Winston Leonard Spencer-Churchill
Publicado: Sab Sep 18, 2010 5:12 am
Capítulo 12. La pintura, la lectura y el teatro como psicoterapia.
El revés en marzo de 1915 en los Dardanelos motivó ataques y críticas implacables contra Churchill, causándole un impacto negativo a su estilo de vida, a su temperamento y a su actividad política. Así, el cargo de Primer Lord del Almirantazgo había tocado a su fin, y algunos comentaristas y opositores llegaron hasta a decir que “su carrera política estaba igualmente acabada”, hecho que lo llevó a presentar frecuentes crisis depresivas.
En medio de todos los vaivenes que caracterizaron la batalla, el veredicto de la exhaustiva investigación que patrocinó el gobierno británico, fue que “Winston Churchill, como Primer Lord del Almirantazgo, no había cometido ningún error y que Kitchener (como Ministro de Guerra), y Asquiith (como Primer Ministro), era tan culpables de la mal proyectada campaña como Churchill”.
Sin embargo, la culpa cayó inevitablemente sobre Winston, quien buscaba ganar la guerra en un solo golpe, iniciando una campaña sin tener paciencia de convencer a Kitchener acerca de la conveniencia de realizar una operación conjunta de la armada y las tropas de tierra. De un momento a otro, pasó de Primer Lord del Almirantazgo a Mayor en las trincheras, hecho que lo llevó a una profunda desilusión.
Agobiado de problemas de toda índole buscaba descansos de fin de semana fuera de Londres. Esto lo llevó a tomar en alquiler una casa de campo, Hoe Farm, ubicada cerca de Agoldming en Surrey, un hermoso valle de la campiña inglesa. Sencilla, sin lujos pero con un acogedor ambiente, se constituyó en un amable sitio de reunión a donde convidaba familiares y amigos a beber champagne fría, degustar sus comidas favoritas, tomar luego de ellas un Cognac Hine y por supuesto fumar un fino cigarro habano.
Recién instalado en Hoe Farm, invitó a su cuñada Goonie, entusiasta pintora, a pasr el fin de semana con su familia. Ella se propuso, debido a su buen sentido artístico y agradable temperamento, pintar para los Churchill la bella pero modesta casa de campo con su romántica entrada, sus lindos jardines y sus árboles centenarios. Sobre el caballete de Goonie y ante un hermoso paisaje, Winston practicó un ensayo de acuarela que fue verdaderamente lamentable y luego otro de óleo sobre lienzo que motivó la risa de todos los presentes, pero que lo llevaron al consentimiento de que la pintura podía constituir para él un escape y una terapia para olvidar sus problemas y para la terrible depresión que lo perseguía y con frecuencia lo acompañaba.
La gran afición por la pintura que lo llevó a ser un destacado artista, lo acompañó hasta muy avanzada edad, le tranquilizaba y le permitía afrontar con responsabilidad, inteligencia y energía todos los vaivenes de la vida. Él mismo, sin tener conocimiento de medicina, comprendió que la pintura era una hermosa y efectiva terapia para la estúpida depresión que llevaba en sus genes.
Phillis Moir quien por años fue su secretaria privada, decía: “La pintura parece ser el entretenimiento favorito del Sr Churchill para descansar su mente; en ella se encuentra la válvula de escape que necesita su energía creadora”. Tenía 41 años y así superó la idea de irse de Inglaterra con el cargo de Gobernador General y Comandante en Jefe de África Oriental Británica, que el Primer Ministro Herbert Asquit le negó diciéndole: “Estamos sufriendo de carencia de cerebros en los altos comandos”. El joven y combativo estadista tenía ya dos hijos, Diana y Randolph, a quien desde entonces preparaba para ser su heredero político.
Alguna vez para su libro Pensamientos y Aventuras escribió: “La pintura vino en mi auxilio en una época muy penosa y ardua…es un compañero con el cual se puede esperar andar gran parte de la jornada de la vida. Es una amiga que no tiene excesivas exigencias, su pasión no acarrea excitaciones agotadoras y apremiantes, nos sigue fielmente en el camino, aunque sus pasos sean débiles y sostiene su lienzo como una pantalla entre nosotros y los ojos envidiosos del tiempo o el sombrío avance de la crepitud. Felices los pintores que nunca estarán solos. Luz y color, paz y esperanza, les harán compañía hasta el fin, o casi hasta el fin del día”.
“La pintura como distracción es completa. Yo no sé nada que, sin agotar el cuerpo, absorba más totalmente la imaginación. Cualesquiera que sean las preocupaciones de la hora, o las amenazas del futuro; una vez la pintura ha empezado a invadirla no hay espacio para ellas en la pantalla mental. Se desvanecen en la oscuridad y en la sombra. Todas las propias luces del espíritu se concentran en la tarea. El tiempo se mantiene a una prudente distancia y sólo después de muchas vacilaciones, la llamada a comer golpea malhumorada la puerta”.
Pintar, como puede observarse en las líneas anteriores, se constituyó para Churchill parte esencial de su vida y se sabe que en todos sus viajes, fueran de descanso o de trabajo, llevaba consigo el caballete, lienzos, paletas, pinceles y finos colores de óleo. Es conocido por ejemplo, que en noviembre de 1915 llevó a Flandes todo su menaje, y allí desde las trincheras pintaba. También que en Laurence Farm (Francia) en medio de intensos bombardeos, asombró a la tropa montando un caballete y poniéndose a pintar una arruinada granja perforada por los proyectiles enemigos. En unas vacaciones en el sur de Francia en 1935 logró un bello cuadro del Castillo de Maxine Elliot, cerca a Canes.
Aunque fue un pintor autodidacta, pues no contó con un entrenamiento formal en esta disciplina, tuvo la suerte de tener el consejo y la asesoría de destacadas personalidades como el pintor norteamericano John Singer Sargent, bajo cuya dirección logró cuadros famosos como “Two glasses on a verandah” y “The ruins of Arras Cathedral”. W.R. Schert, amigo de la madre de Clementine le indicó cómo preparar correctamente los lienzos y manejar adecuadamente las pinturas y los pinceles. Le enseñó además la técnica de “linterna mágica” que consiste en tomarle fotografías ampliadas a los lienzos con las que el pintor se ayuda en los temas de composición. Tea at Chartwell que pintó en 1920 y en el que él aparece, fue realizada con la técnica mencionada.
Otros de sus asesores y orientadores en la pintura fueron sir John Lavery y su encantadora esposa Haissel. Sir Lavery era su vecino en Londres y famoso pintor de retratos al óleo. Por los años 30 Paul Maze, destacado pintor francés radicado en Inglaterra y William Nicholson, tuvieron gran influencia en la formación de Churchill como pintor quién se distinguió básicamente en paisajes, interiores, naturaleza muerta y estudios de flores, habiendo aventurado también en forma ocasional realizar retratos como los de Sir Archibal Sinclair y Lady Castlerosse.
Pero es de advertir que, de estudiante en Harrow en 1890, había recibido algunas clases elementales de pintura materia obligada que fueron sus primeros pasos en esta disciplina. Desde allí alguna vez escribía a su madre: “Pequeños paisajes y puentes y ese tipo de cosas, ya estoy por empezar a sombrear el sepia”.
Sus inclinaciones hacia el arte de pintar eran muy definidas y tradicionales, hasta el punto que su amigo y admirador Alfred Munnings le preguntó en una tertulia que si se encontrara caminando por Picadilli, frente a frente con Pablo Picasso qué haría. A lo cual Churchill le contestó furioso, luego de darle un largo chupón a su cigarro: “Pues le daría una patada por el culo”. Esto jamás pudo cumplirse, pues a pesar de que los dos pintores frecuentaban sitios comunes en Francia, nunca se encontraron.
Durante la Segunda Guerra Mundial, por causas no bien conocidas suspendió temporalmente su afición; pintó únicamente un cuadro que llamó El París del Sahara que obsequió al Presidente Roosevelt. Pero es sabido que después de la Conferencia de Casablanca en enero de 1943, produjo un bello cuadro cuyo fondo son las altas montañas de Villa Taylor cerca a la ciudad de Marrakesh y que en 1954 después de su derrota electoral tomó de nuevo el pincel.
Sus éxitos en el arte finamente cultivado lo llevaron a merecer grandes distinciones. En 1947, por sugerencia del Presidente de la Royal Academy of Painting, Sir Alfred Munning, recibió un premio de la mencionada institución, para luego ser aceptado como su Miembro Honorario. En 1955 tuvo el privilegio y la distinción de presentar una exposición individual en La Diploma Gallery de la Royal Academy, que constituyó uno de los acontecimientos más visitados por los artistas ingleses y de otros países de europa continental.
Los guías turísticos de Chartwell, que desde poco antes de su fallecimiento en 1965 se constituyó en un hermoso museo en manos de The National Trust, anotan que existen cerca de 500 pinturas de su autoría, 125 de ellas en los salones de la que fue por muchos años su adorada caso de campo en Westerham, Kent, y lugar de reuniones familiares y políticas de la mayor trascendencia en la historia de Inglaterra del siglo XX.
Los efectos benéficos de la pintura, que por un lado lo llenaban de satisfacción y por otro lo alejaban de sus constantes preocupaciones que lo deprimían, los plasmó en un pequeño libro que tituló Painting as a pastime. En él menciona sus primeros pasos en el arte de pintar y destaca a todos los personajes que lo orientaron y le dieron su apoyo. Además afirma que encontró en la pintura una verdadera y positiva terapia mental que lo alejaba del perro negro.
Muchas de sus pinturas se encuentran hoy en manos de coleccionistas privados, y se sabe que un bello paisaje en óleo sobre lienzo, perteneció a Aristóteles Onassis, quien fue su gran amigo y que exhibía con orgullo en uno de los salones del yate Christina. Uno de los mejores cuadros pintados por él tiene como elementos de composición una botella de whiski escocés y otra de brandy, juntamente con una jarra de agua y dos grandes vasos de cristal.
Churchill, ya de hombre maduro, era un asiduo lector y la lectura le producía sensaciones placenteras. Por una parte, necesitaba estar plenamente informado de los asuntos políticos y económicos de la Gran Bretaña; aseguraba que leer y pintar eran a no dudarlo, escapes a las tensiones diarias y a sus episodios depresivos. Leía historia, literatura, novelas de célebres autores contemporáneos, libros de táctica militar y por supuesto, se devoraba los diarios londinenses.
Hace unos siglos la lectura ya era recomendada e indicada como psicoterapia. George Heinrich Götse (1667-1728), célebre clérigo luterano, instala una biblioteca para enfermos e intenta con ella aprovechar la lectura como terapéutica para “ciertos pacientes nerviosos”.
En los siglos XVIII y XIX se menciona la biblioterapia en diversos escritos médicos, y en la psiquiatría posterior a 1800, leer diversos temas se considera benéfico para enfermos depresivos.
La lectura superficial y frívola jamás fue de su interés y la forma como seleccionaba los libros ponía de manifiesto un criterio inteligentísimo y un gusto refinado en las obras que compraba. En un departamento que ocupó por alguna época en el barrio Mayfir en Londres, los libros inundaban el estudio, la sala de recibo, el dormitorio y hasta el cuarto de baño en donde había colocado unos anaqueles especiales para colocarlos. En Chartwell Manor, su caso de campo, la situación era similar y se dice que lo más selecto de sus libros los ubicaba allí. Somerst Maughan, Rudy Kipling, Walter Scott y Robert Louis, ocupaban lugares importantes en la biblioteca.
En sus primeros pasos de lector se inició con la Biblia, para luego continuar con Darwin y Malthus. Gibbon y Maculay, también por esos tiempos fueron cuidadosamente estudiados. Más adelante concentró sus lecturas en la historia, biografías y libros que versan sobre estrategia militar en lo que fue un experto. También incursionó en la poesía, lo cual le motivó hacer una excelente amistad con el poeta inglés A.E Housman quien le prologó el primer volumen de su obra La Crisis del Mundo. Nunca pudo abandonar el hábito de la lectura, que Lord Moran, quien fuera su médico por muchos años, le cultivaba pues entendía que leer lo apartaba del perro negro.
Muchos de sus biógrafos cuentan que el arte escénico era también de sus preferencias. Ya de hombre importante, cada vez que sus múltiples ocupaciones y compromisos se lo permitían, asistía al teatro para, como él mismo decía “recrear el espíritu con el espectáculo”. Revistas de brillantes candilejas y alegres comedias musicales lo llenaban de alegría y optimismo; procuraba siempre asistir al teatro acompañado de sus hijas.
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Bottlescape
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Saludos
El revés en marzo de 1915 en los Dardanelos motivó ataques y críticas implacables contra Churchill, causándole un impacto negativo a su estilo de vida, a su temperamento y a su actividad política. Así, el cargo de Primer Lord del Almirantazgo había tocado a su fin, y algunos comentaristas y opositores llegaron hasta a decir que “su carrera política estaba igualmente acabada”, hecho que lo llevó a presentar frecuentes crisis depresivas.
En medio de todos los vaivenes que caracterizaron la batalla, el veredicto de la exhaustiva investigación que patrocinó el gobierno británico, fue que “Winston Churchill, como Primer Lord del Almirantazgo, no había cometido ningún error y que Kitchener (como Ministro de Guerra), y Asquiith (como Primer Ministro), era tan culpables de la mal proyectada campaña como Churchill”.
Sin embargo, la culpa cayó inevitablemente sobre Winston, quien buscaba ganar la guerra en un solo golpe, iniciando una campaña sin tener paciencia de convencer a Kitchener acerca de la conveniencia de realizar una operación conjunta de la armada y las tropas de tierra. De un momento a otro, pasó de Primer Lord del Almirantazgo a Mayor en las trincheras, hecho que lo llevó a una profunda desilusión.
Agobiado de problemas de toda índole buscaba descansos de fin de semana fuera de Londres. Esto lo llevó a tomar en alquiler una casa de campo, Hoe Farm, ubicada cerca de Agoldming en Surrey, un hermoso valle de la campiña inglesa. Sencilla, sin lujos pero con un acogedor ambiente, se constituyó en un amable sitio de reunión a donde convidaba familiares y amigos a beber champagne fría, degustar sus comidas favoritas, tomar luego de ellas un Cognac Hine y por supuesto fumar un fino cigarro habano.
Recién instalado en Hoe Farm, invitó a su cuñada Goonie, entusiasta pintora, a pasr el fin de semana con su familia. Ella se propuso, debido a su buen sentido artístico y agradable temperamento, pintar para los Churchill la bella pero modesta casa de campo con su romántica entrada, sus lindos jardines y sus árboles centenarios. Sobre el caballete de Goonie y ante un hermoso paisaje, Winston practicó un ensayo de acuarela que fue verdaderamente lamentable y luego otro de óleo sobre lienzo que motivó la risa de todos los presentes, pero que lo llevaron al consentimiento de que la pintura podía constituir para él un escape y una terapia para olvidar sus problemas y para la terrible depresión que lo perseguía y con frecuencia lo acompañaba.
La gran afición por la pintura que lo llevó a ser un destacado artista, lo acompañó hasta muy avanzada edad, le tranquilizaba y le permitía afrontar con responsabilidad, inteligencia y energía todos los vaivenes de la vida. Él mismo, sin tener conocimiento de medicina, comprendió que la pintura era una hermosa y efectiva terapia para la estúpida depresión que llevaba en sus genes.
Phillis Moir quien por años fue su secretaria privada, decía: “La pintura parece ser el entretenimiento favorito del Sr Churchill para descansar su mente; en ella se encuentra la válvula de escape que necesita su energía creadora”. Tenía 41 años y así superó la idea de irse de Inglaterra con el cargo de Gobernador General y Comandante en Jefe de África Oriental Británica, que el Primer Ministro Herbert Asquit le negó diciéndole: “Estamos sufriendo de carencia de cerebros en los altos comandos”. El joven y combativo estadista tenía ya dos hijos, Diana y Randolph, a quien desde entonces preparaba para ser su heredero político.
Alguna vez para su libro Pensamientos y Aventuras escribió: “La pintura vino en mi auxilio en una época muy penosa y ardua…es un compañero con el cual se puede esperar andar gran parte de la jornada de la vida. Es una amiga que no tiene excesivas exigencias, su pasión no acarrea excitaciones agotadoras y apremiantes, nos sigue fielmente en el camino, aunque sus pasos sean débiles y sostiene su lienzo como una pantalla entre nosotros y los ojos envidiosos del tiempo o el sombrío avance de la crepitud. Felices los pintores que nunca estarán solos. Luz y color, paz y esperanza, les harán compañía hasta el fin, o casi hasta el fin del día”.
“La pintura como distracción es completa. Yo no sé nada que, sin agotar el cuerpo, absorba más totalmente la imaginación. Cualesquiera que sean las preocupaciones de la hora, o las amenazas del futuro; una vez la pintura ha empezado a invadirla no hay espacio para ellas en la pantalla mental. Se desvanecen en la oscuridad y en la sombra. Todas las propias luces del espíritu se concentran en la tarea. El tiempo se mantiene a una prudente distancia y sólo después de muchas vacilaciones, la llamada a comer golpea malhumorada la puerta”.
Pintar, como puede observarse en las líneas anteriores, se constituyó para Churchill parte esencial de su vida y se sabe que en todos sus viajes, fueran de descanso o de trabajo, llevaba consigo el caballete, lienzos, paletas, pinceles y finos colores de óleo. Es conocido por ejemplo, que en noviembre de 1915 llevó a Flandes todo su menaje, y allí desde las trincheras pintaba. También que en Laurence Farm (Francia) en medio de intensos bombardeos, asombró a la tropa montando un caballete y poniéndose a pintar una arruinada granja perforada por los proyectiles enemigos. En unas vacaciones en el sur de Francia en 1935 logró un bello cuadro del Castillo de Maxine Elliot, cerca a Canes.
Aunque fue un pintor autodidacta, pues no contó con un entrenamiento formal en esta disciplina, tuvo la suerte de tener el consejo y la asesoría de destacadas personalidades como el pintor norteamericano John Singer Sargent, bajo cuya dirección logró cuadros famosos como “Two glasses on a verandah” y “The ruins of Arras Cathedral”. W.R. Schert, amigo de la madre de Clementine le indicó cómo preparar correctamente los lienzos y manejar adecuadamente las pinturas y los pinceles. Le enseñó además la técnica de “linterna mágica” que consiste en tomarle fotografías ampliadas a los lienzos con las que el pintor se ayuda en los temas de composición. Tea at Chartwell que pintó en 1920 y en el que él aparece, fue realizada con la técnica mencionada.
Otros de sus asesores y orientadores en la pintura fueron sir John Lavery y su encantadora esposa Haissel. Sir Lavery era su vecino en Londres y famoso pintor de retratos al óleo. Por los años 30 Paul Maze, destacado pintor francés radicado en Inglaterra y William Nicholson, tuvieron gran influencia en la formación de Churchill como pintor quién se distinguió básicamente en paisajes, interiores, naturaleza muerta y estudios de flores, habiendo aventurado también en forma ocasional realizar retratos como los de Sir Archibal Sinclair y Lady Castlerosse.
Pero es de advertir que, de estudiante en Harrow en 1890, había recibido algunas clases elementales de pintura materia obligada que fueron sus primeros pasos en esta disciplina. Desde allí alguna vez escribía a su madre: “Pequeños paisajes y puentes y ese tipo de cosas, ya estoy por empezar a sombrear el sepia”.
Sus inclinaciones hacia el arte de pintar eran muy definidas y tradicionales, hasta el punto que su amigo y admirador Alfred Munnings le preguntó en una tertulia que si se encontrara caminando por Picadilli, frente a frente con Pablo Picasso qué haría. A lo cual Churchill le contestó furioso, luego de darle un largo chupón a su cigarro: “Pues le daría una patada por el culo”. Esto jamás pudo cumplirse, pues a pesar de que los dos pintores frecuentaban sitios comunes en Francia, nunca se encontraron.
Durante la Segunda Guerra Mundial, por causas no bien conocidas suspendió temporalmente su afición; pintó únicamente un cuadro que llamó El París del Sahara que obsequió al Presidente Roosevelt. Pero es sabido que después de la Conferencia de Casablanca en enero de 1943, produjo un bello cuadro cuyo fondo son las altas montañas de Villa Taylor cerca a la ciudad de Marrakesh y que en 1954 después de su derrota electoral tomó de nuevo el pincel.
Sus éxitos en el arte finamente cultivado lo llevaron a merecer grandes distinciones. En 1947, por sugerencia del Presidente de la Royal Academy of Painting, Sir Alfred Munning, recibió un premio de la mencionada institución, para luego ser aceptado como su Miembro Honorario. En 1955 tuvo el privilegio y la distinción de presentar una exposición individual en La Diploma Gallery de la Royal Academy, que constituyó uno de los acontecimientos más visitados por los artistas ingleses y de otros países de europa continental.
Los guías turísticos de Chartwell, que desde poco antes de su fallecimiento en 1965 se constituyó en un hermoso museo en manos de The National Trust, anotan que existen cerca de 500 pinturas de su autoría, 125 de ellas en los salones de la que fue por muchos años su adorada caso de campo en Westerham, Kent, y lugar de reuniones familiares y políticas de la mayor trascendencia en la historia de Inglaterra del siglo XX.
Los efectos benéficos de la pintura, que por un lado lo llenaban de satisfacción y por otro lo alejaban de sus constantes preocupaciones que lo deprimían, los plasmó en un pequeño libro que tituló Painting as a pastime. En él menciona sus primeros pasos en el arte de pintar y destaca a todos los personajes que lo orientaron y le dieron su apoyo. Además afirma que encontró en la pintura una verdadera y positiva terapia mental que lo alejaba del perro negro.
Muchas de sus pinturas se encuentran hoy en manos de coleccionistas privados, y se sabe que un bello paisaje en óleo sobre lienzo, perteneció a Aristóteles Onassis, quien fue su gran amigo y que exhibía con orgullo en uno de los salones del yate Christina. Uno de los mejores cuadros pintados por él tiene como elementos de composición una botella de whiski escocés y otra de brandy, juntamente con una jarra de agua y dos grandes vasos de cristal.
Churchill, ya de hombre maduro, era un asiduo lector y la lectura le producía sensaciones placenteras. Por una parte, necesitaba estar plenamente informado de los asuntos políticos y económicos de la Gran Bretaña; aseguraba que leer y pintar eran a no dudarlo, escapes a las tensiones diarias y a sus episodios depresivos. Leía historia, literatura, novelas de célebres autores contemporáneos, libros de táctica militar y por supuesto, se devoraba los diarios londinenses.
Hace unos siglos la lectura ya era recomendada e indicada como psicoterapia. George Heinrich Götse (1667-1728), célebre clérigo luterano, instala una biblioteca para enfermos e intenta con ella aprovechar la lectura como terapéutica para “ciertos pacientes nerviosos”.
En los siglos XVIII y XIX se menciona la biblioterapia en diversos escritos médicos, y en la psiquiatría posterior a 1800, leer diversos temas se considera benéfico para enfermos depresivos.
La lectura superficial y frívola jamás fue de su interés y la forma como seleccionaba los libros ponía de manifiesto un criterio inteligentísimo y un gusto refinado en las obras que compraba. En un departamento que ocupó por alguna época en el barrio Mayfir en Londres, los libros inundaban el estudio, la sala de recibo, el dormitorio y hasta el cuarto de baño en donde había colocado unos anaqueles especiales para colocarlos. En Chartwell Manor, su caso de campo, la situación era similar y se dice que lo más selecto de sus libros los ubicaba allí. Somerst Maughan, Rudy Kipling, Walter Scott y Robert Louis, ocupaban lugares importantes en la biblioteca.
En sus primeros pasos de lector se inició con la Biblia, para luego continuar con Darwin y Malthus. Gibbon y Maculay, también por esos tiempos fueron cuidadosamente estudiados. Más adelante concentró sus lecturas en la historia, biografías y libros que versan sobre estrategia militar en lo que fue un experto. También incursionó en la poesía, lo cual le motivó hacer una excelente amistad con el poeta inglés A.E Housman quien le prologó el primer volumen de su obra La Crisis del Mundo. Nunca pudo abandonar el hábito de la lectura, que Lord Moran, quien fuera su médico por muchos años, le cultivaba pues entendía que leer lo apartaba del perro negro.
Muchos de sus biógrafos cuentan que el arte escénico era también de sus preferencias. Ya de hombre importante, cada vez que sus múltiples ocupaciones y compromisos se lo permitían, asistía al teatro para, como él mismo decía “recrear el espíritu con el espectáculo”. Revistas de brillantes candilejas y alegres comedias musicales lo llenaban de alegría y optimismo; procuraba siempre asistir al teatro acompañado de sus hijas.
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