El infierno de Pearl Harbor
Publicado: Vie Jul 03, 2009 5:18 pm
El relato que voy a dejar por aqui lo he encontrado en un número algo viejo de la revista Historia 16. Concretamente el número 68 correspondiente a diciembre de 1981. Se incluye en el largo artículo "Cita Trágica en Pearl Harbor" de Tomas Mestre Vives. Su título: "EL INFIERNO DE PEARL HARBOR".
"A las seis de la mañana del 7 de diciembre de 1941 la cubierta del más poderoso portaaviones japonés, el Akagi, vibraba bajo el rugido de los motores de aviación. El vicealmirante Nagumo, que enarbolaba en el Akagi su pabellon de jefe de la escuadra japonesa, podía seguir desde su puesto de mando la actividad sobre cubierta, mientras que una claridad lechosa anunciaba la proximidad del dia. La gran hora de Japón habia llegado. El triunfo o la derrota estaba en sus manos o, mejor, en al de los pilotos que ya se instalaban en las carlingas de los aviones, en cuyas pantallas reposaban las bombas y torpedos destinados a terminar con la prepotencia humillante de los Estados Unidos.
Comenzaron a despegar los cero. Aquellos cazas no atacarian los aeropuertos y bases aeronavales del Hawai, sino que limitarian su acción a proteger la escuadrilla japonesa. Nagumo no podía abandonar la preocupación que le producian tres portaaviones nortamericanos fuera de la base de Pearl Harbor. Preocupacion y decepción: no serian ya el blanco preferido de sus torpedos, ni de sus bombarderos en picado y, más grabe aun, al menos de forma inmediata, podían ser una grave amenaza para su escuadra.
De cualquier forma, Nagumo trató de rechazar presagios pesimistas. Ya los aviones torpederos salian de la cubierta, perdiéndose en un mar que se fundia con el horizonte, todo envuelto aún en niebla y oscuridad. El objetivo era importante,vital; cerca de un centenar de unidades navales se hallaban en la isla, siete acorazados, las presas codiciadas, estaban entre ellas, y además, unos 250 aviones, cómodamente posados, en cuatro aeropuertos. Nadie, nunca, tuvo bajo sus alas semejante botin.
Sin embargo, quedaba por resolver la gran incognita: ¿lograrian la sorpresa? Si los norteamericanos le estaban esperando, su vida se iba a complicar mucho, pero eso le importaba poco..., la vida del Japón se complicaria mucho..., si los norteamericanos le estaban esperando sus aviones no tendrian demasiadas posibilidades de poner K.O. a la flota de Kimmel y la reacción de ésta podria mandar toda su escuadra al fondo del Pacífico. Negros presagios de nuevo. Los servicios de espionaje japonés no habia detectado alarma alguna en la gran base. Todo estaba tranquilo, dormido en aquella madrugada de domingo. La primera oleada de sus aviones, 183 aparatos, ya estaba en el aire.
El silencio volvió a reinar en el mar. La flota de Nagumo siguió aproximandose a la isla de Oahu, capital de las Hawai, mientras en los hamgares y sobre las cubiertas se disponia una segunda oleada de aviones. Nagumo consutaba su reloj. Ninguna noticia de los aviones. El plan funcionaba como en los ejercicios de entrenamiento, que tantos meses de esfuerzo habían costado a la flota y a los pilotos. Todo iba bien. La segunda oleada debia saltar al aire. Nagumo dio la orden a las 7,15 de la mañana y de los seis portaaviones despegó la segunda flecha mortal de Tokio: 170 aparatos.
Apenas habia partido el último de los bombarderos cuando, a las 7.53, la estación de radio del Akagi recibió el primer mensaje. El capitan de fragata Fuchida, jefe de una de las alas del ataque, gritaba jubiloso:¡Sorpresa Lograda! A las 7.58m los escuchas japones captaban la alarma en ingles:¡Ataque aéreo sobre Pearl Harbor. Esto no es un ejercicio! Era la voz del contraalmirante Patrick Bellinger.
Sobre el aeropuerto de Wheeler, en el interior de la isla, picaban los cazas y los aviones de bombardero en vertical , despedazando los aparatos situados sobre las pistas. Saltaban por el aire los hangares y densas columnas de humo se elevaban hacia el cielo procendentes de los depósitos de carburantes. Minutos despues, aviones torpederos y bombarderos de vuelo horizontal, irrumpian en la bahia de Pearl Harbor. El capitán de corbeta Itaya, que dirigia la primera oleada, llegó al cielo de la base hacia las 7.50.
Pearl Harbor aún dormía, cuenta Itaya, en la bruma matinal. Todo estaba en calma y tranquilo el puerto. No se veia ni una estela de humo sobre los barcos fondeados en Oahu. Las líneas bien ordenadas de los cuarteles, la blanca red de carreteras para los coches que subian hasta la cima de las montañas ofrecian magnificos objetiovs en todas las direcciones. Además, en el interior del puerto, se alienaban impecablemente, de dos en dos, grandes barcos de la flota del Pacifico.
Allá abajo, en la ciudad que despertaba al dia de fiesta, sólo los madrugadores y los centinelas advirtieron la llegada de los aviones. 94 buques de los 127 que componian la flota del Pacífico, a las órdenes del contraalmirante Kimmel, se encontraban en el puerto. El ulular de las sirenas de alarma comoenzó a ser apagado por el estallido de las bombas japonesas. Hombre que acudian medio desnudos, a las piezas antiaereas vieron cómo el acorazado Arizona se estremecia violentamente gamo el impato de una bomba de 800 kilos ycómo, segundos despues, se partia en dos al penetrar otra por una chimenea y estallar en la sala de máquinas.
Nunca antes similar concentración artillera dísparó contra escuadrillas atacante, pero la eficacia era mínima. El humo de las explosiones, de los incendio, de los barcos agonizantes lo cubrian todo. Los aparatos japoneses se lanzaban contra sus presas entre las nubes que ya cubrian el puerto y los artilleros les veian aparecer sólo segundos antes de que la carga mortal desgarrase el acero de la escuadra americana.
El acorazado OKlahoma encajó tres torpedos consecutivos y se hundió en segundos con 415 hombres atrapados dentro de sus paredes de acero. Aun en los dias de aquella triste navidad, sobrevivia algunos de ellos dentro del inmenso ataud, sin que los equipos de rescate pudieran penetrar en el tremendo blindaje del coloso sumergido, que no soportó el impacto de los torpedos japoneses.
Poco antes de las nueve de la mañana desapareció del cielo hawaiano el último de los aviones de la primera oleada. Pero la tregua fue sólo de minutos." Seguiremos luego que este relato es un poco largo y tiene varias notas interesantes.
"A las seis de la mañana del 7 de diciembre de 1941 la cubierta del más poderoso portaaviones japonés, el Akagi, vibraba bajo el rugido de los motores de aviación. El vicealmirante Nagumo, que enarbolaba en el Akagi su pabellon de jefe de la escuadra japonesa, podía seguir desde su puesto de mando la actividad sobre cubierta, mientras que una claridad lechosa anunciaba la proximidad del dia. La gran hora de Japón habia llegado. El triunfo o la derrota estaba en sus manos o, mejor, en al de los pilotos que ya se instalaban en las carlingas de los aviones, en cuyas pantallas reposaban las bombas y torpedos destinados a terminar con la prepotencia humillante de los Estados Unidos.
Comenzaron a despegar los cero. Aquellos cazas no atacarian los aeropuertos y bases aeronavales del Hawai, sino que limitarian su acción a proteger la escuadrilla japonesa. Nagumo no podía abandonar la preocupación que le producian tres portaaviones nortamericanos fuera de la base de Pearl Harbor. Preocupacion y decepción: no serian ya el blanco preferido de sus torpedos, ni de sus bombarderos en picado y, más grabe aun, al menos de forma inmediata, podían ser una grave amenaza para su escuadra.
De cualquier forma, Nagumo trató de rechazar presagios pesimistas. Ya los aviones torpederos salian de la cubierta, perdiéndose en un mar que se fundia con el horizonte, todo envuelto aún en niebla y oscuridad. El objetivo era importante,vital; cerca de un centenar de unidades navales se hallaban en la isla, siete acorazados, las presas codiciadas, estaban entre ellas, y además, unos 250 aviones, cómodamente posados, en cuatro aeropuertos. Nadie, nunca, tuvo bajo sus alas semejante botin.
Sin embargo, quedaba por resolver la gran incognita: ¿lograrian la sorpresa? Si los norteamericanos le estaban esperando, su vida se iba a complicar mucho, pero eso le importaba poco..., la vida del Japón se complicaria mucho..., si los norteamericanos le estaban esperando sus aviones no tendrian demasiadas posibilidades de poner K.O. a la flota de Kimmel y la reacción de ésta podria mandar toda su escuadra al fondo del Pacífico. Negros presagios de nuevo. Los servicios de espionaje japonés no habia detectado alarma alguna en la gran base. Todo estaba tranquilo, dormido en aquella madrugada de domingo. La primera oleada de sus aviones, 183 aparatos, ya estaba en el aire.
El silencio volvió a reinar en el mar. La flota de Nagumo siguió aproximandose a la isla de Oahu, capital de las Hawai, mientras en los hamgares y sobre las cubiertas se disponia una segunda oleada de aviones. Nagumo consutaba su reloj. Ninguna noticia de los aviones. El plan funcionaba como en los ejercicios de entrenamiento, que tantos meses de esfuerzo habían costado a la flota y a los pilotos. Todo iba bien. La segunda oleada debia saltar al aire. Nagumo dio la orden a las 7,15 de la mañana y de los seis portaaviones despegó la segunda flecha mortal de Tokio: 170 aparatos.
Apenas habia partido el último de los bombarderos cuando, a las 7.53, la estación de radio del Akagi recibió el primer mensaje. El capitan de fragata Fuchida, jefe de una de las alas del ataque, gritaba jubiloso:¡Sorpresa Lograda! A las 7.58m los escuchas japones captaban la alarma en ingles:¡Ataque aéreo sobre Pearl Harbor. Esto no es un ejercicio! Era la voz del contraalmirante Patrick Bellinger.
Sobre el aeropuerto de Wheeler, en el interior de la isla, picaban los cazas y los aviones de bombardero en vertical , despedazando los aparatos situados sobre las pistas. Saltaban por el aire los hangares y densas columnas de humo se elevaban hacia el cielo procendentes de los depósitos de carburantes. Minutos despues, aviones torpederos y bombarderos de vuelo horizontal, irrumpian en la bahia de Pearl Harbor. El capitán de corbeta Itaya, que dirigia la primera oleada, llegó al cielo de la base hacia las 7.50.
Pearl Harbor aún dormía, cuenta Itaya, en la bruma matinal. Todo estaba en calma y tranquilo el puerto. No se veia ni una estela de humo sobre los barcos fondeados en Oahu. Las líneas bien ordenadas de los cuarteles, la blanca red de carreteras para los coches que subian hasta la cima de las montañas ofrecian magnificos objetiovs en todas las direcciones. Además, en el interior del puerto, se alienaban impecablemente, de dos en dos, grandes barcos de la flota del Pacifico.
Allá abajo, en la ciudad que despertaba al dia de fiesta, sólo los madrugadores y los centinelas advirtieron la llegada de los aviones. 94 buques de los 127 que componian la flota del Pacífico, a las órdenes del contraalmirante Kimmel, se encontraban en el puerto. El ulular de las sirenas de alarma comoenzó a ser apagado por el estallido de las bombas japonesas. Hombre que acudian medio desnudos, a las piezas antiaereas vieron cómo el acorazado Arizona se estremecia violentamente gamo el impato de una bomba de 800 kilos ycómo, segundos despues, se partia en dos al penetrar otra por una chimenea y estallar en la sala de máquinas.
Nunca antes similar concentración artillera dísparó contra escuadrillas atacante, pero la eficacia era mínima. El humo de las explosiones, de los incendio, de los barcos agonizantes lo cubrian todo. Los aparatos japoneses se lanzaban contra sus presas entre las nubes que ya cubrian el puerto y los artilleros les veian aparecer sólo segundos antes de que la carga mortal desgarrase el acero de la escuadra americana.
El acorazado OKlahoma encajó tres torpedos consecutivos y se hundió en segundos con 415 hombres atrapados dentro de sus paredes de acero. Aun en los dias de aquella triste navidad, sobrevivia algunos de ellos dentro del inmenso ataud, sin que los equipos de rescate pudieran penetrar en el tremendo blindaje del coloso sumergido, que no soportó el impacto de los torpedos japoneses.
Poco antes de las nueve de la mañana desapareció del cielo hawaiano el último de los aviones de la primera oleada. Pero la tregua fue sólo de minutos." Seguiremos luego que este relato es un poco largo y tiene varias notas interesantes.