Una unidad de vasco-españoles en el Ejército francés.
Publicado: Dom Sep 17, 2006 7:27 pm
Dentro de las curiosidades de la II Guerra Mundial está la creación de una unidad de vascos exiliados en el Ejército galo, el Batallón Gernika. Por allí pasaron unos 220 vasco-españoles cuya actividad el Gobierno vasco esperaba que le sirviese para presentarse como un beligerante contra el Eje y obtener ventajas - la independencia quizá - en una futura conferencia de paz.
Tras un somero entrenamiento, el batallón vasco-español, rebautizado extraoficialmente como Batallón Gernika, se trasladó el 22 de marzo de 1945 a las trincheras que rodeaban las posiciones costeras alemanas de la Pointe-de-Grave. Se trataba de 180 hombres adscritos al 1º Batallón del Régiment Mixte Étrangers Marocains del comandante polaco Chodzko. En otra unidad del regimiento servían más españoles, unos cientos de anarquistas del Batallón Libertad. Les aguardaban tres batallones alemanes, unos 4.000 hombres con 111 cañones, escudados tras alambradas, campos de minas, fosos anticarros y un centenar de casamatas. Un obstáculo formidable, siempre y cuando fuese defendido. Masivos bombardeos aéreos castigaron con escaso resultado la bolsa germana: el 4 de enero de 1945, 350 cuatrimotores mataron a 1.800 civiles, causando sólo 90 bajas mortales a los alemanes.
El 14 de abril fue la fecha escogida para el asalto final. Trece mil combatientes, apoyados por 40 carros – desde anticuallas Char-B de los años treinta a modernos Shermans de la 2ª División Blindada – y 500 aviones debían liberar la zona. Se trataba de una operación carente de todo significado estratégico, pero el mismo De Gaulle había dado la orden de que, cuando Berlín cayese, debía estar liberada la costa de Burdeos. El plan establecía que los vascos debían recorrer los 800 metros que los separaban de la Cota 40. El mando francés evaluaba la oposición en cuatro armas automáticas servidas por treinta alemanes, con una reserva de 130 hombres en bunkers desenfilados y tres semiorugas. Tras la Cota 40, la costa y los morteros y cañones del Muro Atlántico. La primera fase del ataque exigía cruzar el parafuegos nº7, de 10 metros de anchura, densamente minado. Los franceses no se hacían grandes esperanzas sobre las posibilidades de la unidad y la orden de combate sólo mandaba “atravesar el campo de minas y tomar las fortificaciones posteriores en la medida de lo posible”.
La “hora H” se fijó a las 15:35 del 14 de abril. Desde primera hora de la mañana el capellán Louis Souilly intentó reconfortar a la tropa, pese a desconocer el castellano y el vascuence. Se repartió cognac. El momento de la verdad había llegado.
Durante siete días los vascos combatieron con valor. La lucha concluyó el 20 con la ocupación del objetivo final, el enorme búnker Y-33 de la Pointe-de-Grave. Allí tuvieron su última baja, Juan Guinea, herido por disparos de la 2ª División Blindada, compuesta también en parte por exiliados españoles. En el conjunto de las operaciones los vascos sufrieron 5 muertos y docenas de heridos. Las tropas francesas tuvieron 400 bajas mortales y 600 heridos.
Tras un somero entrenamiento, el batallón vasco-español, rebautizado extraoficialmente como Batallón Gernika, se trasladó el 22 de marzo de 1945 a las trincheras que rodeaban las posiciones costeras alemanas de la Pointe-de-Grave. Se trataba de 180 hombres adscritos al 1º Batallón del Régiment Mixte Étrangers Marocains del comandante polaco Chodzko. En otra unidad del regimiento servían más españoles, unos cientos de anarquistas del Batallón Libertad. Les aguardaban tres batallones alemanes, unos 4.000 hombres con 111 cañones, escudados tras alambradas, campos de minas, fosos anticarros y un centenar de casamatas. Un obstáculo formidable, siempre y cuando fuese defendido. Masivos bombardeos aéreos castigaron con escaso resultado la bolsa germana: el 4 de enero de 1945, 350 cuatrimotores mataron a 1.800 civiles, causando sólo 90 bajas mortales a los alemanes.
El 14 de abril fue la fecha escogida para el asalto final. Trece mil combatientes, apoyados por 40 carros – desde anticuallas Char-B de los años treinta a modernos Shermans de la 2ª División Blindada – y 500 aviones debían liberar la zona. Se trataba de una operación carente de todo significado estratégico, pero el mismo De Gaulle había dado la orden de que, cuando Berlín cayese, debía estar liberada la costa de Burdeos. El plan establecía que los vascos debían recorrer los 800 metros que los separaban de la Cota 40. El mando francés evaluaba la oposición en cuatro armas automáticas servidas por treinta alemanes, con una reserva de 130 hombres en bunkers desenfilados y tres semiorugas. Tras la Cota 40, la costa y los morteros y cañones del Muro Atlántico. La primera fase del ataque exigía cruzar el parafuegos nº7, de 10 metros de anchura, densamente minado. Los franceses no se hacían grandes esperanzas sobre las posibilidades de la unidad y la orden de combate sólo mandaba “atravesar el campo de minas y tomar las fortificaciones posteriores en la medida de lo posible”.
La “hora H” se fijó a las 15:35 del 14 de abril. Desde primera hora de la mañana el capellán Louis Souilly intentó reconfortar a la tropa, pese a desconocer el castellano y el vascuence. Se repartió cognac. El momento de la verdad había llegado.
Durante siete días los vascos combatieron con valor. La lucha concluyó el 20 con la ocupación del objetivo final, el enorme búnker Y-33 de la Pointe-de-Grave. Allí tuvieron su última baja, Juan Guinea, herido por disparos de la 2ª División Blindada, compuesta también en parte por exiliados españoles. En el conjunto de las operaciones los vascos sufrieron 5 muertos y docenas de heridos. Las tropas francesas tuvieron 400 bajas mortales y 600 heridos.