Creer y Destruir. Los intelectuales en la máquina de guerra de las SS, de Christian Ingrao.
Nº de páginas: 624 págs.
Encuadernación: Tapa blanda
Editorial: EL ACANTILADO
Lengua: CASTELLANO
ISBN: 9788416748488
Año: 2017
Son numerosísimas las obras dedicadas a la investigación de los crímenes nazis en el Este durante la Segunda Guerra Mundial, hemos conocido los perpetradores, también descubrimos cómo eran los campos de exterminio y de qué manera estaban organizados aquellos terribles lugares, asimismo se ha explorado el papel de los jerarcas nazis en la Shoah, pero todavía hay mucho trabajo por delante para llegar a averiguar todos los recovecos de los asesinatos en masa cometidos por las hordas nazis. En este caso, es el momento de analizar la labor desarrollada por los intelectuales de las SS en el engranaje genocida. Christian Ingrao nos va abrir las puertas al conocimiento de unos personajes mucho más decisivos de lo que pudiéramos creer en el fomento y legitimación de los crímenes contra la humanidad acometidos contra millones de seres humanos.
En parte, estamos ante un estudio sociológico tomando como referencia la trayectoria de ochenta intelectuales de las mencionadas SS, jóvenes doctos que vivieron siendo unos niños el desastre de la Primera Guerra Mundial en sus hogares, una derrota que ancló en ellos una creencia en una más que posible desaparición traumática de Alemania derivando en una percepción apocalíptica del mundo, una visión donde la biología racial debería marcar el renacer de la nación germana. Así comenzó todo para los futuros hombres sabios de Alemania.
No hay duda de que a través de la universidad se fueron tejiendo las redes de una adhesión a las teorías nacionalistas y racistas que abocarían al nacionalsocialismo a dirigir sus acciones más violentas, estos jóvenes decidieron apostar por compatibilizar conocimiento con activismo, primando la germanística por encima de otras visiones historicistas. Trasforman en historia legitima el concepto Völkisch (etnonacionalista) y la convierten en ciencia de combate. La vida intelectual empieza a ser nazificada y todas las nuevas investigaciones radicadas en todos los ámbitos académicos acaban por ser adaptadas al concepto Völkisch. Christian Ingrao se cuestiona si no es precisamente esta sorda ansiedad que hace de su adolescencia y de sus años de estudio una cuestión militante finalizada solamente por la adhesión al sistema de creencias nazis. Un interrogante que encuentra respuesta en este trabajo.
Cuando el autor comenta esa peculiar percepción adquirida en la infancia y en sus años de estudios por estos intelectuales, se vuelve a preguntar si para estos la voluntad de exterminarles parecía implícita desde que acabó la Gran Guerra. Esa impresión generalizada animaba a una refundación socio-biológica que acabaría en dogma para esta generación. La sensación de opresión, de vivir encerrados, de contaminación racial sirvió para alimentar a estos grupos ultranacionalistas y les ofreció algo que no abandonarían nunca: el fervor. ¡Atención a este concepto! No es baladí menospreciarlo en el universo nacionalsocialista, el compromiso ideológico resultaba vital para avanzar en el ideario nazi, no bastaba solamente con ser competente había que ser un militante convencido. Los Juicios de Núremberg serían testigos de ese compromiso.
Ciertamente, el peligro de estos intelectuales comprometidos en la maquinaria de guerra germana venía dado por su base empírica legitimadora a la hora de aniquilar físicamente a sus enemigos. No apostaban, en general, por un antisemitismo extremo basado en la vulgaridad, tipo del alentado por el editor del diario antisemita Der Stürmer, Julius Streicher, la verificación empírica debía respaldar la ciencia nazi, no había lugar para frivolizar con un determinismo racial que debía llenar de contenido todos los ámbitos de la vida socio-económica germana.
Una vez comenzada la guerra ellos fueron los que propagaron el lema “Sangre y Suelo”, también idearon los grandes planes para asentar y germanizar todos los territorios comprendidos entre el Báltico hasta el sur de Ucrania pasando por Bielorrusia y la Galitzia de los Cárpatos. Animar, germanizar, crear el sentimiento de comunidad fueron los ejes del adoctrinamiento intelectual de las SS, todo ello con un grado de fervor que no debían rebajar de ninguna manera. Si hay otro aspecto atroz en el que fueron grandes protagonistas estos jóvenes titulados universitarios fue sin duda los Einsantzgruppen, los terribles grupos móviles de la muerte que llevaron a la práctica sobre el terreno las mayores matanzas en masa de la guerra. ¿Cuál fue su papel en ellos? Pues entre otros muchos la de organización y planificación de todas sus actividades asesinas, además de asumir un rol capital en la práctica discursiva que serviría de base legitima del genocidio, llevando hasta el mismo lecho de muerte de sus víctimas estas teorías dogmáticas que debían calmar las almas inquietas de los perpetradores.
Podríamos pensar que el discurrir de la guerra amainaría la doctrina de estos jóvenes intelectuales, nada más alejado de la realidad, vuelvo a insistir sobre el concepto mencionado anteriormente: el fervor. Esta “devoción” por mantener las creencias nazis no desfalleció tan fácilmente, su apego hacia una actitud de desrealización no será abandonada prácticamente hasta el final del conflicto. ¡Qué poderosas pueden llegar a ser las creencias cuando las interiorizas tan perseverantemente!
Fin de la guerra, cataclismo y teorías confirmadas sobre su evangelio apocalíptico de ocaso racial, defensa basada en la evitación de una culpabilidad de la que estaban convencidos, había una base científica en su construcción ideológica, todo ello con rigor científico……y sobre todo…..con fervor…mucho fervor.