La última horca, Eichmann es ajusticiado en 1962

Todos los personajes de la Segunda Guerra Mundial

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Erich Hartmann
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Mensaje por Erich Hartmann » Mar Ago 19, 2008 6:24 pm

LAS ÚLTIMAS PALABRAS EN EL PATÍBULO

"Toda mi culpa proviene de la obediencia", dijo Eichmann al abogado defensor en un coloquio que tuvo con él al día siguiente de la condena a muerte. En aquel encuentro el acusado discutió durante una hora con el propio jurista los términos del recurso de apelación que fue llevado a la sala, el 22 de marzo de 1962, del Tribunal Supremo de Israel, presidida por el doctor Oishan, y el debate duró solamente una semana. Acusación y defensa se limitaron a repetir sus argumentos. El Tribunal se aplazó, entrando de nuevo en la sala el 29 de mayo para confirmar la condena. Aquella misma tarde el doctor Servatius tuvo un coloquio con Eichmann sin saber que sería el último y que no vería más a su cliente. El encuentro tuvo lugar en el locutorio de la cárcel: el acusado estaba sentado al otro lado de una gruesa plancha de vidrio y para hablar el jurista y el condenado tenían que servirse de un micrófono. Servatius le dijo que "la situación parecía bastante mala". "Tanto peor", respondió Eichmann haciendo un gesto vago con la mano; "No puedo cambiar todo el asunto". Estaba tranquilo, casi indiferente. El abogado le sugirió que enviara una demanda de gracia al Presidente de Israel, Ben Zvi. Eichmann la preparó en menos de una hora, "siguiendo las instrucciones de mi abogado", y, al día siguiente, 30, Servatius la entregó en la Secretaría. Después partió inmediatamente en avión a Alemania; su intención era la de dirigirse a un Tribunal alemán para que obtuviese del Gobierno Federal la petición de extradición para Eichmann. No llegó a tiempo; durante la parada en Roma supo lo que había sucedido en Jerusalén en aquellas horas.

A las 22 del jueves 31 de mayo Eichmann fue informado de que la demanda de gracia no había sido aceptada y que la ejecución se efectuaría de allí a poco. Los israelíes parecían tener prisa, quizá porque, en su país, el viernes, el sábado y el domingo son días festivos y habría habido que esperar hasta el lunes siguiente.

Eichmann aguardó la muerte paseando en su celda de nueve metros cuadrados, con las paredes blancas de cal y cubiertas, en parte, por colchones de goma-espuma. No comió, bebió solamente media botella de vino tinto. A las 22,45 vinieron a llevárselo. Con un gesto cortés rechazó la asistencia del pastor protestante Hull. De su celda a la cámara de la muerte había unos cincuenta metros y él los recorrió tranquilo, con las muñecas apretadas por las esposas detrás de la espalda y la camisa abierta por el cuello. Ante el nudo corredizo, con dignidad, rechazó el capuchón negro, pero pidió que no le atasen demasiado fuerte las cuerdas a los tobillos y a las rodillas, ya que quería permanecer erguido, de pie, por si solo. Después se dirigió a los presentes: "En breve, señores —dijo—, nos volveremos a ver. Este es el destino de todos los hombres. Viva Alemania, Argentina, Austria. No las olvidaré". Un minuto después estaba muerto; el reloj de la cárcel señalaba las 23,10. El cuerpo de Eichmann fue incinerado y las cenizas fueron dispersas en el Mediterráneo, en las orillas que bañan Israel.


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Mensaje por Erich Hartmann » Lun Ago 25, 2008 3:53 pm

PERPLEJIDAD Y CRITICAS POR LA SENTENCIA DE JERUSALÉN

Nadie duda de que Eichmann sea culpable: "No puedo decir que tenga las manos limpias", declaró él mismo en el expediente y lo repite en el debate. "Estoy dispuesto a expiar personalmente por las cosas terribles que han acaecido, y sé que es posible que tenga que afrontar la condena a muerte. No puedo pedir misericordia porque no la merezco. Estoy dispuesto a ser ahorcado en público, para que para todos los antisemitas del mundo se ponga de manifiesto el terrible carácter de estos acontecimientos. Quizá debiera escribir un libro como advertencia para todos los jóvenes". Sin embargo, cuando el presidente Landau le lee los quince documentos de imputación, habiendo cometido, "en colaboración con otros, crímenes contra el pueblo judío, crímenes contra la Humanidad y crímenes de guerra", Eichmann —repitiendo la fórmula de Goering en Nuremberg— responde: "No culpable en el sentido de la acusación". Más tarde, Servatius explicará que su cliente pretendía decir que "se siente culpable ante Dios, no ante la ley", repudiando de tal modo, aunque débilmente, la validez de un tribunal israelí, como representante de una parte en causa, y la acusación específica de "haber causado el exterminio de millones de judíos". La "solución final del problema judío" no tuvo necesidad de muchos organizadores, sino de algunos ejecutores y que, se quiera o no, el principal de estos últimos no fue Eichmann. Ante todo, por la esfera de las atribuciones, es difícil establecer con exactitud cómo funcionaba la máquina burocrático-terrorista de las SS y del nazismo; la diabólica mente de Hitler la había construido de modo que, en cuestión de atribuciones, nadie supiese nunca con precisión hasta qué límites podía llegar, un poco como sucede en el juego del póker. Hasta Eichmann, en Jerusalén, intentó explicarla, en vano, a los jueces, recurriendo a quince cuadros multicolores y sirviéndose, incluso, de los textos escritos sobre el tema por los dos autores, precisamente judíos, Reitlinger y Poliakov. Desde 1939, todas las policías alemanas se habían agrupado en la RSHA, sigla de Reichssicherheitshauptamt, u Oficina Central para la Seguridad del Reich, a cuya cabeza se había puesto a Heydrich y, a su muerte (1942), Kaltenbrunner. Uno de los seis principales departamentos de la RSHA era la sección IV, conocida impropiamente como Gestapo y dirigida por el general de las SS Heinrich Müller, apodado por esto "Gestapo" Müller. Cada sección estaba dividida en oficinas, o Amter.

La IV sección estaba constituida por seis de ellas, contraseñada cada una por una letra del alfabeto: A) adversarios del nazismo; B) actividad de las iglesias; C) internamientos; D) territorios ocupados; E) contraespionaje; E) policía de frontera. La oficina B ("actividad de las iglesias") se ocupaba de católicos, protestantes, sectas diversas, judíos y masones y, a su vez, estaba subdividida en cinco suboficinas contraselladas por números árabes: el número 4, mandado por Eichmann, estaba encargado de la "solución final del problema judío". Por esto, la oficina de Eichmann tenia la sigla IV-B-4 de la RSHA. Según el testimonio de Mildner, jefe de la Gestapo de la Alta Silesia (donde se encontraba Auschwitz), los trámites burocráticos eran los siguientes: Himmler impartía las órdenes de deportación, por escrito, a Kaltenbrunner; éste las notificaba a "Gestapo" Müller y éste, a su vez, las transmitía oralmente a Eichmann. En Alemania, sin embargo, tras la conferencia de Gross Wannsee, en enero de 1942, que había codificado el exterminio de los once millones de judíos de Europa, fueron varias las organizaciones nazis que se ocuparon a su manera y, a veces, con proyectos propios e iniciativas autónomas, de "resolver la cuestión judía", no siendo último el Ministerio de Asuntos Exteriores. Eichmann, como dirá en Jerusalén, debía coordinar "estos esfuerzos" y poner "orden en el caos más completo". Él era el hombre que podía hacerlo, porque su oficina IV B-4 tenía en la mano la llave sin la cual las ideas de Hitler y de Himmler habrían permanecido como tales: los transportes. Aunque no era Eichmann quien destinaba los judíos a la muerte, es decir, quien les infligía de manera específica esta condena (pero los jueces de Jerusalén sentenciaron justamente que "la responsabilidad jurídica y moral de quien entrega la victima al verdugo no es, a nuestro juicio, menor y puede ser incluso mayor que la responsabilidad de quien hace morir a la victima"), era él quien: a) establecía cuántos judíos podían, o debían, ser deportados de una zona dada; b) pedía ayuda a las autoridades de los países ocupados o aliados para los rastreos de judíos; c) obtenía los permisos del Ministerio de Transportes y el material móvil de los ferrocarriles; d) establecía las fechas y los horarios de los convoyes, tanto de salida como de llegada, teniendo presente las "necesidades" de los campos de exterminio; e) constituía "reservas" de judíos de manera que el "suministro" a los campos fuese regular y ningún convoy fuera "desperdiciado". Quizá la sentencia de Jerusalén exagera cuando atribuye a Eichmann "enormes poderes", si estas dos palabras son entendidas como hacer creer que aquél estaba al nivel operativo y decisorio de un Heydrich, a quien Reitlinger, con razón, define como "el verdadero ingeniero de la 'solución final'". Detrás de Eichmann actuaba —y no dependía en ningún modo de él— toda la organización de la Endlösung (solución final) para alejar a los judíos de la vida pública, para obligarlos a ser fichados, para obligarlos a llevar la estrella amarilla y ser reconocidos a primera vista, para encerrarlos en los "ghettos", y para vejarlos y perseguirlos de todos los modos, condicionándolos a confiar precisamente en el "traslado al Este", que, en realidad, significaba la muerte. Con ellos —y siempre fuera de las atribuciones de Eichmann— actuaban los diplomáticos para ejercer presiones sobre los Gobiernos de los países ocupados o aliados, con el fin de que deportasen a "sus" judíos y para que, deportándolos, no obrasen a tontas y a locas, sin tener en cuenta el desplazamiento de los campos de aniquilación o, sea como fuere, del consejo y de la colaboración nazi, y había expertos en derecho que tenían que transformar la condición del judío húngaro o italiano en la de apátrida, esencial para los fines nazis, ya que ningún país podría indagar sobre su destino, y el Estado en que residían podía confiscar sus bienes. Puede ser cierto que, en Budapest, en 1944, hablando con amigos, Eichmann dijera: "Cien muertos son una catástrofe, cinco millones son una estadística". Y puede ser cierta también la otra frase suya: "Las listas de los muertos judíos son mi lectura preferida antes de dormirme".

De cualquier modo, el proceso no halló pruebas seguras de que Eichmann hubiese matado a nadie por su propia mano. Se habló, vagamente, de una llamada telefónica a propósito de Yugoslavia, en la que aquél "aconsejaba el fusilamiento", y de un muchacho judío asesinado en Hungría. Sin embargo, es cierto que Eichmann creía en la "orden del Führer " y en el principio que dimanaba de ella. "Una ley es una ley y no puede haber excepciones", dijo en Jerusalén, citando a Kant a su modo. Y el "deber" de matarife lo cumplió hasta el final. A Himmler, que, a finales de 1944, le ordenaba que
suspendiera la "evacuación" de los judíos húngaros ("Si hasta ahora usted, Eichmann, se ha ocupado de liquidar a los judíos, de ahora en adelante tendrá buen cuidado de ellos; será su ama de cría. ¡Se lo ordeno yo!"), le respondió amenazando con "pedir al Führer nuevas instrucciones" y, como pondrá de manifiesto la sentencia, esto fue "todavía más grave que cien testimonios". En definitiva, no se puede decir ciertamente, ni, por otro lado, jamás fue comprobado, que Eichmann fuese un matarife, un asesino como, por ejemplo, su amigo Rudolf Hoess, el otro gélido burócrata de la muerte, que vio desfilar ante sí a los centenares de miles de personas que concluyeron su existencia en Auschwitz. El acusado que en Jerusalén miraba impasiblemente a los jueces desde su cabina de vidrio, no había sido, en efecto, ni una fiera humana, ni un verdadero genio del mal. La verdad pura y simple es que Eichmann era un vulgar "burócrata de la muerte", un gregario acrítico incapaz de pensar y decidir de manera autónoma y que, quizá inconscientemente, vertía su propia inseguridad en las manos de la autoridad, ocultando incluso a sí mismo esta renuncia con la fórmula de la "fidelidad a las órdenes". Basta, para probarlo, su lenguaje, carente de cultura y de fantasía; un alemán sumario constituido completamente por frases hechas, lugares comunes, tópicos, palabras de jerga y coloquialismos, tanto que se disculpó por ello con los jueces diciendo: "Mi única lengua es el lenguaje burocrático (Amtsprache)". El proceso duró 114 sesiones y acabó el 14 de agosto de 1961. El tribunal dio lectura a la sentencia en la que Eichmaah era reconocido culpable de las quince acusaciones, para doce de las cuales se preveía la pena de muerte: la primera, por haber causado el exterminio de millones de judíos; la segunda, por haber hecho vivir a millones de judíos en condiciones que, verosímilmente, habrían conducido a su destrucción física; la tercera, por haber provocado graves daños físicos y mentales; la cuarta, por haber ordenado que se impidieran los nacimientos y se interrumpiesen los embarazos entre las mujeres judías de Theresienstadt. Del quinto al duodécimo documentó de imputación estaban comprendidos los crímenes contra la Humanidad, tales como la persecución de los judíos por motivos raciales, religiosos y políticos, el saqueo de sus bienes, la deportación de gitanos, polacos y eslovenos. Del decimotercero al decimoquinto punto, se le reconocía culpable de haber formado parte de las SS, del SD y de la Gestapo, tres de las cuatro organizaciones declaradas "criminales" en Nuremberg: Servatius, en las conclusiones de la defensa, dijo que el acusado había cometido "acciones de Estado": lo que le había sucedido a él podía pasarle a cualquiera en el futuro. Era "una víctima expiatoria".

De cualquier modo, según la ley de su país de adopción. Argentina, los delitos habían prescrito el 5 de mayo de 1960, en vísperas de la captura, y no se le podía condenar a muerte, porque, en Alemania, el otro país de cuya ciudadanía habría podido alardear (¿sin razón?), se había abolido la pena capital. Habló también el acusado. Eichmann declaró que no había odiado nunca a los judíos y que no había deseado su exterminio.

Había obedecido a los jefes y los jefes habían abusado de esta virtud suya: "No soy el monstruo que han querido hacer de mí. Soy víctima de un equívoco".



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Mensaje por Erich Hartmann » Mar Ago 26, 2008 10:17 am

UNA PROPUESTA DE ASCENSO
  • El jefe de la Policía de Seguridad y del SD.
    I A 5 a Az. 2 188. Berlin SW 11 ... 19.
    Prinz-Albrechtstrasse 8.
    Llegado el: 14 de octubre de 1941 a la Oficina Central del Personal SS.
    Al Reichsführer SS.
    Oficina Central del Personal SS. Berlin.
    Asunto: SS Sturmbannführer, Adolf Eichmann n. SS 45.326.

    Con ruego de conceder al SS Sturmbannführer Adolf Eichmann el ascenso al grado de SS Obersturmhannführer.

    Propongo el susodicho ascenso en virtud de las prestaciones particularmente notables de Eichmann, el cual ha hecho méritos especiales por lo que respecta a la desjudaización de Austria. El trabajo de Eichmann ha permitido poner en lugar seguro inmensas fortunas a beneficio del Tercer Reich. También en el Protectorado, el trabajo de Eichmann, realizado con ejemplar espíritu de iniciativa y con la necesaria dureza, ha sido excelente. Es preciso añadir que Eichmann es notable, además, como comandante SS y durante años ha tenido parte activa en el movimiento nacionalsocialista austríaco, motivo por el cual fue despedido del empleo que entonces desarrollaba. Actualmente, Eichmann se ocupa de todas las cuestiones relativas a la evacuación y al traslado de población: vista la importancia de sus cometidos en este campo, considero útil el ascenso de grado de Eichmann, también por razones de servicio. Me permito aún hacer constar que el actual director de la oficina central para la emigración judía en Praga, el SS Hauptsturmführer Hans Günther ha sido propuesto para el ascenso al grado de SS Sturmbannführer por decreto del primero de julio de 1941 y que Eichmann ocupa un puesto jerárquicamente superior al suyo.

    Fdo. P. Streckenbach.
    SS Brigadeführer.

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Mensaje por Erich Hartmann » Mié Ago 27, 2008 12:34 pm

SU AUTOBIOGRAFÍA

Autobiografía de puño y letra de Eichmann, redactada por él en 1937 a petición de sus superiores.
  • Adolf Eichmann, SS Hauptscharführer. Berlín, 19 de julio de 1937

    Nací en Solingen (Renania), el 19 de marzo de 1906. Frecuenté las escuelas elementales y, durante cuatro años, las medias, en Linz, Austria, donde mi padre estaba empleado en la sociedad local de electricidad y transportes ferroviarios. Posteriormente, durante dos años, frecuenté la escuela técnico-profesional, siguiendo cursos de electrotecnia. De 1925 a 1927 fui empleado en la sección de suministros de la Oesterreichische Elektrobau A. G. Abandoné el puesto por propia iniciativa, por haberme ofrecido la Vacuum Oil Company de Viena que asumiera la representación de la firma para Austria. Hasta junio de 1933 trabajé para esta firma en Austria superior, en Salzburgo y en el Tirol septentrional. En junio de 1933 fui despedido por pertenecer al partido nacionalsocialista. El cónsul alemán en Linz me confirmó este hecho en una carta, cuya copia se acompaña al expediente I, en la oficina central SD. Después de ser durante cinco años miembro de la Frontkampfervereinigung (Asociación de combatientes del frente, conocida organización antimarxista) austroalemana, el primero de abril de 1932 entré a formar parte del Partido Nacionalsocialista de Austria, con el número de carnet 899.895. Al mismo tiempo, entré a formar parte de las SS con carnet número 45.326. Fui acogido oficialmente en la organización con motivo de la inspección realizada por el Reichsführer de las SS a las Schutzstaffeln (SS) de Austria superior en 1932. El primero de agosto de 1933, por orden del Gauleiter, camarada Bolleck, y del Partido Nacionalsocialista de Austria superior, me dirigí al campo de instrucción de Lechfeld para completar mi educación militar. El 29 de septiembre de 1933 fui enviado a Nassau como oficial de enlace de las SS, y el 29 de enero de 1934, habiéndose disuelto el comando de Passau, entré a formar parte del grupo de las SS austríacas del campo de Dachau. El primero de octubre de 1934 fui agregado a la oficina central del SD, en la cual continúo todavía prestando servicio.

    Adolf Eichmann,
    SS Hauptscharführer.

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Mensaje por Erich Hartmann » Jue Ago 28, 2008 1:02 pm

EICHMANN ANTE MÍ

El conocido periodista y escritor Enrico Emanuelli (nacido en Novara en 1905 y muerto en Milán en 1967) tuvo, en 1962, la oportunidad de seguir de cerca el proceso desarrollado en Jerusalén contra Adolf Eichmann. Colaborador de los más importantes diarios italianos, Emanuelli, que ya había dado prueba de excelentes trabajos periodísticos y había publicado ensayos muy interesantes de fondo político, tales como "El planeta Rusia" (1953) y "China está próxima" (1957), nos ha dejado un recuerdo suyo personal y muy interesante del acusado Eichmann.
  • "De Eichmann recordaba una fotografía, encontrada por el Centro de documentación judía, que nos lo mostraba con el uniforme de coronel de las SS. Un rostro seguro de sí mismo, una mirada imperativa, la gran gorra en la cabeza con los signos del grado, repetidos en las solapas del cuello alto y rígido alrededor de la garganta. Recordaba también una ficha hallada en los archivos de la policía secreta, que daba de él un cuadro muy halagüeño. Se comenzaba con la pregunta sobre el aspecto racial, que tenía como respuesta: 'Nórdico-dinárico', y se acababa con la pregunta sobre su fidelidad respecto a los principios nacionalistas, que tenia como respuesta: 'incondicional'.

    Debo decir que hasta el momento en que Eichmann habló por última vez en el tribunal, de su figura emanaba algo trágico, fuerte, incluso fatal. No era un delincuente común, un asesino dominado por la violencia de un instante o por la locura maléfica. No había trabajado en pequeño, sobre pocas víctimas, y sabiendo que podía caer en las manos de la policía. Había trabajado en grande, en bloques de mil o dos mil víctimas, siguiendo planes establecidos durante sesiones técnicas y secretas, convencido de no correr ningún peligro.

    En cierto sentido, Adolf Eichmann era un personaje. Sus superiores en un informe lo habían juzgado 'enérgico, impulsivo, lleno de capacidad para administrar su servicio'. Viéndolo por primera vez en la sala del tribunal de Jerusalén, me había sorprendido principalmente su actitud. No era la de quien se apasiona por cuanto le sucede alrededor, ni la de quien con desprecio se niega a tomar contacto con cuantos lo rodean. Era una actitud solemne, de quien ya piensa estar fuera de las pequeñas vicisitudes cotidianas, quemado en el pasado y en el futuro y, por lo tanto, vivo en un mundo que sólo él conoce. Inmóviles y absortos como Eichmann había visto solamente a ciertos faquires indios, cubiertos de ceniza, sentados a lo largo de las orillas del Ganges, en Benarés. También Eichmann estaba sentado, pero sobre un asiento. Mantenía siempre los brazos alargados de manera que las manos estuvieran a la altura de las rodillas. Mantenía las dos palmas abiertas, una contra otra, de modo que las puntas de los cinco dedos de la izquierda tocasen las puntas de la derecha. De tales cosas, interpretadas de diversas maneras, nadan las diferentes suposiciones sobre lo que diría en el último momento. Esta era la única y verdadera espera de los que se encontraban en la sala del tribunal. Alguno esperaba una breve declaración de orgullo luciferino. Alguno, en cambio, preveía una solemne y pundonorosa rebelión contra las leyes a las que se veía sometido. Otros imaginaban diferentes soluciones, pero todas relacionadas con cierta idea de fuerza o de coherencia e iban hasta considerar posible un bello gesto, que sellase para siempre la monstruosidad de su carácter. Pero cuando el Obersturmbannführer Eichmann se levantó para hablar, todos fueron dominados en seguida por un compasivo sentido de malestar. Aquel ex militar alemán que en Wannsee había participado en la redacción del plan para el exterminio de los judíos; que en Auschwitz había visto funcionar las cámaras de gas, lamentando que no hubiese un sistema más veloz; que al final de la guerra había dicho a uno de sus hombres (como fue referido en una sesión) que la ruina del Tercer Reich le apenaba, pero que nadie podía quitarle la satisfacción de haber puesto a algunos millones de judíos bajo tierra, se mostraba solamente miserable, viscoso y cobarde. No había en él ningún gran sentimiento. Ni el de una jactanciosa rebelión o de una humilde, pero atrevida, petición de clemencia. Podía autodenominarse mártir expiatorio de una trágica situación o abandonarse a la justicia de los hombres, ser aún monstruoso o magnánimo en una dirección o en otra. No hubo nada de todo esto. A medida que hablaba, se mostraba como un hombre miedoso, guiado por un ánimo vil sostenido por un pensamiento tortuoso e infantil. Un periodista francés murmuró: 'O está loco él o estamos locos nosotros', pero son palabras que se dicen bajo el impulso de una emoción. En realidad, el degenerado organizador de campos de la muerte, donde todo funcionaba con la velocidad de la hoz que siega el grano, se revelaba como lo que siempre fue: un vanidoso sin sentido moral ni sensibilidad. Era y es todavía, uno de aquellos tipos que por ignorancia creen tener siempre razón; un débil que, hallándose entre las manos un gran poder, pierde hasta la dignidad de sí mismo".


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Mensaje por Erich Hartmann » Sab Ago 30, 2008 5:55 pm

A todos aquellos que quieran profundizar sobre el proceso a Adolf Eichmann y el Holocausto en general, les recomiendo el libro Eichmann en Jerusalén, de Hannah Arendt.

http://www.casadellibro.com/homeAfiliad ... 8483460665

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Mensaje por partisano » Vie Sep 05, 2008 1:57 pm

Hola a todxs:
Muchas gracias por la elaboración de un post tan estupendo. Gracias por el trabajo y compartirlo con nosotros.
Saludos.
Conocer el pasado,comprender el presente,conquistar el futuro...
El hombre nace libre,responsable y sin excusas. Jean Paul Sartre

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Mensaje por Erich Hartmann » Vie Sep 05, 2008 11:35 pm

Muchas gracias por el cumplido. Aún hay más sobre el tema: he aquí la narración de Simon Wiesenthal sobre cómo se identificó y localizó a Eichmann en Argentina. La fuente de todo lo que sigue es el libro Los asesinos entre nosotros, de Simon Wiesenthal. Editorial Noguer, 1967.

CAPÍTULO IV
EICHMANN, EL EVASIVO

Vi a Adolf Eichmann por primera vez el día de la inauguración de su juicio en la Audiencia de Jerusalén. Durante casi dieciséis años estuve pensando en él prácticamente cada día y cada noche, de modo que en mi mente había forjado la imagen de un demoníaco superhombre. Pero en vez de ello vi a un individuo frágil, mediocre, indefinible y gastado, en una celda de cristal entre dos policías israelitas que tenían un aspecto más interesante y más lleno de color que él. Todo en Eichmann parecía dibujado a carbón: el rostro grisáceo, la cabeza calva, las ropas. No había nada demoníaco en él, sino que por el contrario tenía el aspecto del contable que teme pedir un aumento de sueldo. Algo parecía completamente insólito y no dejé dé pensar qué podría ser mientras el incomprensible recuento del sumario («el asesino de seis millones de hombres, mujeres y niños») era leído en voz alta. De repente comprendí lo que era: en mi imaginación había yo visto siempre al Obersturmbannführer de la SS Eichmann como arbitro supremo de vidas y muertes, y el Eichmann que veía ahora, no llevaba el uniforme de terror y asesinato de la SS. Vestido con un barato traje oscuro, parecía una figura de cartón, vacía. Posteriormente dije al Primer Procurador Hausner que Eichmann hubiera debido vestir aquel uniforme que reconstituyera la identidad real y la verdadera imagen de Eichmann que los testigos recordaban. Estos también parecían un poco desconcertados por el gastado individuo del banquillo acristalado. Hausner me dijo que yo, desde un punto de vista emotivo, tenía razón, pero que la idea era impracticable, pues hubiera dado al juicio rango de juicio de opereta, de mascarada. Y los israelíes conscientes de que el mundo entero tenía los ojos puestos en ellos desde que capturaron a Eichmann y lo trajeron a través del océano, querían evitar críticas innecesarias. Le hice otra sugerencia, también evidentemente impracticable. Quince veces, al final de cada artículo del sumario, preguntaron a Eichmann si era culpable y cada vez respodió: «Inocente». Este procedimiento me parecía poco adecuado. Pensé que a Eichmann le hubieran tenido que formular la pregunta seis millones de veces y que debió contestar a ella otros seis millones de veces.

Al cometer el increíble «crimen perfecto», los nazis creyeron quedar inmunes de él frente al tribunal de la Historia, ya que las futuras generaciones no podrían creer que semejante cosa hubiera podido realmente suceder. Por tanto, los nazis dedujeron que un día la historia llegaría a la conclusión que aquello no había sucedido, porque el crimen era de tal magnitud que resultaba inconcebible.

En las varias semanas que asistí a la Audiencia me oprimía una sensación de irrealidad, como si aquella sala fuera una sombría isla fortificada en la movida y soleada ciudad de Jerusalén, custodiada por soldados con fusiles ametralladores.

Cuando dejaba aquella fortaleza de expiación y salía al sol de Israel los niños jugaban en la calle, las gentes regresaban a sus casas después del trabajo, las parejas se veían enamoradas, las mujeres iban con sus cestos de la compra, absolutamente ajenos a la tragedia que se venía desarrollando ante aquel tribunal. Recuerdo que la aparente indiferencia de la gente me molestaba, aunque sabía que era absurdo culparles de nada: casi todos ellos habían perdido algún pariente o algún amigo a causa del hombrecillo metido en la campana de cristal. Pero la vida proseguía, la vida era más fuerte que el acusado con el bosque de seis millones de muertos tras él.


Continúa...


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Mensaje por Erich Hartmann » Dom Sep 07, 2008 10:59 pm

La captura de Eichmann ocurrió en el mejor momento psicológico. Si hubiera sido capturado al final de la guerra y juzgado en Nuremberg, sus crímenes a estas horas podrían haberse olvidado y no sería más que otro rostro entre los acusados del banquillo, pues en aquel tiempo, todo el mundo se alegraba de que la pesadilla hubiera acabado cuanto antes. Hasta que tuvo lugar el juicio de Eichmann, hubo millones de personas en Alemania y en Austria que pretendían no saber o no querían saber nada de la magnitud de los crímenes de la SS. El juicio puso fin a su propio engaño. Ahora nadie podía pretextar ignorancia. Eichmann, el hombre, no contaba: estaba muerto desde el momento en que entró en la sala. Pero con aquella ocasión millones de personas leyeron cosas sobre él, escucharon la historia de la «Solución Final» en la radio y vieron el drama del palacio de justicia en sus pantallas de televisión. Oyeron la voz opaca de Eichmann, vieron su rostro impasible, que sólo en una ocasión llegó a algo que podía parecerse a la emoción, en el día noventa y cinco del proceso, cuando dijo: «Debo admitir que ahora considero la aniquilación de los judíos como uno de los peores crímenes de la historia de la humanidad. Pero ese crimen se cometió y todos debemos hacer lo posible para que no vuelva a repetirse otra vez». Desde entonces he hablado con muchos alemanes y austríacos acerca del juicio, que afirman que el procedimiento judicial les impresionó. Se dieron cuenta que el increíble crimen se había en efecto cometido, tuvieron que hacer un nuevo examen de conciencia, y quizás algunos llegaron a las mismas conclusiones que Eichmann: que no debía repetirse otra vez.

El juicio de Eichmann fue una prueba de la imperfección de la ley humana. Los códigos criminales de todas las naciones civilizadas conocen la definición de «asesinato». Los juristas que redactaron las leyes tenían en el pensamiento el asesinato de una persona, de dos, de cincuenta o quizá de mil personas. Pero el exterminio sistemático de seis millones de personas rebasa los cálculos de toda ley. Como ocurre con la fuerza explosiva de la bomba H, hay personas que no quieren ni pensar en ella. Eichmann lo comprendía muy bien cuando, en 1944, dijo en Budapest a unos amigos: «Un centenar de muertos es una catástrofe. Cinco millones de muertos es estadística».

Como arquitecto aprendí a construir las casas de acuerdo con ciertas reglas básicas, sabiendo que no podrían resistir un terremoto por encima de una determinada fuerza. La «Solución final del problema judío» era de aquella clase de terremotos para los que no existen normas de construcción que valgan.

Casi todo lo relativo a Eichmann sigue siendo incomprensible. Me pasé años investigando su historia personal, tratando hallar algo que explicara por qué llegó a lo que llegó y no logré encontrarlo. Eichmann provenía de una religiosa y apacible familia; su padre, miembro de la Iglesia presbiteriana, pronunció en una ocasión unas palabras como invitado de honor en la sinagoga de Linz, cuando al jefe de la comunidad judía de allí, Benedikt Schwager, se le concedió la más alta condecoración austríaca.

Eichmann, al contrario que Hitler, no había tenido nunca ni una sola experiencia desagradable con judíos: ni recibió calabazas de una chica judía, ni fue estafado por un comerciante judío. Fue probablemente sincero cuando dijo en el juicio que se había limitado a hacer su trabajo, que no hubiera dudado en enviar a la cámara de gas a su propio padre si se lo hubieran ordenado. Esa fue la gran fuerza de Eichmann, que tratara el problema judío sin emoción alguna; por eso fue el hombre más peligroso de todos, por estar exento de todo sentimiento humano. En una ocasión dijo que él no era un antisemita. Pero sí era antihumano.

A finales de abril de 1945, Eichmann se hallaba en compañía de los miembros del Concilio Judío en el campo de concentración de Theresienstadt, cuando vio pasar al rabí Leo Baeck, uno de los líderes de la Judea moderna. Eichmann dijo que le sorprendía que el rabí Baeck estuviera aún con vida, lo que nadie comentó ni con una sola palabra, temiendo que Eichmann diera orden de matar al rabí Baeck. Pero aquel día Eichmann se hallaba de benévolo humor y nada le hizo al rabí Baeck. Sin embargo, al despedirse dijo amablemente a los judíos que estaban con él: «Voy a deciros una cosa: las listas de los judíos que han de morir son mi lectura favorita cuando me acuesto». Tomó algunas listas de encima la mesa y se marchó.

La búsqueda de Eichmann no fue una «caza» como se ha dicho sino un largo y frustrado juego de paciencia, un gigantesco y disperso rompecabezas, una captura que se llevó a cabo gracias a la cooperación de muchas personas de diversos países que en su mayoría no se conocían entre sí, pero que cada una de ellas añadía unas piezas al rompecabezas y yo pude contribuir con algunas piezas significativas.

Unas cuatro semanas después de mi liberación, cuando trabajaba para la Comisión de Crímenes de Guerra en Linz, conocí al capitán Choter-Ischai de la brigada judía que había llegado con la misión de ayudar a antiguos reclusos del campo de concentración a pasar ilegalmente a Palestina. Me preguntó si había oído hablar de Adolf Eichmann y le contesté que se lo había oído nombrar a los húngaros judíos en el campo de concentración de Mauthausen. Aquel nombre a mí no me decía nada porque tenía mayor interés por los hombres cuyos crímenes yo había presenciado.

—Mejor será que averigüe algo de él —me dijo el capitán—. Desgraciadamente procede de nuestro país: nació en Palestina.

En la oficina de Crímenes de Guerra repasé las listas y encontré el nombre «Eichmann». Se decía de él que había actuado activamente en Austria, Checoslovaquia, Francia, Grecia y Hungría. No estaba consignado el nombre de pila, sólo su graduación: Obersturmbannfuhrer de la SS.

El 20 de julio de 1945 conocí en Viena a un hombre astuto y vivaz, de nombre Arthur Pier, que llevaba un uniforme de fantasía interaliado que parecía (y quería parecer) una confusa combinación de elementos americanos, ingleses y franceses. Arthur, ahora conocido por Asher Ben Nathan y primer embajador de la República Federal Alemana tenía entonces a su cargo la bricha. Me dio una lista de criminales de guerra, confeccionada por el Departamento Político de la Agencia Judía, en la que con fecha 8 de junio de 1945, se describía a Eichmann (sin nombre de pila) como «casado, un hijo, de apodo Eichie... alto oficial del Cuartel General de la Gestapo, Departamento de Asuntos Judíos, miembro de la NSDAP»20. Debajo de «lugar de nacimiento» decía: «Sarona, según alega, colonia templaria alemana en Palestina». Debajo de «idiomas» el informe decía «alemán, hebreo y yiddish». Ello me fue confirmado por varios presos de Mauthausen que me dijeron que habían oído hablar a Eichmann hebreo y yiddish «perfectamente».

Otro retazo de información procedía del capitán O'Meara, entonces mi jefe en la Oficina de Servicios Estratégicos, para quien yo trabajé cuando la Oficina de Crímenes de Guerra cesó en Linz. El capitán tenía gran interés en Eichmann, al que llamaba «cabeza de la rama judía de la Gestapo» y me pidió que trabajara en el caso. Yo anoté el nombre «Eichmann» en un librito blanco donde guardaba una lista personal de «reclamados», que utilizaba en mis viajes, con mi costumbre de preguntar a la gente que iba conociendo si sabía algo de ellos.

La oficina de los OSS estaba en Landstrasse 36, Linz, y yo vivía sólo dos casas más allá, en Landstrasse 40. Una noche de julio, releía mis listas, en mi habitación, sentado, cuando entró mi patrona, Frau Sturm, que se interesaba siempre por los nombres de mi lista. Quizá fuera por curiosidad o quizá porque quería saber si tenía que prevenir a ciertas personas. Mientras fingía hacerme la cama, echó una miradita por encima de mi hombro:

—Eichmann —dijo—. Ese debe de ser el general Eichmann de la SS que mandaba (komandierte) a los judíos. ¿Sabe usted que sus padres vivían en esta misma calle, sólo dos casas más allá, en el 32?

Pensé que era absurdo que aquella Frau Sturm fuera a saber más que el Departamento de la Agencia Judía, Pero Frau Sturm tenía razón, lo mismo que al decir que Eichmann había «mandado» a los judíos.

Por la mañana hablé con uno de mis ayudantes voluntarios, un hombre de Linz al que llamaré «Max», quien me dijo que Eichmann debía de ser uno de los Eichmann del lugar, conocido por «Electro-Eichmann» porque su padre había sido director de la compañía de tranvías y ahora era dueño de un almacén de accesorios eléctricos. Max me dijo que uno de los dos hijos de Eichmann había pertenecido a la SS.

—Según mis informes —le dije—, Eichmann es un alemán de Palestina, miembro de los templarios.

—Bobadas —dijo Max—. Recuerdo al spitzbtube (bribón) muy bien y lo buscaré con todo cuidado en el registro de policía.

En la policía de Linz no había informes de Adolf Eichmann, como una consecuencia más de la guerra: la burocracia austríaca todavía no había recogido las dispersas piezas del rompecabezas.

Al día siguiente, creo que era el 24 de julio, dos miembros de la OSS registraban la casa del número 32 de la calle que pertenecía a la familia Eichmann pero yo no iba con ellos. El registro no aportó nada nuevo ya que el padre de Eichmann admitió que su hijo Adolf había pertenecido a la SS pero decía no saber nada más. Adolf muy pocas veces había ido a casa con permiso, y de sus actividades nunca se hablaba en familia. Además no había regresado después de la guerra y su último mensaje lo habían recibido desde Praga, «hará varios meses». Adolf, contó su padre, había nacido en Solingen, Alemania y vino a vivir a Linz cuando era un niño de corta edad. Ahora era padre de tres hijos. Le preguntaron si tenía algún retrato de él. Herr Eichmann negó con la cabeza y dijo a los hombres de la OSS que a su hijo no le había gustado nunca que le fotografiaran. Ellos no lo creyeron pero al final resultó ser cierto.

Corregí la información de la lista de «reclamados» de la Agencia Judía y se la devolví a Arthur Pier de Viena.

El 1 de agosto, Max fue a verme, excitadísimo: le habían llegado rumores de que Eichmann se escondía en Fischerdorf, barrio del encantador pueblecito de Altaussee, en el número 8. Llamamos por teléfono a la CIC con sede en la vecina Bad Aussee y les pedimos que registraran la casa. La CIC se lo pidió a su vez a la policía y alguien cometió un error, si por accidente o con toda intención es algo que nunca se sabrá, y los gendarmes registraron el número 38 de aquella calle en lugar del 8. No encontraron a Eichmann en el 38 pero sí a un Hauptsturmführer de la SS llamado Anton Burger, que se ocultaba en aquella casa con una colección de fusiles y municiones y que fue detenido, por los austríacos.

Volvimos a llamar por teléfono a la CIC y esta vez un americano fue a Fischendorf n° 8 donde encontró a Frau Verónica Liebl quien admitió ser la «primera» mujer de Adolf Eichmann pero añadió que se había divorciado de él en marzo del 1945 en Praga y que había vuelto a adoptar su nombre de soltera; no había vuelto a ver a su ex esposo desde entonces ni tenía ningún retrato de él. Se había ido a vivir a Altaussee el 25 de abril, residiendo primeramente en el Seehotel, luego en el Parkhotel y ahora había alquilado unas habitaciones en el número 8, que pertenecía un tal Herr Wimmer. Sus tres hijos (Klaus, Dieter y Horst) estaban con ella. En Linz descubrimos que Eichmann había estado en Altaussee en septiembre de 1944, y que en aquella fecha había tenido una entrevista con Amin el Hussein, Mufti de Jerusalén y responsable del asesinato de muchos judíos. Eichmann se entrevistó también allí con el jefe de la Gestapo Ernst Kaltenbrunner, nacido en Linz y gran amigo de la familia Eichmann.

Fui a Altaussee y hablé con Frau María Pucher, propietaria del Parkhotel, que admitió que un tal Adolfo Eichmann se había hospedado allí «hacia primeros de mayo» y me contó que una noche éste forzó el armario donde se guardaban los trajes del difunto esposo de Frau Pucher, y tomó uno. Frau Pucher se quejó de que ni siquiera le pagara algo por él. Posteriormente, al ser interrogada por la CIC parecía asustada de haber dicho tanto. Otro hombre de Altaussee (cuyo nombre no puedo revelar) me confirmó que había visto a Eichmann allí el 2 ó 3 de marzo y que Kaltenbrunner «se enfadó bastante» cuando supo de la presencia de Eichmann en Altaussee, y le dijo «que se largara al instante». Esta fue la primera vez que me di cuenta que ni los amigos de Eichmann querían saber nada de él una vez terminada la guerra: con razón sus antiguos colegas intuían que su contacto abrasaba.

Dos o tres personas más afirmaron haber visto a Eichmann a principios de mayo. La CIC volvió a visitar a Frau Eichmann-Liebl para que ratificara su primera declaración, cosa que hizo. Mantuvo que no había vuelto a ver a Eichmann desde el día del divorcio en Praga, negándose a decir a la CIC por qué se había divorciado de su marido. Indefectiblemente, alguien mentía.

En aquellos primeros tiempos, yo no tenía mucho de detective pero pensé que la clave del misterio Eichmann tenía que hallarse no lejos de Altaussee. Varias veces fui allá y hablé con distintas personas. El problema consistía en distinguir los hechos de los rumores pues parecía cierto que Eichmann y varios SS habían llegado a primeros de mayo a la región con un convoy de camiones y remolques, y que el convoy había atravesado Altaussee para ir a Bla Aim, refugio de montaña que se halla a varios kilómetros. El posadero recordaba el convoy y dijo a la CIC que hombres de la SS habían descargado veintidós cajas en su granero cuando él no estaba presente y que luego se enteró que las cajas contenían «documentos», si bien otras personas decían que contenían además joyas y oro. El posadero no podía recordar detalles y se negó a firmar declaración alguna, pues, al igual que las demás personas con que hablamos, parecía atemorizarle que le interrogasen.

Pocos días después conocí a Mr. Stevens, un americano que trabajaba cerca de Bad Ischl. (No estoy seguro de que ése fuera su verdadero nombre: alguno de los americanos trabajaban en la región con nombres supuestos). Mr. Stevens había conocido a varias personas que vieron a Eichmann en Altaussee a principios de mayo, sabía lo del convoy y las cajas y me dijo que contenían oro que había «pertenecido» a la RSHA, oro fundido y procedente de dientes y anillos de boda de víctimas de campos de concentración. Mr. Stevens dijo que el convoy venía de Praga y estuvimos de acuerdo en que Eichmann seguramente sabría dónde estaba escondido el oro.


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Mensaje por Pintaius » Lun Sep 08, 2008 12:02 am

Más que captura fue un secuestro en toda regla, nada de proceso de extradición o similar, fue un secuestro que violó la soberanía nacional de Argentina y de paso unas cuantas leyes internacionales. Un claro ejemplo del dicho "el fin justifica los medios".

Saludos
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Erich Hartmann
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Mensaje por Erich Hartmann » Lun Sep 08, 2008 1:22 pm

A principios de 1946 el nombre de Adolf Eichmann apareció en la lista austríaca de «reclamados» con el número 1654/46. La misma lista contenía también los nombres de los miembros de su plana mayor: Guenther, Krumey, Abromeit, Burger, Novak y otros. Uno de los antiguos miembros de la plana mayor de Eichmann, cierto Josef Weisel, se pasó un año en la cárcel de Viena, antes de que la policía descubriera sus crímenes de guerra. Weisel había trabajado para Eichmann en Praga y luego en Viena, donde Eichmann tenía instalada su oficina en el antiguo Palacio Rothschild. Weisel admitió haber visto a Eichmann por última vez en Praga, «probablemente en febrero de 1945», donde Weisel se había procurado documentación falsa. Todos los miembros de la plana mayor de Eichmann tenían órdenes de encontrarse en los alrededores de Ebensee «al acabar la guerra». En Ebensee, cerca de Bad Ischl, hubo un campo de concentración alemán (que fue luego convertido en campo de internamiento especial para hombres de la SS).

Poco a poco pudimos reconstruir el viaje exacto de Eichmann desde Praga hasta Budweis (Budèjovice en Bohemia) y de allí a Austria donde llegaron a últimos de abril. Al ser descubierto un miembro de la Gestapo en un campo de desplazados judíos cerca de Bremen y un SS en otro campo viviendo con una mujer judía, empezó a correr el rumor en Viena de que Eichmann se había hecho pasar por judío y se había metido en uno de los campos de personas desplazadas. Varias de las que habían sido liberadas del campo de concentración de Theresienstadt informaron que Eichmann había estudiado hebreo con un rabí y estaban convencidas que con anterioridad había ya planeado su huida. Unas cien mil personas repartidas en doscientos campos de desplazados en Austria y Alemania, no facilitaban la búsqueda de Eichmann, no teniendo ninguna fotografía suya y suponiendo que habría cambiado de nombre. Se llevó a cabo una investigación y si bien Eichmann no apareció, sí se hallaron varios SS que se hacían pasar por judíos en varios campos de desplazados.

Allá por 1943, cuando mi amigo polaco Biezenski, que en aquel tiempo actuaba en la Resistencia, ayudó a mi esposa a esconderse, me dijo:

—Algún día los nazis tratarán de salvar el pellejo haciéndose pasar por judíos.

La Historia había cumplido el círculo.

En diciembre de 1946, con ocasión de asistir al Primer Congreso Sionista de la posguerra, conocí al doctor Rezszo Kastner, antiguo miembro del Comité Judío de Budapest, que había llevado a cabo, en 1944, negociaciones con la SS para salvar a judíos húngaros de la deportación. Himmler creía que tratando con suavidad a los judíos húngaros tendría una coartada que le salvaría quizá cuando se produjera el colapso del Tercer Reich; así, que ordenó a Eichmann que iniciara negociaciones, pero Eichmann (que sabía que a él nada podía salvarle) saboteó las órdenes de Himmler. El doctor Kastner me contó que en Budapest, Eichmann dio órdenes estrictas de que nadie, bajo ningún pretexto, le tomara una sola fotografía y cuando en cierta ocasión se enteró de que un admirador suyo de la SS le había fotografiado, siguió la pista de aquel hombre e hizo destruir el negativo y todas las copias. Kastner me dijo que no era cierto que Eichmann hablara hebreo y yiddish:

—Apenas si sabía algunas palabras de yiddish y las pronunciaba como lo hacen los no judíos cuando cuentan chistes de judíos. En cierta ocasión se puso furioso porque recibió una carta en hebreo de un rabí húngaro: rompió la carta y gritó que castigaría al rabí por haber puesto a prueba su conocimiento de hebreo. Creó aquella leyenda de su origen palestino para demostrar a los judíos que él los conocía bien y que era más listo que ellos.

En febrero de 1947, tenía yo la lista casi completa de los hombres que trabajaban con Eichmann. Había interrogado a Antón Burger, el SS que los gendarmes austríacos habían arrestado en Fischerdorf cuando buscaban a Eichmann y aquél confirmó que Eichmann había estado en Aussee en mayo.

Durante los juicios de Nuremberg, tuve ocasión de estudiar miles de documentos y entre ellos encontré una declaración del Obersturmbannführer Dr. Wilhelf Hottl, miembro del VI departamento de la RSHA, que había conocido a Eichmann bien. En la primavera de 1945, Eichmann había dicho a Hottl en Budapest:

—El número de judíos asesinados es de casi seis millones, pero ello constituye alto secreto.

Los archivos de Nuremberg contenían muchas órdenes de Eichmann dadas a los miembros de su plana mayor en Francia, Holanda, Grecia, Croacia y otros países, ya que en muchos países de ocupación alemana, las órdenes dadas por Eichmann pasaban directamente a los altos oficiales del Departamento de Asuntos Extranjeros alemán. Vi una carta escrita por el embajador alemán en Croacia, Herr Kasche, que negociaba con el gobierno croata respecto a la «compra de judíos»: los alemanes ofrecieron treinta marcos por persona entregada en la estación de ferrocarril. Otras embajadas alemanas en Bucarest, Sofía y Budapest mantenían también una activa correspondencia con Eichmann acerca de la aniquilación de judíos.

Pasé una semana en Nuremberg, leyendo día y noche. Eichmann aparecía como jefe ejecutor de la maquinaria aniquiladora, que pedía constantemente que se le entregaran grandes sumas para construir más cámaras de gas y crematorios y para financiar institutos de investigación especial que estudiaran los gases letales y los métodos de ejecución. Hablé con varios prisioneros SS que habían conocido a Eichmann y algunos creían que se habría suicidado pero aquello no era más que lo que en realidad deseaban hubiera ocurrido. Yo había llegado a la conclusión de que Eichmann era el tipo de hombre capaz de exterminar a cien mil personas de un plumazo pero demasiado cobarde para matarse.

En otoño de 1947, regresé a Nuremberg y allí un miembro del personal, cierto Mr. Ponger, me mostró la transcripción del interrogatorio de un tal Rudolf Scheide, alemán que había estado empleado en varios campos de internamiento americanos. Un párrafo explicaba por qué no habían hallado a Eichmann, justo al acabar la guerra, en la región de Aussee, porque se había marchado a un lugar más seguro: a un campo americano. Rudolf Scheide atestiguó el 6 de noviembre de 1947 que «entre el 20 y el 30 de mayo» él se hallaba en el campo Berndorf, cerca de Rosenheim en Baviera, de donde todos los SS habían sido posteriormente transferidos a un campo especial para SS en Kemanten y luego, el 15 de junio de 1945, a un campo de Cham, población de la Selva Negra. Scheide había tenido a su cargo ese campo, que albergaba a unos tres mil SS, y dijo a los americanos:

—Por entonces (a mediados de junio del 1945), un Führer de la SS que se hacía llamar Obersturmführer Eckmann, vino a pedirme que le registrásemos en nuestras listas bajo este nombre. Admitió que su auténtico nombre era Obersturmbannführer Eichmann. Pero como por aquel entonces a mí el nombre Eichmann no me decía nada, le indiqué que era asunto suyo lo que hiciera con su nombre.

En el campo, Eichmann prestaba servicio en un grupo de construcción que había sido destinado a trabajar en la población vecina. Cada mañana la compañía marchaba en formación hasta la población y todas las noches regresaba del mismo modo al campo. El 30 de junio, Scheide descubrió lo que había hecho realmente Eichmann durante la guerra e informó a un CIC asignado al campo. Cuando el grupo de Eichmann regresó aquella noche, Eichmann no estaba en él y según Scheide «escapar sólo era posible con ayuda de compañeros». Aquello produjo gran excitación entre los americanos que estaban en Nuremberg con ocasión del testimonio de Scheide. En realidad, esa clase de fugas no eran cosa poco frecuente en los primeros meses después de acabada la guerra pues muchos internados se las componían para escapar cuando estaban trabajando con grupos similares dado que los aliados carecían de tropas suficientes para custodiar cientos de miles de SS. El jefe alemán del grupo de trabajo de Eichmann fue interrogado pero negó la verdadera identidad de Eichmann. De todos modos, ahora teníamos una prueba de que Eichmann estaba con vida el 30 de junio de 1945, hecho que posteriormente tendría gran importancia.

Se supo en Linz que yo andaba a la búsqueda de Eichmann y comenzaron a llamarme «el Wiesenthal de Eichmann, ése que anda tras el hijo del Electro-Eichmann». Muchas personas vinieron a verme o me enviaban pistas posibles que yo tontamente seguía, sin dejar una, pistas que cualquier policía novato hubiera descartado. Yo no tenía experiencia y además, siempre tenía la esperanza de que la búsqueda de Eichmann pudiera llevarme a detener otros criminales nazis. En cierta ocasión, un doctor de Munich me telegrafió sugiriéndome que me apersonara allí al instante porque poseía «importante información» acerca de Eichmann. Fui y me encontré con un doctor demacrado y nervioso que había sobrevivido a la guerra pero perdido sus padres en campos de concentración sin haber logrado recobrarse de la impresión. Me contó que uno de sus pacientes, una mujer cuyo nombre no quiso revelarme, vivía con un hombre que se hacía llamar «Friedrich» quien, según ella le había contado, se ponía lívido cada vez que el timbre de la puerta sonaba, se pasaba el día recorriendo su habitación a zancadas y con, frecuencia se lamentaba de que «aún quedaran demasiados judíos vivos», añadiendo que «Alemania había perdido la guerra a causa de los judíos y lástima que no los mataran a todos». Salía a la calle sólo de noche y prevenía a la mujer que no hablara a nadie de él porque tenía «poderosos» amigos. La búsqueda de Friedrich no fue fructífera: cuando al fin averiguaron su dirección, había desaparecido, y muy posteriormente yo habría de descubrir que había sido un Führer de la SS de poca monta.

El caso de Friedrich fue una pérdida de tiempo pero en cambio me sugirió la idea de intentar aquello de «cherchez la femme» en el caso Eichmann, ya que podía muy bien ser que Eichmann, como tantos otros jefes de la SS, se hubiera visto envuelto en asuntos de faldas y pudiéramos descubrir algo a través de una mujer. Un miembro del personal de Eichmann, el Führer de la SS Dieter Wisliceny, había sido sentenciado a muerte en Bratislava, capital de Eslovaquia e intentaba salvar el cuello convirtiéndose en informador de las actividades de su antiguo jefe. Wisliceny aseguraba conocer más cosas acerca de Eichmann que nadie y nos dio las direcciones de varias mujeres con las que Eichmann había tenido que ver. El fondo social de las conquistas de Eichmann era tan variado como las mujeres de Don Giovanni de la ópera de Mozart: iban desde una baronesa húngara hasta varias campesinas. Podía estar escondido en casa de alguna de ellas; así que seguimos la pista a varias. Mientras tanto, pedí a Arthur Pier que no perdiera de vista a la mujer de Eichmann en Altaussee pues éste, creía yo, acabaría por ponerse en contacto con su familia.

Imaginé que alguna de las antiguas amigas de Eichmann tendría algo que nosotros necesitábamos de verdad: una fotografía. Arthur no sólo estaba de acuerdo sino que me dijo que él tenía el hombre apropiado para encargarle aquella tarea: Manus Diamant, un superviviente de varios campos de concentración en los que había ido perdiendo a toda su familia. Quería sernos útil y daba la casualidad de ser un joven de guapo aspecto. Arthur decidió convertir a Manus en «Herr van Diamant», colaboracionista holandés y antiguo miembro de la División Holandesa de la SS «Nederland» que no se atrevía a regresar a su patria. Abrigábamos esperanzas de que tuviera éxito con las «viudas» solitarias de SS que se hallaban en la cárcel o escondidos.

Nos dijo que trataría de hacer amistad con la esposa de Eichmann y también con otras mujeres que lo hubieran conocido. «Van Diamant» representaba bien el papel. Entró en relación amistosa con unas pocas damas de la SS aunque no con Frau Eichmann, que no quería hablar con nadie. Consiguió en cambio hacerse amigo de los tres hijos de Eichmann y con frecuencia se los llevaba a dar una vuelta en bote por el Altaussee.

Cuando Diamant me habló de esos paseos en barca con los hijos de Eichmann, me di cuenta de que el muchacho se hallaba ante un dilema emocional ya que en los campos había visto miles de niños parecidos a los hijos de Eichmann, niños que habían muerto de un tiro, o de hambre o en la cámara de gas. Y ahora se hallaba solo en un pequeño bote con los hijos del hombre que había organizado la muerte de todos aquellos chiquillos.

Una tarde, paseando con Manus a la orilla del lago, me dijo que a la mañana siguiente sacaría a los hijos de Eichmann a dar un paseo en el bote. Hablaba con voz tensa, y creí que era mejor darle un consejo cuanto antes, antes de que fuera demasiado tarde. Le dije que me hacía cargo de lo que pasaba en su interior, de que había perdido a toda su familia entre la que se contaban niños también.

—Dos niños y una niña —dijo sin mirarme.

—Lo comprendo, Manus. Pero recuerda que nosotros los judíos no somos nazis, no hacemos la guerra contra niños inocentes. Además, si crees que de veras puedes hacerle daño a Eichmann... bueno..., con un accidente que pudiera ocurrir, te equivocas. Hace un tiempo, un par de individuos fueron a verme con un plan: raptar a los hijos de Eichmann (cosa muy fácil) y anunciar que los niños serían asesinados a menos que su padre se entregara a las autoridades. Yo tenía muchos argumentos contra semejante plan, pero ellos me aceptaron sólo uno, el de que un hombre que sin inmutarse es capaz de sentenciar a muerte a un millón de niños, no sentirá nada ante la muerte de sus propios hijos. Así, que incluso en el caso de que su plan le hiciera sufrir no salvaría la vida de los niños entregándose porque no es de esa clase de hombres.

Diamant no contestó. Ansiaba haber logrado convencerle. Hablé de ello con Arthur y acordamos relevar a Diamant de su tarea en Altaussee, encargándole, en cambio, que hiciera averiguaciones acerca de las antiguas amigas de Eichmann y que tratara de conseguir una fotografía de su escurridizo amante. La baronesa húngara se había marchado a Sudamérica, otra mujer había muerto durante un bombardeo en Dresde pero luego, en 1947, dimos con una muchacha de Urfahr, suburbio al norte de Linz, al otro lado del Danubio, que había conocido a Eichmann muy bien. Manus hizo amistad con ella, fue invitado a visitarla, encontró un «álbum de familia» y descubrió una fotografía de Adolf Eichmann, que había sido hecha en 1934, trece años antes. La muchacha no quería darle a Manus la fotografía pero luego acabó por sucumbir a sus encantos. Alborozado, me trajo la fotografía, fue relevado de su cargo y se reintegró a su vida normal. Sacamos copias de la fotografía, que pasó a figurar también en la relación de «reclamados por la policía».

Un día, a finales de 1947, recibí una llamada de Bad Ischl de mi amigo americano Stevens, que me pedía me apersonase allí inmediatamente para algo urgente que no quería mencionar por teléfono.

En Bad Ischl, Stevens me dijo que Frau Veronika Liebl había solicitado del juzgado del distrito un Todeserklärung (certificado de defunción) de su esposo Eichmann, del que estaba divorciada, «en interés de los niños». En aquella época, todos los juzgados de Austria y Alemania se veían abrumados de peticiones similares. Si una mujer no era capaz de demostrar que su esposo había muerto o había sido declarado muerto, no podía obtener pensión alguna ni volver a casarse. Los juzgados entregaban los certificados de modo rutinario y sin posterior investigación, de modo que luego, mucho más tarde, el «fallecido» esposo podía reaparecer, después de haberse pasado años en un campo de prisioneros de guerra soviético o, sencillamente, escondido. Cuando Stevens me comunicó las nuevas, me quedé sin habla. Nos miramos mutuamente en silencio, dándonos perfectamente cuenta de la importancia y alcance de la información: en cuanto Adolf Eichmann fuera declarado oficialmente muerto, su nombre desaparecería automáticamente de todas las listas de «reclamados por la justicia», es decir, oficialmente ya no existiría, Se cerraría el caso y la búsqueda mundial habría llegado a su fin. A un hombre que se le ha dado por muerto, ya no se le busca: inteligente maniobra. Yo estaba convencido de que lo había ingeniado el mismo Eichmann con ayuda de su esposa.

En mi grueso fichero de Eichmann tenía el testimonio del Sturmbannführer de la SS Hottl, una declaración jurada en Nuremberg, en la que decía haber visto a Eichmann en Aussee el 2 de mayo de 1945. Otros testigos le habían visto también el día anterior en Camp Ebensee, cerca de Bad Ischl. Decidimos que Stevens hablaría al juez y trataría de descubrir más sobre la solicitud de Frau Eichmann. El juez dijo a Stevens que un tal Karl Lukas, con domicilio en Molitscherstrasse, 22, Praga 18, había enviado una declaración jurada según la cual decía haber presenciado cómo el 30 de abril de 1945, Eichmann caía muerto en el tiroteo de la batalla de Praga. Stevens contó al juez que Eichmann era un criminal nazi reclamado en los juzgados y que había sido visto en Austria, bien vivo, después del día que se le declaraba muerto en Praga. El juez quedó asombradísimo y prometió a Stevens ampliar el usual plazo de dos semanas hasta cuatro para que, mientras tanto, tuviera tiempo de presentar las pruebas de lo que afirmaba.

Envié a uno de mis hombres a Praga y nueve días después recibía la información de que Karl Lukas estaba casado con María Lukas, cuyo nombre de soltera era Liebl, es decir, con la hermana de la esposa de Eichmann. Lukas, que por entonces trabajaba para el Ministerio checoslovaco de Agricultura, era, pues, cuñado de Eichmann.

Descubrimos también que Lukas estaba en contacto con Frau Kals, de Altaussee, que resultó ser otra hermana de la mujer de Eichmann, y la policía averiguó que mantenían correspondencia. Al parecer, la familia entera se confabuló para probar que Eichmann había muerto. (Tras la captura de Eichmann en 1960, notifiqué a las autoridades checas la declaración jurada de Lukas, y fue inmediatamente despedido del Ministerio de Agricultura.)

De vuelta a Bad Ischl, pasé la información a Stevens, que una vea más se fue a ver al juez, quien le aseguró que rechazaría la petición. Este mandó llamar a Frau Eichmann para notificarle con toda claridad que si intentaba valerse de tales engaños otra vez, se vería obligado a informar al fiscal del distrito; oído lo cual la mujer se marchó de allí consternada.

Hoy creo que mi más importante contribución a la captura de Eichmann fue destruir aquella patraña de su pretendida muerte. Muchos criminales de la SS no podrán ser capturados jamás porque se hicieron declarar muertos, viviendo a partir de entonces, felices y contentos, bajo nombres supuestos. Algunos se volvieron a casar, probablemente con sus propias «viudas»; uno de ellos fue el experto número 1 de Hitler en eutanasia, profesor doctor Werner Heyde, que después de haber sido declarado oficialmente muerto se volvió a casar con su antigua mujer. Posteriormente fue detenido y se suicidó en la cárcel.


Continúa...


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Mensaje por Erich Hartmann » Mié Sep 10, 2008 1:38 pm

A principios del verano de 1948, fui otra vez a Nuremberg. Los americanos me dijeron que por fin había sido hallada una fotocopia del fichero personal de Eichmann que incluía dos fotografías: en una de ellas se veía a Eichmann vestido de civil; en la otra, tomada en 1936, de uniforme. Los superiores de Eichmann daban de él excelentes informes. Había demostrado, decían, «grosse Fachkenntnisse auf seinem Sachgebiet» (considerable experiencia en este su campo particular). En ninguna parte constaba que «su campo particular» era el genocidio. Las tres fotografías de Eichmann (dos, procedentes de este archivo; y la otra, de su ex novia) eran las únicas que poseían los israelitas en 1960, cuando lograron atrapar a Eichmann en Argentina.

El documento más interesante que encontré en el dossier personal de Eichmann fue un corto curriculum vitae escrito por él mismo que, fechado el 19 de julio de 1937 en Berlín, decía:
  • «Nací el 19 de marzo de 1906 en Solingen, zona del Rin. Siendo niño fui a vivir a Linz, donde mi padre era director de la compañía de tranvías y de la compañía de electricidad. Fui a la escuela primaria como interno, hice luego cuatro cursos de Realschule (enseñanza secundaria) y dos años en la Escuela Federal de Ingenieros Electricistas. De 1925 a 1927 fui vendedor de la Compañía de Construcción Eléctrica de la Alta Austria. Dejé el empleo por propia iniciativa para tomar el de representante en la Alta Austria de la Compañía Vacuum Oil de Viena. Me despidieron de mi empleo en junio de 1933 cuando descubrieron que me había alistado en secreto en la NSDAP. El cónsul alemán en Linz, Dirk von Langen, confirma este hecho en una carta incluida en mi dossier personal que figura en el Hauptamt de la SD.

    Durante cinco años fui miembro del Frontkämpfervereinigung germano-austríaco (organización política antimarxista). Me alisté en la NSDAP austríaca el 1 de abril de 1932 y también en la SS. Durante una inspección de la SS llevada a cabo en la Alta Austria por el Reichsführer de la SS Himmler presté juramento de lealtad. El 1 de agosto de 1933 recibí orden del Gauleiter de la Alta Austria Cofrade Bolleck, de comenzar mi entreno militar en Camp Lechfeld. El 29 de septiembre de 1933 fui destinado a la oficina de enlace de la SS en Passau. El 29 de enero de 1934 recibí orden de unirme a la SS austríaca en Camp Dachau. El 1 de octubre de 1934 fui trasladado al Hauptamt de la SD de Berlín, donde ahora presto servicio.»

    (Firmado) ADOLF EICHMANN,
    Hauptscharführer
Notable historial de un hombre que hizo carrera en la quinta columna. Hay que tener presente que durante el período a que se refiere el curriculum de Eichmann, todas las organizaciones nazis eran ilegales en Austria, lo que no impedía que los nazis hubieran establecido una organización militar con campos propios, centros de adiestramiento e inspecciones regulares a cargo de Himmler.

Todo el mundo sabía lo que Eichmann había hecho, pero yo, además, quería saber qué le había impulsado a hacerlo. Para ello hablé con personas de Linz que habían sido sus compañeros de escuela, que me contaban las consabidas anécdotas sobre los profesores y las bromas que les habían gastado, pero que en cuanto me interesaba por su compañero de curso Eichmann guardaban silencio. Como sabían que yo andaba a la caza de Eichmann, no les gustaba ni siquiera admitir que lo habían conocido. Parecían asustados de hablar. Uno de ellos me dijo que la persecución de los crímenes de guerra tenía que dejarse en manos de «las autoridades pertinentes»; porque ¿qué derecho legal tenía yo, un simple ciudadano, de correr tras Eichmann? No me molesté ni en contestarles, pues el hombre en cuestión era uno de esos austríacos que había hallado consuelo y había tratado de consolar a los demás, antes de terminar la guerra, diciendo: «Si ganamos, seremos alemanes, y si no ganamos, seremos austríacos. En ninguno de los dos casos habremos perdido».

Intenté dar con personas que hubieran conocido a Eichmann a principios de los años treinta, durante su afiliación a la ilegal SS. Nadie quería hablar. Un individuo (no miembro del Partido) que había estado con frecuencia en casa de Eichmann y que conocía bien a la familia, leyó en los diarios acerca de los crímenes de Eichmann y se negaba a creerlos porque aquél no podía ser el mismo Adolf, el individuo tranquilo de siempre, desgarbado y torpe, sin personalidad y que tantas veces parecía como estúpidamente dominado por una idea fija. No sabía él lo bien que acababa de describir a Eichmann, cuánta razón tenía y al mismo tiempo qué equivocado estaba. Yo había leído y releído libros sobre la psicología del crimen, sobre la motivación y primera infancia de los criminales, pero cometí un error: traté a Eichmann como un criminal ordinario, lo cual él no era porque en su caso los problemas que usualmente llevan al crimen, por la primera infancia, por el ambiente, no existían. Como representante de la Compañía Vacuum Oil había tenido alguna relación con judíos, pero ninguna experiencia desagradable y en la Alta Austria había sólo mil cien judíos cuando Eichmann y su amigo Ernst Kaltenbrunner, que luego llegaría a ser jefe de la Gestapo de Hitler, eran en Linz hombres fuera de la ley. Eichmann jamás demostró sentimientos agresivos contra los judíos, pues no era más que un Hauptscharführer (sargento) obediente y sin personalidad, hasta el punto de que en el Hauptamt de la SD de Berlín no sabían con certeza qué hacer con él.

Le encargaron que recogiera material sobre «la conspiración mundial de los francmasones» y empezó a leer estudios sobre la francmasonería, convirtiéndose en algo así como experto en la materia y escribiendo largos tratados sobre lo que debía hacerse para combatir la «conspiración». El movimiento francmasón estimuló su interés hacia el problema judío y llegó al convencimiento de que los francmasones eran una especie de secta judía que quería dominar al mundo.

Eichmann comenzó a llevar un fichero de prominentes francmasones judíos que sus superiores alabaron, así como su Gründlichkeit (aplicación), llegando cada vez más lejos en sus «investigaciones». Al cabo de cierto tiempo se hallaba tan interesado en el «problema judío» que abandonó a los francmasones y dedicó todo su esfuerzo a estudiar los judíos, leyó innumerables libros y sorprendió a sus superiores con su enciclopédico conocimiento de la ley judaica y del sionismo. Se convirtió por este camino en observador de la Gestapo y fue enviado a estudiar los barrios judíos de diversas ciudades. He hablado con judíos que recuerdan al Eichmann de entonces y todos dicen que era muy distinto de los rufianes de la SS a que estaban acostumbrados, pues su actitud era inflexible pero fríamente cortés. Entre los documentos que hallé en Nuremberg hay una petición de Eichmann de «fondos especiales» que le permitieran estudiar hebreo con un rabí y aunque hace notar que las lecciones costarían sólo tres marcos, una verdadera ganga, sus jefes se los denegaron. Sin embargo, Eichmann tenía fama en el Hauptamt de la SD de ser el mayor experto en «el problema judío».

Por aquel entonces, mediados los años treinta, una solución nazi oficial para «el problema judío» no había sido formulada aún y si bien los jefes nazis estaban de acuerdo en que los judíos tenían que salir de Alemania, no consideraban los campos de concentración como solución ideal, pues Hitler y sus secuaces estaban convencidos del universal y omnisciente poder del Weltjudentum (mundo judío) y decidieron solemnemente que el mejor medio de batir a los judíos era acumular el máximo conocimiento sobre ellos para poderles vencer con sus propias armas. ¿No eran acaso los judíos las eminencias grises que actuaban detrás de tronos y gobiernos? Eichmann decidió conocer a los judíos en su propio suelo y en 1937 fue a Palestina acompañado por un tal Obersturmführer Hagen. He hallado muchos documentos que acreditan el funesto viaje. Eichmann entró en Palestina mediante un carnet de periodista falsificado que le identificaba como del Berliner Tageblatt.

Antes de su partida, numerosos judíos fueron detenidos en Alemania como rehenes a cambio de Eichmann, nombre que ellos jamás habían oído. Pero Eichmann pasó exactamente dos días en Palestina; visitó la colonia alemana de templarios de Sarona, cerca de Tel Aviv y un poblado judío, pasando de allí a El Cairo para encontrarse con Amin el Hussein, Mufti de Jerusalén, notorio por su odio a los judíos y sus simpatías nazis. Después Eichmann quiso volver a Jerusalén, pero las autoridades del mandato británico no se lo permitieron y tuvo que regresar a Berlín. Uno de los hermanos de Eichmann, de Linz, dijo a un amigo mío que por un tiempo la familia consideró a Adolf un «sionista» porque con frecuencia refería la posibilidad de una emigración judía a gran escala de Alemania a Palestina. Aquella estancia suya de cuarenta y ocho horas en Palestina le daría más tarde la idea de crear la leyenda de que él procedía de Palestina y que por tanto sabía todo lo concerniente a los judíos. Logró tan bien este propósito, supo crear de modo tan convincente el mito, que algunos judíos de Budapest creían en 1944 que había estudiado filosofía rabínica.


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Mensaje por Erich Hartmann » Sab Sep 13, 2008 1:15 pm

He intentado descubrir cuándo exactamente Eichmann pasó de ser un teórico experto en «el problema judío», a convertirse en ejecutor. Quizá fuera una transformación gradual, porque cuando llegó a Viena en otoño de 1938, hablaba todavía con toda cortesía de una «forzada emigración». El gran cambio tuvo lugar en noviembre de 1938, cuando los nazis dieron orden de destruir las tiendas y sinagogas judías para vengar el asesinato de un diplomático nazi a manos de un judío. Las órdenes que llegaron a Viena, dadas por Reinhard Heydrich, jefe de la Gestapo, decían específicamente que ello fuera notificado a Eichmann. Entonces fue cuando Eichmann halló su «misión». Testigos presenciales informaron posteriormente que le vieron ir de una sinagoga a otra, supervisando personalmente la total destrucción y cuentan que «había ayudado con sus propias manos» y que parecía «alborozado».

Varios días después, los jefes de la Comunidad Judía en Viena notificaban que Eichmann les hizo comparecer, sin invitarles a que se sentaran frente a su mesa de despacho sino que ordenó que permanecieran en pie, a tres pasos de distancia y en posición de firmes. En 1939 Eichmann fue a Praga, hizo comparecer al presidente de la Comunidad Judía de allí y le dijo:

—Los judíos tienen que marcharse. ¡Y aprisa!

Al contestarle que los judíos de Praga habían vivido allí mil cien años y eran indígenas, gritó:

—¿Indígenas? ¡Ya les enseñaré yo!

Al día siguiente el primer embarco de judíos partía rumbo a un campo de concentración.

En 1941 no había sitio en el mundo de Hitler para los judíos. Después de la Conferencia de Wannsee a principios de 1942, en la que los cabecillas nazis redactaron la «Solución final» —asesinato en masa—, se le ordenaba a Eichmann cumplir órdenes de Hitler y de Himmler. En la primavera de 1945 decía a un miembro de su jefatura en Budapest:

—Moriré feliz sabiendo que he dado muerte a casi seis millones de judíos.

Cometí un error tratando de hallar un motivo en su infancia: no había motivo ni odio. No se trataba más que de un producto perfecto del nazismo. Cuando alguno de sus subalternos no podía llevar adelante aquella misión de asesinato en masa, Eichmann decía:

—Traicionas la voluntad del Führer.

Hubiera hecho lo mismo si le hubieran ordenado que ejecutara a todos los hombres cuyos apellidos empezaran por P o por B o a todos los que fueran pelirrojos: el Führer «tenía siempre razón», y la misión de Eichmann era que las órdenes del Führer se cumplieran.

En la primavera de 1948 pude con exactitud reconstituir el viaje de Eichmann al final de la guerra. Llegó al campo de concentración de Theresienstadt el 20 de abril y estuvo en él hasta el 27. Al día siguiente se hallaba en Praga, el 29 en Budweis, el 1 de mayo en el campo de Ebensee cerca de Bad Ischl y el 2 en Altaussee, donde permaneció hasta el 9 de mayo. Luego se escondió voluntariamente en campos de internamiento americanos, hasta fines de junio, en que escapó de Camp Cham. Entonces, durante cierto tiempo se mantuvo oculto en el norte de Alemania, hecho posteriormente confirmado por dos destacados SS; uno de ellos fue Hoess, antiguo comandante de Auschwitz que estuvo en contacto con Eichmann cuando se hallaba en el norte de Alemania. De allí Eichmann pasó a casa de un tío suyo de Solingen y cuando en una ocasión las autoridades británicas fueron a interrogar a ese tío suyo mientras Eichmann estaba escondido en la casa, el tío no le descubrió, pero Eichmann decidió volver al Aussee, donde se sentía más seguro que en parte alguna.

Uno de mis más allegados colaboradores de aquellos meses fue un antiguo comandante de la Wehrmacht alemana. Se había mostrado reacio a ayudarme, y dijo: «No debo manchar mi uniforme», invocando el espíritu de Kameradschaft (camaradería). Le dije que la camaradería termina donde el crimen empieza y que yo no salvaría a camaradas míos que hubiesen cometido crímenes en un campo de concentración.

El comandante visitó varios camaradas suyos alemanes, habló con muchos SS y cuando volvió a Linz me dijo que Eichmann era «el hombre más odiado entre los SS por haberle dado a la SS tan mala fama». El parecer de todos los SS y de los antiguos camaradas de Eichmann era que se escondía en la región de Aussee. En las cercanías de Gmunden, la organización clandestina nazi Spinne tenía su cuartel general.

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Mensaje por Erich Hartmann » Dom Sep 14, 2008 12:04 pm

Nunca dudé de que tanto su mujer como su padre sabían muy bien dónde se hallaba a pesar de que nunca recibieran cartas de él. Terminada la guerra, había una rigurosa censura postal y la CIC interceptaba la correspondencia de Frau Eichmann en Altaussee y la del padre de Eichmann en Linz y consta que no existían mensajes sospechosos ni cartas en clave personal. Cuando en 1947 se ordenó a todos los antiguos nazis que se identificaran, tres miembros de la familia Eichmann admitieron haber pertenecido al Partido: papá Eichmann se había alistado en mayo de 1938, dos meses después del Anschluss, el hermano Otto se había unido al Partido y a la SA aquel año; el hermano Friedrich se había inscrito en el Partido y en la SA en 1939. Los americanos abrieron una investigación, pero no hallaron fundamentos de prosecución. Eran Mitläufer, secuaces sin importancia.

La familia de Frau Eichmann pertenecía a distinta categoría, ya que sus parientes de Checoslovaquia habían prosperado durante el régimen nazi y cada mes Frau Eichmann recibía de su suegro un giro postal por valor de mil chelines (cuarenta dólares), aunque suponíamos que recibía también dinero de otras fuentes, quizá de su familia.

El 20 de diciembre de 1949 un alto oficial de la policía austríaca fue a verme al Centro de Documentación de Linz y me sugirió que comparásemos nuestros ficheros del caso Eichmann. Los austríacos creían que Eichmann se escondía en las cercanías del pueblo de Grundlsee, a unos tres kilómetros de Altaussee, ya que en Grundlsee, situado en la orilla del lago del mismo nombre, que tiene una longitud de unos seis kilómetros, hay unas cuantas casas aisladas. Dije al oficial que varios meses atrás uno de mis hombres destacado en Altausee había observado que un «Mercedes» negro con matrícula de la Alta Austria, procedente de Grundlsee, se detenía unos minutos frente a la casa de la calle Fischerdorf, 8, donde vivía Frau Eichmann, y que un hombre con una trinchera «que parecía judío», había pasado unos minutos en el interior de la casa y se había vuelto a marchar en el mismo «Mercedes» negro. Pudo haber sido Eichmann.

El oficial de policía asintió, pues estaba convencido de que Eichmann mantenía estrecha relación con una célula clandestina nazi de Estiria. El antiguo miembro de su estado mayor, Anton Burger, que había sido descubierto cuando la policía registró una casa por otra en busca de Eichmann, había escapado de Camp Glasenbach en 1947, pasando a actuar de correo entre Eichmann y las fuerzas clandestinas cuyas células se componían de cinco personas, cada una de las cuales sólo conocía la existencia de otros cinco miembros y que mantenían contacto con otra organización neonazi conocida por Sechsgestirn (Seis estrellas). La policía austríaca esperaba que la detención de Eichmann acabara con esa red.

El oficial volvió al día siguiente, diciéndome que la policía había descubierto que Eichmann pensaba pasar la Nochevieja con su familia en Altaussee y que se había planeado registrar la casa mientras él estuviera dentro, pidiéndome acudiera yo también. El plan tenía que mantenerse en riguroso secreto. Por Nochevieja yo celebraba mi cumpleaños y no se me ocurría mejor regalo de cumpleaños que la detención de Eichmann.

Por aquel tiempo, un joven israelita que había emigrado de Alemania a Palestina con sus padres siendo niño, había luchado con el ejército israelita durante la guerra de independencia y ahora hacía un viaje por Europa, acudía con frecuencia a mi Centro de Documentación. Tenía el ardoroso entusiasmo del ciudadano de una nación muy joven y el trabajo del Centro de Documentación le fascinaba, especialmente en lo concerniente al caso Eichmann. Le dije —bastante neciamente, ahora me doy cuenta— que pudiera que muy pronto tuviéramos a Eichman en la cárcel y cuando se enteró de que yo iba a Altaussee, donde Frau Eichmann vivía, me pidió que le dejara ir conmigo.

—Puede que allí le hagan falta dos brazos más —me dijo.

Salimos para allá el 28 de diciembre y nos alojamos en el Hotel Erzhergoz Johann, de Bad Aussee, a tres kilómetros de Altaussee. La policía austríaca tenía seis agentes distribuidos en varias posadas. Advertí al joven israelí que no se dejara ver y, sobre todo, que no hablara con nadie, sin saber que aquella misma noche había estado ya en un club nocturno donde lo había pasado en grande y contado a las chicas que él era de Israel, cosa que impresionó francamente a todos, pues nadie en Bad Aussee había visto nunca un israelí de la nueva hornada.

La mañana del 31 de diciembre me entrevisté con el oficial de policía en jefe y acordamos que sus hombres estarían a las nueve de la noche en los lugares previstos. La carretera de Grundlsee a Altaussee y la casa en que Frau Eichmann vivía estaban ya bajo vigilancia. De vuelta a mi habitación, dije al israelí que no saliera para nada de la habitación antes de medianoche y que me pondría en contacto con él en cuanto tuviéramos buenas noticias. A las nueve en punto me reuní con el oficial de policía y otro hombre. En todas las posadas, hoteles y casas particulares se celebraba la Nochevieja: voces, música, risas. Sólo nosotros aguardábamos para nuestra celebración personal. El policía fue a un teléfono y marcó el número de la casa de la calle Fischerdorf, 8, preguntó por Frau Liebl y al poco una voz de mujer preguntó:

—¿Eres tú? ¿Seguro que vendrás esta noche?

El agente, sin decir nada, colgó el auricular: Frau Eichmann esperaba a alguien. Bien, le recibiríamos como convenía.

A las diez acompañé al oficial de policía en su ronda; pasamos inspección a los agentes de todos los puestos y miramos dentro de todas las posadas de la carretera. Hacía mucho frío y tiritábamos; así, que decidimos regresar al Hotel Erzhergoz Johann para tomar una taza de té caliente. Abrí la puerta del bar del hotel y quedé pasmado: el joven israelí estaba sentado a una mesa grande, bebiendo con un grupo de personas del lugar, hablando de las heroicas hazañas del ejército israelí.

Al oficial de policía aquello le sentó muy mal.

—No me gusta, porque si corre la voz de que un israelí anda por el pueblo, puede que...

—Son más de las diez —le dije—. Nada puede ocurrir ya.

—De veras que así lo espero —contestó, molesto.

A las diez y media volvíamos a marcharnos y al llegar al siguiente bar, el agente de guardia informó que la gente hablaba de un israelí recién llegado a Bad Aussee. En el próximo se hablaba ya de un grupo de israelitas llegados. El oficial me miró, pero no dijo nada, y yo por dentro me maldije.

Las once. Si Eichmann quería estar con su familia a medianoche, pronto tendría que salir de Grundlsee. Esperamos otros veinte minutos. Nadie hablaba. A las once y media un agente llegó corriendo de Grundlsee y dijo algo al oficial. El oficial me dio una mirada de esas de «ya te decía yo».

—Creo que no hay nada que hacer: al parecer Eichmann ha sido prevenido.

Me le quedé mirando, incapaz de pronunciar palabra. Entonces él dijo al agente que repitiera el informe:

—A las once y media dos hombres aparecieron en la carretera procedentes de Grundlsee y aunque estaba bastante oscuro pude distinguirlos bien contra el fondo blanco de nieve. Cuando estaban a unos ciento cincuenta metros de mí, que les observaba tras los árboles de la carretera, apareció de pronto por el lado de Grundlsee otro hombre corriendo gritándoles. Ellos se detuvieron, él les dio alcance y pocos segundos después los tres corrían de vuelta a Grundlsee.

El oficial advirtió mi estado de ánimo.

—No se lo tome así. Ahora sabemos de qué grupo de casas partieron y aunque desde luego no tenemos orden de registro y yo no puedo intervenir sin órdenes superiores, no perderemos de vista a Eichmann. Aquí dejaré dos hombres, me volveré a Linz y pediré instrucciones. —Se encogió de hombros y añadió:— Quizá fue una equivocación traer al joven israelí, o quizás Eichmann fue prevenido por otra razón, quién sabe.

A las doce y media regresamos a Bad Aussee. Las calles estaban llenas de gentes que alborotaban y los borrachos gritaban felices: «¡Feliz Año Nuevo!» entre músicas y romper de vasos. No quise ver a nadie: subí a mi habitación y me eché en la cama sin desvestirme.

Me sentía completamente desesperado porque teniendo mi regalo de cumpleaños sólo a ciento cincuenta metros, lo había dejado perder y ahora no volvería jamás a atraparlo.

Una semana después, el oficial de policía austríaco me informaba de que habían abandonado la búsqueda porque tenían informes de que Adolf Eichmann había desaparecido de la región de Aussee.

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Mensaje por Erich Hartmann » Vie Sep 19, 2008 1:06 pm

El 1950 fue un mal año para la «caza» de Eichmann, la guerra fría estaba en su apogeo y los antiguos aliados se hallaban muy ocupados a ambos lados del Telón de Acero. Los americanos tenían de sobra con la guerra de Corea. Nadie sentía interés por Eichmann ni por los nazis; de modo que cuando dos nazis se encontraban durante aquella época, solían decirse:

—Soplan buenos vientos.

Y se daban mutuas palmadas en la espalda. Fulgurantes reportajes sobre Eichmann aparecían de vez en cuando en la prensa sensacionalista: se le había visto en El Cairo, en Damasco; se decía que estaba formando una legión alemana para los árabes, etcétera. Me constaba que aquellas historias eran invención pura: un hombre que siempre había detestado que le fotografiaran no iba de la noche a la mañana a mostrarse despreocupadamente.

El grueso dossier Eichmann seguía aún en mi despacho y yo a duras penas podía soportar su vista porque estaba convencido de que Eichmann no estaba ya en Europa, tras mi poco éxito en su escapada de Año Nuevo. Probablemente la ODESSA lo había tomado a su cargo y quizás se escondiera en el Próximo Oriente, donde contaba con amigos y admiradores árabes. Yo no podía hacer nada, por una parte porque la mayoría de colaboradores que habían trabajado conmigo sin remuneración alguna me habían dejado para emprender una nueva vida, y por otra, los americanos que por entonces llegaban a Europa, no sentían el más mínimo interés por Eichmann, hasta el punto de que si yo empezaba a hablar de él, adoptaban un aire de fastidio o me lanzaban miradas de impaciencia. Uno de ellos me indicó que quizás yo fuera víctima de un complejo de persecución.

—No puede usted correr así tras un fantasma, Wiesenthal. ¿Por qué no se olvida de todo ello de una vez? —me dijeron.

En enero de 1951 conocí a un antiguo miembro de la Abwehr, que llamaré «Albert», y que tenía algunos conocidos entre los hombres de la ODESSA. «Albert» me dijo que Eichmann había sido visto en Roma a últimos del verano de 1950, pocos meses después de que se marchara de la región de Aussee, habiendo probablemente llegado hasta allí a través de la ruta de los monasterios. «Albert» fue a Roma para tratar de averiguar lo sucedido y a mí se me hacía muy difícil aguardar hasta su vuelta, que tuvo lugar en febrero y en que me dijo:

—Hay diferentes relatos de la huida de Eichmann, pero todos concuerdan en que llegó a Roma con la ayuda del comité croata, dirigido por antiguos amigos de Ante Pavelic, jefe del gobierno colaboracionista croata. Como es natural, Eichmann en Roma no se hospedó en ningún hotel, sino que al parecer estuvo escondido en un monasterio donde se le dio carta de identidad vaticana, imprescindible si quería hacerse con un visado que le permitiera llegar a algún país de Sudamerica.

Objeté:

—¿Estás seguro de que se trata de Sudamérica? ¿No estará en el Próximo Oriente?

«Albert» negó con la cabeza:

—La mayoría de nazis que hallaron asilo temporal en Roma, fueron enviados posteriormente a Sudamérica y, por tanto, creemos que Eichmann se incorporaría a un transporte en grupo, posiblemente con nombre supuesto, de los que se dirigen hacia Brasil y Argentina.

Yo no tenía recursos para buscar en Brasil ni en Argentina a un hombre cuyo nombre presente desconocía y al que no podía describir con exactitud, porque la última fotografía de él había sido tomada catorce años atrás. Mi única esperanza residía en la familia de Eichmann, en que algún día tratara de establecer contacto con su esposa, que seguía en Altaussee donde los niños iban a la escuela, y en que algún día tratara de que se reunieran con él en Latinoamérica.

En otoño de 1951, después de haber vendido una serie de artículos sobre el oro de Eichmann y los pescadores de los tesoros de Altaussee a diversas revistas, un hombre fue a verme. Mi secretaria me entregó su tarjeta de visita: Heinrich von Klimrod. Era un individuo esbelto y bien vestido, de porte militar, que al entrar se inclinó correctamente, preguntándome si podía hablar «abierta y francamente». Le rogué que se sentara.

—Hemos leído sus artículos y su conocimiento del delicado asunto nos ha impresionado tanto que queremos proponerle un trato.

Le pregunté quiénes eran los «nosotros».

—Permítame que le sea franco. Vengo en representación de un grupo de vieneses, antiguos SS, porque nuestros intereses tienen un punto común con el suyo. Sabemos sin embargo que usted es un idealista fanático que quiere encontrar a Eichmann para entregarlo a la justicia. Nosotros también queremos encontrarle, pero por diferentes razones, pues lo que queremos es el oro de Eichmann. Por tanto, creo que podemos trabajar en estrecha colaboración.

Me quedé sin habla. Así, que lo que proponía era que le ayudara a obtener el oro que Eichmann y sus hombres habían arrancado de los dedos y de las bocas de millones de judíos desaparecidos en las cámaras de gas. Quizás interpretara mal mi silencio porque prosiguió:

—No hay razón para que todos esos personajes que se mueven en la sombra por los alrededores de Altaussee hayan de ser ricos, mientras que muchos de nuestros camaradas de la SS viven miserablemente. Lo que queremos es un reparto justo. Sabemos muchas cosas de la huida de Eichmann; sabemos que dos sacerdotes, el padre Weber y el padre Benedetti le ayudaron cuando estuvo en Roma. Sabemos en qué monasterio de capuchinos estuvo escondido, y si no conocemos el nombre que usa Eichmann ahora, sí tenemos muchos camaradas en Sudamérica que nos ayudarán. Bueno, ¿qué tal el trato?

Yo intentaba ganar tiempo y pregunté a Klimrod en qué se ocupaba ahora.

—Soy socio de una compañía de exportación-importación que está en muy buenas relaciones con los rusos; de modo que hemos podido embarcar material estratégico para países comunistas a pesar del embargo americano. Puede que haya oído hablar de la Liga Nacional, grupo de antiguos nacionalsocialistas que cooperan con los comunistas; pero nosotros no pertenecemos a la Liga, aunque tocamos muchas teclas. Haría bien aceptando nuestra proposición. Claro que usted no necesita el oro de Eichmann porque ustedes los judíos tienen muchísimo dinero. Así que usted se queda con Eichmann y nosotros nos quedamos con el dinero.

Decliné la halagadora oferta, pero no me fue fácil hacerle entender el porqué. No operábamos con la misma longitud de onda. Le expliqué que yo no podía asociarme con un grupo de antiguos SS que cooperaban con comunistas, que yo no podía hacer un trato con un oro que no me pertenecía, como tampoco pertenecía a Eichmann; en otras palabras, podía muy bien ser que parte de aquel oro procediera de mis ochenta y nueve parientes asesinados por los hombres de Eichmann.


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