El más extraordinario fraude del Führer

Todo sobre el mundo de los espías durante la Segunda Guerra Mundial

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fangio
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El más extraordinario fraude del Führer

Mensaje por fangio » Dom Oct 02, 2005 3:10 pm

EL MAS EXTRAORDINARIO FRAUDE DEL FÜHRER

Fuente:
“El Servicio Secreto de los Estados Unidos” – Walter S. Bowen y Harry E. Neal
Editorial Sopena Argentina S. A. – 1961


En 1939 Delbruckstrasse eran una tranquila calle residencial en el barrio de Charlottenburgo, de Berlín. La mansión señalada con el número 6 era en realidad una alta dependencia del Reichsdruckerei, que equivalía en Alemania al Departamento de Grabado e Imprenta de los Estados Unidos, aunque se parecía a muchas residencias de la vecindad… hasta que Adolfo Hitler soltó a sus legiones a la conquista del mundo.
Desde entonces la casa Nº 6 de Delbruckstrasse perdió su aspecto tranquilo; a toda hora del día y de la noche desfilaban por ella funcionarios del gobierno, mezclándose con otros de rostro sombrío, que llevaban la camisa negra de la Schutzstaffel (la SS), y, en su interior, imortantes miembros del Tercer Reich tramaban planes sobre el papel para un arma, que, probablemente, infligiría más estragos que cualquier cañón, ejército o explosivo: falsificarían millones de billetes, los bastantes para quebrar y aniquilar los sistemas económicos de sus enemigos. El pánico resultante valdría por una veintena de victorias obtenidas en los campos de batalla.

El plan era simple, pero su ejecución presentaba ciertos problemas complejos. El dinero falsificado debía ser lo suficientemente perfecto como para desafiar toda investigación,k aun la realizada poor expertos; cualquier persona inteligente podía comprender que una falsificación era una mera copia del original, y que ninguna copia podía ser exactamente igual al original hasta en sus mínimos detalles. La perfección del trabajo era de importancia primordial. Claro está, el éxito de este plan audaz dependería, forzosamente, de la capacidad y destreza de expertos en fotografía, agua fuerte, grabado, fabricació de papel, filigrana, impresión, etc.

La responsabilidad de este sabotaje, en el cual el elemento básico sería el papel, recayó en los galoneados hombros de dos favoritos del dictador Hitler: Reichsführer Heinrich Himmler, jefe de la infame Gestapo, y su subalterno Ernst Kaltenbrunner. Himmler carecía del talento requerido para este inusitado nombramiento; su actividad más próxima a la falsificación consistía en recortarse cuidadosamente el bigote, pequeño y duro como la cerda de un cepillo de dientes, procurando que tuviera la mayor semejandza posible con el de Hitler… No obstante, reunió a un representante del Reichsdruckerei y a cuatro especialistas en artes gráficas, y les ordenó que falsificaran algunos billetes de una libra del Banco de Inglaterra.

Para crédito de estos hombres debemos decir que quizá consideraron desagradable la tarea, porque se trataba de gente honesta y no de criminales; de todos modos, fracasaron en su intento de producir imitaciones que engañaran a cualquiera.

-El papel no es bueno –se quejaban-. No se parece en nada al papel genuino de los billetes ingleses, y no absorbe bien lo que se imprime en él.

Herr Himmler puso otro equipo a trabajar en la producción de un papel mejor. Los laboratorios de investigación técnica del gobierno analizaron el papel genuino, y crearon varias fórmulas experimentales en la tentativa de imitarlo exactamente, incluyendo la filigrana. Los emperimentos se realizaron en la fábrica de papel de Manhemuhle, en Dassel, dedicando exclusivamente a esta tarea a seis empleados antiguos, a quienes se amenazó con la muerte si llegaban a decir una sola palabra sobre la naturaleza de su trabajo. Esta advertencia les fue hecha personalmenete por el Sturmbannführer Bernhard Kruger, quien estaba destinado a desempeñar un destacado papel en el drama de falsificación recién iniciado.

Kruger era un hombre de cuarenta y tantos años, bajo (1,65 m. aproximadamente de estatura), pero bien proporcionado, de cabellos negros que peinaba con una raya del lado izquierdo, ojo obscuros, boca ancha de labios sensuales, y un mentón cuadrado que le daba a la mandíbula una desagradable apariencia de piedra tallada. Herr Kruger fue elegido por Ernst Kaltenbrunner para vigilar las actividades secretas del departamento de falsificación, designado oficialmente com AMT-F-4, y en la correspondencia, con el nombre clave de ‘Bernhard’, nombre de pila de Kruger, como un dudoso homenaje al nuevo comandante.

La calidad del papel para billetes salido de la fábrica de Manhemuhle fue mejorando tras múltiples tentativas y fracasos, y en 1942 los expertos les aseguraron a Herr Kruger y a Herr Himmler que muy pronto sus experimetnos darían como resultado un producto perfecto. Himmler empleó entonces el único y gran instumento que poseía para impulsar a la conspiración: su poder.

En sus campos de concentración había miles de hombres, mujeres y niños –la mayoría judíos- cuyas esperanzas, recelos, amores y plegariaas morían con ellos a diario en las cámaras de gas, o en los campos cercados con alambradas electrizadas, o en las barracas sucias y abarrotadas donde sucumbían al hambre o a la enfermedad. Seguramente, entre esos milies de prisioneros desesperados había algunos que, antes de su cautiverio, se habían ganado la vida como grabadores, o fotógrafos, o empleando en cualquier otra forma su habilidad; también los que fueran suficientemente expertos recibirían de buen grado la oportunidad que se les ofrecía de prolongar su vida trabajando en un proyecto que contribuiría notablemente a la gloria del Tercer Reich. Quisieran o no, lo harían o morirían.

Con la característica minuciosidad alemana, los nazis llevaban registros de la historia de sus cautivos, incluyendo sus ocupaciones anteriores. Se hizo una lista de aquellos que reunían las cualidades requeridas, pero antes de utilizarla se efectuó un llamado en nombre del Führer a lagunos campos de concentración en el Gran Reich, pidiendo voluntarios que fueran grabadores, dibujantes, fotógrafos, artistas o impresores.

Todos ellos, empero, debían ser de sangre judía. No se revelaba la naturaleza del trabajo.

Unos pocos hombres en cada campo creyeron en ese anuncio de que recibirían buena comida y un trato especial si se presentaban como voluntarios para la misteriosa misión, pero otros tenían desagradables recuerdos de apaleamientos y malos tratos, del hambre torturante y de cadáveres de amigos y parientes que habían sido sometidos a diversos ‘experimentos’, recuerdos que les quitaron el deseo de presentarse. Los alemanes echaron mano a sus listas: ‘Envíennos a Levy, a Gottlieb, a Bernstein…’, ordenaron a los comandantes de los campos.

Así se reclutó la mayoría de la mano de obra para llevar a cabo el plan de falsificación.

El taller se estableció en una sección especial del campo de concentración de Sachsenhausen, en Oraniemburgo, no lejos de Berlín, y los siete primeros prisioneros, apodados ‘haftlinges’ (expresión despectiva utilizada para denominar a los obreros o peones, y a los prisioneros sujetos a trabajos forzados para beneficio de sus enemigos), llegaron allí el 23 de agosto de 1942. Poseídos del miedo y de la sospecha, se vieron conducidos a un edificio aislado del resto del campo y rodeado por tres cercos separados de alambre de púa electrizado. Sus temores disminuyeron un tanto cuando entraron en ese edificio, tan distinto a las barracas de los campos de concentración: limpio, amueblado con catres, mesas y sillas, y provisto de un moderno taller de imprenta, muy bien equipado, con cámaras fotográficas y cuarto obscuro.

El comandante Kruger dio la ‘bienvenida’ a los recién llegados, y les dijo lisa y llanamente en qué consistía el trabajo:
-Ustedes son gente privilegiada; han sido elegidos para realizar una tarea de vital importancia para el Tercer Reich. El Tercer Reich necesita dinero, ¡y nosotros lo haremos!
Los prisioneros se miraron unos a otros, sorprendidos, y Kruger continuó, riendo:
-Se sorprenden, ¿eh? Lo suponía. Pero tienen suerte, mucha suerte. Comerán bien, escucharán música por la radio, de vez en cuando podrán fumar mientras trabajan… ¡Sí, les daremos tabaco verdadero! Y allá abajo –agregó, señalando con el dedo una parte del edificio-, pueden jugar al ping-pong, para practicar algún ejercicio. Como ustedes ven, les prometimos una buena vida y cumplimos nuestra promesa. Nein?
-Usted dijo algo de fabricar dinero. ¿Podría explicarme qué quiso decir con eso? –preguntó uno de los haftlinges.
-Significa fabricar dinero. Ustedes harán dinero inglés, danés, sueco, húngaro, mogol… quizás hasta algún dinero judío –contestó Kruger, y trocando su risa en ceño adusto, agregó-: Ustedes serán falsificadores, los mejores falsificadores del mundo, porque este dinero debe ser perfecto; tan bueno ha de ser, que correrá aun entre gente familiarizada con el dinero auténtico, porque gran parte de él será empleado en países neutrales en la compra de armas y provisiones para nuestros victoriosos ejércitos. Si ustedes fracasan –exclamó, sacudiendo el dedo ante los callados y sorprendidos prisioneros-, Alemania puede perder la guerra; si esto sucede, moriremos todos. ¡Sí, morirán ustedes y yo también! Ustedes no quieren morir, ni yo tampoco, de modo que debemos ayudarnos mutuamente para seguir viviendo. Somos amigos –dijo con benévola sonrisa-. Cuando hayamos ganado la guerra, el Führer peinsa enviarlos a todos ustedes a un maravilloso establecimiento del país, donde se reunirán con sus familiares y vivirán tranquilos y felices. El Führer será muy generoso en su recompensa.

Los haftlinges fueron recluidos en aislado recinto; un prisionero, alojado en otra parte del campo, les llevaba la comida a una habitación contigua, sin verlos nunca, ya que simplemente se la dejaba allí y luego volvía para recoger los platos. En el campo de concentración se tejían muchas conjeturas sobre lo que estaba sucediendo en la misteriosa sección, pero nadie de afuera sabía nada cierto sobre el asunto. Se advirtió a los haftlinges que si se los sorprendía comunicándose en cualquier forma con gente extraña, los matarían inmediatamente; sus guardias, hombres escogidos dela SS, también fueron prevenidos de que no debían pronunciar palabra alguna referente al proyecto ‘Bernhard’. Una noche, dos de los guardias se emborracharon, y se les oyó mencionar los trabajos secretos; al día siguiente los dos fueron juzgados por una corte marcial que los condenó a quince años de prisión. Cualquier guardián que no estuviera constantemente alerta era reemplazado en seguida y enviado al sangriento frente ruso.



A fines de 1942 trabajaban en el proyecto de falsificación alrededor de treinta prisioneros. Uno de ellos, un ruso llamado Sukenik, sufría frecuentes accesos de tos, por lo que los nazis creyeron que estaba tuberculoso; cuando un examen médico confirmó la sospecha, el guardia de la SS Heinz Beckmann mató a Sukenik de un tiro para evitar que el mal se propagara entre los haftlinges.

El grupo encargado de la fabricación del papel no tuvo éxito hasta 1943 en la elaboración de una perfecta imitación del usado para los billetes británicos, pero una vez descubierto el proceso correcto produjo papel con filigrana exactamente igual al legítimo. Himmler y sus colaboradores lo aprobaron, y en julio de ese año se efectuó el primer embarque para Sachsenhausen de unas 250.000 hojas de papel, en cada una de las cuales podían imprimirse cuatro billetes de 5 libras. De ahí en adelante, y hasta fin de 1944, la fábrica recibió 50.000 hojas por mes. Para los billetes de otros países se empleaban diversos tipos de paopel, y varios especialistas que no pertenecían al campo producían las planchas de impresión para las otras falsificaciones.

Sin embargo, el dinero británico constituía su principal producción, y las planchas para su impresión eran grabadas por un pequeño y astuto judío ruso de 50 años, llamado Sali (Solly) Smolianoff, el único falsificador profesional del grupo. Desde 1928 había pasado la mayor parte de su vida en la cárcel por falsificar dinero de varias naciones, incluso de Gran Bretaña; en 1942, después de cumplir una de esas condenas, lo trasladaron simplemente de la prisión al campo de Sachsenhausen, a fin de que hiciera las planchas para los billetes británicos. En vez de entristecerlo, este traslado alegró a Smolianoff, que solía exclamar, mirando a sus guardias:
-¡Imagínense, falsificar dinero con protección policial!

Cuando, tras una serie de tentativas, obtuvieron planchas perfectas, comenzaron a producirlas en gran escala. Después de la impresión, los billetes falsos eran secados, embalados y alisados mediante un ‘planchado’ bajo enorme presión; luego se los apilaba y se limaban sus bordes para que adquirieran la aspereza de los legítimos; por último, eran objeto de una clasificación novedosa.


continuará...

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Eckart
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Mensaje por Eckart » Vie Oct 21, 2005 11:03 pm

Hola, amigo fangio! Es un trabajo estupendo. ¿Tendremos ocasión de saber como termina esta interesante historia?

Saludos.

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fangio
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Mensaje por fangio » Dom Oct 23, 2005 3:44 am

Quiero pedir disculpas a ti Eckart y a todos los que están interesados en este tema. El problema es la maldita falta de tiempo que tengo para sentarme frente a la PC y ponerme a transcribir lo que resta de la historia.
Prometo que durante la semana voy a hacerme un poco de tiempo y escribir el resto. Ultimamente he publicado algunas cosas pero me llevan un corto tiempo hacerlo por eso no tengo problemas. Pero en este caso me tengo que sentar y empezar a escribir lo que resta y esto me lleva más tiempo y para no ser hipócrita a veces me da fiaca hacerlo :wink:
Pero ya está prometido así que durante la semana publicaré lo que falta.
Saludos,

FANGIO

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Mensaje por fangio » Lun Oct 24, 2005 1:59 pm

Aprovechando que hoy domingo hay elecciones nacionales (diputados y senadores), lo que significa que se suspendió el asado :( , aproveché el tiempo para terminar de transcribir esta interesante historia, aquí va la última parte:

Los billetes en los que no se advertía ningún defecto de imprenta eran considerados de primer grado y se los empleaba para comprar provisiones para el Ejército en países neutrales. Los que tenían uno o dos errores, apenas visibles, debidos a defectos de impresión, se guardaban en arcones como pertenecientes al segundo grado; este dinero era lo suficientemente bueno como para pagar con él a los espías nazis que cumplían misiones en el extranjero. Los de tercer grado presentaban una filigrana inferior y más de dos o tres fallas de imprenta, pero eran tan pequeñas, que se los consideraba aptos para la circulación; con ellos pagana a los agentes en los países ocupados por los nazis, donde también compraban más material de guerra utilizando esta misma clase de billetes. Los de cuarto grado podían descubrirse más fácilmente que los otros, siempre que los examinaran personas con experiencia en el manejo de dinero, pero no era probable que el ciudadano británico común pudiera identificarlos como falsos; por lo tanto, las libras esterlinas de cuarto grado eran destinadas a ser arrojadas desde el aire para que cayeran como enormes copos de nieve sobre Inglaterra, con la esperanza de que la población las recogiera e hiciera circular en un alegre derroche que llevaría a la bancarrota al Banco de Inglaterra y a la nación. Todavía quedaban los billetes de quinto grado, que los falsificadores denominaban auschuss (basura); mediante procedimientos químicos podía quitárseles la tinta y luego reducir el papel a pulpa a fin de reelaborarlo para otra tentativa de falsificación. Mientras tanto, estos últimos billetes estarían listos para posibles casos de emergencia.

Los nazis llevaban un registro completo de las cantidades de billetes y de los números de serie empleados, y luego entregaban los paquetes elegidos a agentes especiales de la SS, que los transportaban a la mansión del Delbruckstrasse Nr 6, elegante residencia berlinesa que ya hemos mencionado, rodeada ahora por alambradas y patrullada por centinelas armados.

Los haftlinges de Sachsenhausen trabajaban en dos turnos de doce horas cada uno; sus falsificaciones no sólo incluían dinero extranjero, sino también credenciales falsas para espías, tarjetas de identificación de oficiales de la aviación inglesa y francesa, libretas de pago fraguadas del ejército norteamericano, y cientos de sellos de goma, como los que se empleaban para autenticar documentos oficiales de toda clase. No obstante, la tarea principal era falsificar billetes británicos, que salían de las prensas en cantidades fabulosas.

En 1944 el comandante Kruger reunió a Smolianoff y a los otros hatftlinges -140 por aquel entonces- y les hizo un sorprendente anuncio:
-Ya no falsificaremos más libras esterlinas.
Los prisioneros se miraron furtivamente, invadidos en su mayoría por un mismo temor: ‘¡Ahora viene lo peor! Hemos terminado nuestra tarea y nos llevarán a las cámaras de gas’.
-No se preocupen –continuó diciendo Kruger-, yo no les dije que no trabajaríamos más; por el contrario, tenemos una nueva tarea que cumplir –y poniéndose arrogantemente en jarras, con amplia sonrisa en los labios, exclamó-: ¡Ahora haremos dinero norteamericano!
Un confuso murmullo surgió entre los prisioneros, y Kruger les gritó, aunque sin cólera:
-¡Escúchenme! Si hacen este nuevo trabajo tan bien como el anterior y lo terminan, mejor para ustedes. Sé que todos ustedes temen morir; pero, si trabajan bien, les prometo que nada les sucederá mientras yo sea jefe de este campo. Detrás de la alambrada ustedes no son más judíos; son mis compañeros de labor, y aquí trabajamos todos juntos en la lucha por la nueva Europa. La victoria será nuestra. Ahora vayan a trabajar, y hagan lo posible para que no tenga que presentarme después ante Himmler como un fracasado. Si ustedes me engañan, o no terminan la tarea, moriremos todos. En ustedes pongo mis esperanzas. Primero haremos los billetes de cincuenta y cien dólares, y cunado estén listos, nos dedicaremos a los de quinientos dólares, de modo que nunca les faltará trabajo. Por eso no se preocupen.

Una vez más eligieron a Smolianoff para confeccionar las planchas falsificadas para dólares. La parte desempeñada por Smolianoff en esta historia fue revelada después de la guerra, cuando A. E. Whitaker, del Servicio Secreto de los Estados Unidos (actualmente agente especial encargado del distrito de Nueva York), halló a Smolianoff en Roma y escuchó el relato de sus propios labios.

-Durante un ataque aéreo norteamericano –recordó el astuto ruso- estábamos tres de nosotros sentados en el cuarto de fototipia cuando se apagaron las luces, y aprovechando la oscuridad concertamos la forma de sabotear el plan nazi de falsificaciones; decidimos que cada uno de nosotros se quejaría del trabajo de los demás para ganar tiempo, porque esperábamos que las tropas aliadas, cada vez más cercanas, nos liberarían muy pronto. Obramos según lo acordado, y a veces nos peleábamos con tanto encarnizamiento que los guardias de la SS tenían que intervenir para separarnos. Pese a estas rencillas no podían despedirnos porque todo el trabajo dependía de nosotros.

La treta les dio resultado durante algunos meses.
-Por aquel entonces –continuó diciendo Smolianoff- supimos que los rusos habían tomado Küstrin, a sólo sesenta kilómetros de nuestro campo de concentración. Ya no había tiempo para efectuar experimentos prolongados, y, finalmente, el jefe de nuestro grupo de 140 hombres nos dijo que debíamos dejarnos de peleas y producir, por lo menos, una muestra; de lo contrario nos matarían a todos. Dos días después hicimos una copia del reverso de un billete de cien dólares que nos pareció bastante buena, y se lo comunicamos al jefe Kruger, que estaba a la sazón en Berlín.
Unas dos horas después Kruger llegaba al campo en automóvil, y entraba precipitadamente en la imprenta, gritando:
-¿Dónde está? ¡Déjenme ver lo que han hecho!
Continuando con su relato, dijo Smolianoff:
-Extendimos sobre una mesa, con el reverso hacia arriba, catorce billetes auténticos de cien dólares, que habíamos usado como modelos, colocando entre ellos nuestro billete falso. Kruger se detuvo junto a la mesa y permaneció allí durante un rato que nos pareció larguísimo, estudiando cada billete. En la habitación sólo se oía nuestra respiración contenida, mientras aguardábamos a que Kruger descubriera la muestra falsa. ¡Imagínese nuestra sorpresa cuando lo vimos señalar uno de los billetes auténticos!... Naturalmente, todos nos alegramos de su equivocación, pero el más contento era Kruger, quien tomó apresuradamente la muestra y partió en su coche hacia Berlín, para mostrársela a Himmler. Esa misma noche recibimos alborozados la noticia de que Himmler aprobaba el trabajo, agradecía nuestros esfuerzos y nos ordenaba continuar la labor.

Los aliados avanzaban rápidamente, y los nazis urgieron a sus prisioneros a que trabajaran durante más horas y con mayor rapidez, olvidando que la confección de planchas impresoras de billetes es una tarea delicada y tediosa.

-Después de trabajar fuera de hora durante una semana –recordó Smolianoff- tenía los ojos tan enrojecidos e hinchados que mis camaradas temían que no pudiese continuar la labor. Una orden inesperada puso fin a nuestro trabajo ‘incentivado’: Kruger apareció sorpresivamente, nos convocó a una reunión y nos leyó una orden de Himmler disponiendo la evacuación de Sachsenhausen. Trabajando día y noche logramos desmantelar el campo, incluyendo las maquinarias; empacamos y cargamos todo en dieciséis vagones de ferrocarril detenidos en una estación cercana. En marzo de 1945 nos trasladaron al campo de concentración de Mauthausen.

Allí permanecieron aproximadamente un mes, sin realizar ningún trabajo, aunque tenían consigo las maquinarias, y a fines de marzo, hombres y equipos fueron conducidos a Redl-Zipf, en Austria, donde había que continuar la falsificación de dinero. ¡En el interior de una montaña!
Se trataba de un monte en el que penetraban dos túneles, construidos mucho antes de la guerra por una cervecería cercana para usarlos como depósitos. Cuando las nazis se apoderaron del lugar, ampliaron la cavidad en el interior de la montaña e instalaron allí la fábrica de piezas para los famosos cohetes V-2, que estaban destruyendo a Gran Bretaña. La imprenta se estableció en ese espacio subterráneo, debajo de la montaña, pero las tropas aliadas avanzaban a tal velocidad que los alemanes no pudieron reanudar los trabajos de falsificación de billetes; en cambio, les ordenaron a los haftlinges que edificaran lo más rápido posible un recinto de ladrillos con techo de cemento y dos chimeneas, de 3 metros de largo, 1,80 metros de ancho y una altura apenas mayor que la de un hombre de estatura normal. En el interior encendieron una fogata, y los obligaron a arrojar a las llamas todo el dinero falso que no había sido distribuido; miles y miles de billetes fueron pasto del fuego, bajo la vigilancia de guardias de la SS, para asegurarse así de que la destrucción era completa. Cuando más tarde los investigadores aliados inspeccionaron el lugar, sólo hallaron cenizas, que los nazis habían revuelto hasta convertirlas en un polvillo fino.

Todavía quedaban por destruir las grandes reservas de billetes y las máquinas, pero los nazis no tenían ya tiempo para hacerlo, porque los norteamericanos se hallaban cada vez más cerca. Así, pues, a comienzos de mayo de 1945 reunieron cuantos camiones pudieron para transportar los arcones restantes y las maquinarias lejos de la montaña, con el propósito de arrojarlos luego al fondo de lagos y ríos austríacos, a fin de que el enemigo no descubriera ningún rastro de la falsificación. Un oficial de la SS comandaba cada camión, y era responsable de la desaparición de la carga.

Uno de los vehículos –un camión de diez toneladas, con acoplado de cinco toneladas, lleno de cajas con dinero falso- fue a Toplitzsee, en cuyo lago, de unos noventa metros de profundidad, ya habían arrojado varias máquinas. El camión, por su tamaño y peso, les impidió llegar a la orilla del lago, por lo que los nazis se vieron obligados a recorrer las granjas cercanas, despertando a los ocupantes a altas horas de la noche y exigiéndoles que engancharan sus carros y los ayudaran a pasar el contrabando del camión a otros vehículos más pequeños. Así se hizo, y cunado llegaron junto al lago, arrojaron entre todos la carga a las aguas. Desgraciadamente para los alemanes, una de las cajas, demasiado liviana para sumergirse, se abrió mientras flotaba, y en pocos minutos miles de billetes se destacaron sobre las aguas obscuras. Aunque los guardias se apresuraron a advertirles que se trataba de dinero falso, los campesinos recogieron cuantos billetes pudieron y los pusieron a secar para usarlos como simple papel. ¡Este era tan escaso, que se había convertido en objeto de valor!

Otros camiones arrojaron el dinero al río Enns, cuya fuerte corriente arrastró las cajas hacia los rápidos, donde se destrozaron contra las filosas rocas, volcando miles de billetes en las turbulentas aguas. La aparición del extraño cardumen de libras inglesas fue recibida como un milagro por los campesinos que vivían río abajo, quienes se dedicaron afanosamente a ‘pescar’ ese dinero (para ellos auténtico) que pasaba delante de sus casas girando arremolinado en la corriente. El producto de la inusitada pesca fue puesto a secar en los alambres donde tendían la ropa, y luego gastaron gran parte de él en varios países europeos, sin ninguna dificultad.

Terminada la destrucción de los billetes y maquinarias los alemanes ordenaron a los haftlinges que se despojaran de todos sus objetos personales, porque iban a morir en las cámaras de gas; el comandante Kruger, que les había prometido paz y felicidad, no aparecía por ninguna parte.
Llegó el instante de partir hacia las cámaras letales, pero no había ningún guardia de la SS para conducir a los prisioneros. ¡Ni un solo soldado nazi en todo el campo! Todos habían volado, huyendo de los norteamericanos: los prisioneros estaban, pues, en libertad. Desorientados, algunos de ellos dejaron sus sucias barracas y se instalaron en las reservadas a los oficiales. Otros, dichosos al verse libres, se marcharon a vagar por los campos, sin saber dónde ir.

El 4 de mayo de 1945 se hallaba en Ebensee, Austria, un joven natural de dicho país, llamado Robert Mathis, que prestaba servicios en el ejército alemán manejando un camión. Ese día, el oficial Hantsch, de la SS, le ordenó transportar una carga importante y arrojarla luego a un lago, ya que el convoy que la conducía había sufrido un accidente.
-Recuerde que esta carga no debe caer en manos de los norteamericanos bajo ninguna circunstancia –le recomendó Hantsch.
Mathis se empeñó en saber qué contenían las cajas, y al fin se enteró de que se trataba de dinero inglés falsificado. Simulando obedecer la orden, Mathis partió con la preciosa carga, sin la más remota intención de destruirla; por el contrario, se ocultó con el camión hasta que los norteamericanos conquistaron la región, el 8 del mismo mes, día que se presentó ante un control estadounidense, en Gmundon, y le relató cuanto sabía acerca del dinero falso. El coronel secuestró inmediatamente toda la carga.

En esa época actuaba en Alemania como consejero especial de la Sección de Inteligencia Financiera, División Finanzas, del ejército norteamericano, el Capitán George J. McNally (actualmente Teniente Coronel), quien había trabajado algunos años en el Servicio Secreto persiguiendo a falsificadores de dinero y documentos. Esta experiencia le valió ser dispensado del servicio den las filas y trasladado a un puesto especial en el ejército, para investigar desde allí la falsificación de dinero en Europa. No bien recibió noticias del camión cargado con libras falsas, McNally se apresuró a comunicar el hecho a Scotland Yard, y ésta envió en seguida a Austria al inspector Reeves.
Entre los dos lograron dar con el paradero de más de cuarenta haftlinges que habían trabajado en el proyecto Bernhard, y tras someterlos a interrogatorios y efectuar otras múltiples investigaciones reconstruyeron la historia del fantástico complot de falsificación tal cual la hemos relatado en este capítulo.

Nunca se sabrá la verdadera cantidad de billetes falsos emitidos por los nazis, aunque se calcula que habrá sobrepasado los quinientos mil millones de dólares. Por lo pronto, el dinero transportado por el joven Mathis (que constituía una pequeña fracción de la producción total) equivalía a cien millones de dólares en billetes falsos de 5, 10, 20 y 50 libras. Tampoco existen registros de las cantidades de dinero falsificado empleadas para pagara a los agentes nazis, aunque se comprobó que el espía Eliaza Bazna (su nombre clave era “Cicerón”) recibió 300.000 libras esterlinas, o sea aproximadamente un millón de dólares, por violentar la caja fuerte del embajador británico en Angora y copiar para los nazis importantes documentos militares allí guardados.

La existencia en circulación de tantos billetes falsos de ‘primer grado’, imposibles de descubrir, obligó a Inglaterra a reconocer como válidos todos aquellos que no presentaran aspecto de falsos, y más adelante el gobierno británico cambió la viñeta de su papel moneda. Sólo el Banco de Inglaterra puede apreciar la magnitud del silencioso sabotaje de los falsificadores de Hitler.
Los hechos nos demuestran que la falsificación no es un delito carente de importancia, sino un grave crimen contra el pueblo, un crimen rayano en la traición que si no es combatido puede llevar el descalabro a una nación entera. Si se declara una nueva guerra mundial, donde se pongan en juego todos los recursos, es indudable que más de un país será aniquilado por las prensas falsificadoras. Quizás ahora mismo, en algún rincón de la tierra se está almacenando dinero falso junto con bombas H y otros instrumentos de destrucción.

La falsificación de dinero no es un arma reciente; aunque la operación nazi fue, sin duda, la mayor entre las de su clase, ya Napoleón Bonaparte había establecido en París una imprenta donde se falsificaba dinero ruso, con el que compraba los materiales necesarios para su invasión a Rusia.
Durante la revolución norteamericana, los ingleses introdujeron subrepticiamente en las colonias sublevadas toneladas de dinero europeo falso, destruyendo la confianza pública en esa moneda, requisito esencial para el bienestar económico de cualquier país.
En los años de la Guerra de Secesión, una tercera parte del dinero circulante, según los cálculos, era falso. Por aquel entonces, el papel moneda era emitido por bancos privados, y los falsificadores disfrutaban de una prosperidad sin precedentes, porque no había ni escala de valores ni uniformidad en las viñetas. Lógicamente, el pueblo no podía conocer en su totalidad semejante cantidad de billetes diferentes. La emisión de los primeros billetes nacionales (llamados comúnmente greenbacks por predominar en el reverso el color verde), autorizada por el gobierno federal en 1863, fue recibida jubilosamente por los falsificadores, quienes abandonaron la falsificación de billetes de bancos privados para dedicarse a fraguar el nuevo dinero emitido por el gobierno.
Hasta 1865 estos delincuentes debían luchar contra los policías locales y, ocasionalmente, contra investigadores del Departamento de Guerra, porque no existía ninguna organización federal dedicada a combatirlos; pero cunado el gobierno advirtió que el país estaba prácticamente inundado por una ola de dinero federal falso comprendió que debía tomarse una drástica medida para detener el avance de los criminales, o de lo contrario se destruiría la confianza en los nuevos billetes, obligando a la nación a afrontar una grave crisis.
Así, el 5 de Julio de 1865, el secretario de Hacienda, Hugh Mc Culloch, tomaba el juramento de práctica a William P. Wood, como primer Jefe del Servicio Secreto de los Estados Unidos, institución que acababa de crearse para aniquilar a los emisores de dinero de ‘industria casera’.

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Mensaje por Eckart » Lun Oct 24, 2005 7:38 pm

fangio:
Realmente interesante e importante. Muchas gracias por el trabajo.

Saludos.

Jazzmen
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dinero falso

Mensaje por Jazzmen » Vie Nov 18, 2005 1:09 am

Maravillosa e interesante esta investigación. La existencia de dinero falso aparece confirmada en el reportaje a Ciceron el espia alemán.
Felicitaciones

panchopg
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Mensaje por panchopg » Sab May 27, 2006 10:30 am

Realmente interesante.. no tenia idea de la ocurrencia de este plan


felicitaciones por el trabajo
Valiente es aquel que no toma nota de su miedo. (G. Patton)
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Ignatius 56
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Mensaje por Ignatius 56 » Sab May 27, 2006 11:23 pm

Hola, Fangio.
Una labor de divulgación de un tema tan intereante y curioso, buenisima.
Felicitaciones, también de mi parte.
Saludos.

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fangio
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Mensaje por fangio » Dom May 28, 2006 2:38 am

Gracias muchachos!
Y pensar que ya desde la época de Napoleón, y la Guerra de Revolución Norteamericana incluso, se recurrió a este método.
Saludos,

FANGIO

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Mensaje por TMV » Dom May 28, 2006 5:55 pm

Hola Fangio, una exposición realmente brillante, conocía someramente la falsificación de divisas llevada a cabo por el gobierno nazi, pero desconocía su alcance y métodos.

Felicidades por el trabajo.

TMV
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fangio
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Mensaje por fangio » Lun May 29, 2006 1:38 pm

Gracias TMV por tus palabras.
Es increíble porque cuando transcribí este artículo no pensé que iba a gustar tanto. Por el contrario, hubo otros que pensé que iban a gustar más y no pasó nada. Y bue... así son las cosas nomás.
Saludos,

FANGIO

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Mensaje por Calígula » Sab Jun 03, 2006 12:16 pm

Fangio escribió:Y pensar que ya desde la época de Napoleón, y la Guerra de Revolución Norteamericana incluso, se recurrió a este método
Tambien durante la IGM se habian realizado timidos intentos de falsificacion en ambos bandos, pero nunca pasaron a mas y no merecen, como mucho, apenas un recuerdo anecdotico.
Fangio escribió:Nunca se sabrá la verdadera cantidad de billetes falsos emitidos por los nazis, aunque se calcula que habrá sobrepasado los quinientos mil millones de dólares
En Octubre de 1955, Kruger envio una carta, sellada en suiza, al periodico dominical ingles Sunday Dispatch, absorvido 6 años despues por el Sunday Express, haciendo precisiones a los trabajos publicados por McNally y F. Sondern en 1952, y el muy reciente entonces de Walter Hagen, en relacion con la cantidad total de billetes que la imprenta Sachsenhausen emitio. Que fueron (Siempre en opinion de kruger) 9.100.000 en ejemplares de 5, 10, 10 y 50 libras, con un valor total de 118 millones de libras esterlinas.
Heinrich Heine [i]Allí donde se queman los libros, se terminaran quemando personas[/i]

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beltzo
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Mensaje por beltzo » Dom Jun 04, 2006 2:33 am

Hola a Todos:

Esto es lo que dice al respecto el relato del Comandante George J. Macnally y Frederic Sondern hijo, titulado "El gran complot nazi de falsificación" que aparece en Historias Secretas de la Última Guerra, Selecciones del Reader’s Digest.

[Terminada nuestra investigación, nos dimos a sacar la cuenta de la producción total de la Operación Bernhard. Era algo espantoso. Según la libreta de Oscar Skala* y las declaraciones concurrentes de otros trabajadores de Krüger, la fábrica de éste produjo casi nueve millones de billetes del Banco de Inglaterra, con un valor par de 140 millones de libras esterlinas, aproximadamente. De esta suma, 1.500.000 libras fueron enviadas a Turquía y al Cercano Oriente; 3.000.000 fueron distribuidas por la 6-F-4 en Francia y los Países Bajos; 7.500.000 pagaron facturas alemanas en España, Portugal, Suiza y los países escandinavos. Otros 62.000.000 de libras escaparon de ser quemados en Redl Zipf y fueron pescadas en el Río Enns por austríacos, rusos, norteamericanos e ingleses, o escondidas por los soldados de las tropas de asalto.]

*Oscar Skala, era un prisionero político de origen checo que había apuntado en una libreta la tarea diaria de los trabajos de falsificación.

Saludos
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Jan7
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Mensaje por Jan7 » Sab Jul 08, 2006 3:53 pm

Acabo de llegar a este foro- me registré hace unos días- Y me encuentro este titular. Abro el post y comienzo a leeer. y sigo leyendo. Hasta el final. Apasionante y apasionado por la lectura de estas líneas. Y la verdad que te ha merecido la pena esta magnífica transcripción. Hoy he vuelto a leerla, y me he dicho: Tengo que hacer una cosa muy importante:

Felicitar al autor Y de verdad
Hip, Hip
Hip, Hip
Hip, Hip
Hip, Hip
¡HURRA!
73 y buenos DX de Jan7

La llave de la libertad es la sabiduria. El cerrojo de la esclavitud la ignorancia

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fangio
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Mensaje por fangio » Dom Jul 09, 2006 3:07 am

Muchas gracias por los Hip, Hip, Hurra! y por tu foto también Jan7. Me alegra mucho que este artículo haya gustado, la historia es realmente increíble, tratar de vencer a un país arruinándole su economía.
Saludos,

FANGIO

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