"La Gata", agente doble

Todo sobre el mundo de los espías durante la Segunda Guerra Mundial

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Pepeman
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"La Gata", agente doble

Mensaje por Pepeman » Jue May 04, 2006 2:27 am

Uno los casos de espionaje más enigmáticos de los ocurridos durante la Segunda Guerra Mundial es el protagonizado por la francesa Mathilde Carré, conocida con el sobrenombre de La Gata.
La singularidad del caso es que esta espía prestó grandes servicios a su país, pero tras una sola noche cambió de bando y sirvió con el mismo entusiasmo a la causa alemana. Gracias a las confesiones personales que volcaba en su diario personal y las actas del juicio al que sería sometida en 1949, es posible reconstruir su historia.
La joven Mathilde, aunque era de origen francés, vivía en un pequeño pueblo del sur de Argelia. Allí llevaba una vida monótona y aburrida junto a su marido, un oficial del ejército francés, con el que se había casado recientemente.
Al estallar la guerra, Mathilde vio la oportunidad de irse a vivir a París, aprovechando que en ese momento se requerían enfermeras en la capital.
Se despidió de su marido, que moriría más tarde en el campo de batalla, y abandonó Argelia. Cuando llegó a la Ciudad de la Luz se quedó maravillada por los monumentos, las gentes, los cafés... Todo era muy diferente de lo que había visto en su humilde aldea norteÁfricana.
Durante la imparable ofensiva alemana sobre territorio francés, Mathilde fue un ejemplo de abnegación y sacrificio en el cuidado de los soldados heridos. Al ser derrotado su país, pasó a la zona no ocupada y siguió atendiendo a los que necesitaban de su ayuda.
Uno de estos pacientes era un polaco llamado Roman Czerniawski, un apellido que ella no podía pronunciar, por lo que optó por llamarle simplemente Armand. El polaco había sido capturado por los alemanes pero había conseguido evadirse. Ella le ayudó a recuperarse de sus heridas y nació entre ellos una gran amistad; él la bautizó como «mi gata», por su mirada felina y quién sabe si por su astucia, apodo con el que a partir de entonces sería conocida.
Armand se sinceró con ella y le expuso su proyecto de crear una red de espionaje para combatir a los alemanes, que unos meses antes habían aplastado su país. Mathilde aceptó entusiasmada colaborar en ese plan. Su labor consistía en poner en contacto a todos los que pasaban a formar parte de ese grupo de la Resistencia, de un lado y otro de la línea de ocupación en la que Francia estaba dividida.
Teniendo en cuenta que casi todos los miembros eran simples aficionados, la incorporación más importante fue la del teniente coronel Marcel Achard, un auténtico experto en el mundo del espionaje y que tenía como principal cometido permanecer en contacto con los británicos.
Esa red, al principio, alcanzó unos éxitos extraordinarios y pasó a tener un nombre oficial: Interallié. Se recibieron envíos de material porcedente de Gran Bretaña lanzados en paracaídas, se proporcionó ayuda a prisioneros evadidos o se consiguió información muy valiosa procedente de locuaces soldados alemanes, entre otras acciones de enorme mérito.
Mathilde jugó un papel importantísimo en esta red. Su especialidad era obtener información de los oficiales alemanes. En esos momentos, a finales de 1940, la principal preocupación de los Aliados era saber si los alemanes estaban dispuestos a entrar en España, amenazando así a Gibraltar, la «llave del Mediterráneo».
La Gata fue enviada al sur de Francia para averiguar si la entrada de la Werhmacht en la península Ibérica era inminente. El método que empleaba era siempre el mismo; se solía sentar sola en alguno de los cafés frecuentados por los oficiales alemanes y esperaba que alguno de ellos iniciase una conversación.
La charla intrascendente continuaba después en un restaurante, regada con abundante champán. A partir de ahí, para Mathilde era un juego de niños extraer toda la información que deseaba.
Sus misiones en Biarritz y Bayona confirmaron a los Aliados que había un buen número de oficiales de intendencia destacados en la región, lo que hacía temer una invasión. Pero la ejecución del plan fue aplazada en varias ocasiones, lo que era confirmado por las observaciones de Mathilde, que advertía cómo sus amigos alemanes pertenecientes al cuerpo de Intendencia eran enviados a otros puntos de Europa.
Por su parte, los centros de inteligencia británicos a donde llegaban estas valiosas informaciones conocían a la perfección la estructura de la red, así como todos sus miembros. Durante este período el grupo continuó coordinando lanzamientos en paracaídas de armas para la Resistencia y entregas de suministros mediante desembarcos en ciertos puntos de la costa vasca. Interallié ayudó a pasar clandestinamente a muchas personas a España y Suiza, sobre todo a pilotos aliados derribados en territorio europeo, y ocultó prisioneros evadidos de los campos alemanes.
Pero aquella arriesgada actividad iba a acabar pronto.
Los alemanes estaban dispuestos a desarticular ese grupo que le estaba provocando tantos quebraderos de cabeza. Los agentes nazis siguieron a una de las integrantes de la red sin que ella se diese cuenta. Se trataba de Violette, el nombre en clave de una joven que había sido reclutada por Mathilde y Armand para que les ayudara a realizar labores secundarias.
La Gata tuvo el presentimiento de que Violette podía causarles algún problema, y así se lo confesó a Armand, pero el polaco atribuyó la advertencia de su amante a una cuestión de celos, puesto que la joven novata era bastante atractiva.
Sin tomar en consideración el aviso de Mathilde, a Violette se le encargó conseguir algunas informaciones poco relevantes, como eran el destino y la composición de un regimiento alemán concreto.
Para ello empleó la misma táctica que su compañera; deambuló por los alrededores de la Gare du Nord parisina hasta que un oficial germano se dirigió a ella para mantener una conversación agradable. Tras un intercambio de saludos y unos minutos de charla se dirigieron a un café. Violette no se dio cuenta de que un hombre les seguía en todo momento ni de que continuó siguiéndola cuando se separaron.
Al día siguiente la joven volvió a verse con el oficial alemán y, en esta ocasión, era otro hombre el encargado de seguirla sin perderle el rastro.
Los agentes fueron relevándose mientras que Violette era vista en días sucesivos con Armand y La Gata. La red estaba quedando al descubierto.
Fue gracias a este seguimiento realizado a Violette que el servicio de contraespionaje alemán descubrió el cuartel general de Interallié; estaba a punto de amanecer el día 18 de noviembre de 1941 cuando Armand y Violette fueron detenidos en el apartamento que hacía las funciones de centro neurálgico de la organización clandestina. Unas horas más tarde, La Gata era también capturada.
Trasladada a una prisión militar, Mathilde no se hacía ilusiones sobre su futuro; estaba convencida de que iba a ser torturada hasta morir. Por eso le sorprendió que en su celda entrase un sargento alemán correcto y educado, hablándole en francés. De fondo se oía música de Mozart. Estuvo un rato conversando relajadamente con ella, hablándole de los encantos de París y de Argel, una ciudad que había visitado antes de la guerra, hasta que le dijo: «Este lugar es poco confortable, ¿no prefiere que vayamos a otro lugar? ».
Antes de que Mathilde respondiese a la insólita propuesta, el alemán se había marchado. Pasados unos minutos, unos soldados vinieron a buscarla.
Fue pasando por pasillos y puertas hasta que llegaron al exterior del edificio. La joven se temía lo peor, pensaba que iba a ser fusilada, pero allí estaba aquel atento oficial, dentro de un coche. Con la misma cortesía que había exhibido antes, la invitó a sentarse en el asiento trasero y le indicó que no debía correr las cortinilllas.
Una vez dentro del automóvil, el alemán lo puso en marcha y tomaron el camino de París. Atravesaron la ciudad y continuaron hacia las afueras, hasta llegar a una refinada mansión que hacía las veces de cuartel general de los servicios de contraespionaje. No se sabe bien lo que allí ocurrió, aunque quizás se pueda intuir, pero la realidad es que el sargento, que se llamaba Hugo Bleicher, consiguió mediante la persuasión lo que seguramente ningún torturador hubiera arrancado a La Gata: los nombres y el paradero de todos los miembros de la red de espionaje que ella había ayudado a formar.
Lo que sucedió aquella noche es un misterio, puesto que Mathilde no lo deja reflejado en su diario. El juez que la interrogó durante el juicio intentó averiguarlo, pero se encontró siempre con la negativa de la espía.
Mathilde se limitaba a preguntar al juez «si se podía poner su lugar» y cuando éste insistía, ella permanecía en silencio. Tan sólo reveló que el sargento le dijo: «Si es usted razonable, mañana por la mañana será libre».
Así pues, Mathilde decidió ser «razonable» y se puso a las órdenes de Bleicher. A partir de ahí, los miembros de Interallié fueron cayendo en cascada gracias a la colaboración de Mathilde. El sistema para detenerlos era repetido una y otra vez; Mathilde aparecía en las casas en las que se ocultaban sus compañeros, acompañada de Bleicher vestido de paisano.
Ella tranquilizaba a sus amigos, asegurándoles que la persona que iba con él también pertenecía al grupo. Al cabo de un rato, cuando los agentes germanos llamaban a la puerta, La Gata iba a abrir, permitiéndoles la entrada y desapareciendo de la escena. Inmediatamente eran detenidos todos los que se encontraban en la casa.
Este procedimiento se realizó con tal perfección que, en menos de ocho horas, la práctica totalidad de los miembros de la red se encontraba en poder de los alemanes. Esta rapidez fue la causante de que no trascendiese el sorprendente cambio de bando de La Gata, así que pudo seguir en contacto con otros miembros de la Resistencia sin despertar sospechas.
Pero en esta historia de traición hay un punto oscuro. El único que escapó a esta redada generalizada fue el gran experto del grupo, el coronel Achard.
Inexplicablemente, La Gata no reveló el lugar en donde se ocultaba este miembro, pese a que el coronel aseguró durante el juicio que ella conocía perfectamente su escondite. Los alemanes la presionaron para que facilitase su detención, pero Mathilde no movió un dedo para que los nazis capturasen a Achard.
Este es un misterio más a añadir a la azarosa vida de esta agente.
La Gata desarrolló durante los dos meses siguientes una inquietante doble vida. Por el día organizaba los grupos de resistentes y animaba a sus miembros a combatir a los alemanes, convirtiéndose en una valerosa camarada. Pero por la noche se dirigía a la residencia de Bleicher y le relataba con todo detalle los planes que el grupo había tramado. Un día explicó al oficial alemán que la gran preocupación de la Resistencia era reestablecer las líneas de comunicación con Gran Bretaña.
El astuto Bleicher vio en este dato una gran oportunidad, así que decidió exprimir aún más las habilidades de La Gata. Aprovechando esa necesidad de la Resistencia, Mathilde propondría a sus compañeros volver a crear una red estable de comunicación con los británicos, ofreciéndose ella misma para ir a Londres y coordinar desde allí las acciones de los grupos de la Resistencia en territorio francés.
Viajar por mar a Gran Bretaña era en ese momento muy arriesgado, ya que los alemanes tenían vigilados todos los puntos de la costa desde los que era posible embarcar. Pero naturalmente para La Gata eso no suponía ningún problema, gracias a la colaboración de Bleicher. Éste dio las facilidades oportunas para que la joven se embarcase y consiguiera llegar a Inglaterra.
Una vez allí, se ofreció para ser la agente encargada de organizar la red de comunicación desde Londres.
Los ingleses aceptaron y la instalaron en la capital británica. Mathilde realizó su labor en el Ministerio de la Guerra durante nueve meses, enviando puntualmente toda la información a Bleicher.
Pero los equipos de contraespionaje ingleses fueron atando cabos y llegaron a la conclusión de que aquella atractiva joven francesa era una doble agente. La detuvieron en julio de 1942. Hasta el final de la guerra permanecería encarcelada.
En la celda de su prisión inglesa, La Gata escribió en su diario una página dirigida a sus antiguos camaradas de la Resistencia:
«¿Cómo explicar todo lo que he tenido que soportar? Jamás podría hallar las palabras para expresar mi tristeza profunda, infinita, o para describir mis temores.
Pero no estoy sola. Tampoco vosotros, aquellos que todavía seguís con vida, dormiréis esta noche; estaréis conmigo, Y en cuanto a vosotros, los que estáis muertos, viviréis conmigo, según nuestras propias leyes, en un mundo que yo he creado para mí».
Realmente no se comprende muy bien cómo podía mantener esa lealtad de espíritu a unos compañeros a los que había traicionado de un modo tan indigno. Pero, tal como vemos, no es este el mayor de los misterios que jalona la vida de La Gata.
Una vez finalizada la contienda, Mathilde tuvo que enfrentarse a la realidad.
Las nuevas autoridades francesas reclamaron a los británicos la entrega de la espía que permanecía allí encarcelada. Sería juzgada en territorio francés, en donde debería rendir cuentas por su colaboración con los alemanes.
En enero de 1949 un tribunal galo juzgó a Mathilde Carré, acusándola de alta traición. Aunque ya no era una mujer joven, su singular belleza impresionó a los presentes. Tenía el cabello castaño, los dientes muy blancos y su mirada era profunda y serena.
El fiscal tomó la palabra para denostar sin piedad la actitud de la acusada durante la guerra:
«Durante dos meses practicó la más vil de las traiciones. Su malevolencia, su doblez, su perseverancia en el mal, su diario del que acabo de leer algunos extractos y que la describe tal como es –un cerebro sin corazón– son hechos que ustedes podrán juzgar en su totalidad. Y reconocerán que, en este asunto, hay una sola sanción posible: la muerte».
Por tanto, el fiscal exigió para ella la pena capital, mientras que su abogado argumentaba en su defensa que Mathilde no tuvo opción, desde el momento en que fue detenida por los alemanes, si quería salvar su vida:
«Admito su culpabilidad –declaró el abogado defensor–, pero es preciso tener en cuenta que esta mujer fue colocada en una situación en la que sólo le cabía elegir entre la vida y la muerte».
Además, había que tener en cuenta que aquella joven había sido de las primeras en formar parte de las filas de la Resistencia, mientras que la mayoría de los franceses aceptaban la dominación alemana instalados en una resignación que se confundía en no pocas ocasiones con una cierta comodidad.
El abogado insistió en este punto, buscando la comprensión del Tribunal y del público presente en la sala:
«Nadie puede olvidar que fue una heroína desde los primeros momentos de la Resistencia. ¿Condenaríais a muerte a aquellos que fueron los primeros en esparcir las semillas de la fe y que, más tarde, sobre valoraron sus propias fuerzas?»
El propio Achard acudió a declarar en su favor. El militar aseguró ante el jurado: «Madame Carré prestó servicios notables al Ejército francés. Durante los años en los que trabajó para nosotros, descubrió varios planes de campaña del ejército alemán».
Antes de que el juez se pronunciase sobre su inocencia o su culpabilidad, Mathilde perdió por un momento la compostura que había demostrado durante todo el proceso: «Espero el veredicto sin temor –dijo dirigiéndose al Tribunal–. Pero lo que no puedo olvidar es que, mientras a mí se me pide la pena de muerte, ¡Hugo Bleicher vive en libertad en Hamburgo!».
Los atenuantes expuestos por el abogado y por Achard no consiguieron ablandar la determinación del juez, y Mathilde fue condenada a muerte.
La población de París, que siguió el juicio con enorme interés, pudo ver el 8 de enero de 1949, en los tablones de anuncios oficiales, el aviso de que Mathilde Carré había sido condenada a muerte por el XIV Tribunal de lo Criminal, siendo recibida esta sentencia con sentimientos encontrados; pese a que ella había colaborado con los alemanes, no olvidaban que también había estado luchando contra ellos mientras la mayoría de los franceses aceptaba la ocupación.
Sin embargo, y afortunadamente para ella, el entonces presidente de la República Vincent Auriol sí se apiadó de La Gata y le conmutó la pena de muerte por la de cadena perpetua. Pero ni esta condena se cumpliría, ya que sería puesta en libertad en 1954, una decisión refrendada por el nuevo presidente, René Coty. Ese mismo año publicó sus memorias con el título: Yo fui La Gata1.
¿Cuál es la razón de que la justicia francesa se mostrase finalmente tan condescendiente con ella? La mayoría de los que colaboraron con los alemanes, especialmente las mujeres, fueron víctimas del escarnio público y de la dureza de los jueces. Sin embargo, el caso de La Gata fue una excepción.
Nunca sabremos los motivos que llevaron a aquella admirable luchadora por la libertad a cambiar de un modo tan radical sus lealtades, ni la razón por la que recibió el indulto de manos del presidente francés.
Sin duda, aquella joven argelina, que soñaba con vivir una vida intensa lejos de aquella aldea en el desierto, alcanzó plenamente sus deseos de aventura, dejando para la posteridad una tupida trama de incógnitas y misterios que difícilmente el tiempo conseguirá desentrañar.

Extracto del libro Enigmas y misterios
de la II Guerra Mundial
JESÚS HERNÁNDEZ


Saludos
Última edición por Pepeman el Jue May 04, 2006 3:10 am, editado 1 vez en total.
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Mensaje por micra » Jue May 04, 2006 2:56 am

Muy interesante si señor, pero no es por fastidiar pero está copiado hasta la más exacta coma de el libro misterios e incognitas de la SGM del aqui conocido Jesús Hernández y la fuente no aparece por ningún lado.
No se si esto será aprobado por la dirección del foro o el propio Jesús.
Saludos
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Mensaje por V.Manstein » Jue May 04, 2006 7:03 am

Pues el caso es que leyendo ese relato, a mí me recuerda muchísimo al clásico de "Historia y vida", de entrada he pensado que era una copia resumida del mismo:


http://www.editorialbitacora.com/armage ... a/gata.htm

En el año 1949 un tribunal francés condenaba a muerte a Micheline Carré, una mujer de gran belleza que con el nombre de guerra de "La Chatte" -la Gata- se había distinguido, al comenzar la Segunda Guerra Mundial, como uno de los mejores elementos de la red de espionaje inglesa en Francia. Sin embargo, a partir de la detención de que fue objeto por parte de contraespionaje alemán, una serie de acontecimientos hicieron sospechar al Intelligence Service de que se hallaba ante un caso de doble juego. Pero, como el tiempo demostraría, no todo estaba tan claro.

Son muchos los franceses que todavía recuerdan haber leído en los tableros de información oficial, en Paris. el aviso que el 8 de enero de 1949. enunciaba que Micheline Carré había sido condenada a muerte por el XIV Tribunal de lo criminal.

Como se reveló en el transcurso de su proceso, esta mujer ya cuarentona era conocida con el apodo de "La Chatte", (La Gata), Era una mujer de singular belleza, de facciones correctas, cabellos castaños, dientes blancos y regulares y ojos de mirada profunda.

La Gata fue una de las grandes espías europeas. El teniente coronel Marcel Achard, un militar que desempeñó un papel preponderante en los servicios secretos franceses durante la Segunda Guerra Mundial (era miembro del Deuxieme Bureau y jefe de los servicios de información del general Juin), declaró en el proceso:

-Madame Carré prestó servicios notables al Ejército francés. Durante los años en los que trabajó para nosotros, pudo revelarnos varios planes de campaña del ejército alemán.

¿Por qué, pues, fue condenada a muerte por un tribunal francés? ¿Era un agente doble? y en este caso, ¿por qué trabajaba a la vez para su país y para el enemigo? Mucho antes de que el doctor Klaus Fuchs revelara los secretos de la bomba atómica a la URSS, Micheline Carré presentó un ejemplo típico de doble personalidad como espía.

Su historia deja muy atrás a la de Dalila y a la de Mata Hari

UNA INSTITUTRIZ ARGELINA

En un pueblecito del sur de Argelia, vivía, en 1939, una joven llamada Micheline Carré, nacida. Belard, Se había casado con un oficial del ejército francés y los magros ingresos de éste la obligaban a trabajar como institutriz. Madame Carré llevaba los cabellos en bucle sobre la frente, Las cejas bien dibujadas enmarcaban sus grandes ojos pardos. Sus labios gordezuelos se abrían sobre una hilera de dientes blanquísimos, Su silueta era perfecta.

Inspiraba una cierta desconfianza a sus vecinos, pertenecientes a la pequeña burguesía argelina, a los que les parecía demasiado bien educada para trabajar en tan modesto empleo, Su sueldo de institutriz no le permitía vestirse con rebuscamiento, pero, aunque sencillas, sus ropas nunca carecían de elegancia,

Cuando pasaba un forastero por el pueblo lejano en el que vivía Micheline Carré, ésta podía estar segura de llamarle la atención, si bien jamás se apartó de una conducta ejemplar. No se sabe si Micheline Carré era feliz en Argelia, pero es comprensible que, apenas estalló la guerra, decidiera ir a vivir a Paris.

Las circunstancias facilitaron la realización de su deseo. La Francia en pie de guerra necesitaba enfermeras y Micheline se enroló inmediatamente. Cuando tuvo por fin su billete y su compromiso firmado, lanzó un suspiro de alivio y se dijo que, a partir de entonces, iba a empezar a vivir.

Sabemos que tales fueron sus reacciones porque Micheline Carré llevaba un diario que posteriormente completarla para convertirlo en "confesión" un notable documento humano que citaremos varias veces.

Antes de abandonar África, volvió a ver a su esposo en Argel. Este se disponía a partir para el frente y este encuentro entre los dos seria el último, pues poco después él cayó en el campo de batalla.

Argelia pareció una ciudad triste. En su diario escribió: "Argel es gris. Yo estaba enervada. Confié mi maleta a dos árabes y éstos me condujeron al hotel Terminus, donde tomé una habitación, quise bañarme, pero había una cucaracha que corría por la bañera",

Mientras esperaba su barco, se dedicó a pasear por los arrabales, que le parecieron el único lugar interesante de la ciudad, Una noche, se habla sentado en un banco del barrio árabe cuando un hombre muy joven y con el uniforme de los paracaidistas se instaló a su lado. En la oscuridad, la confundió con una árabe, "Era verdaderamente encantador -escribió ella en su diario-, un auténtico titi parisiense. Estaba muy contento porque regresaba a Francia. Yo no le dije quién era y le hablé en la jerga de las chicas árabes de los arrabales. De este modo, no le decepcioné.

"¡Cuán agradables las frases que murmuró junto a mí en el banco! Me invitó a tomar una copa en un café. Cuando me vio a la luz y se dio cuenta de a quién habla contado todas aquellas cosas simpáticas dirigidas al corazón de una joven árabe, se sintió extraordinariamente confundido. Yo traté de disipar su confusión y le invité a almorzar al día siguiente. Mis relaciones con él fueron un idilio sencillo y encantador."

El amor de un paracaidista

Los paracaidistas embarcaron en el mismo buque de Micheline para volver a Francia. "Mi paracaidista ha hecho el viaje conmigo en el barco", escribió ella en su diario.

Una vez en Paris, se instaló en un hotel del centro. "¡Qué país y qué ciudad!” -anotó-. Es inimaginable que los boches puedan conquistar Paris. Los antiguos edificios históricos, el Sena y sus muelles, Notre-Dame y la Cúpula de los Inválidos, somos y soy todas estas cosas. Los bulevares son la vida. Camino por las calles, me siento en cualquier café. ¡Cuántas sensaciones me asaltan! Soy feliz, me encuentro como en el cielo. Y también yo velaré, cumpliendo mi misión como los demás, para que este cielo no sea vencido por el infierno."

Al día siguiente, se presentó en su centro de movilización. En el hospital en el que siguió un cursillo de enfermera fue considerada como persona de toda confianza, Infatigable y dedicada por completo al cuidado de los demás.

Quedó muy quebrantada por la derrota de 1940 y tomó el camino del exilio. Organizó un centro de socorro en Beauvais, y después se trasladó al sur del país y se detuvo en Toulouse.

De nuevo, y por su propia iniciativa, organizó un centro de socorro para heridos y además sugirió a los oficiales franceses la creación de un campo de reunión para los soldados que no pudieran volver a incorporarse a sus unidades.

Mientras se afanaba en estas actitudes, conoció a un hombre que parecía tener especial necesidad de su ayuda. Era un oficial del Estado Mayor polaco, agregado a los servicios de enlace del Ejército francés. Había combatido contra los ale- manes, éstos lo hablan hecho prisionero y se habla evadido. Agotado, hambriento y enfermo, compareció ante Micheline Carré y ésta lo alentó, lo alimentó, vistió y cuidó.

Cómo se crea una red de espionaje
Se llamaba Roman Czerniawski, un apellido que ella no podía pronunciar, por lo que optó por Ilamarle simplemente Armand, y él le dio el apodo de "mi gata" debido a su gracia felina. Armand confió a Micheline su idea de montar una red de resistencia y de información en Francia, para espiar a los alemanes y combatirlos allí donde fuese posible. La Gata aceptó, entusiasmada. Se trataba, ante todo, de ponerse en contacto con ciertos oficiales. Algunos de ellos se encontraban en la zona libre, pero otros vivían secretamente en la zona ocupada. La Gata puso manos a la obra con toda su energía. Francia se hallaba todavía en pleno caos. Millones de personas sin hogar IIenaban las carreteras y en la frontera española la situación era terrible.

El coronel polaco no podrá desplazarse libremente y no se atreverá a trasladarse a la zona ocupada, por lo que Micheline tuvo que ocuparse del trabajo de enlazar con los demás. Era ella la que entraba en contacto con los nuevos miembros del grupo y la que organizaba citas entre ellos. La red habrá tomado el nombre de 'Interallié” y no tardarla en ser la más activa de la resistencia francesa.

El coronel Marcel Achard, que se habla unido al movimiento, se convirtió en su personaje más Importante. Los demás miembros, con la excepción de! coronel polaco, eran todos ellos simples aficionados en las tareas de espionaje, Achard, en cambio, era un hombre lleno de recursos y, a través de España y Portugal, comunicaba con los Ingleses. Para Micheline, era como un dios. Achard se dio cuenta de que la situación, tal como se presentaba entonces, planteaba un problema Importante: ¿se quedarían los alemanes en la frontera española, o habían llegado con Franco a un acuerdo que les permitiese atravesar España y atacar Gibraltar?

Armand confió a la Gata la misión de descubrir los proyectos alemanes y ella se desplazó a Burdeos, y después a Bayona y Biarritz. En esta última ciudad se habla establecido una unidad de tanques que parecía prepararse con vistas a entrar en campaña, En Burdeos se habían concentrado fuerzas aéreas. Unos oficiales de estas unidades aparecieron un día en el Café de Paris, en Biarritz. En su diario, Micheline narró cómo llegó a trabar conocimiento con ellos:

"Un oficial boche se acercó a mí y me dijo:

-¿Puedo sentarme a su mesa, Madame? Desearía preguntarle algunos datos sobre la ciudad.

-SI -contesté-. Además, también yo quisiera hacerle una pregunta.

-La que desee.

-Lleva usted el uniforme de la Luftwaffe, pero no parece ser un piloto, No luce la insignia.

-Soy lo que ustedes Ilamarían en Francia un coronel de Intendencia y presto mis servicios en la aviación. Soy yo quien se encarga de todo el aprovisionamiento de la Luftwaffe en Burdeos."

Bebieron champaña en el restaurante y después siguieron tomándolo en otros lugares.

"Tuve buen cuidado en conservar toda la claridad de mi mente -escribió ella en su diario-, Aparte de esto, no me Impuse restricción alguna,"

Los alemanes planean la invasión de España
Cuando vio a Armand pudo revelarle que los alemanes se dlsponían a atravesar España. No obstante, Micheline siguió en la región y continuó Informándose acerca de los preparativos alemanes, Cuando advirtió que éstos actuaban a ritmo muy displicente, fue la primera en transmitir la importante noticia de que los alemanes habían renunciado a su proyecto de atacar Gibraltar.

Al reunirse con Armand, no disimuló su dicha.

"En aquella época nos parecía tener entre las manos todo el mundo y la victoria sobre éste. Vivir con él era un poco como robar. Yo no sabia lo que haría un día bajo sus órdenes, pero tenía una confianza ilimitada en él" .

Las actividades del grupo del coronel Achard se extendían a toda Francia, y lo mismo cabe decir de la Gata. Como declararla más tarde el coronel Achard ante el tribunal, en aquel periodo su red obtuvo unos éxltos extraordinarios.

En el cuartel general del Intelligence Service, donde el grupo era conocido con el nombre de "Valenty", los agentes de Achard gozaban de una estima extraordinaria.

Los nombres y apellidos de los miembros más importantes del grupo hablan sido inscritos en los expedientes de los servicios secretos británicos, detalle que más tarde desempeñaría un papel importante. Los británicos estaban perfectamente informados acerca del coronel Roman Czerniawski, alias Armand, sobre Micheline Carré, alias "La Chatte", y sobre otros agentes clandestinos, en especial el aristócrata Pierre de Vomecourt.

Durante este período el grupo organizó con los británicos lanzamientos en paracaídas de armas para la Resistencia y entregas de suministros mediante desembarcos en ciertos puntos de la costa vasca, El grupo Achard hizo pasar clandestina- mente a diversas personas a España y Suiza, ocultó prisioneros evadidos de los campos alemanes y se entregó en general a las actividades patrióticas más diversas.

Un día, Armand y Micheline constataron que necesitaban a alguien que les ayudara a efectuar tareas secundarias, como por ejemplo espiar en cafés y restaurantes, hacer auto-stop con los alemanes y obtener toda la Información posible gracias a estos diversos métodos.

La Sak se enfrenta con Violette
La Gata encontró la persona apropiada en Luneville. Se llamaba Renée Borni y, puesto que habla de trabajar en estrecha colaboración con Armand, Micheline tuvo la precaución de elegir como ayudante a una mujer de tipo opuesto de las que gustaban al polaco.

Renée -que adoptó el nombre de Violette en la Resistencia- demostró ser también una mujer totalmente dedicada a su jefe y no fue pequeño el pesar de la Gata al descubrir, algún tiempo después, que Armand se habla enamorado de su nueva ayudante.

En presencia de su rival, Micheline no podía evitar a veces una visible desazón. Puesto que se hallaban provisionalmente en Paris, un día pidió a Armand que enviase a Violette a provincias para una misión de escasa importancia. Armand sonrió y dijo a la Gata:

-Estás celosa.

-¡No se trata de eso! -protestó Micheline-. Tengo el presentimiento de que nos amenaza un peligro.

-Di mejor que tienes el presentimiento de que van a comerte los celos- replicó Armand, riéndose.

Pero seria, efectivamente, René Borni, alias Violette, quien causara la pérdida de aquel grupo bien organizado.

La misión confiada a Violette consistió en reunir algunas informaciones carentes de importancia; se trataba, en realidad, de saber adónde habla de trasladarse cierto regimiento.

Un oficial alemán la abordó cerca de la Gare du Nord, y ella se dedicó a sonsacarle con prudencia. Un hombre situado cerca del militar siguió atentamente la conversación, mientras fingía estar sumido en la lectura de un periódico francés.

Violette no le prestó atención ni tampoco se fijó en que el hombre les seguía cuando ella y el oficial salieron de un café. Esta vigilancia duró varios días, sin que Violette se apercibiese de ella. Seguida por policías de paisano que se relevaban, Violette fue vista con Armand y la Gata.

Fue así como el servicio de contraespionaje alemán del almirante Canaris descubrió su cuartel general y su apartamento, y el 18 de noviembre de 1941, a las cinco y media de la mañana, Armand y Violette fueron detenidos.

Unas horas más tarde, Micheline fue arrestada a su vez y encerrada en una prisión militar. La calma que reinaba en su celda no hizo sino acrecentar sus temores. No sabia que había sido de los demás. ¿Habla sido capturado Armand? ¿Alguien más? ¿O era ella la única? Con un estremecimiento, pensó en las torturas que tal vez le serían infligidas.

La Gata en la cárcel

Cayó la noche. En la oscuridad de su celda, la Gata reflexionó sobre su situación y se dijo que no tenia ninguna esperanza para escapar de ella. Pero, ¿de qué forma espantosa iba a sobrevenirle la muerte?

De pronto, se encendió la luz en su celda, se abrió la puerta y entró un hombre con uniforme alemán.

Sentada en su catre, Micheline le miró atemorizada.

Sabia ya reconocer al primer vistazo la graduación y el arma de los militares alemanes. Aquél era, un sargento. De haber vestido de paisano, nadie le hubiese tomado por un alemán. No tenia de alemán ni la actitud ni el físico.

No quedó menos sorprendida la Gata por el modo de comportarse aquel hombre. Se había quedado cerca de la puerta, apoyado en la pared, y la miraba en silencio. Durante un largo rato; sus ojos no la abandonaron. Mlcheline empezó a impacientarse y se levantó.

-Señor -le dijo-, ¿por qué he sido detenida?

El hombre no contestó y su mutismo asustó a Micheline. Pasaron unos minutos y por fin el recién llegado se decidió a dirigirle la palabra.

-¿Ha vivido usted en Argelia?

-En Argelia, sí.

-¿No es cierto que Paris es una ciudad maravillosa?

Ella le miró, aterrorizada.

-¿Tiene miedo? -le preguntó el militar-. ¿De qué? Yo no voy a hacerle ningún daño. Sé que es usted una mujer inteligente. ¿Sabe que con este peinado se parece a Juana de Arco?

Más tarde, Micheline anotaría en su diario: "Nada podía ser más atemorizador: el hombre que entró en mi celda era 'humano":.

Aquel ser "humano" la interrogó sobre sus actividades en la Resistencia. Le habló de Argelia, de Francia, de Paris. Se expresaba en francés y su voz era cariñosa.

Al cabo de unos momentos, la Gata notó, no con alarma, que sostenía con él una conversación agradable, lo que no impidió, sin embargo, que él le gastase una broma cruel:

-Esto es muy poco confortable. ¿Quiere que vayamos a otro lugar?

Entonces Micheline volvió a darse cuenta, repentinamente, de donde estaba. Desesperada, se encogió de hombros y después clavó la mirada en el suelo. Cuando alzó de nuevo los ojos, el sargento había desaparecido.

La luz de su celda se apagó de nuevo. "Como si procediera de una distancia infinita -escribió más tarde en su diario-, llegó claramente a mis oídos la música del Requiem de Mozart. Parecía como si, realmente, la estuviese interpretando una orquesta" .

Después se oyó un rumor ante la puerta. La luz volvió a encenderse. Se abrió la puerta y Micheline distinguió unos guardianes armados. Un cabo le indicó con una seña que les siguiese.

Recorrió varios pasillos, cruzó puertas enrejadas y atravesó un oficina. El cabo firmó un papel. Se abrió una puerta y después otra. Por último una postrera puerta enrejada y seguidamente...

¿Quién estaba fuera?

Era el sargento que la habla visitado en su celda. Le costó reconocerlo. Vestía de paisano, cor una corbata elegante, guantes y una boina. Un cigarrillo en los labios... En una palabra, tenia todo el aspecto de un francés elegante.

Como un perfecto hombre de mundo, el caballero de la boina indicó a Micheline un automóvil grande y lujoso y la invitó a subir.

-Le ruego que se siente detrás -le dijo-. Y no retire las cortinillas.

El se instaló despreocupadamente ante el volante. La Gata no dejó de observar que el espejo retrovisor era de gran tamaño y permitía al conductor observarlo todo a su sabor. El coche se puso en marcha, se abrió una verja y Micheline se encontró de nuevo en París.

¿Adónde la llevaba aquel hombre? Observó que salían de París y que después atravesaban Maisons-Laffite. Pero, ¿qué era aquel jardin grandioso? ¿Y aquella villa?

El temor volvió a asaltar a la Gata, pues aquella mansión enorme y refinada pertenecía al célebre actor Harry Baur y ella sabía que el Ejército alemán la había requisado para convertirla en cuartel general de sus servicios de contraespionaje.

Para Ilevarla a aquella casa, forzosamente tenían que considerarla como una presa importante. La inscripción que Dante coloca en la puerta del infierno -"Abandonad toda esperanza los que aquí entráis"- hubiese estado en su lugar sobre la verja de aquella finca.

Pero, ¿era aquello, en realidad, el cuartel general del contraespionaje alemán? Nada en su aspecto parecía indicarlo, muy al contrario. La Gata vio unos servidores corteses y fue introducida en un salón, donde la dejaron sola.

Se sentó en una butaca confortable. Desde la ventana se vera el parque, sobre el que caían las sombras del crepúsculo. En la lejanía se oran los rumores de la gran ciudad. Parecía como si todos hubiesen olvidado a la visitante.

Pero de pronto se abrió la puerta. El hombre que la habla acompañado venia a buscarla. La condujo, a través del vestíbulo, a otro gran aposento, amueblado con rebuscamiento. Por una puerta entreabierta, distinguió un espejo ante el cual habla una lámpara encendida. Entró en esta última habitación. Era una dormitorio.

¿ Qué ocurrió?

"Por lo tanto, me mostré razonable"

Micheline no habla de ello en su diario. Más tarde, el presidente del tribunal, M. Drapier, trató de saber la verdad.

-Diga exactamente lo que sucedió -exigió-. ¿ Fue usted a la villa de Harry Baur?

-Ya he contado exactamente lo que sucedió, pero voy a repetirlo. Después de catorce meses y de trabajo incesante para la Resistencia fui detenida y conducida a la villa de Harry Baur, en Maisons-Laffite. Estaba en poder de los alemanes. El sargento Hugo Bleicher no me dejaba sola ni un instante.

-¿Averiguó, por tanto, el nombre de aquel sargento?

-Me dijo que se llamaba Hugo Bleicher.

-¿Era la graduación de sargento su verdadero rango en el Ejército?

-Lo ignoro.

-¿Se llamaba en realidad Hugo Bleicher?

-¿ Cómó podría saberlo yo, señor presidente?

-Está bien, Era usted la prisionera de Bleicher. ¿Se convirtió en su amante?

-¿ No puede usted ponerse en mi lugar, señor presidente?

-Responda a mi pregunta,

-Bleicher me dijo: "Si es usted razonable, estará en libertad esta noche", Por lo tanto, me mostré razonable.

-¿ Qué más ocurrió aquella noche?

Silencio,

-Quiero saber qué más ocurrió aquella noche.

Silencio.

-Todos deseamos saber qué más ocurrió aquella noche. Es esto lo que debe explicarnos. Ha reconocido que, durante catorce meses, se ha expuesta a los peores peligros mientras trabajaba para la Resistencia. Y en una sola noche, olvidó todo su pasado, 0lvidó a Francia y se olvidó incluso de si misma. A la mañana siguiente, puso en manos de aquel sargento Hugo Bleicher a los treinta y cinco miembros más Importantes de la Resistencia francesa. Vamos, diga Qué ocurrió aquella noche..

El presidente del tribunal clavó su mirada en la acusada y la mantuvo en ella durante un largo minuto.

"No lo conocéis, pero es de los nuestros”
Al día siguiente por la mañana, después de aquella famosa noche, la Gata y Hugo Bleicher, que vestía de nuevo ropa civil, subieron a un automóvil pequeño con matricula francesa. Se dirigieron a Paris y se detuvieron delante de la casa en la que se ocultaba M. Rocchini.

Otros coches pararon también delante de esta casa, pero nadie les prestó atención, ya que sus ocupantes eran paisanos de aspecto inofensivo. Un hombre se apeó de un automóvil y fue a comprar un periódico. Otro entró en el estanco.

La Gata subió por la escalera y IIamó a una puerta, con una señal convenida. La puerta se abrió en seguida. Rocchini estaba con Frank, otro miembro importante del grupo de resistentes.

Los dos tuvieron un momento de vacilación al ver que un hombre acompañaba a Micheline. Era un hombre al que nunca hablan visto.

-Es preciso hacer algo -murmuró le Gata-. Armand ha sido detenido.

El terror se reflejó en los rostros de los dos hombres.

-No temáis -añadió ella, con un gesto hacia Bleicher-. No lo conocéis. pero es de los nuestros.

Hablaron con animación durante cinco minutos y, seguidamente, la Gata le dijo a Bleicher:

-Empieza a poner el coche en marcha para no perder tiempo.

Micheline se quedó todavía dos o tres minutos. Entonces llamaron a la puerta y ella fue a abrirla. Varios alemanes Irrumpieron en el apartamento, pistola en mano. y gritaron:

-¡Arriba las manos!

Durante las ocho horas siguientes, el mismo procedimiento, cuidadosamente programado, fue puesto en práctica hasta que los treinta y cinco miembros de la Resistencia fueron capturados en su totalidad.

Al coronel Acha no le caza nadie
Durante un par de meses. la Gata siguió actuando bajo las órdenes de Bleicher. Contó todo lo que ella sabia, que no era poco. Hizo que fuesen encarcelados todos sus antiguos compañeros de la Resistencia, por lo menos aquellos que estaban a su alcance. Sin embargo. lo que Bleicher no pudo conseguir fue echar el guante al hombre al que buscaba más activamente que a todos los demás: el coronel Achard.

Por extraño que ello pueda parecer, Micheline no traicionó a Achard. En el curso del testimonio que prestó ante el tribunal, el coronel declaró:

-Ella sabia perfectamente donde me ocultaba yo, pero no me traicionó.

La Gata consiguió, en este aspecto, engañar a Bleicher. Afirmó que ignoraba donde se hallaba Achard. Lo juró y dio tantas muestras, al parecer sinceras, de su ignorancia, que él la creyó. En cambio, se ofreció para hallar el paradero de otro personaje Importante: Pierre de Vomecourt.

Este nombre despertó la atención de Bleicher, quien, instantáneamente, se quedó pensativo. Se le acababa de ocurrir una explotación todavía más eficaz de los servicios de la Gata...

Micheline regresó a su antiguo cuartel general clandestino. Las intervenciones de Bleicher habían sido realizadas magistralmente y los hombres detenidos no habían tenido tiempo para poner sobre aviso a sus compañeros. Nadie, en la Resistencia, sospechaba todavía de la Gata.

Durante los dos meses siguientes ésta siguió desempeñando su papel de patriota como antes. Ninguno de sus compañeros de la red clandestina podía Imaginar que la valerosa camarada Micheline Carré era el temible traidor cuya existencia pocos de ellos empezaban a recelar.

y pocos motivos tenían para desconfiar de ella, dado que Micheline se prodigaba sin restricción alguna para reorganizar el grupo e insuflar a cada uno de sus miembros una nueva dosis de ánimos.

Sin embargo, todas las noches la Gata era conducida secretamente a la villa de Harry Baur, donde revelaba los planes que habían sido trazados durante la jornada. Un día, explicó que la principal preocupación de la Resistencia era la de hallar un medio para reanudar las comunicaciones con Gran Bretaña, ya que todos los enlaces habían sido capturados.

Bleicher tuvo una idea. Ordenó a la Gata qua hiciera venir a Pierre de Vomecourt a Paris y le dijo que éste había de ser enviado a Inglaterra en nombre de la Resistencia. Micheline debía persuadir a sus camaradas de que Vomecourt era el hombre más indicado pera este misión.

Sorpresa para la Gata
La noche siguiente, Bleicher anunció a la Gata que tenía una sorpresa para ella.

-Cuando regreses a tu casa encontrarás en ella a Violette. En realidad, nunca ha estado detenida, puesto que trabaja para nosotros. Violette guardará silencio, puedes estar segura de ello. Ocúpate de ella; debe permanecer en la Resistencia.

La Gata cumplió las órdenes que acababa de recibir. Se reunió con Pierre de Vomecourt y otros resistentes en el bar "Pam-Pam" de los Champs-Elysées e hizo su propuesta, la cual fue aceptada. AIII se decidió que Pierre de Vomecourt tratarla de llegar a Inglaterra para informar a sus amigos de Francia acerca de qué habla ocurrido en aquel intervalo y obtener nuevas instrucciones.

No era una empresa fácil, pues los alemanes habían descubierto los senderos que permitían atravesar clandestinamente la frontera española y conocían también los puntos de la costa en los que los resistentes se hacia n a la mar para trasladarse a Inglaterra.

Unos días después de la conversación en el "Pam-Pam", la Gata volvió a ver a sus amigos y les dijo que habla descubierto un medio para llegar a Inglaterra. Pero añadió que seria preferible que ella acompañase al elegante Pierre de Vomecourt, ya que era bien conocida y su presencia inspirarla confianza a los ingleses.

Los otros aprobaron en seguida esta decisión y la aplaudieron. Era, desde luego, una empresa digna de la Gata, de aquella a la que todos consideraban como una heroína. Bien merecía su renombre, pues era la más hábil, la más valerosa, la mejor...

Bleicher se ocupó, desde luego, de que Micheline saliera de Francia sin obstáculos y una vez fuera de sus fronteras no hubo dificultad alguna en llegar a Inglaterra. Con ello, Bleicher logró el golpe maestro de instalar a su gente, la Gata, y a Pierre de Vomecourt, que no sospechaba nada, en el Ministerio de la Guerra, en pleno Londres.

La Gata trabajó allí durante nueve meses. Todo lo que ella sabia lo transmitía a Francia por el nuevo canal que había establecido la Resistencia. Todas las informaciones eran registradas por Violette y ésta las pasaba a Bleicher.

Sin embargo, el servicio de contraespionaje británico se mostró, con respecto a la Gata, menos confiado que los compañeros franceses de ésta.

Un cerebro sin corazón
Los ingleses acabaron por ver claramente cuál era su juego y la detuvieron en julio de 1942. Los británicos mantendrían encarcelada a Micheline Carré hasta el final de la guerra.

En la celda de su prisión inglesa, la Gata escribió en su diario una página dirigida a sus antiguos camaradas de la Resistencia:

"¿Cómo explicar todo lo que he tenido que soportar? Jamás podría hallar las palabras para expresar mi tristeza profunda, infinita, o para describir mis temores. Pero no estoy sola. Tampoco vosotros, aquellos que todavía seguís con vida, dormiréis esta noche; estaréis conmigo, Y en cuanto a vosotros, los que estáis muertos, viviréis conmigo, según nuestras propias leyes, en un mundo que yo he creado para mí."

Cuando se presentó ante sus jueces franceses, en enero de 1949, Micheline estaba tranquila. Su mirada recorría, soñadora, las molduras doradas del techo barroco de Ia sala del tribunal.

El procurador tomó la palabra: "Durante dos meses practicó Ia más vil de las traiciones. Su malevolencia, su doblez, su perseverancia en el mal, su diario del que acabo de leer algunos extractos y que Ia describe tal como es -un cerebro sin corazón- son hechos que ustedes podrán juzgar en su totalidad. Y reconocerán que, en este asunto, hay una sola sanción posible: la muerte",

-Admito su culpabilidad -declaró el abogado defensor-, pero es preciso tener en cuenta que esta mujer fue colocada en una situación en la que sólo le cabía elegir entre Ia vida y Ia muerte,

Nadie puede olvidar que fue una heroína desde los primeros momentos de la Resistencia. ¡Condenaríais a muerte a aquellos que fueron los primeros en esparcir las semillas de la fe y que, más tarde, sobrevaloraron sus propias fuerzas?

Sin embargo, el fiscal se salió con la suya y Michelina Carré fue condenada a muerte.

No obstante, antes de ser pronunciada la sentencia, la Gata perdió, por primera y última vez, el dominio sobre sí misma.

-Espero el veredicto sin temor -les dijo a los jueces-. Pero lo que no puedo olvidar es el que, mientras a mí se me pide la pena de muerte en este tribunal, ¡Hugo Bleicher vive en libertad en Hamburgo!

Unos meses más tarde, el Presidente de la República conmutó la pena de muerte impuesta a Michelina Carré, la Gata, por la de prisión perpetua.

KURT SINGER.

Título original: ¿Un caso de doble juego? La Gata.

Extraído de “Historia y Vida” . Extra Nº 10. 1977.
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Mensaje por Pepeman » Jue May 04, 2006 1:29 pm

Es lo que tiene la historia, por mucho que se escriba de ella es la misma siempre (salvando algunos casos).-

De todos modos si lo copie directamente es por que no encontre en la red un enlace para ponerlo y me parecio bastante interesante.-

Saludos
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...La guerra es un síntoma de valentía de los soldados contra la cobardía de las personas de rango superior...

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