Winston Leonard Spencer-Churchill

Todos los personajes de la Segunda Guerra Mundial

Moderadores: José Luis, Audie Murphy

Avatar de Usuario
Dr Heider
Miembro
Miembro
Mensajes: 160
Registrado: Mié Jun 23, 2010 6:44 am
Ubicación: Colombia

Winston Leonard Spencer-Churchill

Mensaje por Dr Heider » Sab Sep 18, 2010 5:12 am

Capítulo 12. La pintura, la lectura y el teatro como psicoterapia.

El revés en marzo de 1915 en los Dardanelos motivó ataques y críticas implacables contra Churchill, causándole un impacto negativo a su estilo de vida, a su temperamento y a su actividad política. Así, el cargo de Primer Lord del Almirantazgo había tocado a su fin, y algunos comentaristas y opositores llegaron hasta a decir que “su carrera política estaba igualmente acabada”, hecho que lo llevó a presentar frecuentes crisis depresivas.

En medio de todos los vaivenes que caracterizaron la batalla, el veredicto de la exhaustiva investigación que patrocinó el gobierno británico, fue que “Winston Churchill, como Primer Lord del Almirantazgo, no había cometido ningún error y que Kitchener (como Ministro de Guerra), y Asquiith (como Primer Ministro), era tan culpables de la mal proyectada campaña como Churchill”.

Sin embargo, la culpa cayó inevitablemente sobre Winston, quien buscaba ganar la guerra en un solo golpe, iniciando una campaña sin tener paciencia de convencer a Kitchener acerca de la conveniencia de realizar una operación conjunta de la armada y las tropas de tierra. De un momento a otro, pasó de Primer Lord del Almirantazgo a Mayor en las trincheras, hecho que lo llevó a una profunda desilusión.

Agobiado de problemas de toda índole buscaba descansos de fin de semana fuera de Londres. Esto lo llevó a tomar en alquiler una casa de campo, Hoe Farm, ubicada cerca de Agoldming en Surrey, un hermoso valle de la campiña inglesa. Sencilla, sin lujos pero con un acogedor ambiente, se constituyó en un amable sitio de reunión a donde convidaba familiares y amigos a beber champagne fría, degustar sus comidas favoritas, tomar luego de ellas un Cognac Hine y por supuesto fumar un fino cigarro habano.

Recién instalado en Hoe Farm, invitó a su cuñada Goonie, entusiasta pintora, a pasr el fin de semana con su familia. Ella se propuso, debido a su buen sentido artístico y agradable temperamento, pintar para los Churchill la bella pero modesta casa de campo con su romántica entrada, sus lindos jardines y sus árboles centenarios. Sobre el caballete de Goonie y ante un hermoso paisaje, Winston practicó un ensayo de acuarela que fue verdaderamente lamentable y luego otro de óleo sobre lienzo que motivó la risa de todos los presentes, pero que lo llevaron al consentimiento de que la pintura podía constituir para él un escape y una terapia para olvidar sus problemas y para la terrible depresión que lo perseguía y con frecuencia lo acompañaba.

La gran afición por la pintura que lo llevó a ser un destacado artista, lo acompañó hasta muy avanzada edad, le tranquilizaba y le permitía afrontar con responsabilidad, inteligencia y energía todos los vaivenes de la vida. Él mismo, sin tener conocimiento de medicina, comprendió que la pintura era una hermosa y efectiva terapia para la estúpida depresión que llevaba en sus genes.

Phillis Moir quien por años fue su secretaria privada, decía: “La pintura parece ser el entretenimiento favorito del Sr Churchill para descansar su mente; en ella se encuentra la válvula de escape que necesita su energía creadora”. Tenía 41 años y así superó la idea de irse de Inglaterra con el cargo de Gobernador General y Comandante en Jefe de África Oriental Británica, que el Primer Ministro Herbert Asquit le negó diciéndole: “Estamos sufriendo de carencia de cerebros en los altos comandos”. El joven y combativo estadista tenía ya dos hijos, Diana y Randolph, a quien desde entonces preparaba para ser su heredero político.

Alguna vez para su libro Pensamientos y Aventuras escribió: “La pintura vino en mi auxilio en una época muy penosa y ardua…es un compañero con el cual se puede esperar andar gran parte de la jornada de la vida. Es una amiga que no tiene excesivas exigencias, su pasión no acarrea excitaciones agotadoras y apremiantes, nos sigue fielmente en el camino, aunque sus pasos sean débiles y sostiene su lienzo como una pantalla entre nosotros y los ojos envidiosos del tiempo o el sombrío avance de la crepitud. Felices los pintores que nunca estarán solos. Luz y color, paz y esperanza, les harán compañía hasta el fin, o casi hasta el fin del día”.

“La pintura como distracción es completa. Yo no sé nada que, sin agotar el cuerpo, absorba más totalmente la imaginación. Cualesquiera que sean las preocupaciones de la hora, o las amenazas del futuro; una vez la pintura ha empezado a invadirla no hay espacio para ellas en la pantalla mental. Se desvanecen en la oscuridad y en la sombra. Todas las propias luces del espíritu se concentran en la tarea. El tiempo se mantiene a una prudente distancia y sólo después de muchas vacilaciones, la llamada a comer golpea malhumorada la puerta”.

Pintar, como puede observarse en las líneas anteriores, se constituyó para Churchill parte esencial de su vida y se sabe que en todos sus viajes, fueran de descanso o de trabajo, llevaba consigo el caballete, lienzos, paletas, pinceles y finos colores de óleo. Es conocido por ejemplo, que en noviembre de 1915 llevó a Flandes todo su menaje, y allí desde las trincheras pintaba. También que en Laurence Farm (Francia) en medio de intensos bombardeos, asombró a la tropa montando un caballete y poniéndose a pintar una arruinada granja perforada por los proyectiles enemigos. En unas vacaciones en el sur de Francia en 1935 logró un bello cuadro del Castillo de Maxine Elliot, cerca a Canes.

Aunque fue un pintor autodidacta, pues no contó con un entrenamiento formal en esta disciplina, tuvo la suerte de tener el consejo y la asesoría de destacadas personalidades como el pintor norteamericano John Singer Sargent, bajo cuya dirección logró cuadros famosos como “Two glasses on a verandah” y “The ruins of Arras Cathedral”. W.R. Schert, amigo de la madre de Clementine le indicó cómo preparar correctamente los lienzos y manejar adecuadamente las pinturas y los pinceles. Le enseñó además la técnica de “linterna mágica” que consiste en tomarle fotografías ampliadas a los lienzos con las que el pintor se ayuda en los temas de composición. Tea at Chartwell que pintó en 1920 y en el que él aparece, fue realizada con la técnica mencionada.

Otros de sus asesores y orientadores en la pintura fueron sir John Lavery y su encantadora esposa Haissel. Sir Lavery era su vecino en Londres y famoso pintor de retratos al óleo. Por los años 30 Paul Maze, destacado pintor francés radicado en Inglaterra y William Nicholson, tuvieron gran influencia en la formación de Churchill como pintor quién se distinguió básicamente en paisajes, interiores, naturaleza muerta y estudios de flores, habiendo aventurado también en forma ocasional realizar retratos como los de Sir Archibal Sinclair y Lady Castlerosse.

Pero es de advertir que, de estudiante en Harrow en 1890, había recibido algunas clases elementales de pintura materia obligada que fueron sus primeros pasos en esta disciplina. Desde allí alguna vez escribía a su madre: “Pequeños paisajes y puentes y ese tipo de cosas, ya estoy por empezar a sombrear el sepia”.

Sus inclinaciones hacia el arte de pintar eran muy definidas y tradicionales, hasta el punto que su amigo y admirador Alfred Munnings le preguntó en una tertulia que si se encontrara caminando por Picadilli, frente a frente con Pablo Picasso qué haría. A lo cual Churchill le contestó furioso, luego de darle un largo chupón a su cigarro: “Pues le daría una patada por el culo”. Esto jamás pudo cumplirse, pues a pesar de que los dos pintores frecuentaban sitios comunes en Francia, nunca se encontraron.

Durante la Segunda Guerra Mundial, por causas no bien conocidas suspendió temporalmente su afición; pintó únicamente un cuadro que llamó El París del Sahara que obsequió al Presidente Roosevelt. Pero es sabido que después de la Conferencia de Casablanca en enero de 1943, produjo un bello cuadro cuyo fondo son las altas montañas de Villa Taylor cerca a la ciudad de Marrakesh y que en 1954 después de su derrota electoral tomó de nuevo el pincel.

Sus éxitos en el arte finamente cultivado lo llevaron a merecer grandes distinciones. En 1947, por sugerencia del Presidente de la Royal Academy of Painting, Sir Alfred Munning, recibió un premio de la mencionada institución, para luego ser aceptado como su Miembro Honorario. En 1955 tuvo el privilegio y la distinción de presentar una exposición individual en La Diploma Gallery de la Royal Academy, que constituyó uno de los acontecimientos más visitados por los artistas ingleses y de otros países de europa continental.

Los guías turísticos de Chartwell, que desde poco antes de su fallecimiento en 1965 se constituyó en un hermoso museo en manos de The National Trust, anotan que existen cerca de 500 pinturas de su autoría, 125 de ellas en los salones de la que fue por muchos años su adorada caso de campo en Westerham, Kent, y lugar de reuniones familiares y políticas de la mayor trascendencia en la historia de Inglaterra del siglo XX.

Los efectos benéficos de la pintura, que por un lado lo llenaban de satisfacción y por otro lo alejaban de sus constantes preocupaciones que lo deprimían, los plasmó en un pequeño libro que tituló Painting as a pastime. En él menciona sus primeros pasos en el arte de pintar y destaca a todos los personajes que lo orientaron y le dieron su apoyo. Además afirma que encontró en la pintura una verdadera y positiva terapia mental que lo alejaba del perro negro.

Muchas de sus pinturas se encuentran hoy en manos de coleccionistas privados, y se sabe que un bello paisaje en óleo sobre lienzo, perteneció a Aristóteles Onassis, quien fue su gran amigo y que exhibía con orgullo en uno de los salones del yate Christina. Uno de los mejores cuadros pintados por él tiene como elementos de composición una botella de whiski escocés y otra de brandy, juntamente con una jarra de agua y dos grandes vasos de cristal.

Churchill, ya de hombre maduro, era un asiduo lector y la lectura le producía sensaciones placenteras. Por una parte, necesitaba estar plenamente informado de los asuntos políticos y económicos de la Gran Bretaña; aseguraba que leer y pintar eran a no dudarlo, escapes a las tensiones diarias y a sus episodios depresivos. Leía historia, literatura, novelas de célebres autores contemporáneos, libros de táctica militar y por supuesto, se devoraba los diarios londinenses.

Hace unos siglos la lectura ya era recomendada e indicada como psicoterapia. George Heinrich Götse (1667-1728), célebre clérigo luterano, instala una biblioteca para enfermos e intenta con ella aprovechar la lectura como terapéutica para “ciertos pacientes nerviosos”.

En los siglos XVIII y XIX se menciona la biblioterapia en diversos escritos médicos, y en la psiquiatría posterior a 1800, leer diversos temas se considera benéfico para enfermos depresivos.

La lectura superficial y frívola jamás fue de su interés y la forma como seleccionaba los libros ponía de manifiesto un criterio inteligentísimo y un gusto refinado en las obras que compraba. En un departamento que ocupó por alguna época en el barrio Mayfir en Londres, los libros inundaban el estudio, la sala de recibo, el dormitorio y hasta el cuarto de baño en donde había colocado unos anaqueles especiales para colocarlos. En Chartwell Manor, su caso de campo, la situación era similar y se dice que lo más selecto de sus libros los ubicaba allí. Somerst Maughan, Rudy Kipling, Walter Scott y Robert Louis, ocupaban lugares importantes en la biblioteca.

En sus primeros pasos de lector se inició con la Biblia, para luego continuar con Darwin y Malthus. Gibbon y Maculay, también por esos tiempos fueron cuidadosamente estudiados. Más adelante concentró sus lecturas en la historia, biografías y libros que versan sobre estrategia militar en lo que fue un experto. También incursionó en la poesía, lo cual le motivó hacer una excelente amistad con el poeta inglés A.E Housman quien le prologó el primer volumen de su obra La Crisis del Mundo. Nunca pudo abandonar el hábito de la lectura, que Lord Moran, quien fuera su médico por muchos años, le cultivaba pues entendía que leer lo apartaba del perro negro.

Muchos de sus biógrafos cuentan que el arte escénico era también de sus preferencias. Ya de hombre importante, cada vez que sus múltiples ocupaciones y compromisos se lo permitían, asistía al teatro para, como él mismo decía “recrear el espíritu con el espectáculo”. Revistas de brillantes candilejas y alegres comedias musicales lo llenaban de alegría y optimismo; procuraba siempre asistir al teatro acompañado de sus hijas.

Imagen
Fuente http://www.anglotopia.net/category/coun ... untryside/" onclick="window.open(this.href);return false;
Uploaded with ImageShack.us

Imagen
Fuente http://images.arcadja.com/churchill_win ... 789_45.jpg" onclick="window.open(this.href);return false;
Uploaded with ImageShack.us

Imagen
Bottlescape
Fuente http://farm3.static.flickr.com/2199/240 ... 22e947.jpg" onclick="window.open(this.href);return false;

Uploaded with ImageShack.us

Saludos
"Daría todo lo que sé, por la mitad de lo que ignoro." Descartes

Avatar de Usuario
Monterdez
Miembro
Miembro
Mensajes: 261
Registrado: Lun Sep 21, 2009 8:06 pm

Winston Leonard Spencer-Churchill

Mensaje por Monterdez » Mié Sep 29, 2010 9:16 pm

Continuamos a la espera del próximo capítulo.

Estas aficiones han sido muy nombradas y, sin embargo, parece que son poco conocidas; desde luego no como una "medicina" contra el "perro negro".

Atte.
"Estoy a favor de los derechos de los animales al igual que de los derechos humanos. Es la única manera de ser un humano completo". Abrahan Lincoln

Avatar de Usuario
Dr Heider
Miembro
Miembro
Mensajes: 160
Registrado: Mié Jun 23, 2010 6:44 am
Ubicación: Colombia

Winston Leonard Spencer-Churchill

Mensaje por Dr Heider » Mié Oct 06, 2010 5:22 am

Capítulo 13. Los piojos lo amenazan. Fuente Winston Spencer Churchill. Sus enfermedades y la medicina de su época.

Para finales de 1915, en plena Primera Guerra Mundial y superando infortunios, Churchill tomó la decisión de unirse a su regimiento en Francia y así a las trincheras; la incomodidad y la acción de guerra lo obsesionaban. Fue asignado al frente occidental y para allá partió dejando a Clementine en Londres, vestido elegantemente con el uniforme de Cuartos de Granaderos; más tarde, en 1916 lo hicieron comandante del VI Batallón de Reales Fusileros Escoceses con el rango de Teniente Coronel. Pocos de sus soldados estaban debidamente entrenados. La mayoría eran voluntarios que anteriormente ejercías sus profesiones en Escocia y jamás habían estado en una trinchera, ni se la imaginaban y poco conocían las armas de fuego.

Con todos estos factores negativos agregados a su fracaso en los Dardanelos que su tropa conocía, se instaló en pleno campo de batalla en St Omer, cerca de la aldea de Mooleneaker, en condiciones higiénicas y de comodidad poco atractivas, que aceptó en forma abnegada y patriótica, pero donde tuvo la precaución de instalar en su humilde y sucio albergue una “larga bañera y un hervidor para calentar el agua”. Él presentía que se iba a enfrentar a dos enemigos, los soldados adversarios y los piojos, y así dijo a sus uniformados: “Caballeros, vamos a hacer la guerra…a los piojos”. Las amenazas a la salud del joven soldado, político y estadista, así como para su tropa se veían muy cerca, a tal punto que nombró un comité para la “exterminación total de los piojos del batallón”; Winston, sus oficiales y soldados sin excepción alguna, debían colaborar en esta ardua tarea.

La derrota en la batalla de los Dardanelos que se inició en febrero de 1915, cuando Turquía se unió a los alemanes, constituyó para Churchill una situación verdaderamente lamentable que lo llevó a un importante estado depresivo que difícilmente pudo superar. En los círculos políticos y militares de la Gran Bretaña , no se escuchaba nada distinto a grandes preguntas que atormentaban su mente. ¿Quién era el responsable de la derrota? ¿Por qué la armada se había retirado justo cuando la victoria estaba a punto de obtenerse? ¿Por qué no se había enviado el ejército desde el principio? ¿Por qué se habían cometido tantos errores estratégicos y logísticos?

Los desastrosos acontecimientos le hacían pensar en su profundo aislamiento, que si hubiera hecho caso al anciano Lord Fisher, el triunfo hubiese sido total y que su carrera política y militar estaría en los altares. También le deprimía hasta llegar a la desesperación, las grandes diferencias tenidas con Kitchener, el Ministro de Defensa, en ese momento histórico. El “perro negro” se había apoderado del joven guerrero Winston Spencer Churchill.

A los pocos días en St Omer, el excéntrico coronel, por su gran actividad se había ganado el aprecio y admiración de sus soldados y compañeros de batallón. Lo llamaban cariñosamente Lord, Visconde, Sir o Duque Churchill. Hablaba con ellos y los motivaba para hacer de su unidad un grupo de primera categoría, trabajaba ayudando a sus hombres a llenar sacos de arena y fortalecer las trincheras. El capitán Gibb, su subalterno inmediato, que lo admiraba y siempre lo respaldaba en sus decisiones, escribió alguna vez: “A mañana y tarde estaba en la línea. En promedio pasaba unas tres veces al día, lo que no era una tarea fácil, ya que tenía otras cosas que hacer. Por lo menos, una de esas visitas era después del anochecer. En días húmedos aparecía vestido con un uniforme impermeable y con su casco francés azulado, presentaba una figura inusual y destacada. Siempre estaba en íntimo contacto con cualquier trabajo que se estaba efectuando, y mientras sus exigencias eran un poco extravagantes, su bondad y buen humor jamás le faltaban, haciendo que todos llevaran a cabo sus trabajos con la mayor dedicación, aunque la meta que él presentaba fuera inalcanzable”.

Uno de sus soldados decía a un reportero del periódico: “Se mueve entre los hombres en las posiciones más expuestas, tal como si estuviera paseando por los corredores de la Cámara de los Comunes. Los proyectiles derriban hombres a todo su alrededor, pero parece que tiene un cierto encanto mágico y jamás demuestra el más mínimo signo de nerviosismo. Su temeridad es sujeto de muchas discusiones entre nosotros y todo el mundo lo admira”.

El piojo como se sabe, es común encontrarlo en cuarteles, cárceles, conventos y colegios si las condiciones higiénicas no son adecuadas. Existen de este insecto tres variedades, el piojo de la cabeza (capitis), el de los vestidos (vestimentides o corporis) y el inguinalis o pubis (ladilla). Su presencia en las distintas localizaciones causa trastornos cutáneos muy molestos por la permanente rasquiña que produce, además que la infección puede sobreagregarse. Ya por esta época del siglo XX, la infestación por piojos ha disminuido significativamente, pero en las primeras décadas, constituía un problema mayor de salud pública en los lugares mencionados.

Los recetarios de principios del siglo decían que para el tratamiento del piojo de la cabeza, ante todo debía matarse al parásito, para lo cual recomendaban empapar bien ésta con vinagre de sebadilla dejándolo actuar durante doce o veinticuatro horas, cubriendo la cabellera con una gorra de lana o un pañuelo. Constituía también un buen recurso el empleo de petróleo solo o mezclado con aceite de olivas. Para eliminar las liendres adheridas al cabello indicaban pasar un peine espeso por la cabellera.

El tratamiento de pediculus vestimenti era más folclórico. Bastaba bañar el enfermo, hacerle mudar de ropa interior y exponer las prendas sucias a una temperatura de 70 a 80ºC en una estufa. La desinfección de la ropa la hacían también en una caja de madera forrada de hojalata dentro de la cual se hacía quemar una porción de azufre que producía ácido sulforoso, letal para el parásito.

El manejo del piojo inguinal se basaba en una buena aplicación de ungüento mercurial seguida de un baño caliente para eliminar los parásitos y combatir las manifestaciones cutáneas por ellos producidas. Para “la clientela más distinguida”, se indicaba la aplicación de precipitado blanco que no ensuciaba la ropa y no causaba inflamación de la piel.
No mencionan los historiadores si nuestro personaje padeció del “mal de piojos”.

Pero Churchill, además de su pasión por las aventuras era un buena vida. Hacía que Clementine, su adorada esposa, le enviara, quién sabe como, al frente de guerra, sales inglesas para su bañera, ropa interior de Jaeger, sus colonias preferidas y por supuesto, botellas de excelente brandy y cajas de finos cigarros habanos. Regresó a Londres el 17 de mayo de 1916, jamás volvió a las trincheras y por consiguiente, a estar expuesto a ser infestado por los piojos.

Saludos
"Daría todo lo que sé, por la mitad de lo que ignoro." Descartes

Avatar de Usuario
Monterdez
Miembro
Miembro
Mensajes: 261
Registrado: Lun Sep 21, 2009 8:06 pm

Winston Leonard Spencer-Churchill

Mensaje por Monterdez » Dom Oct 17, 2010 10:59 pm

Buenas noches:

Respecto a la crisis de los Dardanelos hay una autodefensa de nuestro protagonista en su obra "La Gran Crisis", en la que dedica bastantes páginas al asunto de la invasión fallida de Turquía ( globalmete es un libro sobre sus memorias de la Primera W. W.). Su exculpación se fundamenta básicamente en la mala ejecución de la invasión por parte de la infanteria (sus mandos se entiende), el no haber enviadó fuerzas suficientes y el haber perdido deliberadamente el factor sorpresa.

Personalmente creo que no se trata de una autojustificación y que estaba convencido de lo que decía; otra cosa es cómo veía peligrar su futuro político, que sí podría ser motivo de afección de "perro verde".

En lo que respecta a los piojos, los que los han padecido alguna vez saben lo pesados que son, especialmente para sus madres. Particularmente el tema de su valentía en el frente creo que está fuera de toda duda.

Atentamente.
"Estoy a favor de los derechos de los animales al igual que de los derechos humanos. Es la única manera de ser un humano completo". Abrahan Lincoln

Avatar de Usuario
expersonalidad naval
Miembro
Miembro
Mensajes: 298
Registrado: Vie Jun 26, 2009 5:54 pm

Winston Leonard Spencer-Churchill

Mensaje por expersonalidad naval » Jue Oct 28, 2010 10:03 pm

Os dejo un link sobre Churchill y Hitler en su faceta de pintores.-

http://www.nuevamayoria.com/ES/INVESTIG ... 60929.html
Desciende a las profundidades de ti mismo, y logra ver tu alma buena. La felicidad la hace solamente uno mismo con la buena conducta. ( Atribuida a Socrates)

Avatar de Usuario
Dr Heider
Miembro
Miembro
Mensajes: 160
Registrado: Mié Jun 23, 2010 6:44 am
Ubicación: Colombia

Re: Winston Leonard Spencer-Churchill

Mensaje por Dr Heider » Sab Nov 06, 2010 4:43 am

Hola a todos.

Muy interesante el artículo que trae expersonalidad naval :sgm120:

Después de un largo receso por obligaciones laborales, continúo con el capítulo 14 del libro Winston Spencer Churchill. Sus enfermedades y la medicina de su época.

Capítulo 14. Accidentes aéreos.

La Primera Guerra Mundial terminó el 11 de noviembre de 1918, día en que se firmó el armisticio y al año siguiente el 18 de enero de 1919, el famoso Tratado de Versalles, que dio lugar al nacimiento de la Sociedad de las Naciones de Ginebra con el fin de preservar la paz. “Las luchas de la guerra habían concluido. Ahora comenzaban los conflictos de la paz” anotó Sir Henry Wilson en una comida privada cuyo anfitrión fue Lloyd George y a la cual también asistieron F.E. Smith y Winston Spencer Churchill. Al parecer en esta gastronómica reunión nació la idea de que Churchill se hiciera cargo del Ministerio de la Guerra toda vez que a juicio de los asistentes, para esta posición se necesitaba un estadista y guerrero avezado que manejara el problema de Rusia con energía, pero ante todo con suma prudencia. Los conflictos con los bolcheviques eran delicados y podían comprometer la paz acordada en Versalles.

Churchill aceptó ser Ministro de la Guerra, pero al mismo tiempo debía desempeñarse como Ministro del Aire, asunto que inquietaba a Clementine, quien deseaba que su esposo tuviera únicamente el primer cargo. Pero su espíritu aventurero lo inclinó a aceptar ambos cargos, y ya con estas dos investiduras comenzó de nuevo a conducir aviones a pesar de que recordaba con terror un aterrizaje de emergencia en el aeropuerto de Buc, cercano a París, percance del que salió ileso pero donde arriesgó su vida.

Un famosísimo piloto discapacitado por un accidente aéreo, que había derribado durante la guerra más de una decena de aviones enemigos en los combates, el coronel Jack Scott, se desempeñaba por entonces como Comandante de la Escuela Central de Aviación y por supuesto era súbdito distinguido del Ministro del Aire con quién compartía la gran admiración por los aviones.

El 18 de julio de 1919 los dos amigos identificados por su afición al pilotaje, viajaron al aeropuerto de Croydon con el ánimo de realizar un vuelo rutinario de entrenamiento. Churchill se encargó del despegue del pequeño avión de doble comando, diseñado por él, en que el piloto y el pasajero podían ir sentados uno al lado del otro, pero cuando alcanzaron poca altura, apenas 60 a 80 metros, el aparato entró en falla, perdió velocidad y comenzó a caer. Ambos, piloto y copiloto sintieron tal terror que llevó a Winston a pensar que era esposo y padre de familia y que en esta oportunidad sí moriría.

El aparato se fue al suelo y el cinturón de seguridad que lo mantenía atado al asiento se reventó. El avezado piloto Scott, a pesar de sus limitaciones físicas, se las ingenió para apagar el motor evitando así una catastrófica explosión que los hubiera calcinado toda vez que el combustible se había dispersado por una amplia superficie de la tierra en que cayó el pequeño monomotor. Esta inteligente y oportuna actitud le aumentaron significativamente la fama de que ya gozaba en la Real Fuerza Aérea.

El momento fue dramático. “El avión cayó rápidamente. Vi el aeródromo iluminado por el sol, muy cerca, debajo de mí, y me relampagueó en la mente la impresión de que estaba bañado en un maléfico resplandor amarillento… Esto es muy probablemente la muerte” comentó Winston algunos días después. El Coronel Scott quedó inconciente por algunos minutos, pero luego de recuperar su conciencia se preocupó afanosamente de la suerte de su compañero que era nada menos que el Ministro del Aire, su jefe. El arrogante funcionario sufrió algunas pequeñas heridas. ¿En dónde?, sin duda no fueron de gravedad; también algunas magulladuras y se dice que ni siquiera quiso que un médico lo atendiera.

Churchill después de semejante susto y ante la airada crítica de Clementine, otros familiares y algunos allegados amigos, aceptó renunciar definitivamente a volar. Años más tarde, en enero de 1942, volando en un hidroavión que lo llevaba de Norfolk, estado de Virginia, en los Estados Unidos, a Bermuda, con autorización del piloto, Capitán Kelly Rogers, tomó el mando del vuelo durante 20 minutos y practicó un par de giros “ligeramente ladeados con considerable éxito” al decir del comandante de la nave. Vale la pena precisar que la noche del 22 de diciembre del año anterior, encontrándose en la capital norteamericana reunido con el Presidente Roosevelt, había presentado un espasmo coronario. Pero la convalecencia de este peligroso y grave episodio no impidió que Winston resistiera la tentación de conducir un avión.

Churchill no era un novato en el tema de la aviación. Desde 1911 hasta 1915 fue responsable en el Almirantazgo del desarrollo del Real Servicio Aéreo, y en 1917 hasta el fin de la Primera Guerra Mundial encargado de los proyectos, construcciones y aprovisionamiento de toda clase de aeronaves y material aéreo necesario para la guerra.

En 1911 la Real Fuerza Aérea contaba únicamente con media docena de aviones y muy escaso número de pilotos lo suficientemente entrenados; el arte de conducir avión era muy incipiente, y qué decir de la aviación para fines bélicos. Cuando estuvo en el Almirantazgo con un grupo de jóvenes entusiastas del aire, inició sus primeros pasos en la conducción de aviones, bajo la dirección del comandante Sampson, para luego con el experimentado, Spencer Grey, aprender a manejar un hidroavión y a darse cuenta de que el pilotaje no era un juego de niños, anotando alguna vez “a medida que empezaba a conocer mejor la navegación aérea me iba dando cuenta del enorme número de riesgos que rodeaban cada momento del vuelo, y llegué a advertir en varios ocasiones defectos en el aparato en el que habíamos estado volando-un alambre roto, una ala chamuscada, un soporte que salta-, lo cual era motivo de muchas felicitaciones entre el piloto y yo, una vez que regresábamos a tierra firme. Y a pesar de ser vivamente censurado, yo continuaba volando en todas cuantas ocasiones me lo permitían mis otros deberes”.

Como Ministro de Municiones, terminando ya la Primera Guerra Mundial-años 1917 a 1918-, se veía obligado permanentemente a moverse de un lado al otro del Canal y solía hacerlo en avión; recordaba con terror las dos ocasiones en que volando de regreso a Londres se vieron junto con su piloto en situaciones extremadamente graves, particularmente una en que el rudimentario avión de aquella época presentó serias fallas en el motor que obligaron a regresar a territorio continental y realizar un aterrizaje de emergencia en el aeropuerto de Marquise en territorio francés.

El espíritu aventurero que lo llevaba a buscar situaciones de peligro lo condujo en alguna oportunidad a realizar un vuelo sobre la línea de combate a finales de 1918, con el fin de observar los movimientos de avance de las tropas británicas, los cuales no pudo captar como él quería por la altura a que volaron para no ser impactados por el enemigo y la velocidad de cien kilómetros por hora que desarrollaba el avión.

Saludos :-D
"Daría todo lo que sé, por la mitad de lo que ignoro." Descartes

Avatar de Usuario
Monterdez
Miembro
Miembro
Mensajes: 261
Registrado: Lun Sep 21, 2009 8:06 pm

Winston Leonard Spencer-Churchill

Mensaje por Monterdez » Mar Nov 09, 2010 9:19 pm

Buenas noches:

Pues sí es verdad que le estaba echando de menos Dr. Heider: sigo con interés sus relatos médicos, cada vez más político-militares que médicos, pero muy interesantes en todo caso. Muy interesante la comparación que ha traido ExPersonalidadNaval.

Este señor estuvo varias veces cerca de la muerte, como queda dicho en el capitulo 14 anteriro, y leí en algún sitio que se consideraba a sí mismo como un designio de una fuerza superior que le tenía encomendado un cometido que cumplir en su vida. Creo que era es sus Memorias de la IIWW pero no estoy seguro.¿Alguien podría documentar ésto?

Atte.
"Estoy a favor de los derechos de los animales al igual que de los derechos humanos. Es la única manera de ser un humano completo". Abrahan Lincoln

Avatar de Usuario
Dr Heider
Miembro
Miembro
Mensajes: 160
Registrado: Mié Jun 23, 2010 6:44 am
Ubicación: Colombia

Winston Leonard Spencer-Churchill

Mensaje por Dr Heider » Sab Nov 13, 2010 3:08 am

Hola a todos. Antonio2009 no conocía que Churchill hubiera hecho el comentario sobre el destino que debía cumplir, al igual que lo hizo Hitler posterior al atentado en su contra.

Capítulo 15. Muerte de su madre. Muerte de Marigold. Apendicitis.

A principios de 1921, Churchill abandonó en Ministerio de la Guerra y por consiguiente el del Aire, después de llevar a la Gran Bretaña al borde de la guerra con los bolcheviques, con nostalgia de dejar a sus amigos, colaboradores y compañeros de aventuras aéreas.

Fue asignado como Secretario para las Colonias, cargo que ya había desempeñado en los inicios de su carrera ministerial y del cual tomó posesión el 8 de febrero de 1921. Así nuevamente el Primer Ministro Lloyd George le dio muestras de confianza. Pero 1921 fue para él un año de grandes penas familiares. Jenny Jerone su madre, falleció el 29 de junio. Al caerse en unas escaleras calzando unos elegantes zapatos italianos adquiridos recientemente en Roma, se fracturó el tobillo izquierdo a consecuencia de lo cual, diez días después presentó una gangrena que obligó al cirujano a amputarle la pierna por encima de la rodilla. Se puede pensar que la fractura fue abierta y que ella facilitó la infección por Clostridium perfringens, y que tal vez, a pesar de la amplia amputación, la gangrena siguió su curso destruyendo vasos sanguíneos importantes del muñón del miembro amputado lo que ocasionó una súbita y masiva hemorragia que la llevó a la muerte en la fecha mencionada. No existían los antibióticos. Tenía 67 años. El 2 de julio fue sepultada con gran solemnidad en el Cementerio de Bladon junto a su primer esposo Lord Randolph.

Como era de esperarse, el secretario para las Colonias tenía que afrontar problemas de gran magnitud, además de que a los pocos meses del fallecimiento de su madre, su pequeña hija Marigold a quien llamaban cariñosamente La Duckadilly, de dos y medio años de edad, fue víctima de una meningitis que la llevó a un desenlace fatal. Otros historiadores no hacen alusión a la infección meníngea y señalan que su muerte se debió a septicemia secundaria a una afección de la garganta.
Winston y Clementine al inicio de la enfermedad de la niña Marigold no se encontraban juntos. Él en Londres atendiendo las responsabilidades de su cargo y ella en Eaton Hall en compañía de los duques de Westminster, asistiendo a un torneo de tenis, de donde tuvo que viajar apresuradamente a su hogar para asistir al trágico acontecimiento ante el cual un notable especialista londinense se vio impotente, se vivía la era preantibiótica. La niña se encontraba al cuidado de una joven criada y una niñera francesa sin mayor experiencia, que no adviertieron que ella padecía una infección de la garganta. Duckadilly falleció el 23 de agosto de 1921 y fue sepultada en el Cementerio de Kensal Green. Su padre se refugió por unos días en procura de soledad en el Castillo Dunrobin en Escocia. Y allí pintó y reflexionó.

En el campo político, en su delicado cargo tuvo que ponerse de frente a terribles problemas surgidos en el Medio Oriente y en Irlanda. En el primer caso se trataba de reducir significativamente el costo que representaba para la Gran Bretaña el gobierno de esa región. En Irlanda, el deseo de sus habitantes de que el territorio sur de la Isla se convirtiera en una república independiente que no debiera lealtad a la Corona.

También por esos días trajinó en los enfrentamientos de los partidos políticos que formaban coaliciones de distinta índole, para pretender resolver a su criterio las diversas situaciones de las colonias. En medio de estas turbulencias, Churchill que ya contaba con 48 años de edad, fue víctima de apendicitis, y así fue trasladado con carácter urgente de su casa londinense en 2 Susex Square al Hospital para Oficiales Rey Eduardo VII, en Dorest Square, donde en la noche del 17 de octubre de 1922 fue sometido a apendicectomía. Algunos señalan que días antes de la apendicitis le habían diagnosticado equivocadamente gastroenteritis. El grupo médico que lo atendió estaba conformado por Lord Dawson, Sir Crisp English y el Dr Haritang.
El día de la intervención quirúrgica tuvo lugar una importante reunión política de muy alto nivel en el Carlton Club de Londres, que era de particular interés para el recién intervenido paciente, y se dice que recuperándose de la anestesia, todavía sin plena lucidez mental, pidió ansiosamente un diario que narra el resultado del célebre encuentro político, asunto que no fue permitido por los médicos que lo atendían, pues consideraban que “el operado se encontraba aún muy delicado”. Pero horas más tarde, ya completamente conciente, lo encontraron con ediciones de los primeros diarios londinenses esparcidos desordenadamente sobre su cama.

El Carlton Club, fundado por el Duque de Wellington y algunos de sus amigos políticos, era el Sancta Santorum del partido Tory (conservador), y lugar de paso obligado para el futuro político de los alineados en ese partido.
Los diarios publicaban detalladamente que 185 de los presentes en la reunión de Carlton votaron a favor de retirarle el apoyo a Lloyd George, y esa misma tarde el derrotado Primer Ministro presentó su renuncia en el Palacio de Buckinghamm y que incluía obviamente la de todo el Gobierno. Así Churchill estando aún convaleciente en hospital ya no era Ministro de la corona, anotándole al personal médico y paramédico que lo atendía y a Clementine que lo acompañaba: “En un abrir y cerrar de ojos me encontré sin cargo, sin escaño, sin partido y sin apéndice”. Una de las tantas geniales e irónicas frases del estadista.

La apendicectomía en las primeras décadas del Siglo XX era una intervención quirúrgica de riesgo, además que la anestesia no era propiamente la más sofisticada. La morbilidad y la mortalidad eran considerables, y ya eran conocidas por los cirujanos algunas comunicaciones que se habían iniciado en 1759, cuando Monstivier comunicó a la Sociedad de Cirujanos de París la existencia de dolor y pus en el apéndice, y conocían también que Lower Villemarcy en 1824 había establecido definitivamente el puesto que en la cirugía ocupaban las lesiones apendiculares. En 1886 Reginald Friz, cirujano de Boston, aclaró algunos conceptos anotando que “si los síntomas no declinan en las primeras seis horas, hay que extirpar el apéndice”. Otros cirujanos norteamericanos como Senn, Mc Burney y Murphy también abogaban en 1890 por la intervención precoz.

El 13 de noviembre de 1889, el cirujano norteamericano Charles Mc Burney (1845-1913) informa al New York Surgical Society de las primeras operaciones para extirpar el apéndice vermiforme inflamado, entidad que desde 1886 su compatriota el Dr Reginal Heber Friz había bautizado con el nombre de apendicitis.

“El punto de dolor más agudo en esta afección, que puede determinarse ejerciendo presión con un dedo, se encuentra separado, exactamente a una distancia entre 3.8 y 5.8 cm del saliente anterior del íleon en línea recta con esta prominencia y el ombligo” se le denominó punto de Mc Burney.

Por los años veinte del siglo XX se hablaba de la apendicitis crónica, que causaba trastornos digestivos variados como flatulencia, dolores difusos en todo el abdomen inferior, sensación de llenura después de las comidas, síntomas que se exacerban con ejercicios violentos, el frío y la ingestión de alimentos picantes y bebidas alcohólicas fuertes. Este concepto fue abandonado a mediados del siglo, pero ya en el XXI este punto de vista de la patología apendicular al parecer se está reviviendo.

Es interesante señalar que Churchill padecía con frecuencia episodios prolongados de indigestión producto de sus hábitos alimenticios. Comía y bebía en abundancia, era frecuentemente desordenado en el horario de las comidas y así a menudo se quejaba de llenura exagerada después de tomar sus alimentos, y de dolores difusos abdominales en ocasiones localizados en el abdomen inferior. Algunos señalan que era hipocondriaco y que ello lo llevaba a sentir todos estos síntomas, pero su estilo de vida, su asistencia frecuente a suntuosos banquetes, y la inclinación a beber licores y vinos más el desorden de sus costumbres, alejan la tesis de la hipocondría y llevan a pensar que sí era un paciente digestivo crónico.

La técnica quirúrgica de la apendicectomía por esta época estaba ya bien establecida y es similar a la que actualmente emplean los cirujanos de abdomen. Pero en lo que sí existe notable diferencia es en la incisión de la pared abdominal para localizar el apéndice, y en las suturas y agujas para el manejo de los tejidos. Por otra parte, el tiempo de hospitalización cuando intervinieron al exministro de la Guerra y del Aire, era prolongado y se recomendaba una estricta quietud en cama.

Hoy la extirpación del apéndice es un procedimiento quirúrgico de corta estancia hospitalaria o ambulatorio.
De todas maneras, Churchill se recuperó pronto de la anestesia y desde el hospital con mucho ánimo y energía lanzó su proclama electoral diciendo: “Como liberal…”, en donde mostraba una franca oposición y desprecio al nuevo gobierno de Andrew Bonar Law, lo que le valió que siete asociaciones liberales le pidieran que fuera su candidato. Pero más tarde como se conoce, en una proclama electoral dijo: “Doy todo mi apoyo al partido conservador”. Su ideología independiente y librepensadora lo llevaron a esta posición a pesar de las reservas que guardaba con respecto al Tratado Irlandés al que se oponía abiertamente.

Recuperado a medias de la intervención quirúrgica logró trasladars, a Dunde, Escocia, en donde se encontraba su electorado; en una silla de ruedas animaba con excelentes intervenciones a sus electores de varias oportunidades, que en esta lo rechazaron agresivamente al punto que más tarde anotaba que si no hubiera estado convaleciente de su cirugía, lo habría atacado a golpes.

Contaba con 47 años y se le veía cansado y enfermo, a tan punto que su familia resolvió, por consejo médico, llevarlo a la Riviera francesa. “Bebía bastante wisky con soda y fumaba sus oscuros cigarros”, escribía uno de sus cercanos acompañantes, pero, “incuestionablemente estaba esperando la llamada política que vendría a continuación”. También se cuenta que en esas vacaciones perdió considerables sumas de dinero jugando a la ruleta. Todo esto puede interpretarse como un escape al perro negro, que por esos días lo acompañaba. Se sabe que también se dedicó a la pintura y que en París exhibió cinco cuadros con el seudónimo de Charles Mories, que vendió en 50 dólares cada uno.

Ante la derrota del partido conservador el 30 de mayo de 1929, ya fuera del gobierno, se dedicó a una de sus aficiones favoritas, escribir. Comenzó a trabajar en la biografía del Primer Duque de Marlborough. Además inició una serie de viajes al Canadá y Estados Unidos de América acompañado de su hijo Randolph, su hermano Jack y su sobrino John, anotando que “era regocijante ausentarse de Inglaterra y sentir que uno no tiene responsabilidad alguna para con los asuntos sumamente cansones y embarazosos”. En Canadá visitó Quebec, Vancouver, Calgary y las montañas Rocosas canadienses. En todos estos lugares admiró y comentó el grado de desarrollo de ese hermoso país, y como era de esperarse pintó algunos paisajes de su campiña que le llamaron particularmente la atención.

Pasó luego a los Estados Unidos, llegando a San Francisco en donde cenó con el famoso actor del cine mudo Charles Chaplin de quien comentó: “Es un actor maravilloso, de tendencias bolches en política y de muy agradable conversación”.
No dejó pasar por Los Ángeles para sostener varias reuniones con hombres de negocios. El Gran Cañón y Chicago fueron también visitados en su largo viaje y en New York terminó su gira. Se anota que en todos los lugares visitados, él y su comitiva fueron atendidos con elegantes y suculentos banquetes y recepciones en donde dio rienda suelta a sus refinados gustos gastronómicos y por supuesto a degustar sus champañas, vinos y brandys favoritos. Todo esto, obviamente, le produjo un aumento de peso importante y uno que otro trastorno de la digestión.

Saludos.
"Daría todo lo que sé, por la mitad de lo que ignoro." Descartes

Avatar de Usuario
Monterdez
Miembro
Miembro
Mensajes: 261
Registrado: Lun Sep 21, 2009 8:06 pm

Winston Leonard Spencer-Churchill

Mensaje por Monterdez » Vie Nov 26, 2010 8:55 pm

Buenas noches:

Muy interesante. Respecto de los excesos con la comida y la bebida, y también sus tendencias a no autocuidarse, y a la temeridad con la que actuaba en muchas ocasiones, hay una observación de Roy Jenkins en la que indica que Churchill era una persona muy obsesionada con la salud y la esperanza de vida personal, y que, como su padre y su abuelo habían muerto jóvenes, pues pensaba que él mismo tendría una vida corta. En algo se tenía que equivocar, afortunadamente.

Atte.
"Estoy a favor de los derechos de los animales al igual que de los derechos humanos. Es la única manera de ser un humano completo". Abrahan Lincoln

Avatar de Usuario
Dr Heider
Miembro
Miembro
Mensajes: 160
Registrado: Mié Jun 23, 2010 6:44 am
Ubicación: Colombia

Re: Winston Leonard Spencer-Churchill

Mensaje por Dr Heider » Sab Dic 11, 2010 5:44 am

Hola a todos, a continuación un nuevo capítulo Winston Spencer Churchill. Sus enfermedades y la medicina de su época.

Capítulo 16. Accidente de tránsito. Neuritis.

A finales de 1931 Churchill se trasladó a New York con el propósito de atender unas invitaciones a dictar conferencias sobre diversos temas que dominaba y que eran de particular interés para los círculos comerciales y políticos de Estados Unidos. Dicen los historiadores que fueron treinta y nueve sus presentaciones, las cuales le representaron un ingreso de £ 10000.

Allí se alojó en el tradicional y conocido Hotel Wardorf Astoria y para trasladarse a Baruch´s House, lugar de las conferencias, decidió tomar un taxi, luego de caminar unas cuantas cuadras esquivando el intenso tráfico de la atafagada Manhatan. A la altura de la Quinta Avenida, del costado del Central Park, quiso atravesar la calle en busca de un medio de transporte, pero, acostumbrado a la ordenación del tráfico vehicular en Londres, olvidó que en Norteamérica era al revés, así fue atropellado violentamente por un auto de servicio público. Era el 13 de diciembre.

Cayó al suelo recibiendo golpes en la cabeza, muslos y tórax que le ocasionaron algunas heridas, y antes de perder el conocimiento consiguió identificarse diciendo: “Soy Winston Churchill estadista británico”. Por un conductor de taxi diferente al que lo atropelló, fue trasladado al Lenox Hill Hospital en donde los doctores Otto Pickardt y Foster Kennedy, resumieron la situación clínica del personaje así: “Pleuresía debida al intenso frío de Diciembre. Severa herida del cuero cabelludo. Fisura de dos costillas y muchas magulladuras en miembros superiores e inferiores. Una discreta conmoción cerebral le hizo perder el conocimiento por varios minutos”. Los galenos de este centro hospitalario lo internaron y le practicaron varios estudios radiológicos que confirmaron la situación médica antes anotada y de inmediato iniciaron el tratamiento adecuado. La prioridad terapéutica era el manejo de la pleuresía. La penicilina, ya descubierta no estaba aún a disposición de la práctica clínica y las sulfamidas no existían. Así que seguían estrictamente las indicaciones usadas en la época. “Reposo en cama mientras la temperatura se mantenga por encima de lo normal. Los intestinos deben limpiarse al empezar el tratamiento y la dieta se regulará por la elevación de la temperatura y por el apetito. La provisión de aire fresco debe ser abundante, pero no durante los períodos de pirexia aguda. Si hay mucha fiebre debe prescribirse una mezcla diurética o diaforética de solución de acetato de amonio y citrato potásico o una mixtura efervescente, más bien para distraer la imaginación del paciente y de sus deudos, que por cualquier efecto terapéutico definido. El dolor siempre presente, se tratará sujetando firmemente el lado afectado, de la misma manera que cuando hay una fractura de costillas, o con fomentos de trementina o mostaza en cataplasmas. Si es muy intenso, lo mejor es una vejiga de hielo o la aplicación de cuatro o seis sanguijuelas, así como la aplicación hipodérmica de morfina. La tos, casi siempre presente, exige la administración de sedantes emolientes como la heroína o codeína en píldoras o pastillas. Cuando el derrame pleural se hace presente, su extracción por toracentesis estará indicada si éste alcanza el nivel del homoplato”.

Los médicos del Lenox Hill observaron con sorpresa que poco tiempo después de recobrado el conocimiento, el ilustre paciente dictó a su secretaria de entonces, Phillis Moir, un artículo que tituló Mi desventura neoyorkina, que le representó un éxito periodístico importante, además de un ingreso de US $2500 al venderlo a una agencia publicitaria.

Las fisuras costales, fueron manejadas con inmovilización de la caja torácica con tiras de esparadrapo y las heridas del cuero cabelludo saturando cuidadosamente los bordes de sección de éstas, seguido de la aplicación de tintura de yodo para evitar la infección.

Luego de un tiempo de hospitalización de una semana, Churchill fue trasladado con indicación de mucho reposo al Waldorf Astoria, de donde escribió una carta a Clementine diciéndole que era el tercer golpe sufrido durante los últimos años de su vida. El primero la pérdida de su posición en el partido conservador, el segundo, la pérdida de todo su dinero en la crisis y ahora la terrible lesión física. “Creo que jamás podré recuperarme de esos tres golpes”. Si Fleming y Florey hubieran podido tener preparados de penicilina para uso clínico por esa época de finales de 1931, el tratamiento de este episodio médico del estadista británico hubiera podido manejarse con más precisión. En los archivos del Churchill College en Cambridge, se aguarda una apreciable cantidad de cartas que el estadista recibió de amigos y personajes del mundo entero con motivo de su peligroso accidente.

También durante su recuperación en el hotel escribió unas líneas que vendió a una revista norteamericana en que decía: “Hubo un momento que no pude registrar en el tiempo, en que me encontraba en el mundo de luces, de un hombre horrorizado. Ciertamente pensé con la suficiente rapidez como para elucubrar la idea, voy a ser atropellado y posiblemente muerto. Después vino el golpe. Lo sentí en la frente y en los muslos. Pero, fuera del golpe hubo un impacto, un estremecimiento, una contusión de indescriptible violencia. Borró todo lo que fuera el pensamiento… No comprendo por qué no fui aplastado como una cáscara de huevo o como una grosella… Evidentemente, debo ser muy fuerte, tener mucha suerte o ambas cosas”.

El prestigio de Churchill en Norteamérica era tal, que la revista tuvo amplísima difusión: miles de gentes de los Estados Unidos deseaban leer un escrito de ese personaje tan importante y admirado que estuvo al borde de la muerte en New York.

El 31de diciembre Churchill y Clementine, que ya se había hecho presente, salieron de New York rumbo a Nassau en donde permanecieron hasta el 22 de enero de 1932.En el clima, la tranquilidad, el “aire puro” y los baños de mar buscaba una excelente oportunidad para recuperarse del accidente, recuperación que fue lenta. Allí estuvo muy deprimido, presentaba dolores en sus brazos y hombros que los médicos interpretaron como neuritis que por esos días era tratada con analgésicos como el piramidon, la cafeína o la fenacetina. La vitamina B1 o tiamina ampliamente empleada hoy para tratar la neuritis no figuraba en los recetarios; apenas en 1936 fue sintetizada por el químico norteamericano Robert Runnel Williams. Luego de su merecido descanso realizó una serie de viajes por territorio norteamericano dictando conferencias y atendiendo entrevistas, para luego y embarcado en el Majestic, desplazarse hacia Southampton a donde llegó en buenas condiciones físicas.

Un grupo de sus amigos ricos liderados por Brendan Braken quisieron celebrar su mejoría obsequiándole un bello automóvil Daimler que lo recibió en el puerto y lo condujo a su hogar.

Clementine recordaba que su esposo hizo una entrañable amistad con el doctor Otto Pick Hardty quien lo atendió en el Hospital Lenox Hill, y que cuando este ilustre médico norteamericano en alguna oportunidad visitó Inglaterra, Churchill lo colmó de atenciones y muestras de aprecio, incluyendo una invitación a Chartwell, a pesar unos días rodeado del cariño de toda la familia. Los dos amigos sostuvieron correspondencia regular por largos años.

Saludos.
"Daría todo lo que sé, por la mitad de lo que ignoro." Descartes

Avatar de Usuario
Monterdez
Miembro
Miembro
Mensajes: 261
Registrado: Lun Sep 21, 2009 8:06 pm

Winston Leonard Spencer-Churchill

Mensaje por Monterdez » Mié Ene 12, 2011 11:18 pm

Buenas noches:

Mr Heider: ¿se acabó el detalle? Creo que faltan más capítulos ¿no?

Cortésmente.
"Estoy a favor de los derechos de los animales al igual que de los derechos humanos. Es la única manera de ser un humano completo". Abrahan Lincoln

Avatar de Usuario
Dr Heider
Miembro
Miembro
Mensajes: 160
Registrado: Mié Jun 23, 2010 6:44 am
Ubicación: Colombia

Re: Winston Leonard Spencer-Churchill

Mensaje por Dr Heider » Vie Ene 14, 2011 3:21 am

Hola Antonio2009

Estoy saliendo de una incapacidad médica por fractura de una mano por eso no he podido continuar, solo participo en el foro con textos cortos o fotos. Espero este fin de semana aportar algo más en el subforoya que empecé la fisioterapia.

Saludos
"Daría todo lo que sé, por la mitad de lo que ignoro." Descartes

Avatar de Usuario
Monterdez
Miembro
Miembro
Mensajes: 261
Registrado: Lun Sep 21, 2009 8:06 pm

Winston Leonard Spencer-Churchill

Mensaje por Monterdez » Dom Ene 16, 2011 12:35 am

Vaya hombre, lo siento.

Espero que se recupere pronto.
Atentamente.
"Estoy a favor de los derechos de los animales al igual que de los derechos humanos. Es la única manera de ser un humano completo". Abrahan Lincoln

Avatar de Usuario
Dr Heider
Miembro
Miembro
Mensajes: 160
Registrado: Mié Jun 23, 2010 6:44 am
Ubicación: Colombia

Re: Winston Leonard Spencer-Churchill

Mensaje por Dr Heider » Lun Ene 17, 2011 1:38 am

Hola a todos, continúo con otro capítulo de Winston Spencer Churchill. Sus enfermedades y la medicina de su época. Ricardo Rueda González.2008

Capítulo 17. Fiebre tifoidea.

En 1932 viajó Churchill con Clementine y su hijo Randolph a pasar el verano en Francia, donde su dedicación fue casi por completo a terminar su famosa obra The World Crisis: The Eastern Front. De regreso se refugió en su casa de campo y en el transcurso de los meses de julio y agosto trabajó intensamente en la biografía de Marlborough, acompañado siempre de su fiel taquígrafo Patrick Kinna y del diligente criado Inches, quien siempre mantenía muy bien surtido su bar y lo atendía en la mesa, además de ayudarlo a vestir. Estando allí se enteró de que el partido Nazi de Hitler había ganado el 37% de los votos en las elecciones generales y de inmediato se desplazó hacia Alemania en compañía de su amigo y contertulio el profesor Frederick Alexander Lindemann, más tarde Lord Cherwell, abstenio que se había convertido en un personaje de obligada asistencia los fines de semana en Chartwell. Era además vegetariano, lo que obligaba a Clementine ordenar comidas especiales para este exótico snob y millonario personaje que también jugaba magistralmente el tenis.

Con el profesor ya en Alemania, partió de Munich hacia los campos de batalla de Blindheim en Austria, guiados por un historiador militar, el coronel Rodley Pakenham-Walsh. Pero el deseo de Churchill y su ilustre acompañante de visitar Venecia, luego de un fallido intento de verse cara a cara con Adolfo Hitler, se vio frustrado pues de nuevo la enfermedad se apoderó de él en Bavaria. Una fiebre tifoidea lo afectó de tal manera que no pudo regresar a Inglaterra y obligó al médico tratante a internarlo en un sanatorio en Salzburgo, donde permaneció dos semanas, y allí a pesar de su gran malestar, se dio a la tarea de dictar una serie de artículos sobre diversos temas para el diario londinense News of the World.

Luego de un intenso tratamiento y parcialmente recuperado, el paciente regresa a Inglaterra y el 25 de septiembre de 1932 se encuentra de nuevo en su paraíso terrenal, Chartwell Manor, para continuar escribiendo su biografía Marlborough. El 27 de septiembre presentó una hemorragia intestinal que obligó a Clementine conducirlo de urgencia en una ambulancia a Londres, donde fue internado en un hospital cuyo personal médico conceptuó: “Una úlcera paratifoidea le provocó la severa hemorragia” y de inmediato iniciaron el tratamiento de una de las complicaciones más graves y muchas veces mortal de la tifoidea.

Para los años 30 la tifoidea se consideraba como un a enfermedad frecuente y delicada. Su etiología no era muy clara, pero las precarias condiciones higiénicas en muchos lugares y el estado primitivo de los acueductos en cuanto a poder establecer con precisión lo que se llama en salud pública “agua potable”, la hacían una infección endémica en muchas regiones del mundo. Por otra parte, el cuidado y manipulación de los alimentos para consumir crudos dejaba mucho que desear, toda vez que se desconocía que ellos pudieran ser portadores de la Salmonella typhy su agente etiológico ya descubierta en 1888 por Anton Hieronyaus Gärtner. La leche contaminada se incluye entre las principales fuentes de contagio.

“La infección se caracteriza por malestar general creciente, dolor de cabeza y diseminado por todo el cuerpo particularmente en el abdomen; diarrea, vómito, así como fiebre que cada día aumenta”, anotaban los médicos de la época. “La complicación más frecuente muchas veces mortal es la hemorragia intestinal y es causada por la localización del microorganismo responsable en algunas zonas del intestino delgado produciendo su ulceración y en ocasiones de la perforación, situación de extrema gravedad, que requiere de cirugía urgente”.

El día en que Churchill se enfermó de tifoidea la ciencia médica no poseía recursos acertados para su tratamiento. Al referirse a los textos de medicina del momento puede observarse como este era en buena parte empírico. Estos anotan: “Aíslese al enfermo en una habitación amplia y bien ventilada con temperatura más bien baja. Colóquese la cama de modo que el enfermo esté de espaldas a la ventana. No se deje al enfermo constantemente en decúbito dorsal, sino de vez en cuando durante el día, se volverá de lado apoyándole en almohadas. Se debe procurar un aseo riguroso del cuerpo con lociones avinagradas varias veces al día. También dos baños diarios a la temperatura de 35C, de quince a veinte minutos de duración. Luego del baño y secado, espolvoréese en las nalgas polvos de Championneire. Evítese que el enfermo quede sucio de orina y materias fecales cambiando las sábanas cuantas veces sea necesario y recúbrase el colchón con un impermeable. Adminístrese calomelado a dosis fraccionadas y aceite de ricino o sulfato sódico a dosis purgantes”.

“Dieta exclusivamente líquida; leche hervida pura o mezclada con café o té, o porciones iguales de caldo de carne desengrasado así como caldo de legumbres. Utilícese suero antitífico en todos los estados de la enfermedad por vía subcutánea hasta que se presente la defervescencia. Para la fiebre acúdase al piramidón mezclado con cafeína y benzoato sódico. Si se presenta hemorragia intestinal ordénese la inmovilización absoluta. Se hará ingerir hielo en pequeños fragmentos y se reducirá la alimentación a pequeños sorbos de té, caldo de verduras y champaña helada. Si se ve necesario, utilícese hemostil por vía subcutánea o suero antihemorrágico. La transfusión de sangre estará indicada siempre y cuando se disponga de este recurso”.

En los graves casos de perforación intestinal, indicaban “inmovilidad absoluta y vejigas de hielo sobre el abdomen”. Inyecciones de morfina para el dolor y “recúrrase rápidamente a la intervención quirúrgica”.
Durante su permanencia en el sanatorio de Salzburgo, Churchill tuvo que haber sido tratado con la batería terapéutica antes anotada en esos famosos textos médicos que muchos conservan en sus bibliotecas como reliquias de la literatura médica. Cuando ya en Inglaterra presentó la hemorragia intestinal su estado fue a no dudarlo crítico, pero no se ha podido precisar si el ilustre enfermo recibió transfusiones de sangre que por ese tiempo se empleaban pero con algunas restricciones. Probablemente sí.

La transfusión que se definía como “una operación consistente en hacer pasar una cantidad de sangre de un individuo a otro a fin de reemplazar la sangre perdida o alterada”, figura en publicaciones muy antiguas. En el libro de la Sabiduría de Salomón se habla de ella. También se refiere a la transfusión la anatomía de Herófilo. Villaris, en la vida de Savonarola menciona la transfusión sanguínea practicada por un médico judío al Papa Inocencio VIII en 1490.

Lower en 1660, en la Universidad de Oxford, transfundió sangre de un perro a otro por medio de una pluma de ganso. En 1667, Jean Baptiste Denys, médico de Luis XIV, salvó un paciente atacado de fiebre transfundiéndole nueve onzas de sangre de cordero. Por esas épocas la mortalidad por transfusión era alta, al punto que el Parlamento de París en alguna oportunidad prohibió el procedimiento si no era practicado con el permiso de la Facultad de Medicina de esa ciudad.

En Inglaterra una de las primeras transfusiones de sangre fueron practicadas por Richard Lower en perros en 1666, y de cordero a un ser humano en 1667. Estas transfusiones causaron gran revuelo en el mundo científico y fueron repetidas bajo auspicios de la Royal Medical Society de Londres en años posteriores. En 1918 el británico IH Robertson, logra con éxito la transfusión con sangre conservada (adicionada de citrato de sodio), convirtiéndose en el pionero de los bancos de sangre en Inglaterra.

Así, la operación de transfundir sangre fue evolucionando y cada día se veía una mayor necesidad de su utilización. En 1901 Karl Lansteiner, austriaco, premio Nobel de Medicina en 1930, estableció la existencia de los grupos sanguíneos y en 1913 Lindeman la preconizaba como un “procedimiento práctico salvador de vidas”, pero ocurrían aún serios accidentes, y lo que es más, podían transmitirse enfermedades no detectadas del donante al receptor. En 1940 hizo presencia en la ciencia médica el descubrimiento del Factor sanguíneo Rhesus (Rh) por el mismo Landsteiner en equipo con Alexander Salomon.
Tal vez la fiebre tifoidea constituyó una de las enfermedades más graves que padeció Churchill, que hoy gracias a su mejor conocimiento y a la luz de los adelantos terapéuticos no reviste mayor gravedad. Evidentemente los antibióticos han llevado a poder manejar esta infección con éxito. Además las campañas de saneamiento ambiental y el mejor manejo de los alimentos a consumir crudos, han causado un notable descenso de su prevalencia, así como la vacunación ya disponible en muchos lugares del mundo.

Pasado el estado agudo de la temible complicación de la tifoidea, Churchill regresa a Chartwell a terminar su recuperación y por supuesto a continuar escribiendo su biografía Marlborough.

Saludos.
"Daría todo lo que sé, por la mitad de lo que ignoro." Descartes

kasserine
Miembro
Miembro
Mensajes: 104
Registrado: Mié Oct 03, 2007 4:09 pm

Winston Leonard Spencer-Churchill

Mensaje por kasserine » Jue Dic 22, 2011 8:30 pm

Polifacetico e hiperactivo es lo que se viene a la cabeza.

Politico, gran parlamentario, gran orador, gran estadista
Artista, pintor y premio nobel de literatura, periodista.
Soldado, estratega
"Vividor" murio a los 90 años a pesar de sus depresiones y mala vida (fumador y bebedor consumado)...

En fin... toco muchos palos y triunfó en todos ellos.

Lo que echo de menos es información sobre su vida privada.
“¿Cómo se llora a seis millones de muertos? ¿Cuántas velas se encienden? ¿Cuántas plegarias se oran? ¿Sabemos cómo recordar a las víctimas, su soledad, su impotencia? Nos dejaron sin dejar rastro, y nosotros somos ese rastro. Contamos estas historias porque sabemos que no escuchar ni desear saber lleva a la indiferencia, y la indiferencia nunca es una respuesta.”

Responder

Volver a “Biografías”

TEST