La defección de los aliados Europeos

La guerra en el este de Europa

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V.Manstein
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La defección de los aliados Europeos

Mensaje por V.Manstein » Mié Nov 30, 2005 12:09 am

Hacia fines del mes de agosto de 1944, los ejércitos soviéticos emplazados en el sector sur del extenso frente del Este comenzaron a presionar, continuando con sus operaciones, en la región que limitaba con Rumania. El ataque, masivo, estaba destinado a dar el "golpe de gracia" a las fuerzas germanas que combatían en dicho sector.
En el Cuartel General alemán, entretanto, los planes estratégicos del Führer determinaban el desplazamiento del centro de gravedad de su conducción de guerra hacia el Oeste. En ese frente de lucha, en efecto, los aliados, después de aniquilar al ejército alemán de Normandía, se hallaban en pleno avance hacia el Este, con rumbo a la frontera occidental del Reich. La estabilización del frente Este, al norte de los Cárpatos, tuvo especial influencia en esta determinación de Hitler.
Los planes alemanes disponían el lanzamiento de una vigorosa ofensiva en el oeste del Rhin, en las Ardenas. Las fuerzas por emplear en dicho lugar estaban constituidas por las últimas reservas movilizadas por Alemania y, posteriormente, tras la ofensiva anteriormente citada, serían trasladadas, hacia mediados de diciembre, al frente del Este. Tal situación, sin embargo, no habría de producirse.
El coronel general Guderian, jefe del Estado Mayor del Ejército desde el 20 de julio, que seguía la preparación de tales planes con gran preocupación, manifestó a Hitler sus inquietudes y sugirió, sin resultado positivo, la evacuación de los Balcanes y Noruega y el acortamiento del frente en Italia, en un esfuerzo por obtener nuevos efectivos con destino al frente del Este. Al fracasar en su intención, Guderian decidió entonces poner en ejecución un nuevo plan, destinado a construir posiciones de campaña en la profundidad del frente del Este y en las localidades del territorio del Reich. En la atención del mando germano, sin embargo, ocupaba el primer lugar la difícil situación del grupo de ejércitos "Ucrania Sur". En efecto, sus unidades se encontraban, hacia el verano de 1944, en la posición operativa más desfavorable.
En el sector de Basarabia, en las cercanías del Mar Negro, se encontraba emplazada la Agrupación de Ejércitos Mayor general Iván Lakeyev, a cuyas órdenes combatió una escuadrilla de cazas rusos que derribó, en el curso de la guerra, a más de setecientos aviones enemigos. Ante estas fuerzas estaban el III ejército rumano y e VI ejército alemán. Ante sus líneas se extendía el río Dniéster, cuya margen occidental, en muchos puntos, ya estaba en manos soviéticas. Sobre el flanco izquierdo de Dumitrescu, formando casi un ángulo recto con sus posiciones, se desplegaban los efectivos de la Agrupación de Ejércitos del general Wöhler, que comprendían al VIII ejército alemán y el IV rumano.
Ambas Agrupaciones sostenían una posición que necesitaba, imprescindiblemente, del aporte de fuertes reservas móviles. Éstas, prácticamente, no existían. Además, preocupaba seriamente a los jefes alemanes la actitud, cada día más dudosa, de las tropas rumanas. La moral de las mismas parecía haberse resentido considerablemente, como consecuencia de los reveses sufridos en el Este. Por otra parte, la ruptura de relaciones de Turquía con Alemania, producida el 2 de agosto, tendría, necesariamente, que producir repercusiones en la actitud de Rumania.
La grave situación que muchos mandos germanos vislumbraban, pareció disiparse tras una visita realizada al Führer el día 4 de agosto, en Rastenburg, por el mariscal Antonescu, Jefe de Estado de Rumania y comandante en jefe del ejército de su patria. En dicha entrevista, efectivamente, a pesar de las reticencias de Antonescu, que evitó responder a una pregunta de Hitler en el sentido de si Rumania seguiría "hasta el final" junto a Alemania, los mandos germanos recibieron la impresión equivocada, sin duda, de que Antonescu y Rumania formaban una unidad inseparable de Alemania. Los jefes alemanes parecieron querer "cerrar los ojos" ante una situación que ya conocían: los intentos que en Rumania realizaban otras fuerzas para concluir una guerra que consideraban perdida.
Estratégicamente, el frente del grupo de ejércitos de "Ucrania Sur" constituía una saliente muy difícil de defender. El total de efectivos ascendía a 900.000 hombres. Esta fuerza, aparentemente poderosa, contaba, como reserva, solamente con dos divisiones alemanas y un pequeño grupo de combate eslovaco Además, se sabía que jefes rumanos habían mantenido conversaciones con emisarios del mando ruso, durante la noche del 21 al 22 de agosto, en el convento de Cahelu, en los Cárpatos.
La situación, en resumen, no podía ser más grave. Y Guderian, por su parte, militar profesional y experimentado, con plena conciencia del peligro inminente, a pesar de abrigar la esperanza de poder lograr todavía una orden de Hitler autorizando el repliegue, temía, sobre la base de las experiencias anteriores, que la misma llegara demasiado tarde. A partir del día 7 de agosto, las unidades avanzadas germanas informaron a los mandos de la retaguardia acerca de movimientos que comenzaban a producirse en las líneas soviéticas. Dichos desplazamientos se producían, de acuerdo con los informes, en el frente del VIII ejército alemán, en las inmediaciones de la localidad de Jassy, a trescientos kilómetros al norte de Bucarest. Los efectivos soviéticos que se encontraban emplazados en la región pertenecían al Segundo Frente de
Ucrania, que operaba al mando del mariscal Rodion Malinovski. Paralelamente, los servicios de información alertaron al mando germano acerca de la proximidad de grandes masas soviéticas que avanzaban en calidad de refuerzo. Igual comprobación se efectuó en lo concerniente al arma aérea rusa. Era indudable que una poderosa ofensiva estaba en vísperas de ser desencadenada contra las líneas germanas.
Hacia el 18 de agosto, los aviones soviéticos comenzaron a aparecer sobre las líneas alemanas con una frecuencia cada vez mayor. Los aparatos de observación alternaban sus vuelos con las cerradas formaciones de bombarderos escoltados por veloces cazas. Bombas y ráfagas de ametralladoras iniciaban así la preparación previa a todo ataque en gran escala. Los aviones soviéticos, hostigando sin cesar las líneas del frente y las vías de comunicaciones, impedían el normal abastecimiento de las unidades y obligaban a los efectivos a mantenerse en constante alerta.
El 20 de agosto, por fin, la situación comenzó a definirse. Ese día, después de varias horas de incesante fuego artillero, que batió las posiciones alemanas en acción de ablandamiento, los blindados rusos, seguidos por interminables formaciones de infantería, se lanzaron al asalto.
El ataque ruso fue emprendido desde dos direcciones. Por el Norte avanzaron los efectivos del Segundo Frente de Ucrania, al mando de Malinovski, directamente hacia el Sur y arrollando a las formaciones del VIII ejército alemán del general Otto Wöhler. Paralelamente, por el Este y en dirección sudoeste, se lanzaron al ataque las unidades del Tercer Frente de Ucrania, al mando del mariscal Fedor Tolbuchin. La penetración se produjo a nivel de las localidades de Jassy y Tiraspol, espectivamente. En el sector de la última de las localidades nombradas desplegaban sus efectivos las unidades del III ejército rumano y el VI ejército alemán, comandados por el capitán general Dumitrescu.
Los efectivos rusos desplegaban una masa operativa que comprendía a noventa divisiones de tiradores, cuarenta y una blindadas y tres de caballería. Dichas fuerzas estaban destinadas a avanzar sobre el territorio rumano a modo de gigantesco rodillo, arrollando a las cincuenta divisiones del grupo de ejércitos "Ucrania Sur", integradas en su mayoría por efectivos rumanos.
Hacia el 22 de agosto, el ataque ruso comenzó a adquirir caracteres de catástrofe para el mando germano. Los efectivos rusos avanzaban desde el Norte y el nordeste venciendo toda resistencia. El ala izquierda de las unidades de Malinovski giró hacia el Este, mientras las poderosas formaciones de Tolbuchin hicieron lo propio, con rumbo al Oeste. La consecuencia no se hizo esperar: el VI ejército alemán, integrado por dieciséis divisiones, quedó cercado y rápidamente dejado atrás por la masa de los ejércitos soviéticos en marcha. Paralelamente, sobre la costa del Mar Negro, los efectivos del III ejército rumano sufrieron igual suerte. Una poderosa formación perteneciente al Tercer Frente de Ucrania de Tolbuchin desplazó sus efectivos hacia el Este y alcanzó la costa, aislando a las unidades rumanas.La embestida rusa, lanzada con todo el peso de sus divisiones, ocasionó una extraordinaria confusión en las líneas germanas. Al cerco de los ejércitos anteriormente citados siguió la retirada de otras importantes fuerzas, en un intento por replegar las líneas y proceder a su reorganización. La retirada, sin embargo, planificada apresuradamente adoleció de importantes fallas. Una de ellas, la más importante, permitió que los rusos amenazaran directamente a Bucarest. Efectivamente, en la confusión del repliegue, lógico por otra parte, los mandos alemanes omitieron disponer la destrucción inmediata de los puentes que permitían franquear el río Pruth, afluente del Danubio, y del Danubio mismo, en el sector de su desembocadura en el Mar Negro. Las dos vías de agua, que podían haberse convertido en una barrera natural de contención para los efectivos rusos, fueron así neutralizadas. La consecuencia no se hizo esperar; como un alud, las divisiones soviéticas traspusieron los puentes y se lanzaron hacia el Sur, en dirección a la capital de Rumania. En las proximidades de la misma, a escasos sesenta kilómetros al norte de Bucarest, la vital región de Ploesti quedaba también directamente amenazada.
Hacia el 29 de agosto de 1944, por segunda vez en el curso de la guerra el VI ejército alemán era prácticamente aniquilado. Sin embargo, contrariamente a lo ocurrido en Stalingrado, parte de las tropas, que incluían al Estado Mayor, los servicios auxiliares y algunas unidades dispersas, pudieron eludir el cerco y replegarse hacia el Oeste alcanzando las líneas del VIII ejército alemán del general Wöhler
Días antes de la lucha citada anteriormente, el 23 de agosto, un grave acontecimiento se produjo en la reta guardia de las posiciones germanas. Ese día, Rumania rompió prácticamente su alianza con Alemania.
Los acontecimientos se sucedieron de la siguiente manera: al igual que Finlandia, Rumania había reanudado sus contactos con las potencias occidentales a principios del año 1944. Grandes bombardeos anglo-norteamericanos y la proximidad, cada vez mayor, de los ejércitos soviéticos, convencieron a algunos de los líderes civiles y militares rumanos de la necesidad de abandonar una guerra que comenzaba a vislumbrarse perdida. Fue así que inclusive el mariscal Antonescu, principal figura rumana, realizó sondeos a través de Alejandra Kollontai, embajadora rusa en Estocolmo. Los Contactos se produjeron por intermedio del embajador rumano en Suecia, Frederic Nanu, quien fue
encargado de averiguar el punto de vista soviético ante un eventual abandono de la lucha por parte de Rumania. Otras personalidades rumanas, entretanto, entre las que se contaban Julie Manui, Constantin Visoianu, Gheorghe Tatarescu y Constantin Bratianu, realizaron igualmente tanteos de paz a través de sus contactos en Berna y El Cairo.
Por otra parte, altos jefes militares rumanos, como el general Mihai Racovitza, mantenían tratativas de paz desde mucho antes. El militar citado, en unión con los generales Aurel Aldea Ata Constantinescu-Claps, planificaban poner fin a la alianza con Alemania los dos últimos, por su parte, en la conferencia realizada en el convento de Cahelu, habían aceptado tomar las medidas necesarias para abrir el frente en diferentes puntos, facilitando así la penetración soviética.
Hubo, sin embargo, jefes militare rumanos que se opusieron a lo que consideraban una flagrante traición los acuerdos firmados y resistieron tomar parte en la conspiración. Los comandantes Traian Catana y Constantin Neculce, entre otros, se opusieron activamente a la infiltración de las unidades enemigas y hallaron la muerte en la empresa.
Entretanto, el grupo conspirador se comunicó con El Cairo, informando a los aliados que sus planes contaban con la aprobación del rey. La revolución planificada debería, concretamente, estallar el día 26 de agosto. El monarca, Miguel 1, al enterarse que el mariscal Antonescu consideraba necesario un armisticio con el enemigo, decidió adelantar la fecha prevista, fijando el 23 como día clave. Aquel día, mientras la ofensiva rusa alcanzaba su mayor amplitud, el rey de Rumania celebró una entrevista con el mariscal Antonescu y le informó de su decisión de paralizar de inmediato las operaciones. Enseguida, tras hacer detener a Antonescu, el rey dispuso que las tropas rumanas rodearan los edificios ocupados por los alemanes. Hacia la noche del mismo día, el monarca leyó una proclama por radio, anunciando el fin de la guerra y ordenando a las tropas que depusieran las armas.
La situación, en Rumania, sufrió de inmediato cambios radicales. Los jefes de la oposición fueron nombrados ministros sin cartera y el rey Miguel, en comunicación dirigida al embajador alemán, le informó que los efectivos de la Wehrmacht deberían abandonar el territorio rumano. En la comunicación se les ofrecía la libre salida "siempre que no se entregaran a actos de hostilidad". En Alemania, el Führer decidió de inmediato "sofocar el levantamiento" y ordenó la formación de un gobierno de tendencia germanófila. A la mañana siguiente, en cumplimiento de las órdenes recibidas, el general alemán Gerstenberg, al mando de algunas unidades de la Luftwaffe, marchó sobre Bucarest. Sin embargo, enfrentado por fuerzas rumanas netamente superiores, debió abandonar la intención de tomar la capital. Las consecuencias de su actitud no se hicieron esperar y todos los miembros de la embajada alemana en Bucarest fueron arrestados por el nuevo gobierno. Además, hacia el día 25 de agosto, los rumanos dieron un paso más en su acercamiento con los aliados, declarando la guerra a Alemania.
Entretanto, el frente se había derrumbado y comenzaba a cundir el caos más absoluto.
El rey Miguel, de inmediato, dispuso que los efectivos rumanos se concentraran en el curso inferior del Danubio. Las unidades, por su parte, desorganizadas y perdiendo el contacto con sus mandos naturales, comenzaban a actuar de acuerdo con los principios que imponían los mandos locales y aún los propios combatientes. Fue así que muchos efectivos continuaron la lucha junto a sus antiguos aliados, negándose a abandonarlos, mientras otros bloquearon las carreteras y abrieron el fuego contra las formaciones alemanas. Resulta obvio comprender el caos que de inmediato se instaló a lo largo de las ya desorganizadas líneas germanas.
Como consecuencia de los acontecimientos citados, las unidades germanas sobrevivientes del ataque ruso y el cambio de frente rumano se dirigieron hacia la retaguardia. Los combatientes alemanes, agotados por días y noches de combate incesante, carentes de municiones y víveres, comenzaron una desesperada lucha por la vida, combatiendo, retrocediendo y volviendo a combatir sin descanso, minuto a minuto.
La extraordinaria confusión reinante en la retaguardia germana, en la que se entremezclaban las unidades germanas y las rumanas, favoreció notablemente el avance ruso, que prácticamente vio allanado su camino hacia Bucarest. En la noche del 24 de agosto, el Führer dio su aprobación a un plan que contemplaba el repliegue de los efectivos germanos hacia la región de los Cárpatos, al norte de Bucarest, con el objeto de concretar allí una nueva línea de defensas, favorecida por la topografía del terreno. En realidad, tal medida se hallaba ya en ejecución y contingentes de los ejércitos alemanes VI y VIII se retiraban apresuradamente hacia los Cárpatos, eludiendo los movimientos de pinzas de los rusos.
El día 26 una nueva orden fue cursada a los mandos germanos en dicho frente, disponiendo la consolidación de una nueva línea defensiva. La orden anulaba la anterior y exigía que la fortificación del terreno y fortificación posterior de los efectivos se llevara a cabo en una línea que se extendería a lo largo de la desembocadura del Danubio en el Mar Negro, las localidades de Galatz, cien kilómetros más hacia el Oeste, Focsani, a cincuenta kilómetros al Oeste de la anterior, y las estribaciones de los Cárpatos, treinta kilómetros más hacia el Oeste.
La nueva línea de defensa programada se interpondría entre los ejércitos rusos y los importantes baluartes del sur de Rumania, Ploesti y Bucarest principalmente. Sin embargo, el mando alemán realizaba sus planes totalmente ajeno a la realidad. A los efectivos germanos les era, a esa altura de los acontecimientos, absolutamente imposible resistir la presión de los ejércitos rusos. Sus fuerzas, en efecto, se encontraban disminuidas material y moralmente, además de no contar con el apoyo de la gran mayoría de las unidades rumanas. La defección de estas últimas había desquiciado el dispositivo alemán, obligando a los germanos a multiplicar sus esfuerzos en un desesperado intento por restablecer el equilibrio que los rumanos habían roto. Los rusos, por otra parte, lanzaban a la batalla un impresionante número de unidades, aprovechando el resquebrajamiento de las posiciones alemanas. El martilleo constante de los soviéticos concluyó por desbaratar los intentos alemanes de organizar una línea coherente de defensas.
Hacia fines del mes de agosto, finalmente, los germanos sólo mantenían en su poder las estribaciones de los Alpes Transilvanos. Allí, dispuestos en un amplio arco alrededor de las cumbres Szekler, rechazaron violentos ataques soviéticos dirigidos contra los pasos orientales de la montaña.
Los efectivos del Segundo Frente de Ucrania, al mando del mariscal Malinovski, entretanto, avanzando sin pausa, se dirigieron rápidamente hacia el Sur, en dirección a Bucarest. Escasos grupos de combate alemanes se interponían en su camino, retardando el avance ruso al costo del sacrificio total de sus integrantes. Pero eso no bastaba. No era suficiente para detener el alud que se precipitaba sobre Rumania. Y así lo sabían los efectivos y mandos germanos, que el día 30 de agosto debieron abandonar el importantísimo centro petrolero de Ploesti. El punto, defendido solamente por algunas unidades germanas de artillería antiaérea, no pudo ser sostenido, a pesar de la tenaz resistencia ofrecida. Tras sangrienta lucha, finalmente, los soviéticos tomaron el lugar, reducido casi a escombros por lo intenso del combate.
Los hombres del Segundo Frente de Ucrania, prácticamente dueños del campo, no detuvieron su avance. Arrollando a las diezmadas tropas germanas, que sin embargo defendían tenazmente sus precarias líneas, siguieron adelante. A cincuenta kilómetros al sur de las refinerías de Ploesti se extendían las populosas barriadas de la ciudad de Bucarest. La metrópoli, situada a ochenta metros sobre el nivel del Mar Negro, sobre una colina, ofrecía, desde la lejanía, un extraño aspecto, con las cúpulas doradas de sus templos y sus altas torres. La grave situación, empero, hacía que las calles estuvieran prácticamente desiertas. Los bombardeos y la proximidad de la lucha, que se adivinaba violenta, alejaban a la población civil de los espacios abiertos. Las principales calles y avenidas, entre ellas la Calea Victoriei, la Strada Lipscani, la Calea Rahovei, la Strada Carol l y el Bulevard Isabel, entre otras, antaño transitadas por una multitud rumorosa, se mostraban totalmente desiertas y sólo algunas patrullas se veían, aquí y allá, en actitud vigilante. La población civil por su parte, parecía haber desaparecido. Por último, las vanguardias rusas hicieron su aparición, desde el Norte. Precediéndolas, arribaban a Bucarest grupos desorganizados de combatientes germanos y rumanos que aún luchaban junto a la Wehrmacht. Los soldados alemanes, en plena retirada, ya no estaban en condiciones de ofrecer una resistencia organizada. Por otra parte, de hacerlo, deberían luchar contra los efectivos rusos y contra unidades rumanas que ya los atacaban, en cumplimiento de órdenes del gobierno. El 31 de agosto, a veinticuatro horas de la caída de Ploesti, las vanguardias rusas entraban en Bucarest, sin encontrar prácticamente resistencia.
Las tropas del Tercer Frente de Ucrania, a las órdenes de Tolbuchin, entretanto, avanzaban rápidamente hacia el Sur, en dirección a Bulgaria.
En el citado país balcánico, la situación de los efectivos alemanes distaba de ser alentadora. Al igual que poco tiempo antes en Rumania, también en Bulgaria habían comenzado a jugar fuertes presiones de tipo político. Ante la inminente e inevitable derrota de las fuerzas germanas, Bulgaria había comenzado por retirar sus tropas de ocupación de Tracia y Macedonia y solicitado un armisticio a Gran Bretaña y los Estados Unidos. Las tensiones internas, por otra parte, habían creado un estado de cosas tal que, finalmente, el 9 de septiembre estalló una revolución. La proximidad de los ejércitos rusos facilitó la toma del poder por parte de los comunistas búlgaros, los que de inmediato instalaron un gobierno al que denominaron "frente patriótico", pero que en realidad no era otra cosa que un régimen "títere" al servicio de la Unión Soviética. Obedientes al mandato de sus amos rusos, los integrantes del "frente patriótico" no tardaron en declarar, a su vez, la guerra a Alemania. Hacia el día 15 de septiembre, además, facilitados en su acción por los guerrilleros búlgaros, los efectivos rusos de Tolbuchin ocupaban Sofía, capital de Bulgaria.
La caída del convulsionado país balcánico en manos de los rusos puso una vez más a prueba la capacidad de reorganización y resistencia de los agotados efectivos alemanes. En efecto, el penetrante avance soviético, sumado a la caída de Rumania y Bulgaria en manos del enemigo, colocaba en dificilísima situación a las unidades del grupo de ejércitos "F", del mariscal von Weichs, que se hallaban distribuidas en el territorio de Grecia, Albania, Montenegro y el sur de Yugoslavia.
En territorio rumano, entretanto, los rusos concentraban más y más efectivos. Ante ellos se abrían posibilidades ilimitadas y los mandos soviéticos no dejaban pasar las oportunidades favorables. El dominio de Rumania y Bulgaria les permitirla, en una segunda etapa, sin solución de continuidad, lanzar sus divisiones hacia el corazón de Hungría y Yugoslavia.
En el primero de los países citados, la amenaza rusa hizo que el gobierno húngaro, al ver amenazado en forma directa su territorio nacional, solicitara de Alemania, imperiosamente, el envío de cinco divisiones blindadas al teatro de operaciones. El Führer, ante la gravedad de la situación, dispuso el inmediato traslado de un Cuerpo blindado, con tres divisiones ligeras y algunas fuerzas más de la Galitzia y Yugoslavia
En el bando soviético, entretanto, los efectivos del Segundo Frente de Ucrania de Malinovski comenzaron a presionar hacia el Oeste, en dirección a Temesvar, Arad y Grossvardein, localidades éstas situadas en la región limítrofe entre Rumania y Hungría. Desplegados ante la marcha rusa se encontraban los hombres del III ejército húngaro, formado apresuradamente con unidades enviadas desde el interior. Los húngaros, a pesar de sus esfuerzos, no habían logrado impedir a los rusos la salida de la región montañosa de los Alpes Transilvanos y el posterior desplazamiento hacia el territorio húngaro.
Más al norte, paralelamente, los efectivos del Primer Frente de Ucrania habían comenzado a presionar hacia el Sur, desde territorio polaco. Allí, el 1 ejército blindado germano soportaba la presión de fuerzas enemigas muy superiores que lo obligaron, por último, a ceder terreno y replegarse lentamente.
Los movimientos de los ejércitos rusos, al margen de los resultados locales, implicaban, y así lo entendió el mando alemán, un gigantesco movimiento de tenazas destinado a incidir, por el Norte y por el Sur, al grupo de ejércitos "Sur", aislándolo en un inmenso "bolsón". Guderian, como consecuencia, dispuso replegar los efectivos sobre una línea que se extendía de nordeste a sudoeste y que se apoyaba en las localidades húngaras de Seguedin, Debrecen y Uzhorod. La orden, impartida el 24 de septiembre, fue modificada poco después, disponiéndose que la línea defensiva se instalara algo más a retaguardia de la línea citada, paralelamente al río Theiss.
Hacia el 6 de octubre, los efectivos del Segundo Frente de Ucrania de Malinovski se lanzaron al asalto en dirección al Norte. La fuerza comprendía un ejército blindado, varias grandes unidades de caballería y divisiones de infantería. La intención de los soviéticos era clara y así la vieron los germanos. En consecuencia, el mando alemán ordenó el repliegue de los efectivos de la Agrupación de Ejércitos Wöhler, formada por el VIII ejército alemán y el II ejército húngaro.
Entretanto, el grupo de ejércitos "Sur", en un esfuerzo extraordinario, logró reunir los elementos de tres divisiones blindadas y, lanzándolos a la lucha, en una encarnizada batalla de tanques que se prolongó entre los días 10 y 14 de octubre, destruyó varios Cuerpos rápidos soviéticos. La tentativa rusa de cortar al grupo de ejércitos fracasó así en el sector mencionado. Sin embargo aquel éxito parcial no haría variar fundamentalmente la grave situación general del frente. En efecto, otras fuerzas rusas, mientras se producía la batalla anteriormente mencionada, habían avanzado en el sector de Seguedin, localidad situada a ciento cincuenta kilómeti'os al sudeste de Budapest. Como consecuencia del movimiento mencionado, el III ejército húngaro, que se encontraba emplazado en la región, había resultado prácticamente diezmado.
Mientras se desarrollaban los acontecimientos citados, algo más al Sur, los elementos del Tercer Frente de Ucrania, comandados por el mariscal Tolbuchin avanzaron hacia el Oeste y traspusieron las líneas fronterizas que dividían a Rumania y Bulgaria de su vecina Yugoslavia. La capital de esta última, Belgrado, situada a escasos cien kilómetros de la frontera de Rumania, se vio así seriamente amenazada por los efectivos rusos.
El ejército soviético en plena ofensiva y los efectivos germanos agotados y carentes de abastecimientos y medicinas comenzaron, en aquellos meses finales del año 1944, a marcar las pautas que determinarían la derrota de Alemania, arrollada por la aplastante superioridad humana y material de sus enemigos.
En la “guarida del lobo", entretanto, el Führer parecía no acusar el impacto de los sucesivos desastres. Día a día, Hitler se aislaba más y más y se rodeaba de estadísticas y cifras, muchas de ellas ya carentes de significación. Era así que, según la documentación que obraba en su poder, y sobre la base de la cual elaboraba nuevos planes, los efectivos de la Wehrmacht se elevaban a 10.165.303 hombres, de los cuales 7.536.946 pertenecían al ejército y las Waffen SS, 1.925.291 a la Luftwaffe y 703.066 a la Marina de Guerra. El dictador sin embargo, no tenía en cuenta las pérdidas sufridas desde el 1º de septiembre de 1939, que se elevaban, hacia fines de 1944, a 114.215 oficiales y 3.630.274 suboficiales y soldados. Las 252 divisiones y 15 brigadas con que el Führer decía contar existían solamente en las listas impresas, pues los efectivos de las mismas habían disminuido hasta el limite máximo, convirtiendo, por el número de sus hombres, en regimientos a muchas divisiones. Había divisiones, inclusive, formadas por dos o tres batallones de una sola compañía cada uno...
Las divisiones blindadas, por su parte, en su mayoría, poseían como máximo de diez a quince tanques .

Fuente de esto: extractos más o menos afortunados de una magna obra sobre la IIGM editada en los 60 en USA y creo que en Europa titulada Historia de la II GM ( fascículos 102,103 y siguientes). Saludos
Soldat im 20.Jahrhundert

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Mensaje por V.Manstein » Mié Nov 30, 2005 12:15 am

Hacia el mes de octubre de 1944, las relaciones entre el Alto Mando alemán y las autoridades húngaras, frías desde mucho antes, alcanzaban su punto máximo de tensión. Los alemanes sospechaban, no sin fundamentos, que los húngaros realizaban un doble juego; además, la moral de combate de las tropas del aliado balcánico de Alemania se convertía, gradualmente, en un factor cada vez más inseguro, dificultando extraordinariamente la conducción en el frente.
En el mando supremo de Hungría se encontraba, como regente de la corona, almirante Miklos Horthy von Nagybanya. Horthy, consciente de la inevitable derrota de Alemania, realizaba, desde tiempo antes, intentos por alejar a su país de una alianza que sabía conduciría a Hungría al desastre. Hacia mediados de octubre, las tentativas de Horthy habían entrado en su fase final y definitiva. El almirante húngaro deseaba concluir rápidamente un armisticio, lograr que los ingleses y americanos ocuparan el país y permitir que los alemanes se retiraran libremente.
A fines del mes de septiembre de 1944, el mariscal húngaro Laszlo Farago, el conde Geza Teleki y Domonkos von Szent-Ivanyi cruzaron las líneas del VI Cuerpo de ejército húngaro y se trasladaron a Moscú, ciudad en la que el barón Aczel Ede ya había celebrado conversaciones preliminares.
Cumpliendo los planes establecidos, el almirante Horthy nombró comandante de la cabeza de puente de Budapest al general Ferenc von Farkas. Éste, que respondía a la orientación de Horthy, tendría por misión constituir un gobierno favorable a la paz con los Soviets. Tras el nombramiento de von Farkas, pocas horas después, Horthy proclamó la separación entre Hungría y Alemania. Sin embargo, tal hecho no llegó a producirse.
Poco antes de la alocución de Horthy anteriormente citada, de fecha 15 de octubre, en Alemania, en el comando de las SS, el Reichsführer SS Heinrich Himmler mantuvo una entrevista con el coronel Skorzeny y su jefe de Estado Mayor, Radl. La misión que Himmler solicitó de Skorzeny era, en cierto modo, semejante a la cumplida en ocasión del rescate de Mussolini. Ahora se trataba de un secuestro: él de Horthy. Himmler, con un desconocimiento absoluto de la materia, manifestó a Skorzeny su intención de arrojar a los oficiales citados y sus hombres en paracaídas, sobre Budapest. El coronel Skorzeny, sin embargo, solicitó libertad absoluta para actuar y planificó personalmente la operación.
El secuestro se produjo el 16 de octubre. Ese día, en las primeras horas de la tarde, dos automóviles rápidos, en los que viajaban varios oficiales alemanes, se presentaron en la ciudadela, fuertemente defendida por tropas húngaras, en la que se encontraba la sede del comando del almirante Horthy. Uno de los oficiales, con gran urgencia, solicitó ser recibido de inmediato por el almirante, al cual debía transmitir un mensaje del canciller alemán Adolfo Hitler. Horthy, imprudentemente, recibió a los "emisarios". Cinco minutos después, sumamente pálido pero muy serenó, el almirante salía de la ciudadela, escoltado por dos oficiales alemanes. Tras subir a uno de los automóviles germanos, éste, seguido por su similar, se alejó de allí a una gran velocidad. Skorzeny y Radl acababan de cumplir la misión encomendada. Horthy ya estaba en poder de los germanos.
Enseguida, los integrantes del sector pro alemán se apoderaron de la conducción. Apoyados por las unidades alemanas estacionadas en Hungría, neutralizaron a los partidarios de Horthy y comunicaron al pueblo la decisión de continuar la guerra junto a Alemania.
Los sucesos del 16 de octubre provocaron una profunda conmoción en las filas del ejército húngaro. Diversos grupos de oficiales proyectaron lanzar sus tropas sobre Budapest y desalojar al gobierno pro germano de Szalassy y aún a los efectivos alemanes. El general Miklos Bela, comandante en jefe del I ejército húngaro, así corno otros generales, decidió romper con los alemanes e iniciar negociaciones con los soviéticos. En los otros ejércitos, la mayoría de los mandos terminaría por aceptar el hecho consumado, admitiendo al nuevo gobierno y la continuación de la lucha junto a Alemania antes de correr el riesgo de caer en manos de un gobierno impuesto por la Unión Soviética, lo que sería inevitable si se trataba la rendición y se permitía la entrada de los rusos.
Los acontecimientos, por lo tanto, no alcanzaron el nivel de catástrofe, tal como habían supuesto los dirigentes alemanes. En Hungría, efectivamente, no se repitieron los episodios ocurridos en Rumania. El mariscal Vela von Dalnoki-Miklos y el general Johannes Voros, jefe del Estado Mayor, se plegaron al enemigo y allí constituyeron un grupo opositor al gobierno. En Kecskemet, a ochenta kilómetros al Este de Budapest, se produjo un levantamiento comunista. Sin embargo, en Budapest reinaba la calma, el gobierno de Ferenc Szalassy era obedecido y la masa de las tropas húngaras continuó luchando junto a sus aliados germanos. A esa altura de los acontecimientos, la lucha se hizo violentísima y adquirió caracteres extremadamente dramáticos. Las tropas rusas del Segundo, Tercer y Cuarto Frentes de Ucrania, comandadas por Malinovski, Tolbuchin y Petrov y coordinadas en su acción por el mariscal Timoshenko, se lanzaron al asalto con todo el peso de su material. Eran legiones interminables de combatientes enardecidos, incitados por sus jefes a combatir sin pausa, sin tregua, reciamente, salvajemente, sin pedir cuartel ni ofrecer perdón al enemigo vencido. A ellos se unían los antiguos aliados de Alemania, que ahora combatían contra los que habían sido sus camaradas. Rumania, en efecto, lanzaba a la batalla, codo con codo, con los rusos, a sus ejércitos 1, al mando de Anatasiu, IV, comandado por Avramescu, y V dirigido por Racovitza.
Los efectivos del Tercer Frente de Ucrania, que habían cruzado la frontera rumano-yugoslava, entretanto, avanzaban, venciendo la resistencia de las agotadas fuerzas alemanas, hacia la capital de Yugoslavia, Belgrado, situada a escasos setenta, kilómetros de la línea fronteriza. El día 15 de octubre, por último, las unidades de Tolbuchin llegaron a los alrededores de la capital. Allí, apoyados por importantes núcleos de guerrilleros que respondían a la orientación de Tito, los rusos rodearon la capital, tomándola poco después. Los germanos, disminuidos en sus reservas y prácticamente carentes de abastecimientos y municiones, debieron replegarse, a pesar de luchar tenazmente por conservar en sus manos la ciudad. El 15 de octubre, paralelamente el grupo de ejércitos "Sur" recibió la orden de Hitler de evitar, "empeñando todas las fuerzas", tanto el envolvimiento que lo amenazaba como la esperada embestida rusa sobre Budapest.
La orden de Hitler, sin embargo, era prácticamente imposible de cumplir. En efecto, la misión ordenada no estaba, ni remotamente, en relación con las fuerzas disponibles. La situación, por otra parte, se había agravado notablemente a raíz de la defección del 1 ejército húngaro. El citado ejército desplegaba sus efectivos en la parte Norte del frente de lucha, enfrentando a las tropas del Cuarto Frente de Ucrania. Sin embargo, al producirse el cambio de gobierno en Budapest, su comandante había decidido pasarse al lado soviético. La consecuencia no se hizo esperar: parte de las tropas lo siguieron, mientras otras unidades continuaban la lucha contra los rusos y muchas se desbandaban, abandonando el frente. Para los germanos, indudablemente, aquel era un golpe gravísimo. La desorganización del 1 ejército húngaro dejaba el flanco de la Agrupación Wöhler desguarnecida y a la misma bajo la inminente amenaza de un cerco que se lanzaría desde el Norte.
Hacia el 17 de octubre, los efectivos del Segundo Frente de Ucrania iniciaron su segunda tentativa para penetrar en la retaguardia del grupo de ejércitos "Sur.". El comando alemán, entonces, dispuso rápidamente que los efectivos de la Agrupación Wöhler, que combatían prácticamente a retaguardia de las unidades soviéticas, se lanzaran al contraataque hacia el Oeste, para cerrar el camino a la punta de lanza rusa. Fue entonces que, entre los días 23 y 29 de octubre, se desarrolló la segunda batalla de tanques, en la que nuevamente los soviéticos fueron batidos, perdiendo prácticamente tres Cuerpos blindados.
Entretanto, en el Norte, la Agrupación Wöhler, ante el avance del Cuarto Frente de Ucrania, se replegó detrás del río Theiss, eludiendo momentáneamente el cerco.
Al fracasar los rusos en su intención de cortar al grupo de ejércitos "Sur" en el sector Este del río Theiss, el mando soviético decidió intentar la empresa en la región Oeste de dicho río. Allí, la amenaza para Budapest era mayor aún, dado que la distancia era menor y no se interponía obstáculo alguno entre la capital de Hungría y los efectivos rusos. Ante la gravedad de la situación, el mando alemán dispuso que cuatro de las cinco divisiones blindadas del grupo de ejércitos “Sur”atacaran, a partir del 27 de octubre, en dirección al sur batiendo al enemigo y estableciendo el enlace con los efectivos del grupo de ejércitos “F”, que avanzaría hacia el Norte desde sus posiciones, a unos trescientos kilómetros al sur de Budapest.
La maniobra anteriormente citada, sin embargo, no llegó a ejecutarse, pues los efectivos rusos del Segundo Frente de Ucrania atacaron y dispersaron, el día 30 de octubr3e, a las unidades del III ejército Húngaro que estaban desplegados a doscientos kilómetros de Budapest, a manera de barrera entre la capital de Hungría y las avanzadas soviéticas. Ante los rusos, en consecuencia, se abría el camino hacia el corazón de Hungría. Los alemanes, sin pérdida de tiempo, desplazaron dos divisiones blindadas que atacaron a los soviéticos. Las fuerzas germanas, equipadas con escasos tanques y cañones autopropulsados, combatiendo tenazmente, lograron detener la embestida soviética e hicieron que el mando ruso desplazara la dirección del avance hacia el Norte, evitando la marcha sobre Budapest.
Hacia el 11 de noviembre, por último, se llegó a una batalla disputada con la máxima violencia. En las llanuras que se extendían entre Budapest y Tokai, a doscientos kilómetros al nordeste de la capital de Hungría, cuarenta y nueve divisiones de tiradores rusos, apoyadas por cuarenta grandes unidades blindadas y diez divisiones de caballería, combatieron, durante catorce días, con fuerzas alemanas aproximadamente diez veces inferiores en número y armamento. Los germanos, lanzándose a la batalla con tenaz decisión, lograron sostenerse a pie firme, impidiendo la ruptura y frenando el avance de los efectivos rusos.
Hacia fines de noviembre, el frente había quedado estabilizado.
En cuanto a Finlandia,el pequeño país del Báltico, agotado por años de lucha, deseaba abandonar la guerra. Hacia el lº de agosto de 1944, su presidente Risto Ryti, renunció al cargo, para restar validez a su pacto con Ribbentrop y para que, de esa manera, Helsinki tuviera "las manos libres".
Ryti fue sucedido en el cargo por el mariscal Mannerheim, que hizo reanudar las conversaciones, interrumpidas desde abril, con la embajadora rusa en Estocolmo, Alejandra Kollontai. Las exigencias que Moscú planteaba, como condición ineludible para otorgar el armisticio, eran las siguientes: el gobierno finlandés debería romper sus relaciones con Alemania y el XX ejército de montaña, que operaba en Laponia, debería retirarse; todas las tropas que se encontraran en territorio finlandés el día 15 de septiembre, deberían ser desarmadas e internadas.
Mannerheim estaba ya decidido a llegar a un acuerdo con la Unión Soviética y, en consecuencia, a principios de septiembre rompió las relaciones diplomáticas con Alemania y expuso, en una nota enviada al Führer, las razones que lo impulsaban a semejante determinación: "Alemania... no morirá... aunque la suerte de las armas le sea adversa...", decía en su texto, agregando que "para Finlandia y sus cuatro millones de habitantes... una derrota militar significaba la expulsión o el exterminio de los mismos...
Poco después cesaba el fuego en el frente de combate ruso-finés. Era el 5 de septiembre de 1944. Dos días más tarde, el 7 de septiembre, la comisión de armisticio finlandesa, integrada por el ministro de Asuntos Exteriores Antti Hackell, los generales Rudolf Walden, Erik Heinrichs y Oscaer Enckell, partió para Moscú, ciudad en la que debió esperar todavía una semana antes de que Stalin les presentara sus exigencias, en forma de ultimátum, por mediación de Molotov.
Las condiciones rusas reclamaban la cesión de la región de Porkkala, Stalin y Molotov se mantuvieron inflexibles en lo referente a la frontera del año 1940 y las indemnizaciones de guerr a habían sido fijadas en 300 millones de dólares americanos, que Finlandia debería pagar en un plazo de seis años. Rusia, exigía, además, mientras durara la guerra, el uso de los campos de aviación y de los barcos mercantes. El ejército finlandés, por otra parte, seria desmovilizado en un plazo de dos meses y medio, después de haber expulsado, desarmado e internado al ejército de montaña alemán.
Mannerheim elevó las condiciones rusas al gabinete finlandés y dejó la decisión final en manos de la Asamblea legislativa, que las aprobó por gran mayoría. El acuerdo definitivo, fue firmado, finalmente, el 19 de septiembre de 1.944.
Sin, embargo, la paz aún no había llegado a Finlandia. Por mandato de Hitler, efectivamente, el XX ejército recibió orden de conservar su sector y constituir un flanco defensivo con frente hacia el Sur. Hacia el 14 de septiembre, los germanos intimaron la rendición a la guarnición finlandesa de Suursaari y, ante la negativa de ésta, atacaron de inmediato. Desde ese instante, Alemania y Finlandia estaban prácticamente en guerra. Mientras en Hungría los efectivos rusos y alemanes chocaban violentamente y, paralelamente, en el sector central del frente ruso-alemán continuaba la tregua no tratada pero aceptada por ambas partes, la conducción rusa reanudó sus operaciones en el ala septentrional del Frente Este, con el objeto de aniquilar al grupo de ejércitos "Norte", que se hallaba con su retaguardia sobre el Mar Báltico.
El capitán general Heinz Guderian y el mariscal de campo Ferdinand Schorher, tras detenido examen de la situación, llegaron a la única conclusión posible: era necesario evacuar a las tropas de Estonia. En efecto, ante ellos se proyectaba la imagen de un ejército rojo en la cumbre de su poderío, desplazando centenares de divisiones de todas las armas y sostenido por la corriente ininterrumpida de las fábricas levantadas en los lejanos Urales y la ayuda norteamericana. Interminables columnas de infantería, a paso de carga, seguían el camino abierto por miles de tanques en marcha. En el aire, en una demostración de fuerzas difícilmente superable, los soviéticos habían alcanzado el dominio del cielo, barriendo a la ya debilitada Luftwaffe de todos los frentes del Este.
En el bando germano, poco era lo que se podía hacer ante tal despliegue de fuerzas. La infantería, agotada, exhausta, mal armada y casi sin municiones ni abastecimientos, combatía con tenacidad y decisión, pero sin esperanzas. Las fuerzas blindadas, reducidas a su mínima expresión, integraban sus divisiones con escasos tanques en condiciones de operar. La mayoría de los blindados, por otra parte, habían paralizado su acción por la falta de combustible y repuestos que posibilitaran lanzarlos nuevamente a la batalla. Las reservas eran prácticamente nulas, tanto en lo referente a hombres como a materiales. La situación, por lo tanto, no podía ser menos alentadora. Como consecuencia, la posición de los mandos germanos, en el sentido de replegar los efectivos a nuevas líneas, era la única que podía adoptarse. Sin embargo, los preparativos para la misma, que debían realizarse con la máxima celeridad, no contaban aún con la aprobación de Hitler.
Estonia era el país que más amenazado se encontraba por el avance de los ejércitos rusos. Era el más septentrional de los países bálticos y tenía una superficie de 47.500 kilómetros cuadrados y una población de 1.200.000 habitantes. La mayoría de la población era de origen húngaro-finés. Hacia el año 1219 habían sido conquistados por los daneses, que los cristianizaron, y así, durante quinientos años, estuvieron sometidos al dominio de Dinamarca, Suecia y al de la orden de los Caballeros Alemanes, respectivamente. Entre los años 1721 y 1918 fue una provincia rusa; en 1919 se constituyó en Estado nuevamente y en 1940 Rusia ocupó el país. Una gran parte de su frontera oriental con Rusia está dada por el Lago Peipus, de 3.500 km.2 de superficie y 18 metros de profundidad. La capital, Reval, contaba con 147.000 habitantes y tenía un buen puerto.
Hacia el 14 de septiembre comenzó la gran ofensiva rusa en el Báltico. Las unidades de los tres Frentes del Báltico (Primero, al mando del mariscal Iván C. Bagramian, Segundo, a las órdenes del mariscal Andrei I. Jeremenko y Tercero, comandado por el general Ivan J. Masslenikov) avanzaron con todos sus efectivos.
Ante las unidades rusas sé desplegaban los soldados del grupo de ejércitos "Norte"', al mando del mariscal de campo alemán Ferdinand Schorner. Los combatientes alemanes, en evidente inferioridad de condiciones, debieron soportar el violento choque de la poderosa masa de soldados rusos. El Alto Mando germano, entonces, con el objeto de aliviar la presión sobre las líneas del grupo de ejércitos "Norte", ordenó al grupo de ejércitos "Centro", que estacionaba sus efectivos en el territorio de Prusia, al mando del general Georg Hans Reinhardt, que atacara de inmediato en dirección al Este con las divisiones blindadas que todavía se hallaban en Schaulen, cien kilómetros al sur del Golfo de Riga.
Los efectivos rusos que se encontraban estacionados ante los hombres de las divisiones blindadas, en Schaulen, eran los del Primer Frente del Báltico, de Bagramian. Contra ellos se estrellaron los esfuerzos de los alemanes, que sólo lograron algunos éxitos parciales.
Más al norte, en el sector del Tercer Frente del Báltico de Maslennikov, los rusos consiguieron, hacia el 17 de septiembre, romper el frente alemán. La penetración se produjo en la región de Dorpat, en las proximidades del Lago Puipus.
La cuña introducida por los rusos en Dorpat se perfiló peligrosamente, en una maniobra evidentemente dirigída a aislar y, posteriormente, aniquilar a los efectivos alemanes de la Agrupación de Ejércitos Narva. El mando germano, en consecuencia, ante el inminente peligro, ordenó de inmediato el repliegue de las unidades de la Narva. Estas que se encontraban desplegadas en la zona norte de Estonia, deberían dirigirse hacia el Oeste y el Sudoeste, con rumbo a las costas del Golfo de Riga; los elementos motorizados pondrían rumbo al sudoeste, en dirección del puerto de Pernau, mientras las tropas restantes, menos móviles, deberían dirigirse hacia el Oeste, a Reval, con el objeto de ser allí embarcadas y evacuadas de la zona de peligro.
Las fuerzas así salvadas del desastre debieron ser emplazadas, de inmediato, en el frente de Riga, en el extremo sur del Golfo de Riga. La presión rusa había alcanzado un nivel tal que exigía el esfuerzo de todos los hombres disponibles y, aún así, sólo se pudo enfrentar a diecinueve divisiones germanas contra una extraordinaria masa de efectivos soviéticos, que se agrupaban en ciento una divisiones de tiradores, tres Cuerpos blindados y dos mecanizados y dieciocho unidades blindadas independientes del ejército rojo.
Los efectivos alemanes se encontraban prácticamente condenados al aniquilamiento. Los abastecimientos y las municiones escaseaban, además, en forma extremadamente aguda. El final era previsible cuando, hacia el 24 de septiembre, los rusos, sorprendentemente, y sin que nada lo hiciera suponer, suspendieron su ofensiva y detuvieron los movimientos de las tropas.
La tregua se mantuvo hasta el 29 de septiembre. En ese día los servicios de información notificaron a los mandos germanos una importante novedad: en el sector que cubrían los efectivos del Primer Frente del Báltico soviético, se estaba realizando un cambio del dispositivo operativo hacia el Oeste, en dirección del III ejército blindado.
La situación se resolvió, al fin, el 5 de octubre, cuando los efectivos del Primer Frente se lanzaron al asalto de las posiciones del III ejército blindado alemán. Los germanos, imposibilitados de resistir la presión de la masa de combate soviética, vieron perforadas sus líneas en innumerables puntos, por los que irrumpieron los efectivos rusos, que dividieron la dirección del avance en dos principales líneas: hacia el Oeste, rumbo a la costa del Báltico y hacia el Sur, contra el flanco del grupo de ejércitos "Centro".
Luchando tenazmente, los germanos debieron ceder terreno paulatinamente. Por último, el III ejército blindado, con la ayuda de un Cuerpo blindado de paracaidistas, enviado desde el Reich, logró establecer un nuevo frente a la altura de la localidad de Tilsit y a lo largo del río Memel. Entretanto, en la ciudad del mismo nombre, sobre la costa del Báltico, la guarnición germana había sido completamente rodeada por los efectivos rusos. Era el 12 de octubre de 1944.
Guderian, una vez más, insistió ante el Führer en el sentido de que se lo autorizara a ordenar el repliegue de las fuerzas amenazadas de destrucción. Hitler, sin embargo, se mantuvo en su anterior posición de resistencia a ultranza, manifestando que cada núcleo de tropas germanas que combatiera en la región, aunque lo hiciera rodeado o amenazado de cerco, contribuía a aferrar un gran número de tropas soviéticas, alejándolas de otras cosas. El argumento, válido en otras circunstancias, carecía de significación en esos momentos, dado que la inagotable fuente de reservas del ejército rojo tornaba totalmente inútil la pretensión de Hitler. Por otra parte, los ejércitos alemanes, agotados por la lucha, eran las únicas víctimas de la táctica del Führer, dadas sus escasas fuerzas con valor combativo, fuerzas éstas que debían ser empleadas en la acción directa y no en episodios de entretenimiento de unidades enemigas.
Hacia el 18 de octubre de 1944, Hitler dirigió un llamamiento al pueblo alemán. En la oportunidad, el Führer dijo: "En el momento en que el enemigo cree haber llegado la hora de asestarnos el golpe final, nosotros estamos firmemente decididos a reunir de nuevo todas las fuerzas de nuestro pueblo. Debemos, y efectivamente podemos, como en 1939 y 1940, fiándonos exclusivamente de nuestras propias fuerzas, no sólo torcer la voluntad de los enemigos que se disponen a destruirnos, sino rechazarlos y mantener la integridad del Reich hasta que sea posible una paz, garantizando el porvenir de Alemania, de sus aliados y, en consecuencia, de toda Europa".
De inmediato, tras concluir su discurso, el Führer anunció la creación del Volkssturm, milicia popular que agruparía a todos los hombres en condiciones de llevar armas.
Irónicamente, en el momento en que Hitler hablaba de "mantener la integridad del Reich", los efectivos alemanes abandonaban los países bálticos y los soviéticos se aprestaban a penetrar en Prusia.
La confusión y el desconcierto comenzaban a apoderarse aun de aquellos que más firmemente habían apoyado y dirigido la lucha de Alemania. Un claro ejemplo de la evidente noción del desastre próximo que muchos comenzaban a vislumbrar la da la entrevista que, hacia el 16 de septiembre, un mes antes del citado discurso del Führer, habían sostenido el Reichsführer SS Heinrich Himmler y el general ruso Vlassov. En la oportunidad, los dos personajes se reunieron en un plano de igualdad y no como prisionero y captor. Para Himmler, evidentemente, Vlassov representaba la posibilidad de abrir un "nuevo frente" ante el arrollador poderío de la Unión Soviética. Tarde, muy tarde, el jefe alemán había comprendido que el general ruso estaba en condiciones de organizar y comandar una legión de combatientes rusos que marcharían a la lucha, no contra el pueblo ruso, sino contra los jerarcas del régimen soviético y su aparato represivo.
Himmler recibió a Vlassov y escuchó sus manifestaciones. De inmediato, aceptó todas sus condiciones. Un comité de liberación seria organizado; un ejército nacional sería formado, reagrupando bajo el mando de Vlassov a las diferentes unidades rusas distribuidas a lo largo del extenso frente y que ascendían a unas cinco divisiones.
Himmler se aferró a Vlassov como a una posibilidad que, quizá, sería la última. El general ruso representaba la esperanza de levantar al pueblo soviético en armas contra sus jefes. Y Himmler sabía que sólo eso podría salvarlos en la dura lucha que comenzaba a convertirse en catástrofe para Alemania.
Pero la catástrofe ya había comenzado. Y crecía lenta pero firmemente. Y el mejor indicio era el alejamiento de los aliados de Alemania, que abandonaban el barco...
El III Reich había creado una serie de Estados "satélites" que constituían una verdadera muralla que lo aislaba de la Unión Soviética. En algunos casos, dichos Estados se habían plegado a los germanos por obra de dirigentes que compartían la posición política del mando alemán; en otros, la existencia de minorías germanas había justificado la anexión lisa y llana. Pero tanto unos como otros, en la hora de la derrota inminente de Alemania, se apresuraban a deshacer la alianza y buscar desesperadamente la paz. Uno a uno, hacia fines del año 1944, los aliados de Alemania habían ido abandonando al III Reich. Rumania, Finlandia, Bulgaria, Hungría, sucesivamente, rendían sus fuerzas ante los poderosos ejércitos rusos que avanzaban inconteniblemente.
Misma fuente que el anterior.
Soldat im 20.Jahrhundert

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Re: La defección de los aliados Europeos

Mensaje por Audie Murphy » Sab May 10, 2014 8:25 pm

El acuerdo de capitulación búlgaro con la URSS
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fuente "Enciclopedia SGM" de Sarpe p1771


el acuerdo de Hungría
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fuente "Enciclopedia SGM" de Sarpe p1774
"El mal existe cuando las personas buenas no hacen lo que es correcto"

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Re: La defección de los aliados Europeos

Mensaje por Audie Murphy » Dom Jul 06, 2014 2:03 pm

Levantamiento nacional eslovaco, mapa de operaciones
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fuente "Así fue la Segunda Guerra Mundial" editorial Códex nº82, p5


propaganda eslovaca en contra de las ofertas alemanas de perdón para los insurrectos que abandonen las armas
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fuente "Así fue la Segunda Guerra Mundial" editorial Códex nº82, p15
"El mal existe cuando las personas buenas no hacen lo que es correcto"

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