Mariscal Keitel: Memorias del jefe del Alto Mando de la Wehrmacht. 1938-1945
Editorial : La Esfera de los Libros (15 Enero 2020)
ASIN : B083F151WX
Número de páginas : 266 páginas
Fecha de publicación : 15 Enero 2020
Idioma: : Español
El libro está dividido en tres partes, una primera en la que el historiador alemán, Walter Görlitz, realiza una breve biografía del protagonista de las memorias; una segunda parte dedicada ya de lleno a lo que fueron en sí las memorias propiamente dichas; y, por último, una tercera parte donde, Walter Görlitz, intenta ofrecer algo de luz sobre las acusaciones llevadas a cabo contra el mariscal durante el juicio de Núremberg.
En cuanto a la biografía de Keitel, es curioso conocer que esa aura de mando prusiano que siempre ha acompañado al mariscal era algo ficticia, los Keitel provenían de una familia hannoveriana de terratenientes de clase media con una marcada tradición antiprusiana, por lo que resulta paradójica esta imagen reflejada por el mariscal. Sin duda otra característica en la personalidad de Keitel fue su extrema corrección, siempre ligada a su formación y puesto desarrollado en la jerarquía militar. Otro hecho muy llamativo es el hecho de que a pesar de ser un oficial de carrera su deseo siempre fue el de dirigir su granja de Helmscherode, de hecho en 1934 llegó a presentar la documentación para dimitir de su puesto y poder dedicarse plenamente a los asuntos de su hacienda familiar. Su fría mirada ocultaba, según Walter Görlitz, una predisposición a mostrar un carácter más bien nervioso, algo conocido entre sus compañeros de carrera. De todas formas, su personalidad comparada con la de su jefe Adolf Hitler no podía ser más diferente, Keitel fue la antítesis de Hitler. En esta primera parte de la obra rápidamente se encuentra el lector con el siempre polémico tema de la obediencia ciega del soldado alemán. Walter Görlitz presenta esta delicada situación en cuanto a Keitel y su relación con Hitler, como la de un oficial que debía por honor no cuestionar las órdenes recibidas por su Jefe de Estado, algo que se hubiese sido apreciado como una deslealtad hacia el mismo, además no se podía poner en duda dichas órdenes sin caer en el deshonor y la traición. Así era como se veía este tema desde la óptica de un oficial alemán en aquellos tiempos.
La parte dedicada a las memorias propiamente dicha comienzan en esta segunda parte del libro. Numerosos son los temas que se tratan en ella. Esbocemos brevemente algún apunte sobre ellos. Sobre la crisis Blomberg- Fritsch destacar que el primero fue consuegro de Keitel, por lo que su polémico matrimonio, fruto del incidente, le atañó no sólo profesionalmente sino también en el ámbito familiar. Con el caso Fritsch también quedó muy afectado, sin duda acusa de su desgracia a Himmler y a Heydrich, dicho lo cual no parece que le despertaran muchas simpatías ambos dirigentes. Otros personajes como el general Beck tampoco salen muy bien parados en sus escritos, siempre lo consideró un incordio en las relaciones de Hitler y otros mandos importantes, como fue el caso de comandante en jefe del Alto Mando del Ejército (OKH) Von Brauchitsch. Canaris tampoco se salva de sus puyas, en aquellas horas en donde plasma al papel sus recuerdos no le cabía ninguna duda sobre la traición de este mando al Führer. Interesantes son también sus recuerdos sobre los preparativos para ocupar Checoslovaquia y todo lo que rodeó a dicho plan, la entrevista del presidente checoslovaco Sr. Hacha, desarrollada en la propia Alemania en marzo de 1939, es toda una crónica sobre el “estilo político´” al que debería acostumbrarse Keitel a partir de esos momentos. La invasión de Polonia también tuvo su parte amarga en las memorias, el Duce italiano les dejó, según Keitel, tirados ante Gran Bretaña en el caso polaco. En Dunquerque no es muy halagador hacia la actitud de sus compañeros de armas, cree sinceramente que estos no estuvieron a la altura a la hora de aceptar sus responsabilidades en la decisión de detener el avance, una nueva prueba de su fe en Hitler. En cuanto al ataque sobre la URSS, considera el mismo como un operación preventiva fruto de la sapiencia de Hitler, aunque no estuviese de acuerdo con él en la capacidad rusa para enfrentarse a la guerra. Es destacable también la semblanza que lleva a cabo sobre figuras como el mariscal rumano, Antonescu, o el almirante húngaro, Horthy, y el rey Boris de Bulgaría. Y por fin llega el tema que resulta fundamental para el devenir del mariscal Keitel, las famosas órdenes que le llevaron a ser acusado de crímenes de guerra, unas órdenes de las que reniega en su concepción y creación, aunque asume que llevan su firma y que ante la falta de Hitler es a él a quien le correspondía dar cuenta de ellas en el Juicio de Núremberg, y volvemos de nuevo al manido tema de la obediencia ciega, esa línea tan frágil que puede condenar o eximir según el caso. Con Keitel no fue un eximente, su firma en los documentos avalaban su papel en las mismas, aunque él no hubiese sido el inductor, se plegó a las mismas y a su posterior ejecución. Rehúsa su papel en estas órdenes y también parece quejarse de su nula participación en la organización y puesta en marcha del OKW, le resulta paradójico que le responsabilicen en Núremberg sobre esta dirección cuando su opinión es que prácticamente no pudo dar una orden sin el beneplácito de Hitler. Sobre Stalingrado parece ser de los que estaban a favor de evitar el desastre renunciando a la misma ciudad y ordenando a Paulus abrirse paso hacia el oeste, lo que ya no sabemos es si se lo comentó a Hitler….En este punto las primeras memorias del mariscal se interrumpieron, era el 26 de septiembre de 1946, dos días después se dictaminó su sentencia de muerte. Posteriormente recopiló unos folios sobre los últimos días bajo la jefatura de Adolf Hitler en 1945 y los angustiosos momentos finales del Tercer Reich, recuerdos del bunker en los que la opresión por la difícil situación del régimen nazi son patentes en sus escritos. Su actividad frenética por intentar salvar a Hitler y llevarlo a Berchtesgaden para que el gobierno tuviese un mínimo de continuidad y sus visitas al frente de Berlín donde se sintió de nuevo soldado son relatadas con pasión, a pesar de que ya conocía su terrible final en Núremberg.
Para finalizar, Walter Görlitz, describe en este último capítulo todo lo que conllevó a la acusación y a los cargos que se esgrimieron en Núremberg contra Wilhelm Keitel, destacándose en algunos momentos del mismo como “abogado defensor” del mariscal. En cierta manera cuestiona, sin omitir la gravedad de los hechos, la legalidad del juicio, aunque reconoce que los crímenes cometidos por el Tercer Reich obligaron a crear una base legal de facto para juzgar a los responsables. Görlitz se acoge también a los mencionados conceptos, esgrimidos también por el abogado defensor de Keitel, de lealtad, patriotismo y obediencia que conllevaba el formar parte de la oficialidad germana. Keitel, según Görlitz, pagó caro su papel de administrador de los asuntos militares, un trabajo inmenso que mantuvo inmerso a Keitel bajo una presión para la que tal vez no estaba preparado o, simplemente, no podía estarlo debido a la enorme organización a la que representaba. Al final el historiador alemán pone de manifiesto que Keitel aceptó sumisamente su destino, reconoció su culpabilidad basado en parte en su débil respuesta ante las discrepancias con Hitler. El 1 de octubre de 1946, el Tribunal Militar Internacional lo declaró culpable de los cuatro cargos de la acusación: conspiración para librar una guerra de agresión; librar una guerra de agresión; crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad.
En definitiva no deja de ser un testimonio de una figura capital dentro del organigrama militar del Tercer Reich, un personaje que tal vez merecería una biografía más detallada a la vista de la importancia del mismo. Su relato viene marcado por la cercanía a su ejecución y en unos momentos muy complicados para él, ya que estaba en prisión y en pleno juicio de Núremberg.