La Unión Soviética como un "coloso con pies de barro". Del mito a la realidad.
Se atribuye el origen de la famosa expresión “un coloso con pies de barro” a un texto de la Biblia, en Daniel 2:31-35 en referencia a Nabucodonosor y su vasto imperio. El rey soñó con una gran estatua con cabeza de oro fino, pecho y brazos de plata, vientre y muslos de bronce, piernas de hierro, y pies en parte de hierro y en parte de barro cocido, hasta que una piedra, no cortada, golpeó los pies y los pulverizó, y con ellos toda la estatua.
Desconozco cuando comenzó la aplicación de esta expresión a Rusia, pero es muy antigua, y sin lugar a la duda se aplicó inicialmente a la Rusia Imperial, probablemente durante el siglo XIX. Por ejemplo, en un artículo de febrero de 1845 en Demokrata Polski se declaraba que Rusia había dominado la estructura de poder del continente europeo después de 1815, y que sólo el levantamiento polaco de noviembre de 1831 había dejado claro que el “coloso ruso se mantiene en pies de barro”. (Demokrata Polski, 22 de febrero de 1845, Biblioteca Polaca de París (BPP), no. 9561).
Durante la IGM, a finales de 1915 un tal Edward Goldbeck publicó una carta bajo el título “El Coloso Imperial con pies de barro” con un titular que rezaba: “No podrá enfrentarse a Alemania en el campo de batalla hasta que sus hombres de acción comprendan que primero la nación tiene que ser educada y elevada material, moral y mentalmente”. (Russia, The Imperial Colossus with Feet of Clay. Edward Goldbeck. Public Ledger, Philadelphia, Sunday Morning, November 12, 1915. Will Be Unable to Cope With Germany on the Battlefield Until Her Men of Action Understand That the Nation Has First to Be Educated and Elevated Materially, Morally and Mentally).
En Alemania la imagen de Rusia como un coloso con pies de barro debió ser muy antigua también, pero cobró fuerza y fue típica de la propaganda de la extrema derecha en la prensa alemana durante finales del Siglo XIX y comienzos del XX, añadiendo que Rusia era una mezcla medio-asiática de eslavos y mongoles, “carente de cultura”. Aquí había ya los tintes racistas y anti-eslavos que recogerá más tarde la cosmovisión racial nazi con Hitler.
El propio Hitler se refirió no pocas veces a la Unión Soviética en términos similares. Quizá los comentarios de Hitler que resumen todos los demás que hizo los realizó el dictador el 9 de enero de 1941 en una reunión que mantuvo con su alto mando del ejército. En esta ocasión dijo literalmente que las fuerzas armadas rusas “son un coloso de barro sin cabeza”. Kriegstagebuch des Oberkommandos der Wehrmacht (Wehrmachtführungsstab), vol. 1: 1. August 1940–31. Dezember 1941, ed. Percy Ernst Schramm, Munich, 1982, pp. 257 y ss.. (entrada del 9 de enero de 1941). Esta era una expresión mucho más despreciativa que las que se habían realizado en el Siglo XIX sobre la Rusia Imperial, pues un coloso de barro sin cabeza es mucho más degradante que un coloso con pies de barro. Añadió que la derrota del Ejército Rojo sería más aplastante incluso que la del Ejército francés en el verano de 1940 y que la fuerzas armadas rusas no tenían buenos generales, estaban mal equipadas, pero no debían subestimarse.
Unos meses antes, cuando se reunió con el liderazgo militar el 31 de julio de 1940 para ordenar la planificación de la invasión soviética, Hitler consideró que la URSS sería derrotada en cinco meses como máximo. Más optimista parecía el comandante en jefe del ejército, Brauchitsch, quien ya unos días antes, el 22 de julio, había dicho a Hitler que el ejército alemán sólo necesitaría de 4 a 6 semanas para una campaña contra la Unión Soviética. No sólo era una creencia de Hitler y Brauchitsch. En su planificación de agosto, Erich Marks estimó que necesitarían entre un mínimo de 2 meses y un máximo de 4 meses para conseguir la victoria final. El tiempo necesario para la victoria fue reduciéndose en los meses siguientes; en diciembre se estimó en poco más de un mes, y en abril de 1941 Brauchitsch consideró que las batallas fronterizas estarían liquidadas en 4 semanas, tras lo cual la resistencia soviética sería insignificante. Andreas Hillgruber (1997). The German Military Leaders' View of Russia Prior to the Attack on the Soviet Union, en Bernd Wegner (ed.), From Peace to War: Germany, Soviet Russia, and the World, 1939-1941 (pp. 169-186).
La gran mayoría de los jefes de estado mayor de grupos de ejércitos y ejércitos contemplaba entre 8 y 10 semanas para acabar la guerra. La única excepción vino dada por un general de intelecto superior: el General de Infantería Georg von Sodenstern, Jefe de Estado Mayor General del Grupo de Ejércitos Sur de von Rundstedt. Durante la dirección de un ejercicio de mapa en enero de 1941 preguntó a sus participantes: “¿Está claro para ustedes que ahora hemos perdido la guerra?”. Andreas Hillgruber, Ibid., 183.
Los altos oficiales del Ejército alemán, en general, compartían una opinión negativa, incluso muy negativa, sobre el Ejército Rojo. La valoración que hizo el general Günther Blumentritt el 18 de abril de 1941, entonces Jefe de Estado Mayor General del 4º Ejército, es ilustrativa de lo que se pensaba dentro del generalato alemán:
Tal vez los rusos intenten realmente resistir y combatir a los alemanes entre la frontera occidental y el Dnieper, movimiento que sería muy deseable […] Ni siquiera el Ejército Imperial era rival para el mando alemán, y los comandantes rusos hoy están todavía en una mayor desventaja. Las carencias de los rangos medios son incluso mayores […]. Los efectos de las armas alemanas, cuyo prestigio se ha incrementado con la campaña contra Yugoslavia, se harán notar pronto. Habrá catorce días de duro combate. Con un poco de suerte, por entonces lo habremos logrado. Jürgen Förster y Evan Mawdsley (2004). Hitler and Stalin in Perspective: Secret Speeches on the Eve of Barbarossa. War in History, Vol. 11, No. 1, 61-103, p. 69.
En el “Handbuch über die Kriegswehrmacht der UdSSR”, publicado por el Abteilung Fremde Heere Ost el 1 de enero de 1941 se puede leer el siguiente extracto: “El carácter nacional ruso -lentitud de ingenio, esquematismo, miedo a la responsabilidad y a tomar decisiones- no ha cambiado...La debilidad [del Ejército Rojo] yace en la torpeza de sus comandantes a todos los niveles, la dependencia de modelos estereotipados, el hecho de que el entrenamiento no está a la altura de los estándares modernos, el miedo a la responsabilidad y la falta de organización en todos los ámbitos". Andreas Hillgruber, Ibid., pp. 179-180.
Recapitulando, la imagen tan negativa de la Unión Soviética que tenían Hitler y la gran mayoría de sus líderes militares no sólo procedía de los estereotipos gestados durante el Siglo XIX y en la IGM en Occidente sobre la Rusia Imperial, sino también de la cosmovisión racial nazi construida durante el periodo de entreguerras, que caló asimismo en una gran parte del ejército alemán. Esta imagen se vio reforzada por las purgas militares de Stalin (especialmente en 1937-38) y por las deficiencias mostradas por el Ejército Rojo en Polonia en septiembre de 1939 y en Finlandia en el invierno de 1939-40, amén de las carencias estructurales, bien ciertas, en la organización y entrenamiento de las tropas y oficialidad del Ejército Rojo. Sin duda alguna, también por el fuerte prejuicio anticomunista que impregnó el pensamiento de Hitler y el grueso de sus jefes y líderes militares. Es cierto que algunos altos comandantes militares, y el propio Hitler, albergaron por momentos ciertos temores sobre la aventura militar que iban a emprender contra la URSS, pero quedaron disipados por el desatado ambiente de euforia que dominaba la cúpula política y militar nazi tras las victorias militares conseguidas previamente en 1939 y 1941. Ahora bien, esta visión sobre la Unión Soviética y el Ejército Rojo -realista en ciertas partes, pero deformada en su extensión al todo- no fue exclusiva de la Alemania nazi, sino que fue compartida en mayor o menor grado por el mundo político y militar anglosajón antes de la invasión alemana de la URSS.
El historiador económico sueco Martin Kahn publicó en 2012 un artículo muy ilustrativo al respecto titulado “Russia Will Assuredly Be Defeated”: Anglo-American Government Assessments of Soviet War Potential before Operation Barbarossa, The Journal of Slavic Military Studies, 25:2, 220-240. El entrecomillado del título es una frase de Churchill que registró su secretario privado el 21 de junio de 1941: “The P.M. [Prime Minister] says a German attack on Russia is certain and Russia will assuredly be defeated”. (“El P.M. [Primer Minuistro] dice que un ataque alemán sobre Rusia es seguro y que Rusia será derrotada con seguridad”). Ciertamente, tras la invasión nazi Churchill hizo cuanto pudo para que eso no se produjese.
No se sabe lo que pensaba el presidente estadounidense Roosevelt antes de la invasión, pero cuando ya estaba en marcha, a mediados de julio, y bajo la influencia pro-soviética de su asesor Harry Hopkins y el antiguo embajador en Moscú, Davies, Roosevelt adoptó una posición netamente más positiva que la de sus asesores diplomáticos y militares. Sin embargo, dice Kahn, la actitud de Hopkins y Davies fue una excepción, pues casi todos los otros observadores estadounidenses veían el asunto de forma completamente diferente y mucho más pesimista. Apuntando a una explicación sobre esta visión tan pesimista, Dmitrii Fedotoff-White, un emigrado ruso y antiguo oficial zarista, escribió durante la guerra en su The Growth of the Red Army:
Una de las explicaciones plausibles de la baja estima del poder de resistencia del Ejército Rojo que existía en algunos círculos militares, tanto en este país [Estados Unidos] como en Gran Bretañaen en la época de [...Barbarroja], es que puede haber tenido su raíces en la falta de conocimiento en parte de algunos de los líderes militares […] de los extraordinarios hechos como la producción de la industria pesada soviética y en su falta de fe en la información que les llegó respecto a la productividad de la industria militar [soviética].
En su artículo, Kahn describe las valoraciones negativas que se produjeron en los pasillos del poder en USA y GB sobre las capacidades industriales, la economía y las infraestructuras soviéticas, así como el pesimismo sobre el Ejército Rojo. Por ejemplo, en 1939 los Jefes de Estado Mayor británico (COS) predijeron una completa quiebra de la economía soviética si se intentaba una movilización militar a plena escala. En el aspecto económico, ningún otro sector era considerado tan débil como el de transportes, que en muchos casos lo veían como la causa directa de esa supuesta quiebra del esfuerzo de guerra soviético. Estos comentarios venían sustentados en una supuesta desorganización y malas condiciones administrativas y económicas en general en la URSS. Se creía que un montón de la ineficacia económica se debía a lo que se percibía como una fuerza de trabajo incompetente y relativamente ineducada e indisciplinada. En cuanto al Ejército Rojo, la valoraciones iban en el mismo sentido.
Recapitulando, los observadores angloamericanos consideraban la industria y la economía soviéticas en general como dificultadas por la ineficacia y los defectos que se atribuían al sistema soviético como tal, y al nivel general de subdesarrollo. Se subestimó la productividad industrial, especialmente en el sector de las municiones. No se creía que la industria y la economía estuvieran capacitadas para la tarea de suministrar grandes fuerzas armadas durante un conflicto prolongado, etc. Debido a estos factores llegaron a la conclusión de que la quiebra sería económica y militar. Dos de los errores más importantes cometidos por los observadores fueron subestimar la producción de municiones y la errónea percepción respecto a la capacidad de incrementar el tamaño del Ejército Rojo por encima de cierto punto. Kahn concluye su artículo así: “En realidad el Ejército Rojo y la economía soviética resultaron ser mucho más resilientes, adaptables y efectivos de lo que cualquier funcionario gubernamental angloamericano podría soñar durante 1939-41, al menos según sus propias valoraciones”.
Así pues, no es de extrañar que con estas valoraciones tan negativas, en Londres y Washington hubiera una opinión casi unánime en 1939-1941 que predecía que la unión Soviética colapsaría en poco tiempo ante una invasión alemana. En los servicios de inteligencia británicos incluso se calculó ese tiempo en diez días, y el mariscal de campo Sir John Dill, Jefe del Estado Mayor General Imperial en 1940-41, en seis semanas. Frank Knox, Secretario de la Armada estadounidense, de seis a ocho semanas; y Henry L. Stimson, Secretario de Guerra, de uno a tres meses. (Hillgruber, Op. Cit., p. 184). De hecho, Stimson estaba de acuerdo con la valoración del general Marshall y la de la División de Planes de Guerra en cuanto a que en el peor caso el Ejército Rojo sería derrotado en un mes, y en el mejor caso en tres meses. En su Diario en la entrada del 17 de junio de 1941 Stimson anotó que era más probable que no que la Unión Soviética se rendiría incluso sin luchar. Gunther Eyck (1972), Secretary Stimson and the European War 1940-1941. The US Army War College Quarterly: Parameters, Vol.2, No.1 (1972), p. 46.
Por tanto, es evidente que la imagen de la Unión Soviética como “un coloso con pies de barro” que se vendría abajo tan pronto fuese invadido por la trituradora militar nazi era una visión generalizada, con contadas excepciones, entre los círculos políticos y militares de Alemania, Gran Bretaña y Estados Unidos desde 1939 hasta el mismo momento de la invasión de 22 de junio de 1941. Y resulta igualmente evidente que esta visión generalizada se demostró totalmente errada en sus pronósticos sobre el tiempo que sería capaz de resistir la Rusia Soviética a partir del desarrollo de la Operación Barbarroja y su desenlace final en diciembre de 1941, que arrojó un estrepitoso fracaso estratégico alemán.
La pregunta obvia a partir de aquí es explicar cuáles fueron los verdaderos motivos subyacentes que llevaron a alemanes y angloamericanos -cada bando a su manera- a subestimar tan groseramente las capacidades políticas, económicas, industriales y militares de la Unión Soviética para hacer frente, resistir y finalmente rechazar una invasión militar nazi. ¿Fueron de índole ideológica? ¿Estaban basados en prejuicios que dificultaban el reconocimiento de que el sistema comunista -tan denigrado y combatido desde el triunfo de la revolución bolchevique y a lo largo del periodo de entreguerras en el mundo capitalista- podía resultar exitoso en aquellos ámbitos decisivos para la preparación del país para la guerra? ¿Tenían su origen en los estereotipos creados a lo largo de los últimos cien años sobre la Rusia Imperial? ¿Fueron determinados, a partir del verano de 1940, por las victorias militares alemanas que arrojaron la imagen de una maquinaria militar invencible? ¿O fueron, finalmente, el resultado de un gran desconocimiento de las realidades de la Unión Soviética? Probablemente obedecían a una mezcla de todo lo anterior.
No obstante, es cierto que una parte de esas valoraciones tan negativas partían de hechos reales en el campo soviético. En primer lugar estaba el reto increíble que tenía que afrontar el régimen soviético para reconstruir y modernizar un país atrasado en muchos aspectos y con una sociedad mayoritariamente agrícola y analfabeta. Un país que había quedado destrozado por la guerra desatada en 1914, por las revoluciones rusa y bolchevique de febrero y octubre de 1917, y por la Guerra Civil subsiguiente. Por si fuera poco, era un reto que debía llevar a cabo una “banda” de revolucionarios con poca o ninguna experiencia en los asuntos administrativos y burocráticos de un Estado. Por otra parte, el esfuerzo de modernización soviético se vio entorpecido, y en ocasiones fracasado, por los grandes obstáculos económicos, industriales, sociales y culturales que debía superar. Luego estaban las purgas políticas y, sobre todo, militares que llevó a cabo el régimen stalinista, que provocaron el descabezamiento del liderazgo militar, técnico, tecnológico y doctrinal asociado al Ejército Rojo y la industria de guerra soviética. A esto hay que añadir, por acabar, la engañosa experiencia extraída de la intervención soviética en la Guerra Civil Española de 1936 que llevó a la abolición del cuerpo doctrinal recogido en el PU-36, el inadecuado desempeño del Ejército Rojo en Polonia en septiembre de 1939 y, sobre todo, en la guerra contra Finlandia durante el invierno de 1939-40, desempeños que vinieron a demostrar, dentro y fuera de la Unión Soviética, que el Ejército Rojo padecía unos defectos estructurales y carencias logísticas en su organización y entrenamiento, y en su cadena de mando y control. Estos sucesos, sin duda, contribuyeron en buena medida al rumbo que tomaron las valoraciones alemanas y angloamericanas que hemos visto. Pero, acompañando esos hechos, había también señales de la capacidad del sistema soviético para subsanarlos y reconducirlos.
Un analista neutral y conocedor de lo que sucedía en la Unión Soviética con esos hechos referidos, habría comprobado que el liderazgo político, económico, industrial y militar se había recompuesto de esas desventuras y subsanado algunos de los mayores problemas estructurales que las causaron. Eso se demostró en el curso de la producción de la industria pesada rusa en los planes quinquenales que arrojaron unas cifras extraordinarias en los resultados de armamentos y municiones; en la propia guerra contra Finlandia que acabó con la victoria rusa y provocó una gran reforma en el Ejército Rojo iniciada en el verano de 1940 en su organización y entrenamiento. En realidad, algunos observadores estadounidenses se percataron de esas mejoras, si bien no les parecieron suficientes para cambiar sus valoraciones finales.
Sin embargo, existe una notable diferencia entre las creencias o convicciones del liderazgo político y militar angloamericano sobre las capacidades económicas y militares de la Unión Soviética ante un ataque alemán y lo que se pensaba al mismo tiempo y sobre el mismo asunto en el bando alemán. Mientras que los primeros fueron cambiando o matizando esas opiniones una vez comenzada la invasión nazi y a medida que la ofensiva perdía su ímpetu inicial y el Ejército Rojo resistía, a los segundos les resultó muy difícil asimilar esa realidad y siguieron manteniendo, en general, sus prejuicios previos incluso después de la contraofensiva soviética de principios de diciembre de 1941.
El problema fundamental con la mayor parte del generalato alemán, mariscales incluidos, una vez que se demostró el fracaso de la campaña rusa de 1941, fue su rechazo a aceptar que habían subestimado en grado sumo las capacidades militares del Ejército Rojo y del conjunto de su oficialidad, así como el potencial económico e industrial de la Unión Soviética y la estabilidad de su régimen político. Porque, más o menos, siguieron pensando lo mismo en 1942 y 1943, y algunos de ellos hasta el mismo final de la guerra. Un problema mayor vino después de acabada la guerra. ¿Cómo podían justificar la derrota en la guerra, especialmente frente a la Unión Soviética, si habían mantenido a lo largo de su desarrollo los mismos prejuicios anti-rusos y anti-comunistas previos a la invasión de 22 de junio de 1941? Lo hicieron de la misma forma que habían hecho sus antecesores al acabar la IGM: falseando la realidad.
Si a finales de 1918, de cara al pueblo alemán, se inventó la leyenda de la “puñalada por la espalda” para justificar la derrota de la guerra, y, de cara al ejército, se echó la culpa a Moltke el Joven, convenientemente muerto en 1916, por alterar el “Plan Schlieffen” y frustrar de este modo la receta para la victoria ya en 1914, en 1945 se armó una conspiración entre un selecto grupo de mariscales y generales para justificar la derrota en Rusia, y con ello de la guerra, echándole la culpa a Hitler, también convenientemente muerto unos meses antes. Básicamente, vinieron a concluir que lo que impidió la victoria alemana en 1941 fueron dos cosas: la decisión de Hitler de priorizar el esfuerzo principal de la ofensiva en agosto de 1941 sobre los flancos del Grupo de Ejércitos Centro (Leningrado y Kiev) sobre la continuación de la ofensiva contra Moscú, de una parte, y las condiciones meteorológicas de octubre y noviembre que dieron al traste con la Operación Tifón, de la otra. Esta conspiración -originada tras la guerra con el Memorando de los Generales de 1945 y la Escuela Halder contratada por la División Histórica del US Army en Europa- siguió menospreciando las capacidades de resistencia del Ejército Rojo al otorgarles un papel secundario en la derrota alemana en la URSS en 1941.
La conspiración tuvo un gran éxito porque durante muchos años el grueso de los relatos de los historiadores que estudiaron la campaña de 1941 en Rusia bebió de las fuentes de la conspiración, sin ponerlas en tela de juicio. Veamos.
David Sutton, de la Universidad de Wollongong, escribió su tesis doctoral -(Sutton, David (2018), German Defeat/Red Victory: Change and Continuity in Western and Russian Accounts of June-December 1941, Doctor of Philosophy thesis, School of Humanities and Social Inquiry, University of Wollongong- sobre cómo fue evolucionando la historiografía en Occidente y la Unión Soviética-Rusia sobre la consideración de la campaña alemana en Rusia en 1941 desde el final de la guerra en 1945 (Derrota Alemana) hasta prácticamente la actualidad (Victoria Roja). Respecto al asunto que he señalado anteriormente, respecto de las causas de la derrota alemana según la conspiración, Sutton examinó los relatos que dieron unos 30 historiadores (conspiradores incluidos) desde 1945 hasta 2017. Presentó una tabla con el nombre del autor y el año de publicación de su estudio, y 2 columnas que recogen sus opiniones sobre los que priorizaron los errores de Hitler y la meteorología sobre la resistencia soviética, y quienes priorizaron la resistencia soviética sobre los errores de Hitler y la meteorología. En ambas columnas hay tres posiciones: quienes apoyaban firmemente, quienes simplemente apoyaban, y ambivalentes. Y divide todo eso en tres periodos: el de los antiguos comandantes alemanes, el periodo que precedió a la apertura de los archivos soviéticos (periodo de la Guerra Fría) y el que siguió a la apertura de los archivos soviéticos (1991 en adelante).
En el primer periodo se citan seis comandantes alemanes, todos ellos acordando firmemente en priorizar los errores de Hitler (desvío de Kiev fundamentalmente) sobre la resistencia soviética como causa de la derrota: Halder y Raus (1949), Assmann (1950), Guderian (1952), Blumentritt (1956), y Manstein (1958).
En el segundo periodo hace el examen sobre 22 historiadores. Los que acuerdan firmemente con los errores y el tiempo son: Liddell Hart (1948), Anders (1953), Lederrey (1955), Seth (1964), Ziemke (1968), Seaton (1971), Piekalkiewicz (1985), y Haupt (1986). Los que simplemente están de acuerdo: Carell (1964), Liddell Hart (1970), Turney (1971), Keegan (1971), Cooper (1978), y Ziemke&Bauer (1987). El que acordó firmemente con priorizar la resistencia soviética: Werth (1964). Y los que simplemente acordaron con priorizar la resistencia soviética: Clark (1965), Jukes (1970), Reinhardt (1972), Erickson (1975), Van Creveld (1977), Horst Boog et al (1984), y Fugate (1984).
En el tercer y último periodo los resultados son loas siguientes: los que acuerdan firmemente con priorizar los errores y el tiempo son Stolfi (1991) y Nagorski (2007). Los que simplemente acuerdan son Ziemke (2004), Megargee (2006) y Ellis (2015). Los ambivalentes son Forczyk (2006), Zetterling&Frankson (2012), Bergström (2013), y Kirchubel (2013). En la otra cara, quienes acuerdan firmemente con priorizar la resistencia soviética: Dunn (1994), Glantz&House (1995), Glantz (1998, 2001 y 2005), Roberts (2005), Braithwaite ((2006), Jones (2009), Fritz (2011) y nuevamente Glantz (2012), Los que simplemente acuerdan con esta tesis: Fugate&Dvoretsky (1997), Overy (1998), Ueberschär (2002), Mawdsley (2005), Bellamy (2008), Stahel (2009 y 2012), Radey&Sharp (2012), Luther (2013), Hartmann (2013), Stahel (2013 y 2015), Liedtke (2016) y Hill (2017).
Como se puede observar hay un cambio de paradigma en la historiografía sobre estas dos cuestiones. Si desde 1945 hasta el fin de la Guerra Fría prevaleció la tesis de achacar la derrota alemana en 1941 a los errores de Hitler y la meteorología, desde la apertura de los archivos soviético-rusos prevalece la tesis que propugna la resistencia soviética.
Naturalmente, este cuadro se refiere únicamente a esas dos cuestiones. Hay muchas otras causas para explicar la derrota alemana o la victoria soviética en 1941, todas ellas entrelazadas. Pero aquí sólo estoy tratando las consideraciones que sostuvieron alemanes y angloamericanos sobre la capacidad de la resistencia soviética ante un ataque alemán en 1941, y cómo desde una parte importante del bando alemán esas consideraciones continuaron prevaleciendo incluso después de la guerra. ¿Era la Unión Soviética un “coloso con pies de barro”? Yo tengo claro que no. ¿Vosotros?