Marchas de la muerte.

Genocidios y deportaciones

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maxtor
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Marchas de la muerte.

Mensaje por maxtor » Jue Sep 12, 2013 7:12 pm

Saludos cordiales a todos.

Especialmente en los últimos meses antes de acabar la guerra se produjo en Alemania un redoble de tambores no para resistir (que sí lo hicieron) sino para matar a más cantidad de víctimas inocentes. Aunque cualquiera que se interpusiera en el camino del régimen corría un serio riesgo de ser ejecutado sumariamente, los principales objetivos de los crímenes de la última fase no fueron personas elegidas al azar, sino los adversarios reales o imaginarios del régimen, los derrotistas, los “subversivos”, los supuestos “gandules”, los desertores o “cobardes”, o cualquiera que se alegrara del fin del nazismo o la llegada del enemigo. En este sentido, la violencia era diferente de las represalias colectivas, brutales y arbitrarias inflingidas a los pueblos de la Europa ocupada por los nazis en las fases anteriores de la guerra. Cuando los alemanes dirigieron el terror contra sus compatriotas en las últimas semanas el patrón fue diferente. Se ajustaron viejas cuentas. Las animosidades personales, que tenían poco que ver con la ideología, también desempeñaron un papel. Y lo mismo los sentimientos de venganza. A los adversarios se los liquidaba arbitriariamente para impedir que disfrutaran de su momento de triunfo.

Sin embargo, el adoctrinamiento ideológico distaba de ser insignificante. Lo peor de la violencia homicida fue dirigido entonces como antes, contra los considerados enemigos raciales o políticos del régimen, los trabajadores extranjeros y, sobre todo, los prisioneros de los campos de concentración. En medio del caos creciente y la furia homicida, la violencia y las matanzas cometidas en las marchas de la muerte de los prisioneros de los campos de concentración en las últimas semanas del régimen marcan un infame capítulo aparte que es analizado con detalle por Ian Kershaw en su libro “El Final – Alemania 1944 – 1945”, cap. 8 “Implosión”.

Las evacuaciones apresuradas, a menudo caóticas y las posteriores y terribles marchas de la muerte de los prisioneros de Auschwitz, GroB-Rosen, Stutthof y otros campos del este tenían cierta lógica aparente desde el punto de vista del régimen; había que impedir que los prisioneros cayeran en manos del enemigo y llevarlos al interior del Reich, donde, en teoría, aunque difícil en la práctica podían usarse como mano de obra esclava o como en opinión de Himmler en moneda de cambio en un trato con los Aliados. Los que no fueron asesinados en el camino, o no murieron de frío extremo o agotamiento llegaron a los campos del interior de Alemania, incluido el de Bergen – Belsen.

En aquella fase de la guerra, los prisioneros ya no tenían ninguna utilidad como mano de obra forzosa (ni siquiera los que aún podían trabajar). Y en vista de la rapidez del avance de los Aliados, no tardarían en caer en manos del enemigo, incluso si llegaban al interior de Alemania. Al parecer no se consideró la idea de matar a todos los prisioneros en los campos, lo que en vista del rápido avance aliado habría sido poco factible. Pero si se iba a matar de todos modos a los evacuados, no tenía mucha lógica someterlos a largas caminatas. Es cierto que Himmler no había perdido la esperanza de que se pudieran usar como moneda de cambio en algún acuerdo último con los Aliados. Mientras estuvieran vivos y en su poder, aún podían servir para algo en su ilusorio plan.

Aparte de esta dudosa justificación, las marchas de la muerte careciero por completo de sentido, excepto como una manera de infligir un sufrimiento mayor a aquellos que el régimen seguía designando enemigos internos, pero incluso así, no tiene justificación alguna que los comandantes y los guardias trataran a los prisioneros de las marchas con una brutalidad sádica y demencial. El sistema aún funcionaba. Incluso en medio de la dislocación final seguía anclado en la misma mentalidad que le había impulsado a torturar inútilmente a los prisioneros o a obligarlos a efectuar trabajos durísimos y vanos. En el fondo, en abril de 1945, el régimen no sabía qué hacer con los miles de prisioneros que aún tenía en su poder. En medio del caos creciente de las últimas semanas las marchas de la muerte fueron el reflejo del azote de un régimen que se hallaba al borde de su propia destrucción pero conservaba su capacidad letal hasta el final. Mientras todo se desmoronaba la decisión final sobre qué hacer con los prisioneros fue recayendo cada vez más en quienes los vigilaban. De Himmler y la tambaleante administración central de los campos de concentración solo surgían directrices poco claras o confusas que dejaban mucho margen para la iniciativa. Los comandantes de los campos tenían miedo de evacuar de forma prematura, por lo que daban la orden de evacuación en el último minuto practicamente.

Cuando empezaron las marchas de la muerte la suerte de los prisioneros quedó por completo en las manos de sus guardias, que por entonces distaban mucho de ser de las SS y muchos eran hombres de la Volkssturm. No podemos saber cuántos eran firmes creyentes en la ideología nazi o incluso verdaderos partidiarios del régimen, pero todos habían sido “instruidos”, de un modo u otro, sobre cómo tratar a los “enemigos del pueblo”. No había ningún control de las acciones de los guardias, ni sanciones por sus actos. Sus decisiones sobre quién debía vivir y quién debía morir eran totalmente arbitrarias, y fue una buena oportunidad para que se hubieran podido compadecer del sufrimiento ajeno y no haber mostrado el celo sádico que la mayoría mostró. Los prisioneros eran elimiandos a diario por guardias para los que eran personas anónimas, carentes de identidad. Un guardia rubio de las SS, de solo unos 20 años de edad, mató despreocupadamente a un muchacho de 13 años en una marcha desde Sachsenhausen porque no podía mantener el ritmo rápido, casi a la carrera de la caminata. En medio de la ira y la desesperación, el hermano mayor del muchacho, un sacerdote jesuita, y su padre intentaron abanlanzarse sobre el miembro de las SS, pero este simplemente “disparó contra ellos varias ráfagas de su metralleta”. Durante dos días se acribilló sin cesar a los prisioneros, cuando tras pasar una noche en un granero, un prisionero se negó a reemprender la marcha, el mismo muchacho de las SS simplemente le disparó y unos momentos más tarde apunto al afligido cuñado del muerto, que se había quedado algo rezagado. Para entonces el jóven rubio de las SS simplemente “apartaba a los prisioneros, que en su opinión, no caminaban bastante rápido y les disparaba en el acto”. (“Reminiscences” (1989) sin publicar del doctro Michael Gero, Hamburgo, pp. 111 – 112, que le fueron facilitadas al historiador Ian Kershaw por el hijo de uno de los prisioneros asesinados de forma tan absurda y brutal). Se desconoce lo que le sucedió a aquel asesino rubio de las SS.

Los guardias solo pensaban en sí mismos y en la misión de llevar a los prisioneros a su destino. Mientras estos fueran capaces de andar, obedecer las instrucciones y atender las necesidades de sus guardias, sobre todo escapar del frente, podían sobrevivir. Pero el menor atisbo o señal de que se habían convertido en una carga para los guardias significaba la muerte instantánea, y parece claro que no hubo distinción entre los prisioneros, todos, judíos o no, estaban expuesots a sus actos sádicos y arbitrarios.

A diferencia de las marchas de la muerte anteriores que habían partido de los campos del este, los miles de prisioneros degradados y deshumanizados por todos los medios concebibles atravesaban por entonces Alemania a la vista de los ojos de su población; las palizas y ejecuciones también se efectuaban ante sus ojos sin el menor rubor o atisbo de ocultarlas. En los recuerdos de las víctimas predomina la actitud hostil de la población alemana, salvo casos de bondad, pero parece claro que los actos de solidaridad, amistad o respaldo de los lugareños fueron escasos. Los años de demonización de los judíos y de adoctrinamiento de los estereotipos raciales, junto con la inciatación al miedo a los “enemigos del pueblo”, reforzada con los siniestros boletines difundidos por la radio sobre los antiguos prisioneros de Buchenwald que actuaban violentamente y merodeaban por los alrededores de Weimar y las historias similares utilizadas para justificar la matanza de Gardelegen, habían surtido un efecto nefasto. Aunque muchos alemanes se veían como víctimas de Hitler y de los nazis, pocos estaban dispuestos a brindar su compasión a los prisioneros de los campos de concentración, y menos a los judíos, o a aceptar a las verdaderas víctimas del nazismo como parte de su “comunidad”. Los guiñapos humanos que tenían ante sus ojos se parecían a las caricaturas de “subhumanos” mostradas machaconamente por la incesante propaganda, pero pese a su evidente fragilidad, muchos los vieron como una ananeza.

Los supervivientes de las marchas relataban numerosos episodios, deprimentes pero nada sorprendentes, en los que los habitantes les habían insultado, abucheado, escupido y arrojado piedras, o se habían negado a darles bebida y comida. En algunos casos cmo en Celle, los civiles alemanes ayudaron a los guardias a capturar a los prisioneros que habían huido y, según parece, participaron en las matanzas. Lógicamente, al lado de estos espantosos ejemplos hubo casos de civiles, aunque fueron la excepción que intentaron dar alimentos o socorrer a los prisioneros que atravesaban su aldea. Sin embargo, parece razonable pensar que la mayoría de la población se mantuvo pasiva, sin participar, pero también sin mostrar su rechazo, cuando se cometieron tales actos y ejecuciones en su presencia. El miedo a las reacciones de los guardias si apoyaban a los prisioneros jugó, como es comprensible, un papel. El final de la guerra estaba muy cerca y pocos estaban dispuestos a ex ponerse a un castigo, y menos aún por defender a prisioneros cuya culpabilidad la mayoría daba por sentada. No obstante, algunos se expusieron al castigo ayudando a los prisioneros. Por tanto, el miedo no pudo ser la única causa de la pasividad imperante, como el que pocos estaban dispuestos a arriesgar su propio bienestar actuando contra unos guardias implacables con gestos humanitarios, que creían que no iban a cambiar nada, hacia personas con las que no se podian identificar. Eso bastó para convertiles en cómplices de asesinato. La pasividad permitió que las matanzas continuaran hasta que los guardias huyeron al aproximarse el enemigo y los prisioneros fueron liberados no por los propios alemanes, sino por sus conquistadores.

Saludos desde Benidorm.

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Antonio Machado
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Re: Marchas de la muerte.

Mensaje por Antonio Machado » Jue Sep 12, 2013 7:48 pm

Hola Maxtor, apreciado amigo:


Qué pavorosas historias, qué horrendos episodios se vivieron enmedio de aquella vorágine: por una parte la terrible culpabilidad por los horribles crímenes cometidos, por otra la certeza de la derrota inminente ante el avance arrollador de los aliados que campeaban ya en territorio alemán, por otra el apresurado, arrebatado manejo de aquellos miles y miles de infortunados prisioneros, qué caos tan espantoso, ése fue el Armagedón total.


Gracias por compartir tus lecturas y reflexiones, Maxtor, siempre es un placer el leer tus aportes al Foro.



Saludos cordiales desde Nueva York hasta la bella Benidorm, de la cual he sabido que está llena de turistas en esta época,


Antonio Machado :sgm65:
Con el Holocausto Nazi en contra de la Raza Judía la inhumanidad sobrepasó a la humanidad.

Paddy Mayne
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Re: Marchas de la muerte.

Mensaje por Paddy Mayne » Mar Sep 17, 2013 11:47 pm

En Hitler´s Willing Executioners Daniel Golberg dedica toda una parte de su libro (varios capítulos) a las marchas de la muerte.
Samuel Beckett: "El ario perfecto debe ser rubio como Hitler, esbelto como Goering, bien parecido como Goebbels, viril como Röhn y llamarse Rosenberg"

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Re: Marchas de la muerte.

Mensaje por Schwerpunkt » Jue Nov 14, 2013 12:47 am

¡ Saludos a tod@s !

Escribía Primo Levi en varios de sus libros-testimonios que muchos de los supervivientes quedaron tremendamente marcados por las marchas de la muerte. Y para enfatizar ese trauma dentro del sinnúmero de horrores que sufrieron los deportados, comentaba que muchos de ellos tendían a recordar el horror de esas marchas por encima incluso de los sufrimientos sufridos en los campos. Quizás lo que explique esta aparente paradoja fue el tremendo número de muertes en escasos días frente al "goteo" de muertes ocurrido durante la vida cotidiana de los campos y cuando la guerra estaba prácticamente terminada. En fin, es difícil ponerse en esa situación y juzgar...

Lo que queda de manifiesto es el total sinsentido en que había caído el III Reich.

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