La Paz Perdida

Acontecimientos políticos, económicos y militares relevantes entre noviembre de 1918 y septiembre de 1939

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La Paz Perdida

Mensaje por José Luis » Mié May 16, 2007 10:13 am

¡Hola a todos!

Las reflexiones más "lúcidas" que he realizado sobre “esta España nuestra” tuvieron lugar casi siempre cuando me hallaba, por motivos laborales, viajando fuera de España. Y fuera de España fue también donde conocí y comprendí mucho mejor cómo era y qué pasaba en España. No fue ningún descubrimiento nuevo -aunque sí de experiencia personal-, pues sabía, por mis lecturas, que los análisis más lúcidos, y frecuentemente más realistas, son aquellos que se hacen con suficiente perspectiva y distanciamiento físico de por medio.

Esto es lo que he vuelto a sentir cuando me he puesto a leer el libro del profesor Stephen Borsody, un húngaro que se vio obligado a exiliarse en Estados Unidos tras el coup comunista de Budapest en 1947, y que explica cómo las rivalidades nacionalistas allanaron el camino para la tiranía que siguió en Europa Central. The Triumph of Tyranny: The Nazi and Soviet Conquest of Central Europe fue publicado por primera vez por la editorial The MacMillan Company de Nueva York en 1960. Borsody comenzó a trabajar en su libro en 1948, pero no pudo iniciarlo realmente hasta 1953 (apoyo financiero y académico) y terminar su primer borrador en 1954; sin embargo, otras obligaciones profesionales demoraron su acabado final hasta el año de su publicación.

Leyendo a Borsody me he acordado de otros autores exiliados (mayormente españoles republicanos, pero también y mucho de Sebastian Haffner), y nuevamente me he quedado gratamente sorprendido por la extraordinaria capacidad de análisis mostrada por este agudo observador.

He decidido traducir para el foro el Capítulo I (The Lost Peace, que he puesto como título del topic) de la Parte Primera (The Failure of Nations), que iré colgando en varios mensajes.

Primera Parte

[Después de la IGM, cuando se escribieron los tratados de paz en París, las victoriosas democracias occidentales eran dueñas del continente europeo. Veinte años más tarde, en septiembre de 1938, las potencias occidentales capitularon ante Adolf Hitler en Munich, y el acuerdo de paz de París quedaba en ruinas. El Oeste fue derrotado

La crisis comenzó en el momento de la victoria, y a pesar de periódicos respiros nunca cesó realmente. La guerra había agudizado la rivalidad de las naciones europeas, una morbosa rivalidad que había sido la causa más importante de la guerra misma; y la paz no hizo nada para atenuar estos odios internacionales. Los tratados, dictados por los vencedores a los derrotados, transfirieron los odios generados en la guerra al organismo de la paz. El espíritu de reconciliación e internacionalismo que había impregnado los planes para la Liga de las Naciones durante la guerra no estuvo manifiesto ni durante las negociaciones de paz ni después. Como consecuencia, la Liga de las Naciones se convirtió cada vez más en un instrumento de poder político y egotismo nacional, mientras que los tratados de paz, en su letra y en su espíritu, retaron a los derrotados para combatir las ganancias de los vencedores.

Winston Churchill, sabedor en la década de los veinte de estar “profundamente bajo la impresión de una futura catástrofe”, acuñó la máxima “La reparación de las reclamaciones de los derrotados debería preceder al desarme de los vencedores.” De esta declaración churchiliana señaló un crítico: “Dónde y cómo debería, o podía, ser hecho esto, limpiamente y a salvo, no se dice”; y ciertamente la reparación de quejas era una tarea inmensamente difícil y complicada. Si al menos se hubiera intentado, incluso un fracaso podía haber sido perdonable; pero no se intentó, honesta y sinceramente, en todo el tiempo en que las democracias occidentales fueron dueñas de la escena europea.

En la crisis de los “años veinte” entre las dos guerras mundiales, la Europa Central figuró de forma predominante. Sin embargo, las causas de la crisis en las áreas de la antigua monarquía de los Habsburgo no fueron solamente de origen local; en realidad, se diversificaron mucho más allá de las tierras del Valle del Danubio.

Las raíces de esta crisis de posguerra yacían en la disolución de la unidad aliada. Cuando los Estados Unidos rehusaron formar parte de la Liga de las Naciones, dieron el primer y casi mortal golpe a la organización de la paz. El segundo golpe fue la rivalidad anglo-francesa. Como consecuencia, la Europa de posguerra fue dejada tanto sin la unión de Estados Unidos que había ganado la guerra para las democracias occidentales, como sin la unión de Francia con Gran Bretaña, que, en todo caso, podía haber evitado el estallido de la guerra misma. La paz en Europa, después de la IGM, necesitaba la continuación tanto de esta “Comunidad Atlántica” con los Estados Unidos como de esta “Unión Occidental” entre las democracias británica y francesa. Cuando la renovación del aislacionismo americano frustró las esperanzas francesas para la cooperación trasatlántica, la unidad entre Gran Bretaña y Francia se tornó doblemente importante. Su carencia, por tanto, se tornó doblemente desastrosa] (pp. 27-28)

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Mensaje por José Luis » Mié May 16, 2007 11:56 am

Segunda Parte

[El centro de la cuestión entre Gran Bretaña y Francia fue la sospecha británica de que los franceses estaban buscando la hegemonía militar sobre Europa. La exagerada búsqueda de seguridad de Francia, creían los británicos, la encaminó en exceso hasta convertir su búsqueda en la dominación del Continente. La antipatía hacia los objetivos franceses no sólo creó una fisura con Francia, sino que también levantó en Gran Bretaña latentes simpatías hacia la derrotada Alemania. Los británicos se convirtieron en defensores del concepto expandido en 1919 en el famoso trabajo de John Maynard Keynes, The Economic Consequences of the Peace, que Europa no podía prosperar a menos que Alemania fuese restaurada económicamente. Ésta fue la primera manifestación de la tan citada máxima de que la cooperación económica es imperativa entre vencedores y vencidos. Pero la reparación de reclamaciones no podía conseguirse por medios económicos solamente. Las dificultades de Europa eran básicamente de naturaleza política. Por tanto, sin reconciliación política, el acercamiento económico estaba destinado a permanecer estéril. Los préstamos que Gran Bretaña y Estados Unidos, especialmente la última, extendieron profusamente a Alemania sólo incrementaron el odio alemán por el acuerdo de paz. La ayuda anglo-americana, junto con la posterior revisión de las cláusulas de reparación, fue interpretada en Alemania como una abierta admisión de que el Tratado de Versalles no solamente era imposible de cumplir con respecto a las reparaciones sino también injusto en todo sentido. La tendencia de posguerra, entre aliados y antiguos enemigos, tomó la peor dirección posible: odio incrementado de los derrotados por el acuerdo de paz; fracaso en la mejora del entendimiento mutuo entre vencedores y vencidos, y relaciones deterioradas dentro del círculo más interno de los vencedores.

La desviación de Italia ayudó a debilitar más el frente de paz. Italia no recibió lo que se le había prometido en tratados secretos durante la guerra. Aunque la conferencia de paz trató generosamente las demandas territoriales de Italia sobre la base de los principios étnicos-nacionales, sus extendidas ambiciones de ganar un bastión en los Balcanes y resolver sus problemas de superpoblación por el modo familiar de la expansión colonial en África permanecieron insatisfechas. Más aún, con la toma de poder de Benito Mussolini en 1922, Italia no sólo se estaba rebelando contra el acuerdo de paz, sino que también se estaba volviendo, como la primer Gran Potencia dentro de Europa, contra el sistema político de los vencedores, la democracia parlamentaria.

Más grave que la actitud hostil de Italia fue el desafío a la democracia de la tiranía del Este. La revolución bolchevique eliminó a Rusia de las filas de los vencedores y la separó igualmente de crear una civilización europea. La Rusia soviética se opuso al status quo europeo en muchos sentidos. Estaba contra el acuerdo territorial, aunque por razones de exigencia política estaba dispuesta a aceptar formalmente sus nuevas fronteras, salvo que rehusaba reconocer la incorporación de Besarabia a Rumania. Fue antagonista a la política de equilibrio de poder de los vencedores, que creó el cordón sanitario entre Alemania y la Unión Soviética. Pero por encima de todo, la Rusia comunista era un enemigo declarado de la sociedad democrática-burguesa de la cual formaba parte Europa.

De esta forma entre las cinco Grandes Potencias –Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Italia y Rusia- que de una u otra forma tomaron parte en lograr la victoria en Europa, sólo dos, Francia y Gran Bretaña, mantuvieron una postura firme y positiva en defensa del nuevo orden, con Francia tomando una actitud rígida y Gran Bretaña una actitud de alguna manera más flexible. Por supuesto, la defección de Rusia fue la menos lamentable en tanto en cuanto su salida de la coalición de tiempo de guerra se convirtió en una clara ganancia en el momento de la Conferencia de Paz de París. La revolución bolchevique, cortando como lo hizo las ligazones de Rusia con sus aliados occidentales en el último año de la guerra, simplificó considerablemente la tarea de los conciliadores de París, pues se ahorraron el problema de afrontar las demandas de una Rusia victoriosa. Más aún, cuando Alemania fue derrotada, Europa Oriental se encontró con una situación históricamente única: tanto Alemania como Rusia, las dos Grandes Potencias flanqueando la Zona Centro de las naciones más pequeñas, yacían postradas. Pero el acuerdo de paz elaborado bajo esas circunstancias extraordinariamente favorables tuvo dos debilidades fundamentales: primero, suscitó el antagonismo de Alemania y Rusia, que estaban en cualquier caso carentes de benevolencia hacia las naciones pequeñas, al hacer de la Zona Centro un “baluarte” contra ellas; segundo, no consiguió crear las condiciones favorables de cooperación entre las naciones pequeñas dentro de la Zona Centro.

La causa principal de disputa dentro de la Zona Centro tenía que ver con las nuevas fronteras impuestas sobre los países derrotados, Hungría y Bulgaria, por sus vecinos vencedores, Checoslovaquia, Rumania, Yugoslavia y Grecia. También luego, los asuntos territoriales envenenaron las relaciones entre los vencedores, como en la controversia sobre el distrito Teschen entre Checoslovaquia y Polonia, y sobre Vilna entre Polonia y Lituania (Lituania, contrariada por la pérdida de Vilna, no tuvo relaciones diplomáticas con Polonia ¡hasta 1938!). Los conflictos sobre las fronteras también agravaron los problemas de minorías nacionales. Por regla, estas minorías eran irredentistas, luchando no meramente por los derechos dentro de los estados, sino por las secesiones de los estados en los que estaban viviendo. Más aún, las tensiones entre los grupos étnicos eslavos incorporados al liderazgo checo en Checoslovaquia (checos, eslovacos y rutenos), y al liderazgo serbio en Yugoslavia (serbios, croatas y eslovenos), aumentaron la inestabilidad del nuevo orden] (pp. 28-30)

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Mensaje por José Luis » Mié May 16, 2007 1:25 pm

Tercera Parte

[Todas estas controversias con la Zona Centro fueron causadas principalmente por aspiraciones nacionales conflictivas, aunque por supuesto las diferencias religiosas y las visiones económicas y sociales vertieron petróleo en el fuego de las rivalidades nacionales. Éste fue el caso, por ejemplo, con el antagonismo entre los croatas católicos romanos y los serbios ortodoxos, y con el conflicto entre los religiosos eslovacos y los librepensadores checos. Otra fuente de conflicto fue el espíritu reaccionario de la clase gobernante húngara por una parte, y el fervor reformista de Checoslovaquia, Yugoslavia y Rumania por la otra, que estaban llevando a cabo reformas agrarias y otras económicas y sociales con diferentes grados de éxito y sinceridad. Pero la amarga enemistad entre Hungría y sus vecinos –centrada como estaba en las cuestiones fronterizas- fue principalmente nacionalista; y el celo reformista de los vecinos de Hungría también estuvo fuertemente coloreado con rencor nacionalista, la desproporción de los rivales nacionales tomando a menudo precedencia sobre la justicia social.

Durante la IGM, los exiliados de Europa Central y Oriental habían asegurado a sus protectores occidentales que las naciones-estado independientes entre el Báltico y el Egeo servirían como un sólido bastión de paz. Pero desde el comienzo estas naciones-estado demostraron, en cambio, ser una fuente de inseguridad; combatieron con masas de ciudadanos desleales, y se enfrentaron en amargas rivalidades entre ellas mismas así como con las Grandes Potencias que flanqueaban la Zona Centro. En vista de estas condiciones en la mitad oriental de Europa, la estabilización de la paz en el Continente dependía por encima de todo de la unidad de las naciones occidentales; pero la obvia debilidad del nuevo orden en Europa Central y Oriental no hizo nada para estimular a las naciones Occidentales para buscar la unidad entre ellas mismas y en sus políticas hacia el resto de Europa.

La desunión occidental sirvió de aliento al “revisionismo”, como vinieron a ser conocidos después de la IGM los movimientos de naciones descontentas para cambiar el status quo europeo. Los descontentos consideraban su principal tarea crear dudas sobre la permanencia del orden existente. Mientras tanto las naciones satisfechas buscaron cada vez más una fórmula mágica para la seguridad. Esperar que el tiempo curara las heridas de las naciones insatisfechas era engañarse a sí mismo. Por otra parte, cualquier discusión racional de la revisión de los tratados de paz estaba condenada de antemano debido a la agitación de los revisionistas y a la falta de voluntad de los defensores del status quo de admitir incluso la conveniencia de cualquier revisión crítica general del acuerdo de paz. El Artículo Diecinueve del Pacto de la Liga, que proporcionaba la base legal para la “revisión pacífica”, se invocó de vez en cuando por los vencidos, pero su aplicación fue persistentemente rechazada por los vencedores. La intensiva propaganda por y contra los acuerdos de paz dio pábulo a mucha demagogia, que oscureció las condiciones reales de paz. Tanto los defensores como los oponentes del status quo exageraron la trascendencia de los problemas fronterizos, pues, importantes como eran las revisiones fronterizas, en ciertos casos, para allanar las fricciones internacionales, la verdadera paz dependía mucho más de la política interna y del desarrollo económico y espiritual de las naciones que moraban tras las fronteras.

Francia fue la defensora destacada del nuevo orden Continental, aunque en realidad no estaba enteramente feliz con él. La victoria sobre Alemania no la dotó con un sentido de seguridad. Como consecuencia del rechazo de Estados Unidos de unirse a la Liga de las Naciones, el pacto de asistencia mutua (una forma de “Comunidad Atlántica”) entre Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, que había sido estipulado en la conferencia de paz, se malogró completamente. Gran Bretaña propuso sustituir el acuerdo de las tres potencias por un acuerdo de dos potencias (una especie de “Unión Occidental” franco-británica); pero Francia, dirigida por Raymond Poincaré, rechazó la oferta porque no incluía una convención militar. En 1923 se propuso un borrador de tratado de asistencia mutua, según el cual los miembros de la Liga tenían que quedar bajo la automática obligación de rendir asistencia militar contra un agresor. El borrador fue rechazado, esta vez por Gran Bretaña. En 1924 se firmó el denominado Protocolo de Ginebra, que prohibía la guerra de agresión y definía al agresor. Sin embargo, Gran Bretaña no consiguió ratificarlo. Las represalias de Francia contra Alemania, como su insistencia en los pagos de reparación y la ocupación del Ruhr en 1923, eran contrarias al punto de vista anglo-americano que defendía la reconstrucción económica europea. Y el llamado cordón sanitario de Francia entre Alemania y la Unión Soviética (un sistema de alianzas entre Francia y los países de Europa Central y Oriental) puso a Gran Bretaña celosa y suspicaz de la ambición de Francia de establecer la hegemonía militar sobre el Continente] (pp. 30-33)

Ya continuaremos
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Mensaje por José Luis » Mié May 16, 2007 3:56 pm

Cuarta Parte

[Francia se habría sentido sola y abandonada si los estados victoriosos más pequeños –Polonia, Checoslovaquia, Rumania y Yugoslavia- no hubieran compartido su obsesiva búsqueda de seguridad. Pero las alianzas con estos cuatro países, situados en la peligrosa Zona Centro entre Alemania y Rusia, no eran substitutas de los tratados que Francia había esperado obtener de Estados Unidos y Gran Bretaña. Francia, frustrada y nerviosa, no estaba cualificada para perseguir una política constructiva e inteligente entre las naciones más pequeñas de Europa Central y Oriental. Los cambios fronterizos defendidos por los revisionistas la llenaron de rabia. La revisión para ella era equivalente a más inseguridad. Si se le hubiera dado a Francia la seguridad que ella esperaba de sus aliados de tiempo de guerra británicos y americanos, podía no haberse convertido en la ciega defensora de las “locuras de los vencedores” en Europa Central. Tal como fue, la política francesa, alineada con la defensa del status quo, sólo consiguió agravar las rivalidades de las fuerzas nacionalistas.

La rivalidad entre los antiguos pueblos de los Habsburgo al trazar las nuevas fronteras nacionales produjo un centro de inestabilidad europea en el Valle del Danubio. Los tres países derrotados, Austria, Hungría y Bulgaria, estaban de esta forma enfrentados a los tres vencedores, Checoslovaquia, Rumania y Yugoslavia. Austria no presentó problemas fronterizos en el sentido usual del término; sus sentimientos fueron heridos fundamentalmente por la prohibición impuesta por el tratado de paz sobre el “Anschluss”, es decir, la unión con Alemania. Una segunda víctima de los tratados de paz, Bulgaria, sólo tenía discusiones fronterizas menores, aunque fueron suficientes para presentar un obstáculo a la cooperación pacífica con sus vecinos. El simple factor más importante que contribuyó a la inestabilidad danubiana fue la hostilidad entre Hungría, desmembrada por el Tratado de Trianon, y sus vecinos que se beneficiaron de la desmembración hasta tal punto que sobre un cuarto de todos húngaros que vivían en el Valle del Danubio fue incorporado a Checoslovaquia, Rumania y Yugoslavia. Estos tres países, aliados en la llamada Pequeña Entente, montaron guardia contra cualquier revisión de las fronteras impuestas a Hungría.

El tratado-piloto de la Pequeña Entente, firmado el 14 de agosto de 1920, entre Checoslovaquia y Yugoslavia, expresaba la firme resolución “de mantener la paz…..así como la situación creada por el Tratado concluido en Trianon”. Por el tratado checo-rumano de 23 de abril de 1921, y el tratado rumano-yugoslavo de 7 de junio de 1921, se completó el cerco de Hungría; el último de estos tratados puso a Bulgaria, la enemiga común de Rumania y Yugoslavia, en la misma categoría que Hungría. Además, los tratados de la Pequeña Entente obligaban a los tres vecinos de Hungría a oponerse a cualquier intento de traer de vuelta a los Habsburgo, una cláusula que perdió su oportunidad cuando el ex rey Carlos, poco después de dos intentos sin éxito en 1921 de regresar a su trono húngaro, murió en el exilio.

La extensión del sistema de alianzas de los vencedores a toda la Zona Centro se encontró con menos éxito que la formación de la Pequeña Entente en el Valle del Danubio. Las relaciones entre Checoslovaquia y Polonia llevaron a un mal comienzo inmediatamente después de la liberación, cuando en enero de 1919 se luchó una “guerra de siete días” en el área de Teschen. El acuerdo que siguió al conflicto armado dejó a Polonia contrariada. Aunque se apeló a la “solidaridad eslava” y al interés común, la fisura entre Polonia y Checoslovaquia no fue reparada. Los repetidos esfuerzos de Praga por unir Polonia a la Pequeña Entente fracasaron. Sin embargo, Polonia, el 3 de marzo de 1921, entró en un tratado de asistencia mutua con su otro vecino meridional, Rumania, para defender su frontera oriental contra Rusia. Francia concluyó un tratado similar de defensa con Polonia, el 19 de febrero de 1921, contra Alemania.

Francia se suscribió a los objetivos de la Pequeña Entente al firmar un tratado de alianza y amistad con Checoslovaquia el 25 de enero de 1924 para “concertar su acción en todos los asuntos de política exterior que pueden amenazar su seguridad o que pueden tender a subvertir la situación creada por los Tratados de Paz”. Un tratado franco-rumano de 10 de enero de 1926 y un tratado franco-yugoslavo de 11 de noviembre de 1927 completaron su red de alianzas que estaba dirigido a convertir la Zona Centro entre Alemania y Rusia en una zona de seguridad, de acuerdo a los principios de equilibrio de poder.

La debilidad más grande de este sistema de tratados era sin duda alguna la unión perdida entre Polonia y Checoslovaquia, es decir, la conexión que habría atado a Polonia a la Pequeña Entente en el Valle del Danubio. No obstante, incluso si la conexión checo-polaca hubiera existido, es dudoso que el sistema de tratados del cordón sanitario pudiera haberse convertido en un instrumento duradero de seguridad bien para Polonia o para los países del Danubio] (pp. 33-35)

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Mensaje por José Luis » Mié May 16, 2007 5:07 pm

Quinta Parte

[La seguridad de Polonia como un país independiente entre Alemania y Rusia –en realidad, su “viabilidad”, como Jacques Bainville subrayó en su famoso libro Les conséquences politiques de la paix, publicado en 1920- dependía de una fuerte organización danubiana. Y la Pequeña Entente no era esa organización. Aclamada por sus estados miembros y sus simpatizantes occidentales como un pilar de estabilidad, la Pequeña Entente, aparte de su éxito temporal, no era una fuente de fortaleza a largo plazo. Bien pudo haber sido considerada como la agrupación natural de la era post-Habsburgo ya que representaba las antiguas nacionalidades oprimidas del Imperio Habsburgo. No obstante, como instrumento de seguridad y evolución pacífica, la Pequeña Entente difícilmente podía cumplir su papel. Primero de todo, estaba destinada a perpetuar la hostilidad a tres bandas entre Hungría por una parte, y sus vecinos, Checoslovaquia, Yugoslavia y Rumania, por la otra. Más aún, ya que los tres países de la Pequeña Entente tenían como sus vecinos a tres Grandes Potencias a quienes individualmente miraban como sus principales enemigos (Checoslovaquia-Alemania; Yugoslavia-Italia; Rumania-Unión Soviética), la cooperación de la Pequeña Entente fue cualquier cosa menos suave cuando llegó a conformar políticas hacia estas Grandes Potencias. De hecho, la Pequeña Entente formó un sólido bloque sólo contra las aspiraciones revisionistas de Hungría.

Hungría no fue menos responsable que la Pequeña Entente por la desafortunada situación del Valle del Danubio. Pues, si los países de la Pequeña Entente fueron culpables de imponer sobre Hungría condiciones de paz indebidamente duras, Hungría fue culpable de una abierta hostilidad hacia los pueblos liberados de la antigua monarquía de los Habsburgo. Hungría, bajo el régimen contrarrevolucionario del almirante Horthy, estaba gobernada por una oligarquía cuyo pasado registro y política revisionista solamente podían levantar sospecha y desconfianza. Los gobernantes de Hungría, arrogantes y singularmente ignorantes de las causas que produjeron los cambios revolucionarios en Europa Central, hablaban el lenguaje insultante del pasado feudal. Su portavoz en la Conferencia de Paz de París, el conde Albert Apponyi, protestó contra el Tratado de Trianon sobre la base de que transfería la hegemonía nacional a razas que permanecían “en un nivel cultural inferior”. Y su propaganda contra el tratado estaba invariablemente basada en la opinión de la “superioridad cultural” magiar. Hungría tenía un buen caso para denunciar las injusticias del Tratado de Trianon, que separaban a la fuerza a un cuarto de los húngaros de su madre patria; pero los gobernantes de Hungría aplicaron métodos ineptos en sus ataques contra el tratado. Como norma protestaron contra las pérdidas totales del reino húngaro multinacional, que alcanzaban el 71 por ciento de su territorio y el 60 por ciento de su población. Los gobernantes de la Hungría de Trianon ni siquiera intentaron ocultar su objetivo último, la restauración de “la Hungría de los mil años de antigüedad” del pasado, un objetivo correctamente considerado por los vecinos de Hungría como una política imperialista dirigida contra sus intereses vitales.

Checoslovaquia, a su favor, mostró alguna voluntad, al menos una vez, de invertir su actitud hostil hacia Hungría y abrir el camino de la reconciliación. En una ocasión, en marzo de 1921, cuando la Pequeña Entente todavía no se había convertido en un sólido bloque cercando Hungría, Eduard Benes, ministro de Exteriores checoslovaco, se reunió con el conde Paul Teleki, Primer Ministro de Hungría, y Gustav Gratz, ministro húngaro de Asuntos Exteriores, en la ciudad austriaca Bruck a/d Leitha. En este encuentro Benes propuso una cooperación económica entre Hungría y Checoslovaquia como preliminar para una posterior discusión de asuntos territoriales. La oferta fue rechazada por los representantes húngaros, que mantuvieron la necesidad de un acuerdo preliminar sobre cuestiones territoriales para preceder a la cooperación económica. Durante las negociaciones Benes reconoció que “las fronteras trazadas en el Tratado de Trianon no eran las mejores fronteras posibles”. Sugirió que Hungría encontraría más difícil alcanzar un acuerdo con los rumanos y los yugoslavos que con los checos. Ofreció su ayuda para componer las diferencias de Hungría con sus vecinos, siempre que fuera alcanzado un acuerdo checo-húngaro. También urgió a Hungría a adoptar una forma republicana de gobierno, que, argüía, haría posible fundamentalmente cambiar la relación de Hungría y los países de la Pequeña Entente hasta ser capaces de crear una federación danubiana o, como él la llamaba, un “Estados Unidos de Europa Central”.

Los dirigentes de Hungría no fueron ciertamente sabios al rechazar las propuestas de Benes. Sin embargo, es dudable que alguno de los países danubianos estuviera realmente preparado para una forma más alta de cooperación, tal como la prevista por Benes. Sus registros de posguerra muestran un consistente temor ante la idea de igualdad nacional, que era prerrequisito para una verdadera reconciliación. Celosos y suspicaces, infectados por el espíritu de la intolerancia, los estados danubianos carecían de la buena voluntad y moderación que se necesitaban para una federación. La era de nacionalismo de posguerra agravó el antagonismo que desde hacía tiempo había frustrado la paz entre los pueblos danubianos. La gran revolución nacionalista de 1918, que destruyó la monarquía de los Habsburgo, también había destruido para mucho tiempo la posibilidad de una federación danubiana] (pp. 35-37)

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Mensaje por José Luis » Mié May 16, 2007 7:15 pm

Sexta Parte

[Francia buscó aliados en la Zona Centro para contra-equilibrar el poder de Alemania y Rusia. Una federación danubiana podía haber proporcionado exactamente el poder necesitado. La vieja verdad de que las naciones más pequeñas entre Alemania y Rusia deberían federarse tanto en su propio interés como en el interés de Europa permanecía válida. El fracaso en producir tal federación había llevado a la ruina a la monarquía de los Habsburgo. Había toda razón para temer que los herederos de los Habsburgo, las naciones-estado europeas centrales, se encontrarían el mismo destino a menos que extrajeran las propias conclusiones del fracaso de los Habsburgo.

La desunión de las naciones danubianas fue ampliamente deplorada, pero no se consiguió ningún avance, incluso teóricamente, para clarificar las condiciones de la unidad. La Pequeña Entente mantuvo la opinión de que con la renuncia de Hungría a sus reclamaciones revisionistas, la federación danubiana se convertiría en un asunto de evolución automática. Los húngaros por su parte glorificaron la unidad territorial de su reino de los mil años de antigüedad, creyendo que su restauración era el único camino a la federación danubiana. Además, los monárquicos, mayormente húngaros, recordando con nostalgia sus privilegios especiales bajo la antigua Monarquía Dual, consideraban la restauración del Imperio Habsburgo la única forma posible de cualquier unión federal danubiana. Incluso alababan la vieja monarquía como habiendo logrado semejante unión federal, aunque en realidad la disolución de la monarquía había causado precisamente el fracaso de transformarse a sí misma en una federación de sus naciones-miembros.

Realmente, ni la resurrección de la Monarquía Habsburgo ni la restauración de la Hungría de los mil años, ni la preservación de las naciones-estado existentes, podían jamás ofrecer condiciones favorables para la unidad danubiana. Los Habsburgo, los húngaros, las versiones de “federación” de la Pequeña Entente, aunque con variaciones, todos tendían a perpetuar desigualdades e injusticias de un tipo u otro. Solamente un esfuerzo conjunto reconocería la igualdad de todas las naciones danubianas y también aseguraría su libertad bajo instituciones democráticas que podían haber abierto el camino a una solución federal real. Desafortunadamente ni las naciones danubianas mismas ni las Grandes Potencias con influencia e interés en el Valle del Danubio estaban preparadas para un comienzo limpio tal.

Las Grandes Potencias no están justificadas para sentarse a juzgar a las pequeñas naciones que no consiguen establecer una cooperación pacífica entre ellas mismas. Ni por supuesto están las pequeñas naciones más justificadas en culpar a las Grandes Potencias exclusivamente de sus problemas. La rivalidad, el odio, el temor, mantuvieron todo el continente en sus garras. Sin embargo, el fracaso de cooperación entre las naciones más pequeñas de Europa Central definitivamente también reflejó la incompetencia de las Potencias Occidentales, pues no hicieron uso de su influencia y prestigio para suministrar una guía en la dirección correcta. Mostraron poca preocupación por una auténtica pacificación de estas naciones más pequeñas. Gastaron una energía mucho más grande en sus diferentes esfuerzos para hacer la paz europea segura partiendo de la cólera de los dos gigantes vecinos de la Zona Centro, Alemania y Rusia. Como una cuestión de hecho, si las Potencias Occidentales hubieran dedicado más atención a los problemas de las naciones pequeñas en la Zona Centro, especialmente ofreciendo una guía a esas naciones hacia la democracia y el federalismo danubiano, podían haber mejorado considerablemente las oportunidades de paz con Alemania y Rusia.

Las alianzas de Francia con Polonia y la Pequeña Entente, que levantaron el cordón sanitario en Europa Central y Oriental, fueron ideadas para cercar a Alemania y mantener contenida a la Unión Soviética. Sin abandonar jamás este propósito básico de las alianzas francesas en la Zona Centro, la diplomacia occidental estaba inclinada a causar problemas a la Unión Soviética en el cerco de Alemania y a alistar a Alemania en la contención de Rusia. Este “equilibrio de poder” europeo podía haber funcionado perfectamente si Alemania y Rusia hubieran cooperado en un sistema que las cercaba y contenía respectivamente; pero –no es de extrañar- ni Alemania ni Rusia desempeñaron su designado papel.

El cordón sanitario, dirigido contra Alemania y Rusia, tuvo el efecto lógico de traer a esos “dos marginados” más cerca el uno del otro. Hans von Seeckt, jefe del Reichswehr de 1920 a 1926, fue el primero en extraer las conclusiones lógicas del cordón sanitario. El general Seeckt y sus jefes de estado mayor con él, a pesar de su ferviente oposición al comunismo, estuvieron prestos a reconocer que con la asistencia rusa, Alemania podía ser capaz de romper el cerco francés y derrotar el sistema de Versalles. La Rusia soviética, aunque absorta en fomentar la revolución en Alemania –escogida por Lenin como centro de la revolución mundial- no estuvo lenta en abrazar las cínicas reglas del antiguo poder político. Mientras estaban menguando las esperanzas de despertar la revolución bolchevique en la Alemania industrial, la Rusia soviética estaba preparada para una cooperación anticuada y no-ideológica con los generales alemanes.

La cooperación entre los militaristas prusianos reaccionarios y los revolucionarios bolcheviques rusos comenzó a principios de la década de los veinte, cuando, según acuerdos secretos, Junkers, la gran constructora de aviones alemanes, comenzó a operar en una fábrica cerca de Moscú. Proyectiles y presumiblemente también cañones fueron manufacturados por Krupp en varias fábricas rusas para exportar a Alemania. También se estableció una fábrica de tanques, cerca de Kazan, con servicios de entrenamiento para oficiales alemanes] (pp. 37-40)

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Mensaje por José Luis » Jue May 17, 2007 10:24 am

Séptima Parte

[Algunos de los hechos concernientes a la cooperación germano-rusa llamaron la atención de un conmocionado grupo de diplomáticos europeos reunidos en la conferencia de Génova en 1922. Gran Bretaña había estado ansiosa de impulsar la rehabilitación de las relaciones de mercado, y fue en el espíritu de esta política que todos los países europeos, Alemania y Rusia incluidas, fueron invitados a Génova. En tanto en cuanto a lo que el Oeste concernía, la conferencia terminó en fracaso, debido principalmente a la actitud no comprometida de Francia. Sin embargo, Alemania y Rusia se anotaron un gran éxito cuando en Rapallo el Comisario de Asuntos Exteriores del Pueblo Soviético, G. V. Chicherin, y el ministro alemán de Asuntos Exteriores, Walther Rathenau, firmaron un acuerdo económico independiente.

El tratado germano-soviético acabó con el aislamiento de los “dos marginados” de Europa. También despertó al Oeste a la desagradable realidad de que el cordón sanitario allanó el terreno al acercamiento germano-ruso. La diplomacia occidental fue invitada a encontrar más medios eficaces para mantener separadas a Alemania y Rusia. Desde el punto de vista del simple poder político que dominaba la diplomacia europea, el curso lógico de acción descansaba en adoptar una actitud más conciliadora hacia Alemania y Rusia, o hacia una de las dos. Europa Occidental percibió la necesidad de reconciliación, pero permaneció indecisa en frente de las alternativas. Fue un amigo centroeuropeo del Oeste, Eduard Benes, quien ponderó las alternativas y declaró su preferencia por un acercamiento con Rusia.

Durante la IIGM a Benes le gustaba recordar la declaración occidental de que fue él quien había urgido el reconocimiento diplomático de la Unión Soviética inmediatamente después de Rapallo. En esa ocasión el acercamiento germano-ruso había pendido como espada de Damocles sobre la Zona Centro. No había ninguna duda en la mente de Benes de que, en el interés de fortalecer el status quo europeo, las Potencias Occidentales tendrían que cooperar con Rusia contra Alemania.

Por supuesto Benes siempre había estado dispuesto e impaciente por cooperar con Alemania, como con cualquier otro país, sobre la base del status quo. Pero también estaba muy bien enterado de que Alemania nunca se convertiría en una garante de las fronteras checoslovacas. Por la otra parte, Rusia era, en su opinión, a pesar de la revolución bolchevique, un potencial aliado eslavo en un sistema europeo anti-alemán. El pensamiento pro-ruso de Benes debe explicarse también por el hecho de que Checoslovaquia no compartía fronteras comunes con Rusia, y de ahí –a diferencia de Polonia y Rumania- no tenía disputa territorial alguna con ella, un factor casi decisivo para determinar las relaciones internacionales en la Europa nacionalista. Mientras estaba esperando un acercamiento entre el Oeste y Rusia, Benes tomó parte activa en la elaboración del Protocolo de Ginebra de 1924. El Protocolo estaba ideado para proporcionar una acción colectiva bajo los auspicios de la Liga de las Naciones contra el violador del status quo territorial. Pero más allá de semejantes garantía de papel, Benes estaba por delante de cualquier otro pensando en la Unión Soviética –que en esa época no era miembro de la Liga de las Naciones- como una Gran Potencia capaz de fortalecer las auténticas fuerzas de seguridad.

El general Seeckt deseaba alterar el sistema de Versalles con la ayuda rusa. Eduard Benes esperaba estabilizar el acuerdo de paz mejorando las relaciones entre Rusia y el Oeste. Gran Bretaña y Francia no tenían semejantes opiniones sobre el asunto. Aunque Francia estaba preocupada con la seguridad, no podía renovar su alianza de la IGM contra Alemania con una Rusia bolchevique. Además de un ideológico horror de comunismo, París rechazó incluso el reconocimiento diplomático de la Rusia soviética a causa de la repulsa de ésta de las deudas que la Rusia zarista debía a Francia. La actitud de Londres hacia el Gobierno soviético fue también básicamente negativa. Pero tal como lo vio un agudo observador, las políticas británica y soviética, con todos sus conflictos ideológicos, se desarrollaron en parte sobre líneas paralelas. Por diferentes razones, desde sectores opuestos de Europa, tanto Gran Bretaña como Rusia buscaron contrarrestar la dominación del Continente por una única potencia militar, Francia. Lloyd George realizó débiles intentos para mejorar las relaciones entre Gran Bretaña y Rusia. Pero cuando invitó a los rusos a la Conferencia de Génova, fue criticado por “coquetear con los bolcheviques”. El fracaso de Génova estaba satisfaciendo a los que no deseaban tener nada que ver con la Rusia soviética. Sin embargo, el Tratado de Rapallo germano-ruso causó preocupación a todo el mundo, incluyendo por supuesto a quienes estaban ansiosos por mantener a Rusia en cuarentena.

Las Potencias Occidentales estaban impacientes por deshacer Rapallo y neutralizar la cooperación germano-rusa. Fortaleciendo la Zona Centro podían haber proporcionado un poderoso y lógico contra-movimiento a Rapallo, pero esto sólo se podía haber logrado cambiando radicalmente las políticas dentro de la Zona Centro. Por desgracia, las naciones allí estaban todas preocupadas con sus insignificantes rivalidades. Mientras tanto Francia estaba ocupada cocinando el favor con aquellos países de la Zona Centro que se habían beneficiado del acuerdo de paz. Y el interés de Gran Bretaña estaba limitado a observar con suspicacia las maniobras de Francia en esa región] (pp. 40-42)

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Mensaje por José Luis » Jue May 17, 2007 1:09 pm

Octava y última parte

[Había alguna razón para creer, en 1924, que la relación entre la Unión Soviética y el Oeste seguiría el curso favorecido por Benes. Por una vez, la tendencia política en el Oeste tomó un giro a la Izquierda. En 1924, cuando el Laborista Ramsay MacDonald se convirtió en Primer Ministro, Gran Bretaña reconoció al Gobierno soviético. Siguió el reconocimiento oficial por el Gobierno socialista francés bajo Edouard Herriot, y por varios estados europeos. Suficientemente interesante, Checoslovaquia no estaba entre los países que establecieron relaciones diplomáticas formales con la Unión Soviética. Aunque la diplomacia europea estaba tomando exactamente el curso que así había favorecido Benes, sin embargo lo delicado de la posición de Checoslovaquia –su ansiedad de ganar simpatías en el extranjero y construir la unidad en casa- aconsejó a Benes ir más despacio en un asunto tan controvertido como el reconocimiento diplomático formal de la Rusia soviética. No obstante, Checoslovaquia firmó dos “tratados provisionales” con las repúblicas soviéticas rusa y ucraniana en una fecha tan temprana como junio de 1922, poco después del Tratado de Rapallo germano-soviético.

Los cambios en las políticas soviéticas contribuyeron a disminuir la tensión entre el Este y el Oeste. En los asuntos internos la Unión Soviética regresó, con la llamada Nueva Política Económica, a una forma limitada de libre empresa. En política exterior la Internacional Comunista (Comintern) reelaboró su estrategia para la revolución mundial después del abortado levantamiento comunista en Alemania en octubre de 1923. A partir de entonces, la expectación del colapso del capitalismo fue relegada a sus orígenes, siendo reemplazada por el eslogan de la coexistencia entre comunismo y capitalismo. A pesar de esta disminución del fervor revolucionario comunista, el acercamiento entre la Unión Soviética y el Oeste fue de muy corta duración. Tras una corta détente, se desarrolló una nueva crisis, en el otoño de 1924, precipitada por una carta ostensiblemente escrita por Gregory Zinoniev, presidente del Comintern, a los comunistas británicos, incitándoles a la revuelta (Sin embargo, la autenticidad de la carta fue negada por el gobierno soviético).

En contraste con el fracaso para mejorar las relaciones ruso-occidentales, hubo un cambio para mejor entre Alemania y el Oeste. En el otoño de 1924 Francia retiró a sus tropas del Ruhr. Tras esto, Gustav Stresemann, ministro de Exteriores de Alemania, repitió su anterior oferta de garantías para las obligaciones del tratado de Alemania. Aristide Briand, ministro francés de Exteriores, aceptó la oferta alemana. Gran Bretaña favoreció el movimiento. El resultado fue el Pacto de Locarno de 1925, que garantizaba mutuamente las fronteras franco-germanas y germano-belgas. Gran Bretaña e Italia actuaron como garantes del pacto, prometiendo ayuda al país atacado en caso de violación del tratado.

El Pacto de Locarno puso de realce la orientación occidental de Alemania y mejoró su relación con sus antiguos enemigos, Francia y Gran Bretaña; pero ello no garantizaba las fronteras orientales de Alemania, debido a la propia oposición de Alemania, así como a la reluctancia de británicos e italianos de asumir obligaciones con respecto a la Zona Centro. Sin embargo, Francia firmó tratados de mutua asistencia con los vecinos orientales de Alemania, Polonia y Checoslovaquia, para asegurarlos contra una agresión alemana. Y Alemania concluyó tratados de arbitraje con Polonia y Checoslovaquia como una seguridad más de que no utilizaría la fuerza contra ellas. A pesar de estas garantías, la aguda distinción con el Pacto de Locarno hecha entre las fronteras occidentales y orientales de Alemania era un signo de actitud equívoca de que las Potencias Occidentales –especialmente Gran Bretaña, pero también Francia, la patrona del status quo en la Zona Centro- estaban inclinadas a encaminarse hacia los problemas de seguridad de Europa Oriental. También fue una indicación inquietante que un acercamiento entre el Oeste y Alemania podía dejar a las naciones de la Zona Centro más expuestas a la tradicional expansión hacia el Este de Alemania, el malhadado Drang nach Osten. Lo lejos que podía ir la desconexión occidental con respecto al cordón sanitario se reveló más tarde, en Munich, en 1938, cuando Alemania fue apaciguada a expensas de Checoslovaquia con las fatales consecuencias de toda la Zona Centro de pequeñas naciones; y durante la IIGM, cuando Rusia fue un aliado de las Potencias Occidentales contra Alemania, la desconexión del Oeste de la Zona Centro produjo resultados similares.

Francia no tuvo éxito en calmar los temores de sus aliados más pequeños sobre el Pacto de Locarno. Solamente Checoslovaquia, el satélite más devoto de Francia, aclamó el pacto como un medio para promocionar la paz general del continente. Pero los verdaderos sentimientos de los pequeños aliados de Francia fueron expresados por su satélite menos entusiasta, Polonia, que fue abiertamente crítica a la nueva tendencia de la política europea.

Mientras tanto los tratados de mutua asistencia que Francia firmó con Polonia y Checoslovaquia recordaron a Alemania que el peligro de cerco todavía estaba a la orden del día. Alemania también recordó al Oeste que el Pacto de Locarno no alteraba su propia determinación de contrarrestar la amenaza de cerco. Casi simultáneamente con el Pacto de Locarno, se firmó un nuevo tratado de mercado germano-soviético. Además, en 1926, los gobiernos soviético y alemán concluyeron en Berlín un tratado de no-agresión, negociaciones del cual debieron haber discurrido simultáneamente con las conferencias de Locarno. El Estado Mayor General alemán no cambió su actitud hacia los rusos. Los técnicos militares alemanes continuaron, en suelo ruso, experimentos que bajo el Tratado de Versalles no podrían llevar a cabo en Alemania; de hecho, continuaron “por la fuerza de la inercia” por algún tiempo incluso tras la toma del poder de Hitler.

El Pacto de Locarno estaba destinado a reforzar la contención de Rusia alejando a Alemania del curso pro-soviético trazado en Rapallo. No es de asombrar que la Unión Soviética hiciera lo mejor para hacer de Locarno algo impopular en Alemania. “Pensar que Alemania soportará este estado de cosas es esperar milagros…Locarno, que….sanciona la pérdida por Alemania de Silesia, el Corredor y Danzing….compartirá el destino del viejo tratado franco-prusiano, que privó a Francia de Alsacia y Lorena….Locarno está repleto de una nueva guerra europea”, tales fueron los comentarios de Stalin sobre el pacto. Mientras tanto, el Sexto Congreso del Comintern, en 1928, decidió que la era de ataques imperialistas y de preparaciones para intervenir contra la Unión Soviética debía ser anticipada. Se alertaron a los partidos comunistas de los países capitalistas. Los partidos de la Social Democracia fueron señalados por el Comintern como los archienemigos del comunismo y fueron etiquetados como “Social Fascistas”. Los comunistas en Alemania, siguiendo instrucciones de Moscú, concentraron sus ataques en los socialdemócratas, que estaban enzarzados en una lucha in crescendo con los nacionalsocialistas de Hitler. De esta forma Stalin contribuyó con su parte a la victoria de Hitler en Alemania; y el Oeste, mediante su fracaso de seguimiento del Pacto de Locarno con una vigorosa política de cooperación europea, aportó su parte] (pp. 42-45)

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Mensaje por José Luis » Mar Jul 24, 2007 7:30 pm

¡Hola a todos!

Aprovechando el ilustrativo libro de Martin Gilbert, The Routledge Atlas of the First World War (Routledge, 3ª ed., 2002), 164 páginas, siguen dos buenos mapas mostrando, el primero, los nuevos estados de la Europa Central en 1920, y, el segundo, la creación de Yugoslavia, con la problemática cuestión política (y nacionalista) de su compleja población étnica.

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Página 155

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Página 163

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Mensaje por David L » Mié Jul 25, 2007 12:42 am

Excelente post José Luis; lo recomiendo totalmente para comprender lo dificil que fue el encaje de tantos nuevos países durante el período de entreguerras.

Un saludo.
Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra... elegisteis el deshonor y tendréis la guerra.

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Mensaje por Ice Man » Dom Jul 29, 2007 7:45 pm

Saludos Compañeros,

Muchas gracias por el post José Luis, está muy interesante, definitivamente siempre existen eventos consecuentes de otro, aqui está claramente expuesto.
Seguimos en Contacto,

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Mensaje por José Luis » Mié Ago 01, 2007 10:04 am

¡Hola a todos!

Seguimos aprovechando mapas, en este caso de Martin H. Folly, The Palgrave Concise Historical Atlas of the Second World War (Palgrave MacMillan, 2004), 131 páginas.

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Página 3

Este primer mapa mete miedo en el cuerpo, si se me permite el vulgarismo. El color azul (regímenes autoritarios 1919-1939) se impone ampliamente, mucho más en número de estados que en puro territorio, sobre el color blanco (democracias parlamentarias). La victoria aliada en la IGM dio alas a los nacionalismos latentes dentro de los imperios derrotados, que se apresuraron a conseguir su independencia, animados por la arenga del presidente Wilson sobre el derecho de autodeterminación de los pueblos. El cuadro político resultante de los tratados de paz de 1919-1921 era una caldera en continua ebullición donde se agitaban los estados satisfechos y los revisionistas, los nacionalismos, la xenofobia y el racismo. Tiene mucha razón el profesor Borsody cuando constata la "irresponsabilidad" (aislacionismo) estadounidense y el recelo franco-británico en medio de ese panorama general de convulsión política europea.

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Página 7

Aquí se plasma la política exterior de agresión de Hitler, vorágine que condujo a la guerra. Si aceptamos que Hitler fue un jugador convulsivo del todo o nada (de hecho, muchas veces arriesgó todo -incluida su supervivencia política- por muy poco), entonces los años de 1936-1938 fueron el periodo donde le cogió el gustillo a ese juego de ruleta rusa.

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Mensaje por Werto » Mié Ago 01, 2007 5:42 pm

Hola a todos.

Si a alguien le intesa el periodo hay una obra comtemporánea, escrita por un joven miembro de la delegación británica en Versalles que abandono la conferencia por no poder estar de acuerdo con lo que se estaba estableciendo, que es absolutamente imprescindible.

KEYNES, J.M. (1919), Consecuencias Económicas de la Paz,

Ya prevía claramente en 1919 casi todo lo que estaba por venir, y expone claramente como la situación en que quedaba europa oriental y del este, ya no digamos Alemania, despúes de la PGM era simplemente inviable.


Saludos a todos.
Jonny coge el Bombardero,
y lo eleva por el cielo,
no hay cañón que alcance a Jonny,
ni rival que lo derribe...

Jonny no mata a la gente.
elimina el objetivo,
Jonny no es un asesino;
Jonny es frio..., y profesional.

Tal vez no veamaos en el ESTAIR, Supendereis.

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Mensaje por José Luis » Mié Ago 01, 2007 7:15 pm

Así es. Un clásico. Para quienes leáis fácil en inglés, lo podéis encontrar en Internet:

John Maynard Keynes, The Economic Consequences of the Peace

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