también de que las importantes mejoras introducidas en las armas anticarros reducirían considerablemente el papel de la coraza en el campo de batalla. No obstante de dichas dudas, el ejército francés comenzó a prepararse tanto para operaciones ofensivas como defensivas, como un intento de defensa del EMG contra la acusación de que se “había preparado un ejército para una defensa pasiva a ultranza”.
(“La tragedia” de Bourret, 53-55, “Memories” de de Gaulle, 1:27-34).
De Gaulle no consideró en sus análisis las mejoras parciales que logró imponer Gamelin en la modernización del ejército francés, lo que deja entrever que sí hubo comprensión en el Alto Mando hacia los problemas de la modernización pero quizás otros factores externos y políticos hicieron inviable dicha modernización total del ejército francés. Al comienzo de la guerra, se formaron rápidamente unidades móviles. Había seis divisiones acorazadas, más la 4ª División Acorazada de Reserva de de Gaulle, que se formó en mayo de 1940; estas fuerzas habría que añadir las siete divisiones motorizadas de infantería y la fuerza expedicionaria británica. Frente a ellas, Alemania disponía de una gran masa de infantería no motorizada y sólo diez divisiones Panzer como cabeza de lanza..
Si la disponibilidad de formaciones podría considerarse como la baza alemana para conseguir la victoria, no menos esencial para el triunfo aliado eran los programas de rearme global que Inglaterra y Francia estaban preparando en 1939-1940 como factor de disuasión, es decir, en la Royal Air Force, en la línea Maginot y en el gran ejército francés que se estaba formando, mientras que se hacían enormes esfuerzos para movilizar todos los recursos humanos y materiales disponibles.
Como colofón se puede señalar que en el ejército francés predominó el planteamiento defensivo frente al poderío y creciente poder alemán frente a algunos brillantes intrusos como Fuller, Liddell Hart, Estienne, de de Gaulle, cuyos conceptos sobre movilidad fueron rechazados en sus propios países, pero adoptados con entusiasmo en Alemania. A pesar de los defectos en los planes estratégicos aliados, sobre todo por no contemplar un rápido avance alemán en los Países Bajos y por no crear una reserva acorazada para llevar a cabo el contraataque, las fuerzas disponibles deberían haber sido suficientes para contener la ofensiva inicial alemana. En cuanto a las propuestas sobre las fuerzas mecanizadas y la guerra acorazada, la oposición a sus ideas fue debido a razones más complejas que la simple mentalidad reaccionaria de los estamentos militares británico o francés. El tipo de ejército y los conceptos estratégicos que querían imponer los defensores de las armas acorazadas eran políticamente inaceptables, pero al mismo tiempo, y en términos puramente militares, no tuvieron en cuenta, o simplemente ignoraron, muchos de los problemas financieros, materiales y de personal a los que se enfrentaban los Estados Mayores.
No debe extraerse la conclusión de que la visión de la guerra futura por parte de los críticos se vio plenamente confirmada por las campañas iniciales de la Segunda Guerra Mundial. Como reacción ante la guerra estática de las trincheras de 1914-1918, creyeron que la solución estaba en la movilidad, en la reducción de las víctimas de la guerra y en asegurarse una victoria rápida con ejércitos mecanizados y reducidos y profesionales. Con fuerzas dotadas de carros de combate a gran escala, sería posible bordear el flanco enemigo y atacarle por la retaguardia: los generales serían de nuevo una pieza fundamental.
Los innovadores militares raramente ejercen una influencia directa en las reformas militares porque no poseen una información total de las dificultades de implantar sus teorías en un determinado ejército y de las opciones disponibles. Por ejemplo Liddell Hart tuvo que aceptar que sus recursos limitados no era una estrategia realista para GB respecto a Francia. Por otra parte, las autoridades militares responsables suelen estar al corriente de los problemas, pero sólo aceptan aquellas medidas de compromiso que son posibles. Da la impresión de que se aceptó la motorización del ejército francés, a medias por la presión de ciertos pensadores militares ya comentados, pero siempre mirando el Alto Mando francés de reojo hacia los factores sociopolíticos de su sociedad. El periodo de entreguerras confirmó la teoría de Clausewitz de que las actitudes políticas, la prioridades y las limitaciones, ejercen una influencia dominante en el desarrollo de las fuerzas armadas y de sus doctrinas estratégicas.
Saludos a todos desde Benidorm.