El tratado de Versalles

Acontecimientos políticos, económicos y militares relevantes entre noviembre de 1918 y septiembre de 1939

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Erich Hartmann
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Mensaje por Erich Hartmann » Sab Abr 07, 2007 12:31 pm

El final de la Monarquía Dual

La entrada en la guerra de Estados Unidos aceleró las tendencias a la disgregación en Austria-Hungría. El famoso programa de 14 Puntos para la Paz del presidente Wilson, que incluía el derecho a la autodeterminación para las nacionalidades del Imperio Habsburgo, galvanizó a los movimientos nacionalistas. El acuerdo de Pittsburg, firmado poco después por Masaryk con los dirigentes de la comunidad eslovaca de Estados Unidos, fue la base para la creación de un Gobierno provisional de Checoslovaquia, con sede en París. Asimismo, la Revolución Rusa y el triunfo bolchevique, con su programa de autodeterminación de las nacionalidades, fueron importantes elementos de apoyo de los ideales independentistas de las minorías, al tiempo que hacían alentar al proletariado de Austria-Hungría esperanzas de profundos cambios sociales.

A mediados de octubre de 1918, el líder de los diputados checos en el Consejo de Estado austriaco (Reichsrat), Karel Kramar, exigió en Praga el derecho de autodeterminación de su nacionalidad y la respuesta popular que encontró la demanda convenció a las autoridades vienesas de que la situación se había vuelto insostenible El emperador Carlos, en un último intento por conservar la cohesión del Estado, prometió en un manifiesto, fechado el día 16, el establecimiento de una monarquía federal en Cisleitania –pero no en Transleitania, donde el Gobierno húngaro había vetado la iniciativa– en la cual “cada nacionalidad formará, en su territorio, un Estado autónomo”. Pero la propuesta federalista, que una década antes hubiera podido ser viable, no lo era ya. El día 27, el Gabinete imperial solicitaba un armisticio a los Aliados. Ello abrió las puertas a la disgregación interior.

Al día siguiente, el Gobierno provisional de Masaryk proclamaba en París la creación de Checoslovaquia, decisión imitada por el Comité Nacional Checo de Praga, que se hizo con el poder apoyado por la movilización popular, y por el Consejo Nacional Eslovaco, que sólo veía viable la independencia respecto de Hungría en el marco de la unión con los checos. Ese mismo día, un Consejo Nacional Rumano de Bucovina acordó la unión de la provincia a Rumania y los polacos del ducado de Teschen (Cieszyn), en la Silesia austriaca, constituyeron su Consejo Nacional, que proclamó la incorporación del enclave a una todavía inexistente República Polaca. Veinticuatro horas después, los dirigentes del Club Polaco del Reichsrat formaron en Cracovia una Comisión de Liquidación, auténtico Gobierno provisional que proclamó la secesión de Galitzia, a la espera de que la retirada de los alemanes permitiera la reunificación de Polonia.

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Austria y Hungría, mermadas y rotas, se veían enfrentadas al caos interno. En Viena, los diputados alemanes del Reichsrat, proclamaron el día 30 un Estado austriaco que pretendía, ya vanamente, englobar a todos los territorios de población germana del Imperio. En Hungría, mientras la agitación social se extendía, el Gabinete nacionalista de Sándor Wekerle fue sustituido el 1 de noviembre por un Comité Nacional, cuya figura principal era el liberal-demócrata conde Karolyi. El Comité proclamó la ruptura del Compromiso de 1867 y la recuperación de la plena soberanía del Estado magiar bajo un sistema democrático. Pero la Transleitania se deshacía. Los eslovacos aceptaban integrar un Estado común con los checos. Los sudeslavos de Croacia-Eslavonia y el Banato se independizaban, dispuestos a integrar un solo Estado con Serbia y Montenegro y para ello formaban un Consejo Nacional en Zagreb. Y los rumanos de Transilvania, tras constituir su Consejo Nacional en Arad, se hacían con el control de la región y no ocultaban su intención de unirse a la Rumania transcarpática.

Austria-Hungría se derrumbó. El 11 de noviembre, al día siguiente de la firma del armisticio con los Aliados, el emperador Carlos renunció “a toda participación en los asuntos de Estado” y abandonaba Viena en dirección a Hungría, mientras un Directorio de tres miembros asumía sus funciones y el Reichsrat proclamaba la República de Austria. Cuarenta y ocho horas después, con Hungría a punto de adoptar un régimen republicano, el último emperador Habsburgo partía hacia el exilio, sin abdicar formalmente.

Eclipse otomano

Los gobernantes otomanos habían entrado en la guerra dispuestos a frenar el proceso de disgregación del Imperio y a recuperar su hegemonía en el mundo musulmán. Frente a la debilidad mostrada en el período 1911-13 –guerras contra Italia y contra la Entente Balcánica–, el Ejército turco demostró una considerable capacidad durante la Gran Guerra para resistir, cediendo terreno muy lentamente, a las ofensivas rusas y británicas en varios frentes: el Caúcaso, Palestina y el sur de Mesopotamia. El Estado otomano, sin embargo, no tenía la capacidad técnica y económica necesaria para mantener una larga guerra de desgaste. Además, los turcos eran una minoría en el conjunto del Imperio y la lealtad de los restantes pueblos resultaba más que dudosa. A partir de la primavera de 1917, las condiciones militares cambiaron. La sublevación de las tribus árabes del Hedjaz, dirigidas por el emir Feisal, facilitó el avance británico hacia Siria. En Mesopotamia, los turcos perdieron Bagdad y se vieron forzados a replegarse hasta el Kurdistán. (Ver La Aventura de la Historia, nº 53, “Irak, tierra codiciada”, marzo 2003).

El Gobierno nacionalista del Comité de la unión y el Progreso (los Jóvenes Turcos), presidido por Mehmet Talat, se negaba, sin embargo, a reconocer la inminencia de un colapso bélico. En marzo de 1918, la paz con Rusia no sólo anuló la amenaza en el noreste, sino que permitió a los otomanos recuperar los distritos armenios y ocupar las tierras caucásicas, ricas en petróleo. Pero ese triunfo no servía para ocultar la multiplicación de graves problemas. Las nacionalidades no turcas –árabes, armenios, kurdos– estaban en plena rebelión. Durante el verano, Líbano y el sur de Siria fueron conquistados por los británicos, cuyo ejército de Mesopotamia se aproximó a Mosul. Las escuadras francesa y británica se preparaban para intentar forzar el paso de los Estrechos. Alemania, enfrentada a sus propias carencias, había dejado de ser la fuente de suministros bélicos que precisaba el esfuerzo de guerra de Turquía.

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La derrota de Bulgaria fue la gota que colmó el vaso. Ahora, los ejércitos aliados en los Balcanes se encontraban a pocas horas de Estambul, y la defensa de los Estrechos se tornaba imposible. El Gobierno turco inició negociaciones para el armisticio, que se firmó el 30 de octubre a bordo del acorazado británico Superb, anclado en la bahía de Mudros. Sus cláusulas suponían la retirada de las tropas otomanas de Siria y de Mesopotamia, la vuelta a puerto de todos los buques de guerra y el control militar aliado sobre los ferrocarriles y las fortificaciones de los Dardanelos y el Bósforo. Formalmente, y a la espera del tratado de paz, el Imperio se mantenía bajo el sultán Mehmet VI, llegado al trono cuatro meses antes. Los Jóvenes Turcos conservaban también el control gubernamental, en manos de otro de sus dirigentes, Ahmed Tevfik Pasha. Pero nada iba ya a ser igual.

Las potencias vencedoras codiciaban el Próximo Oriente otomano, que ya se habían repartido varias veces sobre el papel durante la guerra. No esperaron para distribuir el botín a las conversaciones de paz que debían iniciarse en París. A lo largo del invierno de 1918-19, franceses y británicos ocuparon los principales puertos, incluida Estambul, establecieron guarniciones en la Turquía europea y en Cilicia y asumieron el control de todos los ferrocarriles. Siria, Palestina y Mesopotamia escapaban ya totalmente a la autoridad del sultán y, en el noroeste, la población armenia esperaba la protección aliada para establecer su propio Estado.

En abril de 1919, los italianos empezaron a ocupar su nueva zona de influencia, que abarcaba todo el sureste de Anatolia. Y pocos días después, los griegos desembarcaban en Esmirna y, con autorización del Consejo Supremo Aliado, avanzaban hacia el interior del Asia Menor, triunfalmente acogidos por la numerosa población helena de la zona. Turquía parecía próxima a seguir la suerte de Austria-Hungría.

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Mensaje por Erich Hartmann » Sab Abr 07, 2007 1:15 pm

El estallido del Reich

El Imperio Alemán, que soportaba el peso principal de la guerra en su bando, había agotado sus últimas posibilidades de victoria durante la gran ofensiva de la primavera de 1918. La llegada masiva de tropas norteamericanas a Francia y el éxito de la contraofensiva aliada durante el verano convencieron a los auténticos hombres fuertes del Imperio, los generales Hindenburg y Ludendorff, de que había que buscar una solución negociada antes de que los Aliados tuvieran conciencia de la debilidad de la maquinaria de guerra alemana.

El 29 de septiembre, Ludendoff, jefe del Estado Mayor, aconsejó al káiser Guillermo II la apertura de negociaciones con Washington para lograr un armisticio sobre la base de los 14 puntos de Wilson. El militar exigió, además, la dimisión del impopular Gobierno del canciller Hertling –un mero títere de los militares– y la constitución de otro que reflejase la composición del Parlamento y estuviera, por tanto, legitimado para negociar el fin de las hostilidades. Los altos mandos militares intentaban evitar que la derrota abriera paso a la revolución.

El Káiser se plegó a los deseos de Ludendorff. El anciano Hertling fue sustituido por el príncipe Maximiliano (Max) de Baden, con fama de liberal y pacifista, que se dedicaba a la benéfica tarea de gestionar el intercambio de prisioneros a través de la Cruz Roja. Constituido un Gobierno el 5 de octubre, con participación del ala moderada de los socialdemócratas, el canciller se entregó a una frenética actividad, anunciando una inmediata reforma democratizadora de la Constitución. Su intención era que ello mejorase las condiciones para la negociación del armisticio, que pensaba abordar a continuación. Pero no había tiempo. El 13 de octubre, Ludendorff comunicó al canciller su temor de que el frente occidental se derrumbara en cuestión de horas. Esa misma noche, Berlín informó al presidente Wilson de su deseo de negociar.

Durante las siguientes semanas, las negociaciones avanzaron penosamente. Los norteamericanos y sus aliados exigían la retirada alemana de todos los territorios ocupados, la desmilitarización inmediata del Reich y la deposición de las autoridades que habían dirigido el esfuerzo bélico. Las posibilidades de una paz negociada se difuminaban según se sabía que Bulgaria y Turquía eran obligadas a capitular sin condiciones. Pero la resistencia era inútil y los responsables militares germanos lo sabían: Ludendorff, virtual dictador durante muchos meses, presentó la dimisión a finales de octubre, en desacuerdo con la reforma constitucional anunciada. La capitulación de Austria-Hungría, que abría su territorio a las tropas de la Entente para que penetraran en Alemania desde el sur, fue el golpe de gracia.

Para entonces, el frente interior comenzaba a resquebrajarse. El triunfo bolchevique en Rusia había animado a la izquierda socialista a impulsar movimientos de protesta contra la guerra, pero la oleada de huelgas desatadas en los grandes centros industriales en enero de 1918 había sido reprimida fácilmente por el Ejército. Sin embargo, una gran mayoría de la población estaba cansada de inútiles sacrificios y, desde comienzos del verano, dejó de creer las promesas de victoria final inminente que aún realizaban los círculos nacionalistas. El 3 de noviembre, los marinos de las bases navales del Báltico, a quienes sus mandos querían enviar a morir en una última batalla “por el honor”, se amotinaron, formaron un soviet y tomaron el control de la Flota. Ese mismo día, en muchas ciudades alemanas se iniciaban movilizaciones populares contra la guerra y el emperador, en las que participaban miembros de las Fuerzas Armadas. El 7, la izquierda socialista tomó el poder en Baviera, mediante un auténtico golpe de Estado y estableció en Munich una “República de Consejos”. En las 48 horas siguientes, el ejemplo se extendió a otras regiones, donde surgían Consejos de obreros y soldados, dispuestos a sustituir a los gobernantes monárquicos. Mientras tanto, las tropas aliadas se acercaban a la frontera germana.

El Gabinete berlinés estaba ahora dispuesto a terminar la guerra casi a cualquier precio, y sus miembros socialistas presionaban para lograr la abdicación del emperador. Un prestigioso político del Zentrum, Ezberger, encabezó la delegación que el día 7 inició la negociación del armisticio. Pero, 48 horas después, los sindicatos y partidos obreros declararon la huelga general en Berlín y comenzaron las escaramuzas callejeras. El Káiser arrojó la toalla y se refugió en la neutral Holanda.

La hora de la izquierda

Parecía llegada la hora del triunfo de la izquierda. Pero los socialistas estaban divididos. Frente a un ala radical –espartaquistas e independientes, que soñaba con una revolución de tipo bolchevique–, el mayoritario sector moderado deseaba una República parlamentaria, que permitiera un programa de profundas transformaciones. Dispuesto a que el ejemplo de Baviera no cundiese, el líder de la socialdemocracia, Friedricht Ebert, aceptó la Cancillería el día 10 y, tras proclamar la República, convirtió su Gobierno en un Consejo de Comisarios del Pueblo. Tan sólo dos horas después, el espartaquista Karl Liebknecht proclamaba el establecimiento de una Republica socialista, preludiando el enfrentamiento entre las dos corrientes de la socialdemocracia. El 11 de noviembre se firmó el alto el fuego, que imponía a Alemania severas cargas. La Gran Guerra había terminado.

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La Europa surgida de la Paz de París se construyó sobre las ruinas de los Estados derrotados. Como sucede en toda contienda, donde hay vencedores y vencidos, éstos cargaron con todas las culpas y sufrieron en castigo impuesto por sus dominadores, que no supieron ser generosos en la hora del triunfo. Los tratados individuales que integraron la Paz de París no sólo definieron un nuevo orden internacional. También perpetuaron esa nada sutil división entre vencedores y vencidos, que tanto influyó en la frustración de las expectativas abiertas por la paz y en la acumulación de agravios que desembocaría, bajo circunstancias ciertamente diferentes, en la Segunda Guerra Mundial.

A partir de diciembre de 1918, los viejos Imperios multinacionales dieron paso a entidades estatales de carácter nacional, los llamados “Estados sucesores”. Entre ellos, la variedad de situaciones era enorme. Varios –Polonia, Checoslovaquia, las tres repúblicas bálticas, Yugoslavia– nacían de las ruinas de la Monarquía Dual y de la Rusia zarista y pretendían responder al principio wilsoniano de la autodeterminación de las nacionalidades. Pronto se comprobaría, sin embargo, que reproducían dentro de sus fronteras la complejidad étnica y los problemas que habían planteado las minorías nacionales a los viejos imperios. Estos pervivieron, en cierta forma, como Estados sucesores bajo una estructura republicana. Sometidas a grandes pérdidas territoriales, con traumáticos desplazamientos de población y una crisis económica nunca suficientemente remontada y que agravaba el pesado lastre de las reparaciones de guerra, Alemania, Austria, Hungría y Turquía conocieron en los primeros años veinte evoluciones muy distintas. Pero todas estuvieron marcadas por las consecuencias de la derrota bélica y por las tensiones nacionalistas que, más bien antes que después, frustraron las expectativas de democratización abiertas por las revoluciones del otoño de 1918.


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Mensaje por Erich Hartmann » Sab Abr 07, 2007 1:36 pm

El fin del califato

Turquía fue el único de los vencidos que pudo revisar la desastrosa situación en que la dejó el castigo de los vencedores. En un principio, pareció que el sultán Mehmet VI lograría consolidarse en el trono. A diferencia de los otros imperios europeos, en el interior de Turquía la crisis de 1917-18 no desencadenó movimientos revolucionarios que hicieran caer la Monarquía. La aceptación del Tratado de Sévres por el sultán le garantizaba el apoyo de los Aliados a su Gobierno sobre un Imperio reducido a su mínima expresión, sumido en un profundo atraso material y mantenido como una dependencia semi-colonial por franceses, británicos e italianos.

Pero las cosas cambiaron rápidamente. En la primavera de 1919, surgió un movimiento de regeneración nacional en el centro de Anatolia, articulado en torno a la figura de Mustafá Kemal, uno de los más prestigiosos generales del Ejército otomano. Un año después, la Asamblea Nacional, reunida en Ankara, proclamó la República, con Kemal como presidente, y reclamó la reunificación de las tierras habitadas por los turcos. Durante los tres años siguientes, los kemalistas sostuvieron una guerra en múltiples frentes: combatieron a las fuerzas leales al sultán, obligaron a italianos y franceses a evacuar el sur de Anatolia, recuperaron los distritos armenios gracias a un acuerdo con Moscú, derrotaron a los griegos, expulsándoles de las comarcas asiáticas del Egeo y se hicieron con Estambul, sometida hasta entonces a la ocupación aliada. El armisticio de Mudanya (octubre de 1922) y el Tratado de Lausana (julio de 1923) permitieron la consolidación de la soberanía de la nueva Turquía.

Para entonces, del Imperio Otomano no quedaba el menor vestigio. El sultanato desapareció en noviembre de 1922, tras la entrada de los kemalistas en Estambul y la huida de Mehmet VI en un buque inglés. La dinastía imperial pudo mantenerse algún tiempo más en la persona de Abdul-Mejid II, pero sólo bajo el título honorífico y religioso de califa. Finalmente, en marzo de 1924, el califato fue abolido por el régimen republicano, inmerso en una labor de modernización del país que implicaba romper con las tradiciones políticas y culturales otomanas.

Austria y Hungría resurgieron de la derrota en sus actuales fronteras. En ambos casos, las enormes amputaciones territoriales facilitaron la construcción de Estados nacionales, sin los anteriores problemas de irredentismo de las minorías étnicas. En el caso de la “República Alemana de Austria”, la tradición parlamentaria permitió una primera etapa de consolidación democrática bajo la presidencia del socialista Karl Renner. Aún así, la República naciente hubo de enfrentarse a la posibilidad de una revolución social como la que se producía en aquellos meses en Alemania y Hungría, y que, como allí, podía llegar de la mano de los Consejos de obreros y soldados, constituidos espontáneamente al producirse el hundimiento de la Monarquía, pero que intentaba controlar la izquierda socialista. El sector mayoritario de los socialdemócratas, partidario de los métodos legales y parlamentarios, suponía una garantía frente a un movimiento bolchevique, y así lo entendieron las fuerzas conservadoras, encabezadas por los socialcristianos, el segundo partido del país. Las elecciones de febrero de 1919 y la Constitución consolidaron un bipartidismo que permitiría más de una década de vida al sistema parlamentario. Pero las dificultades económicas, la permanente agitación social, sobre todo en la capital, llamada “Viena la roja”, y la actuación de los grupos pangermanistas defensores de la unión (Anschluss) con Alemania, terminarían poniendo fin a la experiencia democrática y dando paso a la dictadura socialcristiana del canciller Dollfuss.

Hungría conoció un proceso, en cierta forma, similar al de Rusia, pero que terminó de manera radicalmente distinta. Durante los primeros meses tras el armisticio, el Gobierno republicano y reformista que presidía el conde Mihály Károlyi, apoyado por liberales y socialdemócratas, hubo de convivir con el movimiento de los Consejos de soldados y obreros, cada vez más influido por el recién creado Partido Comunista, dirigido por Bela Kun. Luego, en marzo de 1919, los comunistas y sus aliados de la izquierda socialista se hicieron con el poder a través de la llamada República de los Consejos. Principió entonces una rigurosa experiencia de “dictadura del proletariado”, que llevó a la nacionalización de las empresas con más de 20 trabajadores y a la colectivización de la tierra, entre otras medidas. Pero las fuerzas contrarrevolucionarias se organizaron en el sur, con sede en la ciudad de Szeged, mientras los países vecinos se movilizaban contra el peligro de la Hungría bolchevique. Finalmente, en julio, las tropas rumanas invadieron el país y lo ocuparon. Los conservadores de Szeged, aristócratas y terratenientes en su mayoría, retornaron a Budapest y depositaron en poder en manos de un antiguo jefe de la Marina austro-húngara, Miklós Horthy, ahora almirante en un país sin costas, regente de una “Monarquía sin rey” y dictador incontestado al frente de un régimen que se autodefinía como democracia parlamentaria.

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La República de Weimar

Finalmente, Alemania vivió parecidas dificultades a las de Austria y Hungría y su recién adquirido régimen democrático aguantó apenas una década. La República de Weimar, como es conocida por la localidad donde se elaboró su Constitución, se desenvolvió en una continua precariedad, fruto tanto de la derrota y el castigo de Versalles como de la creciente polarización de la vida política hacia formulaciones extremistas, que acabaría conduciendo a la dictadura nazi.

Como en Austria, el sistema parlamentario alemán reposó en las dos grandes fuerzas políticas que no se habían visto salpicadas por su implicación en el desencadenamiento de la Gran Guerra: los socialdemócratas y el Zentrum socialcristiano. Como en Hungría, los socialistas de izquierda y los comunistas intentaron en el invierno de 1918-19 hacer triunfar el modelo de revolución bolchevique –levantamiento espartaquista en Berlín y República de los Consejos en Baviera–. Pero, a diferencia del caso magiar, las fuerzas reformistas lograron mantener el control del Estado con una mezcla de medidas represivas y compromisos progresistas y así pudieron superar también el bache económico y político del turbulento 1923.

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Para entonces, no obstante, actuaba abiertamente una extrema derecha pangermanista que veía en la derrota de 1918 la acción traidora de fuerzas antinacionales (socialistas, judíos, intelectuales) que habían propinado una “puñalada por la espalda” al todavía poderoso Ejército alemán, poniendo al Reich a los pies de sus enemigos. Cuando este discurso revanchista y xenófobo se encarnó en una opción política de masas, el nacionalsocialismo, la frágil democracia alemana entró en una etapa convulsa y terminal. Pero cuando, en enero de 1933, Adolf Hitler llegó a la Cancillería, fue el equilibrio continental en su conjunto, montado sobre la dualidad vencedores-vencidos, el que se vio sometido a revisión. Y, veinte años después del final de la Gran Guerra, Europa volvió a verse inmersa en la locura bélica. ■


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Mensaje por Erich Hartmann » Sab Abr 07, 2007 1:38 pm

Para saber más:

FEJTÖ, F., Réquiem por un imperio difunto. Historia de la destrucción de Austria-Hungría, Madrid, Mondadori, 1990.

FUSI, J. P., Edad contemporánea, 1898-1939, nº 8, Madrid, Historia 16, 1997.

GALLEGO, J. A., Los movimientos revolucionarios europeos, 1917-1921, Universidad de Sevilla, 1979.

KEYNES, J.M., Las consecuencias económicas de la paz, Barcelona, Crítica, 2002.

PEREIRA J. C., (cood.): Historia de las relaciones internacionales contemporáneas. Barcelona, 2001.

ZORGBIBE, CH., Historia de las relaciones Internacionales 1. De la Europa de Bismarck hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, Madrid, Alianza, 1997.


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Galego

Mensaje por Galego » Lun Jun 11, 2007 11:43 pm

Hace poco colgué en el foro, en la sección "Documentos", una dirección desde donde poder acceder al texto íntegro del Tratado de Versalles, ya que pensaba que dónde le correspondía estar era allí, pero ahora que acabo de ver este post ya habierto con antelación y que posee numerosas aportaciones de diferentes foreros pues he pensado que sería bueno volver a poner aquí el enlace para que puedan acceder a él todos los interesados.

Como digo desde aquí podreis acceder al texto íntegro del Tratado de Versalles y además en español, cosa que no es fácil de encontrar. abran el enlace y pinchen donde dice FACSIMIL y ya se descargará solo.

Espero que disfruten de este documento que sin lugar a dudas marcó el fin de una guerra mundial y sembró las semillas de otra.


http://bib.us.es/guiaspormaterias/ayuda ... salles.htm

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Mensaje por minoru genda » Mar Jun 12, 2007 1:56 pm

Estoy acabando un libro sobre la primera guerra mundial y he llegado a la conclusión de que esa guerra marco el futuro hasta la actualidad los vencedores fueron incapaces de crear el marco adecuado que evitase posteriores conflictos, el tratado de Versalles fue en mi opinión una venganza que costaría cara a todas las generaciones futuras.
El libro en cuestión es:
La Primera Guerra Mundial 377 páginas
Autor:Hew Strachan
Editorial: Memoria Crítica
ISBN: 84-8432-523-7
No hay ningún viento favorable para quien no sabe a que puerto se dirige.
Schopenhauer
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Galego

Mensaje por Galego » Jue Jun 14, 2007 12:48 am

Como bien dices compañero minoru genda, la 1ª Guerra Mundial marcó el mundo de tal manera que sus repercusiones fueron descomunales, pero yo me atrevería a ir más allá, la 1ª Guerra Mundial es el hecho histórico más importante de la Edad Contemporánea, incluso por encima de la 2ª Guerra Mundial, no obstante a la 2ª Guerra Mundial se le puede considerar como una consecuencia de la 1ª.

La 1ª Guerra Mundial ha sido la guerra hombre a hombre de mayores dimensiones jamás conocida, a partir de entonces el concepto de guerra cambió, se introdujeron nuevos inventos y tecnologías (aviones, misiles, tanques, radares, etc...) y la lucha pasó a librarse más desde la distancia y los avances armamentísticos que desde la fuerza hombre a hombre. Fue la primera guerra que abarcó un ámbito mundial, se luchó en los cinco continentes, bien es cierto que la mayoría de los combates se produjeron en Europa y en África en menor medida, pero también se produjeron combates en el resto de continentes (sobre todo combates navales).

Pasando a las consecuencias que produjo, son y han sido las mayores jamás conocidas y producidas a nivel mundial. Un gran porcentaje de los problemas históricos y militares que existen aún en la actualidad son consecuencia directa de la 1ª Guerra Mundial, y un buen claro ejemplo de ello es la ex-Yugoslavia que aún colean sus efectos. Desaparecieron hasta tres grandes imperios (Alemán, Austro-Húngaro y Otomano), nacieron numerosos nuevos paises (Polonia, Checoslovaquia, Yugoslavia, Estonia, Letonia, Lituania, Ucrania, Armenia, Finlandia,...), se crearon protectorados y colonias que más parte pasarían a constituir nuevos Estados (Siria, Libano, Palestina, Jordania, Irak, Chipre, etc...) Algunos Estados quedaron marcados de por vida, como por ejemplo Ruanda y Burundi, que tras ser separados del África Oriental alemana siguieron los caminos ya conocidos por todos, pero el ejemplo más importante de todos y con más relevancia actual fue el Estado de Israel, que comenzó a cuajarse tras la 1ª Guerra Mundial, cuando los ingleses se comprometieron a crear el primer estado judio de la historia (aunque posteriormente se arrepintiesen y optasen por ofrecerles otros territorios como la Guyana, Uganda o la costa occidental australiana).

Bien es cierto que por su mayor antiguedad, el que exista bastante menor información sobre ella, y el gran impacto que causó en todos el holocaustro producido en la 2ª Guerra Mundial, han eclipsado de algún modo su importancia, pero no por ello deja de tener la importancia que se le merece. La 2ª Guerra Mundial ha sido la peor jamás conocida en lo que respecta a la pérdida de vidas humanas, pero a nivel histórico, consecuencias políticas y repercusión durante el tiempo, la 1ª Guerra Mundial es sin lugar a dudas el hecho histórico más relavante de la Edad Contemporánea del hombre.

Werto
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Mensaje por Werto » Jue Jun 14, 2007 5:24 pm

Hola a todos.

Más que cualquier otra situación lo que realmente definio a la Primera Guerra Mundial -realmente Gran Guerra seria un término mucho más apropiado, pues esta contienda tuvo un caracter fundamentalmente europeo- es que esta fue la primera guerra en que el factor decisivo fue la capacidad de movilización industrial de los contendientes.

Fue además un conflicto que término por dejar meridinamente claro el desplazamiento del centro de gravedad del sistema económico mundial hacía los EE.UU., y fue una contienda que puso de manifiesto claramente el agotamiento de las potencias europeas frente al coloso nortemaericano.

En adelante el patro de económico de refrencia ya no seria la libra esterlina, sino el dolar, y el centro finaciero mundial ya no seria Londres, sino Nueva York.

Fue además una contienda que evidencio las limitaciones del capitalisno liberal, e impuso la necesidad de la intervención estatal en las economías de los contendientes, primero de cara a la producción de guerra, siendo casi el primer ejemplo de lo que despúes vendría a ser el estado del bienestar, y adelantando la necesidad de la intervención estatal en las economías de los estados.

Saludos a todos.
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beltzo
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Mensaje por beltzo » Jue Jun 14, 2007 8:31 pm

Hola a Todos:

Matizando algo de lo expresado por Werto, hasta donde yo se, el primer conflicto en el que tuvo gran relevancia la capacidad industrial fue la guerra de secesión norteamericana.

En cuanto al termino gran guerra o primera guerra mundial me parece que ambos son igualmente correctos puesto que se combatió principalmente en Europa, (igualmente ocurriría en la SGM), pero también en Asia y África, y los contendientes lo fueron de los cinco continentes, vamos una guerra mundial en toda regla.

También hay historiadores que son de la opinión de que la primera guerra que se puede denominar como mundial fue la guerra de sucesión española, pero ese sería otro debate.

Saludos
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Mensaje por Werto » Jue Jun 14, 2007 10:38 pm

Hola a todos.

Sin dejar de admitir que la estructura industrial, desde que existe, juega un importamte papel en la resolución de los conflicto armados; no se puede dejar de señalar que si realmente el factor determinante que decide la Guerra de Secesión nortemaericana hubiese sido la capacidad de movilización económica, y la estructura industrial de los contendientes, esta hubiese durado bastante menos.

Realmente no existía comparación posible entre la del Norte, que apenas 40 años despúes sería la primera economía industrial de la Tierra, y la del sur, que apenas existía.

La cuestión es que la Primera Guerra mundial es el primer conflicto en el que se organiza una estructuración total de la economía al servicio de las necesidades de guerra, se organiza la produción, el cultivo, la distribución de productos y alimentos, y se artícula la distribución de los recursos en función de las necesidades de la contienda, es la primera vez en que se organiza una verdadera planificación económica al servicio de unos fines concretos determinados, al igual que es la primera vez que se admite que los mecanismos de las economías de mercado resultan insuficentes para satisfacer ciertas necesidades generales.

Saludos.
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Mensaje por beltzo » Vie Jun 15, 2007 3:02 pm

Hola de Nuevo:
si realmente el factor determinante que decide la Guerra de Secesión nortemaericana hubiese sido la capacidad de movilización económica, y la estructura industrial de los contendientes, esta hubiese durado bastante menos.
Eso es una parte importante de la ecuación, que no la única, y todo eso hay que trasladarlo al campo de batalla lo que requiere un tiempo, sobre todo cuando el enemigo muestra su superioridad en acciones de guerra, fíjate que si seguimos la misma lógica la SGM una vez comparados los recursos industriales, demográficos, etc del eje con los de los aliados, la guerra hubiese durado un cuarto de hora y como sabemos no fue así.

Sobre la guerra de secesión norteamericana:
Fue una guerra donde predominó la estrategia sobre la táctica, pues ganó quien más capacidad de aguante tuvo, quién más industria tuvo, quien más capacidad tuvo para reponer con hombres nuevos las víctimas de los campos de batalla.

http://www.tepatoken.com/html/artes/guerracivil.htm

Saludos
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Werto
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Mensaje por Werto » Vie Jun 15, 2007 3:44 pm

Hola a todos.

Con todo el respeto por el trabajo de Iván Ballesteros Armenteros -por cierto no se exactamente de que me suena el nombre- hay que indicar que algunas de las posiciones que mantiene resultan, en mi opinión, indefendibles. Tal vez sea por el tipo de Bibliografía que emplea, que puede estar muy bien para abordar sucesos anecdócticos y superficiles, pero que para aproximarse a fenómenos estructurales resulta bastante deficiente.

Aunque creo que nos estamos llendo por la ramas, no creo que sea preciso justificar las diferencias existentes entre la movilización económica al servicio de la guerra que se dan entre la Primera Guerra Mundial y en la Guerra de Secesión, para empezar porqué la capacidad de los gobiernos, con el del Sur como ejemplo perfecto, para intervenir en su economía planificandola en función de la contienda resultaba prácticamente nula.

Resulta paradigmático el hecho de que cue la práctica totalidad de los buques que al servicio del sur conseguián burlar el bloqueo de la Unión se dedicasen al comercio d eproductos y manufacturas de lujo, findamentalmente textiles y perfumes.

Por otra parte, no es que la guerra de Secesión la ganase quien más capacidad de movilización industial tenía, es que el Sur simplemente no tenia capacidad de movilización de industrial. Esta simplemente no existía.

La Guerra de Secesión es el enfretamiento entre un modelo de economía de enclave o de plantación -el meismo que despúes los EE.UU. exportaran a Latinoámerica- frente a un modelo de sociedad industrial.

Resulta paradigmático comparar el número de esclavos existentes en los estados del nordeste, y los del Sur, en los primeros sobre una población afroaméricana censada de 118.001 existián un total de 18 esclavos, en los del sur sobre una población de 4.097.111 existián 3.833.765 esclavos (1).

El problema de fondo de la Guerra de Secesión va a ser precisamente el modelo de estado que se prentende implantar, y especialmente la politica arancelaria y fiscal, y va a ser este precisamente el factor que desencadenará la contienda.

En la SGM Alemania fue a la guerra con una destentaja global respecto a quien se enfrento de 6 o 7 a 1, la desventaja del Sur en la Guerra de Secesión respecto a su capacidad de movilización industrial resulta infinatemente más acusada.

Tal vez el factor fundamental que propicio que la Guerra de Secesión durase el tiempo que duro fue el apoyo más o menos velado de prácticamente todas las potencias europeas prestaron, con Gran Bretaña a la cabeza, a la confederaciín.

Saludos a todos.

(1)ALMUIÑA, Celso, HELGUERA, Juan, PALOMARES, Jesús Maria, MARTINEZ, Mateo, RUEDA, German (1986),"Desarrollo y consolidación de Estados Unidos" en, Historia del Mundo Contemporáneo, Madrid, Anaya, Manuales de Orientación Universitaria, p.230.
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Tal vez no veamaos en el ESTAIR, Supendereis.

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Re: El tratado de Versalles

Mensaje por cv-6 » Lun Oct 06, 2008 3:43 pm

Tal vez el factor fundamental que propicio que la Guerra de Secesión durase el tiempo que duro fue el apoyo más o menos velado de prácticamente todas las potencias europeas prestaron, con Gran Bretaña a la cabeza, a la confederaciín.
También hay que tener en cuenta que la proporción de sureños entre los altos oficiales del ejército de Estados Unidos era muy alta. Por tanto, al empezar la guerra, el norte se encontró casi sin mandos para su ejército. En cierto modo, algo parecido a la 2ª Guerra Mundial. Mayor talento militar a un lado frente a poderío industrial y económico en el otro.
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El tratado de Versalles

Mensaje por a-bonfill » Mar Nov 11, 2008 7:44 pm

alguien conose a algun pais que respetye el tratado al 100% e.e.u.u.?

ensenada
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El tratado de Versalles

Mensaje por ensenada » Mar Nov 11, 2008 8:53 pm

Hola

Es imposible entender la locura nazi sin ver el militarismo prusiano con delirios de grandeza, muy asimilado en la mentalidad alemana durante varias generaciones.

Abrazos.

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