El libro de Russell Stolfi

Recensiones personales de libros leídos

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Torifune
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El libro de Russell Stolfi

Mensaje por Torifune » Jue Mar 12, 2009 12:15 am

Hola queridos amigos, he estado buscando por Internet el libro de Stolfi, " Los panzer de Hitler en el este " pues yo lo presté en su momento y, como es obligatorio, no me lo volvieron. Aunque, al presente, lo tengo escaneado, he estado curioseando por si estaba completo en algún portal. Como ya sé que todos sois muy buenos conocedores de la Red seguramente ya sabíais que hay un portal, que yo desconocía, llamado " La Segunda Guerra Mundial. Los años que cambiaron al mundo ", en el cual está este libro traducido. Hay también muchas traducciones de diversos temas, incluso algún artículo del coronel Glantz, sumo pontífice del Ostfront. Si está entre nosotros, bajo el anonimato de un pseudónimo, el esforzado traductor de tantas maravillas, el señor Francisco Medina, le quiero saludar y ofrecerle mi admiración por su admirable y desinteresada labor. Bueno, me he leído los ciento y pico folios del libro de Stolfi, he sacado, fielmente, apuntes y citas, y he querido hacer un resumen. Ahora, si puede ser, me gustaría, a mi vez, ofrecerlo, por si lo queréis leer. Para no cargar en exceso, he pensado publicar aquí este resumen en dos partes. Bueno, a ver que os parece.
Recibid, como siempre un abrazo de vuestro amigo
TORIFUNE
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LOS PANZER DE HITLER EN EL ESTE


En el libro “ Los panzer de Hitler en el este “, Russell Stolfi pretende demostrar que la campaña de Rusia que, con tan buenos presagios, emprendió Hitler, en 1941, fracasó a raíz de la falta de audacia y agresividad de su comandante en jefe, lo que motivó desastrosas decisiones militares que acarrearon las precondiciones que condujeron a la rendición incondicional a las tropas rusas y aliadas el ocho de mayo de 1945.

En efecto, Hitler, que, en política, siempre se mostró imaginativo y decidido, funcionó temerosamente y con indecisión en el terreno militar, que él concibió, acertadamente, además, como la continuación lineal de las conquistas políticas. El relevo de Halder supuso la pérdida definitiva de la visión militar en las operaciones bélicas y la preponderancia última del estilo de combate hitleriano, incapaz de asumir, al menos en forma práctica, los grandes retos militares a los que se enfrentaba la Werhmacht.
Si nos retrotraemos a los inicios de la IIGM, a la campaña de Francia, no sólo Hitler sino todo el OKH fueron incapaces de presentar un gran concepto operacional para decidir la situación bélica planteada en las fronteras del Oeste. Los mandos supremos estaban paralizados por el respeto al ejército francés y porque no encontraban solución al problema que originaba la existencia de la línea Maginot, que cerraba todas las posibilidades alemanas de invasión y arrinconaba a los ejércitos germanos en una zona carente por completo de espacio para la gran maniobra estratégica.
Entonces fue cuando surgió Manstein y aportó un término operacionalmente nuevo. Parece mentira que nadie, entre los jefes alemanes, hubiese dado con la única solución posible: el principio de la puerta basculante y, como resultado final, el golpe de hoz. Hitler partía de un concepto bélico limitado, que no pretendía la victoria decisiva. Antes bien, tan sólo se quería asegurar un cierto espacio que permitiese a Alemania vivir, aunque fuese bajo asedio. Esto significaba volver a la misma situación de empate que se originó durante la IGM. Hitler sabía muy bien que este empate, con el tiempo, acabaría, ineludiblemente, resolviéndose a favor del enemigo. Pero aún así no estaba dispuesto a forzar una peligrosa ruptura militar enfrentándose decididamente al ejército francés, el mayor y el más potente ejército del mundo, coaligado, además, con las temibles y eficaces fuerzas inglesas.
Esta era la situación en la mente de Hitler hasta que llegó Manstein con la única respuesta posible. Precisamente, toda la campaña de Rusia se hundió por el hecho de que no hubo allí ningún Manstein que plantease un concepto operacional unitario para derrotar en bloque a todo el ejército ruso. En lugar de esto, el gigantesco proyecto estratégico que bullía con claridad en la mente de Hitler acabó en una interminable serie de combates particulares que suponían la sustitución de la perspectiva estratégica de alto nivel por una serie de conquistas económicas a corto plazo con el único fin de asegurar la supervivencia del movimiento nazi y la popularidad del mando supremo.
En el momento de tomar la decisión de ir a la guerra, Hitler no era un líder que dictase su voluntad contra la voluntad del pueblo. Él era consciente del desgaste que hubiera supuesto seguir este camino. Así, en consecuencia, cuando ya barruntaba que la guerra podría ser la continuación natural de sus exigencias políticas, ni siquiera quiso imponer al pueblo alemán las necesidades, económicamente brutales, de una política de rearme. Por eso el esfuerzo alemán en rearme fue, más bien, modesto, sobre todo en comparación con países como Rusia, donde toda la economía, a partir de la posguerra, fue reorientada con total desprecio hacia los sentimientos populares. Hitler era un dictador populista y no podía consentir en que sus actuaciones provocasen un impacto negativo en el afecto de los alemanes.
Stalin, sin embargo, estaba en una posición más aventajada pues no dependía de las masas para garantizar su continuidad. Le era totalmente indiferente la simpatía del pueblo, y el hecho de que la implantación de la economía soviética y de que la colectivización forzada provocase constantes y graves rebeliones no le hacía ser más tierno con su propio pueblo. Seguramente fue el al contrario: la resistencia de muchos campesinos y las dificultades en implantar una importante base industrial no hicieron sino exacerbar su impaciencia y acentuar su sadismo.
Cuando se inicia la campaña de Rusia, el 22 de junio de 1941, Hitler emprende una aventura de resultados inciertos. Pero cuando se llega al 16 de julio ya casi están creadas las precondiciones necesarias para que venza el Ejército Alemán. Entonces es el momento en que asoma el Hitler timorato y asustadizo. El Hitler incapaz de asumir grandes y colosales riesgos militares, el Hitler obsesionado por su éxito entre las masas, el Hitler que era consciente de que una etapa de largas privaciones y una economía de guerra podrían provocar su descrédito y, a la larga, su destrucción.
Así vivió él las interminables carencias básicas que sufrió Alemania en la IGM.
Él percibió acertadamente que la Alemania de Weimar no pudo evitar la erosión continua de un sistema económico sometido al asedio y a la carestía constante por parte de los países aliados. La antigua prosperidad alemana desapareció y el resentimiento empezó a brotar en las mentes de todos los ciudadanos.
A punto ya de derrotar al Ejército Ruso, Hitler vacila dando ocasión para que las fuerzas rusas recuperen la compostura. Conquistado Smolensko, la puerta de los ríos, Hitler manda detener el avance del Grupo de Ejércitos Centro, donde se había situado el Schwerpunkt, y retorna a su mentalidad de fortaleza abriendo la puerta a secundarios objetivos de tipo económico. Y ya se acabó todo.
Pero es que lo mismo estaba pasando en el Grupo de Ejércitos Norte, con von Leeb. Y lo mismo había pasado en la campaña del Oeste, estando al borde del completo desastre militar.
En efecto, al principio, en el frente Oeste, Hitler, se contentaba tan sólo con asegurar Bélgica. Después, una vez que las fuerzas alemanas empezaron a hacer progresos arrollando a las fuerzas francesas, Hitler estancó los avances para que se aseguraran regiones importantes por su producción de acero, hierro y carbón, aunque esto significase no sólo contradecir la misma realidad de la Blitzkrieg sino poner en peligro todas las conquistas e, incluso, el mismo porvenir de la guerra. Parece que Hitler era incapaz de reconocer que si se derrotaba rápidamente al ejército enemigo todas las reservas de acero y minerales estratégicos caerían en sus manos. Él, simplemente, seguía fijo en su mentalidad economicista y quería asegurar, antes que nada, el nivel de vida de la población alemana.
Hitler permanecía mentalmente bloqueado en una mentalidad de fortaleza que le impedía ser capaz de asumir los graves riesgos nacionales inherentes a cualquier decisión histórica. Porque, como ya hemos dicho, también en el Oeste pretendía, únicamente, unos limitados objetivos militares para conseguir unas discutibles conquistas económicas. Hitler nunca comprendió que la esencia de la Blitzkrieg es la victoria instantánea. Hitler no entendió que el primer movimiento ya ha de acarrear la inevitable victoria puesto que crea las precondiciones que conducen al éxito. De hecho la Campaña de Francia lo demuestra: el primer y genial movimiento, el cruce del Mosa, ya significó que se había ganado, casi, toda la campaña. La guerra en el Oeste se ganó en tan sólo cuatro días: el tiempo que se tardó en cruzar el Mosa y avanzar hacia el otro lado. En la teoría de la Blitzkrieg, la apertura lo es todo, y un movimiento que signifique derroche de oportunidades conlleva el fracaso final. Así pues, Barbarroja y Taifún significaron enormes éxitos operacionales pero absolutos desastres estratégicos. Tras Barbarroja, hiciera lo que hiciera el ejército alemán, la derrota ya estaba predeterminada. Y es que después de Barbarroja no sólo se había perdido ya la dominación psicológica por parte del invasor hacia el ejército ruso sino que además se había trasnochado ya todo concepto de victoria militar. Entonces es, en efecto, cuando Hitler empieza a afianzar la necesidad de lograr secundarios objetivos económicos en la cuenca del Donetz.
Esta decisión de Hitler supone perder de vista la trayectoria militar del conflicto por cuanto arrastra a una dispersión de fuerzas y de esfuerzos, dando, además, al enemigo el tiempo necesario para que se recomponga. Esto es algo típico de mentes militarmente irresolutas porque son políticamente dependientes de la emoción y del afecto del pueblo.
Y, sin embargo, Hitler en política actuó con una audacia y una rapidez casi increíbles. De hecho, superó a Bismarck como unificador de las naciones y los pueblos de expresión alemana. Esta política relámpago, de conquistas y de recuperación del orgullo nacional ( Blitzaussenpolitik ) fue el mayor logro hitleriano, puesto que no hubo derramamiento de sangre. Hitler recuperó territorios, ganó otros nuevos y extendió el prestigio alemán a alturas ni siquiera soñadas en la República de Weimar sin disparar una sola bala.
Hitler recurrió a una política agotadora y dramática, actuando sobre terrenos seguros para él, sabiendo que tenía todas las de ganar y sabiendo que, en política internacional, la primera declaración de intenciones ya debe acarrear la victoria formal e inmediata o, por lo menos, las precondiciones de la misma.
Desde este punto de vista, la decisión de atacar a Rusia era la correcta pues sabemos de sobra que Stalin ya había decidido atacar a Alemania no más tarde del verano del 42. El desplazamiento del ejército ruso a las fronteras con Alemania, el gigantesco programa de fortificaciones, rearme y reorganización y, sobre todo, la negativa de Molotov de seguir colaborando con Alemania en la cesión de importantísimos minerales estratégicos aseguró a Hitler que intervenir contra Rusia, a corto plazo, era la decisión correcta. De hecho, era la única decisión válida para Alemania. Tampoco hay que negligir la violencia del imperialismo soviético en el Báltico así como sus exigencias totalmente inasumibles de bases en los estrechos de Dinamarca, el Bósforo e incluso en los territorios polacos del Reich y la necesidad de manos libres en Yugoeslavia, Bulgaria y Rumania. Estas peticiones imposibles convencieron a Hitler de que los rusos entrarían en guerra contra Alemania en un plazo no muy largo.
Por otra parte, tanto Alemania como la Rusia comunista estaban imbuidas de la ideología fanática del inherente cumplimiento de una misión histórica. La partición de Polonia, además, había hecho vecinos a los jurados y dinámicos enemigos. Su posición era la de “ pecho contra pecho “, como dijo el propio Hitler.
Una vez ya en guerra, Hitler, el político astuto y eficaz, fue incapaz de aportar sus novedades y su estilo a la conducción de la guerra. El Hitler militar siguió dando prioridad a la esencia de su éxito político- social: el ser un alemán de alemanes. Es decir, un populista fanático.
Así pues, hemos definido al Hitler militar con sus dos rasgos políticos más notables, es decir, fanático y populista. Un fanático y populista que hubo de enfrentarse a crisis desafiantes en el terreno militar para las cuales no tenía la mentalidad adecuada.
Parece mentira cómo Hitler, que siempre se jactó de su intrepidez, se comportó tan ponderadamente en toda la guerra en el Ostfront considerando obsesivamente los intereses económicos alemanes, en primer lugar, y, después, a los aliados rumanos, húngaros, checos, finlandeses, a los posibles aliados ( como Turquía ) y a los conniventes ( como España y Suecia ). Pero no nos engañemos, aunque Hitler diese importancia a estos aspectos tan materialistas, tan simplemente domésticos y tan escasamente ideologizados, la verdad es que la ausencia de sentido de la proporción fue la razón del éxito nazi, y no la causa de su destrucción, como comúnmente se dice. ¿ Quién habría pensado que un club de resentidos de poca monta y bebedores de cerveza, cuyos activos monetarios, en el momento de llegar Hitler al NSADP, eran siete marcos y que se reunían en sombrías tabernas iba a ser, pocos años más tarde, el árbitro de la paz mundial ? ¿ Quién lo habría pensado ? La audacia y el no tener límites en la proyección de sus metas fue la principal fuerza de este partido y el origen de toda su descomunal energía.
Un Hitler realista, con un adecuado sentido de la proporción, nunca se hubiera embarcado en los océanos por los que navegó. Y, sin embargo, este planteamiento se quiebra cuando entramos en la lógica de la Blitzkrieg. Cuanta más intrepidez y espectacularidad en las decisiones necesitaba la Blitzkrieg más sentido de la proporción, prudencia y conservadurismo exhibía Hitler.
Nos sigue desconcertando su atrevimiento en las soluciones políticas y su parálisis cuando había de asumir riesgos militares. Por ejemplo, el nueve de marzo de 1938, Hitler decidió el uso del ejército para resolver la crisis de Austria. En consecuencia, ordenó al Alto Mando que el Heer fuese trasladado a las fronteras con Austria y estuviese dispuesto no más tarde del día once de marzo a las nueve de la mañana. El día señalado, a las nueve y media de la mañana el Ejército alemán se hallaba ya perfectamente desplegado y dispuesto para invadir Austria. La desmesura de esta teatral y arriesgada decisión dejó congelados a todos los miembros de la oposición nazi en Austria. La respuesta que la movilización militar alemana suscitó en las masas fue una sacudida clamorosa de apoyo incondicional en Austria al tiempo que los elementos que se oponían, dentro y fuera del país, quedaron superados por el paroxismo emotivo que desencadenó el calculado movimiento nazi. Una vez más, para bien de Hitler, triunfó la desmesura. ¿ Acaso hubiera se hubiera atrevido Hitler a realizar un gesto tan amenazador si hubiese tenido sentido de la proporción ? ¿ Acaso, Hitler, no se daba cuenta de que si en política seguía los derroteros del sentido común y del sentido de la proporción las posibilidades de éxito eran nulas ?
Así era el Hitler político. Hábil y decidido, y muy calculador en cuanto al sentido de la oportunidad. Porque el Hitler político no era un alocado jugador de póquer que apostaba, azarosamente. No. Hitler apostaba sobre seguro, sabiendo que sólo podía ganar. Si no, no cabía el juego. Sin embargo, en el terreno militar, funcionaba el otro Hitler: el que se aferraba al sentido de la proporción por encima de cualquier otro valor propiciando, así, no sólo la derrota histórica de su excelente ejército sino, lo que es peor, sufrimientos incontables a su propio pueblo y a toda la Humanidad. En efecto, la fijación de Hitler por conducir la guerra según presupuestos, básicamente, economicistas ( por ejemplo, el ataque a Leningrado, la ocupación de Ucrania y del Cáucaso, la conquista de Crimea, necesaria, además, para mantener su prestigio frente a Rumania, Turquía y Bulgaria ) demuestran su palpable sentido de la realidad, de la medida y de la proporción.

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El libro de Russell Stolfi II

Mensaje por Torifune » Vie Mar 13, 2009 12:19 am

Hola, queridos amigos, SALUTEM PLURIMAM
si no os importa copio la segunda parte de este humilde resumen del libro de Russell Stolfi PANZER HITLER´S EAST, según la traducción del sr. Francisco Medina, " Los panzer de Hitler en el este " y que figura en el portal " La Segunda Guerra Mundial. Los años que cambiaron el mundo "
Un saludo para todos
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LOS PANZER DE HITLER EN EL ESTE ( II parte )

Frente al Hitler atrevido y arrollador en política internacional, el Hitler desconcertante y enérgico, tenemos otro Hitler: el Hitler proporcionado, el Hitler que se autolimita al logro de objetivos económicos en Rusia. Y nada más. Este fue el Hitler que condujo al desastre militar a toda la nación alemana.
En efecto. Hitler no plantea la conquista militar de Rusia sino que lo que bulle en su cabeza es sólo la toma de terreno económico para asegurar una serie de bienes, fuentes y recursos que garanticen la estabilidad interior de Alemania y, por ende, del Partido y del propio Hitler. Hitler era perfectamente consciente de que cualquier dificultad económica, cualquier privación, provocaría el desprestigio inmediato del Partido y de sus líderes y el vuelco, más que posible, en brazos de la oposición. Tal y como había pasado en la crisis de inestabilidad social y económica que sacudió Alemania tras la IGM. Hitler no quería tensar a la población alemana. Por eso, incluso durante la guerra, la producción de consumo alemana era increíblemente completa y diversa. Por eso hasta el 43 no se implanta la rudeza de una economía de guerra.
Esta era su estrategia. Una estrategia equivocada que había perdido de vista que la guerra es la continuación de la política y la diplomacia. Y el plan de operaciones diseñado para Rusia reflejaba esta concepción. No hay una visión genial, como la de Manstein cuando usó el principio de la puerta giratoria en el cruce del Mosa. Un movimiento, victoria final. En lugar de esto, la campaña de Rusia se plantea, de forma muy poco audaz, como una interminable serie de objetivos tácticos.
¿ Había dos Hitler ? Pues sí. Si no, ¿ cómo es posible que la primera directriz de la Campaña de Rusia fuese tan sólo la ocupación de Leningrado con vistas a asegurar los envíos de mineral de hierro que se hacían desde Suecia ? ¿ Qué decir de la campaña de Noruega, una campaña de gran imaginatividad pero que fue puesta en marcha exclusivamente por motivos económicos ? ¿ Dónde está el Hitler atrevido capaz de tomar decisiones peligrosas que parecieron nacidas para fracasar ?
Hitler, en resumen, fue incapaz de recrear la osadía que necesitaban sus gigantescas decisiones militares. Los objetivos económicos velaron el verdadero sentido de Barbarroja: la destrucción del poder soviético. No sólo no se derrocó el Gobierno ruso sino que, encima, el gigantesco y descomunal torrente de energía bélica que Hitler había desencadenado fue diluyéndose en continuas y constantes crisis locales.
Así pues, está el Hitler de los grandes momentos políticos y el Hitler dubitativo, preocupado por los combates locales, furioso cuando las conquistas se distraen.
Hitler había experimentado en su juventud la marginación propia de un vagabundo anárquico y conocía muy bien las tensiones potenciales que anidan en las épocas de rigores económicos. Él sabía que para que Alemania fuese una gran potencia lo más imprescindible era, antes que nada, asegurar la economía. Junto a esta necesidad, él había emborrachado al pueblo alemán con una fácil y populista propaganda romántica enalteciéndolo hasta el punto de hacerles ver que también ellos tenían un Destino Manifiesto. “ El mañana nos pertenece “ expresa esa confianza en el futuro y la conciencia de que el presente es algo así como una oportunidad cósmica, es decir, un “ supermomento “ histórico. Pero él sabía que el punto básico de su actuación era no crispar a la población alemana. Para lo cual el elemento economía seguía siendo el núcleo primero. Por eso Hitler se quejaba tan a menudo de que sus generales, verdaderos profesionales casi todos ellos, no eran capaces de entender la ligazón que reunía guerra y economía en el mismo paquete.
Hitler sabía que la popularidad empieza y acaba en la economía y por la economía. La política exterior también la concebía como una extensión de la economía, siendo esta un instrumento de actuación que aseguraba su popularidad económica. Lo que de verdad se mostraba tras la exhibición de potencia y dinamismo de la Alemania olímpica no era sino el público escaparate de la solvencia económica alemana. La arquitectura que él quiso para aquel momento era una representación del prestigio alemán hablando en términos de economía, o, mejor dicho, del prestigio máximo logrado por el hecho de haber conseguido una poderosa situación financiera e industrial.
Bloqueada la situación política, Hitler apeló a la guerra, según la definición clausewitztiana. Pero bien pronto, casi inmediatamente, adulteró la realidad de la conducción de la guerra al obsesionarse con la necesidad de preservar la estabilidad política dentro de Alemania a toda costa.
Una vez empezada la guerra en el Oeste, Hitler no tiene más ambición que tomar Bélgica, consciente de que la Línea Maginot arrinconaba al Ejército Alemán embotellándolo en una posición de ineficacia y de imposibilidad para la maniobra de gran estilo. Cuando Manstein le presenta su nuevo y trascendental plan, Hitler se entusiasma, pero, ahora bien, ¿ comprendió realmente el concepto estratégico de Manstein, o se entusiasmó sólo por las posibilidades de ruptura que este nuevo plan sorpresa representaba en la guerra contra los aliados ? Efectivamente, Hitler no llegó a captar la esencia del plan de Manstein: provocar y asegurar el total colapso militar del enemigo inmediatamente. Y una vez asegurado, ejecutarlo inflexiblemente. Todas las demás consideraciones ( incluidas las económicas ) eran secundarias.
Al contrario de lo que deseaba Manstein y contradiciendo el espíritu íntimo de la Blitzkrieg, Hitler intervino continuamente frenando y ralentizando el horario de los avances, estando, a veces, al punto de provocar graves contratiempos. Si no hubiera sido por la facilidad de la Wehrmacht en ganar batallas y por la adaptabilidad de los mandos, bien podría haberse llegado a un punto fatal de total equilibrio entre los dos bandos en la campaña del Oeste.
Hitler constantemente imponía sus criterios limitados mandando detener tropas y unidades, que avanzaban con gran nervio y dinamismo, sólo para asegurar éxitos parciales. Por ejemplo, cuando ordenó detener los avances subsiguientes al intrépido y decisivo cruce del Mosa para fortificar y consolidar la cabeza de puente lograda. Si esto hubiese sido hecho, ¿ qué hubiera podido pasar de haber dado tiempo a los ejércitos enemigos para ser extraídos de la gigantesca trampa que se cernía, recomponerse y enfrentarse, de nuevo, en terreno favorable a los alemanes ?
Cabe pensar que Hitler no pensaba en la derrota instantánea de Francia sino en que la victoria se lograría a través de la suma aritmética de varios éxitos parcialmente comprometedores. A la luz de estos análisis podemos comprender la equivocada decisión que tuvo lugar en el momento final de esta Campaña cuando Hitler ordenó tajantemente la detención de todos los grupos armados que se precipitaban como un alud hacia la bolsa de Dunkerque con la intención de liquidarla. Simplemente, Hitler sintió pánico ante la audacia de los avances arrolladores de la Werhmacht. Su mentalidad conservadora y su respeto hacia el Ejército Inglés le hicieron vacilar. Su preocupación por las líneas de suministro y de comunicación, y la posibilidad de un ataque de flanco, paralizaron su capacidad de entender la favorable situación militar planteada justo cuando era más necesaria una dirección enérgica y potente.
Por otra parte, cuando aún se estaba cruzando el Mosa, Hitler desvía importantes fuerzas a la región de Lorena para asegurar, antes que nada, la producción de hierro y su cinturón industrial. Con esta decisión, la Werhmacht bordeó el desastre, del cual se salvó por el liderazgo inteligente de los jefes militares y por la postración del Ejército Francés que ya acusaba la dominación psicológica por parte del Ejército Alemán. Al ordenar la ocupación inmediata de toda la zona Noreste, Hitler agota fuerzas, produce retrasos y desperdicia una incalculable energía, dando pie, además, a que los ejércitos contrarios recuperen su centro de equilibrio.
Es decir, que como ya comentábamos más arriba, Hitler nunca comprendió la esencia de la Blitzkrieg. Es más, podríamos decir que no tenía confianza en ella puesto que era negligente en cuanto al hecho de alcanzar una victoria rápida. Y, en la medida en que nunca apreció la naturaleza fundamental y decisiva del primer movimiento, se puede decir que estaba más cerca del estilo napoleónico de combatir que del nuevo estilo alemán de vencer no batallas sino campañas enteras por un único movimiento.
Por eso podemos asegurar que Hitler, militarmente hablando, fue cualquier cosa menos audaz o desmesurado.
Verdaderamente, es asombroso cómo su mente de político profesional urdía y tejía gigantescos y claros conceptos estratégicos y geopolíticos que luego no podía llevar al plano práctico porque, sencillamente, rechazaba admitir los inherentes riesgos y peligros que supone descender del escalón estratégico al operacional y de ahí al táctico. Esto es lo que Clausewitz llamaba escuetamente “ la fricción “, porque, efectivamente, se trata de una desgastante fricción.
Este paralizante miedo interno le llevó a una decisión crítica cuando, Hitler, el 17 de mayo de1940, mandó detener en Marle y Dercy el torrente alemán que se precipitaba, lograda ya la ruptura, desde Sedan. La orden de retener a las tropas y exigir movimientos hacia posiciones defensivas hubiera podido ser algo gravísimo pues si las fuerzas aliadas hubieran podido recomponerse la guerra habría degenerado en el mismo punto muerto de la IGM. De nuevo fue la extraordinaria adaptabilidad del mando y las capacidades del Ejército Alemán quienes salvaron la situación.
Podemos decir que el mayor éxito de toda la Campaña del Oeste fue logrado antes de la misma Campaña, y resultó ser el asombroso pacto de amistad oportunista que se logró con Stalin gracias al cual Hitler pudo acometer la empresa militar en el Oeste con alguna garantía de éxito. Y, otra vez más, volvemos a la brillantez del Hitler político, que gracias a un acertado giro diplomático salvó del desastre una aventura militar que no habría podido ni iniciarse siquiera de no haberlo querido el gigante ruso.
Hitler pensaba que la oportunidad estratégica para el empleo de las fuerzas panzer, y demás organismos mecanizados, ya se había gastado en la Campaña de Polonia y que, en consecuencia, el empleo de esta arma era ineficaz y que hasta podría ser contraproducente. Él había optado por orientar las operaciones en el Oeste hacia ataques tipo IGM y había arrastrado al OKH a creer en su decisión.
Hitler había concluido que la sorpresa estratégica era ya imposible de lograr y, además, y, aún peor, las fuerzas contrarias era similares en todo a las alemanas. Aunque la maestría en las operaciones en Francia demostró que la apreciación de Hitler no era cierta, el tiempo sí le dio la razón en lo respectivo al uso de las fuerzas que ya han gastado su ocasión, por ejemplo con el empleo masivo de fuerzas paracaidistas. En efecto, tras mayo del 41, con el desembarco paracaidista en Creta ( operación Merkur ), se agotó ya para toda la guerra la oportunidad estratégica en el manejo a gran nivel de estas fuerzas. Es cierto que se siguieron usando, y que se consiguieron éxitos sustanciales pero ya no se podía contar con la sorpresa decisiva.
Hitler pensaba que las fuerzas acorazadas le eran necesarias sólo para sus agresivos y dramáticos planteamientos en política exterior. Fueron los tanques los que ocuparon en tiempo de paz Renania, Austria, los Sudetes y Bohemia. Hitler consideraba al tanque como un elemento vital de la propaganda y de la dominación psicológica. La flexibilidad y la inmediatez del tanque le permitía prolongar su agotadora política exterior, acosar mentalmente a la diplomacia de las naciones contrarias hasta el punto de frustrarlas y dejarlas reducidas al estupor de la impotencia.
Esta era la escena política que Hitler amaba: máxima fluidez en la conducción de los movimientos de la política exterior. Y el tanque le aseguraba esta rapidez y el dominio de la mente del contrario. Sin embargo, cometió el error de ir a la guerra y, entonces, perdió por completo la iniciativa pues entonces ya no era él el que desafiaba sobre seguro, sino que pasó a ser el desafiado en un terreno muy inseguro. Instantáneamente percibió que Alemania estaba bajo asedio y reaccionó intentando asegurar, en primer lugar, la supervivencia de Alemania, respaldando, antes que nada, los objetivos económicos. Ya no reaccionó con la mentalidad relámpago que había comprometido intensamente en toda su trayectoria política. No. Y, además, se olvidó de que la victoria militar significa instantáneamente la victoria política y económica, o, por lo menos, facilita en gran medida su consecución. Resulta inconcebible que, cuando ya Rusia parecía vencida en el transcurso de la operación Blau y en la posterior Edelweiss, y Hitler se regocijaba con la futura frontera Astrakán- Arkángelsk, de pronto sorprendiese a todos con la declaración de que el logro de esta línea era necesario para mantener a la aviación de combate rusa definitivamente alejada del radio del Reich. ¿ Pero cómo es posible que Hitler no se diese cuenta de que si ya habían llegado a la línea Mar Blanco- desembocadura del Volga es el que el Ejército Ruso ya había sido definitivamente pulverizado ? Él vivía en su mentalidad de fortaleza y para él victoria era sencillamente supervivencia. Se contentaba con explotar una Rusia ocupada llegando a esa situación que, años antes, Trostky describiera como “ de no guerra y de no paz “. Hitler no buscaba la victoria absoluta, esta fue conseguida a pesar suyo por la Werhmacht.
Hitler se contentaba con victorias incompletas. En el caso del frente del Oeste, le bastaba con la derrota aliada en Bélgica, no demandando la destrucción completa de los ejércitos franceses e ingleses. De hecho si aceptó sin reservas el plan de Manstein, “ el golpe de hoz “, era sólo porque era el único posible que aseguraba la conquista de Bélgica.
Igual se comportó en la URSS. Podemos decir que su perdición fue conquistar terreno en Rusia. Ocupar territorios fue lo que le llevó al colapso final.
A medida que se iba adentrando en la gigantesca Rusia los objetivos adicionales, que, por adicionales, debieron ser secundarios, fueron usurpando protagonismo a la conducción militar: la conquista de Leningrado ( donde se atascaron inmensas fuerzas ), la conquista de Crimea , cuyo principal objetivo era proteger el petróleo de Ploesti, toda la conquista del Cáucaso, …. Hasta llegar a la línea Arkánglesk- Astrakán.
También instruyó que una vez que se alcanzase este punto máximo de penetración en Rusia, la producción de tanques de primera línea debería ser sustituida por una producción a gran escala de medios antitanques y de tanques, defensivos, más lentos y pesados. Con esto ya declaraba su mentalidad de resistente porque suponía que el Ejército Ruso aún seguiría combatiendo, entonces, ¿ para qué había emprendido una guerra ?, ¿ para qué las gigantescas bolsas de Briansk, Vyazma, Kiev, Uman ?
Hitler ya tenía completa su fortaleza. Una posición mejorada frente al asedio naval en el Atlantico por parte del poder inglés, pues Hitler era consciente de que Inglaterra seguiría con su estrategia aeronaval de aproximación indirecta y no atacaría en profundidad con su Ejército la Gran Alemania. Hitler eligió la opción correcta al centrarse en desarrollar el poder terrestre de la Werhmacht pues era el único contrapeso al poder naval británico. Hitler sabía que Inglaterra seguiría con su doctrina tradicional de aproximación indirecta, combatiendo en África, en el Mediterráneo y en el Atlántico y con sus ejercicios de bombardeo, y que nunca desembarcaría en el corazón de Europa, y si lo hizo fue, sobre todo, por las constantes presiones de USA, y por las exigencias de Stalin.




Como resumen y conclusión final podemos decir que Hitler desarrolló una serie de decisiones estratégicas que fraguaron en una serie de campañas y grandes operaciones militares, que vistas desde afuera parecen Blitzkrieg pero que no lo son si contemplamos la orientación que Hitler les había dado. Hitler, definitivamente, sólo buscaba expandir unas líneas de asedio, que él había percibido, a proporciones mejoradas para la supervivencia de Alemania.
En definitiva, el resumen y colofón de todo lo aquí tratado se resume en la siguiente máxima:

“ Hay un momento para ganar,
si no se aprovecha
el gozne gira en sentido contrario “

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